Pregón del costalero 2013
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A veces te imagino llevando tu blanco
Allí, donde el blanco hace falta
Tu piel desnuda, de tela y saco
Que tantas veces acaricié con mis torpes manos
Te imagino empapado, vestido de arrugas
Tarareando algunas de esas melodías que solemos escuchar
Cuando paseamos juntos
Te imagino soñando con uno de esos domingos que tanto nos gustan
O encerrado en una pena, con forma de lluvia en Lunes Santo
Te imagino de tantas maneras…
Mientras yo te imagino, tú me esperas, sin reproches
Descansando en el cajón que se abre siempre en primavera
De repente te miro y me doy cuenta
Que nos imagino como mucho más
Como un criado y su doncella
La batalla y el soldado
Las cadenas y el esclavo
La mentira y la verdad
Te imagino cansado y nervioso en un relevo
Bailándole al viento con tu vuelo
Buscando consuelo en una acera
Con sombra de pueblo y brisa de mar
Te imagino abrazado a mi cuello
Descansando en mi espalda
Bebiéndote mi sudor
Te imagino de tantas maneras
Que mejor me guardo hasta una nueva primavera Cuando tu oficio y mis caderas
Nos vuelvan a juntar
Y hasta entonces
Yo con mis ganas Tú con tu espera
Y aunque te imagine de tantas maneras
Nunca podría imaginarte
Como simplemente un costal
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Señor Director espiritual y pregonero de la Semana Santa de Algeciras
2013. Señor párroco y comunidad salesiana. Señor Hermano mayor y junta
de gobierno de la Hermandad de la Borriquita. Primer teniente de alcalde
del Excelentísimo Ayuntamiento. Representaciones de las distintas Hermandades de nuestra ciudad. Queridos costaleros, capataces y
hermanos cofrades. Señoras y señores.
Es de bien nacidos, ser agradecidos. Cuantas mañanas, durante cuantos
años, en éste mismo salón sentado en una de esas sillas rojas de plástico
duro, he tenido la suerte de escuchar éste mensaje una y otra vez. Nuestros educadores, profesores y salesianos, nos hacían entrega de éste
emblema, cual si de una llave mágica se tratara. Un objeto sagrado de valor
incalculable, con el que seríamos capaces de abrir todas las puertas que
encontráramos a lo largo del camino de la vida.
El objetivo era simple. Que esos niños y adolescentes que se formaban y
crecían personal y académicamente entre las paredes de éste colegio, incorporaran ésta herramienta a una escala de valores, que por aquellos
años empezaba a tomar forma. Cuánta razón tenían.
Es por ello, que no se me ocurre mejor manera de comenzar éste pregón,
que compartiendo éste mismo mensaje con todos los aquí presentes, desde
el mismo lugar, donde a mi me fue transmitido tantísimas veces años atrás.
Aprovechando así, para antes de nada y antes de todo, daros mis más sinceras gracias.
Gracias a la junta de gobierno de mi hermandad, por confiar en mí
brindándome éste bonito privilegio.
Gracias a ti querido hermano, por esas bonitas palabras, algo desmesuradas,
pero al fin y al cabo es lo que exige el guión en todas las presentaciones. Gracias a mi familia, la de sangre, en especial a mis padres, esos dos
pilares, de mi casa y de mi vida.
A mi otra familia, con la que comparto el tan preciado parentesco de la
amistad sincera. Los del costal y los de la calle. Los de Algeciras y los de
fuera, los que hoy están aquí, y los que ojalá estuvieran. Gracias.
Gracias a ti Paula. Soy consciente de que a veces, el peso de aguantarme a diario puede resultar mucho mayor que el de cualquier trabajadera.
Gracias a todos los asistentes, ya que simplemente con vuestra presencia,
estáis haciendo posible que el sueño de una bonita noche, se convierta hoy
en una realidad aun más bella.
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A sabiendas del gran honor que supone llevar a cabo éste acto, y con el
máximo grado de respeto a todos aquellos que participaron en él con
anterioridad a mí, he de decir que mi intención ésta tarde noche, no es la de
dar una clase sobre historia cofrade y el mundo del costal. Entre otras razones, por mi incapacidad para ello y lo torpe y aburrido que pienso
resultaría siendo ésta impartida por mi persona. Así pues, ruego disculpen
mi atrevimiento, para simplemente querer compartir, desde la más llana y
absoluta humildad, mi sentir como costalero y algunas de mis vivencias en
el mundo de las trabajaderas a lo largo de éstos trece años.
A medida que pasan los años, los recuerdos, al igual que la piel o los mismos huesos, sufren el desgaste de la edad. Que difícil resulta a veces
recordar ciertos momentos con todo lujo de detalles. Cuantas lagunas y
charcos de confusión y olvido aparecen de repente en las historias de
nuestra vida.
Quizás porque solo hayan pasado trece años, lo recuerdo todo como si
fuera ayer, pero me atrevería a decir, que pasarán trece mas y en mi memoria, éstos recuerdos que a continuación os cuento seguirán igual de
vivos que el primer día.
Podría haber ocurrido una tarde cualquiera, un enero cualquiera, en una
casa cualquiera, pero que suerte la mía que aquel año 2000, el destino me
eligiera protagonista de una aventura que continúa todavía.
Aun resuena en mi cabeza aquella conversación entre la mejor madre del mundo y su hijo adolescente. Una pregunta sin signos de interrogación.
Estrategia inequívoca para obtener el beneplácito materno, que por aquel
entonces aun hacía falta para todo, o casi todo.
¿Cómo vas a ser costalero? Acabas de cumplir catorce años. Pero mamá,
estoy en 3º de ESO. La mayoría de la clase salió de costalero el año
pasado. Además, la túnica de nazareno me queda corta y ya no tiene más dobladillo para sacarle.
