PRESIDENCIALISMO Vs. PARLAMENTARISMO EN AMERICA ... - …
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PRESIDENCIALISMO Vs. PARLAMENTARISMO EN AMERICA LATINA.
Ponencia del expresidente de Colombia Belisario Betancur en las Universidades de Duke y (U.S.A.); febrero 19 al 24, de 1996.
1.- Introducción.- VIVENCIAS.
La política tiene un componente fundamental: la exaltación de la
dignidad humana. En ese propósito todas las instancias del
pensamiento político, desde los griegos, coinciden; difieren los
mecanismos para alcanzar la meta de dignificación del ser humano, que
es la quintaesencia de la política.
La democracia se fundamenta en la voluntad popular libremente
expresada, en los poderes públicos, en el sistema de partidos políticos y
en el mecanismo electoral, todo lo cual, se traducen en dos sistemas: el
parlamentario y el presidencial, que plantean el tema del equilibrio
entre los poderes públicos. De ese equilibrio y de la legitamación
constante del pueblo, surge la gobernabilidad.
Las presentes reflexiones recogen mis vivencias como miembro
del congreso de Colombia durante muchos años; como cuatro veces
candidato a la presidencia y como presidente de mi país entre los años
de 1982 a 1986; y mis apreciaciones sobre los comportamientos de la
política latinoamericana.
II.- LA PIRAMIDE.
Toda invocación de la política es una evocación de Aristóteles,
quien analizó críticamente, como pocos, los comportamientos del
ciudadano y su respeto a las leyes de la polis, es decir al estado de
derecho. La estructura de su pensamiento en “Politeia”, ha sido
comparada a una pirámide invertida, cuya base es el modelo político; el
cuerpo central representa el modelo antropológico y la parte superior el
modelo ético (1). De lo cual se deducen estas conclusiones:
La felicidad y el bienestar de la polis, es decir del estado, están
relacionados de manera íntima con la plenitud del individuo, de
suerte que si la polis es virtuosa, o sea feliz, lo serán los ciudadanos
que participan en ella;
Es necesario educar para vivir en la politeia, es decir, en acuerdo
con las leyes que gobiernan la polis, lo cual no es esclavitud sino
libertad;
La educación democrática ha de formar seres humanos tanto para
saber gobernar como para saber obedecer las leyes (2).
III.- SOCRATES EN LA POLIS.
El verdadero principio de todas las cosas -dice Aristóteles en la
Etica a Nicómaco- es el hecho, y si el hecho mismo fuese conocido con
suficiente claridad, no habría nunca necesidad de remontarse a la
causa.
Así concebida la arquitectura de la ley, el respeto de los
ciudadanos se expresa en su credibilidad, la cual era tan profunda que
Sócrates, luego de ser condenado a muerte por un juez, bebiendo la
cicuta, se negó a huír porque debía respetar las leyes legítimas que
habían caido sobre él. Aquella respetabilidad resulta consecuencia de la
credibilidad de la ley, que es de donde se desprenden la dignidad de la
paideia, y la exaltación del oficio político, cuando se ejerce con nobleza
y con limpieza. En una página de inspiración aristotélica del tratadista
francés Maurice Duverger dice que la política es el arte de dirigir los
pueblos en busca de la felicidad, lo cual se hace a través de numerosos
mecanismos, el primero de ellos la representación, desconocida en la
antigüedad clásica y solo incorporada en la edad media para el
escogimiento de las directivas de las órdenes religiosas, como el Cister,
2 POLITEIA, Aristóteles, Instituto caro y Cuervo, Bogotá, 1989: Ignacio Restrepo Abondano,
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al margen de la autoridad de los obispos. En todos los mecanismos
impera un mandato para la defensa de los propósitos generales de la
comunidad o de intereses taxativos, como en los siglos IX y X lo
determinaban los derechos de los propietarios. La teoría de la
representación virtual del inglés Burke, advertía que el elegido
expresaba a la nación sin mengua de la representatividad de sus
electores. Al mismo Rousseau lo negaba, hasta el extremo de sostener
que el pueblo inglés vivía en el engaño al pensar que era libre: lo es -
decía el autor de “El contrato social”- solo en el momento de elegir a los
miembros del parlamento; después vuelve a ser esclavo.
La creación moderna del sistema de partidos, surgió con los
estados-naciones, como procedimiento de la comunidad para hacer oír
la voz de sus deseos y necesidades ante el estado. Por lo mismo, al
principio los partidos políticos fueron organizaciones de idénticos, con
un programa unitario para ejecutarlo desde el poder. En la actualidad
son movimientos de próximos, de puertas abiertas a través de las
cuales quieren captar del predio del vecino o de la franja de opinión
independiente.
La base de esta construcción es la credibilidad de los ciudadanos
en la limpieza del sufragio, es decir, en lenguaje actual, la credibilidad
de los organismos electorales. Dieter Nohlen, quien tanto ha hecho
desde la universidad de Heidelberg por la investigación y
sistematización de los procesos electorales en América Latina y el
Caribe, recuerda el pensamiento del filósofo José Ortega y Gasset en
“La rebelión de las masas”: la salud de las democracias, cualesquiera
que sean su tipo y grado, depende de un mísero detalle técnico: el
procedimiento electoral.
IV.- LA UTOPIA.
Los pueblos latinoamericanos y del Caribe se convirtieron en
estados a comienzos del siglo XIX cuando se desembraron de las
metrópolis europeas, conformaron sus individualidades con sistemas
organizativos y administrativos autónomos y entraron en comunidad de
vida como naciones, expresadas en vínculos jurídicos y políticos
propios. La nacionalidad surgió como un sentimiento espiritual superior
al hecho físico que les diera origen: fue más fuerte la conciencia de
destino que cualquiera otro sentimiento para constituír el plebiscito de
todos los días de que habla Renán, como su expresión política.
