Premiados IX Concurso relato breve "José Luis Gallego"

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RELATOS PREMIADOS 2014

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Relatos premiados en el IX Concurso de relato breve, organizado por la Asociación de Vecinos de Aluche en colaboración con la Biblioteca pública "Ángel González". Abril 2014.

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RELATOS PREMIADOS2014

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Acta del jurado. IX Concurso de relato breve “José Luis Gallego”

En Madrid a 3 de junio de 2014, a las 19:05 horas, en la sala multiusos de la Biblioteca Pública de Aluche “Ángel González”, se celebró la entrega de premios del IX Concurso de Relato Breve “José Luis Gallego” (Asociación de Vecinos de Aluche con la colaboración de la biblioteca Pública “Ángel González”).

El jurado del concurso estuvo formado por:Presidente: Jaime Miranda CórdovaSecretaria: Alicia Sánchez Piris Vocales: Javier Burgos Tejero, Esperanza Vivas González y Alberto de Frutos Dávalos.

Tras su deliberación, el jurado acordó otorgar, por mayoría absoluta, los siguientes premios y distin-ciones:

Primer Premio: “Aluche, Barrio-Nación” de Juan Antonio Calvo García.Segundo Premio: “Prohibido hablar con el conductor” de Miguel Ángel Gayo Sánchez.Accésit: “Las voces calladas” de José María Pons Muñoz.Accésit: “La gente del parque Aluche” de Rubén Muñoz Herranz.

El resto de los relatos finalistas ordenados por puntuación es el siguiente:

“Aurelio o la flaqueza del cazador”“No éramos tan diferentes”“De mariposas, aceras y otros desvelos”“Encerrados”“La casa de los caracoles”“Un paseo por Aluche”“Cruasán en Chiky a las ocho”“Perdóname MamᔓEl mercadillo de Aluche”“Un barco”“Diarrea”“¿Alguien puede decirme quién soy?”“La isla de King Kong”“Una buena persona”“El puente del azar”

Desde la Asociación de Vecinos de Aluche queremos agradecer a todos el poder seguir afianzan-do el concurso, generando esa “mirada de barrio” que junto a otras actividades culturales que reali-zamos, realza de forma positiva nuestro entorno, Aluche un barrio vivo. Muchas gracias y desde ya mismo empezamos a preparar el X Concurso de relato breve “José Luis Gallego”.

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PRIMER PREMIO: “ALUCHE, BARRIO-NACIÓN”Juan Antonio Calvo García.

Abril 2015. Observadores mediáticos y voces acreditadas anuncian que los brotes verdes están mutando a amarillo. Especulan con síntomas claros de deflación. Los políticos y poderes fácticos lo niegan. El Gobierno español muestra las cuentas del Estado claramente maquilladas, balances económicos blanqueados y los banqueros esconden el déficit con ingeniería financiera manipulada. Movilizaciones sociales impulsan el adelanto de elecciones municipales y autonómicas. Cataluña vuelve a votar su soberanía como nación, esta vez por cauces de consenso.

Mayo 2015. La barbarie democrática ha alcanzado cuotas de alta normalidad. El Parlamento español sufre una plaga de pulgas y garrapatas. Los diputados abandonan el hemiciclo entre gritos histéricos y carreras entrecruzadas. Se convocan elecciones generales.

Noviembre 2015. El nuevo Parlamento borra del mapa las Diputaciones. Las CCAA reivindican más autonomía y autogestión. Continúan las privatizaciones. Pocas y cansinas movilizaciones sociales. Muchos trabajadores se resignan, los que no lo hacen y protestan y gritan son tachados de anties-pañoles y nazis (nunca se empleó esta palabra con tanta impunidad, comentan los medios). Las consignas populistas calan en algunas capas de la sociedad, sobre todo entre los ciegos y sordos de espíritu solidario.

Enero 2016. España sufre una nueva crisis económica y política con nuevos tufos de corrupción. Banqueros y ciertos empresarios declaran la guerra encubierta con publicidad engañosa y productos basura. Una iniciativa parlamentaria relámpago promueve la desaparición de la cámara del Senado. El Parlamento del País Vasco amenaza con autoproclamarse Estado soberano. Cataluña convoca el tercer referéndum para la total independencia de España (todos los políticos confían que esta vez saldrá por mayoría clara el “Sí”). Ante el lío institucional montado en todas las autonomías se deter-mina cambiar la Constitución y poder articular un Estado Español Monárquico Federal. El Banco de España, antes de disolverse, asegura que la recuperación económica ya desciende laderas abajo desde los Pirineos.

Junio 2016. Las CCAA devienen en Estados soberanos. Promueven sus propias federaciones in-ternas. Los brotes amarillos comienzan a coger un preocupante tono morado. En otoño de 2016 algunos Estados privatizan el agua de ríos y acuíferos, lagos, montes y los que pueden costas y playas. España se consolida como segunda residencia de los ciudadanos de países del norte y este de Europa.El cambio climático es irreversible comenta la comunidad científica. España sufre temperaturas pun-tuales de 50 grados a la sombra. El mar amenaza las costas con subidas de nivel de más de medio metro en menos de cinco años.

Diciembre 2016. Dentro de los Estados federales se van creando grupos regionales independentis-tas. Girona vota por la fragmentación de Cataluña. Osca por la de Aragón. Y de momento ahí queda todo. Pero la mecha ya se ha encendido.

Febrero 2017. El Rey Juan Carlos I de Borbón fallece, como consecuencia de un accidente domés-tico, en el último Hospital público de los Estados Federales de España. Se nombra nuevo Rey a Don Felipe VI de Borbón, llamado Rey de todas las Castillas. Los Estados no castellanos se ofenden y promueven la república en sus territorios.