Con ese segundo argumento estaban puestas todas las cartas sobre la mesa.
Tenía que funcionar. Por otro lado, aquella mayoría de la clase, que ya me
hubiera gustado a mí, se reducía a mis dos queridos amigos Manuel Pavón
y Paco Alcántara. Cierto. Era una mentira de esas llamadas piadosas, pero
todos sabemos que el término mayoría resulta siempre más convincente. Supongo que para una madre cuyo hijo ha procesionado desde los
dieciocho meses de edad, cantado saetas antes de desarrollar el habla y
escuchado marchas de semana santa en pleno mes de agosto, debe resultar
bastante difícil el hecho de oponerse a su deseo de convertirse en costalero
recién rebasada la pubertad. Fuera como fuese estaba hecho. Había llegado el día. Mi primera reunión
de costaleros, o como poco después pude aprender, mi primera “igualá”.
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Aun siendo consciente de la inexistencia de esa gran mayoría de alumnos
costaleros, mantenía la esperanza de encontrar alguna cara conocida, más
que nada por la incómoda situación de ser el nuevo. Además, el hecho de
encontrarme disfrutando de la famosa y complicada edad del pavo, añadía un punto de dificultad al asunto.
No hubo suerte. Pero allí estaban ellos, “el Alcántara” y “el Pavón”. Al
verlos, ese cosquilleo incontrolable que se desata en el organismo ante
situaciones donde los nervios están a flor de piel, disminuyó en gran
medida. Desafortunadamente el encuentro fue fugaz, ya que los costaleros
de la virgen y los del Cristo solían agruparse en distintas zonas del famoso patio de los naranjos.
Los nuevos ponerse ahí, que ahora os tomamos nota. Oí decir al capataz,
Pepe Jurado.
A pesar de no haber encontrado caras conocidas, el hecho de estar junto a
un reducido grupo de personas que, como yo, también eran nuevos, me
hizo sentir algo más relajado. Aunque reconozco que no podía evitar sentirme extraño, entre decenas de costaleros cuya media de edad rebasaba
con creces la mía. Curiosamente, el palio contaba con un número más
elevado de costaleros adolescentes. Mis dos conocidos ya habían intentado
convencerme sin éxito. Pero esa decisión ya estaba tomada desde hacía
bastante tiempo.
Era con él, con quien yo quería pasear el domingo más esperado del año. Era por él, por quien mis manos sudorosas en esa noche de enero, se
escondían en el bolsillo de un pantalón de chándal con parches en las
rodillas, que evidenciaban aun más, que posiblemente era un poco pronto
para todo aquello. Pronto, que tontería. Ni lo pensaba entonces, ni lo pienso
ahora.
Por fin llego mi turno. Un tal Fran Vadillo, segundo capataz del paso de misterio, era el encargado de tomar los datos a todos los aspirantes a
costaleros que allí nos encontrábamos. Qué suerte que dos meses antes
había solicitado y obtenido mi primer DNI, pues que hubiera sido de mi si
no. No recuerdo bien que pregunta formuló primero, si ¿Cómo te llamas? o
¿Qué edad tienes? Lo que sí recuerdo a la perfección es que mi respuesta
fue: catorce años, pero estoy en tercero de ESO. Algo no estaba saliendo bien. Un presentimiento intuitivo, de esos que
asoman cuando sabemos que quizás no estemos haciendo las cosas a su
debido momento, se apoderó inmediatamente de mí. Y sin tiempo a
reaccionar, mis peores presagios se confirmaron cuando el capataz, tras una
breve charla con su asistente, se dirigía a mí diciendo: no te vayas, que ahora hablo contigo.
Posiblemente fueron las ganas incontenibles de llorar, las que me
impidieron exponer argumento alguno que lograra revertir aquella norma
que tan sutilmente me había dado a conocer aquel amable señor.
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Lo siento hijo, pero es necesario tener quince años cumplidos y además la
autorización de los padres.
Supongo que dicha aclaración le bastó, omitiendo el hecho de una altura a
medio camino y un cuerpo a medio hacer, para que esas lágrimas de desilusión que ya asomaban, no terminaran derramándose por las mejillas
de aquel semblante.
No sé si fue una simple coincidencia, o una pena apoderándose de un
sistema inmunitario adolescente, pero aquella noche de llantina
interminable, dio paso a una mañana gris, sin sol y sin colegio por los 38º
de fiebre con los que había despertado. Si es que había dormido algo. La promesa de mi madre ya la tenía garantizada desde la noche anterior,
cuando llegara a casa cual si la mayor de las tragedias hubiera ocurrido.
Ella iría personalmente a dar la autorización. Así sería. Y así fue.
Esa misma tarde, nos dirigimos los cuatro, mi padre, mi madre, mi
esperanza y yo, a la casa de Hermandad de la Borriquita. Mentiría si dijera
cuales fueron las palabras que mis progenitores usaron en aquella estrecha oficina de la segunda planta. Pero lo que sí recuerdo, son aquellas otras que
convirtieron esa tarde, en el primer día de ésta, mi aventura costalera.
A partir de hoy, eres un costalero más de la cuadrilla de la Borriquita. La
letra pequeña hacía referencia a otros detalles como por ejemplo: hacer
poco recorrido durante la estación de penitencia, debido mi juventud. Pero
era suficiente. Era costalero. Y tanto que si lo era. Esa tarde no solo abandoné la casa de hermandad con una gran sonrisa dibujada, sino que lo
hice además con mi primer costal, mi primera morcilla y mi primera faja.
Con todo comprado no podrían cambiar de opinión. Que ingenua inocencia
aquella.