A partir de la independencia de España y de las otras metrópolis,
la evolución del sufragio en América Latina y el Caribe ha sido y disímil
pues, como toda institución, este responde a la diversidad cultural de
nuestros países que, en el marco de la unidad soñada por el Libertador
Simón Bolívar, presentan particularidades en el momento de implantar
sistemas, cuyo éxito depende de la manera como consulte lo que
Savigny llamaba el “elemento popular”, originador del derecho propio
de una nación.
Esa evolución, no tan lenta si se piensa en lo acaecido en la
vieja Europa o en el milenario Oriente, ha marcado varios límites: el
primero al pasar el voto indirecto al directo, luego del público al
secreto, del sufragio restringido al universal y, en varios países, del voto
facultativo al obligatorio. Igualmente los modos de escrutinio han
evolucionado pasando por el sistema mayoritario, por el sistema de
voto limitado o por la lista incomplata, por la representación
proporcional y de la mayoría simple a la doble vuelta, en la cual se vota
más por tendencias que por candidatos.
De esta manera, la trasculturación o la creación de instituciones
electorales ha respondido a circunstancias históricas bien propias de
cada una de nuestras comunidades, entre las cuales conviene no
olvidar la cultura democrática de los grupos aborígenes antes de los
viajes de Cristóbal Colón y de los descubridores europeos a finales del
siglo XV y comienzos del siglo XVI.
Por eso el paso del autoritarismo a la democracia ha sido, la más
de las veces, cruento y difícil; y la configuración de ese cuarto poder, el
electoral, que garantiza la pureza del sufragio fijando reglas claras y
adoptando técnicas modernas, es un logro que si no resuelve per se
los problemas sociales, económicos y políticos del continente, sí ofrece
un camino para la consolidación de la democracia participativa. La cual,
en la imperfección de los sistemas humanos, parece ser la escogida
para alcanzar la igualdad tan acariciada por los pensadores de todas las
épocas desde Cristo hasta Marx, pasando por los enciclopedistas y por
cuantos han soñado esa utopía.
II.- EL CONTINENTE INTERMEDIO.
Al asomarse al siglo XXI, América Latina presenta el perfil de
continente intermedio en el cual se dan los contrastes de las áreas más
pobres del mundo: allí el tránsito a la modernidad llega acompañado por
procesos de urbanización acelerada, que acentúan los rasgos bipolares de
las grandes ciudades y aún de las aglomeraciones medianas. Incapaz de
llegar al fondo de las interrelaciones entre lo rural y urbano, la ciudad
iberoamericana está convertida en un escenario en el cual se mezclan
confusamente los gestos heroicos para sobrevivir, con el ámbito de gastos
suntuarios donde el establecimiento acumula en su contra las cuentas de
cobro que el anarquismo le formula, casi siempre con soluciones como el
caos o con arrumes de teorías inviables. Lo cual acrecienta el síndrome de
marginalidad, cargado de desesperanza e ingobernabilidad. Allí hierve el
caldo de cultivo de la subversión, que tiene su propio dinamismo, más allá de
las ideologías catalizadoras de otros tiempos.
Nunca antes hubo en América Latina tanta gente joven con tan
alto grado de capacidad para discernir y para reaccionar, aunque tampoco
hubo antes tal grado de confusión, por la escasa conciencia social de los
dirigentes tradicionales. La capacidad para discernir y reaccionar se expresa
en la tendencia voluntaria a la instauración de regímenes democráticos de
elección popular, al desarrollo basado en la economía de mercado y a la
participación de la sociedad civil, la cual aspira a alcanzar la tautología de
gobernar a los gobiernos. Sin embargo, las reformas institucionales hechas
en la región durante la década de los años 80s y al comienzo de los 90s, no
fueron acompañadas por transformaciones reales -si acaso, teóricas-, en la
estructura del estado, el cual en parte permanece en mitad del camino de la
modernización, obstruyéndola y retardándola con subterfugios clientelistas o
con fórmulas trasplantadas al granel, que aumentan el caos y la
desestabilización. Por lo cual seguimos sin tener un estado eficiente.
Además, el providencialismo y el caudillismo que son constante
histórica en Iberoamérica, siguen sirviendo de fundamento a la
desorganización social. Cuando se hizo el tránsito de la colonia a la vida
independiente, se transplantó también el sindrome providencialista, situación
que impera aún en no pocas expresiones de la vida civil y política, bajo el
nombre de paternalismo.
VIII.- LOS VIENTOS FRESCOS.
América Latina ha saludado con alborozo su ingreso en el
circuito internacional de la democratización, junto a países de Europa
del Este, las repúblicas de la antigua Unión Soviética y partes del Asia y
del Africa. Sin embargo, la persistencia de las contradicciones
económicas y sociales presentes en la región, tienden un velo de duda
sobre la fortaleza y viabilidad de los proyectos democráticos inciados en
los ochenta, en la mayor parte de países del subcontinente.
Las diferencias sociales, los millones de latinoamericanos que
apenas sobreviven en los horrores de la miseria, y los aún
indescifrables resultados, en términos de productividad y redistribución,
de los vientos de modernización económica iniciados en la región,
constituyen una amenaza a los procesos de democratización.
La caída de las dictaduras no asegura por si sola la consolidación
de la democracia. Y tiene razón, porque la democracia requiere para su
afianzamiento de una evolución económica que se traduzca en una
mejor posición en el mercado global y una atención de máxima
urgencia al gasto social para las necesidades acuciantes de la
población desprotegida. En este sentido, los países de mayor desarrollo
relativo tienen una responsabilidad directa en la conservación y
desarrollo de los avances logrados en la región, pues de ellos depende
en buena parte la reestructuración y mantenimiento de unas reglas de
inercambio económico que posibiliten el crecimiento requerido.
