POSINDUSTRIAL T - CVC. Centro Virtual Cervantes · 2019. 6. 28. · apuntados por Ralf Dahrendorf y...

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.·c �) ', , -----------------LaErad e l oFAL50----------------- FALACIAS SOCIALES Y MONSTRUOS BUROCRATICOS: VIAJE ALREDEDOR DEL SIGLO Albeo Hidalgo Tuñón 28 l. BUROCRACIA Y SOCIEDAD POSINDUSTRIAL T raer a colación en este fin de siglo in- rmático, telemático y computerizado el viejo tema de la burocracia parece un grotesco despropósito. Las organizacio- nes humanas han suido un cambio de ritmo y de textura aparentemente irreversible. El primer ministro chino Kung-Sun Hung, por ejemplo, instituyó un sistema de pruebas para seleccionar ncionarios hacia el año 120 antes de nuestra era. Sólo después de más de 700 años de en- sayarlo tenazmente el sistema e reemplazado definitivamente en el año 606 de nuestra era. La revolución científica, la revolución política de la burguesía y la revolución industrial han logrado arruinar definitivamente los ritmos sosegados, las estrategias a largo plazo, los delicados meca- nismos de control interno que sólo respondían positivamente a estímulos graduales e incenti- vos indirectos. Más aún, la última crisis econó- mica de 1973 acelera el trasiego del cambio: sólo preocupan los plazos cortos, las tácticas triunn sobre las estrategias, las corazonadas especulati- vas de los financieros suplantan a las planifica- ciones racionales de la actividad productiva. En los últimos años se han celebrado stuosos - nerales de cadáveres vivientes, cuyo vigor y lo- zanía nadie ponía en duda hace una década: la investigación operativa, los modelos economé- tricos, el marketing o el General Purpose Systems Simulator I lCómo hablar de burocracia, esto es, de permanencia y estabilidad, de procedi- mientos seguros y estandarizados, en el vértice de este huracán donde casi nada sobrevive? Es evidente, además, que ha cambiado el pro- pio contexto que en su día, hace apenas dos si- glos, voreció la impostación y el florecimiento del modelo más acabado de burocracia estatal: el sistema prusiano. La globalización de los pro- cesos económicos que exige una reprograma- ción mental del sector industrial en declive, la concentración del eserzo tecnológico sobre los problemas básicos del diseño, la multiplica- ción de redes comunicacionales que destruyen las jerarquías ordenancistas tradicionales, la in- versión de las relaciones entre poder e inrma- ción que ha descoyuntado el sistema de influen- cia legitimado en la modernidad, el cambio de naturaleza de las relaciones entre trabajo y capi- tal, que ha catapultado a primer plano los recur- sos energéticos, la ecología y el reparto equitati- vo del empleo escaso (como predica Oskar La- ntaine en el último congreso del SPD alemán celebrado en Münster), parecen haber debilita- do hasta tal punto las burocracias vinculadas a los Estados Nacionales que las organizaciones sociales emergentes apenas oecerían hoy ras- gos homologables con los del tipo ideal de domi- nación legítima legal, que con tanta sagacidad científica escrutó Max Weber a principios de si-

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    FALACIAS SOCIALES Y

    MONSTRUOS

    BUROCRATICOS:

    VIAJE ALREDEDOR

    DEL SIGLO

    Alberto Hidalgo Tuñón

    28

    l. BUROCRACIA Y SOCIEDAD

    POSINDUSTRIAL

    Traer a colación en este fin de siglo informático, telemático y computerizado el viejo tema de la burocracia parece un grotesco despropósito. Las organizacio

    nes humanas han sufrido un cambio de ritmo y de textura aparentemente irreversible. El primer ministro chino Kung-Sun Hung, por ejemplo, instituyó un sistema de pruebas para seleccionar funcionarios hacia el año 120 antes de nuestra era. Sólo después de más de 700 años de ensayarlo tenazmente el sistema fue reemplazado definitivamente en el año 606 de nuestra era. La revolución científica, la revolución política de la burguesía y la revolución industrial han logrado arruinar definitivamente los ritmos sosegados, las estrategias a largo plazo, los delicados mecanismos de control interno que sólo respondían positivamente a estímulos graduales e incentivos indirectos. Más aún, la última crisis económica de 1973 acelera el trasiego del cambio: sólo preocupan los plazos cortos, las tácticas triunfan sobre las estrategias, las corazonadas especulativas de los financieros suplantan a las planificaciones racionales de la actividad productiva. En los últimos años se han celebrado fastuosos funerales de cadáveres vivientes, cuyo vigor y lozanía nadie ponía en duda hace una década: la investigación operativa, los modelos econométricos, el marketing o el General Purpose Systems Simulator III. lCómo hablar de burocracia, esto es, de permanencia y estabilidad, de procedimientos seguros y estandarizados, en el vértice de este huracán donde casi nada sobrevive?

    Es evidente, además, que ha cambiado el propio contexto que en su día, hace apenas dos siglos, favoreció la impostación y el florecimiento del modelo más acabado de burocracia estatal: el sistema prusiano. La globalización de los procesos económicos que exige una reprogramación mental del sector industrial en declive, la concentración del esfuerzo tecnológico sobre los problemas básicos del diseño, la multiplicación de redes comunicacionales que destruyen las jerarquías ordenancistas tradicionales, la inversión de las relaciones entre poder e información que ha descoyuntado el sistema de influencia legitimado en la modernidad, el cambio de naturaleza de las relaciones entre trabajo y capital, que ha catapultado a primer plano los recursos energéticos, la ecología y el reparto equitativo del empleo escaso (como predica Oskar Lafontaine en el último congreso del SPD alemán celebrado en Münster), parecen haber debilitado hasta tal punto las burocracias vinculadas a los Estados Nacionales que las organizaciones sociales emergentes apenas ofrecerían hoy rasgos homologables con los del tipo ideal de dominación legítima legal, que con tanta sagacidad científica escrutó Max Weber a principios de si-

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    glo . Entre Weler y Lafontaine más que un siglo parece mediar un milenio.

