Premios Goya 2013

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Textos premiados en los Premios Goya 2013

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Cuadernos de biblioteca

Premios Goya

2013

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Premios Goya

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Cuadernos de Biblioteca nº 11

Colección dirigida por Josefina López

Ilustraciones de Miguel Pascual, Roxana Scurtu

y Héctor Nasarre

PRIMERA EDICIÓN, 2013

Ediciones de la Biblioteca

Departamento de Edición

Maquetación: Mª Pilar López Pérez

IES Goya

Avd. Goya, 45

50006 ZARAGOZA

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MODALIDAD LITERARIA

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Miguel Pascual, 2º ESO E

Premio Goya de pintura 1er ciclo ESO

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Relato literario en castellano

Bachillerato PRIMER PREMIO: “Calabozos y calabazas”, de Nacho Blancas Albericio

MENCIÓN ESPECIAL: “Cantan los pájaros de noche”, de Iñigo Muñoz Malo

Segundo ciclo de ESO

PRIMER PREMIO: “La visita”, de Silvia Vergara Alfonso MENCIÓN ESPECIAL: “La casa de Esther”, de Jorge Juan Marco Guimbao

Primer ciclo de ESO

PRIMER PREMIO: “El elixir de la inmortalidad”, de Elvira Muzás Crespo

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Calabozos y calabazas

M e detuvo la policía. Me trajeron a este zulo de paredes herméticas, olor a cañerías muertas y trigo podrido, donde mi compañero rumano y yo ni vivimos ni morimos.

Preferiría no ser hombre ahora mismo, en los umbrales de la realidad, y que este pánico a la oscuridad desapareciera, estos sudores por la soledad se evaporaran en fábricas arcaicas de almohadas, tan cómodas... y mullidas.

No se dónde estoy. Me rompo los huesos por enderezarme y reptar para buscar algo de luz.

Una celda.

Una celda.

Una celda...

Me encanta pensar que los gobernantes de trapo que dirigen la tierra sufren como yo sufro, sienten pánico cuando yo lo siento. Pero ahora no.

Estos prefieren fingir rescates de ancianas mutiladas a escupir sus falacias por su jau-la de fuego y saliva.

Al parecer, que yo esté ahora mismo lamiendo la ratonera de tinta en la que estoy envuelto, debió ser por algún altercado de anoche.

Bebí demasiado poco.

El chirrido del metal susurró con su fina voz invertida la libertad lunar de mi compa-ñero.

Ahora la espera de un nuevo amigo me mantiene atento y enfermo, mientras pienso en cómo serán sus dedos y cómo sería retorcerlos, fiel a mi estilo, aquel que me arrojó al abismo de la contracultura hippie, aquel que es razón de razones, aquel que me puso la zancadilla y acabó acurrucándome en jaulas como esta durante vidas y vidas, que reducen mi hombría, mi calor solar y mi sombra.

No somos hombres, somos animales perdidos y piojosos. El problema de este lugar es que la gente se acaba cansando demasiado pronto de los zoos, sacrificando a los leones, violando a los cocodrilos y torturando a las cigüeñas, para que no traigan más patitos feos a ese mundo de cisnes corruptos y ahogados en sus propias ondas guturales internas.

Me trajeron el cuenco de comida, aquel parecía haber sido rescatado de la vajilla pa-ra mascotas abandonadas de las lagunas del Titanic, pero aunque ahora no navegara por los viscosos telares de alta mar, tendría un compañero de envergadura similar.

Arrastré con mis pezuñas la fuente envenenada de sardinas para que mi pico hiciera el resto. Mugí, ladré, aullé...pero nada humano, ni una risotada lijada con fervor, ni una lágrima rasgada directamente del interior de la tierra... nada. Esta experiencia kafkiana de-bió nacer en el vientre de esas mujeres que aún no me veían con edad de merecer. No era la primera vez, ni la última.

Un negro, un vanidoso y furioso negro. Sus injurias bailaban repletas de fe, su va-

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lentía impresa en tatuajes, su coraza empapada en gramos de crack. Los negros son como las mujeres. Hacía vidas que había olvidado su existencia. Demasiadas vidas vividas, y yo con estos pelos. Debería darme vergüenza, de verdad, aunque tampoco debería preocupar-me mucho, es un desconocido. Bueno... así, así está mejor. Ahora sonríe y saluda, sé educa-do...

Las noches aquí sudaban atmósferas de Hitchcock, y la convivencia con mi nuevo amigo amanecía en Hollywood con buena cara. Resultaba que este tenía un afán por cultu-rizar tanto sus brazos de matón como su mente de matón. Oscureciendo aún más su alma con Malcom X, llorando y bailando con Lorca, extendiendo su realidad sensible con Blake... Un tipo realmente admirable, una lástima que tuviera que hacerlo. Una lástima que tenga-mos que sobrevivir y que suframos subordinados por los impulsos y no por nuestra razón, una pena que las ganas de fumar tengan citas secretas en las esquinas nocturnas con ciga-rrillos frágiles y habanos curtidos en mil y una batallas.

Pero la lástima es nuestra virtud, la culpabilidad de mejora es preferible al chispazo primitivo inyectado directamente al puñal de nuestro subconsciente animal. La auto-indulgencia sí que es un desarrollo sostenible.

Lástima que mi compañero no me oyera mientras le susurraba a su oído calcinado.

Nacho Blancas Albericio, 2º Bachillerato D

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Cantan los pájaros de noche

¿ Cantan los pájaros de noche? ¿Podrás algún día dedicarme un poema? Si supieras que voy a morir, ¿me dirías por fin que me quieres?

Mi cabeza ardía intentando no contestarte. Para conseguirlo imaginaba a un hom-bre en llamas (yo mismo, quizás) luchando por arder para siempre. Alejándome de arro-yos, andando lentamente hacia los descampados más áridos y calurosos, porque el fuego no debía extenderse, sino que era todo mío. Infinito.

Mañana ya había sido y toda tú eras en pasado. Te recuerdo. Cada vez que vuelvo a casa y oigo pájaros cantando horas antes de amanecer. Más cerca quizás de la caída del sol que de su ascenso, y me confunden y acompañan. Y olvido que tengo miedo de ir solo por la calle. Lo recuerdo ya en la cama y es tarde. Así que vuelvo abajo, me desencuentro de aves y de mí mismo, me busco en algún banco. Al acercarme lentamente me digo: “Ya no estás conmigo. Puedes temer tranquilo”.

