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Prefacio edición en español El lama tibetano Tarthang Tulku escribió originalmente El conocimien- to de la libertad: hora de cambiar, en 1984, una década plena de opti- mismo. Estados Unidos consideraba que sus perspectivas económicas eran brillantes y la gente tenía esperanzas de prosperidad; sentía que gran- des oportunidades se avecinaban. La década de los ochenta simboliza el tiempo del consumo desme- surado y el auge del materialismo. El libro proponía una mirada innova- dora sobre la experiencia humana. Invitaba a cuestionar profundamente en todos y cada uno de los aspectos de ser humanos: los hábitos men- tales que determinan lo que pensamos y hacemos, las necesidades que tiene el espíritu humano para mantener el equilibrio y la autocom- prensión. Reconocidos intelectuales comentaban que para esa época el libro estaba adelantado algunas décadas pues invitaba a la introspección y a la posibilidad de cuestionarnos muy profundamente las creencias básicas que dominaban nuestra manera de actuar. Estas advertencias de los intelectuales resultaron proféticas. A partir del 11 de septiem- bre de 2001, sumado a todas las crisis que se sucedieron, pusieron en evidencia todas las dificultades descritas por el autor ya en 1984. Dificultades que en ese momento ya existían, pero nos negábamos a asumir. Los turbulentos momentos que hemos estado viviendo han dejado claro que los valores materialistas son inestables y nos hacen perder la confianza en nuestra sabiduría natural, además de empobrecer nues- tro espíritu. Esta edición en español aparece en un momento en el que mun-

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Prefacio edición en español

El lama tibetano Tarthang Tulku escribió originalmente El conocimien-to de la libertad: hora de cambiar, en 1984, una década plena de opti-mismo.

Estados Unidos consideraba que sus perspectivas económicas eran brillantes y la gente tenía esperanzas de prosperidad; sentía que gran-des oportunidades se avecinaban.

La década de los ochenta simboliza el tiempo del consumo desme-surado y el auge del materialismo. El libro proponía una mirada innova-dora sobre la experiencia humana. Invitaba a cuestionar profundamente en todos y cada uno de los aspectos de ser humanos: los hábitos men-tales que determinan lo que pensamos y hacemos, las necesidades que tiene el espíritu humano para mantener el equilibrio y la autocom-prensión.

Reconocidos intelectuales comentaban que para esa época el libro estaba adelantado algunas décadas pues invitaba a la introspección y a la posibilidad de cuestionarnos muy profundamente las creencias básicas que dominaban nuestra manera de actuar. Estas advertencias de los intelectuales resultaron proféticas. A partir del 11 de septiem-bre de 2001, sumado a todas las crisis que se sucedieron, pusieron en evidencia todas las dificultades descritas por el autor ya en 1984. Dificultades que en ese momento ya existían, pero nos negábamos a asumir.

Los turbulentos momentos que hemos estado viviendo han dejado claro que los valores materialistas son inestables y nos hacen perder la confianza en nuestra sabiduría natural, además de empobrecer nues-tro espíritu.

Esta edición en español aparece en un momento en el que mun-

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dialmente el ser humano se está replanteando las viejas costumbres y siente la necesidad de una vuelta a la esencia. Este libro es un aporte para ese proceso, ya que nos acompañará en el camino hacia el equili-brio y el conocimiento profundo de la experiencia humana.

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Prefacio

Durante los más de cuarenta años que llevo viviendo y trabajando en Estados Unidos, me he dedicado a una gran variedad de proyectos y me he relacionado con gente de todas las profesiones e historias. Al disponer de una profusión de tecnología y de las oportunidades que esta sociedad nos ofrece, he podido poner en marcha una imprenta y editorial, y fundar un instituto de enseñanza. También he escrito va-rios libros y he creado un centro espiritual, al tiempo que sacaba ade-lante a mi familia. Muchos alumnos y amigos han contribuido en estos esfuerzos apoyándome y trabajando, pero ninguno de los proyectos se habría podido llevar a cabo sin el conocimiento.

Cada proyecto nos tomó meses y a veces años de preparación. De-dicamos mucho tiempo a aprender las complejidades del sistema edu-cativo y empresarial de este país, y a estudiar la tecnología, la maqui-naria y los materiales para la impresión y la construcción. Además, fue necesario establecer una base para apoyar el crecimiento y desarrollo de los proyectos que esperaba realizar. Aunque todas estas áreas eran complejas y desconocidas para mí, podíamos acceder a los conoci-mientos necesarios y adquirirlos y aplicarlos a base de esfuerzo.

Mientras trabajaba con mis alumnos y amigos, descubrí que nues-tros mayores retos no venían de problemas técnicos o de falta de infor-mación, sino de una dirección muy distinta. Las dificultades que más entorpecían nuestros esfuerzos eran las limitaciones autoimpuestas que hacían que hasta las personas más dedicadas a estos proyectos fueran vulnerables a la frustración y la decepción.

Desde el principio la naturaleza de mi trabajo me llevó a entrar en contacto con personas de una gran variedad de profesiones, incluyen-do educadores, psicólogos, científicos, empresarios, comerciantes, ar-

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tistas y estudiantes de todas las edades. Trabajar con gente tan distinta durante años me permitió oír tanto a jóvenes como a adultos expresar los mismos sentimientos. Mucha gente, a pesar de su dinero, educa-ción y éxito profesional, está insatisfecha con su vida y siente una pro-funda hambre interior que no sabe cómo llenar.