    El paradigma tecnológico de las sociedades posindustriales o sociedades del conocimiento ha destruido con tanta eficacia los viejos emblemas de la legitimación decimonónica que hasta la figura del probo funcionario vitalicio ha devenido obsoleta. En el umbral del siglo XXI el trabajo paratético de las oficinas contiguas por las que circulan kafkianamente los expedientes y legajos infolio será sustituido por el trabajo apotético en casa, desde donde circulan a distancia bits informáticos cargados de símbolos no por efímeros menos eficaces, las redes suplantarán a las viejas jerarquías, las decisiones autónomas suprimirán la función de mando, el rango se difuminará ante el control automatizado, el poder y la compartimentalización estática se diluirán en el flujo dinámico de los procesos y de la información. Hasta la clásica oposición capitalismo/socialismo (así interpretan muchos la perestroika) parece abocada a disolverse en el discurso cultural de la civilización posmoderna, revolucionando las más anquilosadas estructuras. lQué sentido tiene, pues, aparte del puramente arqueológico, hablar de burocracia, concederle beligerancia, molestarse siquiera en denunciar sus disfunciones? La sociedad posmoderna lnoha decretado ya en la práctica su defunción?

    Pero que el nombre de «burocracia» se haya vinculado tradicionalmente ( en el sentido mundano aceptado por los diccionarios, el periodismo, la literatura y la política activa) con el mundo de la rutina, la ineficacia y el papel, no debe despistarnos acerca del fenómeno que se ampara bajo la equivocidad del concepto. La deriva semántica que ha ido atrincherando el fenómeno desde el mugriento tapete de tela gruesa de lana que forraba las mesas de los «letratenientes» hasta las complejas estructuras administrativas a través de las que se tramitan y ejecutan las decisiones políticas debería prevenirnos contra cualquier propensión a identificar la burocracia con sus recipientes y envoltorios. lCambia algo que el mugriento bureau haya sido suplantado por la tersa consola del ordenador? En realidad, ninguno de los rasgos sobresalientes apuntados por Ralf Dahrendorf y Daniel Bell en el seminario organizado en Zurich en 1970 para caracterizar el advenimiento de la sociedad pos industrial (incremento del sector terciario, preeminencia de las clases profesionales y técnicas, primacía del conocimiento teórico como motor del cambio, creación de una tecnología intelectual computerizada, etc.) permite colegir el colapso del comportamiento burocrático. Al contrario, profetizan su extensión y profundización en un medio social cada vez más renuente a la ideología y más proclive a ensalzar la eficacia tecnológica.

    Más que en ninguna otra época pasada las organizaciones sociales (políticas, económicas, institucionales) se ven obligadas a justificar sus

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    logros en términos de rigor científico y eficacia técnica, al tiempo que son evaluadas con criterios cuantitativos y sistémicos (inputs-outputs, variables de flujo, variables de nivel, dimensiones críticas, organigramas, decision-making, tasas de innovación, etc.). En este contexto la burocratización no sólo aparece como el instrumento eficaz que ha dotado a los Estados Nacionales de estabilidad orgánica, al objetivar racionalmente sus instancias de poder y autoridad, sino que, además, bajo el régimen de la organización científica del trabajo, se constituye en el núcleo administrativo que articula las grandes corporaciones industriales, estructura las instituciones y vertebra toda actividad compleja que requiere cooperación. El propio complejo científico-técnico característico del siglo XX, la llamada Big Science, ha sufrido también un proceso de burocratización creciente, de modo que la organización del conocimiento ha alcanzado en nuestra época el clímax de la paradoja autorreferente: las ciencias de la organización y de la administración se legitiman formalmente como ciencias, ya no en virtud de instancias ontológicas o gnoseológicas externas, sino gracias simplemente al fenómeno burocrático de la gestión administrativa y de la organización de las ciencias. Esta simple conexión circular, cuyo enmadejamiento histórico estamos aún en condiciones de investigar, revela por sí sola la trampa más falaz de la burocracia: su conversión en forma a priori de la conciencia científica, esto es, en condición constituyente y transcendental de la conciencia posmoderna.

    Al hacerse ubicua, la burocracia ha llegado a ser transparente como el aire que respiramos; pero su transparencia transcendental la sepulta en el inconsciente colectivo. Sólo se nos revela traumáticamente en el síndrome psicoanalítico, en la anemia social, en la patología de las situaciones límite. Franquear la barrera del inconsciente se ha convertido en una actividad peligrosa. De ahí que mentar la burocracia en la sociedad posindustrial parezca un grotesco despropósito.

