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Posgrado en Historiografía HISTORIOGRAFÍA GENERAL SIGLO XIX: CONSTITUCIÓN DE SABERES Y PRINCIPIOS DOMINANTES María Luna Argudín Introducción de Saúl Jerónimo Romero UEA impartida por José Ronzón León Correo: [email protected] [email protected] Trimestre 16-I 2016 (VERSIÓN ADAPTADA PARA EL POSGRADO EN HISTORIOGRAFIA, NIVEL MAESTRIA)

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Posgrado en Historiografía

HISTORIOGRAFÍA GENERAL SIGLO XIX: CONSTITUCIÓN DE SABERES Y PRINCIPIOS DOMINANTES

María Luna Argudín

Introducción de

Saúl Jerónimo Romero

UEA impartida por

José Ronzón León

Correo: [email protected] [email protected]

Trimestre 16-I

2016

(VERSIÓN ADAPTADA PARA EL POSGRADO EN HISTORIOGRAFIA, NIVEL MAESTRIA)

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CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

PRESENTACIÓN

OBJETIVOS GENERALES

SISTEMA DE TRABAJO

SISTEMA DE EVALUACIÓN

INTRODUCCIÓN GENERAL

EJES DE TRABAJO

1. PLANTEAMIENTO DE LOS PROBLEMAS HISTORIOGRÁFICOS

2. HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA IDENTIDAD NACIONAL 1822-1850

3. LA POLIMORFIA DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO: DE LA NOVELA A MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS (1867-1890)

4. EL POLIMORFO CONOCIMIENTO HISTÓRICO: DE LA HISTORIA A LA SOCIOLOGÍA, DEL ROMANTICISMO AL NATURALISMO (1900-1910)

BIBLIOGRAFÍA

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PERTINENCIA, EXPLICACIÓN E HISTORICIDAD

DE LA HISTORIOGRAFÍA CRÍTICA

Saúl Jerónimo

INTRODUCCION

Esta introducción busca proponer una reflexión en torno a la pertinencia de la historiografía, sus formas de explicación y la historicidad de esta visión. La exposición plantea cómo los estudios históricos se fueron desligando de la historia contemporánea, cómo se fue perdiendo la relación autor-obra que tan clara era en el siglo XIX y que la objetividad aplicada como un escudo en la cual el historiador no es responsable de sus dichos y de la significación de sus discursos ha llegado hasta el extremo de olvidar que existe una responsabilidad ética y social a la que se debe de responder. La segunda parte de la exposición entonces, reflexiona en torno al sentido de la explicación historiográfica.

La historiografía ha librado una gran batalla en los últimos años del siglo XX, algunos han proclamado el “fin de la historia”1 y otros más se han refugiado en la técnica y el método para proclamar la objetividad de la historia, como fin último. Ambos extremos llegan a conclusiones y métodos muy parecidos: plantean como algo fuera de la esfera del autor la reflexión en torno al sentido de sus dichos, asunto que consideran producto de la ideología y por lo mismo carente de significación científica o que de ninguna manera puede ser un aporte al conocimiento. En ambos casos hay un desprecio por la responsabilidad ética que tiene todo científico con el conocimiento que produce y con la sociedad que lo cobija.

A partir de las fuertes críticas que a los estudios históricos se han hecho desde los años 30 se ha llegado a algunos acuerdos2 básicos: primero, la necesidad de reescribir la historia y no porque exista la idea de que se está descubriendo algo totalmente nuevo, sino sencillamente porque las preocupaciones de la sociedad y sus historiadores de hoy no son las mismas que las de hace cincuenta o cien años. De tal suerte que los intereses, los énfasis y los silencios se ponen en otra parte. Asimismo, los procedimientos de la escritura han variado de manera tan importante en los últimos doscientos años que sería casi iluso pensar que los intereses, nociones y estructura narrativa utilizadas en la escritura de la historia son las mismas y que tienen los mismos significados tanto para los autores como para los lectores.

1 Fukuyama, El fin de la Historia. 2 Véase Saúl Jerónimo Romero “Los orígenes de la historiografía crítica”, ponencia presentada en el Congreso Mexicano de Ciencias Sociales, México, D.F., 1999.

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Segundo, el conocimiento histórico no es acumulativo. Cien o doscientas monografías sobre un problema, región, grupo social etc., no son necesariamente parte de un rompecabezas que entre más completo esté, más lo comprendemos. Más bien parecemos condenados a escribir hasta el fin de los tiempos y además habrá otra forma de ver, de enfocar, de construir diferente. Unas veces la sociedad y otras la comunidad de historiadores piden y exigen tratar otros temas.

Tercero, por tanto, y siendo coherentes con este discurso, la historia al igual que muchas de las ciencias sociales, es una reflexión sobre el devenir humano, pero de ninguna manera fija un sentido específico sobre este pasado, a pesar de que otras disciplinas busquen en los estudios históricos certidumbres, estas podemos decir que son muy pocas. Ante este panorama se ha llegado al extremo de sugerir, que como no hay verdades, sino sólo reconstrucciones entonces todas las explicaciones y enfoques se valen, por tanto al parecer no hay un compromiso con los discursos emitidos.

Estos acuerdos, son a fin de cuentas una crítica feroz, que parece destruir los cimientos mismos de la disciplina. Ante lo cual, vale la pena preguntarse a qué tipo de estudios históricos se refiere esta crítica y segundo cómo es que los estudios históricos llegaron a un estado tan lamentable de falta de credibilidad. Me detendré, algunas líneas para explicar que la disciplina de la historia (o de los estudios históricos, como se le denomina en esta comunicación) en los inicios de su constitución como disciplina parecía tener muy claros algunos principios, que hoy en día parece que producen demasiado escozor entre los historiadores y que por lo mismo se han hecho acreedores de tan severas críticas.

a) La constitución de los estudios históricos propiamente dichos ocurrió a fines del siglo XIX. Todavía en los últimos años de ese siglo Benedetto Croce y un buen número de practicantes de la historia creían necesario deslindar a esta actividad de la filosofía y de algunos otros saberes como la filología.3 En ese proceso se fueron estableciendo reglas y procedimientos del quehacer del historiador, de tal suerte que sus prácticas fueran normadas por una serie de principios, fue en ese proceso que la historia adquirió una rigidez, con lo que supuestamente ganó en objetividad y rigor.

b) La concepción vectorial del tiempo en la cultura occidental, ha dado pie a concepciones teleológicas en la historia, ya fuera la divina providencia, el progreso, el comunismo, o recientemente la democracia, etc.. En todas ellas siempre está el presupuesto de que el devenir humano transcurre en un constante “avance”, prácticamente lineal, siempre de menos a más, lo que obligaba siempre a transitar por un camino o destino marcado, que con algunas variantes siempre llega a la meta.4 Así la escritura de ese devenir siempre implicaba marcar el proceso

3 Álvaro Matute. “Notas sobre la historiografía positivista mexicana” en Estudios Historiográficos, México, Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos, 1997, pp. 25-28. 4 Valdría hacer la diferencia con la visión providencialista, que no establece que haya exactamente un continuo avance de menos a más, si no más bien que hay una meta trazada y que independientemente del devenir humano la voluntad divina siempre marcará el punto de llegada, tal y como estableció en algún momento el punto de partida. Este procedimiento impide comprender otras culturas y otras formas de entender el devenir, así el otro, si mantiene

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mediante el cual se llegaba a esas metas. Hoy en día muy pocos autores sostendrían esta propuesta; sin embargo durante mucho tiempo justificó los más terribles discursos de la dominación.

c) Esta indefinición o no constitución permitió que durante los tres primeros cuartos del siglo XIX una escritura de la “historia” más libre de reglas, prejuicios y supuestas objetividades, con las que se manejará el discurso histórico, a partir del último tercio del siglo XIX hasta que el cientificismo erudito y el positivismo absorbieron bajo su égida a los estudios históricos.

d) En el caso mexicano es posible afirmar que desde la segunda década del siglo XIX y hasta los años ochenta del siglo XIX hubo una enorme claridad respecto al sentido y significación del discurso de la historia. Es durante este periodo en que existe una clara conciencia de que se está construyendo una visión del mundo, que será la que otorgue sentido al proyecto de nación que se estaba construyendo.5 Al efecto se utilizan todos los recursos narrativos, que el ancho mundo de la literatura les permitía.6

e) Es también la etapa en la que muestra con claridad el papel del autor como parte del proceso de reconstrucción del pasado, quien desde su horizonte trataba de construir una visión del mundo.7 En este sentido es importante anotar que la mayoría de los autores de la primera mitad del siglo XIX mexicano tenían muy claro que la subjetividad era propia de cualquier escrito. Además de que su visión, era una y necesariamente nacía o provocaba a los otros autores, que sin ser parte de una academia: pero sí de un mundo cultural activo respondían a ese punto de vista, ya fuera a favor o en contra”.

f) Finalmente, la historiografía o escritura del pasado contaba y narraba los sucesos del pasado inmediato, del mediato y del lejano en cada uno de ellos encontraba un pretexto para reflexionar

un proceso de desarrollo diferente, siempre será incompleto, justificadamente dominable puesto que debe regresar a la senda. Recuérdese el discurso de los españoles sobre el mundo hispanoamericano o el de los norteamericanos sobre América Latina. 5 Ibid. 15-18. 6 Véase Nicole Girón. Ignacio Manuel Altamirano y consideraciones de José María Luis Mora respecto al uso de los géneros discursivos. José María Luis Mora. Obras Completas, México, Instituto Mora, Tomo I. 7 Edmundo O’Gorman. “Tres etapas de la historiografía mexicana” en Anuario de historia, México, UNAM-FFyL, 1962, año II, pp. 13-15. Hayden White. “La política de la interpretación histórica” en El contenido de la forma. A fin de abordar esta cuestión, debemos recordar lo que se consideraba “indisciplinados” en los estudios históricos no tenían una disciplina propia. Era en la mayor parte actividad de amateurs. Los académicos per vocationem se formaban en lenguas antiguas y modernas, en la forma de estudiar diferentes tipos de documentos (una disciplina conocida como diplomática) y en el dominio de las técnicas de la composición retórica. De hecho la escritura histórica era considerada una rama del arte de la retórica. Estos eran los métodos del historiador. El campo de fenómenos del historiador del siglo XVIII era simplemente “el pasado” concebido como fuente y depósito de la tradición, del ejemplo moral y de lecciones admonitorias a investigar mediante una de las modalidades de interpretación en las que Aristóteles dividió los tipos de discurso retórico: ceremonial, forense y político. La ordenación preliminar de este campo de fenómenos se confiaba a las disciplinas de la cronología y a las técnicas de la ordenación de documentos para el estudio en la forma de anales. En cuanto a lo que contaba la historia, consideraba como registro del desarrollo humano, sobre la sociedad humana, se ponía bajo la tutela del mito cristiano o su contrapartida secular de la ilustración, el mito del progreso, o bien exhibía un panorama e fracaso, duplicidad, fraude, engaño y estupidez. White. El contenido de la forma, pp. 82-83.

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sobre la naturaleza humana. El problema de la “distancia histórica”, que tan cara será para los historiadores contemporáneos, ni siquiera era un problema a considerar y más bien, les interesaba discutir con la idea de construir el futuro, dentro de un marco de moral pública.8

Después de esta visión, rápida y muy apretada de lo que fue la historiografía decimonónica llegamos a la ilusión de los historiadores de fines del siglo XIX y del XX, de tratar de encontrar “la historia”, “la verdad”, “la objetividad”, bajo el entendido de que la historia sólo es una. Es decir, que para conocer toda la verdad únicamente es necesario acumular más información sobre un tema o asunto para saberlo todo, dejando de lado la explicación, el enfoque, la subjetividad inherente a cualquier texto o creación humana. Así el culto al hecho, o a sus repositorios, los archivos, cobra una enorme vigencia. En México este proceso ocurre entre el cientificismo y la historiografía contemporánea, hay en muchos escritos de los historiadores el intento de mostrar una objetividad a prueba de cualquier prueba, baste mencionar los trabajos de Silvio Zavala, por ejemplificar con el extremo; pero también en ese tono se pueden citar gran cantidad de textos realizados por historiadores marxistas y empiristas norteamericanos.

Por el otro lado, como ya se ha explicado hay algunos otros que a partir de la crítica a esa posición han establecido como propuesta la imposibilidad de conocer la verdad de lo acontecido. Dicen las posiciones más extremas, que no es posible escudarse detrás del “hecho”, de lo “real” puesto que también se ha tomado consciencia de que la descripción del “hecho” o de lo “real” también es una elección narrativa, que se hace desde un horizonte específico y por tanto todas las interpretaciones son válidas.

LA HISTORIOGRAFÍA

¿Qué papel juega la historiografía en esta polémica? Antes de entrar en materia, me gustaría poner a su consideración una propuesta de lo que es la historiografía. ¿Qué es la historiografía? ¿Una subdisciplina de la historia, que estudia la construcción del discurso histórico y su significación y entonces, el campo de acción de la historiografía está circunscrito al campo de los estudios históricos, lo que reduce el campo de acción a la historia académica, puesto que los criterios y reglas de esta disciplina son tan recientes como el último tercio del siglo XIX y este siglo que está feneciendo? Según se ha expuesto en las líneas anteriores.

O es una reflexión más amplia, que sin llegar a constituir una disciplina sino más bien un campo de reflexión, amplio, heterodoxo, multidisciplinario (debe recordarse el papel limitativo que las disciplinas, ha impuesto a variadas formas de comprender el mundo) es una introversión en el 8 Hayden White. Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1992. La reflexión histórica, dice Humboldt, es impulsada por preocupaciones específicamente morales, por la necesidad de saber de alguna manera cuál es su naturaleza para poder actuar en la construcción de un futuro mejor que el que su vida presente le ofrece. Lo que está a discusión es cómo debe ser concebido el contexto en el cual ocurren los sucesos históricos, y si el proceso figurado por la concatenación de los hechos en el tiempo debe ser concebido como enaltecedor o como deprimente en sus implicaciones morales. p. 183.

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pensamiento, en la creación, y la acción en otras palabras El sentido histórico de todas las cosas interpretadas por el hombre.

Este sentido tan amplio de entender la historiografía plantea nuevos problemas e interrogantes, porque ya no solo es necesario estudiar a las corrientes del pensamiento históricos para comprender el sentido de lo que se está estudiando, sino multiplicar las herramientas, asunto del que no me ocuparé de momento. Puesto que el interés es ahondar sobre el tipo de explicación historiográfica, qué pregunta un historiógrafo a su fuente a qué conclusiones llega y finalmente, para qué hacer estudios historiográficos.

El historiógrafo no pregunta cómo sucedieron las cosas, se pregunta más bien cómo se representaron y con qué sentido y qué significación tuvieron esas representaciones en la sociedad y sobre la historicidad del sentido y su significación, puesto que como ya hemos aprendido de los estudios históricos, no hay un sentido único.

El sentido entonces también es histórico, por tanto toda indagación, que se haga desde la historiografía también tiene su propia historicidad, que también será objeto de estudio de próximos estudios historiográficos.

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PRESENTACIÓN

La Historiografía Crítica se aboca al estudio de los discursos. Tradicionalmente por historiografía se entendía la disciplina encargada de investigar los estudios históricos y, en el mejor de los casos, designaba una historia de las historias escritas.

El nivel maestría del Posgrado en Historiografía propone un objeto de estudio mucho más amplio: el análisis desde la historicidad del conocimiento histórico, es decir de cualquier forma de registro de memoria.

La historicidad –concepto con el que trabajarás desde distintas perspectivas en las unidades de enseñanza-aprendizaje (UEA) de Teoría- es en palabras de Silvia Pappe “la posibilidad, condición y necesidad para la constitución del pensamiento y del conocimiento histórico”. Es de sobra conocido que un hecho, un documento, un libro, una interpretación e incluso un paradigma es interpretado de distintas maneras por cada estudioso, y estas diferencias se acentúan al compararse las interpretaciones hechas por autores de distintas épocas, ello se debe a que cada lectura se lleva a cabo desde un horizonte de enunciación específico.

Horizonte es un término acuñado por Hans Georg Gadamer que designa “el ámbito de visión que abarca y encierra todo lo que es visible desde un determinado punto”9 Si se mueve el observador, si cambia su situación, incluso con vivencias y lecturas, el horizonte será diferente, aunque el punto de observación sea parecido, ya que “el horizonte se desplaza a paso de quien se mueve”10

El horizonte, por lo tanto está enmarcado por un tiempo y un espacio particular, y cobra coherencia a partir de los principios dominantes que lo constituyen.

Es otra vez Silvia Pappe quien ha definido los principios dominantes. Estos son marcas culturales de una época que pretenden construir una identidad y por lo tanto superar la temporalidad, por ello se presentan como indefinibles y ahistóricos. En todo discurso afloran y determinan los recursos conceptuales empleados con los que esa sociedad indaga en sí misma.

El presente Cuadro de Posgrado propone que el principio dominante del siglo XIX mexicano fue la libertad individual, la que se buscó concretar a través del liberalismo y del romanticismo. Por ende, el conocimiento histórico en este largo siglo estuvo encuadrado por una misma preocupación que se plasma en los intentos por conocer y recuperar el pasado para explicarse el caótico, inestable y doloroso presente. Los intelectuales que se revisan en este Cuaderno acudieron al pasado con un afán programático: cómo fincar la libertad y evitar que pudiera repetirse el despotismo y los gobiernos tiránicos. Para unos estos males estaban simbolizados por el gobierno virreinal, para otros por el mundo incivilizado del periodo prehispánico. Ambos son representaciones del pasado con un fin programático. Entre estos dos polos surgieron un 9 Hans Georg Gadamer, Verdad y Método, Salamanca, Ediciones Sígueme, 1988, p. 369. Autor y concepto en los que se profundiza en las UEA de Teoría. 10 Idem, p. 375.

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sinnúmero de posiciones, pero todos los intelectuales buscaron definir y construir una cultura nacional.

La Historiografía Crítica propone el estudio de los principios dominantes como un instrumento que permite penetrar en los discursos, siempre y cuando éstos sean sometidos a su historicidad y a su espacialidad.

Este Cuaderno de Posgrado tiene como propósito introducir al alumno con una panorámica general a diversas manifestaciones del conocimiento histórico, lo que es necesario en una época en la que lo que hoy consideramos como historia no tenían un valor superior ni científico ni en términos de verdad sobre otras formas narrativas o poéticas. Por el contrario, una corriente de opinión defendió hasta las postrimerías del siglo XIX la superioridad de la novela sobre la historia porque tenía una mayor capacidad de difusión del conocimiento, y por ende podía formar una identidad nacional más eficazmente. Fue hasta el último tercio del siglo XIX con la introducción de positivismo que la historia empezó a adquirir un estatuto científico hasta separarse definitivamente de las artes.

En síntesis, en esta UEA se estudia la manera en que el principio dominante de la libertad se fusionó y amalgamó para expresarse en el nacionalismo, el liberalismo y el romanticismo. Al afirmarse el positivismo como doctrina, se afirmó otro principio dominante: el orden sobre la libertad, lo que se expresará en un nuevo liberalismo nacionalista que tuvo como forma de escritura el naturalismo.

Es necesario advertir cómo está organizado este Cuaderno de Posgrado. Dividido en cuatro Ejes de Trabajo, el primero es una introducción a los problemas historiográficos que se revisan. Los tres restantes tienen como propósito brindar un panorama general de los distintos registros de la memoria que utilizaron los intelectuales decimonónicos. Cada una de las introducciones a los Ejes de Trabajo trata tres problemas fundamentales: la constitución de los saberes, los géneros con los que se pretendió recuperar el pasado y los principios dominantes que articularon los discursos. Cabe señalar que en ocasiones se abusa de las citas extensas, pero ello tiene como fin transmitir, en la medida de lo posible, el lenguaje y tono en el que están escritas.

El Cuaderno que tienes en las manos es resultado de un trabajo colectivo. La mayor parte de los conceptos utilizados fueron acuñados y discutidos en el Seminario de Historiografía en el que participa la planta docente de la Maestría, el primer esquema de este trabajo ahí fue aprobado. Su origen colectivo permite que algunos de los conceptos y elementos con los que trabajarás en Teoría sean también revisados en este Cuaderno con el objeto de lograr una integración entre la teoría y la investigación historiográfica, asimismo su origen colectivo se expresa en que la Introducción General fuese escrita por Saúl Jerónimo. En las introducciones a los Ejes de Trabajo se retoman conceptos y apreciaciones de los egresados del Posgrado en Historiografía, porque nuestros alumnos contribuyen a la consolidación de las perspectivas de la Historiografía Crítica. Naturalmente la responsabilidad de lo que aquí se afirma es sólo mía.

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Mi más profundo agradecimiento a Leticia Algaba Martínez, quien por muchos años se ha dedicado al estudio de la literatura decimonónica y en particular ha madurado importantes investigaciones sobre la novela histórica de Vicente Riva Palacio, a ella le debo valiosas orientaciones. Mi reconocimiento para Carlos Martínez Ruíz, quien colaboró localizando muchos de los materiales que han servido de base para este Cuaderno de Posgrado.

María Luna

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OBJETIVOS GENERALES

a) Conocer un panorama general sobre los distintos registros de la memoria en el siglo XIX.

b) Identificar las distintas formas de la constitución de los saberes en el siglo XIX. c) Distinguir la función del romanticismo en la escritura nacionalista del pasado

histórico. d) Analizar la imbricación del positivismo, del liberalismo y del nacionalismo en el

conocimiento histórico de las postrimerías del siglo XIX. e) Argumentar una interpretación propia de la historiografía liberal decimonónica.

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LA ESTRUCTURA DEL CURSO Y SISTEMA DE TRABAJO

Esta UEA está diseñada para brindarte una visión general de los diversos registros de la memoria utilizados en el siglo XIX e introducirte en el análisis historiográfico de los discursos a partir de uno de sus elementos constitutivos: los principios dominantes.

Cuando tengas este Cuaderno de Posgrado en las manos estarás cursando simultáneamente Teoría. Con el objeto de que retroalimentes los conocimientos adquiridos algunas de las actividades que realizarás en este trimestre están íntimamente ligadas a dichas UEA.