Por lo general los procesos de transición democrática se han
inciiado cuando se rompe la fortaleza de los regímenes militares por
debilidad de las economías o por el corrupto abuso del poder que
asfixia a la sociedad. Las formas en que se asumieron tales procesos
dependieron también de circunstancias específicas previas, siendo las
principales, la cohesión que no consiguió elrégimen dictatorial en el
poder, la fortaleza o debilidad de los partidos políticos existentes antes
de interrupción democrática y después de ella, y antes que nada, las
condiciones sociales.
La mayoría de las transiciones de los régimenes en América
latina ha sido negociada y su éxito ha dependido de la consistencia y
persuación de los elementos señalados: en efecto, los pactos o arreglos
implícitos para transferir el régimen se han condicionado a la
celebración de elecciones; otros fueron ratificados y legitimados
mediante su convocación. Es aquí donde se puede observar elk papel
jugado en estas transiciones por los organismos electorales, como
gestores de la legitimación del nuevo poder político mediante la
transparencia y autenticidad del sufragio.
IX.- LA FRACTURA.
En los países que salen de experiencias autoritarias, la
democracia suele estar acompañada de una gran carga normativa y de
grandes reformas. Se piensa que así se van a disfrutar las bondades y
virtudes de las que carecía la autocracia, que se cifran en el estado de
derecho y en el mejoramniento de las condiciones de vida. Estas
expectativas encuentran una confrontación práctica por la forma como
la democracia económica se estructura en los países latinoamericanos,
todavía con vastos conglomerados humanos sumidos en la pobreza
absoluta, por lo cual representan enclaves de ingobernabilidad. la
lucha siguiente se cifra, por tanto, en devolver la esperanza a aquellos
grupos de marginados, dándoles participación e insertándolos en un
desarrollo en un desarrollo sostenible que levante su carácter.
En este sentido, los acontecimientos del Perú y Venezuela en
1992, son significativos. pese al rechazo de golpe de estado en
Venezuela, parte de la población manifiesta su preferencia por una
dictadura militar frente a un régimen político que se conmdideraba
corrupto. En el caso del Perú, un segmento significativo de la población
expresó su aquiescencia al cierre del congreso que no era considerado
como representante legítimo de los intereses de la sociedad peruana,
ni espacio legítimo para la expresión de sus contradicciones.
Desde esta perspectiva, la consolidación de los sistemas
democráticos está condicionada a la existencia y el vigor de sistemas
electorales que permitan canalizar las contradicciones sociales y sean
consideradas por la población como mecanismos legítimos para el
discernimiento de sus intereses.
La estructura interna de los partidos, su nivel de fragmentación,
la capacidad del sistema electoral y su cohesión para inducir la
concertación política y el nivel de confrontación ideológica, son
aspectos fundamentales, que es necesario tener en cuenta al momento
de analizar la probabilidad de que un régimen democrático alcance su
madurez o experimente una fractura con retorno a esquemas
autoritarios.
X.- EL OLEAJE.
En la década de los años 80 se produjo en América Latina un
oleaje electoral jamás soñado. Veníamos del cuadro sombrío de los
años sesenta en el cual sólo seis países del continente habían calificado,
con probada continuidad, su vocación democrática. Aún en el resto del
mundo, la situación de los regímenes de libertad fue de poco más de
una docena, frente a abundantes regímenes de facto. Los países
latinoamericanos con legitimación democrática permanente se podían
contar en los dedos de la mano.
Al final de los ochenta y comienzos de los noventa, como si
estallara una crisálida, empezó la transformación de América Latina en
todos los órdenes. Esta transformación coincidente pero no
sincronizada, vino seguida por la búsqueda de estabilidad, la revisión
del papel del Estado, una nueva disciplina hacia el desarrollo y hacia el
manejo de la coyuntura. Con ella llegó la que clamorosamente ha sido
calificada como la redemocratización:en el corto período de tres años se
celebraron más de treinta debates electorales, con elección popular de
primer mandatario en todos los países del área. Los pocos casos
supérstites no contradicen la calificación de que Latinoamérica es
continente que puede mostrar democracias fiables que buscan su
perfección.
XI CAUDILLISMOS Y REALIDAD ACTUAL.
El presidencialismo latinoamericano surge en el siglo XIX como
transposición del régimen norteamericano, con ciertas modificaciones.
El régimen presidencial del continente latinoamericano desde entonces
configuró ya sus dos especies: la norteamericana, con los perfiles que
entonces tenía y que básicamente ha conservado; y la del
“presidencialismo” hispanoamericano, que es la que se difundió y
aclimató de manera homogénea a lo largo de la región subcontinental,
degenerando en muchos casos hacia los caudillismos -a veces
unilaterales- y hacia los partidos políticos caudillistas, con mengua de la
participación directa de la comunidad. Pero sin perjuicio de que la
región siguiera avanzando, a pesar de enfermedades antiguas creadas
por grupos guerrilleros insatisfechos y por la nueva enfermedad de la
droga que, como antes lo hacía el comunismo, recorre ahora el mundo
con su carga de terror y de dolor.
Un vistazo veloz a la realidad económica de la región, ilustra el
tema:
En la década de los noventas, la región latinoamericana volvió a
registrar tasas positivas de crecimiento económico, después de haber
experimentado tasas muy bajas o aún negativas en la década anterior.
Solamente Colombia y Chile lograron un crecimiento continuo en los
ochentas; los demás países sufrieron en forma aguda la crisis del
endeudamiento externo, las consecuencias del deterioro de los términos
de intercambio y de las altas tasas de interés reales.
Al instalar la reunión de Ministro de Hacienda y de Relaciones
Exteriores de América Latina que tuvo lugar en Cartagena de Indias
en 1984, tuve la oportunidad de expresar que la región necesitaba más
de socios que de acreedores y señalaba como la inversión extranjera
de largo plazo permitiría reactivar las exportaciones y mejorar la
competitividad de nuestras economías. En 1996 veo con satisfacción
que esto ha sucedido en varios países. Las tasas de inversión han
aumentado; las exportaciones se han incrementado en forma
significativa y en 1995 fueron superiores a 223 mil millones de dólares
de acuerdo con estimativos de la CEPAL. La relación entre deuda
externa y exportaciones de bienes y servicios es ahora del 220%, el
nivel más bajo desde 1980.