    Pero a medida que la burocracia se ha ido desvaneciendo ante la opinión pública como algo externo, objetivado ante la conciencia y susceptible de resistencia por parte de los individuos, a medida que se ha ido instalando en el interior del sistema, ha dejado de ser un objeto de preocupación social y se ha convertido en un campo especializado de estudio. Sus exégetas y rabinos no sólo han multiplicado los nombres del fenómeno, sus key words (organización, administración, management, sistema, dirección, staff/line, etc.), no sólo han inaugurado tradiciones nacionales que imprimen un sello peculiar a las distintas contribuciones, enfoques de escuela o disciplina («Scientific management», «Administration Industrielle», «Arbeitwissenschaften», «Teoría de la organización», «Sociocibernética», «Teoría de los sistemas sociales», «Ar-

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    quitectura de la complejidad», «Estructuras jerárquicas», «Social Engineering», etc.), provocando lo que Harold Koontz ha denominado «la jungla terminológica» (1); han solidificado escolásticamente las cuestiones sobre la burocracia; esto es, han fraccionado el fenómeno, han distinguido administrativamente distintos géneros de discurso; han asignado funciones analíticas parciales a distintos Departamentos y Facultades universitarias, de tal modo que el propio estudio de la burocracia ha quedado burocratizado. El progreso categorial ha quedado rezagado respecto a la evolución misma del fenómeno.

    Puesto que la situación de la burocracia en la sociedad posindustrial ha llegado a ser al mismo tiempo godeliana (se da la circunstancia de que los instrumentos analíticos finitistas o categoriales son incapaces de extirpar la contradicción burocrática por la paradoja de la autorreferencia) y kafkiana (las ramificaciones de esta realidad protéica se han hecho interminables, por lo que la salud mental exige su remisión al trasfondo de la conciencia), no debe extrañamos la entonación holística y globalizadora que atraviesa la delimitación categorial que de su campo hacen los más sagaces intérpretes:

    «Nuestra sociedad -asevera Amitai Etzioni, remedando a Robert Presthus- es una so-

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    ciedad organizacional (esto es, burocrática). Nacemos dentro de organizaciones, somos educados por ellas y la mayor parte de nosotros consumimos buena parte de nuestra vida trabajando para organizaciones. Empleamos gran parte de nuestro tiempo libre gastando, jugando y rezando en organizaciones. La mayoría de nosotros morirá dentro de una organización y cuando llegue el día del entierro la organización más grande de todas -el Estado- deberá otorgar su permiso oficial» (2).

    Las epopeyas de nuestra época, incluidos los relatos de ciencia ficción proyectados hacia el futuro, se escriben siempre en clave burocrática. Desde que W. H. Whyte denunciara vehementemente la aparición de una nueva ética social que transforma a los individuos en «hombresorganización» (3), el dilema entre individuo y organización se agudiza cada vez más en el llamado «mundo-libre» (se presume que el Otro está completamente carcomido por el cáncer burocrático) y sólo parece resolverse a través de un mantenimiento dialéctico del conflicto como condición imprescindible para incrementar «el espacio vital del individuo», cuyo tiempo se consume abusivamente en actividades burocráticamente organizadas.

    Parte del atractivo que la vieja ideología liberal, remozada políticamente como «neo-liberalismo», ha logrado en la década de los ochenta proviene, sin duda, de la seductora promesa que hace a los individuos de preservar su intimidad y su libertad no sólo frente al poder omnímodo del Estado Benefactor, sino más sutilmente frente a la esclavitud encubierta del trabajo en las grandes corporaciones, en las que el «hombre-organización» se halla atenazado por el salario (seguro, pero predeterminado), el rango social (móvil, pero limitado), la pertenencia, el círculo de amistades, las vacaciones programadas o la irracionalidad de los horarios. La idea de que «small is beautiful» (Schumacher), el «free to choose» (Friedman), el free-lance y demás consignas neoliberales que se traducen en pequeñas aventuras mercantiles con amigos, talleres y tiendas de artesanía, ocupación a tiempo parcial, contratos por tareas, quioscos, empresas móviles y circunstanciales, etc. pueden producir un espejismo de liberación antiburocrática. Pero al estar adosados a los márgenes del sistema económico y de producción, al depender en última instancia de la supervivencia de dicho sistema, a duras penas pueden soslayar el severo diagnóstico de Chris Argyris de que ya no existe elección entre organización burocrática y «otra cosa» ( 4).

    11. ARQUEOLOGIA LITERARIA VERSUSABSTRACCION METACIENTIFICA.KAFKA VERSUS WEBER.

    Si las burocracias revisten el aspecto de totalidades complejas y dinámicas cualquier «análisis

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    unidimensional» de su estructura y funcionamiento operatorio parece de antemano condenado al fracaso. No es preciso, sin embargo, exhumar la vastísima literatura sobre el tema para descubrir profundas líneas de fractura en su tratamiento: críticos/panegiristas; analíticos/ dialécticos; deterministas/voluntaristas; conservadores/revolucionarios; marxistas/funcionalistas; armonistas/ conflictivistas, etc. Si bien es cierto que los enfoques parciales deben abominarse porque no dan cuenta de la «estructura de la sinfonía», no lo es menos que la máxima armonista, imbuida de espíritu cusano y propugnada, entre otros, por Ludwig van Bertalanffy, fundador de la Teoría General de Sistemas, en el sentido de ejecutar una síntesis de instrumentos y perspectivas parciales, porque sólo «ex omnibus partibus relucet totum», ignora las contradicciones objetivas y las inconmensurabilidades teóricas que amparan las fracturas de tan distintas categorizaciones. Desde la abstracción metacientífica las fracturas son reales y no se saldan con fáciles expedientes idealistas de totalización, ni tampoco con limpias apelaciones realistas al fenómeno burocrático. En éste, como en otros casos, la escala crea el fenómeno.

