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Itít llílil posiciones leídas en el TEñTRQ CE fi¥ANT ES noche del 5 de Sep- M fiembre de 1913. # # # # K MALAGA : : IMPRENTA IBERICA Nueva» 33 y 35

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M fiembre de 1913. # # # # K

MALAGA : : IMPRENTA IBERICA Nueva» 33 y 35

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F L O R I L E G I O EN HONOR DE LOS P O E T A S

M A L A G U E Ñ O S : : : : : : : : :

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EN HONOR DE LOS -

Poetas Malagueños

COMPOSICIONES

LEIDAS EN E L

Teatro Cervantes LA N O C H E

DEL 5 DE SEPTIEMBRE DE 1915

HJJIIÍF M A L A G A

I M P R E N T A I B É R I C A N U E V A , 33 Y 35

l̂llllU:

T i aibiioleca cánovas

del castillo

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R E C U E R D O S

Aun se alzan los viejos muros y en ellos de piedra en piedra suspende la verde yedra sus cortinajes obscuros; aun se yerguen inseguros los góticos torreones, por ya rancias tradiciones en viviendas convertidos, de duendes y aparecidos de antiguas generaciones.

Por recordar del pasado las risueñas lontananzas, y evocar las esperanzas que forjé contigo al lado, de aquel recinto arruinado trepé el sendero escabroso; crucé del cegado foso el tembloroso rastrillo, y al fin llegué del castillo al pórtico silencioso.

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Del crepúsculo suave * llenaba, la luz serena,

la abrupta vertiente, llena de reposo triste y grave; desde las breñas, el ave cantando, al sol despedía; la tarde palidecía por los anchos horizontes, y se esfumaban los montes en la inmensa lejanía.

Plácido adormecimiento llenaba el monte y el llano, lo distante y lo cercano, la tierra y el firmamento; con tañido ronco y lento voceaba la campana de aquella ermita lejana que se logra ver apenas desde las rotas almenas de la fuerte barbacana.

Ya allí, evoqué aquellos días en que, dominando al miedo el amor, con paso ledo hasta el pórtico venías; tal cual te me aparecías en nuestra niñez amada, pensé verte enamorada llegar a mí temblorosa, como tórtola medrosa perseguida, a la enramada!

Cual invisible incensario, tu recuerdo vaporoso

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dio su perfume al ruinoso recinto ya solitario; fué aquel el confesonario de nuestras dichas primeras, donde con frases sinceras y tímidos balbuceos, cual las olas, mis deseos buscaban ya sus riberas.

Tus pudores infantiles, como dique diamantino, burlaron el torbellino de mis ansias juveniles; brutales y varoniles estallaban mis pasiones, y sus locas rebeliones eran los ricos veneros de mis delirios primeros y mis primeras canciones.

¡Tú y la gloria! cumbres bellas donde quise alzar el vuelo! del más purísimo cielo las más fúlgidas estrellas! esperanzas que, sin huellas dejar tras sí, de mi vida huyeron, luz extinguida por decreto de la suerte, ¡ya sin vosotras la muerte llevo en el alma escondida!

¡Gloiia^Inefable demencia, ¡Amor! pérfido espejismo, mas ¡cuán hondo es el abismo, sin ellos, de la existencia!

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¡Ay del que apura, en la ciencia de la vida, el desconsuelo! ¡Ay del que intenta del cielo cruzar las sendas ignotas, y siente las alas rotas y alzar no puede su vuelo!

¡Ay del que batalla en vano y vé morir su energía, de la pena más sombría en el más negro occeano! ¡Ay del que busca una mano protectora! ¡Ay del que siente, piensa y lucha noblemente por ganar la excelsa palma! ¡del que lleva algo en el alma y algo también en la frente!

Paladín ensangrentado que ya exánime se abate en la arena del combate donde ha sido derrotado, jamás encuentro a mi lado, en la terrible contienda, de una esperanza la ofrenda que me aliente y que me escude, ni hallo nadie que me ayude, ni nadie que me comprenda.