Intentar resolver nuestras dificultades particulares no parecía ser la respuesta. Era mucho más importante investigar los patrones men-tales subyacentes o por debajo de la insatisfacción personal y descu-brir qué era lo que impedía a tantas personas sentirse realizadas y dis-frutar de la vida. Quizás en cada patrón se encontraba la clave para alcanzar una gran comprensión. En las discusiones que mantuve con muchas personas sobre una gran variedad de temas, desde física y psi-cología hasta el mundo de los negocios y las aspiraciones y dificulta-des personales, descubrí que en las respuestas que me daban se traslu-cían unas preocupaciones humanas universales.

En estas conversaciones surgieron muchos temas: los problemas sociales y personales, las actitudes hacia el trabajo, las definiciones de la felicidad, la motivación para alcanzar metas, las reacciones ante los retos y problemas, y el significado de la responsabilidad, el conoci-miento y la libertad. Comparamos las ideas y actitudes de distintas culturas y consideramos las influencias históricas que condicionaron su desarrollo. También examinamos la cuestión de la estructura del lenguaje y analizamos cómo el lenguaje afecta el modo de pensar y la comunicación. ¿Qué problemas se dan en la comunicación cuando no compartimos los mismos significados y valores? ¿Hasta qué punto po-demos comunicarnos incluso sin hablar la misma lengua? ¿Qué im-portancia tiene para la soledad y el aislamiento que siente tanta gente? ¿Cómo afecta nuestra educación y la necesidad de adaptarnos a un complejo estilo de vida nuestras actitudes hacia el trabajo y la vida? ¿Cómo influye lo que aprendemos en la infancia en nuestro modo de pensar y trabajar, la calidad de nuestra vida y nuestras definiciones del éxito y la felicidad?

Mientras investigábamos estas cuestiones y muchas otras, observé que en las respuestas se daban los patrones generales. Más tarde anali-cé las implicaciones de estos patrones con las personas con las que tra-

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bajaba más estrechamente. Al examinarlas en su propia vida, muchas de ellas hicieron valiosos descubrimientos y me ofrecieron unas per-cepciones que profundizaron nuestra investigación. Con el tiempo, a medida que resolvíamos los detalles que nos faltaban, los patrones se revelaron con más claridad. Poco a poco, a través del proceso dinámi-co de indagar, reflexionar y responder, nos hicimos una visión de con-junto. Aunque los detalles específicos variasen, los patrones que se da-ban en una persona también se daban en otras.

Los que participaron en este proceso vieron que lo que habían aprendido hacía ya una diferencia en su vida y que podría constituir el punto de partida de una investigación más profunda sobre un modo más satisfactorio de ser y actuar en el mundo. Acepté su petición de preparar una serie de ensayos para publicarlos. Los editores de Dhar-ma Publishing reunieron las charlas que di durante un periodo de casi tres años y las presentaron en los ensayos de este volumen. Durante muchos meses estuve revisándolas y añadiendo información nueva.

Muchos de los temas que aparecen en este libro están íntimamente relacionados con la vida cotidiana y los problemas humanos universa-les. Aunque cada ensayo se centre en un aspecto distinto de la vida moderna, en conjunto ofrecen un enfoque que puede ser útil en la ac-tualidad: una indagación directa de la situación humana que nos ani-ma a cuestionarnos todos los aspectos de la experiencia.

Este libro no es más que el comienzo de lo que espero sea una gra-tificante investigación sobre la naturaleza de la mente humana. No hay un límite en el alcance de nuestras investigaciones ni en nuestra capa-cidad para comprendernos a nosotros mismos y al mundo. En el futu-ro, pienso llevar esta investigación mucho más lejos, analizando con más profundidad las etapas de la conciencia humana. Por ahora, agra-dezco la oportunidad de poder ofrecer estos ensayos a un público más amplio. Hace mucho tiempo mis maestros recalcaban que para llevar una vida productiva era esencial tener un conocimiento básico de la naturaleza humana. En vista de sus palabras, espero que de alguna pe-queña forma estos ensayos fomenten la paz y la armonía en el corazón de quienes los lean y que los que se beneficien indagando en su propia vida compartan lo que descubran con todas las personas del mundo.

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Introducción

El conocimiento es nuestro derecho de nacimiento y nuestra inspira-ción. Somos la encarnación viva del conocimiento. Es la clave de nues-tro desarrollo evolutivo y la base de nuestra supervivencia. Nuestro ser se originó del conocimiento grabado en las dos células vivas que pro-dujeron nuestra forma actual. Nuestros sentidos «saben» ver, oler y saborear. El cuerpo sabe respirar y traer una vida al mundo para conti-nuar la herencia humana.

Nuestra mente es el receptáculo del conocimiento de los siglos pa-sados. Un tesoro de pensamientos e inspiración, nos permite reflexio-nar en el pasado y concebir sueños para el futuro. El conocimiento nos brinda infinitas oportunidades para crecer interiormente. Cada momento de nuestra experiencia es conocimiento, una interacción di-námica de nuestro ser con el mundo cambiante que nos rodea. Nues-tros pensamientos y palabras son manifestaciones del conocimiento. Incluso el sufrimiento es conocimiento, ya que nos señala nuestros problemas y limitaciones: nos muestra la necesidad de comprender mejor las cosas y nos motiva a invitar al conocimiento a nuestra vida.