Fueron varias las frías noches de ensayos, en el mismo patio donde tantos
recreos había jugado correteando detrás de una pelota. Es imposible describir con palabras la primera vez. El primer momento en
que costalero y trabajadera se funden en un abrazo de tela y madera. Solo
aquellos afortunados que lo hemos vivido en nuestras propias carnes,
podemos llegar a entender lo mágico de esa simbiosis. De esa fuerza que te
atrapa desatando una especie de locura. Y bendita locura.
Otra de las condiciones a cumplir durante los ensayos, consistía en agacharme durante las “levantas”. Reconozco que a priori aquella
prohibición me despertó ciertas dudas sobre mi capacidad. Pero por otro
lado, sentía una curiosidad infinita por saber cómo era aquello. Ya lo
averiguaría. No se pasarían todos los ensayos vigilándome.
Tras ese suspiro de los costaleros que indicaba que los cuatro zancos volvían del cielo a la tierra, yo y mi taco de madera de veinte centímetros
de grosor, debíamos incorporarnos a la espera de la señal que invitaba a
pasear, a navegar, a disfrutar… al fin y al cabo todos estos términos son
sinónimos debajo de un paso.
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No estoy del todo seguro si la idea fue del destino o de la casualidad. Pero
la cuestión es que ese año, en el que debido a mi temprana edad, el debut
costalero no sería exactamente tal y como lo había imaginado, ha sido el
único Domingo de Ramos que la Hermandad de la Borriquita no ha realizado su desfile procesional a causa de la lluvia.
Grabado queda en el recuerdo de todos, la estampa de una cuadrilla al
completo, que realizaba a pie su estación de penitencia.
Primero la edad, luego el capricho de unas condiciones meteorológicas
egoístas y sin compasión. Cuando todo parecía indicar que no sería la
Semana Santa soñada, el día más importante en el calendario cristiano ocurría un acontecimiento sin precedentes.
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Amaneció en un patio vestido de domingo, con sus mejores galas
Zapatos de olivo, camisa de azahar
Un suspiro de incienso con recuerdo de palmas
Custodiado por soldados con escudos de costal
El amor se intuía infinito, en una calle con nombre de santo
Donde un pueblo entusiasmado, esperaba a una madre sin pena y sin llanto
Porque aquella mañana todo era alegría
Que para lágrimas ya estaban los lunes
Madre e hijo, hijo y madre
Cornetas y tambores adornaban el paisaje
Un paseo acompasado, los colores del pasado
Y adoquines bajo esparto que brindaban homenaje
A su pueblo, a sus calles, a su hijo y a su madre
El revuelo tras sus pasos y las ganas por delante
Chicotas por Blas Infante que invitaban a soñar
Que allí estaban con sus padres
Caminando como siempre los guerreros del costal
Un silencio que era blanco se rompió con el quebranto De un aplauso y un izquierdo con sabor a bulerías
Cinco pasos hacia el frente y cinco más si se podían
La patrona ya esperaba, bajo un sol de medio día
Una vuelta a contracorriente por una cuesta que sube al cielo
En el aire el desconsuelo de un camino atragantado Bambalinas en volandas y un compás a fuego lento
Que sellaba el pavimento que un serrucho había cortado
Más arriba, un sudario, visitaba al tercer día
La esperanza y la agonía de ese barrio solidario
Que en un martes fue cautivo Y un domingo sin espinas ya era libre de pecado
Repicaban las campanas, la mañana había acabado
Una alegre despedida con tres pasos bien marcados
Un paseo de victoria, para siempre en la memoria de tu gente y mi calzado
Fue la gloria de la pascua de mi vida y de mi fe
El amor resucitado y enredándose en mi piel
Con tu madre a mis espaldas, tú en mi cuello y yo en tus pies
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El Domingo de Resurrección del año 2000, Cristo resucitado recorría las
calles Algeciras paseado por la cuadrilla de costaleros de la borriquita. Era
tanto el derroche de alegría que se respiraba, que su Santísima Madre,
haciendo gala a su advocación, lo acompañaba durante su recorrido. No había transcurrido mucho tiempo desde que madre e hijo partieran
desde la casa salesiana, cuando en una calle próxima, un cable eléctrico se
convertía en protagonista fortuito.
El hecho de encontrarme tras el paso en ese preciso momento, junto a unas
características físicas más favorables para subir a lo más alto, pueden
explicar que fuera yo, uno de los elegidos para intentar solventar aquel incidente.
Años después comprendí que no fue ese el único motivo. No había parado
de pedírselo. De suplicarle la oportunidad de acompañarlo, pero no desde
atrás, sino desde abajo, desde aquella penumbra donde los costaleros
sienten de verdad. Qué duda cabe que él me había escuchado. Y así quiso
hacérmelo saber. Ese dichoso cable nos hizo mirarnos frente a frente. Y allí, en lo más alto, a escasos centímetros de distancia, me insinuó que mi
deseo sería cumplido.
Pocas “chicotás” después, frente al asilo de las monjas de la caridad de la
avenida Blas infante, Cristóbal Vadillo, costalero de la octava trabajadera
del paso de misterio, abandonaba la estación de penitencia para cumplir
con las obligaciones laborales. Un hueco en octava. En mi trabajadera. Y allí estaba yo. Contemplando expectante. Mi costal, mi taco de madera, mi
rollo de cinta americana y mi ilusión derramada. Mi primera estación de
penitencia, de aquella penitencia soñada.