El sistema de trabajo que se te propone es el siguiente:

En la primera semana del trimestre lee este Cuaderno de Posgrado en su conjunto. Elabora un cronograma en el que planees las actividades para todas las UEA. En la primera semana también relee la introducción al primer eje de trabajo y desarrolla la actividad indicada.

Cada Eje de Trabajo señala las actividades que debes desarrollar y las fechas de entrega. Se te solicita que con base en las lecturas que se te proporcionan en la bibliografía que acompaña este Cuaderno elabores comentarios críticos y un ensayo final, los criterios para elaborar este tipo de textos los encontrarás en el Cuaderno de Posgrado de Teoría.

Es recomendable que al finalizar la 9ª. Semana del trimestre, entregues a tu profesor-asesor un esquema de redacción de tu ensayo en el que indicarás claramente el título tentativo, un primer planteamiento del problema así como una primer selección bibliográfica en la que apoyarás tu análisis, de manera que puedas discutir este primer planteamiento con el profesor-asesor de la materia, y si lo deseas también con tu tutor.

En cada Eje de Trabajo encontrarás una bibliografía complementaria que puede apoyarte en la elaboración de tu tesis. En la bibliografía que se te brinda como apoyo didáctico no se han incluido los textos, sin embargo éstos son de fácil acceso en bibliotecas y librerías.

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S E M A N A A C T I V I D A D 1ª. Cuaderno de Posgrado. Elaboración de un cronograma. Desarrollo de la

actividad indicada en el Eje de Trabajo 1.2ª.- 11ª. 2ª. - 11ª. Desarrollo de las actividades de los Ejes de Trabajo. 9ª. Entrega del esquema de redacción del trabajo final. 11ª. Entrega del ensayo final.

Algunas Sugerencias:

• Al planear tu cronograma toma en cuenta la carga académica a la que estás sujeto. Algunas actividades te exigirán mayor tiempo y dedicación que otras.

• Al llevar a cabo la lectura de los textos señalados toma notas que te resulten útiles para desarrollar varias actividades, hay que algunas están vinculadas, asimismo te deberán ser útiles para elaborar tu ensayo final.

• Conserva siempre una copia de los trabajos que entregues y a que ello te facilitará desarrollar las actividades diseñadas para la segunda mitad del trimestre.

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CRITERIOS DE EVALUACIÓN

La calificación del alumno se conformará en un 60% por la suma de las actividades desarrolladas semanalmente a lo largo del trimestre. Las actividades serán entregadas al profesor-asesor en las fechas programadas para tal efecto.

El 40% de la calificación restante se obtendrá con un ensayo monográfico que tendrá una extensión de 15 cuartillas.

Los objetivos que se persiguen con la elaboración de un ensayo son:

a) ampliar los conocimiento sobre el tema que se escribe, b) desarrollar las habilidades para transmitir por escrito lo que se piensa, c) desarrollar las habilidades de argumentación y fundamentación de tus propios puntos de

vista, y d) reflexionar sobre la metodología que utilizarás como herramienta de análisis.

I N T R O D U C C I Ó N G E N E R A L

Debe señalarse que para obtener una calificación es necesario entregar cada una de las actividades en las fechas señaladas.

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INTRODUCCION GENERAL

EJE DE TRABAJO 1: PLANTEAMIENTO DE LOS PROBLEMAS HISTORIOGRÁFICOS

INTRODUCCIÓN

En este Cuaderno de Posgrado se identifican y analizan los principios dominantes que constituyeron el pensamiento histórico decimonónico. Los principios dominantes son las marcas que dan forma al horizonte cultural de una época, y por tanto se manifiestan en todos los discursos. 11 Se propone que los principios dominantes fueron dos: la libertad individual y la mexicanidad, el contenido de estos principios y su significación se construyeron en el ámbito político y económico a través del liberalismo y en el ámbito de la escritura por medio del romanticismo, y es por medio de esta doble óptica que los muy diversos intelectuales buscaron en el conocimiento del pasado no sólo una explicación a la problemática del presente, sino una definición de una identidad propia, una identidad mexicana y, por ende, con la recuperación del pasado buscarían difundir su proyecto político.

Antes de revisar la manera en que los intelectuales orientaron la escritura del pasado, es necesario hacer unas cuantas precisiones sobre los conceptos nodales que se analizarán.

En primer lugar, la historia. La historia hasta finales del siglo XIX no contaba con un estatuto disciplinario propio. Luis de la Rosa en abril de 1844 leyó una conferencia en el Ateneo Mexicano que es ilustrativa. Sostuvo que bajo la literatura debían entenderse “los idiomas, la oratoria, la poesía, todos los escritos inspirados por la imaginación o que son la expresión de un sentimiento, la historia y todos los ramos anexos a ella”.12 La literatura en este sentido amplio era considerada como “el más poderoso instrumento para propagar la instrucción y la moralidad”, y en consecuencia el instrumento que más podía “influir en la civilización y en el engrandecimiento de los pueblos”.

La historia como parte de la literatura, y su función social axiológica son herencia del pensamiento iluminista, y aún del clásico, y fueron uno de los elementos constitutivos del pensamiento decimonónico que se expresó en “conservadores” como Tadeo Ortíz de Ayala y José Justo Gómez de la Cortina y en “reconocidos liberales” como Guillermo Prieto, Manuel Payno, José María Lafragua, Ignacio M. Altamirano, y Vicente Riva Palacio.

11 Para mayores detalles véase los Cuadernos de Posgrado de Teoría. 12 De la Rosa, “Utilidad de la literatura en México”, en Jorge Ruedas de la Serna (coord.), La misión del escritor. Ensayos Mexicanos del siglo XIX, México, UNAM, 1996, p. 87.

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Los intelectuales cultivaron varios géneros de las “artes liberales”, siempre con la misma función social. Carlos M. Bustamante, además de ser periodista desempeñó varios cargos públicos13, lo mismo ocurriría con los miembros del Ateneo José María Lafragua14 y Luis de la Rosa.15 Guillermo Prieto escribió cuentos, cuadros de costumbres, innumerables artículos periodísticos para dar a conocer los principios liberales y constitucionales, buscó crear la epopeya de la independencia con su Romancero nacional, como orador fue uno de los más convincentes diputados del Constituyente de 1856-1857 y continuaría fungiendo como congresista federal en la República Restaurada.16 Ignacio Manuel Altamirano luchó en la rebelión de Ayutla (1854) Y EN LA GUERRA DE Reforma (1859-1860), fue diputado federal, periodista y editor, publicó poesía

13 Carlos María de Bustamante (1774-1848). En 1805, edita el Diario de México; en 1812, al promulgarse la libertad de imprenta, redactó y editó El Juguetillo. Fue también redactor del Correo Americano del Sur y escribe para el Semanario Patriótico Americano. En el Congreso de Chilpancingo participa como representante por la ciudad de México. En 1822 es diputado al congreso, que lo elige presidente; durante este año publica el periódico La Avispa de Chilpancingo, periódico en el que se dedica a revisar la guerra de independencia. En 1824, y tras oponerse al federalismo, escribe en El Sol y otros periódicos en favor del centralismo. Entre 1837 y 1841 es uno de los cinco miembros del Supremo Poder Conservador. Es autor de Cuadro histórico de la revolución de la América Mexicanas, comenzada el 15 de septiembre de 1810, El Nuevo Bernal Díaz del Castillo, o sea historia de la invasión de los anglo-americanos en México. Carlos Martínez Ruíz, apud Humberto Musacchio. 14 Diccionario Enciclopédico de México, México, Andrés León Editor, 1989, p. 237. José María Lafragua (1813-1875). Fue miembro del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (1835), y de la Academia de San Juan de Letrán (1836). Además de aceptar la redacción del periódico poblano El Imperio de la opinión; en 1838 edita la revista El ensayo literario. Para la década de 1840 edita la revista El apuntador (1841) y El Ateneo Mexicano (1844), además de pertenecer durante estos años a la asociación llamada “El Ateneo”. Es diputado por el estado de Puebla (1842), secretario de Relaciones Exteriores (1846), y en 1847 se reintegra al Congreso como diputado por Puebla. Fue secretario de Gobernación en el gabinete de Ignacio Comonfort (1855-1857); durante 1855 expide el reglamento de la libertad de imprenta, conocido como “Ley Lafragua”; en 1867 al triunfo de la República, es nombrado magistrado de la Suprema corte de justicia e integrante de la comisión para redactar el Código Civil; en 1868 fue magistrado de la Suprema Corte de Justicia; entre 1872-1875 es nuevamente secretario de Relaciones Exteriores hasta su muerte. Entre su participación en periódicos destacan: El Siglo XIX, El Monitor Republicano, El Federalista y el semanario de las Señoritas Mexicanas (1841-1844<9. Es coautor de las novelas Netzula (1832) y Ecos del Corazón (1837), además de escribir Negocios pendientes entre México y España (1858). Carlos Martínez Ruiz, apud, Musacchio, op. cit., p. 997 y Luis Oliviera “José María Lafragua” en Antonia Pi-Suñer Llorens (coord.), Historiografía Mexicana. Vol. IV. En busca de un discurso. Integrador de la nación, México, UNAM Instituto de Investigaciones Históricas, 1996, p. 339. 15 Luis de la Rosa (1804-1856) Cofundador del periódico Estrella Polar (1824) y el Fantasma (1824). Colaborador del gobernador de Zacatecas (1828-1834), diputado local y militante federalista. Colaboró también en El Siglo XIX, El Ateneo y el Museo Mexicano. Participó en el movimiento popular que derrocó a Santa Anna (1844); fue secretario de Hacienda (1845),de Justicia y Negocios Eclesiásticos (1847-1848), de Relaciones Interiores y Exteriores (1848) e intervino en la firma de los Tratados de Guadalupe-Hidalgo (1848). Fue nuevamente secretario de Relaciones Interiores y Exteriores (1855-1856) y diputado al Congreso Constituyente de 1856-1857. Autor de impresiones de un viaje de México a Washington en octubre y noviembre de 1848 (1848), El Porvenir de México, Cultivo del maíz en México (1846) y Miscelánea de estudios descriptivos (1848). Carlos Martínez Ruiz, apud, Diccionario Porrúa, Historia, Biografía y Geografía de México, México, Porrúa, sexta edición, Tomo IV, 1995, p. 534. 16 Guillermo Prieto fue miembro fundador de la Academia de Letrán (1836). En 1837 es nombrado redactor del Diario Oficial; más tarde ingresa al Siglo XIX donde se inicia como crítico teatral publicando sus famosos “San Lunes” de Fidel; colaboró también en la revista literaria El Museo Mexicano y se sumó a los redactores de El Monitor Republicano. En 1845, junto con Ignacio Ramírez, fundó el periódico satírico Don Simplicio. Fue diputado en el constituyente de 1857, senador de la República y secretario de Hacienda. En Poesía destaca con La musa callejera y El romancero nacional. Escribió además Las memorias de mis tiempos y Viajes de orden suprema. Carlos Martínez Ruiz, apud, Juan A. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos mexicanos en torno a la historia, Notas bibliográficas e índice onomástico de Eugenia W. Meyer, México, UNAM, 1992, p. 279 y Begoña Arteta “Guillermo Prieto” en busca de un discurso op, cit., p. 35

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(Rimas, 1871), novelas entre las que sobresale Navidad en las montañas (1891) calificada como “la más importante obra del utopismo mexicano” y fue el más destacado “crítico literario”.17 Francisco Zarco, el periodista por excelencia, constituyente, diputado federal y novelista. Manuel Payno también sería funcionario, periodista y novelista.18 Vicente Riva Palacio quien además de ser militar, desempeñó innumerables cargos de elección popular, para recuperar el pasado escribió leyendas y tradiciones, novelas históricas, dirigió la monumental obra México a través de los siglos., y se encargó de escribir su segundo tomo.19

17 Altamirano (1834-1893) tomó parte en la Revolución de Ayutla en 1854, y combatió a los conservadores durante la guerra de Reforma; a la etapa final de la guerra Altamirano se integraría en el periodo oficial del estado de Guerrero, El Eco de la Reforma. Fue diputado en 1861 para el Congreso General de la Nación; en 1863 figuró como miembro de la diputación permanente del Congreso en San Luis Potosí. Durante 1864 y 1880 reanuda sus actividades periodísticas colaborando en La Voz del Pueblo, publicado en su tierra natal. Colaboró en las principales publicaciones de la época y fue cofundador de El Correo de México (1867) y El Renacimiento (1869), El Federalista (1871), La Tribuna (1875) y la República (1880). Otras novelas destacadas son Clemencia, y el Zarco. Muere mientras cumplía una misión consular en Europa. Carlos Martínez Ruiz, apud Musacchio, op. cit., p. 58, y Nicole Girón, “Ignacio Altamirano” en En busca de un discurso integrador… op. cit., p. 257. 18 Manuel Payno (1810-1894). En 1847 combatió la invasión norteamericana y estableció el sistema secreto de correos entre México y Veracruz. Fue Secretario de Hacienda (1849-1851). Fue perseguido por el gobierno de Santa Anna y se exilió en los Estados Unidos; volvió a México al triunfo de la revolución de Ayutla y se encargó nuevamente de la Secretaría de Hacienda (1855-1857). En 1858 se adherió al Plan de Tacubaya de Félix Zuloaga; en 1861, luego del triunfo liberal, fue juzgado y marginado de la actividad política; en 1863 es acusado de conspiración y encarcelado por la Regencia del Imperio. Derrotado el imperio volvió a la vida política y fue diputado en tres ocasiones consecutivas (1867-1875). Fundó con Ignacio M. Altamirano, el periódico El Federalista. Fue profesor de historia en la Escuela Preparatoria, senador de la República (1880-1884), enviado a París por el presidente Manuel González para atraer inmigrantes (1882); cónsul en Santander (1886), cónsul general en España y nuevamente senador (1892). Colaboró en El Museo Mexicano, El ateneo Mexicano, El Año Nuevo, Don Simplicio, El Siglo XIX, Boletín de la sociedad de Geografía y Estadística y la Revista Científica y Literatura de México, que editó Guillermo Prieto. En 1865 publicó las memorias de Servando Teresa de Mier con el nombre de Vida, aventuras, escritos y viajes del Dr. D. Servando Teresa de Mier. Coautor de Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (1848) y El Libro rojo (1871). Autor de ensayos y crónicas: Memorias e impresiones de un viaje a Inglaterra y Escocia (1853), Contestación de los agentes de la convención inglesa (1855), la convención española (1857), México 1845-1846) (1859), la Memoria sobre la revolución de diciembre de 1857 y enero de 1858 (1860), entre otros. En cuanto a sus novelas se encuentran: El fistol del diablo (1845-1846), El hombre de la situación (1861), Tardes nubladas (1871) y los Bandidos de Río Frío (1889). Carlos Martínez Ruíz, apud, Diccionario Porrúa…op. cit., p. 238. 19 Vicente Riva Palacio (1832-1896). Fue regidor (1855), diputado suplente al Congreso Constituyente (1856-1857) y secretario del ayuntamiento de la ciudad de México (1856). En 1858 es encarcelado por Félix Zuloaga y al año siguiente por Miguel Miramón. Durante los años 1861-1862 fue diputado federal. En 1862, iniciada la intervención francesa, organizó una guerrilla que se unió a las fuerzas de Ignacio Zaragoza; siguió al gobierno juarista a San Luis Potosí, donde se le designó gobernador del Estado de México. Para 1865 es designado nuevamente gobernador pero ahora para el estado de Michoacán y general en jefe del Ejército del Centro, a la muerte de José María Arteaga. Durante la guerra editó periódicos como el Monarca (1863) y el Pito Real; compuso los versos de canciones como Adiós, mamá Carlota (paráfrasis de Adiós, oh patria mía, de Ignacio Rodríguez Galván). Al triunfo de la República dirigió la Orquesta y fue magistrado de la Suprema Corte de Justicia (1868-1870). Colaboró en El Correo del Comercio, La Vida en México, El Imparcial, El Radical, y el Ahuizote (1874-1876) y fue redactor de El Constitucional (1874). Apoyó con las armas a Porfirio Díaz en la rebelión de Tuxtepec. Fue secretario de Fomento (1876-1880); en 1885 fue ministro de plenipotenciario en Portugal y España país donde muere. Dentro de sus novelas históricas principales se encuentran: Monja y casada, virgen y mártir (1868), Martín Garatuza (1868); Calvario y Tabor (1868), Las dos emparedadas (1869), Los Piratas del Golfo (1869), La vuelta de los muertos (1870), Memorias de un impostor, don Guillén de Lampart, rey de México (1872); escribió también Historia de la administración de don Sebastián Lerdo de Tejada (1875), Los Ceros (1882), Páginas en verso (1885), Mis Versos (1893), Cuentos del general (1896) e Historia de la guerra de intervención en Michoacán (1896). Carlos Martínez Ruiz, apud, Diccionario Porrúa,…op. cit, p. 345.

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Los diversos autores que colaboraron en esta gran síntesis histórica son también elocuentes ejemplos. José María Vigil, quien historió desde la guerra de independencia hasta la década de 1840, incursionó en la poesía y en lo que hoy llamaríamos crítica literaria.20 Alfredo Chavero, narra la historia “antigua” de nuestro país, escribió varios cuentos ambientándolos en el México prehispánico y a lo largo del porfiriato fue un muy destacado congresista. Enrique de Olavarría y Ferrari escribió cinco novelas, seis obras dramáticas, veinticinco obras históricas y entre ellas el tomo IV de México a través de los siglos en que narra la primera mitad del siglo XIX.

La segunda precisión que debe hacerse es en qué sentido deberá entenderse el vocablo liberalismo. Algunos autores conciben al liberalismo como una doctrina o una ideología. Otros, se refieren a la “revolución liberal” o al horizonte liberal.21 Cada una de esas definiciones plantea diferentes características y orígenes, diferentes sentidos y proyecciones.

El vocablo liberalismo hace referencia a un periodo; así se afirma que el “siglo XIX es la época del triunfo liberal: ninguna doctrina habló con la misma autoridad o ejerció influencia tan general desde Waterloo hasta la iniciación de la Gran Guerra”.22

El mismo vocablo designa una doctrina política difusa, que en cada país asumió rasgos distintos pero al extraer sus peculiaridades se define como un conjunto de creencias que tendieron a la ampliación de la esfera de la libertad frente al Estado, tomando como fundamento el jusnaturalismo para demandar que los derechos naturales del hombre (concebidos como inalienables, superiores y anteriores al Estado) fuesen convertidos en derechos positivos y en la base de las instituciones. Buscó el establecimiento de un Estado de derecho por medio de leyes generales (leyes fundamentales o constituciones ) que garantizaran la igualdad del ciudadano ante la ley y que impusieran obstáculos al despotismo a través de la clásica división de poderes o del parlamentarismo.23

En tercer lugar, en la historiografía mexicanista, bajo el término liberalismo se entiende la lucha entre los partidos conservador y liberal cuyo enfrentamiento esencialmente se definió por la 20 Dentro de la producción hemerográfica de Vigil destaca como colaborador del periódico La Revolución en 1855; un año después es director de El País, periódico oficial del Estado de Jalisco. En 1862 al inicio de la Intervención Francesa, emigra a San Francisco, California y funda el periódico El Nuevo Mundo; para 1869 será redactor en jefe de El Siglo Diez y Nueve, posteriormente de el periódico El Eco de Ambos Mundos; fundaría la Asociación de Periodistas Escritores. En 1874, funda y dirige El Porvenir y en 1878 escribe cinco artículos en el periódico El Sistema Postal sobre la necesidad de estudiar la historia patria. En 1880 es designado director de la Biblioteca Nacional; participa en cinco legislaturas. Muere en la ciudad de México dejando importantes obras entre las que destacan; La Reforma, la Intervención y el Imperio (1889); la Reseña histórica de la Literatura Mexicana (1849); y las antologías de las poetisas mexicanas. Editó la Historia de las Indias del padre Las Casas, la crónica mexicana de Tezozómoc y Memorias para la historia del México Independiente, por José María Bocanegra. Carlos Martínez Ruiz, apud. Ortega y Medina, Polémicas y ensayos … op. cit, p. 258 21 Por ejemplo Marcello Carmagnani utiliza en Federalismos latinoamericanos: México, Brasil y Argentina el término horizonte liberal, mientras que Alicia Hernández en La tradición republicana del buen gobierno, se refiere a la revolución liberal. 22 Harold J. Laski, El liberalismo europeo, México, Fondo de Cultura Económica, 1979, (Breviarios, 81), p. 202. 23 Norberto Bobbio, Liberalismo y democracia, México, Fondo de Cultura Económica, 1979. (Breviarios, 476), pp. 7-31. Se puede consultar también el capítulo IV. “La era liberal” en John Gray, Liberalismo, México, Nueva Imagen, 1992, pp. 53-68.

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relación que en el nuevo país habría de establecerse entre la Iglesia y el Estado. Sin embargo, ambos partidos coincidieron en los principios básicos doctrinarios que se han señalado, por lo que algunos autores han propuesto que en las tres primeras décadas del México independiente no hubo un partido conservador sino pugnas entre distintas facciones y modalidades liberales (a este problema se volverá más adelante).

En este Cuaderno de Posgrado se invita a superar la imagen que tiene el público mexicano no especializado (por ejemplo el estudiante de licenciatura) que concibe al liberalismo como un movimiento netamente republicano, democrático, federalista, laico y nacionalista que condujo a la separación de la Iglesia y el Estado. Esta imagen reduce el amplio espectro de posiciones políticas que se manifestaron en México: confederalistas, federalistas, centralistas, monárquicos, republicanos, pero todos ellos liberales.

Por último, debe precisarse que la historia europea escrita en el siglo XIX recibe el calificativo de “historiografía liberal”, sin importar el bando en el que militaron sus autores, ellos se debe a que la estrecha relación entre la “doctrina liberal” y la producción realista-romántica de estudios históricos fue acompañada por una profunda reflexión sobre la función de la historia y condujo a una nueva forma de escribirla.24 En términos generales, puede afirmarse que esta nueva escritura de la historia se caracterizó por el abandono de la explicación providencialista en el acontecer humano, el privilegio de la documentación sobre la memoria, la construcción de caudillos y gobernantes como héroes cuyo ejemplo se espera que las nuevas generaciones sigan. La magistral creación de ambientes y la convicción de que son las acciones de los individuos los que determinan el acontecer, dentro de una gran evolución que marcha hacia la consolidación de las naciones.