El conocimiento une a todos los seres humanos que han existido en este planeta. Aunque las barreras del tiempo y el espacio nos sepa-ren, nunca estamos solos. Nos une el lenguaje universal del corazón humano, que es también conocimiento. Todas las personas comparti-mos las mismas necesidades y deseos básicos. Nos alegramos en tiem-pos de abundancia, vemos en nuestros hijos la esperanza del futuro y lloramos cuando nos la arrebatan.

Aunque nuestra condición humana nos una, cada uno de nosotros tiene una vida singular que se desarrolla como un gran drama forjado de esperanzas y sueños, acciones e interacciones. Cada experiencia au-

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menta nuestro conocimiento y cada acción es una expresión de lo que sabemos. La capacidad de aprender de nuestras experiencias a lo largo de la vida también es el regalo del conocimiento.

Pero nuestras historias no siempre son felices. En un solo día po-demos experimentar muchos sentimientos característicos de la condi-ción humana: deseo y frustración, confianza y ansiedad. El cuerpo que nos permite sentir el arrobamiento del éxtasis es el mismo que nos hace vulnerables al dolor. La mente que tan adaptada está para el co-nocimiento también puede atormentarnos con recuerdos, remordi-mientos, pesar, miedo y agitación emocional. Después de más de un millón de años de evolución aún nos queda por encontrar el conoci-miento que nos permita sentir una felicidad duradera y nos libere del sufrimiento.

¿Hay en nuestro conocimiento algo fundamentalmente erróneo? El conocimiento en sí mismo es beneficioso y liberador. El conoci-miento nos ha permitido transformar el entorno, aumentar nuestro bienestar y crear las sociedades más libres y prósperas que han existi-do en toda la historia de la humanidad. Nuestro conocimiento aumen-ta a diario, prometiéndonos extender la libertad y la prosperidad a to-das las personas del mundo.

Sin embargo, aunque el conocimiento y la libertad parezcan estar propagándose, por lo visto nos sentimos menos a gusto con nosotros mismos que nunca. A pesar de nuestra próspera vida en la superficie, en el fondo seguimos sintiendo frustración y confusión, ansiedad e in-cluso desesperación. En nuestras sociedades hasta el más afortunado entre nosotros tiene muy pocas esperanzas de liberarse por completo de la frustración y la insatisfacción.

La educación formal quizá nos ayude a tomar mejores decisiones en la vida, pero no nos garantiza que no vayan a conducirnos al sufri-miento. Tal vez después de muchos años de experiencia adquiramos la sabiduría necesaria para estabilizar nuestra vida y reconozcamos por fin dónde se encuentran nuestras mayores esperanzas para la satisfac-ción. La vida es nuestra mayor maestra, pero solemos aprender sus lecciones demasiado tarde y a costa de mucho sufrimiento. Caemos muchas veces en los mismos errores antes de cambiar y algunas lec-

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ciones incluso no llegamos a aprenderlas nunca. Dependiendo de si aprendemos con rapidez o lentitud, tendremos una vida más o menos feliz. Pero aunque a nivel personal nos volvamos muy sabios, los pro-blemas sociales, medioambientales e internacionales pueden poner en peligro nuestra felicidad. Después de acumular conocimientos durante varios cientos de años, lo que sabemos no nos asegura una protección contra el sufrimiento.

Si pudiéramos asomarnos a los corredores cerrados del tiempo y participar directamente en toda la experiencia humana, quizá descu-briríamos el conocimiento que necesitamos para llevar una vida me-jor. Como historiadores vivos y testigos contemporáneos del desplie-gue del pasado, veríamos directamente las transformaciones que han tenido lugar en la conciencia humana. Veríamos cómo los hombres prehistóricos vencieron el miedo al fuego cuando aprendieron a usar-lo. Lidiaríamos las luchas para sobrevivir en la edad de hielo y nos ale-graríamos del desarrollo de la agricultura. Nuestra experiencia de la vida en los primeros centros de civilización se volvería más amplia y profunda, siglo a siglo, a medida que la humanidad se extendía poco a poco por los continentes.

Veríamos claramente en nuestra memoria el tejido de la civiliza-ción: recordaríamos cientos de culturas entretejiéndose en el tiempo y el espacio, cada una contribuyendo con un color y una forma diferen-te al gran diseño. ¿Cuántas veces nos hemos sentido vencedores y ven-cidos durante el auge y declive de las civilizaciones? Nos maravillaría-mos de la aparición de la religión y la filosofía, y comprenderíamos los ideales por los que muchos seres humanos vivieron y murieron. Des-pués de cientos de miles de años de experiencia, conoceríamos sin duda los patrones de pensamiento y acción que nos han llevado al su-frimiento. Sabríamos el pleno significado de la historia humana y nos liberaríamos de la necesidad de repetir los errores del pasado.

Si todos pudiéramos experimentar semejante viaje, nuestra ver-sión de la historia humana sería muy distinta de los hechos sin vida que ahora forman parte de nuestra historia. El pasado, revitalizado por nuestra experiencia, se convertiría en un conocimiento vivo que apli-caríamos a nuestra vida actual. Viendo los patrones de nuestra vida

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con mucha más claridad, no estaríamos tan dispuestos a realizar accio-nes que siempre nos han conducido al sufrimiento. Tal vez, después de derramar lágrimas durante innumerables siglos, nos hartemos de la frustración, el dolor y el derroche de la vida humana. Conscientes de las causas del sufrimiento, sabríamos lo que es verdaderamente bene-ficioso y cómo hacerlo realidad. Con esta clase de comprensión nues-tra visión para el ser humano no tendría límites, al igual que la liber-tad humana.