En el frente de la inflación se ha librado una dura batalla. En
1995 el promedio para toda la región fue del 25% uno de los niveles
más bajos en muchos años. Los países que han logrado tasas
sostenidas de crecimiento. En 1995, sin embargo, países como México,
Argentina y Venezuela registraron un aumento en el desempleo urbano
como reflejo de la desaceleración del crecimiento.
El año de 1995 fue difícil para varios países, especialmente por
la crisis financiera mexicana y por sus efectos sobre otros países como
Argentina, Chile y Colombia alcanzaron tasas de crecimiento superiores
al 5%, Brasil registró un 4% y logró consolidar un riguroso programa
de estabilización. La región en su conjunto creció solo 0.-6% después
de haber alcanzado una tasa del 4.6% en 1994. Se confirmó la tesis
relacionada con la peligrosidad de financiar los déficits en cuenta
corriente con recursos de corto plazo; este tipo de capital especulativo
de corto plazo es, sin duda, menos atractivo que la inversión extranjera
de largo plazo. Su alta volatilidad puede distorsionar en forma
significativa este tipo de economías.
La región debe continuar en el camino de mejorar sus tasas de
ahorro e inversión. Se debe tener especial cuidado en no generar
déficits fiscales insostenibles y de le debe continuar dsando a la
inversión privada un papel clave en el crecimiento. Con el apoyo de
entidades como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de
Desarrollo, se deben ampliar los programas y proyectos encaminados a
fortalecer el capital humano y a apreservar los valiosísimos recursos
naturales de la región. También se debe mantener la política de
internacionalización de las economías, América Latina, debe continuar
preparándose para entrar al siglo XXI con niveles crecientes de
competitividad. En este orden de ideas se deben fortalecer las
relaciones económicas y comerciales con la Comunidad Europea y el
bloque asiático y se debe avanzar en el proyecto de crear un área
libre de comercio en las Américas. El reto es grande pero pienso que el
potencial de la región es muy significativo. Los casi 400 millones de
habitantes de América Latina y el Caribe, constituyen y constituirán un
mercado cada vez más importante.
VI.- EN LA PUERTA DEL HORNO.
En este contexto, Colombia es un caso singular que en cierta
manera sintetiza las posibilidades y las limitaciones de la región; y, que, al
descubrirlas, bien podrían el científico social, el simple analista o el
comunicador, deducir las líneas maestras de una Latinoamérica que tiene
conciencia de que la integración, inserta en el preámbulo de la Constitución
colombiana de 1991, no es uno de los caminos sino el único camino.
Y padecemos desde hace más de tres décadas unas guerrillas que
carecen de brújula y cuyo rumbo se desconoce, pero que causan daño
sobretodo en el plano político internacional, en el que dan idea de una guerra
civil inexistente. Es tal la situación, que los colombianos con humor negro
dicen que nuestra guerrilla forma ya parte del establecimiento que ella misma
combate.
Ahora, cuando la moda establece que se hable a diario de
post-modernidad, es preciso afirmar que en Colombia somos un pequeño
mundo en el cual todavía se encuentran vigentes tanto la sociedad pre-
moderna y la de la modernidad, como la post-moderna, si se lo asume como
la sintomatología de lo que ha entrado en crisis y de lo que se renueva, el
trayecto de desasosiego señalado por la búsqueda de nuevas seguridades; y,
en fin, los signos que anuncian esos advenimientos.
Quien nos contemple hoy desde los miradores en donde la
noticia y la información van acompañadas de la oscura perversidad del
sensacionalismo, concluirá que somos narcotráfico, secuestro, terrorismo y
guerrillas, café, bananas, violación de los derechos humanos, banderas
patrióticas, petróleos, gordas de Botero y fútbol. con el peso del descalabro
final, en donde ganamos lo que podíamos perder y perdimos lo que debíamos
ganar, poniendo en evidencia una especie de predestinación simbolizada en
“aquel pan que en la puerta del horno se nos quema”, según César Vallejo.
Es decir, en ser las más de las veces, el casi, la víspera, el proyecto. Y,
después, la frustración.
IV.- ARCADIOS Y AURELIANOS.
Los tiempos modernos no han sido fáciles para Colombia.
El despertar del siglo XX nos sorprendió con el golpe emocional de
la pérdida de Panamá y el premio de consolación representado por las
compensaciones de los Estados Unidos. También con el empuje de la
revolución científico-técnica y el dinamismo de la revolución industrial, apenas
imaginadas; nos sorprendió en la bucólica paz de una sociedad agraria llena
de mitologías y desigualdades, y marcada por las convicciones de la
civilización cristiana occidental, que resistían el vendaval de la Ilustración.
Insertos en ella, nos hicimos racionalistas hacia afuera y conservamos para
la íntimidad familiar, las convicciones y las buenas costumbres. Fuimos así
una sociedad dividida entre el sentir y el pensar, entre la ensoñación y el
ejercicio de la realidad, entre el deseo y el acto, entre la retórica de los
propósitos y el hecho concreto de las realizaciones; en síntesis, seres
divididos, escindidos entre lo que deseaban y lo que hacían; seres que
transitaban el doble enrrielado de la aspiración y la desilusión, en la cual
dejaban el delirio de sus esfuerzos y la nostalgia de presentir que no habían
de llegar, como advirtiera pesarosamente Borges. No sincronizábamos el
pensamiento y el pragmatismo en términos acordes con la nueva época. Pero
era cierto que avanzábamos. Un pensador del primer cuarto del siglo, don
Marco Fidel Suárez, diría que el destino de la humanidad es progresar,
padeciendo: situaba anticipatoriamente nuestras andanzas, en el marco de la
aldea global.