Primavera de 2017. Se vuelve a cambiar la Constitución. Algunas de las Naciones que conforman el Estado Federal Monárquico de España no quieren estar bajo el yugo de la monarquía. Reniegan

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de Felipe VI. Las presiones sociales logran que se vote por una España Federal de Pueblos Libres, Soberanos y Republicanos. El doce de abril se celebra un referéndum. La mayoría vota por la Re-pública. Felipe VI de Borbón, apodado por el pueblo El Despojado, tiene que huir de la península. Se establece en el Estado de Mallorca. Que enseguida justificó su secesión de la península y se proclamó país soberano y monárquico, eso sí, lleno de Alemanes.

Otoño 2017. La economía europea no consigue alcanzar velocidad de crucero. Se forma La Liga Norte del Euro. Los países del Sur de Europa, abanderados por Italia y España, crean su propia mo-neda, el Eurito. Y montan la COPLIM (Confederación de Países Libres del Mediterráneo). España ya es la unión de 52 Estados Federales y Republicanos.

Frases satíricas y premonitorias invaden los quioscos virtuales y las redes sociales. Algunos de los miles de trinos y gorjeos de twitter y whatsapp se convierten en trending topic como: los brotes ver-des que crecían por el norte de la península se los están comiendo las cabras. Otras se difunden por su inteligente ambigüedad: tanto buscar y rebuscar por el mundo para encontrarlo en casa. O Por muy globalizado que sea el bocata sus ingredientes salen de casa de la abuela. El año 2018 comienza con agujeros financieros y movilizaciones: contra el paro, contra la dictadura del dinero, contra el abandono social de los ciudadanos por parte de sus representantes. Ciudades y pueblos españoles promueven independizase de sus Naciones, infectadas de chupópteros y corruptos. Por poner dos ejemplos espejo de otros tantos: Girona se desunió de Cataluña, pero a los pocos meses los araneses, aguerridos habitantes del valle de Arán, se separaron de Girona. Más al oeste, Bilbao levantó su propia bandera al día siguiente de la salida de Vizcaya del País Vasco.

Año 2019. Continúan independizándose algunas grandes ciudades. Ceuta y Melilla se unen a los Estados confederados del Magreb. Se formaron ciudades-estado como Barcelona, que se autode-nomina Ciudad-Nación emancipándose de la Cataluña Federal. Valencia, León, Cáceres, Sevilla la siguieron y lo mismo sucedió en muchas otras ciudades de la península ibérica. La ciudad de Madrid se aleja, políticamente hablando, de su región (o viceversa, apuntan algunos medios de ideología ambigua) y se declara Ciudad-Nación. Se configuró como una Nación Federal de distritos soberanos con participación en la Confederación de regiones y ciudades de España, creada en enero de 2020.

Otra virulenta Crisis del Capitalismo entre 2021 y 2025 agrava aún más las desigualdades sociales… La carencia de energía se hace patente y cada vez peor gestionada, el hambre y la sed en muchos pueblos del planeta Tierra se enquista, las guerras frías y cibernéticas dan la vuelta al mundo. A Eu-ropa le afecta el enfrentamiento entre sus pueblos por intereses, por religión, por comunidades de pueblos y regiones.

Continúan las fragmentaciones sociales. Los pueblos grandes y fuertes y los menos grandes ubica-dos en naciones o regiones soberanas dentro del Estado Federal de España comienzan a reivindicar su propia historia y gestión de bienes. Los ciudadanos ya no soportan más presión, se crean plata-formas independientes en las ciudades grandes. Distritos enteros, incluso barrios se hicieron cargo de la administración de sus necesidades. En octubre de 2025 algunos barrios se declararon autogestionarios y se liberan administrativamente de sus distritos. Vallecas Puente se desliga de Madrid, pasando a denominarse Valle del Kas. La La-tina es el primero en considerar una confederación de barrios. Siendo Aluche el primer Barrio-Nación de Europa, seguido de Carabanchel. Adelantándose a otros barrios más conocidos internacional-mente de ciudades como Berlín o Londres.

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Febrero 2026. Día 7. El Barrio-Nación de Aluche como sujeto jurídico y político soberano celebra su primer referéndum para aprobar su Carta Magna de Principios y Deberes. Proclama una democracia real y directa, más justa y eficaz y más activa en gestiones básicas y cruciales de los recursos. Se consigue una sobrada mayoría. En marzo se convocan elecciones. Los candidatos son vecinos del barrio, cercanos y conocidos. Se asegura una gestión pública con consultas y participación abierta a todos en Centros como la biblioteca Ángel González, donde se promueven otros eventos culturales y educativos. También se consigue el primer consenso entre todos los representantes más votados para unir esfuerzos en la solución de necesidades y problemas apremiantes como son el agua, el tratamiento de residuos, la energía y alimentación, columnas innegociables en transferirlas a perso-nas ajenas a quienes las necesitan y utilizan.

Abril 2026. El Barrio-Nación de Aluche, conocido rápidamente como la Nación Arroyo Luche, pro-mueve Planes de Ordenación Urbana acorde a los acuerdos entre vecinos, cubriendo necesidades reales y no florales. Se amplía, arregla y cuida el parque y su ría. Y se revisa la demanda de sanidad y educación con parámetros dignos y multidisciplinares, asegurando la gratuidad. El Centro de Sa-lud de Los Yébenes consigue autogestionarse y servir como plataforma de aprendizaje y servicios sociales de los futuros universitarios de enfermería y medicina de la Universidad de Aluche, cuya planificación ya está en marcha desde el 30 de abril.

Todos somos útiles y además necesitamos ser útiles, la colaboración también nos hace crecer indi-vidualmente.Evolución de la sociedad, formación e implicación social de todos, ya.Avanzad más despacio pero más seguros, más limpios y más humanos.Educación para todos y desde todos. Todo ciudadano tiene algo que enseñar al resto.Sabiduría, fontanería, transformación real y cambios reales en las estructuras físicas y mentales. Muestra de pintadas y carteles que invaden Arroyo Luche sobre todo en el intercambiador de Aluche. Recogidos entre mayo y octubre de 2026.