Haciendo memoria pienso cuando llenábamos la bañera y juntos leíamos los más tristes poemas. Metíamos en aquel jugo lo folios que encontrábamos por el ático y los dejábamos en remojo unos días. Sacándolos con cuidado, éramos puro nervio pensando en qué podría salir de aquella infusión de humores e intención. Se quedaban tendidos va-rios días y finalmente, aunque con una textura extraña, aparecían quimeras de millones de palabras. De palabras inconexas que leíamos juntos, en la bañera.

A veces me pregunto si sabías que jamás iba a contestar tus eternas preguntas. Un hombre es lo que desconoce, me decías. Y yo he sabido tan poco… Como cuando me mi-rabas con una frecuencia amiga. Cuando conseguías que me olvidara de mentir. Cuando aquella vez me dijiste: “Si supieras que voy a morir, ¿me dirías por fin que me quieres?”

Íñigo Muñoz Malo, 2º Bachillerato E

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La visita

A parentemente, todos estaban muy contentos porque tía Eloísa había llegado de sus vacaciones en Francia. Pero en el fondo sabían que era

mejor su ausencia que su presencia. Cuando los pies de tía Eloísa pisaban el suelo de ma-dera acaramelada de los abuelos, la repostería grasienta era reemplazada por "pedruscos integrales" -así era como los llamaba el goloso abuelo Honorato-, y los siete cafés diarios e imprescindibles de la abuela Petra eran sustituidos por inagotables botellas de agua y bolsitas de té, o aguas tontas, como las llamaba doña Pancracia, hermana menor de la abuela Petra. En aquellas primeras visitas, cuando yo todavía era un ser de reducido tama-ño, traía tía Eloísa el glamour rubio de los países escandinavos, pero con el paso de los años su melena dorada cambió de color y su lozanía se convirtió en obsesión por la salud.

Las maletas de tía Eloísa se componían básicamente de innumerables tipos de in-fusiones, barritas energéticas y revistas especializadas en salud. Lo primero que hizo nues-tra respetadísima tía Eloísa, una vez instalada en casa de los abuelos, fue colocar una lista de comida "prohibida" y sus incontables dietas en la nevera sujetas por alguno de sus imanes favoritos, que rezaban frases como "come sano y vive bien", "tu nivel de vida de-pende en un 85% de lo que comes diariamente", “vive la vida sana”... Las dietas más valo-radas por tía Eloísa y que todos tuvimos que sufrir fueron la dieta de la piña, la dieta de retención de líquidos y la dieta de la patata.

El aspecto de tía Eloísa era de lo más curioso. Su pelo era largo, hasta la cadera, y color ceniza a causa de las canas. Se quejaba a menudo de lo mucho que le molestaba su cabellera, pero yo nunca la había visto con el pelo recogido. Siempre lo llevaba suelto y le caía por los hombros y la espalda. Tía Eloísa era delgada, extremadamente delgada de cin-tura para arriba, pero sus piernas, ah sus piernas... eso era otra cosa. Siempre vestía con faldas y camisas anchas. Todo de distintos colores. Unos calcetines hasta casi las rodillas y unas botas de montaña completaban su vestimenta. Nunca se maquillaba, nada de pin-tauñas y ni mencionar los perfumes: todos los productos químicos producen graves enfer-medades.

El día de su llegada, los abuelos hicieron una comida en su casa e invitaron a toda la familia para celebrar que tía Eloísa esta vez venía acompañada. Sí, tía Eloísa había en-contrado a su alma gemela, su media naranja, y todos estábamos ansiosos por ver al nue-vo miembro de la familia. Si había alguien que conectaba con mi tía, tenía que ser una persona muy, pero que muy “especial”. Y efectivamente, mis sospechas eran ciertas, co-mo pude comprobar durante la comida. Su acompañante se hacía llamar Omm y era, si cabe, aún más peculiar que tía Eloísa. Al parecer, era un hombre que había dedicado toda su vida a estudiar astrología a través de los libros, de Internet, y de otras personas con su mismo interés... Conforme íbamos sentándonos en la mesa, Omm nos informaba a cada de uno nuestras virtudes y nuestros defectos, nos hablaba de nuestros traumas infantiles aunque nos acabara de conocer. Nos hablaba de constelaciones familiares y de cosas que no llegábamos a comprender. Todo ello a partir de nuestros signos del zodíaco. Después

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de correr se sentaba durante largas horas en el salón con las piernas cruzadas y pronun-ciaba su nombre: Ommmmmmm. Todos lo interpretamos como una carencia afectiva o una necesidad de autoafirmación, así que decidimos seguirle la corriente y, por eso, du-rante los días que duró la visita, todos asumimos que la carne era de soja y la leche de arroz. Creo que no he conocido a otra persona como Omm. Podía pasarse horas y horas hablando sobre un mismo tema y cuando por fin podías tener un rato de silencio, llegabas a la conclusión de que Omm lo que necesitaba era un buen psicólogo con el que desaho-garse. O al menos, esa era mi sensación. Y la de mi madre. Y mi padre. Y mi abuelo, mi abuela, mi hermana y creo que hasta mi perro. También el canario y, sobre todo, el loro que insistía en que él era capricornio, como el abuelo y no tauro como Omm.

Así pasaron las semanas con tía Eloísa y con Omm. Largas conversaciones sobre nosotros y sobre Omm con velas aromáticas e infusiones con nombres orientales. Largos paseos por el parque. Breves comidas macrobióticas.

Y de la misma forma que llegaron, tía Eloísa y Omm regresaron a su lugar de resi-dencia, a los países del norte de Europa, oscuros y modernos como ellos mismos. Y las madalenas, las croquetas y las ensaimadas salieron de su escondite para instalarse tan ricamente en los platos de la cocina y sobre la mesa del comedor. Las risas y los chistes verdes volvieron a las sobremesas, y el chocolate con churros a las meriendas. Ya no había que levantarse temprano para ir al parque a practicar el “nordic walking” y los bastones de esquiar volvieron a servir para jugar a los piratas y a los espadachines. La copita de chinchón del abuelo Honorato volvió a presidir la hora del café, al menos durante unos meses. Porque todos sabemos que tía Eloísa (y Omm) regresa cada año de visita cuando termina sus vacaciones en el sur de Francia. Y todos sabemos que el año próximo llegará con una nueva amenaza: el feng shui y las clases de Pilates.