Seres fragmentados petrifican una sociedad fragmentada; y
esas circunstancias conducen a establecer ámbitos de violencia, descritos en
su momento por dos lúcidas mentes colombianas: Rafael Maya, en los años
treintas, recreó una vieja verdad en su interpretación de Cervantes, al
afirmar que en cada uno de nosotros algo había de hidalgo y algo del
escudero; Quijotes y Sanchos hacían guerras absurdas, abiertas o
disfrazadas, pero al tiempo gobernaban lo ingobernable. Esta imagen la ha
sustituído Gabriel García Márquez en los años sesentas, al observar cómo en
cada uno de nosotros se debaten en conflicto un Arcadio soñador,
imaginativo y creador, y un Aureliano exuberante, violento, intransigente y
recursivo, que batallan alternativamente por destruírse y por sobrevivir.
Lo que sucede es que hemos llegado al momento del quiebre, al
punto nodal donde los caminos se dividen y en donde todavía no se percibe
con claridad sobre cual ha de colocar su pie, con decisión, el caminante, que
vacila entre teorías y presiones concretas de las más poderosas procedencias.
Pero los signos de confusión se aclaran con el espectáculo de un
país en ebullición, estudiando, proponiendo, trabajando; en la sociedad nueva
que irrumpe por todos los tejidos de la realidad, así nos aturdan los signos
negativos, más no para hacernos olvidar la advertencia de aquel viejo reloj
egipcio de sol: “es más tarde de lo que suponemos”, que previene frente a
nuestras inconsistencias.
V.- REYES, URIBE URIBE y LOPEZ.
Recordemos una de ellas: escasamente habían discurrido quince
años desde la expedición de la Carta de 1886, cuando ya se clamaba
por su reforma: por lo común las constituciones del ayer eran expresión de
la estática social, que solían representar la lenta acumulación de unas crisis
de tracto sucesivo, por lo cual aquellas eran el pacto formal en el que se
dirimían los desacuerdos. Pero una vez lograda la carta fundamental, la
realidad empezaba a separarse de su texto, porque de todas maneras nos
signaba el inmediatismo. Dos militares hicieron la sincronía. Fue el general y
doctor Rafael Uribe Uribe, dotado de la difícil virtud de la inteligencia
intuitiva, quien logró avizorar -entre 1904 y 1907- que la clave del futuro
estaría cimentada en la descentralización y la tolerancia; y fue el general
Rafael Reyes quien -en la misma primera década-, estableció, con la ley de
las minorías y la prevalencia de la Constitución, normas elementales pero
vulneradas sistemáticamente, el principio de la modernidad, que habría de
consolidarse durante la primera administración de Alfonso López Pumarejo,
en la mitad de la década de los años 30s.
Los departamentos de la Costa Atlántica y del Occidente de
Colombia, con los gobernadores, el liberal Alberto Jaramillo Sánchez y el
conservador Fernando Gómez Martínez, recogieron la onda descentralista de
la historia en los años 40s: los vemos y los oímos en el Parque de Berrío, en
Medellín, arengando a los paisas de la región antioqueña, desde el Golfo de
Urabá hasta la cordillera del Tolima y el norte del Valle, para reclamar de los
poderes centrales una justicia que todavía no llega por completo.
Ochenta años pugnó esa idea por imponerse hasta cuando,en
1986, el congreso aprobó la elección popular de los alcaldes, que tuvo por
líder al entonces ministro de gobierno Jaime Castro, más tarde alcalde de
Santafé de Bogotá. La era de Arcadio hacía su entrada en la historia y su
desarrollo habría de sacudir los cimientos del país; pondría de relieve la
fuerza creadora de la participación ciudadana y se liberarían las voces de las
minorías étnicas ahogadas con pretextos a veces jurídicos y casi siempre
políticos. Surgiría el nuevo ciudadano reclamante; se sometería a juicio la
bondad de numerosas instituciones que, al ser medidas, serían encontradas
en falencia. Así aconteció no sólo con los partidos políticos y con el
sindicalismo sino también con la iglesia, con la fuerza pública, aún con la
guerrilla, también con las instituciones básicas del estado como la justicia, el
congreso, con la misma institución presidencial. Todo se puso en entredicho
y Colombia comenzó a prepararse para la hermosa aunque azarosa
aventura de hacer que la nación cambiara de rumbo.
VI.- PAIS FORMAL Y PAIS REAL.
Desde el país real, la historia comenzaba a pasarle la cuenta de
cobro, al país formal. El país real estaba formado por componentes de
escepticismo y desilusión sobre el pais formal, esto es, sobre los sindicatos, la
educación, la iglesia, los empresarios obsoletos, los partidos políticos. Los
cuales, nacidos en los comienzos de la nacionalidad, acamparon en las
tiendas de campaña de las guerras civiles, es decir, en las lealtades
consuetudinarias y arbitrarias: federalismo y centralismo, libre cambio y
proteccionismo, catolicismo y libre pensamiento, fueron los principios que
señalaban su filiación. Pero en 1854 el conservador y centralista don Mariano
Ospina Rodríguez hizo una constitución federal; en 1886 -Núñez y Caro,
federalistas y centralistas se juntaron para hacer una constitución centralista
en lo político y formalmente descentralista en lo administrativo. Y poco a
poco fue perfilándose la certeza de que no se era mejor o peor católico en
razón de la filiación liberal o conservadora, puesto que todos practicaban la
consagración de la república al Corazón de Jesús, por ley; lo mismo que la
consagración del país, también por ley, a la Virgen de Chiquinquirá, cuyo
manto fue siempre de color azul que simboliza al conservatismo, como el
Corazón de Jesús fue siempre rojo, del color que identifica al liberalismo.Las
fronteras históricas desaparecieron sin dramatismo ni lágrimas, no obstante
lo cual se cerraba el paso a las nuevas formaciones políticas con toda suerte
de cautelas, hasta el contrasentido de la paridad en el Frente Nacional para
salir del gobierno militar de Rojas Pinilla, -el cual se quedó en la mitad del
camino con respecto a la superación de los partidos-, cuando todo el botín
del poder público se distribuyó igualitariamente entre liberales y
conservadores, como si no hubiera otros colombianos.