Todo esto pensé aquel día al evocar tu memoria y los ensueños de gloria que en mi niñez perseguía; ya envuelto la noche había cielo y tierra con su manto;

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volví en mí, sequé mi llanto, torné a cruzar el rastrillo, y abandoné aquel castillo que es para mí un Camposanto.

Arturo Reyes

La Nieta y la Abuelita

— ¿Por qué, abuelita, estás tan arrugada? —Porque he vivido mucho más que tú. —¿La vida arruga, entonces, abuelita? — Sí; más sólo al pasar la juventud. —Pues de esa juventud pasar no quiero. — ¡No has nacido y pretendes ya morir! —¿Qué es la vida y la muerte? Yo lo ignoro. — Principio que quizás no tiene fin. —Ahora lo entiendo menos, abuelita. Explícate mejor y lo sabré. —Tú has nacido, hija mía, hace tres años; quizá antes de ese tiempo moriré. Más el que muere, nace en otro mundo y vida y muerte, a un mismo tiempo son dos cosas, que ni tú ni yo sabemos, pues solamente quien lo sabe es Dios.

José Cárlos Bruna

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E L MANTON DE MANILA

¡Oh, bandera triunfante de la alegría! ¡Oh, manto de la antigua fiesta española! ¡Oh, pálio délas «juergas» de Andalucía! ¡Oh, túnica radiante de la manóla!

La fresca primavera que en tus tejidos enredó el arte bello con sus colores, es la red esplendente donde prendidos ván, a fleco por alma, los amadores.

Cuando desde el alzado seno redondo bajas como un diluvio de flores vivas, los chinos que bordados hay en tu fondo abrazan a los cuerpos que en tí cautivas.

Mi l veces he querido ser dibujado en tu velo encendido de flora amena, para en noches de fiestas ir enredado al cuerpo cadencioso de una morena.

Mas tuve solo a cambio de esos placeres, de las gratas verbenas en el misterio, ¡ver que ván entregadas nuestras mujeres a los pálidos hijos del vasto imperio!

Tú eres el libro antiguo, la rica joya que habla de los chisperos y las navajas, de escenas que en el lienzo dio vida Goya, de soldados y reyes, majos y majas.

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Tú de la dama fuiste velo ligero cuando, de la litera presa en el raso, iba a la ansiada cita con el torero y a brindar, en los dedos alzando el vaso.

En las varias costumbres que en sus mudanzas del siglo diez y nueve fueron exordio, tú en el salón miraste las dulces danzas a los sones pausados del clavicordio.

Te legó a nuestro siglo la vieja gente como página llena de resplandores, como un paño que guarda resplandeciente recuerdos de cien años fijos con flores.

Con la de tus bordados vistosa greca, tú de nuestras mujeres ciñes los talles, y el risueño Barbieri, Juarranz y Chueca escriben en tus rosas sus pasa-calles.

Rima con las verbenas tu seda fina, y tus lindos caireles con la albahaca; de la reja con flores eres cortina; del amor que reposa tu eres la hamaca.

De la cruz venerada de Mayo hermoso en las gradas tendidas dejas tus rosas, y los jóvenes tejen baile vistoso en parejas que giran vertiginosas.

Cuando pasa, movido del homenaje tras la imagen el pueblo con paso lento, tú adornas los balcones de cortinaje y el haz de tus colores tiendes al viento.

Sobre el cristal luciente de los salones el fausto de tu seda la vista asombra,

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y descienden tus pliegues en pabellones como incendio de tonos sobre la alfombra.

Tu con la bailadora vas ondulando ceñido al cuerpo suelto como serpiente, y tus flecos parecen al ir flotando rayas de un aguacero resplandeciente.

Tanto hermanan tus flores, que me extasían con la española fiesta, viva y bizarra, que pienso, arrebatado, que vibrarían tus hilos amarrados a una guitarra.

En los toros, el bosque de tu bordado muestra ramas, corolas, frutos y raíces, para que en su tejido fantaseado duerma la luz el sueño de los matices.

Fingirá que alza España bella bandera doquier muestres tus tonos y tu alegría; en tu fondo está abierta la primavera trasplantada de un huerto de Andalucía.

El mantón de Manila compendia a España y es insignia que canta nuestra victoria; grabada en cada rosa lleva una hazaña, y atada a cada fleco lleva una gloria.