Pero carecemos de esta visión y no podemos prever los resultados de nuestras acciones. Es difícil aprender las lecciones del pasado y convertir el dolor de antaño en conocimiento para el presente. Por esta razón nos vemos obligados a repetir los mismos patrones sin la posibilidad de elección, esperando que de algún modo lo que haga-mos no produzca los mismos resultados que en el pasado. Pero sin un mayor conocimiento, el futuro es siempre incierto y nuestras esperan-zas quizá sólo nos impidan ver la magnitud de nuestros problemas. El conocimiento que nos ha dado riqueza y prosperidad podría conver-tirse fácilmente en los medios de la destrucción de la vida humana o incluso de la aniquilación de la vida en el planeta. Como nuestra felici-dad y libertad dependen de unas condiciones que no acabamos de en-tender ni de controlar, siguen siendo frágiles.

Disponemos de muchas reglas y leyes para proteger la libertad de pensamiento, de expresión y de acción. Pero aunque nuestras liberta-des estén garantizadas, incluso en un país donde se respetan los dere-chos de las personas, no tenemos plena libertad de elección, ya que no podemos elegir no sufrir. Por más lejos que lleguen nuestras libertades individuales, nuestro conocimiento no es lo bastante amplio como para que nuestra visión de la libertad sea una realidad. Hasta las accio-nes para aumentar la libertad y la prosperidad material parecen inten-sificar nuestros deseos e incrementar el nivel de frustración en nuestra vida. El dolor que sentimos da fe de las carencias de nuestro conoci-miento y las limitaciones de nuestra libertad.

Sin un mayor conocimiento, no estaremos seguros de que nuestras acciones no nos causen sufrimiento a nosotros mismos y a los demás. Si seguimos actuando con este desconocimiento, sólo crearemos más

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confusión y sufrimiento en un mundo abrumado por la desesperanza y el dolor. A nivel nacional, incluso las acciones bienintencionadas pueden provocar resultados opuestos a los deseados: serios desequili-brios medioambientales y mayores tensiones que ponen en peligro la paz y la prosperidad del mundo.

¿Cómo ensanchar nuestro campo de alternativas y encontrar el co-nocimiento para alcanzar una libertad auténtica? Queremos ser libres para manifestar nuestro pleno potencial. Queremos ser libres para aprovechar plenamente las oportunidades de la vida. Queremos ser li-bres para incorporar a nuestra vida todo aquello que es bueno y des-prendernos de todo lo que nos causa sufrimiento y dolor. Queremos apreciar la belleza del mundo y comunicarnos íntimamente con otros seres humanos. Sin embargo, conseguir o no nuestros deseos depende del alcance de nuestra visión y del conocimiento por el que nuestras acciones se guíen.

¿Cómo descubrir lo que es verdaderamente importante y bene-ficioso para los seres humanos? ¿Cómo hacer que el significado de libertad cobre vida plenamente en nuestro corazón? Saber que no te nemos aún el conocimiento que necesitamos es en sí mismo el co-nocimiento que nos abrirá la mente a una nueva perspectiva de la li-bertad.

Al reconocer la necesidad de un mayor conocimiento, nuestra vi-sión se ensancha. La vida y las condiciones en las que tenemos el pri-vilegio de vivir nos ofrecen las oportunidades para crear un estilo de vida más libre y satisfactorio. La educación recibida nos ha dado las herramientas para investigar. Sin depender de ningún dogma o doctri-na compleja, podemos recurrir a nuestra inteligencia para abrirnos a unas nuevas formas de conocer y ser. Podemos leer entre líneas en la historia humana, buscando temas y patrones subyacentes que nos ha-yan creado problemas y dolor. Esta mayor comprensión nos permitirá observar nuestra vida, las sociedades y el mundo desde una nueva perspectiva, siendo más conscientes de los patrones recurrentes de la vida humana.

Cuando observamos la vida y reflexionamos en nuestras experien-cias, vemos con más claridad la relación entre lo que hacemos y los re-

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sultados que provoca. Esta mayor visión nos permite aprender más deprisa de cualquier clase de experiencia y liberarnos de la necesidad de responder a ella con frustración, ira o dolor. Podemos ir incluso más lejos y empezar el proceso dinámico de observar lo que aprende-mos y convertirlo en un conocimiento nuevo para aplicarlo a nuestra vida. Si hacemos que todo nuestro conocimiento se refleje en nuestras palabras y acciones, afrontaremos cada experiencia con una actitud abierta, sin juzgarla, como una oportunidad para aumentar lo que sa-bemos. A medida que esta cualidad de la atención está cada vez más presente en nuestra vida, las experiencias se vuelven más interesantes y vitales. Cuando vemos todo cuanto nos sucede como una manifesta-ción del conocimiento, el conocimiento mismo se revela en el resulta-do de nuestras acciones.

Al abrir la mente al conocimiento, descubrimos una nueva forma de responsabilidad que nos ofrece más esperanzas de encontrar la feli-cidad en nuestras sociedades y en el mundo. Esta nueva forma de res-ponsabilidad, respaldada por el conocimiento, en lugar de ser una obligación o una carga constituye la libertad de responder al mundo con eficacia y con el corazón. Respondiendo de este modo, podremos ocuparnos de nosotros mismos «a tiempo», tendremos una visión a largo plazo para nuestra vida y nos haremos cargo de los posibles pro-blemas antes de que se conviertan en una causa de angustia y aflicción para nosotros o los demás.