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Ya hacía tiempo que venía observándote
Era imposible negar que me había fijado en ti
Lo que no pensé jamás, es que llegaríamos tan lejos
Enamorarme no te resultó extremadamente difícil
Quizás mi juventud y tu madurez magnificaron el flechazo
No te hizo falta ninguna de esas locuras que se firman en nombre del amor
Pasaste por delante de mí, dejándote ver, derrochando hermosura
Mostrándote discreta y a la vez descarada
Primero fue un guiño en forma de costero
Mas tarde tu sonrisa de bambalina dorada
Fue amor a primera vista, pero quizás la timidez del principiante
Me impidió corresponderte en ese instante
Lo que si supe seguro, es que volveríamos a vernos
Tú sabías que te buscaría, y quizás por ello
Lucías más bella en cada uno de esos encuentros
Vestida con tu rojo pasión, tu blanco pureza, tu raso y terciopelo
Jamás supe cómo hacerlo. Enfrentarme a mis temores de caer en el intento
Como encontrar la valentía de decir lo que sentía De soñarte por el día
Y en la noche, repetir el mismo sueño
Una rabia templada se apoderaba de mi alma cada vez que paseabas y yo te
contemplaba
No soportaba el hecho de verte con otros. Quería estar ahí, contigo Ser yo el que agarrándote la mano
Te paseara por el centro de nuestra ciudad en una tarde de lunes
Acompañarte a deshora, hasta la puerta de esa capilla
Con nombre de continente que tienes por casa
Nunca imaginé que serías tú quien llamaría primero Un año, 2005, un mes, febrero
Tú pidiéndome una cita, yo aceptando sonrojado
Nuestro desdibujado y unas ganas infinitas de amarrarme a tu costado
Mi vida llamando a la tuya, para cambiarte lágrimas por sudores Y flagelarte por la espalda con caricias sin temblores
No me quedan más pasiones, que ocho lunes cuerpo a cuerpo
Que ocho años a tu lado
Desde esa tarde amada mía, a tu columna sigo atado
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La llegada a la Hermandad de Columna supuso una revolución en mi
concepto de cuadrilla. Mi forma de entender y vivir el costal.
Un joven y renovado grupo de costaleros, la mayoría desconocidos, se
habían embarcado poco antes, en un nuevo y ambicioso proyecto al que tuve la suerte de ser invitado. Aquello era el comienzo, de lo que hoy por
hoy entiendo como mi filosofía en el mundo de las trabajaderas.
Qué gran y difícil trabajo el que allí se llevó a cabo. Nunca me cansaré de
alabar, la encomiable labor de aquel gran grupo de personas. Y no digo
gran haciendo referencia a la cantidad, sino a la calidad de éstas. Junta de
gobierno, equipo de capataces y cuadrilla de costaleros. Con el paso del tiempo se conseguía algo que hasta entonces yo
desconocía. Una cuadrilla que no estaba formada única y exclusivamente
por costaleros. Una cuadrilla compuesta por amigos, o como a mí me gusta
llamarles, amigos costaleros.
El transcurrir de los años no hacía otra cosa más que forjar aquel grupo, al
que progresivamente no paraban de incorporarse nuevos miembros. La acogida recibida, la misma que yo recibiera en su día, invitaba a quedarse
para siempre. No existían costaleros nuevos y costaleros menos nuevos, allí
todos éramos iguales. Iguales de importantes. Iguales entre iguales.
Desconocidos que de repente se convertían en inseparables amigos, de esos
que sabes, o al menos deseas, que duren eternamente.
Los encuentros no se limitaban a “igualás”, ensayos y noches de Lunes Santo. Numerosas convivencias improvisadas tenían lugar con cualquier
excusa, para el simple hecho de echar unas risas y disfrutar en la mejor de
las mejores compañías.
Largas noches de verano, eternas comidas de Navidad, el alioli del primer
viernes de cada mes, derbis futboleros entre cuadrillas, cabalgatas con olor
a manzanilla, y un paseo de gloria recién entrado el otoño, que nos llevaba de vuelta a la realidad y nos recordaba el verdadero significado de todo
aquello. ¡Pero ojo! Nadie lo había olvidado. Se había desarrollado una gran
capacidad para diferenciar lo social de lo profesional, lo serio de lo menos
serio, una simple convivencia de verano, de una estación de penitencia
donde teníamos la suerte y la responsabilidad, de ser los pies de Dios y de
su madre. El gran trabajo de la junta de gobierno, sumado a la disciplina de los
capataces, y al buen hacer y obediencia de los costaleros, fueron y siguen
siendo las claves del éxito. De un éxito que no es más, que un proceso de
aprendizaje continuo, donde todos dependen de todos y todos aprenden de
todos. Y es que lo difícil resulta tan sencillo, o al menos no tan difícil, cuando se
hace con amigos. Cuando se trabaja en equipo. Cuando hay confianza,
cariño, respeto, admiración.
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Por desgracia ésta amistad desmedida, también tiene su parte negativa. Y es
que jamás me han invitado a tantas bodas en tan poco tiempo. Con el
esfuerzo económico que un enlace matrimonial supone para ambos,
esposos e invitados. Haría falta otro pregón, que a nuestra “columnera” manera ya tuve la suerte
de dar el año pasado, para decirles a todos esos locos del Lunes Santo lo
que siento por ellos. Lo que siento con ellos.
Son muchos los momentos vividos. Pero si a punta de pistola, el capricho
de un bandido justiciero, me indultara eligiendo tan solo uno de ellos,
tengo claro que me quedaría a vivir para siempre en aquel sábado de septiembre, donde la realidad, una vez más, superaba la ficción.
Su cara celestial, bajo un cielo aun más celeste
El sol que despertaba, para secar un llanto que en sus mejillas resbalaba
Siete jardines engalanados, y un pueblo que había rezado
Entre las flores y los sudores de una mañana de verano
Luego la tarde a contramano
Las farolas de las calles se apagaron a su paso
Las baldosas se encendieron por su pena y por si caso
Un ocaso disfrazado de levante y fantasía
Y una noche que en su día se advertía diferente Tu salida extraordinaria
Y disculpa madre mi osadía si se antoja prepotente
Pero esa noche y ese día, además de tu salida
Extraordinaria fue tu gente
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La cuaresma del año 2006 iba a traer consigo algunos cambios cuanto
menos significativos. Eran ya seis los años que llevaba paseando a mi
Cristo del Amor cada Domingo de Ramos. Atrás habían quedado el acné y
el taco de madera. Aunque por aquel entonces ya empezaba a tener claro, que con taco o sin él, costaría dejar atrás aquella octava trabajadera.
