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Prefacio M e preocupa la velocidad desde que era un joven recién salido de la universidad y viajaba por el mundo. El momento decisivo para mí fue cuando un adivino de Singapur me dijo que moriría a los cuarenta… y yo le creí. Ya sé que no resulta realista que alguien pueda ser tan inge- nuo o fatalista, pero sospecho que en aquella época yo era dema- siado crédulo. Aunque sabía que el adivino era probablemente un embaucador, la mera posibilidad de que pudiese tener razón me afectó. Temí que sólo tuviera unos pocos años para hacer todas las cosas que deseaba, por lo que desarrollé una profunda y peculiar necesidad de hacerlo todo muy deprisa. Quizá debiera admitir otro aspecto extravagante acerca de mi creencia de que moriría a los cuarenta. Me convencí de que posiblemente no podría morir antes, lo cual me indujo a hacer algo que cualquier inmortal haría: dedicarme al paracaidismo. Y al parapente. Volar en planeador. Hasta que, a los veintitrés años, La era de la Velocidad.indd 9 3/9/08 10:27:59

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Prefacio

Me preocupa la velocidad desde que era un joven recién salido de la universidad y viajaba por el mundo. El momento decisivo para mí fue cuando un adivino de Singapur me dijo que moriría a los cuarenta… y yo le creí.

Ya sé que no resulta realista que alguien pueda ser tan inge-nuo o fatalista, pero sospecho que en aquella época yo era dema-siado crédulo. Aunque sabía que el adivino era probablemente un embaucador, la mera posibilidad de que pudiese tener razón me afectó. Temí que sólo tuviera unos pocos años para hacer todas las cosas que deseaba, por lo que desarrollé una profunda y peculiar necesidad de hacerlo todo muy deprisa.

Quizá debiera admitir otro aspecto extravagante acerca de mi creencia de que moriría a los cuarenta. Me convencí de que posiblemente no podría morir antes, lo cual me indujo a hacer algo que cualquier inmortal haría: dedicarme al paracaidismo. Y al parapente. Volar en planeador. Hasta que, a los veintitrés años,

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practiqué un deporte que recomiendo a todo el mundo: el luge. ¿Puede haber algo mejor que descender tumbado en un trineo una ladera de hielo, a una velocidad superior a los cien kilómetros por hora, y con la fuerza centrífuga cuadruplicando tu peso? La veloci-dad era embriagadora y me dediqué de lleno a ese deporte. Incluso llegué a considerar la idea de competir en las Olimpiadas.

Poco después de cumplir los veintiséis un amigo me intro-dujo en la especialidad de descenso (pruebas de velocidad) de esquí alpino. Más velocidad. Más emoción. Más diversión. Y estaba pre-visto que fuese un deporte de exhibición en los Juegos Olímpicos de Invierno de Albertville, Francia, cuatro años más tarde. Debido al tictac de mi reloj mortal, yo debía aprovechar la ocasión y tratar al menos de llegar a tiempo a las Olimpiadas. Por desgracia, en rea-lidad nunca había competido como esquiador, un detalle que en aquel momento me pareció que no tenía importancia

Antes de darme cuenta ya tenía treinta años y estaba parti-cipando en la competición olímpica por la medalla de oro. Para un esquiador de fin de semana como yo, sin entrenamiento ni experiencia en la competición, no estaba nada mal: en sólo cuatro cortos años había logrado llegar a participar en los Juegos Olímpi-cos y establecer siete récords nacionales canadienses en pruebas de velocidad de esquí de descenso (216,7 kilómetros por hora). Gané una notable perspectiva al recorrer un largo camino en muy poco tiempo. Pero sólo me quedaban diez años de vida, por lo que no debía dormirme en los laureles.

A los treinta y tres entré en el circuito de conferencias como orador. Hablaba sobre la estrategia que utilicé para pasar en cuatro años de ser un esquiador de fin de semana a competir en los Jue-gos Olímpicos. Exponía al público lo que se necesita para alcanzar grandes metas en el plazo más corto posible. Y también analizaba el papel de la velocidad en los negocios. Tras obtener un máster en gestión organizativa, trabajé con mis clientes, en su mayoría empresas Fortune 500 y grandes corporaciones, que me contrata-

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ban para que les hablase de mis experiencias y saber más acerca de la forma en que afectaba a sus negocios la velocidad —su balance final, cuotas de mercado y el éxito y la felicidad de la gente que integraba sus organizaciones—. En ocho años hablé ante más de setecientos auditorios y me las ingenié para ingresar en el Speaker Hall of Fame, del que formaban parte Zig Ziglar, Ronald Reagan, Art Linkletter y Og Mandino.