Salvador Rueda

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B O H E M I A

Gitanilla de cara morena, gitanilla de tez africana, gitanilla que marchas errante sin familia, ni dioses ni patria, entonando esas coplas dolientes, entonando esas coplas amargas, que parece que lloran de pena, que lloran de celos, que lloran de rabia, y ondulando tu cuerpo flexible al, ligero compás de la danza, retorciendo tus brazos morenos y meciendo tu vientre de estátua, y tu busto soberbio de diosa y tu hermosa cabeza inclinada, con el grácil sombrero flamenco colocado en las crenchas rizadas... Gitanilla de cara morena, gitanilla de tez africana, la mas bella y gentil de las hijas de esa errante y prolífica raza que camina sin rumbo y sin tregua y sin leyes, ni dioses ni pátria.

Yo admiro tu estirpe, yo adoro tu raza,

yo amé siempre esa ruda bohemia, yo amé siempre esa audaz caravana que no pudo jamás ser vencida

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ni ser conquistada, porque lleva sus pátrios hogares como audaz caracol a la espalda, porque estima en tal modo su sangre que con nadie la mezcla ni amasa, porque lleva el orgullo en el pecho

y el odio en el alma, porque sabe vivir por sí sola libre, fiera, sin dioses ni patria...

Gitanilla de tipo flamenco, la que lleva en el fondo del alma los amores, las penas, los odios, de su ruda y selvática raza, la que tiene la cara morena porque el sol le ha besado la cara, la que tiene en los ojos oscuros un infierno de fuegos y llamas, la que tiene en su voz gemidora como un fondo de penas y lágrimas, la que entona canciones muy tristes donde lloran confusas nostalgias, la que lleva un puñal en la liga, la que sabe conjuros y mágias, la que dice la buenaventura, la que vaga por calles y plazas tremolando sus bailes lascivos, esparciendo sus coplas gitanas, caminando sin tregua, errabunda, sin familia, fii dioses ni pátria!

¡Yo te adoro, gentil gitanilla! Yo que he visto tu frente tostada

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por los rayos del sol enervante de Egipto y de Arabia,

yo que he visto tus tangos lascivos y he escuchado tus coplas gitanas, y he sentido la ignota tristeza que en tus ojos expléndidos vaga, yo que soy, como tú, un errabundo que medita confusas nostálgias, y que llora profundas tristezas y que duelos incógnitos canta!

¡Yo te adoro, gentil gitanilla, y aunque vida me ha dado otra raza, como tú, soy un ave sin nido, como tú, soy un siervo sin pátria!

Ricardo León

TIBERIADES

La tarde va a morir; desde la altiva cumbre del sur, que cierra el panorama, con transparencia luminosa y viva del sol,se extingue la sangrienta llama.

La cresta de Safed trémula brilla, y en los picos de Hermón, blancos d.e hielo, se copia y resplandece la amarilla crepuscular coloración del cielo.

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El terso lago, con vaivén suave, aquieta el golpe de sus mansas olas, y están, hundidas en silencio grave, sola su faz y sus riberas solas.

Se alza ala orilla un pueblo de cabanas de pescadores: muros derruidos, en cuyos techos de pajizas cañas tejen las aves de la mar sus nidos.

Genezaretz eleva sus jardines de tamarisco y de laurel poblados, que esparcen por los plácidos confines sus alientos de flor embalsamados.

Y más allá, la vista se derrama por una feracísima llanura, que se extiende en brillante panorama, toda llena de manchas de verdura.

Es la hora del amor. Ventisca leve, con rumor de aletazos de paloma, las finas lenguas de las palmas mueve, por los boscajes de la abrupta loma.

Es la hora en que la tierra se desmaya, la hora en que el canto de las aves cesa, la hora de amor en que la verde playa se aduerme al son del agua que la besa.

Se hunde el paisaje en infinita calma, y al turbio rayo de la luz del día, se reconcentra y se emociona el alma con íntima y tenaz melancolía.

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Ved. Ya Jesús sobre la vieja nave que el brazo de Simón hundió en la arena, dirije a sus discípulos, suave predicación de venturanzas llena.