Silvia Vergara Alfonso , 3º ESO C

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La casa de Esther

Cuentos para leer de noche

L a mayoría de las acciones que llevamos a cabo habitualmente, comienzan, se desarrollan, terminan y se olvidan. Sin embargo, no ocurre lo mismo

cuando hablamos del horror. Cuando los sucesos están marcados por el horror, no pue-den ser borrados de la memoria de la tierra, y de estos, los que cuentan con un nivel de maldad fuera de lo común, dejan una huella. Un recuerdo, invisible para la mayoría, que no se puede disolver ni por el paso del tiempo ni por el olvido del hombre. Una huella que, a veces, intenta manifestarse.

En el coche, Esther no cesaba de formular preguntas sobre el pueblo al que se di-rigían, que de ahora en adelante iba a ser su nuevo hogar. Su madre, cansada de la car-gante insistencia de la adolescente, se limitaba a decirle que tuviera un poco de paciencia y esperara a verlo por sí misma. Esther solo sabía que no era un lugar muy grande, lo que contrastaba con la ciudad en la que había estado viviendo desde que la memoria le per-mitía recordar. Pese a que muchas chicas de su edad se habían mostrado reacias a pasar de vivir en una ciudad (con todas las ventajas que ello conlleva) a un pequeño pueblo de las afueras, ella estaba muy ilusionada con la perspectiva de cambio frente a una vida que ella consideraba monótona y aburrida. Un leve frenazo disipó sus pensamientos y centró su atención en un pueblo que, a primera vista, le pareció más interesante de lo que sus padres le habían advertido. Mientras el coche avanzaba, Esther veía a las personas que, dentro de muy poco y sin saberlo todavía, podían convertirse en nuevos amigos y vecinos. El coche se detuvo delante de un edificio que, más que viejo, parecía antiguo.

La primera pregunta que le hizo su padre sobre la primera impresión que le dio la casa solo obtuvo una sonrisa como respuesta. Era un edificio de tamaño muy respetable, dos pisos más la buhardilla. La planta del edificio tenía forma de T, aunque Esther sabía que antes tuvo forma de cruz griega pero en una reforma fue derrumbado uno de los bra-zos, dándole esta singular disposición. La casa llevaba mucho tiempo desocupada y hasta hacía poco había sido una atracción turística por su amplia gama de utilidades. Fue la resi-dencia de una acaudalada familia; al sufrir algún tipo de desgracia, la familia se mudó y el edificio se convirtió en ayuntamiento y residencia del alcalde, pero no conservó esta fun-ción mucho tiempo debido a su posición relativamente alejada del pueblo. Después pasó muchos años deshabitada, hasta que la madre de Esther decidió que ella y su marido pod-ían ejercer su profesión con más comodidad asentándose en un pueblo de pocos habitan-tes.

Era precisamente en la larga historia del edificio en lo que pensaba la chica mien-tras atravesaba la pesada puerta de entrada y se topaba con un objeto que se alzaba so-bre la pared opuesta: un cuadro de por lo menos dos metros de ancho y y uno y medio de alto. Una familia notablemente parecida a la suya la observaba desde el óleo. Eran tres las

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figuras que se distinguían, un matrimonio joven y un chico que rondaría los quince años. Poco fue el tiempo que dedicó a su observación y enseguida comenzó a explorar su nueva casa. Conforme subía las escaleras y cruzaba el largo pasillo que conducía a su nuevo cuar-to, se percataba del color y forma de puertas y ventanas que daban a la casa un aire pinto-resco y polvoriento que a ella le resultaba muy agradable. Al llegar a su habitación le bastó un rápido vistazo para darse cuenta de que superaba con creces a su antiguo dormi-torio. Era mucho más espacioso y luminoso, había grandes muebles de madera que parec-ían dignos de un rey, pese a estar un poco carcomidos.

Entonces, y sin previo aviso, Esther escuchó unos sonidos realmente extraños que provenían del piso superior. Algo se movía torpemente mientras se oía el arrastrar de un objeto metálico. Aunque el sonido era más bien leve, consiguió despertar la ya de por sí fácil de incitar curiosidad de Esther. De forma que bajó las escaleras e informó a sus pa-dres, de una forma un tanto exagerada, de los ruidos que había oído. Su madre contestó con resignación que, según le habían contado, tenían la falsa habitada por ratas del tama-ño de bisontes. Aunque las ratas no encajaban con los sonidos que ella había oído, no le dio más importancia de la debida y siguió su exploración hasta bien entrada la noche.

Durante la cena, como era de esperar en un día tan significativo, no faltó tema de conversación. Hablaron de la casa y del pueblo, y de la nueva vecina de la familia, Sara. Con esta última la madre de Esther había entablado algunas charlas de corta duración y, al haberle causado buena impresión, la anciana fue invitada a almorzar al día siguiente. Lo último de lo que se habló fue del cuadro que colgaba en la entrada. Según su padre, el hombre que le había ayudado a bajar el equipaje le había contado que perteneció al alcal-de que había utilizado la casa como residencia y que, debido al tamaño de la obra, no se la llevó al cambiar de domicilio.

Una vez en su cuarto, muy nerviosa, Esther consiguió dormirse penetrando en un extraño sueño del cual no se puede decir mucho ya que fue uno de esos sueños confusos, en los que nada tiene sentido. Lo único que se puede mencionar es que, en cierto mo-mento, el producto de su imaginación, una personita a la que no se le veía la cara, emitió un agudísimo grito que consiguió despertarla bien entrada la noche. Un poco alterada por un estruendo que creía imaginario, volvió a dormirse.

Al día siguiente, en el gran salón, Esther y su madre entablaban conversación con la anciana vecina. Discutieron un poco de política, hablaron de la fauna de la zona y, como por otra parte ya era una costumbre, comenzaron a hablar de la antigua casa. La chica y su madre le proporcionaron toda la información que habían conseguido reunir en el esca-so tiempo que llevaban viviendo en ella y, después de contarle a Sara la historia que ella conocía bien, la vecina se quedó con una mirada sorprendida que pareció ir cargándose de malicia. Sara les comunicó que aún no sabían lo más característico del edificio, lo que le había dado tanta fama. Algo que les sucedió a sus primeros ocupantes. Cuando su ma-dre preguntó de qué familia se trataba, le contestó que hacía tiempo que se habían perdi-do los nombres y apellidos de los desdichados. Al parecer, eran un matrimonio y cinco hijos. Fueron ellos quienes mandaron construir el edificio. Eran personas opulentas. Pero muy a su pesar no la pudieron disfrutar mucho tiempo, ya que, por una causa desconoci-da, uno de los hijos, el mayor, enloqueció. ¿Cómo que enloqueció?, os preguntaréis, como preguntó Esther a Sara, completamente fascinada. Ocurrió que el muchacho se levantó a altas horas de la noche y, por lo que se supo después, fue un hacha el arma que utilizó pa-ra asesinar, uno por uno, a todos sus hermanos a sangre fría. Tal fue la barbarie de los gol-pes que muchos de ellos quedaron totalmente irreconocibles. Pero es que aún hay más: no fueron solo cuatro los cuerpos inertes que encontraron envueltos en sangre, sino cin-

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co. Este último fue atribuido a una supuesta novia del joven. Pero nadie reclamó el cadáver.