Las características generales de la producción mexicana son las mismas, sin embargo los escasos estudios sobre la producción conservadora mexicana obligan a tomar como hipótesis provisional que las características constitutivas de la escritura de la historia liberal fueron las mismas para todos los partidos políticos y a lo largo de los ensayos de los ejes de trabajo se señalarán los matices y divergencias. Pese a ello, desde ahora debe señalarse que no se muestra una relación mecánica entre las ideas políticas radicales y una escritura “progresista”. Es significativo el caso de Ignacio Ramírez quien utilizaba el sobrenombre de El Nigromante para escandalizar a las buenas conciencias cristianas, en el Congreso Constituyente fue un jacobino radical, pero el teatro que escribió continuó enmarcando en los moldes neoclásicos que defendían los intelectuales cercanos a la Iglesia.

24 Para una caracterización de la historiografía liberal europea véase Georges Lefebvre, El nacimiento de la historiografía moderna, Barcelona, Ediciones Roca, S. A., 1977 y en particular cfr. el capítulo 11 “Los historiadores liberales de Occidente “.

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ACTIVIDADES

La siguiente actividad tiene como propósito iniciar un diálogo con tu asesor a partir de tu propia definición de tu horizonte de enunciación y contrastándola con el que sostiene el Posgrado en Historiografía. Cabe destacar que no se busca que adoptes los puntos de vista de la Maestría sino que desarrolles y profundices los que tú sostienes.

En dos cuartillas explica tu horizonte de enunciación. Para ello define por lo menos dos prejuicios (en sentido gadameriano) sobre qué es la historia decimonónica, qué es el liberalismo y el conservadurismo mexicano.

Para desarrollar esta actividad te será necesario consultar el texto de Gadamer titulado Verdad y Método.

Fecha de entrega: Al finalizar la 1ª. Semana.

Objetivos específicos:

a) Conocer el término prejuicio que propone Hans Georg Gadamer como fundamento del conocimiento.

b) Identificar el horizonte de enunciación propio. c) Iniciar una problematización de los prejuicios epistemológicos del alumno.

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EJE DE TRABAJO 2: HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA IDENTIDAD NACIONAL 1822–1850

INTRODUCCIÓN

Los autores mexicanos (por tanto aquellas obras que se publicaron a partir de 1822) muestran una misma preocupación cómo formar una cultura nacional. La literatura en cualquier de sus géneros –poesía, cuento, cuadros de costumbres, novela, historia, oratoria, ensayo- tenía una triple función: era una manera de observar y reflexionar sobre la realidad, formaba los valores de las jóvenes generaciones y era el espacio privilegiado para formar una cultura y una identidad distinta a la española. No había fórmulas preestablecidas había en cambio una misma certeza que compartían todos los intelectuales, como dijera Tadeo Ortiz de Ayala en 1832 “A medida que los pueblos abandonan o se aplican a las ciencias y las artes, se embrutecen o se civilizan”.25

En este apartado se presentan las características generales de las distintas formas que se utilizaron para el registro de la memoria, su intencionalidad al recuperar el pasado y la fusión entre romanticismo y liberalismo.

Quizá los primeros géneros que comenzaron a explorarse en el México independiente fueron los cuadros estadísticos, los cuadros históricos y la poesía (aunque ésta última no se revisa en el presente Cuaderno de Posgrado), para después iniciar las primeras novelas históricas. Para abordar este amplísimo espectro se eligió como hilo conductor una breve presentación a los distintos géneros y la reflexión sobre la escritura que publicaron en la prensa los principales intelectuales del periodo que nos ocupa, muchos de los cuales durante la República Restaurada escribirían novelas históricas e historias.

25 Tadeo Ortíz de Ayala, “De los beneficios del cultivo de las ciencias y las artes” en la misión del escritor. op. cit., p. 35.

Objetivos:

a) Conocer un panorama general sobre los distintos registros de la memoria en el siglo XIX. b) Identificar la función del romanticismo en la escritura del pasado histórico. c) Cuestionar la noción disciplinaria de “historia”. d) Problematizar las interpretaciones historiográficas tradicionales del periodo “prereformista”.

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El género más socorrido en las primeras tres décadas de siglo XIX fue el cuadro estadístico, mismo que adoptó diversos formatos: exposiciones, noticias memorias26, que tenían por objeto proporcionar información sobre el territorio, sus habitantes y recursos naturales. Sus autores solían ser funcionarios que se desempeñaron en el periodo colonial y en los gobiernos de los estados o departamentos del país. Miguel Ramos Arizpe presentó ante las cortes de Cádiz.27Tadeo Ortiz Ayala escribió La estadística del Imperio mexicano (1822), pronto los estados publicaron las suyas. El título de la escrita por Juan Manuel Riesgo, Salvador Porras, Francisco Velasco y Manuel José de Zuloaga muestra los objetivos que se perseguían con este género: Memoria sobre las proporciones naturales de las Provincias Internas occidentales. Causas de que han provenido sus atrasos, providencias tomadas con el fin de lograr su remedio, y las que por ahora se consideran oportunas para mejorar su estado, e ir proporcionando su futura felicidad (1822).28

La mayoría de los cuadros estadísticos siguieron el esquema general del Ensayo político sobre la Nueva España (1804) de Alejandro Von Humboldt, y siguiendo a éste expresan una visión ilustrada y enciclopédica del saber. El punto de partida es el orden natural que deriva de sus leyes y que éstas a su vez regulan el orden moral y social. Humboldt liberal al fin, sostenía que la libertad era la esencia de lo social, y las trabas impuestas en la vida económica por la corona son su principal crítica, por lo que exigían que se permitiera el libre juego de las fuerzas y factores económicos.29

Dentro de este género cabe inscribir el primer tomo de Méjico y sus revoluciones (1836) de José María Luis Mora, quien dedicó esta parte de su obra a las “noticias estadísticas” para dar a conocer la extensión de la República y sus riquezas naturales; el estado de la minería, industria y comercio; la propiedad, las rentas y la hacienda pública. Mora explícitamente señaló que se

26 El antecedente más antiguo de estos escritos son las Relaciones Geográficas que datan del siglo XVI. Durante el periodo colonial se continuaron recogiendo este tipo de informes para lo cual se elaboraron cuestionarios específicos hasta dar forma en el siglo XVIII a las Memorias, cuya estructura básica se siguió utilizando en el siglo XIX. Para mayores detalles véase José Marcos Medina Bustos y “Las memorias estadísticas en la primera mitad del siglo XIX: el caso del noroeste mexicano”, en José A. Ronzón y Saúl Jerónimo (coords.) Formatos, géneros y discursos. Memoria del Segundo Encuentro de Historiografía, México, UAM-A, 2000. 27 Otras obras destacadas de Miguel Ramos Arizpe son Demostraciones de fidelidad y amor hacia nuestro augusto y muy amado soberano señor don Fernando VII y la unión cordial con la antigua España, verificadas en el Real de Borbón de la colonia del Nuevo Santander en Nueva España (1809), Una memoria sobre el estado natural, político y civil de su lucha provincia y las del Nuevo Reyno de León, Nuevo Santander, y los Texas, con los defectos de sus gobiernos y de las reformas que necesitan (1812). Carlos Martínez Ruiz, apud, Diccionario Porrúa, Historia, Biografía y Geografía de México, México, Porrúa, sexta edición, Tomo IV, 1995, p. 287. 28 Un buen estudio de los cuadros estadísticos regionales es la tesis de José Marcos Medina Bustos, “Sonora, tierra en guerra viva visiones sobre una sociedad de frontera (1822-1859). Un análisis historiográfico de las memorias estadísticas de la época los autores oriundos de la región”, Tesis de grado, Maestría en Historiografía de México, UAM-A, 1998. 29 Excelentes estudios sobre obras de Humboldt son el de José Miranda, Humboldt y México, México, UNAM, 1995 y Juan A Ortega Medina, Humboldt desde México, México, UNAM, 1960.

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proponía presentar una continuación de la obra de Alejandro von Humbold en vista de que “Méjico después de 1804 ha sufrido cambios de mucho tamaño”30

De manera muy temprana se publicaron cuadros y ensayos históricos, sus autores son ampliamente conocidos: Carlos María Bustamante, el Dr. Mora, Lorenzo de Zavala y Lucas Alamán. En esta UEA trabajarás ampliamente con estos autores, por lo que no es necesario presentar aquí un análisis de sus obras, pero cabe señalar las características generales de su escritura, pues ellos iniciaron una nueva forma de escribir la historia que dominó el siglo XIX.

Los autores eran políticos, periodistas y también historiadores, pero fundamentalmente eran “publicistas”. La suya era una historia inminentemente política, de corte testimonial que se escribió para defender una causa, buscando “esclarecer la verdad” discutiendo los enfoques y los juicios de los autores que les precedieron.

Por ejemplo Zavala en su Ensayo histórico de las Revoluciones (1831) y Mora con su Méjico y sus revoluciones (1836) buscaban rebatir los juicios e inexactitudes que Bustamante presenta en su Cuadro histórico (1822) y la obra de Mariano Torrente, éste último –según Zavala- escribió bajo el encargo de Fernando VII de España. Más tarde José María Bocanegra escribiría Memorias para la historia de México independiente (1862) buscando la imparcialidad que, a su juicio, no alcanzaron los textos de Bustamante, Zavala, Mora, Alamán, entre otros.

Las características generales de la historiografía liberal se muestran en que los autores privilegiaron la documentación aún sobre su memoria, a pesar de tratarse de testigos y connotados actores políticos; sus interlocutores en primera instancia no son mexicanos sino que sus obras se dirigieron a “las naciones civilizadas” y en especial al público europeo. En sus explicaciones excluyeron la intervención de la providencia, al igual que los racionalistas del siglo XVIII, de modo que los hechos históricos cobraban sentido por causas naturales y humanas. En este sentido puede afirmarse que Bustamante fue el último historiador mexicano providencialista.31

La memoria que les interesó registrar era fundamentalmente el pasado inmediato como parte de un diagnóstico de la sociedad en la que vivían, retrataron su sistema político, su estructura socioeconómica y sus riquezas naturales convencidos de que el pensamiento humano era capaz de conocer los hechos sociales y naturales y utilizar ese conocimiento para modificarlos.

30 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, México, Instituto Cultural Helénico y Fondo de Cultura Económica, 1986, Tomo 1, p. VII. 31 Gloria Villegas asienta que para Bustamante la mano de la providencia es inobjetable, la excepcionalidad individual se explica en función de hombres predestinados que aceptan la misión así los héroes son los que fueron capaces de concebir ideas que se identifiquen con el curso que la providencia tiene trazado para el país. Gloria Villegas Moreno, “Reflexiones en torno al motor de la historia” en Cuadernos de Filosofía y Letras, No. 1, México, UNAM-Facultad de Filosofía y Letras, 1985, p. 55.

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Así Lorenzo de Zavala en su Diario de Viaje a los Estados Unidos (1834) comparó las instituciones norteamericanas con las mexicanas.32 Al narrar sus experiencias en cada estado de la unión americana, expone la organización de los poderes, el derecho al voto, el funcionamiento del ejército, etc., y trasmite al lector su admiración por los valores públicos norteamericanos: la tolerancia religiosa y el respeto a las libertades públicas.

Desde una perspectiva netamente política, se observa en la obra de Zavala y Mora una definición acabada y sistemática de un programa partidista consolidado en 1831-1833 cuando como grupo político accedieron al poder con Vicente Gómez Farías como vicepresidente y Antonio López de Santa Anna como presidente. Lorenzo de Zavala en su “Memoria de Gobierno del Estado de México por los años 1831-32” presentó los fundamentos de su gobierno ofreciendo una síntesis representativa de la postura del “Partido del Progreso”.33

El documento doctrinario más conocido es el “Programa del Partido del Progreso” elaborado por el Dr. Mora en el que proponía la libertad de imprenta, abolir los fueros del clero y la milicia, la supresión de las instituciones monásticas, conocer y amortizar la deuda pública con los bienes del clero, destruir el monopolio educativo de la Iglesia, y la libertad de imprenta, pues los grupos clericales defendían la censura para impedir que desde la prensa se atacara el dogma. Resulta evidente que ambos documentos otorgan una excesiva centralidad al conflicto entre la iglesia y el Estado, debido a su carácter programático, en cambio en sus historia se percibe una discusión filosófica doctrinaria.

Zavala en su Ensayo histórico de las Revoluciones (1831) articuló la escritura de la historia con la doctrina liberal, lo que se expresa también en una demostración del pasado virreinal como justificación de la necesidad de la independencia.

Para Zavala la colonia “es un periodo de silencio, sueño y monotonía”, la independencia permitió que México progresara en la carrera de la libertad con la destrucción de los “intereses creados por la superstición” (encarnada en la Iglesia) y el despotismo (de la Corona).34

Mora en la ya mencionada historia considera que la revolución liberal en el ámbito político había concluido, sin embargo todavía faltaba una última y profunda batalla en el campo axiológico que 32 Resulta interesante que Zavala publicara este libro en París casi al mismo tiempo que Alexis de Tocqueville diera a la imprenta sus primeros volúmenes de La democracia en América. 33 Zavala en su Memoria explicó que los liberales querían abolir las órdenes o estamentos para construir una sociedad en la que los ciudadanos fueran iguales ante la ley, ello implicaba suprimir la “aristocracia eclesiástica”, que a su juicio existía en el país. Para Zavala una profunda reforma jurídica era necesaria ya que la Constitución de 1824 era un documento de transacción entre el partido del progreso y los serviles” porque al lado de las declaraciones de soberanía popular, creación de cámaras populares, libertad de Imprenta, y otros semejantes que son puramente democráticas, están la intolerancia de otros cultos fuera del romano, el reconocimiento de fueros privilegiados, y el status quo de los establecimientos eclesiásticos y monacales, que han consagrado nuestras leyes coloniales”. Por ello exhortaba a los legisladores a “formar una democracia absoluta, sin mezcla de otros elementos heterogéneos”. Lorenzo de Zavala, Memoria de Gobierno del Libre y Soberano Estado de México para los años 1831/1832, Toluca, Imprenta del Estado, 1833, pp. 34. 34 Lorenzo de Zavala, Ensayo histórico de las Revoluciones de México desde 1808 hasta 1830, México, Fondo de Cultura Económica e Instituto Cultural Helénico, 1985, vol. 1, pp. 15 y 19.

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condujera a crear una nueva moral social que –en palabras de nuestros días- permitiera el establecimiento de un Estado de derecho en el que las masas conocieran sus deberes políticos y civiles y actuasen conforme a la ley, sin influjo eclesiástico.35

De manera que pronto se inicia una disputa por el momento fundacional de la nueva nación. Mientras que Zavala y Mora al tratar de desmarcarse del pasado colonial señalarán que el país se funda con la independencia, Alamán tratará de recuperar algunas de las instituciones virreinales y con ellas su pasado. Los héroes son también materia de disputa, los dos primeros identificarán a Hidalgo mientras que el último se inclinó por Iturbide quien había planteado un tránsito pacífico hacia la independencia.

Las interpretaciones históricas maniqUEAs han presentado la historia mexicana del siglo XIX como la irreconciliable lucha entre los partidos liberal y conservador. El primero representado por Mora, el segundo fundado por Alamán. No obstante, el riguroso y ya clásico estudio de Charles Hale: El liberalismo mexicano en la época de Mora (que analizarás en este Eje de Trabajo) ha mostrado los muchos puntos coincidentes: pertenecían ambos al mismo grupo masónico escocés; defendieron los intereses de los propietarios; sentían el mismo temor por los grupos indígenas, sector social que veían degradado. Hale mostró que Edumund Burke, el gran inspirador del conservadurismo mexicano, influyó en ambos escritores, puesto que Burke era el doctrinario del liberalismo inglés, defensor de la tradición y también de la secularización, lo que lo convirtió en una influencia decisiva en liberales como Benjamín Constant, quien fue un pensador fundamental para los intelectuales de nuestro país.

Sin duda, en el periodo “prereformista” hubo un importante conflicto ideológico, pero éste se limitó al papel que debía jugar la Iglesia en la nueva nación. Sin embargo, el resto del credo liberal: el habeas curpus, el jusnaturalismo, el constitucionalismo, la representatividad, etc., eran aceptados por Alamán.

Debe insistirse con Hale que el conflicto de la década de 1830 no puede analizarse a la luz del conflicto ideológico que se solidificó entre 1847 y 1853 a consecuencia de la derrota mexicana en la guerra de los Estados Unidos.

David Brading en Los orígenes del nacionalismo mexicano (texto que también analizarás en esta UEA) propone una interpretación similar, pues afirma que en la primera mitad del siglo XIX el conflicto se debió al enfrentamiento la distintas facciones liberales.

Si bien el cuadro y el ensayo histórico han sido privilegiados por el análisis historiográfico, estos no fueron las únicas formas de recuperar el pasado.

A lo largo del siglo XIX los intelectuales se veían a sí mismos como parte de una empresa colectiva para formar una identidad nacional, en la que las artes liberales y su difusión tenían un

35 Cfr. el capítulo “Estado de la moral pública: en Mora, México y sus revoluciones, op. cit., vol. 1, pp. 547-551.

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sentido civilizatorio. Su sentido colectivo pudo organizarse con base en nuevas formas de sociabilidad, que se mantendrían a lo largo del siglo XIX: las tertulias y veladas literarias, las logias, las sociedades y academias. Todas ellas fueron importantes para la difusión y la reflexión de ideas, doctrinas y corrientes literarias que se plasmaron en la escritura y fue también fundamental para la organización política.

La primera forma de sociabilidad fueron las logias masónicas que jugaron un importante papel en la guerra de independencia puesto que ofrecían a los insurgentes una base organizativa clandestina que era una basta organización internacional que apoyaba a los movimientos autonomistas con gran eficiencia debido a su jerarquización, su eficiencia. Antes de los partidos políticos fueron las logias las que definían las corrientes políticas, después de la independencia fueron las logias yorquina y escocesa. Es una organización “moderna” en el sentido de que la adhesión no era ya por corporaciones o estamentos como en el Antiguo Régimen virreinal, sino que eran sociedades voluntarias, de ciudadanos que establecían solidaridades y a ellas pertenecieron la gran mayoría de los hombres políticos.36

Un segundo tipo de sociabilidades fueron las academias y sociedades que surgieron en la década de 1830, tenían un doble propósito animar el intercambio de ideas e instruir al gran público. Lucas Alamán en 1831 fundó desde la Secretaría de Relaciones y para fomentar la cultura del país, la Sociedad de Literatos, lo que sin embargo ha sido poco estudiado.37 En cambio los historiadores de la literatura mexicana han centrado su atención en la Academia de Letrán.

Fue fundada en 1836 por un grupo de jóvenes: José María Lacunza, Juan Neponucemo Lacunza, Manuel Tossiant Ferrer y Guillermo Prieto. El objetivo era formar una literatura nacional, en palabras de Prieto era “su tendencia decidida a mexicanizar la cultura, emancipándola de toda otra y dándole carácter peculiar”. Al núcleo original se irían incorporando los escritores intelectuales citadinos, sin importar la facción política en la que se inscribían.38

La Academia, según Prieto,

Junta a próceres y sabios con meritorios, dependientes y vagabundos, en indica la desvalorización de la edad, los bienes de fortuna y la posición social. Con la Academia de

36 Francois Xavier Guerra, Del Antiguo Régimen a la Revolución, México, Fondo de Cultura Económica, 1988, Vol. II, p. 332. 37 María del Carmen Ruiz Castañeda “Introducción a José Justo Gómez de la Cortina” en La misión del escritor, op. cit., p. 49. 38 Dos notables excepciones fueron el Conde de la Cortina y Manuel Eduardo Gorostiza, pues no participaron en la Academia. Entre 1836 y 1840 pasaron por la Academia entonces los jóvenes Luis Martínez de Castro, Eulalio María Ortega, Joaquín Navarro, Antonio Larrañaga, Ignacio Rodríguez Galván, Fernando Calderón, Ignacio Ramírez, Manuel Payno, Ramón Isaac Alcaraz, José María Lafragua, Ignacio Aguilar y Maracho, clemente de Jesús Munguía, Félix María Escalante, Casimiro del Colado, José María Pacheco, Agustín A. Franco, y se integrarían al grupo, “varias glorias de la época”: Andrés Quinta Roo, Francisco Ortega, José Joaquín Pesado, Manuel Carpio, José María Tornel, el rector Iturralde, los abogados Francisco Modesto Laguibel y Joaquín Cardoso y el arqueólogo Isidro Rafael Góndra. La academia Llegó a tener corresponsables en ciudades de la República como Gabino Ortiz en Morelia y José María Esteva en Veracruz. Marco Antonio Campos “La Academia de Letrán” en Literatura Mexicana, Vol. VIII, No. 2, UNAM, 1997.