¡Cuán grande y cuán hermosa su figura parece ante la turba que le admira!... Su larga y empolvada vestidura, en sueltos pliegues por el viento gira.

Obscuro es el color de sus cabellos y correcto el perfil de su semblante, garzas las tintas de sus ojos bellos, dulce el acento de su voz vibrante.

Es su oración sinfónica harmonía llena de notas lánguidas y graves; sombra y luz, sol y nieve, noche y día, rumor de olas y cantar de aves...

A l eco de su voz viva y ardiente, ¡con que emoción la turba galilea en su alma tosca germinar presiente de un culto nuevo la confusa idea!

Culto que al golpe ideal de la palabra, cobra de Fé y Amor, aliento y vida, inmaterial encarnación que labra al Bien eterna y redentora egida.

Flota algo en el ambiente, que no alcanza a visual condensación; anhelo de amor, vidente afán, dulce esperanza ¡oh, venturosa exaltación del cielo!

Rayo de luz sin luz el alma irisa y surgiendo del alma, al cielo sube

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algo así como brisa que no es brisa, algo así como nube que no es nube.

Es la embriaguez universal que inunda los pechos de suavísimas esencias; es la Fé que seduce y que fecunda ¡oh, Piedad! corazones y conciencias....

Habla a los pobres, que con hondo anhelo escuchan sus consejos inspirados. ¡Cómo llora la grey que espera un cielo cuando Él les dice: ¡Bienaventurados!....

Y mientras que Jesús al bien incita, ' el rojo sol se pierde en lontananza y se asombra la bóveda infinita sobre un cielo de amor y de esperanza.

S. González Anaya

A L A MUJER

( F R A G M E N T O )

¡Mujer! palabra bendita que aleja dudas y agravios y santifica los labios cuando en los labios palpita. Frase que parece escrita dentro de los corazones;

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— l o ­que late entre inspiraciones y entre inspiraciones brota, un sentimiento, una nota de mágicas vibraciones...

De Dios la sublime ciencia cuna del saber profundo, hizo de la nada el mundo mostrando su Omnipotencia. Dió a las estrellas fulgencia, al sol le dió resplandores, dió su perfume a las flores, sus espumas a los mares, y a los vientos los cantares del amor de sus amores.

Reflejada su grandeza vió en valle, selva y colina que a su palabra divina surgió la naturaleza. Corona a tanta belleza quiso un instante obtener, y meditando en un ser tan celestial como humano, rasgó el misterioso arcano y dió vida a la mujer.

Adán triste contemplaba a la avecilla parlera, que de tierna compañera las caricias disfrutaba: la fiera que se amansaba ante el halago amoroso, y al agitarse envidioso hallar nuevos goces quiso,

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soñando otro paraíso más completo y más hermoso.

Sin la mujer, nuestra vida fuera un inmenso desierto, nave sin timón, ni puerto donde encontrar su guarida. Ilusión desvanecida, sol sin luz ni resplandores, vergel sin aguas ni flores, existencia sin infancia, primavera sin fragancia y corazón sin amores.

Que es ella luz y color, destello que el alma hiere, aurora que nunca muere, encarnación del amor, nube que ahuyenta el dolor, queja que del pecho brota, arpegio, murmullo, nota, cadencia que el viento lleva, brisa que al cielo se eleva, beso que en el cielo flota.

¡En ella todo es poesía, todo carino y ternura! ¡no es Isabel de Segura creación de\la fantasía! Más perfección no podría reunirse en un solo ser, y no es fácil comprender a la luz de la razón, ni mujer sin corazón, ni corazón sin mujer.

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¡Madre! ¡Cómo he de olvidar que en las batallas del mundo fué tu carino profundo mi escudo y mi valladar, que me has enseñado a amar, a ser bueno, a combatir, a creer, a resistir nubes de amargura y llanto, a ser fuerte ante el quebranto y altivo ante el porvenir!

¡Mujer! perdona mi canto, y perdona, si un momento mi mezquino pensamiento hasta tu cielo levanto. Si mezclo tu nombre santo a los ecos de mi lira, si un corazón que te admira se une al himno de tu gloria y se inspira en tu memoria y en tu grandeza se inspira.