El breve silencio que siguió al relato estuvo marcado por la expresión de sorpresa de Esther y el poco efecto que tuvo sobre su madre (que esa misma noche confesó que ya le habían contado la historia un par de veces). Después de un largo rato durante el cual no se dijo nada de trascendencia, Sara se marchó dando paso al crepúsculo.

Durante la cena, Esther estuvo absorta en sus pensamientos. Podrían haberle pre-guntado sobre lo que estaba masticando y no habría sabido qué contestar. Así que des-pués de una cena silenciosa, la chica se fue a su dormitorio, dispuesta a intentar conciliar el sueño pese a las imágenes que su mente estaba produciendo, fruto del relato de la an-cianita.

Esa noche sus sueños no fueron más nítidos que la primera vez. Eso sí, todas las escenas de la siniestra película onírica estaban marcadas por el mismo elemento, la san-gre. Fuera cual fuera la situación, la sangre se abría paso a través de la escena hasta inun-darlo todo de forma agónica. Nuevamente fue un grito lo que la expulsó de aquel caos y la devolvió a su habitación. Empapada en un sudor frío como el hielo y totalmente agotada, se disponía a cerrar los ojos de nuevo cuando a sus oídos llegó otro grito. Un grito cargado de angustia. Este estaba segura de que no era producto de su sueño. Se quedó inmóvil, envuelta en la oscuridad, y no fue hasta escuchar un tercer grito mucho más alto y agudo que los dos anteriores cuando reaccionó, levantándose dispuesta a comprobar cuál era la fuente de los berridos de angustia que justamente acababan de cesar.

No obstante, algo extraño estaba pasando, no encontraba el interruptor de la luz en la pared, ni vio la lámpara de araña que colgaba del techo del pasillo. Lo que sí cons-tató es que los muebles, que esa misma mañana estaban carcomidos y estropeados, aho-ra parecían nuevos y relucientes a la luz de la luna que se filtraba por la ventana. Bajó las escaleras a toda prisa, no entendía nada y de sus ojos empezaban a brotar lágrimas de confusión y miedo. El primer piso estaba completamente sumido en la oscuridad, no pod-ía distinguir ninguna figura y tuvo, entre sollozos, que que guiarse valiéndose de su me-moria ya que nuevamente no había conseguido encontrar ningún interruptor. Cuando estaba a punto de llegar a la puerta del dormitorio de sus padres, tropezó con algún obje-to y cayó al suelo, dándose cuenta de que estaba encharcado. Era un líquido tibio, des-agradable al tacto. Fue en ese momento cuando sus pensamientos, totalmente alborota-dos e hiperactivos, se centraron súbitamente en el objeto que le había hecho tropezar. Comenzó a palparlo y se levantó dando un grito cuando comprendió qué era aquel obstá-culo, además de la fuente de aquel fluido. En los posteriores segundos de silencio, roto solo por ocasionales llantos, pudo oír de nuevo aquel sonido. Algo en el piso superior hab-ía comenzado a desplazarse hacia las escaleras, acompañado nuevamente del arrastrar de un objeto metálico.

Una idea, una macabra idea, brotó entonces en Esther. Una idea que explicaba por qué los muebles parecían nuevos y por qué no había luz. Mientras ella se negaba a acep-tar algo que no creía posible, el ruido había llegado hasta escasos pasos de su posición. Esther dejó escapar una última lágrima mientras el ruido dejaba caer el pesado objeto metálico sobre el quinto cuerpo.

Jorge Juan Marco Guimbao, 4º ESO C

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El elixir de la inmortalidad

U n día, en el parque, un señor mayor con pinta de abuelito me ofreció un caramelo. Como era muy goloso, acepté y me empezó a contar his-

torias. Era un hombre sorprendente, que había vivido muchas aventuras, y yo, como cual-quier niño de nueve años, estaba deseoso de escucharlas todas. Así empezó todo. El an-ciano decrépito seguía acudiendo al mismo banco, pero cada vez parecía más joven. Otro día me invitó a comer, pero se le olvidó decirme que yo pondría la carne.

Elvira Muzás Crespo, 2º ESO A

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Poesía en castellano

Bachillerato PRIMER PREMIO: “Fuego y Gomorra”, de Nacho Blanco Albericio

MENCIÓN ESPECIAL: “Me dijeron que tuviera un sueño”, de Luis Ciurana Fontané

Segundo ciclo de ESO

PRIMER PREMIO: “La nana del mar”, de Anna González Gómez

Primer ciclo de ESO

PRIMER PREMIO: “Bella”, de Jerôme Berdiez Gargallo

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Roxana Scurtu, 4º ESO B

Premio Goya de pintura 2º ciclo ESO

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Fuego y gomorra

L legados a este punto, obviemos las tardes

sin descorchar donde sospechosas habitaciones suplicaban piedad a mortíferos chillidos. Esos purés viscerales que zurcías en las noches embotadas, siempre y cuando, voláramos en cincuenta mil pedazos, las cascadas de mi ginebra . Esos revueltos de reproches, en los umbrales de la ferocidad. Esa ira de Ginsberg, que se postraba entre las gotas asfaltadas del miedo. Esas tardes sin afeitar con estruendos de fábrica, esa mueca reiterada, esa burda ruleta cerrada, y casinos cerrados. Los cabarets de la mujer barbuda. La mentira recién comprada, aún sin estrenar.

Nacho Blanco Albericio, 2º Bachillerato D

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Me dijeron que tuviera un sueño

M e dijeron que tuviera un sueño, me dijeron coge las estrellas,

míralas brillar bellas, ahora son solo un recuerdo.

Porque la vida es un sueño pero los sueños pueden ser pesadillas, ya no hay maravillas, solo malos recuerdos.