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Letrán se produce una ruptura en la costumbre de ejercicio de la literatura: deja de ser propiedad de religiosos y gente educada gracias a su posición social y económica.39

Es así como la existencia misma de la Academia era un ejercicio de un programa liberal. La Participación individual de sus miembros muestra que han interiorizado su condición de ciudadanos, fundamentalmente son las élites ilustradas, -como diría Guerra- son “las que piensan” y se piensan como “la voz de la Nación”.40

La Academia además de funcionar como lo que hoy llamaríamos un “taller literario”, ofrecía conferencias sobre gramática, poesía y sus miembros reflexionaban sobre el objeto de las artes liberales, su principal publicación fue el anuario titulado El año nuevo. El año nuevo de 1837 ilustra la búsqueda de una identidad nacional a partir de la negación de toda herencia hispánica. A juicio de Marco Antonio Campos la colonia y “todo lo español (instituciones, cultura, costumbres) se presentaban como una abominación autoritaria.”41

La publicación El año nuevo se inscribía en la tradición iniciada por El Iris (1826), periódico crítico literario. Dirigido por Florencio Galli, Claudio Linati y José María Heredia, poeta cubano al que se le reconoce como el introductor del romanticismo a México. Unos cuantos ejemplos tomados del índice de este periódico muestran su temática. La mayor parte de sus páginas se dedicaban a ensayos con un contenido muy diverso, pero destaca su preocupación por formar una ciudadanía. Por ejemplo se propone una didáctica para hacer atractiva la pedagogía de la moral en el individuo, en otro se propone que la educación civil realza el mérito del hombre. En un ensayo titulado “historia contemporánea” se señala la importancia de que América estudie su historia contemporánea para no caer en el despotismo político ni “moral”. No por ello descuidaba los temas de actualidades y novedades: con artículos sobre los últimos descubrimientos sobre la electricidad, sobre la cristalización de las sales y ensayos sobre la literatura romántica alemana y en especial sobre Goethe.42

La prensa fue a lo largo del siglo XIX el espacio privilegiado de discusión y polémica, su propósito fundamental no era el de órgano informativo que día con día reporta de manera imparcial el acontecer político. La prensa era concebida como un instrumento didáctico y partidista, cuyas páginas presentaban análisis de los sucesos inmediatos, ofrecían breves cursillos doctrinarios, episodios históricos, cuentos, ensayos y polémicas que se establecían entre un periódico y otro a propósito de un tema específico.43

39 Fernando Tola, “Prólogo a los Años Nuevos” citado por Campos, op. cit., p. 572. 40 Guerra, op. cit., vol. II, p. 333. 41 Así en El Año Nuevo de 1837” Alpuche publicó el poema “Moctezuma” en el que presenta todo lo español como “sanguinario”. Eulalio María Ortega en su poesía “La batalla de Otumba”, jura que los mexicanos cruzarán el Atlántico y aniquilarán España de modo que “no se halle un español en todo el mundo”. Campos, op. cit., p. 572. 42 El Iris. Periódico Crítico y Literario. Edición facsimilar. Introducción de María del Carmen Ruiz Castañeda, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1988. 43 Entre la prensa política de los años 1830 cabe destacar La Gaceta Diaria de México, El Sol, El Indicador de la Federación, El Amigo del Pueblo y El Fénix de la Libertad. El diario clerical más importante fue La Antorcha. Entre los periódicos crítico literarios cabe mencionar la Revista Mexicana y El Mosaico Mexicano.

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Acaso una de las mayores contribuciones de la Academia fue el impulso que dio a la prensa. Los miembros de la Academia de manera conjunta editaron Los Años Nuevos y dieron forma a innumerables periódicos. El primero fue El Museo Mexicano dirigido por Guillermo Prieto y Manuel Payno y El Liceo Mexicano en el que participaron Agustín A. Franco, Luis Martínez de Castro, Joaquín Navarro y Ramón Isaac Alcaraz.44 En lo esencial, gracias a los miembros de la Academia de Letrán, los años cuarenta fueron una magnífica década de ediciones periódicas. Ellos son la base de las publicaciones literarias, e incluso de un diario como El Siglo Diez y Nueve, que se fundó en 1841 y duró hasta 1896.45

La crítica literaria contemporánea afirma que la Academia presentaba signos de fractura desde 1842, y atribuye su desaparición a diferencias políticas.46

La prensa fue el escenario en el que se desarrollaron las polémicas sobre los más diversos temas, pero cabe destacar dos: ¿Cuáles eran los elementos constitutivos de la nueva identidad nacional? ¿En qué pasado habría de fincarse la identidad?

La mayoría se inclinó por el romanticismo como medio de expresión, otros por el neoclasicismo. Conviene detenerse para circundar los rasgos generales del romanticismo. Éste –al igual que el liberalismo- era una forma de percibir la realidad y una forma de expresión, acaso se trata de “una estética difusa”, ya que las variaciones locales e históricas son tan profundas que no se puede formular una teoría crítica. Goethe por ejemplo identificaba el clasicismo con la salud y el romanticismo con la enfermedad. En cambio Víctor Hugo identificó el romanticismo con el liberalismo y la revolución.

Del amplísimo espectro de manifestaciones románticas la que mayor impacto tuvo en México fue el romanticismo francés impulsado por las guerras napoleónicas y que fungieron como catalizadores de los nacionalismo europeos marcados por la imitación del folklore, o la búsqueda de una ficción histórica en verso o prosa que recuperaba el periodo medieval. Una tercera ola en la década de 1830 propiciada por los cambios de régimen político en Grecia, Bélgica y Francia, y los levantamientos en Italia y Polonia consolidaron las tendencias nacionalistas que habían aflorado desde la primera década del siglo XIX dando inicio al realismo romántico en el teatro y la novela con una cercana identificación con el liberalismo político y los socialismos útopicos.47

Con todas estas salvedades y al señalar las características que compartieron el romanticismo mexicano y europeo se puede afirmar que en la escritura se exaltó al individuo, convirtiendo sus 44 Campos, op. cit., p. 572. 45 La mayoría de los que participaron en las reuniones de la Academia de Letrán están presentes en El Museo Popular (1840), El Apuntador (1841), El Seminario de las señoritas mejicanas (1842), El Museo Mexicano (1844), La Guirnalda (1844), La Revista Científica y Literaria (1845), El Católico (1846) y en el Presente Amistoso de 1847. Campos, op. cit., p. 591. 46 Prieto escribe en sus Memorias: “La Academia de Letrán había decaído lastimosamente: la política había surtido en su seno efectos de envenenamiento”. La primera separación, a causa de la política, fue la de José Joaquín Pesado, quien incorporó en 1838 como secretario del Interior al gobierno de Anastasio Bustamante. Pesado aunque dejó de participar en las actividades continuó en las publicaciones del grupo, pues colaboró en El Año Nuevo de 1839 y 1840. 47 “Romanticism”, en Encyclopedia Britannica, 1967, Vol. 19, p. 561.

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acciones en la explicación del acontecer, por lo tanto intentó penetrar en la explicación de las pasiones y motivos humanos. Sin importar géneros o formatos amalgamaron la descripción exhaustiva, el individuo como actor central y eje de la narración histórica con el encantamiento por el pueblo y su folklore basado en la viva creencia de un espíritu del pueblo (Volksgeist).

Josefina Zoraida Vázquez indica que el pueblo era visto como un personaje homogéneo de la historia y el pasado era la única explicación del genio. La historia patria y toda manifestación cultural e incluso de la naturaleza eran medios para formar una identidad nacional. La narración busca recrear el ambiente así se describe el paisaje, la arquitectura, las costumbres y los personajes principales, no como personal sino como héroes de la patria que gracias a fuerzas espirituales y misteriosas lograron comprender el espíritu de pueblo.48

La vertiente romántica revolucionaria fue la que más impactó en México, primero a través del “Prólogo” de Víctor Hugo a Cromwell más conocido como el “Manifiesto romántico” (1827), y el realismo romántico de Alejandro Dumas que se convirtieron en referentes e interlocutores obligados. Por ejemplo, en 1844 José María Lafragua en la sesión inaugural del Ateneo Mexicano leyó el discurso “Carácter y objeto de la literatura” en el que dialogo y disiente de las ideas expuestas por Hugo en el “Prefacio”49, lo que también hizo Luis de la Rosa para proponer la función que deben tener las artes liberales en México.50

48 Josefina Zoraida Vázquez de Knauth, Historia de la historiografía, México, Ediciones Ateneo, S.A., 1978, p. 105. 49 Blanca Estela Treviño sintetiza de la siguiente manera la recepción que Lafragua hace de Hugo: En la primera parte de su disertación, el escritor mexicano parte de la convicción de la que la “literatura no es más que la expresión moral del pensamiento de la sociedad”, y para trazar el devenir histórico de la misma, Lafragua, siguiendo a Víctor Hugo, emprende una revisión de la poesía occidental caracterizándola desde sus orígenes. De los tres grandes periodos en que el autor francés dividió la tradición literaria de Occidente, el escritor mexicano rescata dos: la edad primitiva y la edad antigua; la oda y la epopeya. Sin embargo, el drama desaparece de su elocución, omite la tercera categoría que Hugo establece como el eje medular de su estética. Lo que en el “Prefacio” había quedado dominado como “la sociedad moderna” pasa a ser en el ensayo de Lafragua “la sociedad moderna” pasa a ser en el ensayo de Lafragua “la sociedad media” caracterizada, según él, por la imitación de los “antiguos modelos” y seguida por otra de “mal gusto y exageración”. Si prescinde de la poesía dramática, como expresión de la tercera edad, es porque caracteriza la modernidad, como lo había hecho Víctor Hugo (a partir del advenimiento del cristianismo) “lo hubiera llevado necesariamente a reivindicar el valor de lo siniestro como elemento constitutivo de la estética romántica”, opuesta al pensamiento neoclásico que Lafragua profesaba con relación al carácter de la literatura. Blanca Estela Treviño, “Nota introductoria a José María Lafragua” en La Misión del escritor, op. cit. 50 Víctor Díaz Arciniega en su estudio introductorio a De la Rosa muestra que nunca se refiere a Hugo y sí lo alude reiteradamente. “De la Rosa difiere en forma rotunda de Hugo, a partir de la noción del concepto básico de la literatura. El mexicano la formula como un quehacer cultural mientras que el francés la propone como una expresión artística: el primero busca a través de la literatura la creación y conformación de una tradición cultural y el segundo aspira a la transformación del arte; en aquél resuenan los propósitos instructivos pregonados por el neoclasicismo y en éste se escucha la beligerancia del romanticismo y, por último, De la Rosa concibe a la literatura como un medio útil para la sociedad y Hugo como un fin estético” Díaz Arciniega señala que Hugo, “se rebelaba contra las normas que, como indicaba, tanto daño hicieron para el desarrollo del arte dramático francés. No obstante, Luis de la Rosa retomó de Víctor Hugo la revisión de la Historia y se apropió de ella a partir de una nueva perspectiva”. En cambio para De la Rosa lo anterior de 1810 no existía. En su conclusión cifraba su propuesta: tras “la sangrienta guerra de independencia, hubo ya verdadera poesía, hubo inspiración, porque se concibió ya la esperanza de tener patria”. Por último, resulta significativa la exhortación final que Luis de la Rosa hizo a su público, pues en ella soslayaba tanto una crítica a los admiradores de Hugo y del romanticismo y a los escépticos que ponderaban a la literatura como una ocupación frívola e inútil, como subrayaba su propuesta de literatura útil para la creación de la cultura “nacional”. En sus palabras finales, que las avalaba con su convencimiento, se alcanzan a percibir la tópica característica de la época

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De la Rosa –como ya se ha señalado- explícitamente señaló que la historia era parte de la literatura, con elementos propios que la distinguían de la ficción. El historiar era una actividad erudita, guiada por la filosofía que permitía el estudio del “corazón humano” y de “sus instintos y pasiones”. Necesitaba de la crítica para “discernir la verdad o la falsedad de los hechos”, sin la cual la historia terminaría siendo una fábula o novela.

Quizá lo más interesante de la conferencia de De la Rosa era su exhortación a escribir una historia romántica, que merece citarse en extenso.

El historiador debía poseer “una imaginación viva y una ardiente fantasía” de otra manera

los cuadros de la historia serían inanimados y no dejarían impresión alguna en el espíritu de los lectores, ni conmoverían el corazón profundamente. Es cierto que la historia no debe ser sino la relación fiel de los hechos y su más verídica exposición; pero la imaginación es necesaria para dar a los hechos que se refieren y a las escenas que se describen ese tinte de verdad, ese colorido de vida, ese tono dramático que es necesario para dar interés a los hechos que se refieren y hacer que se graben en la memoria.51

De hecho, del romanticismo mexicano como movimiento nacionalista estaba sólidamente cimentado desde la década de 1830. Su principal tópico se refería a la imagen que los literatos proyectaban sobre el pasado: la conquista como destrucción. El romanticismo amalgamado con el liberalismo presentaba la firme convicción de la función civilizadora de las artes liberales, la riqueza legendaria de México y la libertad como condición para el florecimiento de las artes y las ciencias.

Veamos cómo estos elementos se expresaron en el pensamiento de un grupo de intelectuales que pertenecieron a El Ateneo. Este se formó a partir de la Academia de Letrán, sus principales miembros fueron Andrés Quintana Roo, José María Lafragua, Guillermo Prieto, Francisco Ortega, Luis de la Rosa, entre otros. Su objetivo era fundar “un establecimiento que no solamente fuese conservador de las luces, sino el manantial de donde se difundiese éstas…”.52 Sus miembros se reunían semanalmente para presentar trabajos en los que se reflexionaba sobre el sentido de la historia y la literatura, la economía, la agricultura del país, etc.53

El interés central siguió siendo formar una identidad y una cultura nacional por lo que se continuó devaluando las manifestaciones culturales del periodo virreinal. Para Lafragua “nuestra literatura hasta 1821, con muy honrosas excepciones, estuvo reducida a sermones y alegatos, versos de poco interés, descripciones de fiestas reales y honras fúnebres y alguna letrilla erótica. –en donde la Naturaleza ocupa un lugar preponderante- y, sobre todo, el concepto de un amplio programa cívico y moral indispensable para contrarrestar el caos imperante y para cimentar el porvenir de México”. Víctor Díaz Arciniega, “Nota introductoria a Luis de la Rosa” en La Misión del escritor, op. cit., pp. 82-83. 51 De la Rosa “Utilidad de la literatura” en La Misión del escritor, op. cit., p. 99. 52 Introducción al Tomo I del Ateneo, p.1, citado por David B. Crow, “Nota introductoria a Francisco Ortega” en La Misión del escritor, op. cit., p. 128, nota 1. 53 Ibid.

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Ni podía ser de otra manera cuando la sociedad no tenía carácter propio”.54 No obstante, reconocía la importancia de la obra de los principales intelectuales novohispanos del siglo XVIII: Clavijero, Alegre, Cárdenas y León, Muñoz y Molina, Portillo y Galindo, aunque insistió en que “las ciencias eclesiásticas, el derecho y la historia eran los teatros en que se distinguían los ingenios mexicanos, cuya fecundidad se empleaba en la literatura latina más que en la propia se empleaba en la literatura latina más que en la propia”.55 Luis de la Rosa de manera aún más contundente que Lafragua, hizo tabla Rosa del pasado prehispánico y colonial para señalar a la Independencia como origen del verdadero México pues “en donde no hay patria no hay poesía”.

Como balance de las primeras décadas del México independiente, Lafragua señala que

vino la independencia; y durante tres lustros, la patria, el gobierno y la libertad ocuparon exclusivamente nuestros ánimos. Y aunque este campo era vasto, la literatura no podía fecundarlo, porque la política tenía en continúa acción a todos los resortes sociales.

Esta apreciación que sin duda era acertada, ponía en duda uno de los elementos constitutivos del horizonte de enunciación de los autores revisados. “El arte por el arte” no se había afirmado como principio sino que el ejercicio de las letras encontraba su sentido por sus funciones sociales: la formación de valores ciudadanos y de una identidad nacional.

Los literatos al igual que los intelectuales de las décadas anteriores no sólo eran hombres de letras sino activos actores políticos. Francisco Ortega, también miembro del Ateneo, manifestaba que “se cree que llamados los literatos al desempeño de las funciones administrativas y legislativas, no pueden entregarse al cultivo de las letras con el desempeño y el buen suceso que lo harían, si fueran ellas su ocupación exclusiva”. A lo que responde airadamente “¿Por ventura Bossuet y Fenelon no eran hombres muy ocupados, sin que por eso dejaron de ser eminentes literatos? ¿Qué funcionario público tendrá hoy más negocios que Cicerón, el primero de los oradores romanos, y acaso también el primero de los filósofos?”.56

Para Ortega, y éste como representante de un siglo, el cerrado tejido que formaban las letras –en sentido amplio- y la política era posible e incluso deseable, y haciendo eco a la erudición y aún al conocimiento enciclopédico proponía que se perdiera “el temor de que se introduzca el cisma entre las ciencias y las bellas letras, y llegue a romperse el vínculo indisoluble que las tendrá perpetuamente unidas”57

La derrota mexicana en la guerra de 1847 obligó a los intelectuales a repensar cuál debía ser el rumbo político que el país debía adoptar, y cuál sería su mejor sistema político, pues México parecía amenazado con desaparecer como nación independiente. Así paulatinamente se consolidó

54 Lafragua, “Carácter y objeto de la Literatura”, en La Misión del escritor, op. cit., p. 75. 55 Idem, p. 74, no. 5. 56 Francisco Ortega, “Sobre el porvenir de la literatura” en La Misión del escritor, op. cit., p. 138. 57 Idem, p,. 139.

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una opción monarquista, que veía en la religión católica el único lazo que podría mantener unidos a los mexicanos.

La incidencia del acontecer político en el periodo 1848-1853 en la conformación de los llamados partidos liberal y conservador la analizarás en este Eje de Trabajo con la lectura de un fragmento de obra de Hale: El liberalismo mexicano en la época de Mora, por lo que baste señalar muy brevemente el desarrollo literario y los intentos por reflexionar sobre el pasado inmediato y sobre el acontecer diario, mostrando la estrecha relación entre el costumbrismo, la prensa y el conocimiento histórico. El restablecimiento de la Constitución de 1824 alentó un renacimiento literario. En la década de 1880 Ignacio Altamirano apuntó que en la ciudad de México en 1850 nació el Liceo Hidalgo. En los estados se formaban otras sociedades de la misma naturaleza, y en otras ciudades aparecerían nuevos periódicos literarios, o consagraban los políticos una parte de sus columnas a las producciones poéticas de una juventud entusiasta y laboriosa. Por dondequiera se presentaban talentos desconocidos antes, que en breve fijaban la atención pública. Era, pues, aquella una época de renacimiento.

“El Liceo Hidalgo no era la única escuela; pero sí el núcleo”, afirma Altamirano “porque los individuos que lo formaban eran en su mayor parte distinguidos escritores y poetas, conocidos ya generalmente, y que mantenían estrechas relaciones con todos los que cultivan las bellas letras en la República”.58

Uno de los principales fundadores del Liceo era el entonces joven Francisco Zarco. El Liceo dio a conocer en el país las literatura inglesa y francesa, casi ignoradas hasta entonces. Sus miembros escribieron poesía, pero se dedicaron de preferencia a los trabajos de la oratoria política, de la historia popular, del drama patriótico, y a las discusiones de la filosofía nacionalista.” Aquello no era una simple escuela poética, sino un apostolado liberal que adoptaba las formas de la bella literatura para propagar sus ideas”. No en balde, el nombre de su asociación que celebraba.

Natural era que la poesía se empeñase entonces en cantar las glorias de la patria y de los héroes, como que éste era un deber fundamental. Por eso los jóvenes vates del Liceo Hidalgo celebraron a porfía “las proezas de los héroes de 1810”.59

Fundado por el entonces joven Francisco Zarco, participan Granados Maldonado, Félix Tovar, Joaquín Téllez, José Tomás de Cuéllar, Luis Gonzaga Ortiz, Andrés Davis Bradbarn, Octaviano Pérez, José María Rodríguez y Cos, Joaquín Villalobos y otros.

El mejor representante de un nuevo periodismo fue Francisco Zarco quien escribió en los diarios El Demócrata y El Siglo XIX, indicaba que el periodismo debía brindar los materiales necesarios para elaborar la historia contemporánea. Sus artículos eran disertaciones históricas para enlazar la democracia, para criticar a la monarquía o ponderar el papel que había desempeñado el 58 Ignacio M. Altamirano, “Poesía épica y poesía lírica en 1870”, en La literatura nacional, prólogo y notas de José Luis Martínez, México, Porrúa, 1949, p. 268. 59 Idem, p. 276.

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cristianismo en el mundo. El periodista debía adoptar una postura para crear una conciencia histórica que posibilitara a los ciudadanos comprender el sentido de la independencia por la que había que continuar luchando para consolidar sus logros. Zarco ilustra también el amplio espectro de posiciones liberales, pues él defendía el liberalismo y la democracia como formas de cristianismo.

En 1850 escribía que:

México se vio conmovido por una asombrosa revolución que abolió la esclavitud, proclamó los derechos del hombre y ha tratado hasta el día de hoy de establecer la democracia, ese sistema único que hace la verdadera prosperidad de las naciones y que es el único que caracteriza la civilización positiva, y es conforme con el cristianismo, fuente de civilización, es decir de la libertad.60

Con el fin de comprender lo inmediato y exaltar el heroísmo del pueblo mexicano un grupo de destacados políticos: Manuel Gómez Pedraza, Mariano Otero, José María Iglesias, Manuel Payno y Guillermo Prieto dieron forma a Apuntes para la Guerra de los Estados Unidos (1848). Prieto explica en la introducción que cada uno de los colaboradores

estampaba según su ingenio, ya sus impresiones, ya sus raptos de imaginación, ya sus recuerdos de patriotismo y ternura, ya sus afecciones o prevenciones más íntimas, ya sus juicios imparciales o apasionados, según su profesión, su edad, su carácter; y el punto en que lo habían colocado los sucesos.61

No obstante, los autores se propusieron que su obra no fuera sólo testimonial sino que los colaboradores contribuyeron a “colectar los documentos oficiales y el mayor acopio de datos particulares”. Una segunda obra que se ocupó de la guerra de 1845 es Recuerdo de la invasión norteamericana por un joven de entonces (1883) de José María Roa Bárcena que también fusiona el testimonio, la autobiografía y la prueba documental.