Cuando tenemos el valor de enfrentarnos directamente a los pro-blemas de nuestra vida y de la sociedad, y reconocemos que necesita-mos adquirir un mayor conocimiento, honramos la libertad que la so-ciedad nos ha dado y nos comprometemos a aumentar su significado en nuestra vida. Al liberarnos de los problemas, reducimos la cantidad de sufrimiento en el mundo y aumentamos el potencial para que los demás se vuelvan más libres. Cuando ya no tenemos que pagar con nuestras propias lágrimas el privilegio de vivir una vida humana, el conocimiento que obtenemos es auténticamente libre.

El conocimiento, la libertad y la responsabilidad son nuestras cua-lidades más valiosas, los ingredientes esenciales para el crecimiento in-terior y la prosperidad. Con ellas nuestro potencial para el crecimiento

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es ilimitado. Cada una sirve de catalizadora de las otras. El conoci-miento da sentido a la libertad y nuestra capacidad de respuesta crea la apertura a un nuevo conocimiento. La libertad nos permite apro-vechar nuestros recursos para el conocimiento y nos da el espacio y la oportunidad para actuar. Cada uno de nosotros, construyendo nuestra vida sobre estos cimientos, podemos contribuir a un nuevo modelo de felicidad y prosperidad basado en la libertad ilimitada de la mente humana.

Sea lo que sea lo que aprendamos, podemos compartirlo con los demás, ya que todos los seres humanos compartimos las dificultades que comporta la vida. ¿Acaso liberarnos del sufrimiento y el dolor no es el mejor regalo que podemos ofrecer? Nuestros hijos también se be-neficiarán de este conocimiento y transmitirán lo que han aprendido a los suyos. De este modo, cada uno de nosotros contribuiremos a ele-var la visión del destino humano para las generaciones futuras. Cuan-do seamos muchos los que lo hagamos, proyectaremos una imagen tan fuerte de la libertad que los obstáculos para la paz, la dicha, la prosperidad y el amor no tendrán donde arraigar. Nuestra visión co-lectiva, iluminada por el conocimiento, brillará como un poderoso faro llegando al futuro y señalando el camino para aumentar hasta la infinidad todo cuanto es beneficioso para los seres humanos.

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primera parte

El conocimiento a lo largo del tiempo

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La herencia humana

Existimos en un momento inusual de estabilidad sujeto a un delicado equilibrio que podría cambiar en cualquier instante.

Al igual que los niños, nos cuesta creer que haya existido un tiempo en el que el mundo que conocemos todavía no se había formado, un tiempo en el que la casa donde vivimos aún no se había construido, cuando la madera que hay en ella eran árboles, los clavos mineral de hierro y los cristales de las ventanas arena de la orilla del océano. Des-de nuestra perspectiva, nos parece que el universo es inmenso y eter-no, que la Tierra siempre ha estado girando alrededor de su órbita, y que las montañas y los océanos son inalterables. Cada día sale el sol en el firmamento, cada noche la luna refleja su luz. El planeta pasa cada año por el ciclo de las estaciones. Incluso nuestra civilización, a pesar de estar cambiando constantemente, parece durar. Sin embargo, vistas desde otra perspectiva, las cosas pueden ser muy distintas.

Al contemplar el cielo nocturno, descubrimos que vivimos en un planeta que se mueve por el espacio y quizá nos preguntemos cómo empezó todo. Con el ojo de la mente podemos imaginarnos el inmen-so espacio, vacío y vasto, palpitando con la energía primordial. Los rit-mos se desarrollaron, expandiéndose con una cadencia y dirección. A medida que la dinámica inmensidad del espacio creó las cualidades y texturas, surgieron innumerables manifestaciones —subatómicas, ató-micas, moleculares— y formaron sistemas más complejos. Las nubes gaseosas empezaron a brillar y girar, transformándose en planetas y estrellas.

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En la actualidad se cree que nuestro planeta se formó hace más de cuatro mil millones de años. La corteza terrestre se solidificó, la at-mósfera fue surgiendo poco a poco, cayeron las lluvias y se formaron los océanos. Los continentes, impulsados por un lento pero incesante movimiento, se desplazaron a la deriva sobre los océanos, uniéndose y partiéndose, y crearon al colisionar cordilleras gigantescas.

El viento y la lluvia aplanaron los picos de las montañas y desme-nuzaron las rocas hasta convertirlas en tierra. La órbita terrestre y su inclinación hacia el sol creó el ciclo de las estaciones, y los polos mag-néticos experimentaron diversas inversiones. Enormes masas de hielo cubrieron grandes extensiones de tierra y más tarde los glaciares retro-cedieron. Las islas surgieron del lecho oceánico por la acción volcáni-ca y los lagos al secarse se convirtieron en desiertos. Estos aconteci-mientos tan impresionantes tuvieron lugar durante eones, cuando todavía no existía ningún ser vivo sobre la faz de la Tierra.

Hace cientos de millones de años, surgieron las primeras formas de vida de los océanos, a medida que ciertas moléculas encontraban la manera de duplicarse y formaban organismos unicelulares. De la unión de numerosos organismos unicelulares surgieron las medusas, dota-das de un cuerpo gelatinoso y unos órganos sensoriales muy primiti-vos. Según el conocimiento actual que tenemos, con el paso del tiempo se desarrollaron unos organismos vivos con un cuerpo más complejo. Las capas superpuestas de células formaron una especie de gusanos tubulares con el cuerpo abierto por los dos extremos. Estos nuevos se-res tenían unos órganos sensoriales más desarrollados y un sistema nervioso agrupado en un extremo. Una boca conectaba el interior de esta forma de vida con el mundo exterior.