Ahora se quejan de que me quejo, yo no me quejo de sus quejas que ellos tuvieron sus sueños, y los míos, entre rejas.

Un día más no hay novedad, el tiempo, como la muerte, no tiene piedad.

Todo está vacío, el instituto está lleno de muertos que tienen recuerdos de haber vivido.

Solo hay vacío y carcasas ¿Por qué no destruirlo? ¿Por qué no un nuevo mañana?

En los libros veo bellas mentiras de un reo que se expía.

Solo este triste alegato de loco al que llaman poesía, me entretiene, solo en triste fin de plomo, tu nombre en mármol, en relieve.

Y algún día me iré, y algún día llorarás,

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y algún día reiré, mientras te secas.

Las lágrimas de plata que brotan de tus ojos, bellos pero por el llanto rojos, blancos y fríos como la escarcha.

Y algún día llorarás y yo estaré allí, y algún día reirás y será por mí

y algún día bailaremos podrás cantar y nos corresponderemos y no volver a llorar.

Recodar que hay un destino escrito para mí igual que hay otro sino escrito para ti.

Recordar que hay un futuro hay que ser fuerte has de ser duro hasta que venga la muerte.

Y algún día llorarás y no estaré contigo pero recordarás que estuviste conmigo.

Volverás a callar, volverás a sufrir, Y tu cantar, volverá a plañir.

Pero podrás decir que alguien te ha correspondido y volverás a reír aun habiendo sufrido.

Te levantarás y serás fuerte recordarás que te viví que tuve esa suerte suerte de que nací.

Luis Ciurana Fontané, 2º Bachillerato D

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Nana del mar

I ncluso si me convierto en gotas de agua de mar Mi corazón será tuyo por siempre y más.

No me importa si ahora espuma soy. Te cuidaré desde aquí, mi querido amor. Anhelaba pedirle un deseo al cielo que, Lleno de estrellas, me está vetado. Hasta la mayoría de edad no podía subir Y lo miraba, acercándome y suspirando. Una noche de furiosa y cruel tormenta Me acerqué a la superficie a ver las estrellas. Oh, cómo bendigo a esa maldita marea Pues trajo hasta mí tu gran belleza. Sin embargo tu amor no podía tener Pues tú tenías piernas y yo cola de pez. Fui a la bruja del mar, a ver qué podía hacer Y me dio un hechizo para a tierra ascender. Incluso si siento mil cuchillas al andar Mi corazón será tuyo por siempre y más. No me importa si no puedo hablar. Me conformo con observarte bailar. De nuevo, vi que el que me mirases era imposible. Estabas ciego desde que bailabas con la niña irresistible. Con todo esto, no quise apartarme de tu lado. Tanto te quería que todo por ti lo habría dado. Una noche estrellada me asomé al balcón. Quería ver mi hermoso y tranquilo hogar. De pronto, mis hermanas asomaron con preocupación. Tenían un mensaje muy importante que dar. Si antes del amanecer no volvía al mar, Mi cuerpo se consumiría como madera al quemar. Para impedir esto, a alguien debía matar. A aquel a quien mi corazón quería entregar. Me ofrecieron un cuchillo de plata y lloré.

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Me di media vuelta y a tu cuarto entré. Te vi con ella y la daga alcé. No pude, tiré el arma y al mar me arrojé. Mi cuerpo se convierte en gotas de agua de mar. Ahora formo parte de mi dulce hogar. Mi tierna nana algún día te llegará. Mi corazón será tuyo por siempre y más.

Anna González Gómez, 3º ESO D

Bella

B ella, tú eres mi flor, enamorado estoy de tu corazón.

Apaciguando estoy mi ansia por verte, tú eres mi vida y a la razón no atiendo del amor que siento. Imaginando estoy tu rostro cada día y zurciendo mi corazón para enamorarte y obtener tu amor.

Jerôme Berdiez Gargallo, 2º ESO E

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Ensayo lingüístico

PRIMER PREMIO:

El origen común de las lenguas europeas: El indoeuropeo. El latín como lengua de cultura europea. Implicaciones historias y políticas, de Antonio Candado

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El origen común de las lenguas europeas: El indoeuropeo.

El latín como lengua de cultura europea. Implicaciones historias y políticas.

E l indoeuropeo es la protolengua de los distintos dialectos extendidos por Eurasia:

ámbito geográfico de los territorios europeos y asiáticos en la unión subcontinental.

Esta lengua ha sido reconstruida a partir de las lenguas en las que ha derivado, se puede sa-ber con certeza que las ramas principales en las que se ha subdividido han sido las siguientes:

Anatolio (usado en Asia menor en concreto en la Península Anatólica),

Griego (idioma de la Hélade),

Balcánico (propio de los territorios balcánicos),

Itálico (usado en la Península Itálica),

Celta (lengua de Gran Bretaña y Francia),

Germánico (en la Península Nórdica, Escandinavia, Nueva Zelanda y parte del continente ame-ricano),

Báltico (en Lituania y Letonia),

Eslavo (en Europa central, oriental y norte de Asia),

Indo-Iranio (en Oriente Medio y Asia Meridional, incluye el persa, Bengalí y el Hindú-urdu co-mo lenguas mayoritarias)

Tocario (lengua muerta que se data por el historiador griego Ptolomeo y se cree que fue usada entre los siglos VI y VIII en China).

El indoeuropeo puede concebir una división fonética entre las anteriores derivaciones debido a la reconstrucción de los fonemas /*k/, /*g/, /*gh/ bifurcándolas de la siguiente manera:

Centum: lenguas occidentales o no palatalizadoras (procede del latín “kntom”),

Satem: lenguas orientales o palatalizadoras, pues la /k/ no se mantiene porque la palatalizan en /č/, /š/ o /s/

La conciencia de una familia lingüística común entre los idiomas más antiguos, procede del holandés Marcus Zuerius van Boxhorn, quien en el siglo XVI había descubierto similitudes entre el idioma avéstico (Irán), el antiguo Persa (Turquía) y el sánscrito (India), que se asociaban, apa-rentemente, con lenguas europeas en un grupo que denominó Escítica.

Basado en este estudio, el cual no obtuvo una trascendencia relevante, en el siglo XVIII el filó-logo inglés William Jones (quien estudió las semejanzas entre el griego, el persa, el sánscrito y el latín) volvió a encontrar similitudes, esta vez respaldadas por el estudio del germano Franz Bopp que añadió, además, su exhaustivo examen en múltiples cognados.