Un ciclo llegaba a su fin. Pepe jurado, capataz del paso de misterio de la
Borriquita, se disponía a colgar el martillo tras treinta años haciéndolo
sonar. Su hijo Darío, tomaría el relevo.
La cuadrilla también experimentaría algunos cambios. Muchos vieron en la
marcha de Pepe el fin de su etapa. Fue uno de esos costaleros, el que con su partida, depositaba en mí su confianza dejándome las puertas abiertas a un
nuevo reto.
Cierto era que llevaba mucho tiempo soñándolo. Quizás decirlo no sea
políticamente correcto. Pero el hecho de mandar cambios durante años por
el pasillo de mi casa junto a mi hermano, me había hecho llegar a pensar,
que no se me daba del todo mal. Aun recuerdo aquella grabadora que casi no cabía en el bolsillo del
pantalón (en aquella época no existían los móviles inteligentes) con las que
cada Domingo de Ramos solía inmortalizar las voces de esos dos maestros,
que tanto me emocionaban con su manera de entender el andar bajo un
paso de misterio. Solía escuchar las grabaciones una y otra vez, llegando
incluso a retarlos en la soledad de mi habitación. Pese a ésta arrogante seguridad veinteañera, reconozco que aquella tarde
previa a un ensayo en la Peña Veteranos, me temblaron las piernas, o nunca
mejor dicho la voz, cuando mis queridos capataces y mi admirado “Puky”,
me comunicaban que ese año sería yo, uno de los encargados en mandar las
marchas.
Los ensayos y la grata e inesperada respuesta de las cuadrillas, tanto de costaleros como de capataces, me fueron proporcionando un mayor grado
de seguridad, la cual tocaría techo durante la carrera oficial de aquel
Domingo de Ramos.
Tras una “chicotá” para el recuerdo, al menos para el mío, a los sones de la
marcha bulería en san Román, y con unos cambios algo distintos a los que
la cuadrilla venía acostumbrada, Fran Vadillo, no sé si por lo emotivo de ser su última carrera oficial al frente de la borriquita, o porque realmente
aquella “chicotá” despertó sus sentidos, se dirigió hacia la trasera del paso,
y tras levantar el faldón y hacerme dar media vuelta, me estrechó la mano
sin mediar palabra en señal de enhorabuena. Puedo definir aquel momento
como un sueño cumplido. Un partido donde el delantero debutante hace gol. Una alternativa donde el nuevo matador sale a hombros por la puerta
grande.
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Por si esto era poco, aquel costalero y amigo que me había dado la
oportunidad de relevarle, me ofrecía compartir la voz con él bajo las
trabajaderas del paso de misterio de la Hermandad de Columna, en el que
sería su último año como costalero. Cuando un sueño se cumple por partida doble, y además durante dos días
consecutivos, no existen palabras que expliquen el cúmulo de sensaciones
que se puede llegar a experimentar.
Aquella no sería la única novedad acontecida en la Semana Santa del año
2006. Mi pasión por el costal iba en aumento. Parecía no tener límites. El epicentro de todo. La cuna de ésta pasión. Sevilla. La ciudad donde la
Semana Mayor se vive de manera inigualable. Desde hacía algún tiempo
me inundaba el deseo de pasear a Dios y a su madre, por esos adoquines
que cada primavera se convierten en tierra santa. Sería una tarde de martes,
con la Hermandad de los Javieres, donde bajo la gracia y el amparo de la
santísima virgen, tuve la suerte de ver mi sueño cumplido.
Con la fugacidad que caracteriza a todo lo bueno, aquella semana había
llegado a su fin. Aun olía a cera y a resurrección en la mañana del lunes,
cuando el sentido común golpeaba invitando a despertar. Dejar de vivir lo
soñado, para comenzar a soñar lo vivido. Pero el sueño era continuamente
interrumpido, y aquel nudo en el estómago volvía a apretar, ésta vez con más fuerza.
Ojalá ser costalero fuera un oficio remunerado, pensaba.
Desafortunadamente no era así. Faltaban poco más de dos meses para
finalizar mi etapa universitaria. Era el momento de tomar una decisión, de
esas que in situ, parecen a vida o muerte. Un nuevo reto que en parte me
ilusionaba y en parte me ahogaba. La incertidumbre, el miedo a lo desconocido. Dejar aparcada la vida que llevaba hasta entonces, y cruzar
los dedos para que a mi vuelta, nadie me la hubiera robado. Que como
mucho me hubieran pinchado las ruedas.
Veinte años ya cumplidos, un billete de avión y una maleta llena de
currículos, algo de abrigo y ganas, muchas ganas.
Dublín era una completa desconocida. Lo único que allí me esperaba, era la litera del albergue que se convertía en mi nuevo hogar durante dos largos
meses. Como la mayoría de los comienzos, no resultó sencillo, pero el
esfuerzo y sacrificio no tardarían en dar sus frutos.
Pese a todo, aquel nudo no había quien lo deshiciera. Todo lo contrario. A
medida que pasaban los días apretaba más y más. Había veces que pensaba que mi estómago ya no lo soportaría, y que no tendría más remedio que
regresar. Que volver a la dieta mediterránea de sol, de familia, de amigos,
de costal.