Basándose en esta simple estructura, surgieron unas formas de vida más complejas —peces, anfibios y reptiles, aves y mamíferos—, creando los cuadrúpedos, cuyo cuerpo estaba dispuesto a lo largo de un eje con ramificaciones nerviosas. Estos seres tenían unos órganos sensoriales más complejos situados alrededor de la cabeza y se relacio-naban con el mundo a través de varios orificios. El aire circulaba rítmi-camente por su cuerpo, entrando y saliendo por la boca y la nariz. Los músculos y los órganos a lo largo de estos conductos les permitían

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emitir una variedad de sonidos que se convirtieron en formas de co-municación. Los animales formaron unas estructuras sociales elemen-tales como las que se encuentran en los bancos de peces y las banda-das de pájaros.

Durante años, antes de la aparición de los seres humanos, los «ani-males inferiores» imperaban en la tierra. Después de la Era de los Pe-ces, cuando la mayor parte del planeta estaba cubierta por océanos, llegó el Imperio de los Dinosaurios, en el que reptiles gigantescos va-gaban a sus anchas por los bosques de todo el mundo. Cuando los di-nosaurios desaparecieron misteriosamente de la faz de la tierra, los mamíferos aumentaron de tamaño hasta llegar a predominar en el pla-neta. Mucho antes de que los primeros indios se establecieran en sus poblados, en las tierras americanas ya existían huellas de caballos con patas provistas de tres dedos, rinocerontes y camellos.

Los primeros seres humanos aparecieron hace más de un millón de años. Aunque sus cuerpos estuvieran hechos para desplazarse a cuatro patas, se acabaron relacionando con el entorno de una for-ma distinta al resto de animales. Al empezar a caminar con el cuerpo erguido y mirar el mundo de frente, su vista alcanzó una perspectiva más amplia y profunda. Con el tiempo adquirieron unos órganos sen-soriales sumamente desarrollados y una inteligencia flexible, combi-nados con una garganta y boca capaces de emitir una variedad de complejos sonidos. Aquellos seres humanos, al tener unos rostros ex-presivos y los brazos y las manos libres para gesticular, señalar y aga-rrar objetos, adquirieron unas capacidades únicas para comunicarse entre ellos. A medida que desarrollaban estas capacidades, fueron transmitiendo sus conocimientos de generación en generación, for-mándose su visión del mundo y transformando el entorno de acuerdo con sus deseos.

Grupos de hombres primitivos se desperdigaron por todo el mun-do. Aunque eran débiles físicamente y estaban indefensos comparados con muchos animales, sobrevivieron al unirse en clanes, cooperando para cazar juntos grandes piezas y recoger raíces y plantas comesti-bles. Construyeron herramientas de piedra y se cubrieron con pieles de animales. Aprovechando los incendios naturales provocados por

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los rayos, recogieron brasas en los bosques y aprendieron a mantener vivo el fuego en sus cuevas alimentándolo continuamente con palitos. Ahora podían vivir en regiones más frías, cocinar y protegerse de los animales. Reuniéndose alrededor de las hogueras para estar a salvo y en compañía de otros seres humanos, acabaron comunicándose de un modo que ningún otro animal lo había hecho antes.

Los ritmos del habla, surgiendo al principio como murmullos de placer o gritos de peligro y necesidad, se volvieron cada vez más ela-borados y variados. Los seres humanos empezaron a usar los sonidos de una nueva forma. Dos personas al recordar y repetir un sonido, po-dían ponerse de acuerdo sobre el nombre con el que distinguirían a una persona o un objeto en particular.

Durante un largo periodo de tiempo se fueron identificando mu-chas impresiones sensoriales —imágenes, sonidos, texturas, sabores y olores— y vinculando a sonidos. Los símbolos grabados en árboles o piedras, o trazados en el suelo, se asociaron con determinados soni-dos. En ausencia del sonido o del objeto físico, el significado podía transmitirse a través de los símbolos y las imágenes.

Los seres humanos, usando sus facultades para distinguir y recor-dar, observaron el mundo y los patrones que lo regían, advirtieron las similitudes y relaciones, e hicieron unas suposiciones basadas en sus experiencias pasadas. Poco a poco los conceptos sencillos crearon otras formas más complejas de pensar y los humanos pudieron re-flexionar de distinto modo sobre sí mismos y el mundo. Empezaron a observar los ciclos naturales y aprendieron a prever su repetición.

El conocimiento de nuestros antepasados no se limitaba sólo al necesario para sobrevivir. Respondiendo al movimiento y a la belleza del mundo, algunos pueblos expresaron en dibujos simbólicos unos significados que no podían comunicarse con palabras. Las figuras hu-manas, de animales y otras formas dibujadas en las paredes de las cue-vas expresaban las profundas respuestas interiores de nuestros antepa-sados a las experiencias vividas.

Los seres humanos, recordando las experiencias del pasado, em-pezaron a seleccionar y narrar los acontecimientos importantes acaeci-dos en ellas. Les pusieron nombres a las fuerzas ocultas que daban la

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vida o la quitaban, y encontraron una forma de definir la relación que mantenían con las imponentes fuerzas de la naturaleza que escapaban a su control.