Los cognados son, en términos lingüísticos, los diversos términos provenientes de un origen etimológico común, pero con una distinta evolución fonética e incluso gramatical. Esto se debe a que el término base sufre degeneraciones por el uso y evoluciones por el contacto con especifi-caciones lingüísticas de los pueblos que lo han usado. Los ejemplos más claros son los siguientes:

1º: noche (castellano); night (ingles); nuit (francés); noc (polaco); nox (latín); nykhta (griego). Todas ellas provienen del proto-indoeuropeo “nekt”.

2º: estrella (castellano); star (ingles); étoile (francés); stern (alemán); stella (latín)

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aster (griego). Todas ellas provienen del proto-indoeuropeo “ster”.

En el caso de Europa, la mayor influencia en la actualidad la ha aportado el latín, ya que su extensión está estrechamente vinculada con la del Imperio Romano. El griego, en cambio, ha de-jado rastro en el Mediterráneo debido únicamente a la influencia comercial de la Hélade tanto con Hispania y la Mauritania (o Norte de África) como con el Imperio Otomano en el estrecho del Bósforo.

La influencia capital del latín frente al griego parte de un concepto estrictamente militar, esto se refleja en que, si Grecia hubiera contado con unos procesos demográficos válidos para soste-ner un ejército más amplio, podría haber gozado de periodos de expansión acordes a la impor-tancia cultural y la complejidad lingüística helena. Ambas potencias, la helénica y la romana, con-taban con elementos bélicos similares como puede ser el uso de la “Echelon” (carga frontal de masas de infantería), e incluso el uso de los conceptos de falange tras las reforma hoplitica griega o la reforma del general Cayo Mario en Roma, pero esta última superó a Grecia por dos motivos de vital importancia.

El uso de tropas auxiliares compuestas por voluntarios, esclavos o nativos para dotar a la le-gión de una autosuficiencia de reemplazos y la demografía acorde en el imperio para mantener estos efectivos.

La flexibilidad de la legión incluyendo elementos como la caballería en el uso de exploración, técnicas defensivas colectivas.

Esta superioridad en el aspecto técnico llevó a Roma a conquistar gran parte de Europa e hizo que Hispania cayera bajo el dominio romano y por consiguiente en su influencia lingüística y cul-tural. Además, se puede encontrar en la mayoría de pueblos de Europa (exceptuando Britania) un interés recíproco entre los conquistadores y los conquistados por la adquisición del latín debi-do a dos motivos principales:

El latín era una lengua compleja, elaborado y con unos conceptos lingüísticos de los que la mayoría de dialectos carecían (solían limitarse a conceptos del hogar, de la naturaleza, la guerra y una religión primigenia).

Roma era la gran conquistadora del Mediterráneo, y por ello, adquirir la lengua latina era la única posibilidad de poder comerciar en el exterior, pues el imperio solía valerse de los recursos autóctonos y establecer campamentos de legiones.

El último de los motivos nos lleva a observar el mestizaje cultural y la influencia de Roma allá por donde pasara: a diferencia de los vikingos, berserkers, turisas y otros muchos pueblos bárba-ros del norte, Roma no llevaba a cabo ataques fugaces sobre un poblado para saquear y retirar-se, el imperio Romano buscaba la conquista del terreno y generalmente solía establecer sus le-giones en lugares ya conquistados. Muchas ciudades de España reciben la influencia del latín hablado por aquellas legiones en sus nombres así como en sus gentilicios.

El latín en la ingeniería.

El latín y su completísimo espectro de vocablos permitieron llevar a cabo las modernizaciones más impresionantes del mundo clásico a todos los rincones del imperio, comenzando por un complejo sistema de ingeniería. Roma comunicó todas sus ciudades con un duradero sistema de calzadas, todavía usadas en nuestros días. Como ese ejemplo podemos encontrar tantos otros, incluyendo los acueductos, los puentes o los embalses. Además, siguiendo la estela de los grie-gos, invirtieron en el espectáculo, pues todas las ciudades contaban con anfiteatros, teatros, cir-cos, foros y termas. Gran parte ha perdurado en el tiempo hasta hoy.

El latín en la cultura religiosa.

Roma extendió su cultura politeísta, también herencia de los pueblos helenos, pero solo hasta la conversión del emperador Constantino en el año 313, cesando así la persecución de cristianos. Pero habría que esperar hasta la llegada del emperador Teodosio para que el Cristianismo fuera la religión oficial del imperio. En este momento el latín se solapa a la transmisión de la cristian-

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dad por todo el orbe e incluso está escrita en latín la Biblia Vulgata de San Jerónimo.

Este vínculo ha perdurado durante todo el Medievo, cuando el latín fue la lengua de cultura entre aquellas minorías alfabetizadas; a lo largo de todo el neoclasicismo renacentista, a través de las oscuras obras románticas del siglo XVIII. Este idioma ha sido más o menos influyente según tiempo y lugar, pero en el seno de la Iglesia siempre ha sido hablado y estudiado por el clero, desde el más humilde fraile o escribano hasta cardenales u obispos. Un pequeño rescoldo inco-rruptible de la lengua latina se encuentra en las misas oficiadas en su formato original, tanto es así que esta tradición lingüística se refleja en que el latín actualmente es lengua oficial de un país: El Estado Pontificio.

El latín en las ciencias.

También podemos encontrar un espacio muy importante dentro de las ciencias para el latín, idioma que eligieron Newton y Leibnitz para el desarrollo y la descripción de su cálculo infinitesi-mal. La física experimental atribuida a Galileo y la más moderna de Newton también se hallan en dicho idioma y no es de extrañar porque la ciencia se ha erguido desde el principio de los tiem-pos en base a palabras y conceptos greco-latinos. En la filosofía también se ve el latín como len-gua de cultura ya que Descartes rehusó escribir el Discurso del Método en francés.

En Roma y en latín aparece también el tratado de medicina más completo de la antigüedad llamado De Medicina, cuya autoría se atribuye a Aurelio Cornelio Celso, en el que se recoge toda la medicina griega y se crean conceptos como los hospitales de campaña y el servicio médico público.

El latín en la política.

El concepto político que nos ha dejado en herencia Roma ha influido hasta nuestros días en-contrando los primeros modelos de los que se componen los gobiernos actuales, en cuanto a las figuras de los cargos ministeriales, y los modelos de las democracias actuales (referido al sistema de votación, derechos civiles y derechos políticos así como obligaciones).