Enero 2027. España como tal ha desaparecido. Representantes de barrios, distritos, ciudades, pueblos y regiones de toda la península ibérica firman el Primer Pacto Supranacional de las Nacio-nes Íberas para potenciar el intercambio y colaboración igualitaria y cooperativa de necesidades y demandas conjuntas. “La definitiva solución del problema de las naciones y regiones que integran el Confederado Estado español parte indefectiblemente del pleno reconocimiento al derecho de autodeterminación de las mismas, que aporta la facultad de que cada nacionalidad y región, federación de barrios o barrio-nación pueda determinar libremente la relaciones de cooperación en programas y proyectos que compartan con el resto de los pueblos que integran el SuperEstado de las Naciones de Iberia….”. Artículo 5 del Acta Firmada por 140 de los Estados de la península Ibérica. Octubre 2026

La paradoja de un mundo globalizado, ha llevado a los pueblos y sus ciudadanos a plegarse en sí mismos para defender sus legítimos derechos. Diario de Aluche. Noviembre 2026.

Marzo 2027. La Nación Arroyo Luche se consolida como una de las administraciones más activas, solidarias y prósperas de las naciones que conforman Madrid.

El distrito de Latina y el de Vallecas son los que tienden más puentes para la colaboración en ayudas y proyectos sociales. Impulsando la cooperación con otros Barrios-Nación.

En abril de 2027 los representantes legítimos de Arroyo Luche deciden en asamblea intercambiar bienes y servicios a cambio de recuperar el cuadro titulado “Arroyada de las Huertas del Luche” de

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José Jiménez Fernández (1883), depositado en el Museo de la ciudad-nación de Jaén. Se llega a un acuerdo de colaboración en proyectos de cultura y arte entre las dos naciones. El cuadro es un símbolo del barrio en sus orígenes, tierras de huertas y arboledas. Se comentó en la asamblea del 7 de abril.

30 de mayo de 2027. Se da el chupinazo de inicio a las primeras Fiestas de Arroyo Luche de la Era Cibernética, como les gustaba añadir a los vecinos más jóvenes. Se realizó un festival en el auditorio de La Concha, recuperado veinte años después de su derribo en 2005. Se planta otro Cedro para asentar las raíces del nuevo Barrio-Nación.

El 21 de septiembre de 2027 se consiguió, en un local de Arroyo Luche, la mejor tapa de las nacio-nes de Madrid, con productos de huertas del barrio.

(…)

Resumen de algunas notas recuperadas de un pendrive de E.R.D., alumno del Colegio Costa Rica y primer alumno matriculado en la Universidad Pública de Arroyo Luche en Historia Política y Ambiental y nombrado hoy a 12 de octubre de 2028 primer representante de los barrios de Madrid en la Cá-mara de las Naciones de España.

J.A.C. Abril 2014

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SEGUNDO PREMIO: “PROHIBIDO HABLAR CON EL CONDUCTOR” Miguel Ángel Gayo Sánchez.

Subió al autobús con aquellos incómodos tacones y el nervio de una colegiala. Acababa de cumplir cincuenta años y resultaba tan anacrónica como el viejo autobús, una máquina de otros tiempos destinada al desguace.

También ella llegó a pensar que su vida se desguazaba tras el divorcio. Hacía ya diez años que su marido, sin dar tiempo a que las señales propias del deterioro matrimonial se manifestasen, decidie-ra repudiarla por una compañera de oficina más vigorosa, y que de un día para otro se esfumasen quince años de convivencia. Lo recuerda como si alguien hubiese entrado en su casa pegando una patada a la puerta y hubiese escapado con la caja fuerte. Pues a pesar de la traición, aún hoy acepta que siempre quiso a su marido, que le costó mucho tiempo olvidarlo y que desde aquel día apenas ha conseguido interesarse por otro hombre.

Pero un mes antes de que subiese al autobús con aquellos incómodos tacones ocurrió un suceso inesperado. Tampoco aquel día supo detectar las señales premonitorias del cambio. Llevaba años utilizando la misma línea para acudir al trabajo, y la rutina de la hora hermanaba a los vecinos que aguardaban cola al resguardo de una moderna marquesina de reciente instalación situada junto al recién remodelado Intercambiador de Aluche. Disponer de aquellas comodidades presagiaba una espera más larga, por lo que este tipo de modernidades se aceptaban con recelo por parte de los usuarios, más interesados en la sustitución del viejo autobús que prestaba el servicio, una tartana con la fecha de caducidad cumplida.

A esa hora también el conductor era siempre el mismo. La única novedad de aquella mañana la po-nía una ola de frío polar que castigaba Madrid y que se colaba por las costuras del vehículo. Los congelados pasajeros protestaron a grito pelado –quizás tratando de templar el cuerpo con el calor de la indignación–, pero el conductor se limitó a señalar con el dedo un cartel informativo donde se informaba del teléfono de quejas habilitado por la empresa. Cuando algún pasajero exigía mayores explicaciones, el conductor señalaba otro cartel, una minúscula chapa blanca troquelada en negro: PROHIBIDO HABLAR CON EL CONDUCTOR.

Lo que en otra persona hubiese resultado una descortesía, en este hombre se aceptaba como parte de su oficio, pues aunque evitaba la conversación con los usuarios por mínima que fuese, nunca desatendía la obligación para con el tráfico, siempre caótico y estresante a esa hora de la mañana. Y fue esta altivez, impropia de los hombres con los que ella se relacionaba, lo que llamó su atención.

Pero aquel día los ánimos se encontraban demasiado encrespados. El interior del autobús parecía un congelador y, al parecer, la exigua calefacción apuntaba hacia el conductor.