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Pensar lo impensable. Una semana santa fuera. Para muchos era
incomprensible mi sentir y mi pena. Para mí lo incomprensible era que no
me comprendieran. Y es que las pasiones siempre desatan reacciones
desmedidas. Antes de partir me había reunido con mis capataces. Les había explicado la
situación. Alguno de ellos incluso, devolvió a todo aquello la lógica y el
sentido común que yo me había encargado de quitar. Por mi parte
simplemente una promesa, volver. O quizás un ruego de poder salir sin
ensayar. Quién sabe.
Aquel que dijo que la que la distancia hace el olvido, una de dos, o no supo amar, o no fue bien amado. Lo que sí es seguro es que no fue costalero.
Los kilómetros en mi caso resultaron ser todo lo contrario. Me enseñaron a
querer cosas que no sabía que quería, y a querer mejor a aquellas otras que
ya sabía. Y entre estos quereres, como no, estaba él. Mi amor platónico de
tela y saco.
Ya en la primera semana de mi nuevo trabajo me ponía manos a la obra. Tras una minuciosa investigación acerca de las preferencias vacacionales
de mis nuevos colegas, la semana santa de 2007 quedaba custodiada por mi
nombre y apellidos en las páginas de aquella agenda en cuya portada se leía
holidays. Lo más importante estaba hecho. Ya me las arreglaría con los
ensayos.
Tras años de experiencia, y venciendo la dificultad que aun a día de hoy me supone, he logrado convertirme en todo un experto realizando malabares
con turnos, vuelos, apuntes y cuenta corriente.
Cierto es que el fin no justifica los medios, pero estoy seguro, que el de
arriba ya me ha perdonado cuando alguna que otra vez me he visto en la
necesidad de faltar piadosamente a la verdad, para poder así asistir a algún
ensayo. Cual si éste no pudiera llevarse a cabo sin mí. He de decir que el hecho de coger un vuelo, para única y exclusivamente
ensayar y volver al día siguiente, cosa que habré hecho más de una, de dos
y de treinta veces, jamás se me ha planteado como un disparate.
Tampoco busco reconocimiento de ningún tipo, pues nunca lo he hecho por
cumplir con nada ni nadie. Siempre ha sido y sigue siendo un capricho
egoísta, cuyo objetivo no es más que saciar mi necesidad de disfrute personal. Pero si lo analizamos detenidamente, tampoco resulta tan ilógico.
Imaginad por un momento que cogemos una balanza gigante. En un lado
depositamos el coste equivalente a un vuelo ida y vuelta, en billetes o en
monedas, no importa. Seguidamente en el otro colocamos lo siguiente: cuatro botellines de cerveza, ocho “chicotás” de palio o de misterio, y el
peso de cuarenta amigos con faja, costal y calzado de salida. Creo que no
hace falta llevar a cabo el experimento, para saber hacia qué lado se
inclinaría la balanza.
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Por otro lado, tengo que admitir que ciertas veces, cuando por cuestiones
meteorológicas no ha sido posible ensayar, y alguna de éstas visitas exprés
de apenas cuarenta y ocho horas ha resultado en vano, me he planteado
cosas como por ejemplo: el por qué no me habría aficionado al kitesurf, y además de ahorrarme estos sofocos, disfrutaría la Semana Santa en un
camping de los caños.
Hace algunos meses leía unas declaraciones de la Señora Marina del
Corral, secretaria del departamento de emigración e inmigración, en las que
de manera muy acertada, seguramente por experiencia propia, afirmaba que
la salida de jóvenes españoles al extranjero, se debía al impulso aventurero de la juventud de éste país. Pensé por un momento estar sentado delante de
la señora secretaria. Me imaginé capaz de contener mi indignación y rabia,
y desafiar su demagogia política con la siguiente cuestión. Saber, si
consideraba que siete años lejos de mi tierra, mi familia, mi pareja, mis
amigos, y de una cuaresma que por fin dure cuarenta días, era debido a la
mísera situación laboral en la el país se encontraba inmerso, o por el contrario también se trataba de ese espíritu aventurero insaciable del joven
español. Que me hubiera gustado escuchar la respuesta de la señora
secretaria, o al menos verle la cara, cuando ella viera la mía.
Aun así la situación es la que es. Y pese a desear con todas mis fuerzas la
vuelta a casa, no tendría la indecencia de realizar la menor de las quejas por
la situación en la que me encuentro, sobre todo teniendo en cuenta las dificultades que tantas familias atraviesan a diario en nuestra sociedad.
Me considero muy afortunado, y aunque 2345 kilómetros de tierra y agua
me mantengan algo distante, sigo teniendo salud, un trabajo, el amor, la
familia, los amigos y la suerte de seguir disfrutando de mi mayor pasión, la
Semana Santa y el costal.
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Yo a ti que te cuento, que tú ya no sepas
A veces te miro, y en tus ojos parece que no hayan pasado los años
Esas patas de gallo te hacen aun más bella
Qué tiempos aquellos ¿Recuerdas? Cuando en tu escuela no se cabía, y tú acogías al que viniera
Cuanto ha llovido vieja maestra, cuanta alegría, cuanta tragedia
Yo a ti que te cuento, que tú ya no sepas
Serían tus formas, tu sencillez, tu carisma, tu templanza
Tus derroches de elegancia y mis ganas de aprender Que cobarde es el tiempo, ese ladrón sin compasión que nada perdona
Que arrastra recuerdos, que aparta personas
Dime maestra ¿Te sentiste sola? ¿Qué pensaste al ver que todos partían?