VII.EL AIRE ENRARECIDO.
Entretanto, los sindicatos se extraviaban en los funda-
mentalismos, los empresarios se extasiaban en sus beneficios, en la iglesia se
lanzaba a las tinieblas exteriores a los reformadores; y, en general, la
sociedad maniquea exorcizaba a los que tenían visión anticipatoria. Rojo o
azul: fuera de esos colores no había salvación.
Todo lo cual enrarecía el aire de la democracia y cegaba los canales
de respiración de la sociedad civil. Por lo mismo, se necesitó del coraje y la
ignorantia iuris de dos presidentes liberales, el ingeniero Virgilio Barco y el
economista César Gaviria; así como de la cosmovisión jurídica del magistrado
conservador Hernando Gómez Otálora, para que la Corte Suprema de
Justicia abriera la puerta hacia una institucionalidad que situara el país en el
tercer milenio: fue la Constitución de 1991, ya no el punto de estática social
que encarnaran otras constituciones, sino el cumplimiento de una ansias y el
zarpe de unas esperanzas. Debo ser prudente en esta afirmación, porque es
sabido que el nuevo estatuto fue producto de concesiones entre fuerzas
disímiles que se inclinaron ante lo procedimental o accesorio a costa de las
posiciones de principio. Queda por esperar que la realidad confirme o
derogue lo que se hizo con apresuramiento.
Igualmente, se había enrarecido el aire para las reformas en la
sociedad petrificada. Las carencias de infraestructura social -el analfabetismo,
la desnutrición, el desempleo, la dependencia-, hervían en la retorta social,
sin cauce para satisfacer los anhelos de la sociedad, con lo cual amparaban el
quietismo. Eran los agentes objetivos o impersonales de la subversión, que
encontrarían la voz de los agentes personales o subjetivos, los guerrilleros,
para expresarse. Cuando en el continente se denunciaba lo anterior en los
años 60s y 70s, los personeros del tradicionalista establecimiento colombiano,
dispararon su artillería de descalificaciones contra los denunciantes y llegaron
hasta señalarlos como “guerrilleros de escritorio”. En el Brasil fue
excomulgado el sociólogo Fernando Henrique Cardoso, quien al llegar al
poder en 1994, comenzó por anunciar que había que liberarse de los viejos
dilemas ideológicos. 3
La cohesión de los partidos históricos, basada en las lealtades del
país pastoril que fuera Colombia, saltó en añicos cuando irrumpió la
migración del campo a la ciudad; y cuando las nuevas opciones y los medios
de comunicación, sustituyeron las lealtades antiguas por adhesiones nuevas.
Había llegado la ruptura. La desintegración de los partidos entró sin pedir
permiso. La arrogancia tradicional se resistía a admitir la desvertebración, a
pesar del campanazo de alerta en la elección presidencial de 1970, en la cual
alternaron las candidaturas de Misael Pastrana, el General Rojas Pinilla,
Evaristo Sourdis y Belisario Betancur. Pero los sectores independientes y aún
los votos migratorios se producían en bandadas y exaltaban opciones a partir
de mayorías nuevas. La elección de quien les habla, a la presidencia de
Colombia en 1982, hecha por una coalición de partidos, derogó una vez más
las arrogancias antiguas. Pero ellas seguían negándose a aceptar el hecho
sociológico de su desintegración y del advenimiento de partidos recientes.
Los movimientos cívicos con disímiles componentes, no
tardaron en brotar. Como en los juegos de naipes en las fondas
campesinas de Antioquia, había llegado el momento de “barajar y volver a
dar”. Hoy los partidos tradicionales no saben qué tienen, ni con qué cuentan
más allá de su propia maquinaria. Y esta misma les da desagradables
3 EL HOMO SAPIENS SE EXTRAVIO EN AMERICA LATINA, Belisario Betancur, El
Navegante y Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1990, página 15 y siguientes.
sorpresas, como ocurrió hace pocos meses en Bogotá, la capital más liberal
de Colombia, cuando fue elegido alcalde, por abrumadora mayoría, un
académico ajeno por completo al establecimiento.
Permítaseme una disgresión autobiográfica: siempre dije de mí
mismo, ser la extrema izquierda de la derecha, es decir, el extremo centro.
Derecha e izquierda subsisten hoy en la política colombiana, como
actitudes. Pero no acampan en ningún partido en especial sino que viven
diluídas en todos. En un reciente seminario en Bogotá, Malcolm Deas
recordaba que su amigo James Hoge suspira por un partido viable, de centro
izquierda, para Inglaterra. Y para Colombia: sería el extremo centro.
VIII.-MENOS ESTADO Y MAS EFICIENCIA.
Estamos, entonces, en el momento de la desintegración, en
vísperas de una reintegración en la cual es posible -y preciso-, apostarlo
todo. Quien sepa leer la historia percibirá que son esos los períodos en que
la conflictividad despliega todas sus facetas, en donde las caras ocultas de las
controversias abundan en matices y en los cuales es necesario cultivar la
sabiduría de que las cosas que terminan, enceguecen al desprevenido con su
resplandor postrero, porque antes de perecer brillan con excesiva
luminosidad.