–¡Es una vergüenza. Nosotros congelados y el tío ese con los huevos calentitos! –gritó una voz anó-nima entre el gentío.

Aunque fueron muchos los pasajeros que se sumaron a la gresca, el conductor mantuvo la atención en el tráfico sin alterar el semblante. Cuando la algarabía subió de tono señaló la minúscula chapa recordando la prohibición. Esta serenidad interior en medio del caos le pareció a ella, de pronto, es-pecialmente atractiva. Tanto, que salió en su defensa:

–¡Si quieren comodidades cojan un taxi! –gritó zanjando la discusión.

Fue en ese momento cuando el conductor levantó la mirada y buscó a la heroína que salió en su defensa. Durante unos segundos, quizás demasiados tratándose de él, sus ojos convergieron en el espejo retrovisor. Y aunque en apariencia se trató de un gesto cordial, lo cierto es que esa mirada prendió en ella como una esquirla de fuego en un campo seco.

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A partir de ese día ella se esforzó en buscar aquellos ojos incendiarios. Seleccionó un asiento estra-tégico desde el que pudiera observar y ser observada, y tomó asiento cada mañana con el suspiro en el aliento. Lo cierto es que solo encontró tímidas respuestas por parte del conductor, miradas perdidas, vistazos casuales que en cuestión de segundos se retrotraían hacia la conducción. Can-sada del juego adolescente probó una nueva táctica. En lugar de tomar asiento se plantaba junto a la máquina canceladora de billetes e iniciaba una conversación banal:

–¿Se ha fijado usted en esa del vestido apretado que acaba de subir? Parece una morcilla a punto de reventar. Por cierto, ¿le gustan a usted los judiones con chorizo y morcilla?

Táctica inútil, pues el conductor se limitaba a señalar con el dedo el cartelito PROHIBIDO HABLAR CON EL CONDUCTOR sin desviar en ningún momento la vigilancia. Si ella insistía, a lo más, cinco palabras:

–Por favor, señora, las normas... –y repetía el gesto del dedo.

Esta terquedad del conductor en el acatamiento estricto de la normativa terminó por desconcertarla. Por un momento se sintió avergonzada de su comportamiento y pensó que quizás hubiese hostiga-do en exceso a este pobre hombre, a fin de cuentas un excelente profesional volcado en su trabajo. Ensayó una frase disculpatoria (“Son estos fríos invernales, nos calientan por dentro”), e incluso pen-só en cambiar de línea aunque para ello tuviese que alargar el trayecto hacia su trabajo. Y lo hubiese hecho de no ser por una conversación casual con una pasajera veterana:

–Es viudo.

–¿Quién?

–Usted ya sabe de quién hablamos.

La insinuación provocó su sonrojo y se giró hacia la ventanilla fingiendo interés por un viejo álamo que sobresalía en el Parque Aluche.

Quizás fue la visión de este querido parque (que la retrotrajo a los primeros amores furtivos) lo que provocó que recapitulase sobre lo poco que sabía de este hombre. Algunos detalles de su aspecto exterior, como el rasurado del cabello a navaja, la manicura de las manos o la ausencia de pelajos en las orejas y los orificios nasales, le hablaban de una persona predispuesta al sacrificio social, lo que contradecía aún más con la actitud esteparia que mostraba en su relación con el público. Destacaba en la piel del rostro la tirantez de las personas que pronto envejecerán, pero sin duda fue y sigue siendo un hombre atractivo, y solo el morrillo de la columna le afeaba la pose. Tampoco exhibía las típicas fotografías familiares que algunos conductores de otras líneas colocaban en el parabrisas, así que era difícil saber algo sobre su familia. Ni siquiera su nombre resultaba cierto a tenor de las contradicciones de las pasajeras más veteranas.

Con la certeza de estar enfrentándose a un corazón roto como el suyo decidió preparar el asalto definitivo. Una estrategia que hiciese saltar en pedazos las defensas levantadas por las personas que han sido maltratadas por la vida. Al igual que una generala ante la batalla final marcó un día en el calendario e inició los preparativos: insistió en las miradas picantonas, retomó las conversacio-nes banales aunque acabasen estrellándose contra el cartelito, desapareció los días previos para hacerse desear, y la víspera del día elegido acudió a la peluquería, planchó su mejor vestido y se compró aquellos incómodos zapatos de tacones vertiginosos. Así dispuesta, subió al autobús con el equilibrio en precario y los nervios de una colegiala.

La nueva pose, quizás el deseo por la ausencia de los últimos días, desviaron la atención del con-ductor e iluminaron su rostro con una leve sonrisa. Ella se colocó junto a la máquina canceladora y

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le contó algunas trivialidades para calentar el ambiente:

–Al final me comí yo sola la cazuela de judiones. Anduve con ventosidades una semana entera. Luego intentó concretar una cita.

–Llevo años sin mover el esqueleto. ¿Le gusta el baile?

Él levantó ligeramente la barbilla hacia el cartelito sin desatender la conducción.

–Me parece ridículo que todavía no nos hallamos presentado después de tantos años. Yo vivo ahí, junto a la nueva Biblioteca Ángel González, un poeta que le cantaba al amor urbano. ¿Lo sabía us-ted? –insistió ella.

–Por favor, señora, las normas... –y le señaló una vez más el cartelito.

–¡No hace falta que me lo recuerde! –le gritó ella sin importarle la cara de asombro de los pasajeros. Estaba dolida, tan dolida, que no pudo evitar que algunas lágrimas se le escapasen y le corriesen el rímel–. ¡Es usted el que no sabe leer! ¡PROHIBIDO AMAR, eso es lo que pone en ese jodido cartel, conductor estúpido!

A duras penas contuvo el lagrimeo mientras buscaba cobijo en un asiento tratando de no parecer ridícula.