    No voy en este artículo a dilucidar el sentido de todas estas fracturas; en otros lugares he propuesto clasificaciones metacientíficas que sigo considerando relevantes (5). Mi objetivo se limita ahora a explorar la inconmensurabilidad entre el sentido mundano de la aproximación literaria al fenómeno burocrático y el sentido científicotécnico que el concepto recibe. Se trata de un hiato tan profundo que por lo común sus practicantes se ignoran mutuamente. Pese a sus influencias recíprocas, ni siquiera las síntesis más globalizadoras que conozco se ocupan de ponerlas en conexión. Y, sin embargo, se produce aquí, en esta primera fractura, una oposición paradigmática entre las vivencias emic que nutreri las visiones subjetivas, privadas e individualistas reflejadas por los relatos literarios (v.g. Balzac o Larra) y las categorizaciones aparentemente etic que acompañan a los análisis científico-filosóficos (v.g. Canga Argüelles o Marx).

    Con el paso del tiempo se produce una importante inversión. Mientras los relatos emic alcanzan un notable grado de penetración fenomenológica, de modo que su discurso se hace intemporal y desborda con analogías sugerentes las limitaciones espacio-temporales que constriñen la vivencia originaria, el informe científico-técnico, mucho más riguroso y preciso, va perdiendo la generalidad que se le atribuye inicialmente y acaba reduciéndose en el proceso de ulteriores investigaciones falsadoras a una mera constatación de facto limitada por las circunstancias espacio-temporales que posibilitaron su germinación teórica. La espléndida lozanía de la obra literaria bien construida aventaja, sin duda, en este punto a los plúmbeos tratados científicos sobre los que pesa la pátina del tiempo.

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    Sólo regresando al nivel esencial de la reflexión gnoseológica podría, si no cancelarse, sí al menos equilibrarse el valor relativo de la irreductible oposición que se da entre la vívida experiencia idiográfica y literaria de la burocracia y su categorización ideal y nomotética. En particular, podría aducirse que por conmovedor que resulte el impacto de un relato literario, su poso de conocimiento resulta a la postre epidérmico, superficial y no permite otra acumulación que la mera erudición, al contrario de lo que sucede con la fría constatación fisicalista de que hace gala el sobrio razonamiento científico-técnico; sus hipótesis no son incorregibles como las vivencias, pueden ser falsadas, pero su falibilidad incrementa nuestro conocimiento, pues la verdad se halla entreverada de errores. A riesgo de simplificar me atrevería a sugerir que el orden del discurso literario constituye una suerte de arqueología de la experiencia colectiva, en tanto que la abstracción científica se proyecta hacia el futuro, con lo que se hace más frágil en virtud de su propia relevancia prognóstica siempre puesta en entredicho. Los fósiles son definitivos, los organismos cambian.

    Baste un ejemplo para ilustrar lo dicho. Se trata de un caso verdaderamente ejemplar, pues se retrotrae a principios del siglo XX y se localiza en el área cultural de influencia germana, justamente el lugar y el tiempo en el que suele datarse tópicamente el nacimiento del análisis científico del fenómeno burocrático, aunque, como señalaré más tarde en consonancia con la hipótesis que acabo de sugerir, tal ubicación cronológica y escolar resulta falsa. En cualquier caso, Max Weber y Franz Kafka son rigurosamente contemporáneos por lo que respecta al inmediato y vivo conocimiento de la burocracia imperial centroeuropea, sea alemana o austrohúngara, que ambos pudieron compartir en la primera veintena de este siglo.

    Hay un célebre pasaje en El proceso de Kafka que condensa todas las críticas decimonónicas al nuevo sistema de dominación legítima legal, la bürokratischer Herrschaft, que por las mismas fechas estaba siendo asépticamente desmenuzada por el bisturí sociológico de Max Weber, quien la reputaba como la forma de organización típica de las sociedades avanzadas.

    «No cabe duda -afirma Josef K. ante la sórdida asamblea que asistía a su primer y surrealista interrogatorio- de que, tras las manifestaciones de este tribunal y, en mi caso, después del arresto y del interrogatorio de hoy, se esconde una gran organización. Una organización que no sólo da trabajo a unos guardianes corruptos, a unos inspectores necios y petulantes y a unos jueces de instrucción cuya mejor cualidad es la de ser mediocres, sino que, además, mantiene a una magistratura de grados superiores y supremos, con toda la caterva inevitable y sin

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    número de ordenanzas, escribientes, gendarmes y otros servicios auxiliares, probablemente incluso verdugos (no me asusta la palabra). ¿y qué sentido tiene, señores, esta gran organización? Consiste en arrestar personas inocentes y en instruir contra ellas un proceso absurdo y, como en mi caso, casi siempre sin resultado. Teniendo en cuenta la insensatez de todo esto, lcómo evitar la peor de las corrupciones en el cuerpo de funcionarios? Es imposible, ni siquiera el juez del tribunal supremo sería capaz de conseguirlo por sí mismo ... » (6).