La preocupación por dar forma a un diagnóstico de la realidad nacional se ejemplifica con dos obras completamente distintas, el clásico de Mariano Otero (que revisarás en esta UEA) y Viajes de orden suprema (1857) de Guillermo Prieto, considerado como una obra costumbrista. La obra inicia con el golpe de estado que derrocó a Mariano Arista en enero de 1853, gobierno en el que Prieto participaba como secretarios de Hacienda, “motivo por el cual se ve forzado a viajar por orden suprema; como llama sarcásticamente a su obligado exilio”.62 Su recorrido por diversos estados del país son pretexto para retratar los paisajes, costumbres, su situación socioeconómica (comercio, industria, y producción agrícola). En el texto hay dos constantes: la crítica a las instituciones religiosas y sus intereses que considera que impiden el crecimiento moral y

60 Francisco Zarco, “Situación actual de la república, en El Demócrata, 14-03, 1850, citado por Silvestre Villegas Revueltas “Francisco Zarco” en En busca de un discurso…, op. cit., p. 143. 61 Citado en Begoña Arteta “Guillermo Prieto” en En busca de un discurso…, op. cit., p. 40. 62 Arteta, op. cit., p. 51

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económico de la sociedad y en especial obstaculizaban a los grupos indígenas. Son también una denuncia de la dictadura de Santa Anna.63

Los mismos objetivos que a través de la prensa que señalara Zarco en 1850 se encuentran en José María Iglesias quien escribió Revistas históricas sobre la Intervención Francesa en México. Esta es una recopilación de una serie de artículos periodísticos que publicó en 1867. Originalmente fueron escritos bajo cargo de Manuel Doblado, secretario de Relaciones y Gobernación, ante la inminente intervención francesa. Las Revistas seguían un mismo formato, empezaban con una acuciosa revisión de los acontecimientos ocurridos en Europa y en Estados Unidos, ya que Iglesias señalaba que “nada de lo que atañe a la cuestión extranjera puede dejar de tener para nosotros un interés vital”. Para después informar sobre lo que ocurrían en la parte intervenida del país y los logros del gobierno republicano. Para terminar exhortando “al pueblo” “a defenderse hasta la última extremidad […] porque sabe que es indefectible la llegada del día en que ha de respirar libre del peso que ahora le sofoca”.64

Aunque disminuyó notablemente la producción a causa de la guerra extranjera, debe señalarse que es publicaron los primeros trabajos etnográficos. Manuel Orozco y Berra: Geografía de las lenguas y Carta etnográfica de México (1864). Francisco Pimentel, publicó su Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México, (1862). Asimismo se continúa escribiendo bajo el género de los antiguos cuadros históricos, un ejemplo es José Guadalupe Romero: Noticias para formar la historia y estadística de Michoacán.

Pero éstas eran excepciones, como señalara Altamirano

¿quién no ha observado que durante la década que concluyó en 1867, ese árbol antes tan frondoso de la literatura mexicana, no ha podido florecer ni aun conservarse vigoroso, en medio de los desastres de la guerra? Era natural: todos los espíritus estaban bajo la influencia de las preocupaciones políticas; apenas había familia o individuo que no participase de la conmoción que agitaba a la nación entera, y en semejantes circunstancias ¿cómo consagrarse a las profundas tareas de la investigación histórica o a los blandos recreos de la poesía, que exigen un ánimo tranquilo y una conciencia desahogada y libre? Verdad es que en esta época es justamente cuando deben vibrar poderosos y arrebatadores los cantos de Tirteo, y cuando en el fuego de la discusión deben brotar los rayos de la verdad; pero es indudable también que esta poesía apasionada, que ésta discusión política, no son los únicos ramos de la literatura y que generalmente hablando se necesita la sombra de la paz para que el hombre pueda entregarse a los grandiosos trabajos del espíritu.65

En pocas palabras, en esta introducción se ha señalado el impacto del romanticismo revolucionario en la escritura mexicana, la función de la literatura para la identidad nacional y la 63 Ibid, p. 51. 64 Antonia Pi-Suñer Llorens, “José María Iglesias” en En busca de un discurso…, op. cit., pp. 162-164 65 Altamirano, “Poesía épica…” op. cit., p. 270

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preocupación de los intelectuales por construir una ciudadanía. Experimentaron todos los géneros pues les servían como formas de observación y para tratar de afirmar un orden liberal. Como señalara el crítico literario Ignacio Altamirano en los dos lustros de 1850 y el primero de 1860 los acontecimientos políticos frenaron el desarrollo literario para irrumpir de manera renovada en 1867 con la restauración de la República.

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ACTIVIDADES

En este eje desarrollarás dos actividades distintas:

PRIMERA ACTIVIDAD.

Elaborar un comentario crítico con base en los siguientes textos:

Cassani, Jorge Luis y A. J. Pérez Amuschastegui, Del Epos a la Historia científica, Buenos aires, Editorial. Nova, 1961, p. 128-135.

G. Lefebvre, El nacimiento de la historiografía moderna, Barcelona, Ediciones Martínez Roca, S.A., 1977, p. 115-130.

Vázquez de Knauth, Josefina Zoraida, Historia de la historiografía, México. Ediciones Ateneo, S.A., 1978, p. 102-126.

Carlyle, Thomas, “Primera conferencia” y “Sexta Conferencia” en Thomas Carlyle y R.W. Emerson, De los héroes. Hombres representativos, Estudio preliminar de Jorge Luis Borges, México, CONACULTA- Océano, 1999. pp. 3-40 y 177-221

En el comentario crítico se deberá:

a) Señala el tránsito europeo de la ilustración al romanticismo. Para ello toma especialmente en cuenta las conferencias de Carlyle leídas.

b) Compara y evalúa la argumentación de los cuatro autores.

Extensión: 5 cuartillas.

Fecha de entrega: Al finalizar la 3ª. Semana.

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA :

Objetivos:

a) Relacionar las escuelas de pensamiento y escritura europeas con las mexicanas. b) Analizar los problemas y la argumentación de los estudios historiográficos tradicionales. c) Evaluar los alcances de la historiografía tradicional.

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Altamira y Crevea, Rafael, Proceso histórico de la historiografía humana, México, El Colegio de México, 1948, p. 68-76, 83-104.

Fueter, Ed., Historia de la historiografía moderna, Buenos Aires, Editorial Nova, 1953, V. II, p. 9-88.

Barnes, Harry Elmor, A history of historical writing, Norman, University of Oklahoma Press, 1938, p. 136-177.

Connely, Marisela, Cambios del análisis histórico, México, ANUIES, 1977, p. 15-21

Saitta, Armando, Guía crítica de la historia contemporánea, México, Fondo de Cultura Económica, 1998. (Breviarios, 484).

Smith, Pace, The historian and history, New York, Alfred A. Knopf, 1964, p. 29-35.

Wagner, Fritz, La ciencia de la historia, México, UNAM, 1980, p. 101-148

SEGUNDA ACTIVIDAD.

Elabora un comentario crítico con base en las siguientes lecturas:

Villegas Moreno, Gloria “Reflexiones en torno al motor de la historia”, en Cuadernos de Filosofía y Letras, No. 1, México, UNAM-FFyL, 1985, pp. 45-79.

Hale, Charles, “La estructura del liberalismo” en El liberalismo en la época de Mora, México, Siglo XXI Editores, 1990. pp. 42-73.

Brading, David A., Los orígenes del nacionalismo mexicano, México, Era, 1980, pp. 96-138.

En el comentario crítico se deberá:

a) Comparar los problemas historiográficos que plantean cada uno de los autores. b) Explicar por qué estos autores, en sus análisis, separan artificialmente la historia de la

literatura. c) Señalar los alcances y límites de los métodos de análisis que utilizan para la

historiografía.

Extensión: 5 cuartillas.

Fecha de entrega: al finalizar la 5ª. Semana.

Bibliografía complementaria

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Barnes, Harry Elmor, A history of historical writing, University of Oklahoma Press, 1938, pp. 207-238.

Breisach, Ernest, Historiograhy?, Chicago, The University of Chicago Press, (s.a.), pp. 215-271.

Croce, Benedetto, Teoría e historia de la historiografía, Buenos Aires, Ediciones Imán, 1953, pp. 215-232.

Collingwood, R. G., Idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1977, pp. 92-94.

Cassani, Jorge Luis y A. J. Pérez Amuchastegui, Del Epos a la historia científica, Buenos Aires, Editorial Nova, 1961, p. 136-149.

Goock. George P., Historia e historiadores en el siglo XIX, México, Fondo de Cultura Económica, 1977, pp. 176-212.

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EJE DE TRABAJO 3: LA POLIMORFIA DEL CONOCIMIENTO HISTÓRICO: DE LA NOVELA A MÉXICO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS (1867-1890)

INTRODUCCIÓN

La escritura del conocimiento histórico –al igual que en las décadas precedentes- continuó teniendo como función social dominante la formación axiológica de los lectores. Los intelectuales siguieron expresándose por medio de la oratoria, el periodismo político, la poesía y los cuadros de costumbres a lo que se añadieron de manera destacada la novela y nuevas formas de escribir y enseñar la historia. De modo que en este periodo, como señala Nicole Giron, el “ejercicio de las letras” enraizado en la tradición clásica aún englobaban un extenso campo de disciplinas subsumidas a la noción de historia.66

En esta introducción al Eje de Trabajo se brinda un panorama general que indica las principales características de cada uno de los géneros, por lo tanto no se presenta una revisión exhaustiva de los intelectuales que escribieron en este periodo, sino unos cuantos ejemplos que tienen por objeto sensibilizar al alumno a otra forma de constitución de los saberes distinta a la contemporánea.

El elemento distintivo que abre ese periodo fue la consolidación de los grandes bloques políticos: el partido liberal y el partido conservador, a consecuencia de la derrota mexicana en la guerra de 1847. Debe destacarse que no se trataba de partidos políticos en un sentido moderno –disciplinado con programas políticos y organizados por estatutos- sino de corrientes de opinión fragmentadas en un sinnúmero de facciones, pero que al enfrentarse fueron diferenciándose cada vez más. No obstante, cabe señalar que los escasos estudios sobre el pensamiento y conservador obliga a centrarse en los principales intelectuales liberales y únicamente se han revisado los más destacados historiadores que escribieron para explicarse la derrota del segundo imperio.

En esta introducción se muestra la importancia que los intelectuales dieron a la novela histórica como una forma de recuperar el pasado y consolidar su proyecto político, y se ejemplifica fundamentalmente con la producción de Riva Palacio. Se enfatiza en los tenues linderos entre la novela y la historia. Muy brevemente se presenta México a través de los siglos como una obra 66 Nicole Giron “Ignacio Altamirano” en En busca de un discurso…, op. cit. P. 257.

Objetivos:

a) Conocer un panorama general de los distintos registros de la memoria en el periodo señalado.

b) Identificar la función del romanticismo en la escritura del pasado histórico. c) Analizar el uso del conocimiento histórico para la legitimación de un orden liberal. d) Profundizar en las formas de la constitución de los saberes en el siglo XIX.

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que articula la visión romántica de la historia con el nacionalismo, en plena consolidación de la doctrina liberal, y es también un ejemplo de la convivencia de dos horizontes de enunciación: el liberal romántico y el positivista. Por último se ofrecen los principales rasgos de las historias escritas por monarquistas.

La prensa en el periodo que nos ocupa continuó siendo el espacio privilegiado de discusión y polémica de los problemas nacionales, de denuncia al gobierno y de acción pedagógica. Es el espacio en el que se desarrolló la polémica entre los grupos políticos, el espacio de la caricatura, de las cátedras sobre nociones constitucionales y ahí se publicaban la novela por entregas, el cuadro de costumbres y el cuento. Cada uno de estos géneros imponía sus formatos y reglas de escritura, y en su conjunto conformaron el horizonte de enunciación de los autores, y el horizonte de expectativas del público.

Para los liberales el principal cometido de la prensa continuaba siendo la formación ciudadana.

Para Altamirano

la enseñanza de los principios que forman el credo republicano, debe ser el objeto principal del publicista hoy, el quiere ver en México un pueblo tan ilustrado como en los Estados Unidos, en el que no pueda ejercerse mañana tan fácilmente la influencia del soborno o de la presión de los ambiciosos políticos, y esta enseñanza debe comenzar a difundirse desde la escuela primaria, por medio de pequeños libros, en que é? desleída la doctrina suavemente, como le estaba el dogma en los antiguos catecismos cristianos, hasta el folleto y el periódico en que se educa diariamente a los hombres ya formados, tocando las cuestiones de actualidad y haciéndola aplicación práctica de los principios aprendidos en la niñez.67

Pero no había libros de texto y sólo la prensa empezaba a desarrollar esta función.

Zarco desde El Siglo XIX trata las cuestiones a medida que se van ofreciendo; ni ha podido hacerlo de otro modo, atendido el carácter de su publicación.

Faltan, pues, semejantes lecturas. En lo general, el estilo árido de la política cansaba al pueblo. Con una función didáctica y bajo el formato de una revista científico literaria se fundó El Semanario ilustrado (1868) en el que participaban Ignacio Altamirano, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Alfredo Chavero y Gumersindo Mendoza, “notabilísimo por sus estudios en la ciencias naturales”, entre otros.

Entre los artículos publicados cabe destacar la serie que escribió Ramírez criticando una vieja tradición. Altamirano reseña que “en casi todos los historiadores del tiempo de la conquista se ve estampada la opinión de que un apóstol de Cristo, que convienen en que fue Santo Tomás, vino a

67 Ignacio M. Altamirano, “Revistas literarias” en La Literatura nacional, op. cit., p. 99.

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la América y predicó el Evangelio, y aun afirman que fue deificado por esas naciones”68, versión que utilizó fray Servando Teresa de Mier como argumento independentista.

Ramírez fincado en “la escuela crítica a que pertenece, que es la moderna, la del buen sentido, la que inició Lessing en la pensadora Alemania, y a la que se debe darse preferencia para los estudios de esta naturaleza”, destruye

la creencia de los cándidos escritores de la conquista, sobre que el apóstol Santo Tomás viajó por estos mundos; creencia a que pudieron dar lugar las ideas de aquella época y una singular y candorosa disposición a dar por ciertas todas las suposiciones que tendían a favorecer el cristianismo.

Altamirano explica que el Nigromante estudiaba las tradiciones históricas mexicanas y su idioma, “y marchando de lo conocido a lo desconocido, guiado por la antorcha de la crítica, juzga esta cuestión”. Más aún afirma que

esta es la manera con que hoy se trata la historia y la tradición; todo lo demás no es otra cosa que hacer una recopilación indigesta de relatos y opiniones, que dejan en la misma oscuridad los puntos más importantes, y que se van repitiendo servilmente. Hoy en Europa los antiguos libros clásicos son materia de un maduro examen, y se descartan de ellos todos los hechos que se juzgan falsos y que pasaban en el mundo por dogmas históricos”.

Los avances en el conocimiento y la libertad de pensamiento y de imprenta había permitido que, según el crítico tixtleco, “las más acreditadas opiniones se sujeten al libre examen; de modo que en el trono de la nueva época sólo podrán sentarse de hoy en más, la historia filosófica”.69

Es en el periodo que nos ocupa cuando en México la novela histórica adquirió una difusión masiva. Comenzó a publicarse en episodios que se imprimían en la parte inferior de las páginas de los periódicos (que luego podían recortarse y encuadernarse). Los editores mexicanos introdujeron esta práctica iniciada por La Presse de París en 1836 con el objeto de aumentar la circulación y disminuir los precios, tuvo tal éxito que pronto todos los periódicos publicaban novelas por entregas, e incluso el Diario Oficial en 1846 imprimió como folletín El Padre Goriot de Balzac.70 Las novelas por entregas también se publicaron por fascículos que se distribuían semanalmente a los suscriptores. Este fue el esquema bajo el que se dieron a luz las novelas de Riva Palacio y México a través de los siglos. No obstante, como las entregas se editaban periódicamente se usaba la técnica del folletín71, que imprimió en las novelas románticas una

68 Idem, p. 91. 69 Idem, pp. 97-98. 70 José Ortiz Monasterio, Historia y ficción. Los dramas y novelas de Vicente Riva Palacio, México, Instituto Mora-Universidad Iberoamericana, 1993, p. 181. 71 Idem, p. 183.

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serie de características propias: el suspenso, que se lograba con una complicada intriga y una gran intensidad melodramática y con ello se aseguraba la venta de la siguiente entrega.

Esta novela popular se escribía con recursos formales reconocibles en la estructura de la obra (suspenso, golpes de efecto, kitsch, etc.), sin que la continua repetición de tales recursos les hiciera perder su efecto; por el contrario, era precisamente el carácter reiterativo de este tipo de novelas lo que las hacía tan atractivas para el público consumidor, derivándose de ahí su enorme capacidad de transmitir mensajes en forma penetrante.72

La novela y en particular la histórica alcanzó un auge sin precedente73, como una de las formas privilegiadas de recuperar el pasado.

El intelectual que mejor logró precisar sus características y articular en un programa las preocupaciones que se habían manifestado entre los literatos en las primeras cuatro décadas del México contemporáneo fue Ignacio M. Altamirano. Este proyecto cultural se plasmó en sus innumerables ensayos, prólogos y prefacios, pero de manera particular en sus Revistas Literarias publicadas entre 1868 y 1883).

En 1868 Altamirano explicaba su inclinación por “lograr en el espíritu popular la afirmación de una conciencia y un orgullo nacionales” a través de la literatura, la educación y el cultivo a las lenguas indígenas.74 Para que las letras se convirtieran en un elemento de integración nacional era necesario que los temas, ambientes y “temperamento” fuesen mexicanos. En palabras de este intelectual “la poesía y la novela mexicanas deben ser vírgenes, vigorosas, originales, como lo son nuestro suelo, nuestras montañas, nuestra vegetación”.75 Ello no implicaba que favoreciera una cultura xenofóbica o insular, por el contrario, insistió en que se debían conocer profundamente todas las escuelas literarias, “creemos que estos estudios son indispensable; pero deseamos que se cree una literatura absolutamente nuestra, como todos los pueblos tienen, los cuales también estudian los monumentos de los otros, pero no fundan su orgullo en imitarlos servilmente”.76

Ignacio Altamirano, que fue el principal crítico literario y promotor de la novela, indicó que este género era “el más cultivado en el siglo XIX”, su importancia radicaba en su sentido didáctico ya que era “el artificio con que los hombres pensadores de nuestra época han logrado hacer descender a las masas doctrinas y opiniones que de otro modo habría sido difícil hacer que

72 Teresa Solórzano Ponce, “La historia como material compositivo de las novelas” en Secuencia, nueva época, No. 35, mayo-agosto, 1996, p. 26. 73 Entre las primeras novelas históricas escritas por mexicanos cabe mencionar Netzula (1832) de José María Lafragua; El Misterioso (1836) de Mariano Meléndez y Muñoz; El Inquisidor (1837) de José Joaquín Pesado; La hija del Judío (1848-1849) de Justo Sierra O’Riley; Historia de Welinna (1862) de Crecencio y Ancona; y dos novelas de Eligio Ancona: La cruz y la espada y El filibustero (1866). Ortiz Monasterior, Historia y ficción, op. cit., p. 181. 74 José Luis Martínez, “Prólogo” a Ignacio M. Altamirano, La literatura nacional, op. cit., p. XII. 75 Altamirano, Revistas, op. cit., p. 14. 76 Idem, p. 15.

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acepten”77. Este crítico proponía una lectura que superara la anécdota e incluso su valor estético para buscar en “el fondo de ella el hecho histórico, el estudio moral, la doctrina política, el estudio social, la predicación de un partido o de una secta religiosa; en fin, una intención profundamente filosófica y trascendental”.78

Sin duda, esta propuesta de lectura es de gran valor para el análisis historiográfico. Tradicionalmente la novela y en general todas las obras literarias se han considerado como fuentes para la historia, de las que entresacan “hechos históricos” verosímiles, elementos para “reconstruir la vida cotidiana”, etc. La crítica literaria tradicional por su parte ha buscado reconstruir en detalle la participación política y militar de los autores para explicar pasajes específicos de las obras literarias79

Para la Historiografía Crítica las novelas son un testimonio y parte constitutiva del discurso y del horizonte de una época. Son objeto de estudio para la historiografía los géneros en los que se registra el pasado, el argumento y la trama, el trazo de los personajes, los valores sociales y religiosos que transmiten y aquellos que querían transmitir, el conocimiento del presente y del pasado, los discursos y metadiscursos con los que escribieron, pero fundamentalmente deben leerse como “publicistas”, pues ésta era su intencionalidad explícita, tal y como señala Altamirano.

Altamirano veía en la novela un instrumento que servía para educar a las masas y poco a poco borrar las diferencias sociales con el viejo afán liberal de construir una sociedad de iguales.

Para el clítico tixtleco. La novela es el libro de las masas.

Los demás estudios, desnudos del atavío de la imaginación, y mejores por eso, sin disputa, están reservados a un círculo más inteligente y más dichoso, porque no tiene necesidad de fábulas y de poesía para sacar de ellos el provecho que desea. Quizás la novela está llamada a abrir el camino a las clases pobres para que lleguen a la altura de este círculo privilegiado y se confundan con él. Quizás la novela no es más que la iniciación de pueblo en los misterios de la civilización moderna, y la instrucción gradual que se le da para el sacerdocio del porvenir.

Altamirano era contundente al afirmar la importancia que le concedía a la novela como género popular y por tanto medio de difusión.

el hecho es que entretanto llega el día de la igualdad universal y mientras haya un círculo reducido de inteligencias superiores a las masas, la novela, como la canción popular,

77 Idem, p. 17. 78 Idem y Solórzano Ponce, op. cit., p. 27. 79 Véase por ejemplo el artículo de la propia Nicole Giron “Ignacio Manuel Altamirano y Vicente Riva Palacio: una amistad con fondo de parentesco tlixtleco” en Secuencia, nueva época, No. 35, mayo-agosto-1996.

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como el periodismo, como la tribuna, será un vínculo de unión con ellas, y tal vez el más fuerte.80

La novela debía desempeñar una función didáctica particularmente en favor del “bello Sexo, que es el que más lee y al que debe dirigirse con especialidad, porque es su género”81, función que no debe subestimarse porque eran las mujeres las que los liberales consideraban que eran las responsables de formar los valores y lealtades de sus hijos en el hogar.