Herida en el orgullo, gimoteó y maldijo su ingenuidad ante un pañuelo, y cuando ya parecía que el ánimo se le tranquilizaba, el fugaz reflejo en el retrovisor de los ojos impasibles del conductor le provocó un inesperado ataque de ira. De un salto se lanzó contra el cartelito autoritario e hincó los dedos con la intención de desclavarlo, y fue tal su ímpetu que los tacones vertiginosos terminaron por romperse. Cayó para atrás como una estatua sin pedestal ante la sorpresa del conductor, que desatendió la conducción y terminó estrellando el autobús contra una fila de coches.

El golpe resultó brutal. Espatarrada sobre el suelo sintió lejana la histeria desatada a su alrededor. La última visión que se grabó en su memoria fue la del cartelito prohibitivo balanceándose de una punta y la cara del conductor acercándose a la suya...

Cuando despertó los médicos le informaron de lo ocurrido. Sufría una fuerte contusión craneal y de-bería quedarse algunos días en observación. Para levantarle el ánimo le aseguraron que era el primer paciente de la historia del hospital Severo Ochoa que ingresaba en autobús de línea regular, ya que el conductor se negó a que la atendieran en el Centro de Salud de Los Yébenes, próximo al lugar del accidente, y condujo el viejo autobús hasta las mismas puertas de emergencias del hospital, saltándose las normas de la empresa y las del tráfico rodado.

–Una auténtica reliquia –apostilló el médico.

–¿A quién se refiere? ¿Al autobús o al conductor?

Al caer la tarde apareció él en hora desacostumbrada para las visitas. Sin el uniforme de la empresa le resultó aún más joven y atractivo. Ella tuvo que esconder las manos bajo las sábanas para que no se le notase el tembleque por la inesperada visita.

–Desconozco sus preferencias, así que le he traído flores y bombones. ¿Qué le han dicho los ma-tasanos?Ella desvió la mirada y le señaló con el dedo un cartel colocado en la columna: PROHIBIDO MOLES-TAR A LOS PACIENTES FUERA DEL HORARIO DE VISITAS.

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Fue entonces cuando ambos soltaron una fuerte carcajada. La primera vez que sonreían juntos.

–¿Cómo ha conseguido colarse en el hospital? Parece que ya no le importen las normas.

El conductor se acercó a la cama y depositó las flores y los bombones sobre su regazo. Luego le acarició la mano, en un gesto casi maternal, como la de una madre al niño que acaba de llorar.

–Usted bien lo merece.

Este contacto de pieles desató en ambos sensaciones olvidadas. Ella sintió palpitar la sangre por zonas que creía muertas y él necesitó aire en los pulmones, como si el de la habitación le resultase escaso.

–Creo que ha llegado el momento de presentarse –sugirió él.

Ella le ofreció la mano.

–Pero antes hay algo pendiente entre nosotros –dijo él torciendo el semblante.

Ella retiró la mano y se puso seria temiendo un nuevo desplante. El conductor sacó del bolsillo el cartelito del autobús que ella no pudo arrancar.

–¿Qué pensaba hacer con él? –preguntó.

–Tirárselo a la cabeza –respondió ella fingiendo estar molesta.

–Creo que su sitio es la papelera.

Ella le señaló el cartel de la columna que prohibía las visitas hospitalarias fuera del horario estableci-do. Después de una mirada cómplice ambos carteles prohibitorios acabaron en la basura.

Luego el conductor sacó un papel y leyó con voz tenue:

Nadie recuerda un invierno tan frío como este.Las calles de la ciudad son láminas de hielo…

Helado está también mi corazón.Pero no fue en invierno.

Mi amiga,Mi dulce amiga,

Aquella que me amaba…

–De Ángel González, poeta del amor urbano –dijo ella agarrando con fuerza la mano del conductor.

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ACCÉSIT: “LAS VOCES CALLADAS”José María Pons Muñoz.

Con el advenimiento de la democracia, el maestro D. Modesto Haro Cifuentes, pudo dejar la serranía alcarreña y se vino a vivir a Madrid, a su querida barriada de la infancia del barrio de Aluche, en la calle Ocaña, curiosamente en la misma casa donde en tiempos había vivido con su madre Juana Cifuentes y sus seis hermanos. La casa estaba en aquellos días para alquilar.

El maestro Don Modesto fue el benjamín de una familia numerosa. Su madre le dijo un día que a él le había tocado venir al mundo unos meses después de terminarse aquélla terrible sinrazón de una guerra alimentada de odios y venganzas. Unos días después de nacer él, a su padre se lo llevaron a la cárcel de Porlier en aquel Madrid de las cárceles hacinadas de republicanos, cuyo mayor pecado era haber defendido a un gobierno legal contra un golpe de estado militar, y como a tantos otros, sin que se le diera a saber ni el motivo ni la razón, una mañana de venganza y odio lo subieron a una camioneta junto a otros tres de aquellos desventurados, y sería por casualidad o por capricho, lo llevaron hasta la cárcel de Guadalajara donde recogieron a otros cuatro presos asustados, uno de ellos tan torturado que ni de pie podía tenerse, por no saber ni siquiera sabía, por no poder oler, que se había hecho sus necesidades encima. Junto a unos robles de la vieja carretera de tierra de Fuentelviejo, donde la Fuente del Cura siempre manó agua fresca, los fusilaron. Esto sucedió en aquellos años que las cunetas de las carreteras españolas se llenaron de víctimas y verdugos. Su mujer Juana, se quedó sola con siete niños pequeños que alimentar. El mayor con doce añitos, Modesto el benjamín, de tres meses. En busca de quien le socorriera el hambre de sus hijos, con lo puesto se vino a Madrid al barrio de Aluche, a donde su prima Teófila que vivía en una vieja casa de planta baja (era cuando Aluche apenas sí era barrio) cerca de donde años más tarde se ubicaría la Biblioteca Ángel González. Su parienta cuando la vio llegar le soltó: ¡Hija mía… pareces una perdiz con su parva de perdigones!