    Al comienzo de la novela, como se recordará, el joven apoderado Josef K., un pequeño burgués de buena posición social, convencido de su inocencia y de la libertad que le otorga el Estado de Derecho (sic), desprecia aquel submundo siniestro y absurdo que le molesta. Katka se hace eco entonces (y el fragmento es una buena muestra) de la mayoría de las críticas ilustradas de talante liberal y democrático a la forma de organización burocrática. Al margen del carácter premonitorio, que muchos le atribuyen, respecto a la futura arbitrariedad nazi de la Gestapo contra sus hermanos judíos (nada explícito, ni la más leve insinuación de racismo, hay en todo el

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    texto), lo cierto es que al hilo de sus descripciones irónicas o grotescas se perciben, sobre todo, los motivos aireados desde siempre por el pensamiento liberal: el vaho de corrupción que exhalan las infectas buhardillas de las oficinas donde se hacinan el servilismo político con la miseria retributiva; la perezosa rutina de los procesos, cuyo curso se pierde en las sofocantes sinuosidades de los despachos; la ineficacia de las gestiones particulares ante el muro infranqueable, no ya de la ventanilla (el ingenuo «Vuelva usted mañana» de Larra), sino, sobre todo, de las infinitas jerarquías y escalafores, «inabarcables incluso para los iniciados» ( comenta Kafka), que hace de la burocracia un organismo opaco y hostil a toda manifestación de libertad no reglamentada; la masa ingente de papeleo inútil que generan los procesos en marcha (memorandums, informes, actas, expedientes ... ), en cuya confección y tramitación (nada se pierde, todo se archiva) se combinan misteriosamente la más febril de las actividades con la más absoluta falta de operatividad; la endémica resignación, en fin, sin destellos de rebeldía que acaba apoderándose inexorable y patéticamente de todos cuantos de grado o por fuerza entran en contacto con semejante monstruo acéfalo y pseudópodo.

    A medida que avanza la novela, y pese a su carácter inconcluso (tampoco la jerarquía de tribunales parece tener fin), Josef K. acumula más datos idiográficos sobre la burocracia, muchos de ellos contradictorios. Cuando su altanería racionalista de hombre libre quiebra ante la impenetrable opacidad del sistema, cuyos secretos designios desarbolan cualquier hipótesis o razonamiento lógico, el método hermenéutico y fenomenológico del abogado judío pragués se rinde a la evidencia. Puesto que la realidad (la absolución real, la libertad real) es arbitraria e inaccesible, sólo cabe la viscosa circularidad del acusado en busca de efímeras absoluciones aparentes o la abyecta enajenación del aplazamiento. Casi al final de la novela, se descarta cualquier acción reformista o revolucionaria, pues la gallarda resistencia individual conduce siempre a un desenlace fatal:

    «lo único acertado es adaptarse a las condiciones existentes. Aunque fuese posible mejorar algún detalle -lo cual es una suposición estúpida-, uno obtendría en el mejor de los casos, alguna mejora para los procesos futuros, pero se habría perjudicado incalculablemente a sí mismo, puesto que habría atraído la atención de los funcionarios, siempre sedientos de venganza. iLo importante era no llamar la atención! iObrar con calma, aunque esto fuese contra los propios deseos! intentar darse cuenta de que aquel inmenso organismo judicial se encuentra, en cierto modo, en una posición eternamente vacilante, y de que, si uno cambia algo por

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    su cuenta y desde su puesto, la tierra desaparece bajo sus pies y él mismo puede despeñarse, mientras que al gran organismo le resulta fácil encontrar otro lugar en sí mismo -puesto que todo guarda relación- para reparar la pequeña alteración, efectuando las sustituciones necesarias y permaneciendo inalterable, si no resulta que todo se vuelve, cosa aún más probable, mucho más cerrado, más vigilante, más rígido, más maligno» (7).

    La visión que sobre la burocracia tiene Kafka puede tildarse de pesimista, crítica, subjetivista ( esto es, emic) e idealista. De ahí que El proceso pueda leerse no sólo en clave burocrática, sino también en clave psicoanalítica, existencialista, metafísica e, incluso, religiosa. Tanto las críticas como la rebeldía individualista e idealista beben de las fuentes del pensamiento liberal decimonónico. Josef K., apoderado de banca, se queja del intervencionismo burocrático en la esfera de las libertades individuales y de la economía privada. Pero el gran descubrimiento de Kafka, el rasgo distintivo de su pesimismo, es la trágica constatación de la ubicuidad de la burocracia. Nada escapa a su control, su fétida atmósfera envuelve las relaciones laborales de todas las empresas y acaba invadiendo la vida privada, familiar e, incluso, las relaciones íntimas de Josef K. Su parafernalia ritualista penetra también en el campo de la conciencia hasta el punto de doblegar y asfixiar el estrecho margen de la razón en favor de las representaciones oníricas, en las que la angustia paranoica (léase el capítulo quinto) anticipa el fatal destino del resistente. Es esta pregnante metáfora holista («todo guarda relación»), que, sin embargo, no llega a materializarse en una tesis explícita como la que más tarde desarrollarán Bruno Rizzi o James Burnham acerca de la burocratización del mundo, la que confiere a la obra de Kafka su inquietante ambigüedad y su espléndida lozanía intemporal, una lozanía que no puede marchitarse porque carece de referentes (políticos, económicos, sociales o científicos) falsadores. El proceso de Kafka, como joya literaria, se cierra internamente y corta amarras tanto respecto a la tradición liberal e individualista que soporta sus críticas como en relación al decadente imperio austro-húngaro que se desvanece como pretexto.