En este esquema se observa el proceso de votación y los cargos menores:

Los patricios elegían al Senado, que se encargaban de la política exterior (Ministerio de Exterior).

Los plebeyos elegían al Tribuno de la Plebe, que defendía los derechos del pueblo (Cargo de Justicia).

En los Comicios (votaciones) tanto patricios como plebeyos elegían a los magistrados y vota-ban las leyes.

En este otro se puede apreciar los diferentes tipos de magistrados:

Cónsul: mandaba al ejercito y convocaba asambleas (Ministro de Defensa).

Pretor: impartía justicia (Ministro de Justicia).

Edil: administraba la ciudad (Gobierno Civil).

Cuestor: gestionaba el tesoro del Estado (Ministro de Economía).

Censor: censaba a los ciudadanos según su poder económico (Función de Hacienda).

En cuanto a la importancia del latín en la elaboración de leyes, encontramos una obra que es conocida como la Ley de las XII tablas datada del año 451 a.C., pero solo fue capaz de preceder y sentar las bases del a la obra Codex Iustinianus, de Justiniano en el año 529d.C. y que fue refor-mada en torno al 534d.C. con el nombre de “Corpus Iuris Civilis”.

Tal es la influencia de los códigos de Justiniano así como sus antecesores, que en ellos pode-mos encontrar la base del Derecho Romano cursado hoy en día en nuestras universidades y vi-gente en nuestros códigos penales. También se encuentran cantidad de expresiones de Roma ahora reconocidas como “latinismos” y usadas en nuestros ordenamientos jurídicos. Esta lengua todavía perdura, no solo en nuestras bases culturales, sino en todo cuanto nos rodea para recor-darnos de qué lugar proviene la grandeza de Europa.

Antonio Candados, 1º Bachillerato nocturno B

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Héctor Nasarre, 2º Bachillerato G

Premio Goya de pintura Bachillerato

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Relato histórico

PRIMER PREMIO:

El sombrero que nunca se puso, de Elvira del Pilar Muzás Crespo

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El sombrero que nunca se puso

"No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país" J.F.K

C uando al fin descendí del 707, una multitud gritaba emocionada. No era algo previsible, pues nos habían comentado a Jack y a mí que quizás no fué-

ramos bienvenidos aquí. Bajé poco a poco las escaleras del avión, con mi marido detrás, emocionados, pues el recibimiento era espectacular. Allí estaba congregada una gran canti-dad de gente, muchos con pancartas, todos a favor del hombre que llevaba detrás, o al me-nos los que yo alcanzaba a ver. Casi me caigo por las escalerillas, pero no se notó apenas y pude mantener el equilibrio.

En cuanto finalicé la pesadilla de descender por aquellos traicioneros escalones, un hombre con aspecto bonachón me saludó, estaba al lado de Claudia, era el alcalde de Da-llas. Al principio no me había dado cuenta, pues las escaleras me habían despistado. A la derecha del alcalde estaba su mujer, era muy agradable y me entregó un ramo de rosas. Había doce y olían de maravilla. Me alegraba ver tanta gente feliz. Jack y yo nos acercamos a las personas que había detrás de las vallas y les estrechamos las manos a las que pudi-mos, pues enseguida tuvimos que apartarnos de allí.

También había centenares de policías, ¡hasta en los tejados! Yo ya lo había superado un poco, pero mi hijita Caroline aún se preguntaba por qué había tanto interés por papá. ”Porque es el trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos”, le respondía mi pequeño John. Qué orgullosa estaba de ellos, cómo los echaba de menos, me hubiera gustado que mi adorable Patrick hubiera visto también a su padre en la Casa Blanca y hubiera pregunta-do eso.

Subimos a la limusina que nos llevaría hasta el Centro del Comercio. El gobernador Connelly estaba de pie cuando al fin pude acceder a la limusina. Jack y yo estábamos en la parte trasera del auto, detrás del gobernador y su esposa. Yo me sentaba a la izquierda y él a la derecha, para saludar a la multitud, o eso me dijo él. Durante todo el viaje estuvo contándome anécdotas divertidas que no me había podido decir en el avión, pues estaba repasando el discurso. También se reía del hecho de que le hubieran regalado un sombrero en el almuerzo. Se lo había dejado en el avión y aún no se lo había puesto, pero prometió que se lo pondría el lunes, cuando estuviéramos en casa. Hogar, dulce hogar.

La calzada estaba seguramente hirviendo y hacía que el calor llegara hasta nosotros. El sol picaba y ahora me arrepentía de haberme puesto aquel traje de lana rosa con el som-brero redondo a juego. Tenía mucho calor dentro de la limusina. Menos mal que no estaba cubierta porque si no nos estaríamos asando en estos momentos. Jack estaba feliz, saluda-ba a la multitud y me comentaba algún que otro detalle gracioso. Yo solo podía pensar en el calor que estaba pasando, pero lo soportaba como podía. Llevaba las gafas de sol y se me caían de vez en cuando, debido al sudor, así que me las colocaba de nuevo y vuelta a

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empezar.

Los colores de nuestro país inundaban la calle, rojo, blanco y azul estaban repartidos a diestro y siniestro por todos los rincones de Dallas. En las aceras predominaban los ado-lescentes y los niños. Cuán apuestos iban con sus pajaritas los niños y las niñas con sus fal-das almidonadas. Había aproximadamente cinco mil personas abarrotando las calles, la multitud había aumentado considerablemente. Seguía habiendo muchos policías en la ca-lle, además de la docena de motocicletas que nos franqueaban, aunque yo pensaba que era innecesario. ¿Quién iba a querer matar a Jack?

Poco a poco, llegábamos al Palacio de Justicia para ir hacia el Centro del Comercio. Eran las doce del mediodía, estábamos entrando en la plaza Dealey y la limusina estaba acelerando, ya que llevábamos 6 minutos de retraso. El viento me revolvía el pelo, que aun sujeto con cantidades ingentes de laca no aguantaba el fuerte viento de Texas. Tras pasar por el Ayuntamiento, giramos y llegamos a la calle Elm, en la que se situaba un enorme edi-ficio que según me había comentado el gobernador era el Almacén de Libros Escolares de Texas.

—No puede decir que Dallas no lo quiere, Sr. Presidente —dijo Nellie, la mujer de Connelly.