Algunos adquirían estos conocimientos con más facilidad que otros. Los «conocedores», temidos y respetados a la vez, acabaron convirtiéndose en curanderos y consejeros, en los canales de unas fuerzas incomprensibles para los demás. Enseñaron a su gente el or-den del mundo, y les mostraron las actitudes y acciones que les armo-nizarían con las grandes fuerzas de la naturaleza y les permitirían so-brevivir. Con el correr de los años el conocimiento adquirido se fue acumulando y organizando, y los conceptos y las creencias se transfor-maron en pensamientos más abstractos.

Durante cientos de miles de años los hombres primitivos vivieron en pequeños grupos como cazadores y recolectores. Pero hace unos diez mil años tuvo lugar un acontecimiento revolucionario: descubrie-ron que las plantas podían cultivarse. Al cabo de poco habían ya aprendido a cultivar una variedad de cosechas, después inventaron el arado y más tarde la rueda.

A medida que los humanos se establecían en comunidades más grandes, desarrollaron unas tecnologías básicas: la alfarería, la cestería, el tejido de telas y la fundición y forja de metales. Domesticaron a los animales y los adiestraron como cazadores, protectores y animales de carga, y también los utilizaron como fuentes de comida y ropa con las que podían contar. A medida que la vida humana se volvía más com-pleja, los seres humanos adquirieron un conocimiento más completo de los ciclos naturales y una visión más elaborada del lugar que ocu-paban en el mundo.

Hace unos cinco o seis mil años, los ritmos de la civilización hu-mana volvieron a cambiar. Empezaron a formarse civilizaciones urba-nas en los grandes valles que se extendían a lo largo del Nilo, el Indo, el Huangpu, el Tigris y el Éufrates. Las comunidades urbanas evolu-cionaron en unas formas más complejas de organización social. Se de-sarrollaron lentamente distintas clases sociales —agricultores, merca-deres, administradores y sacerdotes— que apoyaron el crecimiento de la tecnología y la riqueza material. Se construyeron pirámides, tem-

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plos y canales de riego a gran escala que requerían la correspondiente planificación y cooperación. Y se descubrieron nuevos minerales y aleaciones que permitieron fabricar armas, adornos y herramientas de mejor calidad.

Las interacciones sociales al ser más frecuentes y variadas fomen-taron el desarrollo del lenguaje. Los acontecimientos empezaron a conservarse, primero grabados en trozos de barro, huesos o madera, después en tablillas, y más tarde escritos con tinta en hojas, cortezas o en papel hecho de plantas.

A lo largo de los siglos surgieron y florecieron culturas literarias y artísticas. Cada civilización, inspirándose en los logros del pasado e influenciadas por las culturas vecinas, creó sus propias tradiciones idiomáticas, artísticas, arquitectónicas, filosóficas, religiosas y tecnoló-gicas. Y también compartieron sus calendarios, alfabetos y estilos artís-ticos. A medida que las civilizaciones alcanzaban su apogeo y después declinaban, surgían a su vez nuevas culturas. Se construyeron pirámi-des y zigurats, y más tarde templos con pilares y elaborados palacios, y los ejércitos de carros de guerra se sustituyeron por caballería acora-zada.

Algunas culturas duraron milenios, mientras que a otras sólo les dio tiempo a aparecer, ya que fueron rápidamente invadidas o absor-bidas por culturas vecinas en unas guerras ya hace tiempo olvidadas. Seguramente desaparecieron culturas enteras y sus conocimientos se han perdido para siempre. Magníficas bibliotecas, depositarias de la sabiduría antigua, fueron destruidas por aquellos que no supieron valorarlas. A veces los vencidos absorbieron la cultura de los con-quistadores, creando una nueva síntesis cultural. Las formas cultura-les, interactuando y mezclándose con el paso del tiempo en una diver sidad de lugares, fueron cambiando a lo largo de milenios como las figuras de un calidoscopio.

En muchas culturas el conjunto de conocimientos transmitidos de forma oral y escrita fue creciendo en torno a las percepciones interio-res de grandes profetas, pensadores y hombres santos. Las tradiciones que surgieron para conservar y transmitir estos conocimientos estimu-laron todos los aspectos de la cultura, incluyendo la literatura, la me-

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dicina, el arte y la arquitectura. Se crearon numerosas escuelas filo-sóficas.

También había buscadores de la verdad que veían lo incompleto que era el conocimiento humano. Las preguntas que hacían cambia-ron las ideas existentes sobre la condición humana. El conocimiento resultante de sus búsquedas se transmitió a sociedades importantes, donde catalizaron en nuevas percepciones y en brotes de creatividad que enriquecieron y ampliaron el conocimiento humano.

Muchas de las grandes civilizaciones del mundo entraron en con-tacto con otras a medida que los intrépidos exploradores y los merca-deres descubrían nuevas rutas entre las costas y a través de los desier-tos. El descubrimiento de los tipos móviles y del papel se propagó de China a Europa y a Oriente Medio. Los árabes, importando los núme-ros de los indios, desarrollaron el álgebra y la trigonometría. Los cono-cimientos de las tradiciones asiáticas llegaron a Occidente por las rutas comerciales, al tiempo que los de las tradiciones occidentales penetra-ban en Oriente.

A medida que los conocimientos prácticos aumentaban, elevando el nivel de vida en muchas culturas, la demanda de productos y recur-sos también aumentó, fomentando la búsqueda de rutas comerciales que llevaran a tierras cada vez más lejanas. El mayor contacto entre culturas favoreció la difusión de conocimientos y la divulgación de los valores religiosos y culturales, con lo que sociedades enteras fueron a veces transformadas o destruidas.