    La obra de Max Weber, en cambio, pese a ser considerada como el primer tratamiento objetivo y científico de la burocracia, no puede desligarse del contexto que la posibilita. Pesan sobre ella la preocupación metacientífica de construir una ciencia social con instrumentos metodológicos propios capaz de dotar de inteligibilidad a la historia de los procesos y sistemas sociales, el conocimiento de las tradiciones intelectuales que le preceden, la percepción de la sociedad alemana imperial, dominada moralmente por asfixiantes códigos de conducta y políticamente

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    por la hegemonía junker, y, sobre todo, la enorme influencia que ejercerá su tipo ideal de burocracia en la investigación posterior, que someterá a severos escrutinios empíricos todos y cada uno de los rasgos formales e instrumentales que él logró destacar para caracterizar el sistema de producción capitalista.

    Weber sabe que la ciencia es inacabada por su propia naturaleza: jamás pondrá punto final a sus preguntas. Esta apertura indefinida es, sin embargo, mucho más aguda en las ciencias históricas y sociales que en las ciencias físico-matemáticas. En aquellas no hay posibilidad de «elaborar un sistema cerrado de conceptos (sic) que condensaran, de una forma u otra, la realidad en una articulación definitiva» (8). Puesto que el flujo del devenir inconmensurable de las «individualidades históricas» comporta problemas culturales siempre nuevos y nuevas relaciones con los objetos culturales del pasado, no hay aquí progreso en profundidad (como en las ciencias naturales), sino tan sólo multiplicación de «puntos de vista», una suerte de progreso acumulativo de perspectivas. No obstante, es posible a los científicos sociales elaborar conceptos de una estirpe especial, conceptos de realidades singulares, tipos ideales «acumulando y estilizando» una multitud de rasgos aislados, difusos o discretos, para formar con ellos un cuadro homogéneo. Así se fragua el tipo ideal de la burocracia formal.

    Weber conoce además las tradiciones intelectuales y las formas de organización administrativa del pasado y caracteriza minuciosamente sus «individualidades históricas». Por ejemplo, las formas de selección de los funcionarios se asocian en las culturas patrimoniales o burocráticas a modelos educativos específicos. El modelo chino consiste en preparar una casta de eruditos en formas de comunicación escrita extremadamente esotérica, de modo que sus alambicadas jerarquías internas se basan en la capacidad de manejar códigos de símbolos cada vez más complejos. El modelo clerical, característico del Próximo Oriente y de la Edad Media Latina, basa el secreto en métodos de cálculo y de trascripción desconocidos para los laicos feudales, pero al servicio de un culto extremado de lo personal. El modelo de educación legal especializada, que tiene su origen en la Universidad medieval, posee también carácter erudito, pero a diferencia de los otros dos ( diferencia que ignora olímpicamente Kafka), conduce directamente, dada la creciente racionalización de la vida, hacia la generación de un nuevo tipo ideal de burócrata moderno que justifica su actividad racional mediante el concepto de «vocación».

    Aún así no es fácil segregar los rasgos característicos de la dominación burocrática moderna, porque el sistema abstracto de dominio enmascara y justifica lafunción de dominación mediante ideologías y prácticas administrativas heterogéneas. Weber realiza aquí un inmenso es-

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    fuerzo de abstracción metacientífica para desligarse del contexto inmediato europeo, en el que crece con pujanza multiforme la nueva bürokratischer Herrschaft. En un texto fechado probablemente poco antes de la Primera Guerra Mundial, Weber explica la pervivencia en Alemania del ethos autoritario patriarcal que reviste con un rasgo espúreo e ideológico (rasgo de servilismo del que Kafka, por cierto, no logra desprenderse en su idiosincrásica visión de la burocracia) la dominación legítima legal:

    «En Inglaterra, comenta Weber, la reducción de la administración efectiva por el gobierno de los notables del lugar y la dependencia del poder del señor de la cooperación voluntaria de la clase de los notables impidió ... aquella devoción internalizada a la autoridad, que en Alemania ha seguido siendo una herencia prácticamente inextirpable del gobierno sin cortapisas del príncipe patrimonial y que a los observadores extranjeros les parece una falta de dignidad. En Francia y los países latinos las revoluciones triunfantes, y en Rusia la falta de prejuicios del ethos social-revolucionario (han minado de modo similar la autoridad tradicional). Pero desde un punto de vista político, el alemán era, y es en realidad, el súbdito típicamente obsequioso, en el sentido más profundo de la palabra» (9).

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    La proclividad del súbdito alemán hacia el servilismo, que tan encarnizadamente subraya Kafka en sus personajes por oposición a su héroe, no impide a Weber emprender su categorización nomotética por encima de idiosincrasias nacionales. En consonancia con la tradición jurídico-administrativa europea, Weber vincula coherentemente la organización burocrática al nacimiento del Estado moderno (Hegel), señalando explícitamente tres factores que favorecen su desarrollo, a saber: el triunfo de la economía monetaria como forma preferente de transacción, el aumento cuantitativo y cualitativo de las tareas administrativas del Estado moderno y la superioridad técnica ( en términos de eficiencia) del tipo burocrático de administración. El último factor, el más decisivo de todos para garantizar su supervivencia, casa bien con el creciente racionalismo de nuestra civilización:

    «El destino de nuestra época -sentenciase halla caracterizado por una racionalización e intelectualización y, sobre todo, por el 'desencantamiento del mundo'» (10).