Para el lector la novela de folletín podía tener una función recreativa, pero para los autores servía para difundir los principios liberales y republicanos, “principios que fundamentarían el orden, el progreso y el bienestar general”.82

Si los liberales mexicanos eligieron la novela histórica y el romanticismo como medios para difundir su ideario no fue fortuito, era su sentido inminente lo que les permitía explicar el presente con base a sus orígenes. Enrique Anderson Imbert propone que la novela histórica era una nueva manera de comprender el pasado:

En todas las épocas se noveló el pasado pero fue especialmente en el periodo romántico cuando las novelas históricas aparecieron en constelación con una implícita filosofía de la vida. Los racionalistas habían desatendido las raíces históricas de la existencia humana. Cuando ofrecían asuntos lejanos apuntaban a lo inmutable; y la móvil relatividad y volatilidad del hombre se les escapan. La filosofía romántica, en cambio, insistió en que vivimos en el tiempo y, por tanto, el sentido de nuestras acciones está condicionado por las particularidades del proceso cultural. El novelista del siglo XIX –el siglo de la historia- enriqueció, pues, el viejo arte de contar con un nuevo arte de comprender el pasado.83

En el Eje de Trabajo anterior se señaló que el romanticismo que mayor impacto tuvo sobre México fue el “revolucionario” y en particular la novela ”social” o “romántico realista” ésta ayudó a desarrollar una nueva sensibilidad por el sentimiento único e irrepetible del acontecer y su capacidad d marcar la vida diaria de los ciudadanos. Era también una forma de observación de la realidad inmediata y una búsqueda de sus causas y raíces. Altamirano en su célebre Revistas Literarias de México de 1968 atestigua que los autores más leídos en nuestro país eran Walter Scott, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Honorato Balzac y Eugenio Sue. Para Altamirano a Scott, como fundador de la novela histórica, se debía agradecer que diera a “conocer en todo el mundo con sus encantadoras leyendas la historia de su país antes muy ignorada.84

80 Altamirano, Revistas, op. cit., pp. 39-40. 81 Idem, p. 68. 82 Solórzano Ponce, op. cit, p. 25. 83 Enrique Anderson Imbert, “El telar de una novela histórica: Enriquillo de Galván” en Estudios sobre letras hispánicas, México, Editorial Libros de México, 1974 (Colección Biblioteca del Nuevo Mundo, 7) p. 93. 84 Altamirano, Revistas literarias, op. cit., p. 31.

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De Hugo señaló que Los miserables era “la más grande novela social de nuestro siglo” y aseguró que sería leída “mientras haya quienes sufran sobre la tierra”.85 Dumas era el escritor que había “vulgarizado gran parte de la historia de Francia”. A sus novelas más conocidas: Los tres mosqueteros, Veinte años después y la máscara de Hierro, se agregaba San Felice que el propio Dumas presentaba como “un monumento a la gloria del patriotismo napolitano”, pues relata la revolución de este pueblo contra los borbones y la proclamación de la república partenópea a fines del siglo pasado.86 Junto con Hugo, consideraba Altamirano, era el mejor representante de una “historia filosófica” o del romanticismo revolucionario.

Cada una de las obras de Balzac –según el liberal mexicano- “es un estudio de la sociedad moderna con sus dolores y sus esperanzas, con sus vicios y sus virtudes”.87

El carácter de difusión doctrinaria de la novela mexicana social filosófica se ilustra con Monedero (1862) de Nicolás Pizarro Suárez. Otra vez es el crítico Altamirano quien explica que ésta “no solo es un estudio de las costumbres, de las necesidades y de los vicios de la sociedad, sino un proyecto de reforma, un monumento filosófico elevado al amor del pueblo y propuesto a la consideración de los hombres pensadores para mejorar la educación y la suerte de las clases desgraciadas”. El fondo del asunto, según explica Altamirano, “es el socialismo en su explicación práctica en nuestro país, es la teoría del falansterio, no enseñada especialmente por Víctor Considerant, sino desleída con habilidad en una hermosa historia de amor para convencer y tentar.88

La novela en general, pero en particular la novela filosófica e histórica, planteaban cómo distinguir los límites de la ficción y del diagnóstico social “científico”, cómo diferenciar el acontecimiento del trazo literario. En otras palabras, cuáles serían los criterios de verdad.

La argumentación de Ignacio Altamirano resulta “muy contemporánea”, e incluso podría calificarse como próxima a los debates de la segunda mitad del siglo XX, puesto que no identificó la verdad con la objetividad y la prueba documental, sino que enraizado en la tradición clásica y específicamente en las propuestas de Tácito, Altamirano proponía que el criterio de verdad se define por la imparcialidad e intencionalidad del escritor. Nuevamente citémoslo en extenso:

La historia de ese gran libro de la experiencia del mundo está de hoy en más, abierto ante todos los ojos, y su conocimiento no será el privilegio de un grupo de hombres favorecidos por la suerte, pues engalanada con los atavíos de la leyenda, se la hace aprender al pueblo, que saca de ella provechosas lecciones. Algunos opinan que esta manera de escribir la historia la desnaturaliza, y corrompe las fuentes de la verdad. Nosotros respondemos que no hay forma histórica que no ofrezca ese peligro cuando el

85 Idem, p. 34. 86 Idem, p. 32. 87 Idem, p. 34. 88 Idem, p. 54.

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escritor carece de criterio, o cuando el interés de un partido se apodera de tal recurso para hacer triunfar sus ideas. Dad el buril histórico a un adulador de los Césares, y tendréis un panegírico vergonzoso; dadlo a Tácito y tendréis a la verdad majestuosa denunciando las infamias de la tiranía. Leed las páginas de Solís sobre la conquista de México, y veréis fábulas ridículas como las que puso Herodoto en su libro, desnaturalizando hechos verdaderos; pero estudiad a Prescott, que ha sabido con sana crítica descartar lo verdadero de lo falso, y tendréis la buena historia. Así pues, la novela no es la que trae en si este inconveniente, sino la intención o la capacidad del escritor; y aquella novela histórica será más estimable, que presente los hechos con mayor imparcialidad: además de que para combatir los errores se ofrece el mismo medio a los autores que deseen defender la verdad contra la impostura.89

Es frecuente que se afirme que la novela histórica desde Walter Scott se leía a partir de una pacto implícito establecido con el lector, éste sabía que la ambientación era verídica mientras que el argumento (las acciones y diálogos de los personajes) eran ficticios.90

El uso que Riva Palacio, por ejemplo, hace del conocimiento histórico y en especial de las fuentes documentales es mucho más complejo. En la novela Monja y casada, virgen y mártir de Riva Palacio se muestra que sus personajes están sacados de los expedientes del archivo de la inquisición, transcribe documentos enteros del mismo archivo y para incrementar la verosimilitud de su relato interrumpe la narración para señalar que lo que él narra no es materia de novelas. Por si fuese poco pasajes enteros de esta novela, años después su autor los utilizaría en México a través de los siglos.91

Vicente Riva Palacio es quizá el más estudiado de los novelistas mexicanos de este periodo, lo que permite ejemplificar en detalle la manera en que utilizó el conocimiento del pasado histórico como arma liberal.

El triunfo de la República sobe el Segundo Imperio implicó la construcción de un orden civil laico. Riva Palacio con sus novelas buscó convencer a “las masas” sobre la bondad y justicia de la Reforma e inducirla al rechazo de cualquier forma de intolerancia. En Monja y casada, virgen y mártir, el autor presenta el enfrentamiento entre el poder eclesiástico y poder civil.

En esta novela se narra la manera en que por primera vez en la Nueva España la Iglesia para consolidar su poder y riqueza se opuso a la autoridad virreinal. El marqués de Gelves defendió su autoridad frente a la poderosa institución, pero en respuesta el arzobispo Juan Pérez de la Serna incitó un tumulto en 1624 contra el poder civil por lo que el virrey tuvo que asilarse en el convento de San Francisco. Aunque el Rey dio la razón al marqués de Gelves, éste no volvió a tomar el poder, mientras que el Arzobispo perdió el favor del monarca y fue depuesto. Con esta

89 Idem, p. 30. 90 Cfr. Hayden White, “El acontecimiento modernista”, artículo que estudiarás en las UEA de Teoría. 91 Un análisis detallado lo brinda Ortiz Monasterio en Historia y ficción, op. cit.

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trama de trasfondo, el “lector popular podía comparar la querella entre el marqués de Galves y el arzobispo con la querella liberal de 1857”.92

Riva Palacio acude al pasado colonial con el fin de borrar del imaginario popular las simpatías y los lazos que aún guardaba con el Antiguo Régimen. La institución que mejor le sirve a este propósito es el Santo Oficio que invadía tanto el orden civil como el eclesiástico. En la mayor parte de su obra la Inquisición es un actor importante que perseguía a Judíos, judaizantes, protestantes, piratas, magos, hechiceros, astrólogos, alienados, pillos e inocentes que eran denunciados simplemente por venganzas personales. Es una constante la descripción detallada de la prisión, la captura y el interrogatorio que se autentificaba con el tormento físico. Riva Palacio se regodea haciendo una relación de los métodos y procedimientos de tortura y de la muerte de las víctimas en la hoguera en un solemne auto de fe93, contribuyendo así a sembrar la leyenda negra que hoy en día prevalece.

El liberal censuró la Inquisición como muestra de intolerancia religiosa y racial94, simbolizaba el periodo colonial en la que no existían las garantías por las que los liberales habían luchado desde la Corte de Cádiz: el habeas corpus, el reconocimiento de los derechos naturales del hombre y del ciudadano, la equidad de los ciudadanos ante la ley. De manera que en sus novelas las imágenes del medievo no producen la nostalgia embellecedora del pasado, típica del romanticismo europeo, sino el horror.

La historia que se escribe es sin duda doctrinaria, y es una legitimación de la Reforma, pero su sentido programático se gestó al iniciarse la guerra entre liberales y conservadores. El mejor ejemplo es otra vez Vicente Riva Palacio.

En marzo de 1861 el presidente Benito Juárez ordenó al diputado Riva Palacio recoger del Arzobispado el archivo de la Inquisición y poco después el Congreso de la Unión decretó que se publicaran sus “causas célebres”. Pero, la Suprema Corte de Justicia solicitó a la Legislatura que le entregase los archivos del Santo Oficio, argumentando que algunas causas inquisitoriales eran de interés para la hacienda pública.95

El Monitor Republicano publicó un prospecto que anunciaba que se levantaría “el velo a documentos reservados hace tantos años, y extraídos, por decirlo así, del dominio público”. El objetivo era dar a conocer “el execrable pasado” en aras de su destrucción. Sin embargo, un año después de la publicación del “prospecto” comenzó la guerra contra la intervención, los documentos no fueron publicados y el archivo lo conservó Riva Palacio, sería hasta el triunfo de la República que –a juicio de Leticia Algaba- el literato desarrollaría este proyecto en cada una de sus obras.

92 Solórzano Ponce, op. cit., pp. 25-26. 93 Véase por ejemplo el capítulo II del Tomo II de México a través de los siglos y el relato “La Familia Carbajal” en El libro rojo. 94 Solórzano Ponce, op. cit., pp. 36-37. 95 Leticia Algaba, Las herencias del novelista y las máscaras del crítico, México, UAM-A, 1997, p. 13

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Este intelectual en su novela Monja y casada, virgen y mártir recurre a un argumento trillado: la joven que sin vocación religiosa se ve obligada a convertirse en religiosa. La angustia, el dolor y la impotencia de la monja ante la carencia de libertad era un tema típicamente romántico.96 Riva Palacio lo retoma en el personaje de doña Blanca de Mejía, personaje, que sintetiza la fusión entre romanticismo y liberalismo, ambos en su lucha por hacer de la iniciativa individual y la capacidad de elección del ciudadano, la base del orden social.

No debe perderse de vista que Riva Palacio perteneció a la generación que luchó por las Leyes de Reforma que suprimieron en la República Mexicana los votos monásticos perpetuos porque significaban la pérdida irrevocable de la libertad, cualidad que, según los liberales, el hombre simplemente no podía renunciar, de ahí que el literato apoyara a Sebastián Lerdo de Tejada en la exclaustración de monjas y frailes.

Pero la formación de un nuevo ciudadano a través de sus novelas no implicaba la ruptura de los valores sociales tradicionales cristianos, por el contrario buscó perpetuarlos como base del orden social. Por ejemplo, Matilde, personaje de Calvario y Tabor, es una joven honrada, casada, madre de dos niños, seducida bajo amenaza y que por ello mismo no puede recuperar su lugar de esposa y madre en la sociedad.97

Leticia Algaba estudió la polémica entre Riva Palacio y el presbítero Mariano Dávila suscitada en torno a Monja y casada… El presbítero escribía “¿Cuándo la historia ha dejado de ser alterada por la acalorada imaginación de los poetas y romanceros o completamente desmentida por la encarnizada pasión del espíritu del partido?”98

Estas palabras sintetizan una posición que al anteponer la llamada verdad a la ficción literaria mostraban las profundas diferencias que mediaban entre los intelectuales del liberalismo triunfante y los del más acendrado catolicismo conservador. En la novela tiene como trasfondo el Tumulto de 1624. El Presbítero, consideraba que Riva Palacio erró en la perspectiva que todo narrador debe cuidar, pues usa recursos que da “rasgos increíbles y grandiosos” al tumulto.

Para el Presbítero, la gente estaba acostumbrada, como cualquier pueblo, a tales turbulencias. Algaba indica que “La inferencia, ya se ve, opera como un ejemplo del quehacer del historiador, precisamente centrado en el concepto de verosimilitud. Aunque no se usa este término, se infiere del recurso de trasladarse con la imaginación al teatro de los sucesos y a la época en que acontecieron, movimiento que ya la retórica clásica atribuía al historiador para dar la verdad

96 El tema de la joven que sin vocación religiosa es obligada a convertirse en monja ya había sido explorado por Justo Sierra padre en La hija del judío y por Manuel Payno en El fistol del diablo. 97 Teresa Solórzano Ponce brinda un análisis de los personajes femeninos y de la figura masculina en las novelas de Riva Palacio que apunta la manera en que refuerza los valores tradicionales. “El espacio en las oposiciones abierto-cerrado, adentro-afuera, otorga a la mujer los espacios cerrados: habitación, casa, iglesia, convento; mientras que al hombre le pertenecen los espacios abiertos: atrios, plazas, calles, campos. Del espacio cerrado se deriva la situación social de la mujer. Las oportunidades que le ofrece la vida no puede ser otras más que el hogar paterno, el matrimonio o el convento; cualquier otra perspectiva la colocaría fuera de la sociedad. Solórzano Ponce, op. cit. 98 Algaba, Las herencias …, op. cit., p. 34.

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posible, probable o creíble, elementos de lo verosímil, concepto que emparienta al historiador con el poeta. Dávila acepta tal parentesco pero rechaza la exageración, lo inverosímil. Del falseamiento de la verdad histórica, señala, se forma en la novela un suceso espantoso”.

El hincapié que Dávila hace en esclarecer la verdad histórica pretende subrayar un problema ético: Riva Palacio promete referirse a la historia de los tiempos de la Inquisición mas no se apega a la verdad. Las finas precisiones de Dávila exhiben los errores de Riba Palacio a través de un enfrentamiento de fuentes historiográficas que delatan el largo y substancioso camino de dos formas de abordar el pasado colonial. “Dos anclas con las que los historiadores del siglo XIX pretendían sustentar el proyecto del país apenas independizado de España”.99

Arrogándose el derecho de defender un pasado que Riva Palacio aborda desde una perspectiva alejada del “teatro de los acontecimientos”, Dávila lo acusa de no comprender el orden social colonial. La conquista había sido una acción que la Providencia divina tenía reservada a España. En los designios de aquélla la Iglesia resulta crucial por cuanto la siembra de la fe católica.100

Este breve panorama “literario”, ejemplificado con Riva Palacio, no estaría completo si no se señalara que otra forma de recuperar el pasado colonial fue a través de las “leyendas” y “tradiciones”, forma exclusiva y definitoria del costumbrismo latinoamericano. La mayor parte de los críticos literarios coinciden en que “el costumbrismo es un movimiento que guarda una especial relación con el romanticismo, se caracterizó por exhibir las manifestaciones culturales populares como una forma de observación y análisis de la realidad, y por tanto como otra forma de búsqueda de definición de la nación mexicana.

El mejor representante y quien consagró “las tradiciones” como género fue Ricardo Palma con sus Tradiciones Peruanas (1872-1913), que los críticos literarios califican como “mezcla de costumbrismo y ficción histórica”101 En México José María Roa Bárcena había publicado en 1862 Leyendas Mexicanas y cuentos y baladas del norte de Europa que, según Altamirano eran “tradiciones de nuestra historia e imitaciones del alemán”.102 El propio Altamirano escribió Paisajes y leyendas, tradiciones y costumbres de México (1884), y Riva Palacio con Juan de Dios Peza publicaron Tradiciones y leyendas mexicanas (1885), volumen que contiene dieciséis textos, todos en verso de diversa métrica.103 “En los textos dedicados a las calles de la ciudad de México, sobresalen los ingredientes legendarios, esto es, los hechos sobrenaturales, pero también los sucesos infractores de la moral, como lo son los amoríos o los amores desventurados, elementos que, por otra parte, contribuyen al trazo de personajes románticos. No dejan los autores de indicar, de vez en cuando, las fuentes históricas, en ese guiño usual del novelista histórico que advierte al lector sobre la veracidad de su relato”. No obstante, la conservación de las leyendas 99 Idem, pp. 39 y 43. 100 Idem, pp. 44 y 45. 101 Lee Fontanella, “El costumbrismo en la literatura española e hispanoamericana” en Historia de la literatura. Volumen quinto. La edad burguesa, 1830-1914, Madrid. Ediciones Akal, 1993, p. 342. 102 Altamirano, “Introducción a El Renacimiento” en La literatura nacional, op. cit., p. 216. 103 Leticia Algaba en “Una amistad epistolar: Ricardo Palma y Vicente Riva Palacio” en Secuencia, México, Instituto Mora, No. 30, septiembre-diciembre, 1994, p. 182.

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registrándolas y no sólo manteniéndolas vivas a través de la tradición oral, fue una práctica frecuentemente en el periodo virreinal.

Las similitudes temáticas e incluso estructurales en las leyendas de los dos más grandes importantes virreinatos americanos son señalados por Ricardo Palma. “Nuestro Zelenque es el de don Juan Manuel de ustedes. La mujer herrada es leyenda también de mi tierra. “La cita en la catedral” (precisamente versificada) nos es familiar. El barquichuelo de “La mulata de Córdoba” es el mismo en que se embarcó nuestra Inés la voladora para burlarse de un inquisidor”.104

Antes de iniciar la revisión de las principales historias que se escribieron en este periodo y sus principales características cabe destacar El libro rojo por tratarse de una obra en la que se manifiesta cabalmente la hibridación de la novela e historia como géneros, o si se quiere de sus fronteras móviles.

Escrito por Vicente Riva Palacio, Manuel Payno y Rafael Martínez de la Torre, tiene un título de suyo significativo: El libro rojo, Hogueras, horcas, patíbulos, martirios, suicidios y sucesos lúgubres extraños acaecidos en México durante sus guerras civiles y extranjeras. Es una colección de “cuadros históricos” que leídos en conjunto presenta la “evolución de México”. Inicia con los relatos “Moctezuma II”, “Xicontécatl” y “Cuauhtémoc”. Revisa a los “tiranos después de la conquista”: Gonzalo de Salazar, Perlaminoles Chirino y el visitador Muñoz. El libro rojo trata la conjura de Martín Cortés como el primer intento criollo de independizar a la Nueva España.

Riva Palacio escribió varios relatos con los temas que serían una constante en su producción. En “Los treinta y tres negros” narra la masacre de un grupo de esclavos que habían luchado pacíficamente por la libertad y dignidad; y en “La Familia Carbajal” relata como ésta fue torturada y quemada por el Santo Oficio debido a su fe judaica.

En “La familia Dongo” escrita por Payno el sentido doctrinario es quizá menos explícito, pues da cuenta del “asesinato más espeluznante de que se tuvo memoria en la colonia”, pero Payno con una breve aclaración afirma su liberalismo igualitario ya que indica que no fue cometido por hombres de condición humilde, sino por “tres españoles, de una condición y clase no común”.

La segunda mitad del libro se dedica al siglo XIX y en particular a los personajes independentistas (“Hidalgo”, “Allende”, “El padre Matamoros”, “Morelos”, “Iturbide”, “Mina”, y “Guerrero”), y a los de la Reforma (en los que destaca la muerte de Leandro Valle y de Santos Degollado).

Con “Los Mártires de Tacubaya” se destaca la superioridad moral de los liberales pues narra como fueron fusilados civiles, heridos y médicos por las fuerzas conservadoras.

104 Carta del 14 de mayo de 1886 de Vicente Riva Palacio a Ricardo Palma” citado por Algaba en “Una amistad epistolar…”, op., cit., pp. 182-183.

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El libro cierra con el “martirio” de Maximiliano, escrito por Rafael Martínez de la Torre quien junto con Mariano Riva Palacio, padre de Vicente, fueron los abogados defensores en el juicio militar que se le abrió en Querétaro.

El historiar el proceso es parte de un esfuerzo de conciliación política y así lo señala Martínez de la Torre:

La historia con el inexorable poder de su criterio, es la única que al través de los años que calman las pasiones, mide bien los acontecimientos públicos. Ojalá y ella, al juzgar esta generación de que formamos parte puede decir: El velo que la nación arrojó con el decreto de amnistía en 1870 sobre el periodo de la Intervención y los de la guerra civiles en la República pueda levantarse sin temor para el examen filosófico de sus causas; porque estén asegurados los votos de Maximiliano al morir; los de Juárez como vencedor y juez, son ya una verdad: la paz, la libertad y la independencia de México.105

El carácter hibrido de El libro rojo se muestra cabalmente en el uso de las fuentes históricas, algunos estudios se brindan transcripciones textuales de procesos abiertos por el Santo Oficio, como el seguido a la familia Carbajal, escrito por Riva Palacio, mientras que en otros como el relato “Morelos” de Manuel Payno, la imagen literaria se sobrepone a las pruebas documentales. José Ortiz Monasterio observa que “habiendo sido fusilado el héroe a orillas del lago de San Cristóbal, una súbita alteración provoca que se levanten las olas del lago que vienen a lavar la sangre del prócer, señalando así su carácter providencial. Casi sobra decir que en los documentos relativos a la muerte de Morelos no se halla ningún informe de aguas que se encrespen ni nada semejante.106 Cabe señalar que al tratarse Payno de un liberal cristiano es posible que quisiera indicar “su carácter providencial”, pero a mi juicio se trata de la falacia romántica en la que la naturaleza se trasmuta haciendo eco, e incluso sirviendo de coro, a las desdichas del personaje.