Como la necesidad apretaba y Juana era de por sí bien dispuesta, pronto encontró donde ganar unas pesetas, limpiando, cocinado y cuando se terciaba apañando rotos y descosidos en la casa de D. Elías, que vivía en una casa grande, en la vecindad de una huerta por donde ahora está el Intercambiador de Aluche. Era D. Elías un hombre bien estante, cuyos caudales decían que le ve-nían a raíz de que su abuelo cogió un día carretera y manta hasta Cádiz, harto de pasar hambre, y de Cádiz a Cuba para hacer las américas. El caso fue que como D. Elías no tuvo hijos, se encariñó con el pequeño Modesto y acabó pagándole la carrera de maestro. Pero como era hijo de fusilado, aquéllos que ganaron la guerra pero no supieron ganar la paz, le tomaron interés. Por eso sólo pudo ejercer su magisterio en una pequeña escuela rural en lo más inhóspito de la serranía alcarreña. Con la democracia pudo, por fin, dejar la aldea donde el odio y la sed de venganza de unos cuantos mandamases le habían poco menos que estabulado.

La democracia le permitió preparar a los hijos para la universidad, de los padres y abuelos que fueron niños tan de la guerra como lo fue él, posiblemente con historias que contar o que callar, como él callaba la suya. Niños que ahora iban al colegio Costa Rica o a cualquier otro colegio de la popu-losa barriada de Aluche, cuyos padres o abuelos como él, se hicieron mayores junto con su barrio, sobreponiéndose a las exigencias de las más duras y penosas adversidades. Ni siquiera en los libros de historia que explicaba en el colegio D. Modesto o que podían leer los niños en la Biblioteca Ángel González, se contaba con exactitud los rigores de una posguerra que Don Modesto conocía y callaba.

Un día, harto de morderse la lengua, al preguntarle en el Centro de Salud de los Yébenes para ha-cerle unas pruebas médicas por sus padres, dijo: mi madre enviudó con siete hijos a los que dar de comer, murió con 50 años, porqué su débil cuerpo ya no aguantó trabajar de día y de noche, que trabajó más que un hombre, porque a su hombre que fue mi padre, lo fusilaron otros hombres a los que las fieras más sanguinarias no tenían nada que envidiarles en su salvajismo. Fue la primera y la última vez que aquel maestro jubilado, no supo, no pudo o no quiso, ocultar el asesinato de su padre, y les puedo asegurar que en aquel momento, se sintió como debe de sentirse quien se

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descarga de sus espaldas un pesado fardo. La pesada carga del maestro Don Modesto, la llevó en silencio toda su vida sobre su alma.

Ahora ya jubilado en el barrio de Aluche, se ha reencontrado con aquellos niños de su infancia, los niños de una posguerra, en algunos casos traumatizados de por vida: Antonio, Teódulo, Marciano, Afrodísio y Juan Donato, un activista que ha envejecido luchando por las mejoras de su barrio de Aluche, y, últimamente, por querer salvaguardar una memoria arquitectónica de la cárcel de Cara-banchel, donde era un visitante habitual. Su nombre era fácil de recordar, el comisario sólo tenía que decir ¡Bueno! Ya están los de Aluche otra vez jodiendo la taba. Traerme por aquí a Juan Donato “el cucaracho”.

El maestro Don Modesto callaba, guardaba para sí la tragedia que desde la infancia le traumatizó toda la vida. Quizá por eso, comprendía sin tener que hablar a Juan Donato en sus silencios, quien jamás contó que en Carabanchel le habían hecho la vida tan dura, que días hubo en que maldecía haber nacido. Un día, se conoce que alguien le vio comiéndose una cucaracha del hambre que tenía, por eso le decían “el cucaracho”. Sí, eso debió ser.

Cuando se juntaban en el parque de Aluche a tomar el sol o se acercaban el día de mercadillo a dar una vuelta por los puestos, Antonio, Teódulo, Marciano, Afrodísio y Juan Donato, Don Modesto el maestro se daba cuenta cabalmente, que sólo hablaban a medio hablar. Todos ellos tenían heri-das “infectadas” en su memoria, y una herida infectada no cicatriza. Allí estaban media docena de jubilados, las más de las veces callados, como ausentes, cuya memoria se había hecho selectiva y huidiza, guardando para sí mismos los horrores de la posguerra que les tocó vivir: hambre, perse-cuciones, cuando no cárcel. El estigma de ser hijos de los que perdieron la guerra, hijos de repu-blicanos, de fusilados o de presos. Sólo ahora, al final de sus vidas, se habían reencontrado, con achaques en el cuerpo y en el alma, pero con la mirada limpia, apreciando aquel barrio de Aluche, tan cargado de recuerdos. Juan Donato era el que tenía más vivido los años de lucha para darle al barrio lo que los políticos y las autoridades les negaban por ser un barrio obrero. A veces aquel hom-bre, de cuerpo encorvado, de manos huesudas y mirada triste, cerraba los ojos y se acordaba de la primera vez que lo llevaron a la cárcel, a esa cárcel que él acabó llamando su cárcel. Eso tuvo que ser con los tumultos que se organizaron ante los engaños y estafas en aquel desorden interesado de la masiva especulación de los pisos de la colonia de Puerto Chico, Quero o San Bruno. Entonces, en aquellos momentos sólo el maestro Don Modesto, le cogía cariñosamente del brazo y le decía: vamos Juan, déjalo… déjalo, y Juan por lo bajines farfullaba… ¡Cabrones…!

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ACCÉSIT: “LA GENTE DEL PARQUE ALUCHE”Rubén Muñoz Herranz.