    En este sentido no desdeña Weber enfrentarse con otras interpretaciones metateóricas sobre el fenómeno burocrático. El liberalismo, que ataca y critica la organización estatal en teoría, pero en la práctica acepta su creciente expansión como garante de los intereses económicos y políticos de la burguesía, ha desatado un aluvión de críticas «filibusteras» contra la burocracia, cuyo carácter demagógico es evidente. Los liberales ignoran que el ethos de racionalidad formal de la burocracia, lejos de oponerse, favorece los deseos de ganancia e independencia económica del comerciante burgués: ambos tienen el mismo origen. Aunque Weber reconoció su deuda intelectual con Marx (11), es un tópico sociológico contraponer las explicaciones sobre el origen del capitalismo -la acumulación del capital- del materialismo histórico «infraestructura!» con las explicaciones psicológicas e intelectuales (esto es, «superestructurales») del autor de la Etica Protestante (12). Y ciertamente la lógica de la racionalización de Weber es lo que le impide aceptar la verosimilitud de las teorías marxistas sobre el desmantelamiento del Estado burgués y sobre el tipo de participación democrática del proletariado como resultado de la revolución socialista. Dos factores convergían en la sociedad de masas para evitar la emancipación obrera de los mecanismos burocráticos: su ya citada superioridad técnica y el simple, pero imparable, crecimiento demográfico. Cuando tras el empujón revolucionario de octubre, lejos de emerger espontáneamente una verdadera «autoadministración» democrática, reaparece e incluso se incrementa lo que Lenin diagnosticará como «cáncer burocrático» en el seno de los partidos comunistas y de las nuevas sociedades socialistas, el melancólico presagio de Weber pareció confirmarse.

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    rencias de significado permiten que los análisis sociológicos se vayan incorporando sin dificultad al tratamiento, sistemático aunque restrictivo, que de las organizaciones industriales viene haciéndose desde principios de siglo bajo la denominación tecnocrática de la organización científica del trabajo. La obra clásica de March y Simon en 1958 constituye el nudo en que convergen estos dos planteamientos. De ahí a la sociedad posindustrial con cuyo tratamiento he abierto boca en este artículo sólo media un paso. Weber ha quedado reducido allí a una versallesca cita erudita (18).

    El otro cúmulo de bibliografía posweberiana, que sepulta su obra, se refiere a los problemas de la organización del poder político aunque sobre este asunto los desarrollos teóricos del marxismo han alcanzado justa preeminencia. Si los partidos políticos son organizaciones complejas, parece gratuito ignorar la «ley de hierro de la oligarquía», formulada por Robert Michels a propósito de sus análisis empíricos sobre la evolución de la socialdemocracia alemana. Que las grandes organizaciones conducen inexorable-

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    mente a un monopolio abusivo del poder a causa de la imposibilidad técnica ( cantidad y complejidad) de una participación realmente democrática en la gestión administrativa y a causa de la estructura jerárquica mediante la que se concentran las redes de comunicación en manos del líder, que convierte así su posición en inexpugnable, no sólo pone en entredicho la fórmula leninista del «centralismo democrático», sino que por añadidura, lanza una carga en profundidad contra las construcciones formalistas del «liderazgo democrático» en el seno de las organizaciones capitalistas. El análisis de Michels que trabajó con Weber durante 1914 al que con'tagió parte de su pesimismo, no sólo aísla empíricamente un nutrido conjunto de variables relevantes (dimensión, complejidad, red de comunicaciones, toma de decisiones); avanza, además, hipótesis psicológicas verosímiles que la experiencia cotidiana parece confirmar: la metamorfosis nada kafkiana operada en la personalidad de los líderes al cambiar su status con la ascensión al poder, la creación de una ideología bonapartista en torno a su figura, etc. En esta línea, la burocratización del mundo, denunciada por el militante comunista italiano Bruno Rizzi en 1939 aparece como una generalización y/o confirmación de las predicciones de Michels en el sentido de considerar la civilización occidental en bloque como un callejón sin salida:

    «Cuando una revolución popular triunfa (incluso si es de signo socialista), -profetiza Rizzi- los representantes de las masas pasan a ocupar el lugar y a adoptar las formas conservadoras de la vieja oligarquía. Y la misma historia comienza otra vez (14).

    La teorización de Rizzi, más marxista que weberiana en su terminología, apunta a la burocracia como horizonte del devenir histórico de la humanidad, pues el mundo social por encima de ideologías políticas e intereses económicos ha dejado de ser simultáneamente capitalista y socialista desde que el aparato productivo no pertenece ya ni a los burgueses ni a los propietarios, sino a los burócratas, a los managers y organizadores que silenciosa, pero inexorablemente, se han adueñado del universo. Esta curiosa simbiosis de pensamiento izquierdista y reaccionario alcanzará su expresión más lúcida en La revolución managerial del trotskista James Burnham, quien ha subrayado la escisión que se produce en nuestro siglo entre las funciones de dirección y producción y las funciones de la propiedad. Pero lson los burócratas realmente una clase social? lHa dejado la propiedad de tener importancia realmente? lEl proceso de burocratización analizado por Weber iba acaso en esta dirección? Ciertamente no, pero lquién se acuerda de Weber?

    Rizzi y Burnham, sin pretenderlo, anticipan algunos rasgos de la sociedad posindustrial y en-

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    lazan con un motivo weberiano: el «desencanto del mundo». No es casual, en este sentido, que el discurso sobre e/fin de las ideologías haya servido de escudo legitimador para la tecnocracia, última metamorfosis del fenómeno burocrático. La falacia social subyacente en esta historia goza, sin embargo, de un marcado sesgo idealista, como quería Weber. Se trata, en esencia, de propiciar un cambio en el plano del pensamiento, en la esfera de las ideas, de nuestra percepción de la realidad, la única ya que se puede «seducir», «embrujar» y «reencantar». Daniel Bell anticipaba el argumento al corregir a Marx su grosera querencia por la lucha de clases y las condiciones materiales de existencia. Las contradicciones del capitalismo se plantean no en el plano de la infraestructura, sino en el plano psicosocial por efecto de una bifurcación creciente entre la cultura y la estructura social:

    «la carencia de un sistema de creencias morales bien arraigado -diagnostica Bell en 1973- es la contradicción cultural de la sociedad; y la amenaza más profunda para su supervivencia» (15).