En todos los relatos los autores pretendieron –según afirma Payno en “Alonso Avila”- “animar a los personajes y ponerlos de bulto ante el lector, pero conservando en todo la verdad histórica”.

En este “ponerlos de bulto” se advierte la escritura de una historia romántica siguiendo los elementos que indicara Luis de la Rosa en su conferencia en el Ateneo. Es la recuperación del personaje, es éste en su individualidad a quien se rescata y a través de sus actos se busca despertar los sentimientos del lector para conmoverlo, para resaltar el antiguo valor cristiano del martirio, no por la fe religiosa sino por su lealtad la causa política y a la nación, así se trata de una historia heroica novelada.107

105 Rafael Martínez de la Torre, “Maximiliano” en Manuel Payno y Vicente Riva Palacio, El Libro Rojo, Prólogo de Carlos Montemayor, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1989, p. 471. 106 José Ortiz Monasterior, “Estudio preliminar” en Vicente Riva Palacio, Ensayos históricos, CONACULTA-UNAM-Instituto Mexiquense de Cultura-Instituto Mora, 1997, p. 13. 107 Para mayores detalles sobre la construcción del caudillo y del gobernante como héroe romántico véase Carlyle Thomas Carlyle, “Sexta Conferencia” en Thomas Carlyle y R. W. Emerson, De los héroes. Hombres representativos, Estudio preliminar de Jorge Luis Borges, México, CONACULTA-Océano, 1999.

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La imparcialidad como criterio de verdad se dificulta a los autores al historiar los personajes contemporáneos, pero la dificultad se salva al reconocerse. Payno al escribir sobre Comonfort afirma “No es una biografía la que vamos a escribir, sino el recuerdo familiar de alguno de los rasgos más marcados de un personaje que, de todas maneras, tendrá que figurar en nuestra historia contemporánea”.108

Es así como en el Libro rojo se conjunta una historia doctrinaria, una historia heroica y la historia testimonial.

En el periodo que nos ocupa debe indicarse –aunque sea escuetamente que- la recuperación de pasado inmediato se llevó a cabo principalmente por medio de la novela y la historia testimonial. Sin embargo, pocas fueron las novelas que se escribieron para recuperar el pasado inmediato. Juan A. Mateos publicó El cerro de las campanas (1868) y Riva Palacio Calvario y Tabor (1868).

La historia testimonial se puede inferir que atendiendo a las consideraciones de Altamirano se dirigía a un público reducido, al círculo de las inteligencias educadas, a las élites políticas. Son opúsculos autobiográficos que tienen por objeto justificar la acción política de los actores como parte del funcionariado.

El primer texto del periodo reconocido como la “Reforma” se publicó en 1855, cuando Melchor Ocampo dio a la imprenta su opúsculo “Mis días como ministro”. En 1858 Anselmo de la Portilla y en 1860 Manuel Payno imprimen sus defensas sobre su participación en el golpe de Estado de Ignacio Comonfort. Sirva de ejemplo una breve cita del texto de Payno en la que indica cuál es el objeto de su publicación.

El autor de El fistol del diablo busca “contestar con la narración verdadera de los hechos, a tantas especies como se han escrito en mi contra, atacándome, no sólo con relación a la política, sino de cuantos modos puede herir los sentimientos más delicados de un hombre”.109

En una fecha tan tardía como 1885 se publicó el texto de José María Iglesias La cuestión presidencial de 1876 en el que explicó las razones por las cuales encabezó la rebelión decembrista para impedir que Sebastián Lerdo de Tejada se reeligiera por segunda ocasión.

108 Payno, “Comonfort” en El libro rojo, op. cit., p. 410. Riva Palacio en “Arteaga y Salazar” narra la muerte de este personaje en 1865. El relato inicia afirmando “Quisiera no tener la necesidad de escribir este artículo; los recuerdos que tengo que evocar, pues que a pesar de los años que han transcurrido desde que acaeció el sangriento drama que voy a referir hasta hoy siento aún aquella penosa angustia lo que voy a contar no está apoyada en documentos oficiales, ni en citas históricas, ni en comentario de sabios; es lo que yo mismo presencié, lo que llegó a mi noticia por las sencillas relaciones de los jefes, de los oficiales que militaban a mis órdenes, y que fueron hechos prisioneros en unión de Arteaga y Salazar. “Arteaga y Salazar” en El libro rojo, op. cit., p. 438. 109 Manuel Payno, Memoria sobre la Revolución de diciembre de 1857 a enero de 1858, México, INEHRM, 1987, p. 22.

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Vicente Riva Palacio e Irineo Paz en su Historia de la Administración de don Sebastián Lerdo de Tejada110 Justificaron la rebelión de Tuxtepec.

Las historias y novelas escritas por los liberales eran textos que como se ha mostrado tenían una intencionalidad explícita: recuperar el pasado para crear una identidad nacional.

Nicole Giron al analizar la obra de Ignacio Altamirano propone un elemento adicional, que sin duda puede aplicarse a toda la historiografía decimonónica:

al acto de hacer historia se asocia cierta voluntad de trascendencia, el propósito de desafiar, tanto como sea posible, lo perecedero de las cosas humanas, abolir el olvido. Este fin exige una rigurosa selección de los hechos que se van a trasmitir y la manifestación evidente de su valor ejemplar.111

El valor ejemplar es de vital importancia puesto que se vincula con su sentido axiológico. Es con el ejemplo con el que se educa a la ciudadanía, es el ejemplo que se espera que los jóvenes emulen y con ello afirmar su lealtad al estudio liberal.

Una vez consolidado el triunfo político-militar del llamado “Partido Liberal” se expresa un nuevo elemento en la narración histórica escrita por los vencedores, la plena identificación de su lucha con la legalidad, el constitucionalismo y el nacionalismo. José María Vigil y Juan B. Hijar y Haro en la Historia del Ejército de Occidente (1847) presentan la guerra contra la Intervención y el Segundo Imperio es como una segunda independencia que condujo a la consolidación del Estado-nación y a un proceso de modernización que elevó al país al nivel de las “naciones civilizadas”. En palabras de los autores la Reforma fue

el combate gigantesco, librado entre el pasado que implica la destrucción de la nacionalidad, y una revolución gloriosa, que empuñando la bandera del porvenir, ha defendido no sólo la existencia de México como pueblo independiente, sino que procuró implantar las fecundas conquistas de la moderna civilización.112

El mismo texto actualiza la antigua función ciceroniana de la historia: maestra de los tiempos y de los pueblos. Primero, porque con su sentido ejemplar da a conocer a los “hombres notables por sus virtudes y por sus vicios, que han ejercido en la sociedad una influencia benéfica o maléfica”, por ende permite a “los pueblos evitar escollos” y “adoptar la conducta más conforme a los intereses generales”. Segundo, la historia desempeña una pedagogía valoral para las nuevas generaciones: “¿Qué estímulo más poderoso puede presentarse a la juventud que el sacrificio voluntario del virtuoso patriota?” –se interrogan los autores.113

110 Publicado íntegro por la Biblioteca Mexicana de la Fundación Miguel Alemán, México, 1992. Un fragmento se reproduce en Vicente Riva Palacio, Ensayos históricos, op. cit. 111 Nicole Giron, “Ignacio Manuel Altamirano”, en En busca de un discurso…op. cit., p. 267. 112 José María Vigil y Juan B. Hijar y Haro, Historia del ejército de Occidente, México, INEHRM, 1989, p. VII. 113 Idem, p. V.

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La mejor síntesis de las tesis históricas que sostuvieron los miembros del “Partido del Progreso” la brinda el discurso cívico del 16 de septiembre de 1871 que pronunció Riva Palacio para conmemorar la Independencia (naturalmente permean sus novelas y se plasmarían también en el Tomo II de México a través de los siglos).

A lo largo de la historia la humanidad se ha dividido en dos grandes partidos, el del progreso y el del retroceso; la historia es pues una marcha ascendente en la que luchan la inteligencia y la ciencia contra el oscurantismo y la superstición. Algunos buscan la felicidad en el porvenir, otros en la conservación de viejas instituciones y tradiciones. Pero la marcha de la humanidad es siempre progresiva, pues tal es la ley eterna, que aun el mismo triunfo de las ideas retrógradas… hace marchar siempre el mundo en su camino de progreso…114

Esta visión maniqUEA del progreso histórico redujo la historia mexicana a una lucha liberal (que se asocia a una lucha por la democracia) en contra de las fuerzas de la opresión política y del clero, de la injusticia social y de la explotación. Charles Hale –afirma acertadamente que- “dentro de las suposiciones particulares de cada era sucesiva, ha sido continuamente reproducidas por historiadores posteriores”.115

Otra tesis del novelista compartida por una buena parte de los historiadores de su generación –y que sin embargo no ha pervivido- señalaba que la conquista española había sido necesaria para preparar el camino del “sagrado principio de soberanía popular”, destruyendo las monarquías indígenas, con lo cual los conquistadores se convirtieron “de terribles enemigos, en poderosos auxiliares de la libertad”. Pero, en el virreinato sólo se conoció el lado odioso de la monarquía: guerra, persecución, esclavitud, monopolio, estanco, impuestos, azotes, picota y autos de fe; jamás tuvieron los virreyes la autoridad, el lustre ni los gestos magnánimos de los reyes europeos. De manera paralela los tumultos de tiempo coloniales mostraron el poder latente del pueblo. Todo esto preparó el camino para la democracia en América, pues el nuevo mundo era “el continente predestinado”, el lugar elegido “para la libertad, la república y la democracia”.

El orador advertía que faltaba consolidar lo que hoy llamamos el orden liberal por ello “aún hay que sufrir, aún hay que llorar, aún hay que defender y que conquistar”.

Lo importante era que “el modo de ser político y social” ya estaba cimentado porque “México es grande porque es republicano, México es libre porque merece serlo, México es la tumba de las tiranías y el asilo de las libertades”.116 En consecuencia el pasado que habría de recuperarse era para mostrar la necesidad del ser republicano y liberal.

El texto liberal más importante escrito por los actores políticos fue México a través de los siglos en el que se fusionan la doctrina liberal sistematizada, el liberalismo como sinónimo de 114 Riva Palacio, “Discurso del 16 de septiembre” en Ensayos históricos, op. cit., pp. 58-72. 115 Hale, El liberalismo mexicano en la época de Mora, op. cit., p. 5. 116 Riva Palacio, “Discurso del 16 de septiembre” en Ensayos históricos, op. cit., pp. 58-72.

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nacionalismo, una escritura romántica una historia concebida maestra de los tiempos, y la legitimación del régimen. Dirigida por Vicente Riva Palacio fue una obra realizada por encargo oficial.

Había un importante antecedente. Desde 1870 Manuel Orozco y Berra, Manuel Larrainzar y Manuel Payno habían planteado la necesidad de elaborar una historia general de México que se basara en fuentes documentales y que incluyera una revisión exhaustiva de testimonios. Pero no la llevaron a cabo.117

La gran síntesis fue escrita bajo condiciones peculiares, no sólo porque Riva Palacio se encontraba encarcelado en la prisión militar de Santiago Tlatelolco cuando escribió el Tomo II118no porque fue escrita de manera colectiva y comercializada y distribuida como una empresa moderna para la época. Financiada por la casa editorial Ballescá como novela de folletín, debía mantener el suspenso hasta la siguiente entrega, lo que determinó su estructura. Para escribirse se contó con lo que hoy día llamamos auxiliares de investigación, otros se dedicaban a localizar y reproducir las ilustraciones que adornan profusamente la obra, otros más revisaban los textos y verificaban la información, sin faltar los amanuenses que copiaban las versiones definitivas enviadas por el editor a la casa de Espasa en España.

La obra consta de cinco tomos que corresponden a Alfredo Chavero (etapa prehispánica y conquista de Tenochtitlan), Vicente Riva Palacio (la dominación española), Julio Zárate (la guerra de Independencia), Juan de Dios Arias (la primera mitad del siglo XIX) y José María Vigil (de la revolución de Ayutla a 1867) Arias murió dejando inacabado su tomo, que continuó el español Enrique de Olavarría y Ferrari.

El primer tomo resulta de especial interés, y en particular su introducción en la que Chavero presenta un recuento del nacimiento de la arqueología mexicana, los esfuerzos para recopilar los códices y descifrar los “jeroglíficos”, la crítica de fuentes distintas a las occidentales y el privilegiar éstas sobre las crónicas españolas las que se convierten en un complemento. Chavero reconoce en especial los esfuerzos de Santiago Ramírez y de Manuel Orozco y Berra para sembrar una nueva aproximación al pasado indígena.

117 Payno escribió Compendio de historia de México que terminaría por convertirse en un libro de texto. Para mayores detalles sobre las ideas de Manuel Larrainzar véase “Algunas ideas sobre la Historia y la manera de escribirla” en Ortega Medina, Polémicas y ensayos, op. cit., pp. 142-255. 118 Manuel González propuso que se escribiera una historia de la guerra de Intervención, para lo cual comisionó Riva Palacio el 8 de febrero de 1881. En su archivo personal hay indicio del tránsito hacia una historia general: se trata de un documentos que refiere todas las intervenciones extranjeras que se pueda imaginar, incluyendo incursiones de piratas y aventuras filibusteras; marcada así toda nuestra historia por las intervenciones extranjeras, era lógico convertir el proyecto en una historia general de México. En diciembre de 1883 Riva Palacio se opuso en la Cámara de Diputados a la nueva moneda de níquel, por lo que fue aprehendido y conducido a la prisión militar de Santiago Tlatelo9lco y desde ahí dirigía la obra pues permaneció encarcelado hasta el 16 de septiembre de 1884. Ortiz Monasterio, “Estudio preliminar”, op. cit., p. 32.

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Riva Palacio en la introducción al volumen que él redactó presenta una visión de la historia mexicana que expresa los mismos rasgos que su discurso de 1871.119

Es importante señalar que esta obra ya no es típicamente romántica, se busca al pueblo como personaje, pero no es el individuo y la explicación intencionalista la que impera, y los héroes comprendidos a lo Carlyle dan paso a una nueva noción. Riva Palacio atemperado por el positivismo spenceriano explique que

Es verdad que los grandes hombres pueden producir importantes modificaciones en la estructura y en la marcha de los pueblos pero es preciso no olvidar, como dice Spencer, que cuando un hombre influye sobre una sociedad, esa sociedad ha influido con anterioridad sobre el hombre, y todos los cambios de que él es autor inmediato tienen sus causas principales en las generaciones de que él desciende. El hombre pertenece a su siglo y el siglo no pertenece al hombre, pero para conocer el siglo se necesita conocer a la sociedad.120

El conjunto de la obra muestra la convivencia en la década de 1880 de distintos horizontes de enunciación. Mientras Riva Palacio adoptó algunos elementos del positivismo spenceriano, José María Vigil se mantuvo hasta su muerte defendiendo la visión romántica-nacionalista de la historia.121 No obstante Vigil comparte con Riva Palacio algunos elementos entre los que cabe destacar la noción de un desenvolvimiento social que se inicia con la conquista española, pues de manera inmediata se mezclaron las facultades del poder civil y las del poder eclesiástico, por lo tanto el núcleo que explicaba el acontecer del país era la búsqueda de la independencia y de la emancipación del poder eclesiástico.122

El segundo elemento que compartieron era la búsqueda de la imparcialidad. Vigil declara como propósito presentar una obra en la que el autor se procuraba colocar “sobre toda mira apasionada, para poder fijar con entera precisión las verdaderas causas de los hechos y su trascendente significación”. Es así como se propone explicar “una revolución mal comprendida por unos y siniestramente interpretada por otros, que no pudiendo hacer retroceder las cosas al estado que guardaban antes de ella, se satisfacen con derramar la hiel del odio, alterando los acontecimientos y envileciendo a sus autores”.123

Pese a este esfuerzo al historiar el pasado reciente es evidente el sentido programático de la obra. Para Vigil al mediar el siglo XIX “llegóse a comprender, por las lecciones repetidas de la 119 El embrión del mexicano se formó en el siglo XVI, pero no era el pueblo conquistado ni el conquistador. “Nueva España no fue la vieja nación conquistada que recobra su libertad después de trescientos años de dominación extranjera: fuente de históricos errores y de extraviadas consideraciones filosóficas ha sido considerada así, cuando un pueblo cuya morfología deben estudiarse en los tres siglos del gobierno español”. Riva Palacio, México a través de los siglos, México, Editorial Cumbre, 1966, Vol. II. 120 Idem., p. XII. 121 Véase el espléndido libro de Charles Hale, La Transformación del liberalismo en México, en el que estudia la polémica entre Vigil y Justo Sierra en torno al positivismo. 122 José María Vigil “Introducción” en México a través de los siglos, T. V. p. IV. 123 Idem.

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experiencia, que existía una suma de intereses radicalmente hostiles a los de la nación”, se trataba del “partido clerical” que instituyó la dictadura de Santa Anna.

“Desde ese momento no era ya posible vacilación alguna; la misma violencia de la reacción tenía que provocar una acción igualmente enérgica (…) quedando perfectamente definido el pensamiento de una revolución iniciada hacía tanto tiempo”.124 En este conflicto Vigil presenta a una “sociedad mexicana, que se vio arrebatada por el genio de la Reforma, pronunciando la última palabra en aquel movimiento preparado por tantos años y por tantos pensadores”.125

En la década de 1880 la historia programática se extendió a la enseñanza de la Historia Patria. Este objetivo no era enteramente nuevo. En la primera república federal se empezaron a publicar cartillas y catecismo políticos para instruir a los niños en sus derechos y deberes civiles en los que se destacaban los acontecimientos más relevantes de la historia de México. Es significativo que en este periodo se suscitara una polémica ante la objetividad que pregonaba el pedagogo suizo Enrique Rébsamen y Guillermo Prieto. El intelectual mexicano sostuvo que el método más apropiado para la enseñanza de la historia era “el liberal”, puesto que la historia tenía un fin político, didáctico y de propaganda.

Un gobierno es hijo de un partido político son su programa político y social; y puesto que cobró sus títulos en determinados principios que constan en sus instituciones como programa y pacto con el pueblo, la propaganda de esos principios es su deber para consolidarse y aspirar al progreso.126

Por medio de la historia se disputaba el control de las conciencias, es una “lucha por imponer los valores morales, sociales y políticos que debían predominar en la nación que se estaba gestando”.127

Entre la abundante producción conservadora deben destacarse dos autores: Francisco de Paula Arrangoiz, y el español Niceto de Zamacois.128 Desde el destierro Arrangoiz escribió sus dos obras sobre el segundo imperio mexicano: Los apuntes para la historia del segundo imperio (1869) y México desde 1808 hasta 1867 (1871). Al inicio de los Apuntes… Arrangoiz señaló que escribió para refutar a los escritores franceses que culpaban el fracaso del segundo imperio al papa, al clero mexicano y a los conservadores. En la introducción de México desde 1808… copia textualmente la misma idea y explica que pronto agotó la obra por lo que preparó “la segunda edición de los Apuntes aumentada con documentos importantes, haciéndola preceder de una

124 Idem, p. LIII. 125 Idem. 126 Ortega y Medina, Polémicas y ensayos, op. cit., p. 297 127 Saúl Jerónimo, “Combates con la historia. Reseña Antonia Pi-Suñer LLorens (Coord.), Historiografía Mexicana. En busca de un discurso integrador de la nación, 1848-1884”, (mecanuscrito). 128 La caracterización de las historias escritas por miembros del partido conservador está basada en Patricia Montoya Rivero, “Miramón, el héroe de la reacción. La visión de la historiografía conservadora; siglo XIX” Tesis de grado, Maestría en Historiografía de México, UAM/A, 2000.

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relación sucinta de los principales acontecimientos políticos de México en el presente siglo hasta la proclamación del segundo imperio.129

Al igual que la tradición liberal, la segunda obra de Arrangoiz inserta numerosos documentos para apoyar su argumentación partidista. De hecho, los Apuntes eran apenas un esbozo sobre el tema de la intervención y el imperio, el libro de México desde 1808… resultaba ser la obra acabada, -afirma Patricia Montoya.

Cabe destacar que Arrangoiz en su obra, aunque no se propuso biografiar a los héroes del conservadurismo mexicano, sus páginas sirvieron de cimiento en la construcción del panteón de la reacción en contraposición al panteón oficial, al presentarnos a los personajes como dignos de recuerdo por sus acciones y méritos.

La obra de Niceto Zamacois, Historia de México desde los tiempos más remotos hasta nuestros días fue publicada entre 1876 y 1882. Para Zamacois era apremiante que México recuperara el orden y la paz perdidas por la lucha de facciones, consideraba que una historia general de México jugaría un papel de gran importancia para lograrlo, puesto que brindaría “elecciones de útil experiencia a los que están llamados a regir los destinos de las naciones en el proceloso mar de la política…” con lo que se podría lograr hacer del país “una de las potencias más poderosas y fuertes de la América. La siguiente cita ilustra tres elementos constitutivos de la producción escrita por los llamados miembros del partido conservador: la centralidad de los individuos en el desarrollo histórico, el contenido axiológico de las narraciones, y la exigencia de imparcialidad.

Si la historia es el espejo donde deben reflejar los hechos de los individuos que han figurado y figuran en el gran cuadro político de las ciudades; si ella ha de ser un libro de enseñanza provechosa para los pueblos, a quienes se debe poner en estado de apreciar lo que han sido y son las personas que, por su elevada posición y su respetable carácter han influido de una manera marcada en la marcha de los países; si la historia ha de ser un correctivo para lo malo y un benéfico estímulo para el bueno, preciso es que el historiador, haciendo absoluta abstracción de su afecto por los individuos, presente a estos obrando de la manera que obraron.130

Las obras de Arrangoiz y Zamacois comparten otros dos elementos importantes con la producción hasta ahora señalada: la transcripción del mayor número de documentos posibles, tanto privado como oficiales (cartas, circulares, actas, partes militares, proclamas, bandos y testimonios hemerográficos), pues decía Zamacois éstos “conducen al lector al conocimiento exacto de las ideas que animaban a la sociedad”.