Aquellos que un día contigo lloraban, soñaban, reían
Qué tiempos aquellos ¿Recuerdas? Tú lo sabes vieja amiga, sabes bien que no te miento
Que el dolor de aquel momento es imposible de olvidar
Te vendieron desde dentro, te compraron sin pagar
Si supieran como siento, lo que siento en realidad
No lo niego, tuve dudas De marcharme para siempre o de quedarme para nunca
No digo que no fallaras, que te cansaras de enseñar
O que en la escuela por la que andabas
Ni te cuidaran, ni te escucharan, ni te quisieran renovar
Pero tu sitio no está en las bocas, y aunque las malas sean unas pocas La que hoy te habla se ha vuelto loca
Para contarles, porque ya toca, que tú y tus hilos
No sois los mismos, y el que lo piense pues se equivoca
Hay quien puede y no te aprecia, quien no puede y te desprecia
Quien es torpe y su torpeza solo lo hace criticar
A una vieja que por vieja, se merece respetar
Que te digan lo que quieran, que por mucho que les duela
Las arrugas de tu frente son la prueba, de que fuiste la primera
De Algeciras pionera, santa escuela costalera
Y hoy sentarme en el pupitre de tu aula pregonera Es el cielo de un honor, que aunque algunos no lo quieran
A mí ya, nadie me quita
Mi inmortal trabajadera, mi maestra del costal
Mi hermandad, mi borriquita
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Qué verdad más grande, aquella que dice que el hombre es torpe por
naturaleza. Supongo que en cierto modo, es una realidad que forma parte
de la propia vida desde los principios del comienzo.
Las dos caras de la moneda. ¿Qué sería de la alegría sin la tristeza? ¿Qué sería del odio sin el amor? ¿Del rencor sin el perdón?
La torpeza al fin y al cabo forma parte de la inteligencia humana. Pero
cuantas veces amigos, en cuantos aspectos de nuestra vida, nos
conformamos simplemente con aceptar ésta irrefutable realidad. No
hacemos nada para intentar evitar cometer los mismos errores una y otra
vez. Errores de los cuales muchas veces incluso nos enamoramos. Por desgracia, éste mundo, el mundo de las trabajaderas, no iba a estar
exento de pecado. Libre de esa innata torpeza del ser humano.
Mira como bota ese palio. ¿Has visto que vuelta más mala? ¡Vaya levanta!
Otra vez cogiendo ventaja el costero derecho. Derecho debería ponerse
ese, el “doblao” del costal de florecitas. ¿No va a ir doblao? Si estaba esta
tarde de copas en la casita. Yo me pregunto. ¿Cuándo comenzó a incubarse éste virus? ¿Donde se
perdió el sentido de todo? O quizás nunca lo hubo y era yo el que estaba
perdido en mi inocencia de niño y mis ganas de aprender. ¿Es que acaso se
trata del más competitivo de los de portes de élite? ¿Es necesaria ésta ansia
de rivalidad insana, para querer hacer las cosas bien? ¿Para superarse?
¿Para mejorar? ¿Para aprender y no dejar de aprender? ¿Para disfrutar? ¿Cuando se convierte un amigo en enemigo? ¿Cuando deja tu cofradía y se
marcha a otra? ¿Cuando lo ves con otros tomando copas? ¿Cuando se
convierte el enemigo en amigo? Dime ¿Cuando ahora eres tú el que le tira
de la ropa? ¿Es éste camino de fango e hipocresía el que hemos de seguir?
¿Es cierto que una buena chicota con tu gente, ya no llena tanto como una
mala del de enfrente? ¿Es requisito protocolario para el costalero de hoy, ver el vaso medio vacío? ¿Menospreciar el paso medio lleno? ¿Es lanzando
críticas de destrucción masiva al adversario de turno, la única manera de
que tu compañero no lo haga hacia tu persona?
Que fácil nos resulta lo fácil. Nuestra excusa como arma de defensa. Si me
atacan yo ataco. Si me critican yo critico. Si me buscan me encuentran. ¿Qué importa quién declaró la guerra a quien? si nadie está dispuesto a
firmar la paz. ¿De verdad merece la pena luchar en nuestras propias tierras?
¿Devorarnos los unos a los otros cual animales salvajes, guiados por el más
letal instinto de supervivencia?
¿No tenemos ya bastante con aquellos depredadores que vienen de fuera? Esos que sin conocernos ni conocer nuestro mundo, nos juzgan, nos
etiquetan, nos atacan, nos condenan. Esos talibanes derrotistas que harían
de nuestro exterminio la mayor de sus fiestas.
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¿No nos damos cuenta o no queremos hacerlo? Que es aun más triste.
¿No tenemos más remedio o en realidad nos causa placer y satisfacción?
Y que ya la tristeza se muera de pena.
Bético, madridista. De Martínez Ares, de Aragón. Morantista o de Tomás. De Triana, Macareno. Tú del tuyo, yo de Fran.
¿Es que acaso el sentimiento que te identifica con algo tuyo, implica
reventar el de aquel otro que lo hace con algo suyo?
Qué verdad más grande, aquella que dice que el hombre es torpe por
naturaleza.
Y por favor, que nadie me mal interprete. No quisiera que ésta humilde auto reflexión en voz alta, se confundiera con un intento de dar una lección
moral aquí ésta noche. No sería yo, quien se atreviese a tal tarea.
Pero es que ya nadie compra preguntas
Ya nadie vende respuestas
Por lo que no nos queda más remedio, que seguir coleccionando monedas
De esas de dos caras
Sigamos siendo alegres y sigamos llorando Sigamos guardando rencor y perdonando
Odiando. Amando
Sigamos disfrutando y por qué no, sigamos criticando
Sigamos navegando. Sigamos naufragando
Sigamos esperando y esperando
Y esperando o desesperando
Que cada cual decida
Cuando bajarse de éste barco
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La real academia española de la lengua define el término costalero, como
esportillero o mozo de cordel, especialmente el que lleva a hombros un
paso de una procesión.
Probablemente, sea ésta la definición más errónea e incompleta de todo el conjunto del léxico castellano. Pero incluso pese a la existencia de otras
definiciones mucho más acertadas, que insuficiente resultan a veces las
palabras... Sobre todo, cuando queremos explicar algo que va ligado a un
sentimiento.