M i canto desvanecido en el aire morirá, y su eco se perderá en las sombras del olvido. Mas tu recuerdo querido alentará mi pasión y y a falta de inspiración, en tu altar ofreceré los tesoros de mi fe, el alma y el corazón.

Narciso Diaz de Escovar

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T R Í P T I C O

CANTO DE FÉ

¡Quién hubiera existido en las edades en que eran perseguidos los cristianos por aquellos pontífices romanos, viles monstruos de negras liviandades!

Ser apóstol por yermos y ciudades; llamar al siervo y al señor hermanos, y derrocar los ídolos paganos al empuje de célicas verdades!

Sucumbir por la fé del Nazareno, alta la frente, destrozado el seno, del leopardo y del mártir en la brega.

Y yacer en la santa catacumba; y ostentar una lápida en la tumba con el crisma y el alpha y el omega.

v v v

CANTO DE AMOR

¡Dios te valga, Condesa de los ojos azules: la que finge un encaje sobre la áurea pestaña; la que en el viejo códice del armorial de España tiene un lunel dorado sobre un campo de gules,

A tu dueña caduca no es gallardo que emules laborando en la rueca que es tu sola compaña;

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pues parece la tuya la labor de la araña cuando teje suicida su sudario de tules.

Yo bien sé que tu Conde te dejó cierto día de indeleble recuerdo, de dolosa falsía, en que huyó entre una turba de piafantes corceles.

Pero sé que hay un bardo que te brinda promesas; y no es mucho que cambien las gentiles condesas por poetas amantes a sus Condes infieles.

v v v

CANTO PATRIÓTICO

¡Noble bandera, pabellón que adoro primer amor de los amores míos; que teniendo de púrpura dos ríos tienes un surco donde corre el oro!

A l sentir mancillado tu decoro; cuando se exaltan los hispanos bríos, halla, quien tiene para tí desvíos, en su propia tibieza su desdoro.

¡Enseña de la patria bendecida! dén todos, por tu honor, hacienda y vida, y corten la vil mano que te hiere!

¡Pues muerto o vencedor, la suerte es grata de todo aquel que por honrarte mata; de todo aquel que por honrarte muere!

Ramón A. Urbano

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La Canción del Juglar

—Castellana, flor galana,

si lloras penas de amor, yo te sabré consolar ; y hallarás a tu dolor de la esperanza, la flor en mi trova de juglar.

Cese, pues, tu triste llanto, cese el amargo quebranto que nubla tu faz serena; que antes de que nazca el día habrá vuelto la alegría a tu rostro de azucena.

La luna deja su plata sobre la plata del río que con ronco vocerío lentamente se desata; y en tanto su serenata vá diciendo el trovador, en el alto mirador del castillo, la princesa castellana, que está presa entre las redes de amor, oye al juglar que la ofrece calmar su pena y su duelo, y en su espíritu florece la esperanza, y resplandece en sus ojos de azul cielo.

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Y así dice en su cantar el juglar: —Castellana, flor galana,

no bafie más el rocío de tu rostro la temprana rosa, que por la mañana llegará a tu señorío, ginete en yegua alazana, el dueño de tu albedrío.

De la guerra vencedor, de la Muerte triunfador, llegará sólo por verte; que si a la muerte dio muerte fué porque en lance tan fuerte dióle su pujanza Amor.

Antes de entrar en la empresa, tu nombre, dulce princesa, invocó tu caballero; y con tu amor por escudo nadie superarle pudo y fué en la lid el primero.

Tal denuedo y bizarría, tal gallarda valentía en la contienda mostró, que el mismo rey, orgulloso, la frente del valeroso castellano coronó.

Y hoy, triunfador y arrogante, cabalga tu noble amante de los campos al través,

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ufano de su victoria, por dejar toda su gloria depositada a tus piés.

Calla el juglar. Y la altiva castellana se conmueve, y por su rostro de nieve una lágrima furtiva rueda silenciosa y leve.

Y allá lejos, a los pálidos reflejos

de la aurora, por la blanca carretera se vé caminar ligera a una yegua voladora.