En Asia, los turcos, los árabes y los mongoles establecieron vastos imperios cuya influencia llegaba incluso hasta Europa y África, cam-biando las tendencias culturales de las sociedades con las que entra-ban en contacto. A medida que el conocimiento de los griegos desapa-recía en Occidente, se fue conservando en Oriente Medio. Al volver más tarde a Europa, experimentó un renacimiento. Mientras los euro-peos exploraban el resto del mundo, muchas civilizaciones asiáticas empezaron a acusar los efectos de la llegada de un estilo de vida dis-tinto. En las Américas, las culturas indias y las antiguas civilizaciones aztecas e incas fueron aplastadas por los conquistadores europeos.

En el siglo xviii las ciencias y tecnologías surgidas del Renacimien-

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to en Occidente empezaron a cambiar la faz de la tierra. Un invento siguió a otro en una rápida sucesión: la máquina de vapor, la trillado-ra, la limpiadora de algodón y el primer telégrafo, la máquina de im-presión cilíndrica, el motor electromagnético, la cosechadora y el telé-fono. Al cabo de poco el descubrimiento de las células, las bacterias y los rayos X cambiaron el mundo de la medicina. En el siglo xx, la teo-ría cuántica, la teoría de la relatividad y la fisión del átomo dieron paso a una nueva era de la tecnología nuclear que ha cambiado radicalmen-te nuestra idea del tiempo y el espacio.

Siglo tras siglo la cultura humana ha ido creciendo. El rayo que provo-có los incendios forestales y permitió al hombre prehistórico sustraer las primeras llamas se utilizó más tarde para inventar la electricidad. Los carros equipados con ruedas macizas inspiraron los carruajes con ruedas de rayo y más tarde los trenes y automóviles. Las palancas, las poleas, los ejes y los engranajes se perfeccionaron y adquirieron mayor potencia por medio de caballos y bueyes, vapor, electricidad y gasoli-na. Ahora unos carburantes más potentes propulsan aviones que al-canzan velocidades supersónicas y naves que viajan por el espacio ex-plorando los planetas que nuestros antepasados sólo podían admirar en el cielo nocturno.Las exclamaciones de «¡ah!» y «¡oh!» del hombre prehistórico han lle-vado a la creación de magníficas bibliotecas. Nuestros primeros es-fuerzos por escribir con palitos en trozos de barro han progresado en grabaciones electrónicas sobre discos magnéticos. Las inmensas redes de comunicación conectadas por satélites orbitando alrededor de la Tierra a treinta y tres mil kilómetros de altura transmiten sus señales por todo el mundo. La civilización humana que al principio usaba he-rramientas de piedra, cocinaba sobre hogueras, conservaba el agua en jarras y se cubría con pieles de animales ha evolucionado hasta llegar a unos límites inimaginables para nuestros antepasados.

Aunque nuestras sociedades tecnológicas modernas se hayan ins-pirado como mínimo en diez mil años de civilización y en cientos de miles, o quizá de millones de años de la prehistoria humana, a escala

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cósmica todo cuanto nos ha ocurrido a los seres humanos en la tierra ha sucedido en menos de un instante. Nuestro planeta y el sol que lo alimenta empezaron a existir por una conjunción de condiciones que no acabamos de comprender. Los elementos, creados en unas partes desconocidas del universo, se reunieron y estabilizaron en un dinámi-co equilibrio hasta formar nuestro mundo. Con el paso del tiempo ori-ginaron una cadena especial de moléculas capaz de codificar células vivas. En un proceso que aún parece milagroso, la tierra se llenó de in-numerables formas de vida. Entre ellas, nosotros somos las más re-cientes y probablemente las más inteligentes.

A pesar de nuestra sensación de permanencia en esta tierra, existi-mos en un momento inusual de estabilidad sujeto a un delicado equi-librio que podría cambiar en cualquier instante. Como unos huéspedes que están de visita, las fuerzas que crearon el mundo y nos engendra-ron puede que no se queden a dormir.

Aunque no sepamos la duración de nuestra existencia en la tierra, en estos momentos tenemos la valiosa oportunidad de participar ple-namente en la vida y alcanzar el destino de los seres humanos. La crea-tividad y la inteligencia humanas han producido una variedad inima-ginable de formas que nos han alejado muchísimo de nuestros inicios. Ahora podemos aprovechar todo el legado de la experiencia humana.

¿Cómo podemos aprovechar al máximo lo que nos ha dado la na-turaleza y los esfuerzos de nuestros antepasados? ¿Qué futuro debe-mos crear para nosotros y para las generaciones venideras? ¿Qué sabi-duría impregnará nuestros actos? ¿Qué visión de futuro nos guiará e inspirará para conservar todo cuanto es beneficioso para los seres hu-manos y la tierra y para eliminar todo lo que es destructivo?

Si las culturas de todo el mundo mantuvieran unos lazos de amis-tad y paz, compartiendo los conocimientos, las tecnologías y los recur-sos para mejorar el estado de todos los seres humanos, esto nos bene-ficiaría enormemente a todos. Aprovechando el poder de la inteligencia humana, podemos buscar la causa de los problemas que aparecen en-tre las personas, las culturas y las naciones, y adquirir el conocimiento necesario para crear el mejor futuro posible para todos los pueblos del mundo.

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