Todo lo que hacía respondía a una agenda precisa y la velo-cidad era prioritaria para mí. Pese a que el origen de mi preocu-pación puede que fuera una tontería, la velocidad fue una buena aliada. Me ayudó a realizar mucho en un corto espacio de tiempo y se convirtió en un factor clave de mi éxito. Supongo que llegó a ser una suerte de arma secreta para mí.

Pero hace un par de años caí en la cuenta de que mi fijación con la velocidad —mi arma secreta— ya no era un secreto. La velocidad había penetrado en la experiencia humana. Sin embargo, no era algo que todo el mundo recibiese con los brazos abiertos. De hecho, una gran cantidad de gente consideraba que la acele-rada velocidad de la vida y los negocios era un problema, y eso es precisamente lo que inspiró La era de la velocidad. Ahora que tanta gente se ve afectada por la velocidad, me gustaría ofrecer una pers-pectiva nueva para ayudar a encauzar el poder de la velocidad en beneficio propio y lograr cosas notables… rápidamente.

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El fenómeno de la Velocidad

Primera parte

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Capítulo 1

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Una revolución cada vez más rápida

Mientras me desesperaba en una interminable cola de los con-troles de seguridad en el aeropuerto de Orlando percibí hasta qué punto nos dominaba la Era de la Velocidad.

Aquella mañana iba retrasado y parecía que a todo el mundo le sucedía igual. La fila estaba compuesta de gente que rezumaba impaciencia. Yo me sentía totalmente frustrado, como todos. Cal-culé que transcurrirían al menos veinte minutos antes de tener el privilegio de permanecer en calcetines sobre las frías baldosas mientras un extraño me palpaba las piernas. Entonces vi a una mujer en traje de chaqueta ignorar la cola. Cartera en mano, con paso veloz, se dirigió a la derecha del puesto de seguridad, se detuvo un instante y luego continuó hacia las puertas de embarque.

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Cuando supe por lo que había tenido que pasar esa mujer para ahorrarse aquellos veinte minutos me quedé asombrado: tenemos tal hambre de velocidad que estamos dispuestos a sacrificar cosas extraordinarias para satisfacerla. Comprendí que la velocidad es una característica definitoria de nuestro tiempo, y que lo que veni-mos experimentando no es simplemente el drama diario sino una revolución de un presente cada vez más rápido.

La mujer del aeropuerto de Orlando formaba parte de un programa de viajeros registrados que utiliza la biometría (tecno-logía de escaneado corporal) con fines de identificación. Pese a que la palabra biometría le puede sonar poco familiar, el concepto ha traspasado sin duda su conciencia en algún momento: dispo-sitivos para el reconocimiento de voz, láseres para escaneo ocular, máquinas de reconocimiento facial. Con la ayuda de James Bond, los ángeles de Charly y sus fotogénicas cohortes, éste es uno de esos negocios que nunca han carecido de atención. No obstante, la preocupación por la privacidad y las cuestiones de seguridad han impedido que la biometría haya llegado a ser tan generalmente utilizada en la vida como en las películas.

El noventa por ciento de los norteamericanos piensa que es importante establecer salvaguardas contra el mal uso de la identifi-cación biométrica.1 Les preocupa que la biometría represente una amenaza contra la privacidad y la seguridad, tanto personal como nacional. Al fin y al cabo, la tecnología le identifica a uno basándose en parámetros biológicos invariables, y los datos pueden ser alma-cenados. Cualquiera que tenga acceso a la información guardada puede leer —y potencialmente copiar— los detalles más íntimos de nuestra constitución física. ¿Qué ocurre si esa información cae en manos de quien no debe? ¿Puede presentarse la policía en casa de cualquiera y arrestarlo por un delito que no ha cometido por-que alguien robó sus huellas dactilares? ¿Puede una organización terrorista utilizar datos robados para introducir a sus miembros en un país burlando los controles fronterizos? La tecnología biomé-

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trica hace que la constitución de nuestros cuerpos sea vulnerable a observaciones, juicios e incluso robos. Sencillamente, ¿cuántos de nosotros mismos estamos dispuestos a revelar y arriesgar?