De repente, un fuerte estruendo resonó en mis oídos. Jack estaba a mi lado, pero tenía una herida en la espalda. Se desmayó, y yo lo tiré en el asiento y le alcé la cabeza para mirar dónde estaba herido. Le sangraba la garganta. Yo le sostenía el rostro entre mis ma-nos, intentando despertarlo. Y de nuevo, irrumpiendo como una tormenta, otro estruendo. Aquel disparo impactó de lleno en la cabeza de mi pobre Jack. Mi rostro se había llenado de la sangre y no veía bien. Por favor, ¿nadie podía ayudarme? Me subí a la parte trasera del coche para pedir ayuda y vi que agentes del servicio secreto corrían detrás de nosotros, con armas en las manos, y se subían al coche.

Oh, no. Oh, no. Oh, no. Mi pobre Jack no me puede dejarme, no ha visto crecer a nuestros hijos, no ha visto a John convertirse en un apuesto hombre ni a Caroline en una dulce dama. Lo acurruqué en mi regazo y desde ese momento hasta llegar al hospital no recuerdo apenas nada del viaje más largo y angustioso de mi vida. Ruidos y mi pobre, pobre marido muriéndose entre mis brazos.

Cuán cruel es la muerte que llega sin avisar, arrebatándonos a los que más queremos. Pues no nos engañemos, ella llega siempre, sin pausa pero sin prisa, nunca se adelanta ni se atrasa, puntual como un reloj, apagando la luz de la vida de quien ha de fenecer. Su acción lenta azota tanto a viejos como a jóvenes, fría como el hielo. Seductora, es una amante en cuyos brazos caemos, nos acuna cual madre haciendo que descansemos felices en el repo-so que tanto anhelamos, un sueño eterno. Pues si mi Jack ya no volvía a abrir los ojos, o a susurrarme un “te quiero”, no iba a llorar, iba a ser fuerte, por él, por mi país y por mis pe-queños.

No me dejaron entrar en la sala donde lo atendían y me quedé esperando, con el al-ma hundida, a que las buenas noticias llegaran. Toda espera fue en vano. A la media hora me anunciaron que ya no se podía hacer nada más por su vida, que lo único que se podía hacer ahora era aguardar a que su alma se reuniera con su hermano y el pequeño Patrick. También me comentaron que el gobernador Connelly estaba en estado crítico, ya que la bala que había atravesado a mi difunto marido había impactado en su tórax.

Me fui y me lavé la cara en el baño. ¿Cómo les iba a decir a mis hijos que su padre estaba muerto?

Cuando salí del baño, había dos sacerdotes cerca de la puerta donde estaba mi mari-

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do con unos cuantos agentes del Servicio Secreto. Yo entré con ellos y pude presenciar cómo mi Jack recibía la extremaunción, a las puertas de la muerte. Estaba tapado con una sábana pero uno de los sacerdotes la retiró hasta la mitad de la cara para poder adminis-trarle los últimos sacramentos de la Iglesia. Sus ojos estaban cerrados y su cara estaba sere-na. Cuando terminó, salimos de la sala de Emergencias.

No podía creerlo, no podía creer que la persona que yo más quería en este mundo ya jamás estaría a mi lado. El sacerdote me presentó sus condolencias y las de sus parroquia-nos. Tras tenerle que dar la extremaunción a su Presidente parecía haber envejecido diez años, estaba pálido y conmocionado. Le di las gracias por todo lo que había hecho y le pedí que rezara por mi Jack, por su alma, porque estuviera en paz. Y me aseguró que lo haría.

Lyndon, el vicepresidente, se había marchado en un momento como este. Había lla-mado a un coche funerario para que llevara a mi pobre esposo al aeropuerto, y embarcar-nos en el Air Force One de camino a Washington, a casa. Subieron a mi marido al coche, en el ataúd. Yo me senté delante, en ese mismo auto. El transcurso del viaje se me hizo eter-no, mientras, los agentes del Servicio Secreto me comentaban las novedades.

—Estamos haciendo todo lo posible por encontrar al asesino de su marido, seño-ra — me dijo uno de ellos.

—¿Y el Vicepresidente Lyndon? —le espeté yo—. No sé por qué no está aquí.

—Va a prestar juramento como Presidente de los Estados Unidos de América en el Air Force One, señora.

¿Qué? No hacía ni mediodía desde que su Presidente, su amigo, había fallecido y ya estaba pensando en ocupar su puesto. Me parecía indignante. Pero no dije nada, pues no valía la pena. Llegamos, y allí estaba el avión esperándonos. Primero subió Jack en su caja de madera, y tras él subí yo. Subí sin ayuda. Había perdido las gafas y el sombrero, al igual que los guantes. El vestido estaba lleno de manchas y las medias estaban virtualmente sa-turadas de sangre.

Llegué arriba de las escalerillas, con toda la serenidad que pude. Lyndon se encontraba ro-deado de gente en el compartimento en cuya parte frontal estaba el cuerpo de mi Jack. ¿También quería tener por testigo el cuerpo de mi marido, todavía caliente? Durante el juramento casi me echo a llorar. Me recordaba aquel día en el que el hombre que juraba su cargo era mi marido, diciendo aquellas mismas palabras. Después, me senté en mi asiento y cerré los ojos, imaginando un mundo mejor, pero sin dormir, era incapaz. En mi mente lo sucedido se arremolinaba dentro, y no me dejaba descansar, dejar la mente en blanco.

A los cinco minutos vino mi secretaria con una caja. La abrí y ahí estaba. El sombrero que le habían regalado esa misma mañana. Un sombrero sin dueño. El sombrero que nunca se puso. Elvira Muzás Crespo, 2º ESO A

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Índice

Calabozos y calabazas ... ..................................................... 6

Cantan los pájaros de noche .............................................. 8

La vista .................................................................................. 9

La casa de Esther ................................................................ 11

El Elixir de la inmortalidad .................................................. 14

Fuego y gomorra ................................................................ 17

Me dijeron que tuviera un sueño ........................................ 18

La nana del mar .................................................................. 20

Bella .................................................................................... 21

El origen común de las lenguas europeas: El indoeuropeo. El latín como lengua de cultura europea. Implicaciones historias y políticas ............................................................. 23

El sombrero que nunca se puso ......................................... 28

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Esta edición no venal, con fines pedagógicos y hecha para

su distribución entre el público lector del Instituto de Enseñanza

Secundaria Goya de Zaragoza, reúne los textos premiados en

la modalidad literaria de relato y poesía en castellano, ensayo

lingüístico y narración de recreación histórica que se han otor-

gado en los Premios Goya 2012-2013.

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