Y en la yegua, noble y fiero, dando al aire el blanco airón que flamea en su sombrero, avanza, ufano y ligero, hácia el castillo roquero el victorioso guerrero, que es a la vez prisionero de su propio corazón.

J. Fernández del Villar

El madrigal del vencido

Fui con Don Sancho a Uclés, y he visto rota la flor de las leyendas castellanas, y han chafado las armas mahometanas la urdimbre milanesa de mi cota.

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Ni en Uclés fué tan dura mi derrota como lo ha sido al pié de tus ventanas, ni me arredran las lanzas africanas como el desdén que en tus pupilas flota.

Y he de ofrecerte, de tu triunfo en prenda, por si llego al rescate con mi ofrenda y así en tributo acabará mi duelo,

sacarme el corazón del coselete, prensarlo hasta sefiirme el guantelete, y engarzarlo a un joyel de tu mantelo,

v ^ v

Soy Español

Luzco, del mundo en la gentil pavana, junto al recio tahalí de mi tizona, una cruz escarlata, que os abona mi abolengo de estirpe castellana.

Llevo en los hombros ferreruelo grana, guío el mostacho a usanza borgoñona, y mi blanca gorgnera, se almidona bajo mi crespa cabellera cana.

Tengo cien picas combatiendo en Flandes, mil siervos en las faldas de los Andes, calderas y pendón, horca y cuchillo,

un condado en la tierra montañesa^ un fraile confesor de la condesa, diez corceles, cien pajes y un castillo.

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Bizantina

Sé que tienes un alma bizantina, y que te sabe a mieles del Himeto ver tu nombre grabado en un soneto, tejido de hojarasca gongorina.

Yo te satisfaré; mi sonatina, te ha de poner, mi bien, en el aprieto de una gentil tapada de Moreto, cortejada con versos de Cetina.

Invitados por mí los ruiseñores a cantar el amor de mis amores, volarán hasta el huerto de mi amada,

y han de ver en la noche las estrellas, al conjuro de amor de mis querellas florecida de arpegios la enramada.

Enrique López Alarcón

^ i r ^

La Procesión del Corpus

Todo con regocijo la fiesta anuncia; las calles han cubierto de verde juncia

que el suelo alfombra; bajo el toldo uniforme que ondula leve, la multitud se apiña sobre una breve

mancha de sombra.

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En balcones que adornan las colgaduras, lucen su gentileza lindas criaturas

que causan pasmo; la turba de galanes que cerca pasa, las mira, las requiebra y arde en la brasa

del entusiasmo.

Larga fila formando junto a la acera, el batallón que cubre la ancha carrera

viste de gala; la mañana se siente por lo ardorosa, pero a alegre y a rica y a explendorosa

ninguna iguala.

Triunfando el regocijo y el alborozo, la animación se extiende y estalla en gozo

la gente moza; y hasta el viejo evocando sus mocedades, las delicias recuerda de otras edades

que ya no goza.

El voltear vibrante de la campana, con su canción que el viento lleva lejana

la fiesta aviva; el rumor, antes débil, de pronto crece, y es que el júbilo aumenta cuando aparece

la comitiva. 1

¡Ved la gentil Custodia que lenta avanza! ¡Va el Santísimo en ella, por eso lanza.

bellos fulgores! El sol que bajo el toldo, furtivo asoma, al besarla parece que de ella toma

sus resplandores.

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Le han colgado en racimos la uva temprana, en manojos la espiga robusta y sana

que el trigo encierra; De los fértiles campos ofrenda pía, ¡la bendición del cielo que Dios envía

sobre la tierra!

La inquieta muchedumbre de espectadores, flota en un mar de luces y de colores

que la cautiva; Y allá va caminando con paso breve bajo el toldo uniforme que ondula leve,

la comitiva.

De nuevo a sus hogares torna la gente; del explendor pasado queda en la mente

como un ensueño; Y en tanto el sol de Junio cae que achicharra la canción enervante de una cigarra

me brinda sueño.

Vicente Luque Gutiérrez • . k 3 £ S

G L O R I A (DE LA COMEDIA DE E S T E TÍTULO)

Buscando ía Gloria afanoso andaba;

la Gloria quería; soñado deleite y anhelo del alma.

