El día 2 de febrero de cada año, celebramos la fiesta de la Presentación del

Niño Jesús en el templo de Jerusalén,y el Día de la Candelaria

En tiempos de Jesús, la Ley prescribía en el Levítico que toda mujer debía presentarse en el templo para purificarse a los cuarenta

días que hubiese dado a luz.

Al cumplir la cuarentena, acudía en compañía de su esposo a las puertas

del Templo llevando una ofrenda: un cordero si eran ricos o una paloma

o tórtola si eran pobres, y la presentación del primogénito, ya que

debía ser consagrado al Señor, en recuerdo de los primogénitos de Egipto que había salvado Dios. Lo mismo era con los animales

primogénitos.

José y María, cumpliendo con la Ley, llevaron a Jesús al templo de Jerusalén. Y como eran

pobres, ofrecieron dos palomas. Al entrar en el recinto sagrado, el anciano Simeón, movido por el Espíritu Santo, tomó al Niño Jesús en brazos y

lo bendijo diciendo: "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para

alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel", dando a entender que ese Niño sería la

luz que iluminaría a los gentiles.

También ese día, Simeón, llevó candelas (velas encendidas) a bendecir, simbolizando a Jesús

como “Luz de toda la humanidad”. De aquí viene el nombre de la “Fiesta de las

candelas” o el “Día de la Candelaria”.

Esta fiesta de la Presentación del Niño Jesús en el Templo o día de la Candelaria, nos hace

reflexionar acerca de la obediencia y fidelidad de María, y nuestro agradecimiento a Jesús por venir a iluminar nuestros corazones en el camino hacia

la salvación eterna.

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