Las palomas en pleno vuelo abonaban el pavimento y a veces a los transeúntes que se refugiaban bajo los toldos de las terrazas de la calle Quero. Esto provocó la risa de un crío que se había sepa-rado momentáneamente de sus padres y corría arriba y abajo como un fogonazo rubio siguiendo la estela de la valla metálica del colegio. Un cielo azul rabioso surcado de retazos de nubes oscuras se extendía como una membrana chillona sobre el lago esmirriado donde se bañaban los niños. Una vibración aguda hendió el aire: la policía avisaba de que estaba muy feo eso de divertirse en el agua; la escasa luz solar descendía hasta llegar al agua, resaltando un verde jade viscoso.

Una chica estaba en cuclillas dibujando el paisaje veraniego, las hojas acariciadas por la brisa feble, los vestidos con colores eléctricos o amortiguados y el cielo azul reverberando en los fragmentos de hierro de las fuentes dentro del lago: patos, ranas y niños saliendo del agua entre risas eran retrata-dos con una sombra licuada limeña sobre las baldosas de un burdeos y blanco apagado en forma de tableta de chocolate.

Un díscolo infante riendo y gritando delante de sus padres angustiados se acercó.

Sonrió procazmente a la joven y la miró con detenimiento mientras esta dibujaba. Admiró su pelo largo recogido en una cola de gran longitud y se extrañó de que no le prestase a él más atención que un par de segundos, pues sus ojos iban del dibujo al paisaje y a la inversa. Cuando miró el di-bujo de la joven se quedó extático y con la boca abierta. Sus padres vinieron tras él y lo regañaron a conciencia. Pero el niño no prestaba la menor atención, había perdido su posición entre los rayos de sol y el agua verde en el cuadro y había visto a sus padres corriendo tras él dentro del dibujo en el suelo, a la altura del café Cerezo.

La madre se sintió obligada a dar una excusa por la interrupción del niño. Solo entonces la joven elevó su vista hacia el crío y formuló una pregunta:

— ¿Te gusta?

El niño se sintió avergonzado, pero con cierto deje de orgullo obstinado dijo:

— No.

La joven sonrió y siguió pintando. Añadía una nueva figura a la de los padres y el niño, ahora ha-blando con una muchacha en cuclillas de espaldas al dibujo. El papá se fijó en ella y en la señalada ovalación de su rostro; la simetría de la nariz y la boca, y la claridad envolvente de sus enormes ojos pardos denotaban seguridad en sí misma. «O quizá solo está absorta en su dibujo», se dijo.

La mamá se fijaba, sin embargo, en el dibujo. Ninguno articuló palabra mientras la mano izquierda de la joven se movía con inusitada destreza rellenando los contornos del salón de belleza, aplicando un tinte gazpacho a La Bombonera, señalando en la distancia el azul metálico de la valla del colegio, la fachada humilde como crema de café, las cuatro canastas con redecillas blancas naciendo en el gris sucio de la pista, imprimiendo una sensación de movimiento en aquellas figuras quietas que estarían menos quietas y calladas como vivo pareciese aquel cuadro.

Al poco se acercó una pareja de jóvenes andinos y, tras observar con atención boquiabierta durante unos minutos, se cercioraron de que ellos también aparecían en el dibujo: dos turbios rayones ver-des, sus ponchos, aparecían aferrados de la mano, e iban disolviéndose hasta adoptar el tono rosá-ceo de la carne en las manos y la cara. Con sonrisa complacida se miraban y asentían silenciosos porque su amor era reconocido por aquella obra.

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Alguien rompió el silencio que se había apoderado de los viandantes, comentando que los colores más apagados de la gente y el azul majestuoso del cielo le daban unos «matices tenebristas» al cuadro. Algunos de ellos asintieron complacidos, aun preguntándose qué quería decir ‘tenebrista’; un joven en bicicleta, que salía de Palazzo con un helado verde salpicado de virutas negras, aplau-dió enérgicamente el cuadro, con lo que se ganó la atención de todos. La pintora trazaba nuevas líneas que pretendían dar cabida a todas las apariciones que se arremolinaban ante ella. El joven de la bicicleta explicó:

— Yo estuve en Florencia trabajando y había muestras de arte callejero por cada esquina. Todos tenían un estilo sin vida, imitaban a sus maestros… Pero este cuadro tiene el color y la visión de una artista con voz propia.

Se produjo una salva de aplausos, con lo que se acercó aún más gente, saliendo de las terrazas de Catterra y el restaurante chino y se escuchó como un susurro de enjambre admirativo. El papá del crío, sintiendo que la intervención del ciclista le enajenaba la atención de la pintora, observó muy humanamente:

— No deberías estar aquí pintando. Tendrías que estar en una galería de arte, exponiendo tu obra.

La muchacha levantó sus ojos pardos y aquel hombre se sintió escrutado y un poco cuestionado cuando ella respondió:

— No pinto para que me conozcan. Es que es lo que me gusta hacer.

La respuesta produjo un nuevo murmullo. La muchacha parecía ser una parte del mundo bohemio, muchos agradecieron poder etiquetarla. Era tanta la gente que se arrimaba a ella que tuvo que flexionar sus piernas y extenderse a lo largo de un espacio mayor para poder incluirlos a todos; se dio cuenta de que el dibujo requería otra perspectiva; empezó centrándose en la belleza del paisaje del parque con su árbol inclinado y su lago, pero la multitud ahogaba la escasa luz que penetraba rasgando las nubes tormentosas y cercenaba la iluminación. El crío aventuró:

— ¿Qué pasará cuando llueva?

Muchos se miraron. ¿Qué pasaría si llovía con las hermosas figuras? ¿Desaparecerían el niño y los padres que lo buscaban? ¿Se difuminaría en el viento un rayo de sol muriendo en las dependencias de Onda Latina? ¿Dejarían de verse todos en un retazo de arte inmortal por una inclemencia del tiem-po y tendrían que volver a los toldos? Una voz sugirió que había que proteger el dibujo. Por fortuna había un político entre el público.