Ese instante de la elección de un nuevo camino, el del
tercer milenio, ha obligado a redefinir la relación entre el ciudadano, la
comunidad y un estado; todavía ineficiente; en donde éste ya no es el centro
determinante que todo lo absorbe, sino que se hace a la idea del nuevo
destino que lo determina como instrumento para gestar una sociedad más
humana; estado que tuvo que resignarse a la realidad de que su poder
estriba en ser animador del bien común y no poseedor de los bienes para su
hartazgo burocrático y corrupto, porque ellos han de estar en manos de los
ciudadanos y de la comunidad; estado en proceso de aprendizaje para lograr
ser estado, en la plenitud jurídica y social del concepto; estado que empieza
a liderar la recuperación y la enunciación de nuevos valores, al tiempo que, a
partir de ellos, ha de responder con eficacia al desafío de establecer
prioridades sociales que faciliten la convivencia y hagan posible el desarrollo
sostenible.
IX.- EL CLIENTELISMO. Esta tarea es difícil, porque no son pocos los intereses de los
“Aurelianos” del ayer que en todos los campos tratan, con obcecación
convertida en esperanza de supervivencia, de entorpecer, de retardar, de
hacerse la ilusión de que aún no llega el día inexorable del cambio.
Convergen allí paramilitares y guerrilleros, autodefensas y grupos de limpieza
social, terroristas y narcotraficantes, así como la combatividad de quienes
obtienen beneficios de los conflictos y contribuyen a elevar el costo de la
transformación.
Por otro lado, la nueva conciencia colectiva en ascenso reclama en
obra el producto de la retórica y encuentra que es demasiado lento el acceso
al cambio, el cual aún no se refleja en cifras que permitan hablar de una
garantía real. Y todavía los recursos son distraídos de su disfrute directo
por la comunidad, en razón del clientelismo en la burocracia. Fenece así el
2.4% del PIB vinculado a la tarea de salud; crecen las deficiencias detectadas
en la educación no sólo en calidad sino en cobertura; un consolidado del 52%
de la gente sigue sumida en la pobreza y el desempleo campea en dos
dígitos, aunque difícil de ser evaluado con exactitud; cerca de 28 mil
homicidios anuales; 80 secuestros mensuales y una sociedad con 950 mil
armas amparadas, hacen que la tarea de superar el ayer tenga todos los
visos de los trabajos de Hércules.
X.- LAS PARADOJAS.
En contraste, la deuda externa apenas bordea los 20.000 millones
de dólares,nunca se dejó de pagar, se sigue manejando con prudencia. En el
escenario se advierten el resurgir y el nacer de entidades sociales que, en
número cercano a las treinta mil, desarrollan tareas solidarias; la
organización de la comunidad dispuesta no sólo al reclamo sino a la gerencia
de soluciones, induciendo el dinamismo que equilibra la confusión.
La época más dura del narcoterrorismo ha sido superada, pero ello
no le resta vigencia actual al narcotráfico, resultado de la insolidaridad
internacional. También es sabido que en tanto no se logre diseñar una
política que comprometa a todas las naciones, y no se ponga en marcha una
estrategia común que obligue planetariamente, seguiremos en el círculo
infernal de recibir acusaciones como productores, procesadores y
comercializadores, y de responder con similares acusaciones contra los
consumidores, mientras que el dinero que se produce sigue circulando y
generando, en unos, índices un tanto ilusiorios de crecimiento y, en otros,
artificios en el sistema financiero, y en otros ámbitos misteriosos en donde ya
nadie interroga por el origen. Pero la lucha se adelanta sin cuartel, pese a no
pocas incomprensiones internas y externas.
Y, unido a ello, la dura realidad lacerante de una inseguridad y una
violencia subversiva que le cuesta cada año al país 6.2 billones de pesos y
que, deslegitimada y perdida su vinculación con los ideales discutibles de
ayer, ideales al fin y al cabo, no encuentra la forma de salir del vórtice de la
muerte y tiende a vincularse cada día en grado mayor al narcotráfico.
Violencia política, violencia personal, violencia econó-mica,violencia social,
violencia cultural, violencia ecológica, todo ello es terriblemente cierto y no
podemos tapar el sol con las manos: violencias que definen la “era de los
Aurelianos” desbordados, cuya desgracia no oculta la paradoja del
sentimiento por la concordia, por el respeto, por la justicia, por la cultura, por
la naturaleza, por la convivencia y por la solidaridad en la “era de los
Arcadios” que apenas comienza, el ejercicio de síntesis en donde el
entusiasmo anime el conjunto de los sueños.
XI.- DECALOGO DE LA PAZ.
Tras los altibajos en el proceso de paz de la administración
Betancur sobretodo después del Palacio de Justicia tomado por el M19 en
1985-; y después de las dificultades en las administraciones de Barco y de
Gaviria, un nuevo proceso, iniciado a fines de 1994 por el presidente Ernesto
Samper Pizano, avanza con credibilidad y amplitud. Estamos asidos a esa
esperanza por una paz que es unívoca, pues conviene a todos.
En la última semana de octubre de 1994 se reunieron en la
ciudad colombiana de Villa de Leyva, expertos en conflictos armados, entre
ellos el excanciller colombiano Augusto Ramírez Ocampo, quien fuera
representante de Naciones Unidas en El Salvador después de 12 años la
guerra, y Shafik Handal, coordinador de los grupos guerrilleros en dicho país.
Sus tesis y mis propias vivencias allí, como presidente de la Comisión de la
Verdad que juzgó los crímenes atroces en los doce años de la guerra, el difícil
itinerario de la paz en el Grupo de Contadora y en Colombia, pueden
sintetizarse en la siguiente metodología o decálogo de la paz, que presenté
en noviembre de 1994 en Paris, ante la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo (OCDE):
1. El punto de arranque debe ser la inequívoca voluntad política de las
partes en conflícto, de llegar a la paz. Esa voluntad política significa que ninguna de estas partes o agentes subjetivos, suspenderá unilateralmente las negociaciones.
2. Existencia de un mediador objetivo acordado por las partes -quizá las Naciones Unidas-, mediador que hace las convocaciones, resuelve las dificultades del proceso y busca los recursos necesarios para la puesta en marcha de los acuerdos, y para la verificación de los mismos.