A pesar de este debate, Verified Identity Pass (VIP) empezó a probar su programa de identificación biométrica, Clear, en el aero-puerto internacional de Orlando en 2005.2 Fue como si los asuntos de seguridad y privacidad se hubiesen vuelto irrelevantes sólo por-que VIP ofrecía a los viajeros la oportunidad de ir más deprisa. En el aeropuerto de Orlando, quienes están registrados en el programa Clear aguardan en las colas de seguridad a lo sumo tres minutos, mientras que todos los demás deben soportar una espera de treinta y dos minutos.3 Y tres minutos es el máximo. Según VIP, el tiempo medio de espera para los miembros de Clear es cuatro segundos.

Pero registrarse en VIP no es exactamente cómodo ni barato, y tampoco atenúa los temores de quienes abogan por la privacidad. Antes de que una solicitud sea enviada a la Transportation Security Administration (TSA) para una evaluación de amenaza contra la seguridad, los viajeros deben presentarse personalmente para some-terse a una comprobación de sus antecedentes, pagar una tasa anual de casi cien dólares, permitir que les tomen las huellas dactilares de los dedos de ambas manos y someterse a un escaneo del iris.4

Sin embargo, el coste añadido, el peligro potencial contra la intimidad personal, el trabajo de completar el proceso de inscrip-ción y la paranoia asociada al hecho de estar en las listas de la TSA demostraron no ser obstáculo frente al aliciente de la velocidad. Parecería como si esos aspectos negativos fueran tolerables si todo ello significa que podemos ir más rápido. A principios de 2007, en Estados Unidos, más de cuarenta y cinco mil personas se habían apuntado al Clear y la TSA había aprobado la ampliación del pro-grama de viajeros registrados a veinte aeropuertos.5 Mientras estaba en la cola de seguridad del aeropuerto de Orlando fui testigo de cómo la velocidad triunfaba sobre la privacidad, la comodidad e incluso el miedo.

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Estamos dispuestos a hacer

sorprendentes sacrificios

para alcanzar una mayor

velocidad.

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The economist resumía así la situación: «A muchas personas la “biometría” les evoca imágenes de una sociedad de vigilancia tipo Gran Hermano. Pero diles que se ahorrarán unos pocos segundos preciosos… y millones de ellas firmarán».6

Apunte rápidoEl programa Clear se aplica en San José, India-

nápolis, Cincinnati y la Terminal 7 de British

Airways en el aeropuerto JFK de Nueva York . Las

siguientes terminales en las que se aplicará serán:

Terminales 1 y 4 del JFK, terminal B de Newark

y Toronto . Véase www .flyclear .com/airports .html

para una lista más actualizada .

•  •  •

Estamos dispuestos a hacer drásticos sacrificios para alcanzar una mayor velocidad y poder hacer frente a las nuevas prioridades y exigencias de nuestra sociedad actual. Hemos creado una cultura 24/7 del más rápido todavía, la crackBerry*, que está cambiando nuestra manera de trabajar, relacionarnos, comunicarnos y vivir. Está cambiando lo que constituye el éxito de una persona y lo que hace viable una organización. Y está cambiando aspectos clave de la experiencia humana básica.

* Adicción enfermiza a la Blackberry, dispositivo inalámbrico que admite correo electrónico, telefonía móvil, SMS, Internet y otros servicios de infor-mación. (n. del T.)

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Apunte rápidoLos CrackBerries se han convertido en la mas-

cota no oficial de la Edad de la Velocidad, pero

cuidado con la adicción . Las investigaciones

ponen de manifiesto que permitir interrupciones

frecuentes de los e-mails provoca un descenso

del rendimiento equivalente a la pérdida de diez

puntos en los tests de inteligencia, o dos veces

y media el descenso observado tras fumarse un

porro .7

Aunque esto puede sonar aterrador para algunos, pienso que la velocidad posee un poder único para enriquecer nuestras vidas a nivel individual, empresarial e incluso social. Es la savia de la era de la información, hace avanzar a las empresas y ayuda a la gente a perder menos tiempo haciendo cosas insignificantes y abrir un hueco para una vida con más significado.