— Señoras y señores, soy representante electo en la concejalía de cultura. Les propongo la siguien-te solución: podemos declarar asunto de interés general este cuadro, pues de interés general es, y solicitar ipso fracto y de motu propio una campana de cristal que lo proteja y resguarde. Será como la carta de presentación de nuestro madrileño Parque Aluche.

La propuesta motivó un coro de aplausos. Todo el mundo se mostró de acuerdo en que era una obra de interés general y que debía, por tanto, ser protegida. El concejal hizo una breve llamada telefónica. El cristal ya estaba de camino; además fabricarían una chapa grabada con el nombre de la autora y el del cuadro en cuestión de minutos. Alguien recomendó a la muchacha que lo llamara Mañana veraniega. Otro propuso El lago de los patos pardos. Una mujer advirtió que lo más desta-cado en aquel cuadro eran ellos mismos, y por esto quizá el cuadro debería adquirir el nombre de La gente o Ahí estamos. La última sugerencia partió del crío: La gente del Parque Aluche.

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La pintora seguía coloreando las figuras que habían venido en último lugar. Una colosal nube negra devoró la luz por encima de todos. Sintiendo el punzante tirón eléctrico del aviso de tormenta, la chica dijo:

— No es necesario que se tomen ninguna molestia. He pintado cuadros que han desaparecido una hora después. A mí no me importa.

El ciclista espetó:

— Pero muchacha, ¡usted no tiene ni puta idea! No es solo ya el fruto de su esfuerzo el que se per-dería: todos los que nos vemos reflejados en su cuadro nos perderíamos con él…

— ¡Tiene razón!

— ¡No, ella lo ha pintado! ¡Que decida ella!

El concejal alzó las manos en señal de tregua y se hizo el silencio: al fin y al cabo él era el que podía salvar el cuadro.

— Calma, calma, vecinos… Si es importante el derecho privado en base a elegir el tema y el nombre del autor, no es menos importante la obligación de la comunidad de salvaguardar el interés de una obra que es patrimonio de todos. En menos de diez minutos el cuadro estará a salvo de la lluvia.Las palabras produjeron un efecto relajante. Ya nadie dudaba de que el cuadro, fuera de quien fuera, debía ser puesto a salvo para deleite de las generaciones venideras: para deleite de la comunidad. Hacia el final del paseo, sobre el puente que cruzaba hacia la Casa de Campo, se divisó un relám-pago gigantesco con nervaduras eléctricas como larguísimos filamentos blancos a lo largo y ancho de sí mismo. La mujer andina contó en voz baja la distancia entre el relámpago y el trueno, que anun-ciaba la destrucción del cuadro.

El político preguntó su nombre y apellidos a la joven, que había dejado de pintar porque la algara-bía impedía cualquier concentración, y ella expresó su voluntad de que el cuadro no llevase título o nombre. Se produjo un silencio incómodo. Las partículas de tierra se elevaban del suelo y golpeaban en la nariz y los ojos a todos, las tizas de colores se cimbreaban de un extremo a otro del cuadro como barricas diminutas en la cubierta de un navío, dejando un débil rastro de color que atravesaba a algún personaje.

— ¿Pero es que no le importa que el cuadro se borre?

— No tiene ningún valor. Mañana puedo pintar otro.

El tumulto se contrajo y expandió como una legión romana cuando el trueno llegó nítido a los oídos de todos: el crío lloraba aferrado al cuello de su madre. La mujer andina avisó de lo que sucedía:

— Esta chica es artista bohemia. A ella le da igual todo, pero nosotros no podemos permitirnos el lujo de ser nihilistas.

— ¡Tiene razón! —apostilló el conductor de la bicicleta—. Si ella no defiende su pintura, lo haremos nosotros, no tiene ni puta idea…

Un poco violentada por aquella multitud que pretendía salvar su obra, intentó marcharse, pero le cerraron el paso. Alguien la sujetó del antebrazo preguntándole el nombre; ella se desasió. Sin ma-nifestar cólera alguna, pero con una velocidad nacida del miedo, se abalanzó sobre su cuadro e intentó borrarlo con los pies.

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El padre del niño díscolo la sujetó por detrás sin hacer demasiado esfuerzo y susurró algo a su oído que solo escucharon los dos.

El político estaba llamando a la policía municipal cuando llegó la furgoneta con dos cristaleros. To-maron medidas a la acera colorida y, dentro del furgón, iniciaron la talla del cristal con un torno en miniatura que esculpió el vidrio en forma de celosía en exiguo lapso.La muchacha se debatía entre las zarpas de los agentes municipales sin articular palabra. Un instan-te antes de que el aguacero se desatara, los operarios municipales fijaron el cristal al suelo con unos cercos de metal que apuntalaron con unas máquinas taladradoras. Se desató la tormenta al fin. Uno de los operarios preguntó qué nombre y título debía figurar en la chapa metálica. Se elevaron voces que defendían Anónimo, u otras que postulaban Desconocido; el crío chilló nuevamente: ¡La gente del Parque Aluche! Muchos rieron.

Los municipales hablaron con el concejal de la pintora y a ella le pareció entender que «se la llevasen por intentar destruir el patrimonio cultural de Aluche». Las nubes lloraban copiosamente, pero de ahí no se iba nadie, los ojos de todos columnatas que sostenían La gente del Parque Aluche. Ya en el coche celular la muchacha preguntó si podía pintar el interior del vehículo. Los policías consintieron en la extravagancia y ella comenzó a pintar en su cuaderno blanco. Uno de ellos sintió curiosidad y miró los trazos y los contornos del vehículo perfilados con el carbón a una velocidad asombrosa. Dijo:

— Debería llamarse Interior de un coche de policía.