Quien define un amor, o una amistad. Quien define una pena. Quien define
al costalero. Y más difícil aun, al costalero ideal. Cuantas veces, a muchos de los que estamos hoy aquí sentados, nos han
preguntado el porqué. Él porque de ésta afición o devoción. La respuesta
viene a ser siempre la misma. Es algo que se siente, que no se puede
explicar y mucho menos entender, haciendo uso únicamente de las
palabras.
A lo largo de mis años en las trabajaderas, he tenido la suerte de conocer a muchos costaleros. Cada uno hijo de su padre y de su madre. Distintas
formas de pensar. Distintos motivos por el que habían decidido entregarse a
ésta locura.
Costaleros con una genética envidiable para el trabajo físico, otros con un
trabajo envidiable, pero con muy poco físico. Costaleros con grandes
conocimientos técnicos. Otros sin tanta técnica, pero con muchas ganas de aprender. Costaleros que ya habían aprendido todo, excepto que en éste
mundo, al igual que en la vida, nunca se deja de aprender.
Costaleros de fe, costaleros de menos fe, y no nos engañemos, costaleros
autodenominados no creyentes, que también los hay.
Pienso que todos y cada uno de ellos, tenían y tienen el mismo derecho a
estar ahí si libremente así lo han decidido. Al fin y al cabo, quien somos nosotros para juzgar los motivos que llevan a un semejante, a elegir
libremente desempeñar una función que no hace mal a nadie.
Soy de la opinión de que si Dios, el único llamado a ser juez y parte, les
permite a todos ellos, con sus distintas razones, ser sus hombres de
confianza bajo las trabajaderas, será por algo.
Se podrían llevar a cabo numerosos estudios de investigación por los mayores expertos en la materia, que jamás llegaríamos a una conclusión
rotunda al unísono, que estableciera las cualidades o las características
necesarias, para definir al costalero ideal, al costalero perfecto. Al fin y al
cabo, la perfección es un don divino, que siempre ha estado y estará, fuera
del alcance del hombre.
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Quiero ser costalero. Le decía el hijo al padre.
- ¿Costalero? Pues no sé yo, ambos sabemos cómo es tu madre
- ¿Costalero? ¿Qué has hablado con el niño? El piano, el inglés las clases particulares. Un recibo más al año. Además tú ya lo sabes.
Como pienso y lo que opino de esos chulos con costales.
- Te recuerdo querida mía, que aunque parece que hace un siglo, un
domingo de alegría en un relevo en montereros, pregustaste por mi
nombre y desde entonces nos queremos.
- Aquellos eran otros tiempos. El costal era una moda, y por suerte o por desgracia, era ver a un costalero y nos volvíamos locas todas.
Pero vida, han pasado treinta años y por mucho que te duela, ni sus
tiempos son tus tiempos, ni los pasos lo que eran.
Que se olvide de costales y se meta en un partido, que si es pillo y
sin vergüenza, todavía tenemos suerte y hasta se nos hace rico.
Estamos ya en 2040, que me dices de tu espalda ¿Es que quieres que tu hijo sufra lo que tú has sufrido?
- Para nada lo querría. Pero se trata de su vida y si así lo ha
decidido, no me importaría que viviese lo mismo que yo he vivido.
- Desde luego no te entiendo, y no sé lo que le has dicho, pero ayer
llego diciendo que ahora tiene un nuevo sueño. Convertirse en
costalero, costalero de los buenos. Solo tiene quince años, es bajito y es delgado. Eso no son cualidades. Se lo he dicho y ha llorado, pero
tú también lo sabes.
- Tranquilízate mujer. Te cogió desprevenida, no supiste contestarle.
- No podré tranquilizarme, hasta que al menos me cuentes todo lo que
le has contado.
- Muy sencillo querida mía, simplemente me he acordado.
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He bajado hacia el desván, rebuscado en mi pasado
Han pasado tantos años y esperándome seguía
Allí estaba con su saco y con su tela algo roída. Y a su lado descansando
El libreto del pregón, de ese año de mi vida Fui directo hacia el final, él sentado en mis rodillas
Le he contado la verdad
Recitándole los versos que ese viernes ocho de marzo
Despidieran mis palabras ante mi pueblo de Algeciras
Para ser buen costalero no hace falta que seas fuerte Ni que seas el más valiente
No hace falta que persigas el alago puntual
De un famoso costalero o de un antiguo capataz
Para ser buen costalero, no hace falta que supliques la amistad de una
cuadrilla
Ni una técnica infinita, no hace falta ni Sevilla Para ser buen costalero no hace falta ser costero
Ni que sepa un pueblo entero
Que en tu brazo y tu gemelo va tu Cristo tatuado
Mucho menos hace falta para ser buen costalero
Que te compres doce vuelos para bajar a los ensayos
Para ser buen costalero, nunca ha sido necesario empezar con los catorce
Ni tampoco un homenaje con cuadro por si acaso
Porque ya son veinticinco primaveras bajo el paso
No hacen falta numeritos porque sabes que te ven
Ocupando el primer banco en la misa de algún triduo presumiendo de tu fe
Para ser buen costalero no hace falta ser vocero, ni tampoco pregonero
Que te quiera tu hermandad, o que te alaben en la calle
Para ser buen costalero no hacen falta ni tirantas ni color en los costales
Ni el consejo de tu tío, ni un ensayo con tu padre
Para ser buen costalero no hacen falta cualidades Solo hay algo que es sagrado, y es lo único importante
Yo no sé si lo he tenido, y a mis años ya que importa
Pero sé lo que me digo
Lo heredase de tu abuelo, se por ello se que te sobra
Ahora ve y dile a tu madre Que ya sabes la verdad, la mayor verdad de todas
Que para ser buen costalero
Solo hay ser, buena persona