Escribí este libro para analizar una noción que posiblemente vaya contra el sentido común y según la cual cuando aprovecha-mos el poder de la velocidad no sólo obtenemos más y más rápido, sino que nuestro trabajo y nuestras vidas se vuelven menos estre-santes, disfrutamos de más tiempo y son más equilibradas. La era de la velocidad analiza el papel de la velocidad en los negocios y en la experiencia personal, y propone una nueva perspectiva: la velo-cidad puede ser una poderosa aliada, tanto en el plano personal como en el empresarial. Le presentaré cuatro perfiles de conducta —Aviones, Cohetes, Zepelines y Globos—, que caracterizan nues-tra relación con la velocidad, y le ayudaré a explorar formas de encauzar el fenómeno de la velocidad en beneficio propio y a hacer frente a efectos secundarios de la Era de la Velocidad, tales como

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la relación trabajo-familia o el exceso de información. Leerá his-torias y estudios de casos que ilustran las muchas dimensiones del impacto de la velocidad en nuestras vidas y negocios, y también confío en hacerle pasar un buen rato mientras tanto.

En muchos aspectos La era de la velocidad es un libro de con-ceptos con la humilde pretensión de inspirar una nueva perspec-tiva que le ayudará a prosperar en esta era nueva y más rápida. La información contenida en este libro se puede aplicar a su vida y a su negocio, y puede ayudar a cambiar mucho las cosas. Todo lo que se espera de usted es una mentalidad abierta y una curiosidad introspectiva. Mientras lea este libro considere cómo puede aplicar su contenido a su vida y a su negocio. Y analice cómo puede tra-bajar la velocidad en su favor y acercarle a sus objetivos, porque la velocidad no es sólo algo que necesitamos aceptar y asumir, sino también algo que deseamos desesperadamente.

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Capítulo 2

acceso a la velocidad = intolerancia a la lentitud

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Deseo + necesidad + acceso

Hoy queremos velocidad, la necesitamos y podemos obtenerla, todo ello en un plano nunca experimentado antes. Por descontado que la raza humana ha perseguido la velocidad desde antiguo, pero lo que diferencia nuestra búsqueda actual de velocidad respecto a generaciones anteriores —lo que hace de nuestra experiencia una revolución— es la combinación de ese deseo ancestral con dos fac-tores exclusivos de nuestro tiempo: una necesidad de velocidad sin precedentes y una nueva capacidad de lograrla. Examinemos primero nuestro deseo de velocidad.

Hasta qué punto deseamos hoy la velocidad, y la hemos deseado durante generaciones, queda reflejado en nuestra inquebrantable búsqueda de la misma. A lo largo de la historia nos hemos esfor-zado por hacer las cosas más rápido, nuestro trabajo y el progreso en general. La raza humana tiene que decidir todavía si nuestro actual

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índice de velocidad es, tal como le sucedía a Ricitos de oro con las distintas cosas que encontraba, del tamaño adecuado para ella.

Pensemos, por ejemplo, en los viajes. Inventores, ingenieros e inversores han estado desafiando sistemáticamente el tiempo que se tarda en cruzar el Atlántico. Cuando el viaje transatlántico estaba confinado al mar, buscábamos adelantos náuticos: veleros de tres mástiles antes que buques mercantes, vapores mejor que veleros. Pero incluso el barco más rápido no era lo bastante veloz. Nos pusimos a volar y prosiguió la carrera. Aun así, pese a los avan-ces increíbles realizados por la aviación moderna, estamos lejos de sentirnos satisfechos. Los ingenieros aeronáuticos están trabajando con ahínco en el Aerion, un avión de negocios supersónico (está previsto que salga a la venta en 2011), que ofrece a un directivo y a once compañeros la oportunidad de atravesar el Atlántico a una velocidad de Mach 1,5 o 1,6 y a una altitud de 13.000 metros ¡rompiendo la barrera del sonido!1 Imagínese: reuniones matutinas en Manhattan, un almuerzo con clientes cerca de Piccadilly Circus y el regreso a tiempo para ayudar a los críos con los deberes.

Apunte rápidoUn número Mach no es una medida de velocidad

absoluta, sino una comparación con la veloci-

dad del sonido . La velocidad del sonido a nivel del

mar y a 21 ºC es de 1 .239,9 kilómetros por hora,

pero cambia de acuerdo con condiciones atmos-

féricas tales como la densidad, la temperatura o

la humedad . Por lo tanto, el número Mach de un

avión en movimiento puede variar dependiendo de

su altitud, incluso aunque esté viajando a la misma

velocidad en términos de kilómetros por hora .