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Trabajos, martirios, la infame asechanza,

de torpes envidias las viles calumnias. ¡Todo lo gustaba! Y yendo en su busca con esa esperanza

que anima al creyente, que aliento le presta que arrestos le manda, pasaba mi vída, la vida... ¡qué amarga!.,

luchando sin tregua, dejando en la lucha ¡girones del alma!

«

Te hallé cierto día, mujer adorada,

y al verte tan bella y al verte radiante cual diosa fantástica, pensé que mi mente vagando soñaba

y que en su delirio, mi genio de artista ¡te hacía de la nada! Gocé cual asceta que a orar se postrara

mirando a los cielos en noche sin nubes, serena y en calma, y viera de pronto que allá en lontananza,

muy lejos, muy lejos, los cielos se abrían y que se asomaba la Virgen augusta la Virgen sin mancha,

diciendo muy quedo, con voz amorosa: «Ya oí tu plegaria; tu afán en buscarme

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merece mi gracia, presente me tienes, ven, tu madre soy,

¡levántate y anda!»

Mudaste mi vida, visión sobrehumana,

te debo la dicha, ¡qué dicha tan grande! te debo la calma. M i amor en tí puse, tú sola en mi alma;

¿tú sola?, me entiendes? Ni quiero la Gloria, ni quiero la fama. Trabajos, martirios, la infame asechanza,

de torpes envidias las viles calumnias; ¡ya nada me espanta!

J. Martín Vclandia

L A S A V E S DEL DOLOR

Ayer, cuando los ecos de una campana entonando las pompas de la mañana, formaban en los aires lenta canción, trinando dulcemente vagas congojas, un pájaro de plumas blancas y rojas llamaba a los cristales de mi balcón.

¡Trovador misterioso de la alborada! ¡Quién imitar pudiera la prolongada

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canción que la esperanza dijo por tí!... Pájaro que a los tristes cantar se atreve, ¡con las alitas blancas como la nieve! ¡la cabecita roja como el rubí!

¿Desde donde llegaste, cantor divino? ¿Presagio de amor eras, o peregrino enamorado andante del ideal?... ¿Qué buscas que no encuentras, o quién te envía? rica visión alada de la armonía, del imperio del aire paje real?

¿Qué leyenda en tus alas llevas escrita de imborrables traiciones o paz bendita, que el alma y los sentidos enajenó? ¿Era historia de amores la que contabas, o aquellos dulces ecos rememorabas del cantar de la madre que me arrulló?

¡Era historia de amores!... Era la historia dolorosa y alegre, que en la memoria de todo sér humano perenne está: anhelos sin fortuna, fé santa, y dólo, caricias, y traiciones... ¡Lo que tan sólo cuando se acabe el mundo se acabará!

¿Vienes, cantor y heraldo, como un gemido de lacerado pecho?... ¿Como un latido de corazón que busca mi corazón?... ¿O es tu canción de alegres repercusiones en las que laten juntos dos corazones en la monotonía de otra canción?

Si fraternal caricia tus alas mueve, y la que anhelo, roza, plácida y leve.

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mi dolorida frente, llega hasta mí... • ¡Cantor soy como el ave!... Soy peregrino trovador que en las almas dejó su trino, y aliento, fé, ilusiones, ¡todo lo di!

No eres tú de esos pájaros, tristes cantores, cuyas endechas dicen viejos dolores; ¡los fieles compañeros de mi dolor! Aves que al nido vuelven... ¡Aves divinas que aliviaron, piadosas, de las espinas, la punzante corona del Redentor!

Allí donde una pena sus alas bate, donde el dolor su inmenso raudal desate, allí las golondrinas acudirán... Y amantes, y nostálgicos de horas serenas, y olvidados y ausentes, para sus penas trinos consoladores encontrarán!

Pájaro de colores, que una fingida irisación te adorna; no es de mi vida penacho tu plumaje rico de luz...

¡Vuelve la primavera!... Ya cesó el frío... ¡Mis fieles golondrinas, en torno mío, van a labrar sus nidos sobre mi cruz!

J. Sánchez Rodríguez

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