3. La mediación de la Iglesia Católica en países (como Colombia) de mayoría
católica, es creadora, por la credibilidad que ostenta y por la facilidad de comunicación que tiene con las partes en conflicto.
4. Formación de un grupo de países amigos del proceso, que coadyuven en
las dificultades sobrevinientes. 5. Acuerdo inicial sobre humanización de la guerra; y respeto a los derechos
humanos y al derecho internacional humanitario. 6. Confidencialidad de los temas tratados en las distintas audiencias de las
negociaciones, lo cual no excluye la información confidencial que den internamente las partes en conflicto.
7. Lugar de las negociaciones por fuera del escenario del conflicto, en países
amigos o en la sede de Naciones Unidas en Nueva York. 8. Negociadores con capacidad para comprometer inmediatamente a las
partes en conflicto, sin perjuicio de que cada una de ellas haga internamente las consultas que considere necesarias.
9. Tanto los representantes de los gobiernos como los representantes de los
alzados en armas, deben tener representación de sus respectivas fuerzas militares.
10. Dado que en todo conflicto armado en América Latina, obran agentes
subjetivos o personales -los guerrilleros-, pero también los agentes objetivos -las carencias de infraestructura social, por ejemplo-, se requiere la creación de una agencia de Naciones Unidas, que verifique el cumplimiento de los Acuerdos y racionalice los recursos aportados por la comunidad internacional para la reconstrucción.
XII.- TODO ESTA CAMBIANDO.
En la otra cara de la moneda, según dije atrás, es apasionante
observar cómo una sociedad que navega en medio de tales tempestades, se
dedica con optimismo a la tarea de reconstruir su “justicia”, la cual se ha
vestido el traje de instituciones de estreno en período de prueba. Es cierto
que con altibajos pero con la persistencia de quienes han comprendido que,
sin ella, ninguna nueva realidad creadora es estable; que la seguridad y el
desarrollo dependen de la justicia; que la convivencia la demanda y que es
preciso -pese a las incomprensiones de dentro y de fuera- ir encontrando el
diseño apropiado que la haga libre y soberana.
Todo está, ahora, cuestionado y en interinidad, en Colombia.
No siempre fuimos un país violento. Lo sustentó históricamente
Malcolm Deas en denso trabajo presentado en un seminario en Ginebra y
publicado hace un mes en Bogotá.4 Solo a veces ha sido violenta, Colombia.
¿Por qué lo es ahora? He ahí un tema fascinante para otro seminario. Todo
está cambiando en nuestro país, y es ello lo que dibuja el contorno
ambivalente, positivo y negativo, de la situación que afrontamos. Estamos a
oscuras. Nunca se tiene tanta certeza de la claridad como cuando alguien
enciende una luz, por pequeña que ella sea. Y hay muchas luces que se
están encendiendo. Suelo decir que estamos en el cuarto día de la creación
4 DOS ENSAYOS ESPECULATIVOS SOBRE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA,
Malcolm Deas y Fernando Gaitán. Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1995.
del mundo, separando las aguas para los regadíos y juntándolas para
producir energía. A veces pienso que navegamos antes de ese cuarto día;
incluso estamos en la gestación de un nuevo ser, simbiosis de nuestros
aciertos y nuestras contradicciones.
Los desafíos de la reforma del estado y de la sociedad, darán
lugar al parto de una nueva democracia, que constituirá el verdadero estado
social de derecho, tal como reza el preámbulo de la Carta de 1991, el cual
consolidará la economía social de mercado, ya en ciernes con todos sus
riesgos; estado que afianzará la internacionalización de la economía e
impulsará la conquista de los mercados mundiales; estado que tomará la
educación como columna vertebral de su acción, según ya ha anunciado el
presidente Samper de dedicar los nuevos recursos petroleros de Cusiana a
esa educación. Estado moderno, en suma, sin la arrogancia, ni la desmesura,
ni la ineficiencia consuetudinarias. Se alcanzará, así, un destino común, al
que hemos de aportar un diseño latinoamericano de humanismo, que haga
del sentir una forma de pensar y del pensar una atractiva manera de
construír y de avanzar.
XIII.-EL SABIO DE SIGLOS.
Aureliano y Arcadio, unidos representan dos momentos
irrenunciables de nuestra existencia para completar el ciclo que nos permita
desembarcar de la tiniebla y abordar la esperanza, después de tantos años
de soledad.
Cuenta la historia que, un día cualquiera, Melquíades, el
sabio de siglos, llegó al Macondo paradigmático que simboliza el nuevo
mundo. Venía de las regiones del jaguar, el caimán, la orquídea y la
anaconda. Y, sabio como era, no quiso imponer conocimientos ni procesos;
tan sólo se limitó a hacer propuestas y demostraciones hasta lograr que
aquel nuevo mundo creara dimensiones inusitadas que merecerían el
beneficio de la supervivencia en un porvenir cierto.
Melquíades, testimonio planetario en Colombia y en
Latinoamérica, hizo que la “era de Arcadio” fuera posible. Cada vez resulta
más necesaria esa fe catalizadora, a un pueblo que despierta con el
amanecer a repasar el libreto de los siete días de la creación del mundo.
Porque todo está por hacer. Solo aquella fe nos hará cumplir lo que
anhelamos ser al traspasar el umbral del tercer milenio: parte palpitante del
barrio de una Latinoamérica integrada, sueño esencial de Bolívar -”Aureliano
y Arcadio”-. El Libertador resumió en sus ensoñaciones la imaginación, el
pensamiento y el ímpetu que bordan la Colombia de hoy como en el tejido
de bolillo de nuestras abuelas, y que la harán justa y poderosa en el
porvenir. Cuando Dios, o los dioses, hayan de concedernos cien años de
felicidad sobre la tierra.