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Pero la capacidad actual para acceder a la velocidad está trans-formando nuestra búsqueda de ella. Con el boom de la tecnología que nos permite alcanzar velocidad en cualquier forma imagina-ble, la velocidad ya no es un lujo, es una expectativa. Y cuanta más conseguimos, más parecemos querer. Correo electrónico, agendas electrónicas, self-checkout*, música descargable, noticias en tiempo real, cajeros automáticos o cámaras digitales: la tecno-logía ha introducido la velocidad en todos los aspectos de nuestras rutinas diarias. El listón se ha elevado y nuestras opciones de ace-lerar parecen infinitas. En la actualidad no sólo nos diferenciamos entre los que tienen y los que no, sino también entre los que tienen y los que tienen primero. Consideremos nuestra experiencia como consumidores modernos. Tenemos servicios de ayudantes en los centros comerciales para llegar antes a las tiendas. y terminales de self-checkout para salir antes de ellas. Los compradores de las gran-des áreas metropolitanas pueden incluso hacer un pedido a las dos de la tarde, ya sea un traje, un libro o una licuadora, y lograr que les sea enviado el mismo día, aunque sólo falten cuatro días para Navidad.2

Ansiamos la velocidad y no estaremos satisfechos hasta que la consigamos. Nuestra tolerancia en relación con la lentitud ha des-cendido tan espectacularmente como se ha incrementado nuestro anhelo de velocidad. Hoy, el tiempo de espera y los tiempos muer-tos se consideran intolerables. Nuestra tolerancia es tan baja que el veintitrés por ciento de los estadounidenses declara que pierde la paciencia a los cinco minutos de hacer cola.3 Aunque super-ficialmente todo esto pueda parecer inmaduro y caprichoso, la esencia de nuestra intolerancia puede estar enraizada en algo abso-lutamente razonable: cinco minutos de espera es el equivalente a rendir cinco unidades de nuestro bien más preciado, el tiempo.

* self-checkout: terminales en los centros comerciales que permiten embolsar y pagar los productos evitando colas. (n. del T.)

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Hemos explorado el potencial de cada minuto y sabemos lo que se puede lograr en cinco. Cuando nos vemos obligados a ir más despacio por un agente externo, nos están robando las cosas que habríamos logrado durante ese tiempo.

Piense en lo que eso significa para los negocios. Hay un nuevo estándar de velocidad, pero también una gran oportunidad: una demanda insatisfecha, profundamente sentida y muy difundida. La gente está desesperada por ahorrar tiempo. Hasta dieciocho segundos cuentan en la Era de la Velocidad. El Chase Manhattan Bank utilizó su capacidad de acortar el tiempo de operaciones en cajeros automáticos de cuarenta y dos a veinticuatro segundos como una estrategia de posicionamiento para atraer a su potencial fondo de clientes a quienes buscan la velocidad. Ahorrarse diecio-cho segundos en el cajero fue suficiente para que el Chase lanzara una campaña publicitaria utilizando la escritura abreviada de los SMS, «Gt $ Fstr»* para atraer a sus bancos a los apresurados y furiosos.4

Pensemos también en la aseguradora de automóviles Geico, empresa decidida a aprovechar nuestra política de tolerancia cero con la lentitud. Geico utilizaba como portavoz de su campaña al personaje de cómics Meteoro, y difundió un lema que se está haciendo famoso: «15 minutos le podrían ahorrar el 15 por ciento o más». El modelo de Geico directo-al-consumidor no tiene nada que ver con la forma de hacer negocios en el lento mercado del seguro del automóvil,5 pero funciona, en parte por hacer hincapié en la velocidad y en la gratificación instantánea que el modelo puede aportar a los clientes. La empresa se situó en el cuarto lugar de un sector que mueve 180.000 millones de dólares con su men-saje de precios bajos y alta velocidad e hizo que sus rivales se preo-cuparan.

* Gt $ Fstr. Abreviatura de Get $ Faster, o «Su dinero más rápidamente». (n. del T.)

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Un competidor intentó lanzar un mensaje más centrado en el cliente, insistiendo en su disposición a dedicarle más de quince minutos. La empresa trataba de apelar a un deseo percibido en el consumidor de más tiempo y atención, pero tuvo que retirar el anuncio aduciendo que los consumidores no lo captaban.6 Es más probable que los consumidores no lo quisieran. No queremos dedicar más de quince minutos a hablar del seguro del coche o a esperar que nos den el precio del mismo. Ya no podemos permi-tírnoslo; sencillamente, nuestro tiempo es demasiado valioso. No solamente esperamos velocidad, sino que la necesitamos.

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