    Lo que hoy se encuentra «en crisis» no es la realidad social, ni el marco ontológico de referencia, sino la interpretación que tenemos de ella, es decir, los marcos epistemológicos de nuestro conocimiento científico. Y, si esto es así, la receta es simple: la sociedad tecnológica puede sobrevivir sin otro recurso que la utilización masiva y planificada de la tecnología social que nos proporciona nuestro conocimiento racional del mundo. Por arte de birlibirloque el pesimismo se transmuta en optimismo.

    «Hoy es posible -agrega Bell- rehacer o liberar a los hombres, condicionar su conducta o alterar su conciencia. Las limitaciones del pasado desaparecen con el fin de la naturaleza y de los objetos» (16).

    De esta forma se legitima a los científicos sociales, animados de propósitos altruistas, para propiciar el cambio del sistema tecnocráticamente. En este punto es evidente que la pescadilla se muerde la cola y que la nueva tecno-burocracia de «decisores racionales» se halla en el corazón del asunto. Es evidente también que los «manipuladores de cerebros» sólo extirpan las viejas ideologías absolutas para implantar otras nuevas: lel pensamiento débil?, lla modernización?, lel proyecto Fénix?; pero respecto a esta vidriosa cuestión la tecnoburocracia se lava asépticamente las manos. Ella, como ya dijera Weber, no entiende de fines, de objetivos o de metas, sólo de medios técnicos eficaces. Mientras tanto nosotros, tras este largo recorri- edo histórico por el siglo, hemos retomado kafkianamente al punto de partida.

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    NOTAS

    (1) Harold Koontz, «The Management Theory Jungle»,Readings, McGraw Hill, New York, 1964. No hago distinciones académicas entre distintas aproximaciones a los problemas organizativos de las sociedades humanas por la razón señalada en el texto. Por lo demás, independientemente de terminologías y tecnicismos de escuela, los problemas son básicamente los mismos.

    (2) Amitai Etzioni, Modern Organizations, PrenticeHall, Englewood Cliffs, N. J., 1964; Robert Presthus, The Organizational Society, Alfred A. Knof, New York, 1962. Esta tendencia holista y globalizadora es más acusada aún en la Teoría General de Sistemas tal como ha denunciado R. Lilienfeld, The rise of systems theory. An ideological analysis, Wiley, New York, 1978.

    (3) William H. Whyte, The Organization Man, Simonand Schuster, New York, 1956.

    (4) Chris Argyris, El individuo dentro de la organización,Herder, Barcelona, 1979.

    (5) Véase mi «Teoría de la organización y teoría de sistemas» en Pedagogía, Cibernética y Ciencias Sociales, Publicaciones I.C.E. de la Unviersidad de Barcelona, n.º 12, 1985 y mi artículo «Organización (Teorías de la)» en Terminología Científico-Social. Aproximación crítica, Anthropos, Barcelona, 1988.

    (6) ·capítulo 2.º en la ordenación de Max Brod.(7) Capítulo 7.0 ibídem.(8) Gesammelte Aufsiitze zur Wissenschaftslehre, Tübin

    gen, 1951; hay traducción francesa de 1965: L'essai sur la théorie de la science.

    (9) cit. apud Arthur Mitzman, La jaula de hierro. Una interpretación histórica de Max Weber, Madrid, 1976.

    (10) En la selección de Gerth y Wright Milis, Ensayos desociología contemporánea, Barcelona, 1972.

    (11) «Se puede calibrar la honradez de un intelectualcontemporáneo, y en especial de un filósofo, por su postura respecto a Nietzsche y Marx. Quien no admita que no podría llevar a cabo lo más importante de su trabajo sin contar con la obra de estos hombres, se engaña a sí mismo y engaña a los demás. Nuestro mundo intelectual ha sido modelado en su mayor parte por Marx y Nietzsche». Cfer. Eduard Baumgarten, Max Weber, Werk und Person, Tübingen, 1964.

    (12) La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, 1976.

    (13) Para una interesante reclasificación de aportaciones posweberianas, aparte de la tendencia concordista representada por Nicos P. Mouzelis, Organización Burocracia (Barcelona, 1973), ver Gibson Burrel y Gareth Margan, Sociological Paradigms and Organizational Ana/ysis, Heinemann, London, 1980.

    (14) vers. italiana: // Col/ettivismo burocratico, SugarcoEdizioni, Milano, 1977.

    (15) Daniel Bell publica en 1960 The end of ideology, encuyo epílogo podía leerse: «En el mundo occidental existe, por tanto, un acuerdo general respecto de cuestiones políticas como la aceptación del Estado social, el deseo de un poder descentralizado, el sistema de economía mixta y el pluralismo político. También en este sentido la era de las ideologías ha concluido». En 1973 publica The Coming of the Post-Industrial Society, al que pertenece el párrafo citado (p. 553 de la ed. castellana, Madrid, 1976).

    (16) !bid, p. 563.