Niceto de Zamacois, como mayor parte de los “historiadores” decimonónicos, está permeado de una visión romántica que se muestra en el uso de narraciones anecdóticas y de algunos de los

129 Francisco de Paula Arrangoiz, México desde 1808…, pp. 8-9. Citado or Patricia Montoya, op. cit. 130 Citado por Patricia Montoya, op. cit.

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elementos estructurales de la novela de folletín, así como describe la naturaleza para ambientar los acontecimientos referidos, e incluso utiliza la falacia romántica. Es así como en los que se refiere a escritura no se muestran diferencias lo que permite proponer que en el siglo XIX dominó una historiografía romántica liberal.

Resulta evidente que los contenidos ideológicos son diametralmente opuestos. Zamacois busca justificar el establecimiento del imperio en México señalando que ninguno de los bandos que se habían disputado el poder había logrado establecer un régimen de paz que propiciara el desarrollo armónico del país, afirma que “La idea de la monarquía surgió, pues, no de la mala prevención contra las instituciones republicanas que todos los partidos habían adoptado, gobernándose por ellas, sino por los desaciertos de los hombres que uno y otro partido habían sido elevados al poder”. El mismo autor indica que la sociedad mexicana era un enfermo que llevaba cincuenta años de padecer a quien la monarquía se le presentaba como la medicina más eficaz que terminaría con las constantes revueltas que habían arruinado al país.

En la obra de Zamacois, al igual que en México a través de los siglos la influencia del positivismo en su noción de evolución social.

Un análisis detenido –que no se realiza en estas páginas- de los contenidos ideológicos de la historiografía conservadora mostraría grandes similitudes con la liberal. Por ejemplo, de herencia ilustrada y liberal, Zamacois sostuvo que para lograr el desarrollo de las sociedades resultaba fundamental la libertad de los hombres, su fe en el progreso y en la marcha de los pueblos a la libertad, nociones que retoma de Burke.

Sin embargo, muestra también elementos providencialistas fruto del tradicionalismo católico que se expresan en alusiones a la divinidad como creador y providente, a la que considera fundamentales para mantener el status quo de la sociedad. No obstante, recupera del romanticismo a la fortuna como factor decisivo para la explicación de los acontecimientos pretéritos y del actuar humano.

El discurso conservador (representado por Alamán, Arrangoiz y Zamacoiz) es profundamente nacionalista y exalta –como los liberales- el amor y la entrega a la patria, el respeto a las autoridades establecidas. Pero, “los valores de la religión católica fueron la piedra angular de su explicación hitoriográfica; en efecto, en repetidas ocasiones el escritor afirma que la sociedad mexicana se unificaba en torno a las ideas y sentimiento católicos”.131 Característico del pensamiento conservador de este periodo fue la fusión del ámbito institucional con la religión, así la separación de la Iglesia y el Estado se asumió como un atentado en contra de la libertad que para profesar la fe católica, debían de gozar los mexicanos.

Las acres críticas de Zamacois y Arrangoiz en favor de la secularización del país (las reformas de 1833, la Constitución de 1857, las leyes Lerdo, Iglesias y Juárez de 1859) fueron motivadas

131 Montoya, op. cit.,

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fueron motivadas por su postura en favor de los intereses del catolicismo institucional. Más aún la secularización y en particular la Guerra de reforma son convertidas en una cruzada por la fe. Esta breve caracterización de las obras conservadoras es suficiente para señalar un elemento nodal para el análisis historiográfico: más allá de las divergencias político-ideológicas, los autores compartieron un mismo horizonte y muchos prejuicios que permean su horizonte de enunciación y de expectativas y por lo tanto su escritura.

En síntesis, en esta introducción, y sin duda destacando la obra de Riva Palacio se ha querido mostrar que lo que hoy designamos como historia era una de las tantas formas de recuperar el pasado, incluso para sus autores el periodismo y la novela ejercían una acción pedagógica del ideario liberal más directa sobre el público. Se ha buscado mostrar las fronteras móviles entre novela e historia, que se consideraban como distintos géneros de una misma disciplina: la literatura.

Cabe preguntar cuál era entonces la línea divisoria entre la ficción y la historia. Esta era tenue, sin duda.

El acontecer empieza a concebirse nuevamente dotado de un sentido teleológico. En los diversos registros de la memoria se inicia una búsqueda de regularidades para descubrir “el sentido de la Historia”. Esta preocupación que era un legado del racionalismo ilustrado se expresa en la mayor parte de los autores, por ejemplo Manuel Payno en Memoria sobre la Revolución de diciembre de 1857 a enero de 1858, muestra que el proceso conocido genéricamente como la “Reforma” empezó a cargarse con un signo de inevitabilidad, era una ley histórica que rige los destinos humanos, así este autor afirma que la mayor parte de las naciones “tiene que sufrir tres grandes catástrofes: la conquista, la independencia y la reforma”.132

Al buscar distinguir en términos de escritura las diferencias entre la literatura y la historia, debe destacarse el público al que se dirige. La literatura y en particular la novela se escriben para “las masas”, y en particular para las mujeres. La historia es un género para los varones, y de entre estos para el estrecho círculo de la “inteligencia”, aquellos educados, que se piensan el pueblo y hablan en su nombre.

En las historias es mayor la exigencia de escribir con la imparcialidad que recomendaba Tácito, referente que se mantiene a lo largo del siglo XIX.

Es otra vez Riva Palacio quien ofrece mayores precisiones. En la introducción al segundo volumen de México a través de los siglos explica las diferencias entre los diversos géneros literarios.

La severa imparcialidad de la historia del juzgar a los hombres y a los acontecimientos sin preocuparse del efecto que su fallo ha de producir en las presentes o venideras

132 Payno, op. cit., p. 135

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generaciones. El tribuno puede halagar las pasiones a los intereses de la multitud para alcanzar el triunfo de una gloria al hombre que le inspira el canto. El Historiador no puede ni debe más sino decir la verdad; pero como esa verdad iluminada por la filosofía del escritor afecta muchas veces formas y proporciones que están muy lejos de ser las ciertas, preciso es alumbrar cada uno de los cuadros con la luz que le es propia”.133

La cita anterior muestra que la imparcialidad no es suficiente por alcanzar la verdad, como tampoco lo es la prueba documental. Posiblemente los literatos del siglo XIX que en su mayoría contaban con una sólida formación jurídica estaban conscientes de que los documentos no hablaban por si mismos, apenas constituían el caso, la resolución y defensa o condena de éste residía en la interpretación que el “hombre de letras” le diese. Es también por ello que en sus historias y en particular en México a través de los siglos no sólo señalan cuáles son las fuentes en las que se basan, sino que también ofrecen una discusión de cada una de ellas, para destacar cuáles de ellas pueden gozar de credibilidad y cuáles son meras “consejas”.

Riva asienta que esa verdad –interpretación diríamos nosotros- está iluminada por la filosofía del escritor. Propone que es necesario alumbrar el pasado con la luz que le es propia. Esta exhortación romántica implica –como señala Riva- que los hombres del siglo XVI no pueden ser juzgados por la cultura y la ciencia de fines del siglo XIX, pues el fallo sería injusto y podría no comprenderse el pasado, e implica también al construcción pormenorizada de ambientes en los que se desarrolla la trama.

133 El subrayado es mío.

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ACTIVIDADES

Elabora un comentario crítico de los siguientes textos:

“Los frailes del siglo XVI. La voz de México y los liberales” y “Las fiestas nacionales”, ambos artículos se encuentran en Ignacio M. Altamirano, Obras completas. Periodismo político, 2, Edición, prólogo y notas de Carlos Román Célis, CONACULTA, 1989, pp. 292-294 y 361-368.

En tu comentario analiza los siguientes problemas historiográficos:

a) la constitución de los saberes y el conocimiento histórico

b) el género que utiliza el autor y su intencionalidad

c) la manera en que se expresa la relación entre liberalismo, romanticismo y nacionalismo.

Te será de gran utilidad consultar el texto de Nicole Giron, “Ignacio Altamirano” Pi-Suñer Llorens, Antonia (Coord.), Historiografía Mexicana. Vol. IV. En busca de un discurso integrador de la nación, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, 1996, pp. 257-294.

Extensión: 5 cuartillas.

Fecha de entrega: Al finalizar la 7ª. Semana.

BIBLIOGRAFIA COMPLEMENTARIA:

Algaba, Leticia, Las herencias del novelista y las máscaras del crítico, México, UAM-A, 1997.

Ruedas de la Serna, Jorge (coord.), La historiografía de la literatura mexicana. Ensayos y Comentarios, México, UNAM/Facultad de Filosofía y Letras, 1996.

Ruedas de la Serna, Jorge (coord..), La Misión del escritor. Ensayos Mexicanos del siglo XIX, México, UNAM, 1996.

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EJE DE TRABAJO 4: EL POLIMORFO CONOCIMIENTO HISTORICO: DE LA HISTORIA A LA SOCIOLOGÍA, DEL ROMANTICISMO DEL ROMANTICISMO AL

NATURALISMO (1900-1910)

A L N A T U R A L I S M O (1 9 0 0-1 9 1 0)

En la bibliografía que acompaña este Cuaderno de Posgrado analizarás desde distintas perspectivas el positivismo y la escuela erudita, por lo que en esta introducción baste señalar las continuidades de la tradición liberal romántica en la producción positivista, lo que se ejemplifica con la construcción de Benito Juárez como héroe nacional.

La historia escrita entre 1900 y 1910 responde a dos horizontes historiográficos distintos el liberal y el positivista que convivieron influenciándose mutuamente.

Los autores liberales continuaron la tradición establecida por Vigil. En ese sentido resulta representativo el texto de Miguel Galindo y Galindo La gran década nacional, 1857-1867 (1904) que retomó el tomo quinto de México a través de los siglos no sólo como una de sus principales fuentes, sino que también reproduce cuatro de sus argumentos nodales: la Guerra de Reforma cambió radicalmente el modo de ser de la nación, emancipó a México de la tutela que ejercía el clero, condujo a la auténtica independencia del país liberándose del invasor francés y por estas razones pudo, “entrar desde luego al goce de los derechos y prerrogativas inherentes a todo pueblo culto y civilizado”134

El positivismo presenta importantes continuidades frente al liberalismo. Por un lado, se observa la misma imbricación entre el quehacer político, el desempeño de cargos en la administración

134 Miguel Galindo y Galindo, La gran década nacional, 1857-1867, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1987, Vol. 1, p. 9

Objetivos:

a) Identificar las principales características del positivismo mexicano.

b) Relacionar la tradición liberal romántica y el positivismo mexicano.

c) Distinguir la función del positivismo en la construcción del nacionalismo.

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pública135, la escritura de obras de ficción136 y la producción de estudios históricos. Por el otro, los autores positivistas mantuvieron una firme creencia en la doctrina liberal.137

No obstante, en la escritura de la historia se registra un importante cambio frente a los historiadores que les precedieron, la historia ya no se concibe como una actividad literaria sino que presentan una nueva orientación disciplinaria que reclamó un estatuto de cientificidad. Las historias dejaron atrás la descripción pormenorizada para buscar una explicación nomológica basada en el uso del llamado “método positivo”, lo que condujo a la producción de las primeras obras “sociológicas” y la inclusión de nuevas temáticas: el estudio de las instituciones jurídicas y del sistema político que se consolidaron con el triunfo del “partido liberal” en 1867. Asimismo, los positivistas elaboraron diagnósticos de lo que ellos consideraban como “los grandes problemas nacionales” y buscaron sus raíces en el pasado.

A los positivistas el liberalismo mexicano debe la construcción de Juárez como “procer de la Patria” que comenzó a tan sólo 8 años de su muerte, cuando, por instrucción presidencial, se inició la construcción estatuas y monumentos con su efigie138 como muestra de la voluntad política de conciliación nacional del régimen de Díaz sellado simbólicamente con el matrimonio del tuxtepecano con Carmen Romero Rubio, permitiendo la reconciliación entre las distintas facciones liberales y entre éstas y la Iglesia. Sin embargo, desde las mismas filas liberales se mostraron resistencias: Altamirano en su Revista histórica y política (1882) indicaba que resultaba imposible escribir imparcialmente porque “el juicio sobre Juárez se liga con el juicio de su tiempo y sobre sus contemporáneos”.139 No obstante el mismo autor en su prólogo al Romancero de Guillermo Prieto hacía notar la falta en México de un culto a los héroes de la independencia, práctica que consideraba fundamenta para formar en la ciudadanía la lealtad a la patria.

Los positivistas se vieron obligados a iniciar el estudio de la vida del benemérito a consecuencia de la publicación de El verdadero Juárez y la verdad sobre la intervención y el imperio (1904) de Francisco Bulnes, texto que mostraba cuánto se habían exagerado las virtudes de Juárez y lo 135 Los autores positivistas más representativos fueron activos políticos comprometidos con su presente. Por ejemplo, Justo Sierra se desempeñó como diputado, senador, activo promotor de la Unión Liberal en 1892 y secretario de Instrucción Pública; Rabasa como diputado, senador y gobernador de Chiapas; Molina Enríquez durante la Revolución promulgó el Plan de Texcoco y participó activamente en la redacción del artículo 27 constitucional. De manera que, en contra de la imagen que han formado los estudios historiográficos que contrapone la subjetividad de la historiografía testimonial romántica a la imparcialidad positivista, se puede afirmar que la tradición historiográfica mexicana parte de la problemática contemporánea y busca en la historia una respuesta política al presente inmediato. 136 Los positivistas también acudieron a la literatura por ejemplo Emilio Rabasa escribió La bola (1887), La gran ciencia (1887) y Moneda Falsa (1888), pero la influencia en sus novelas no es romántica como en los historiadores liberales sino costumbrista. 137 Charles Hale ha estudiado cuidadosamente la relación entre el positivismo y el liberalismo en su libro La Transformación de liberalismo en México, México, Vuelta, 1991. Véase en particular el capítulo “La política científica y el constitucionalismo”. 138 Cfr. el informe de Porfirio Díaz al congreso de la Unión del 15 de diciembre de 1880 en Cámara de Diputados, XLVI Legislatura de la, Los presidentes de México ante la Nación. Informes, manifiestos y documentos de 1821 a 1966, México, Imprenta de la Cámara de Diputados, 1966. 139 Ignacio M. Altamirano, “Revista histórica y política” en Obras completas. Obras históricas, vol. II, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 1989, p. 107.

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responsabilizaba de haber retardado la Reforma. Tales juicios dieron lugar a que se publicaran un sinnúmero de obras en defensa del héroe casi mítico.140 La mayor parte de éstas se escribieron dentro de la tradición romántica. De hecho la producción romántica se había esforzado por iniciar la construcción de los héroes tanto del panteón liberal como el del conservador. Carlyle en sus conferencias dictadas en 1841 señaló este fenómeno y precisó las características del héroe romántico. Es un caudillo o gobernante, es el individuo que hace la historia, y por tanto su biografía es la historia del mundo. Los héroes se caracterizaban por estar “dotados de grandes prendas, de corazón nobilísimo y de excelsa sabiduría”, su vida debía regirse por la moral, el dominio sobre el temor, pronto al sacrificio por sus ideales y sus actitudes debían ser humildes141 características que se aprecian en los discursos cívicos, en las biografías que Payno escribió para El libro rojo, en el tratamiento que Arrangoiz y Zamacois dieron a la figura de Maximiliano por Carlos María de Bustamante.

Justo Sierra publicó en 1905 Juárez, su obra y su tiempo142 convencido de que la vida el presidente oaxaqueño constituía una “suprema lección de moral cívica”. Con esta obra Sierra fundaba una nueva modalidad del género biográfico: la “biografía psicológica”, que definió como “el espectáculo del desenvolvimiento del alma primitiva que tiene por núcleo” que se despliega ante el acontecer histórico y decide influir sobre éste hasta convertirse él mismo en “acontecimiento determinante de serie de sucesos”. Esta nueva percepción de la función del individuo en la historia no era enteramente nueva sino que Sierra la retoma del positivismo sperceriano que también había influenciado a Riva Palacio, y expresa también una nueva concepción del conocimiento histórico y de su escritura, que marca las obras de la segunda generación de positivistas mexicanos: Francisco Bulnes, Carlos Pereyra, Rafael de Zayas, Ricardo García Granados, Porfirio Parra y Andrés Molina Enríquez.

En respuesta a la obra de Bulnes el gobierno de Díaz convocó a un concurso para celebrar el primer centenario del natalicio de Juárez.143 Bajo la categoría de “Estudio Sociológico de la Reforma” resultó premiado Andrés Molina Enríquez con Juárez y la Reforma (1905). El autor sostuvo que Juárez no sólo representaba “la formación interior de la nacionalidad, sino el empeño

140 Unos cuantos ejemplos son los siguientes: Carlos Pereyra, Juárez discutido como dictador y estadista A propósito de los errores, paradojas y fantasías de Francisco Bulnes (1904). Ramón Prida, Juárez Cómo lo pinta el diputado Bulnes y cómo lo describe la historia, (1904). Hilarión Frías y Soto, Juárez glorificado y la intervención y el imperio ante la verdad histórica Refutando con documentos la obra del señor Francisco Bulnes intitulada El Verdadero Juárez, (1905). 141 Resulta de especial interés la lectura completa de las conferencias de Carlyle que se reproducen en el libro titulado Los héroes y del que un fragmento has leído en un Eje de Trabajo anterior. 142 El conjunto de la obra no fue escrita por Sierra, sino que el entonces joven positivista Carlos Pereyra redactó los capítulos “Querétaro” y “Richmond y Sadowa” así como las últimas páginas de “La disidencia liberal”, cumpliendo con el encargo de su maestro que entonces se desempeñaba como secretario de Instrucción Pública. Sierra pudo acabar el libro escribiendo los dos últimos capítulos. Para mayores detalles véase Martín Quiriarte, Historiografía sobre el imperio de Maximiliano, op. cit. 143 El concurso propuso tres categorías: Composición Poética a Juárez, Biografía de Juárez y Estudio Sociológico de la Reforma. Por la segunda categoría fueron premiados Rafael de Zayas Enríquez y Leonardo S. Miramontes; por la tercera categoría Ricardo García Granados, Porfirio Parra y Andrés Molina Enríquez. Martín Luis Guzmán “Prólogo” en Porfirio Parra, Sociología de la Reforma, México, empresas Editoriales, S.A., 1967. P. 1

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inconmensurable, de imponer al exterior esa nacionalidad”144, así Molina convertía al presidente nacido en Gelatao (Guelatao) en símbolo del liberalismo y de la lucha nacional, como lo hicieron los historiadores liberales de la segunda generación.

Nuestro interés en la obra de Molina radica en que no sólo identificó a Juárez con el partido liberal y con la nación, sino que sostuvo que los mestizos eran el “elemento étnico llamado a hacer la nacionalidad mexicana” y hacerla entrar en el concierto de las naciones.145 La incorporación del argumento étnico a la argumentación liberal y su conversión en agente que da forma a la nacionalidad mexicana se encuentra en otras obras positivas como en la Evolución política del pueblo mexicano de Justo Sierra. Edmundo O’Gorman destacó la importancia de este argumento: la historia de México para los conservadores era una prolongación de la Nueva España, para los liberales del antiguo imperio indígena. “Gracias a la elevación del mestizo –señala O’Gorman- a rango de protagonista de la historia nacional, fue posible concebir las dos épocas anteriores como trozos constitutivos de su pasado”, superando el falso dualismo que había caracterizado a la historiografía mexicana.146

En el mismo concurso conmemorativo, Porfirio Parra fue premiado por su Sociología de la Reforma (1905), texto que resulta representativo de un nuevo elemento introducido por la historiografía positivista: la evolución histórica mexicana en el aspecto político había sido necesariamente violenta, Díaz la había consolidado impulsando la evolución económica. Así, la Reforma plantó “los cimientos del progreso material que no pudieron desenvolverse hasta estos últimos años”.147

En la enseñanza de la historia la postura de Guillermo Prieto en favor de una didáctica liberal y propagandística había triunfado, pero sus métodos fueron modificados, a iniciativa de Sierra, centrando la enseñanza en las figuras heroicas y en particular en la vida de Juárez, concebida como una fuente de emulación y un medio para inculcar a los niños el nacionalismo en las escuelas elementales.148 La enseñanza de la historia tenía también un fin de legitimación política en el que el progreso material (obra de Díaz) sólo podía explicarse por la conquista de la libertad y la justicia (logro de la Reforma).149

144 Andrés Molina Enríquez, Juárez y la Reforma, México, Libromex Editores, 1958, p. 155. 145 Ibídem, p. 70 146 Edmundo O’Gorman, “Tres estapas de la historiografía mexicana” en Anuario de historia, México, UNAM/Facultad de Filosofía y Letras, 1962, año II, p. 19. 147 En Parra se articula la doctrina liberal con la reflexión de proceso histórico y la reproducción de las connotaciones del liberalismo concretadas en México a través de los siglos. Así el autor sostiene que “la Reforma modificó el orden político consagrando la forma federal, republicana y representativa”, modificó el orden económico haciendo entrar a la circulación una cantidad enorme de riqueza acumulada, dividiendo la propiedad y facilitando por este medio la creación de una burguesía”. Porfirio Parra, op. cit., pp. 215-216. 148 Justo Sierra “Elementos de Historia general” en Justo Sierra. Antología general, México, SEP-UNAM, 1982, pp. 212-215. 149 Justo Sierra, “Elementos de Historia Patria” (1893) en Obras Completas. IX. Ensayos y textos elementales de historia, México, UNAM, 1984, p. 293.

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La tradición legitimadora fue nuevamente interrumpida por Bulnes quien en 1905 publicó otro libro con el objeto de responder a las críticas que se le habían hecho. Permítase una cita larga en la que expresa la tesis de su Juárez y las Revoluciones de Ayutla y Reforma.

Se ha desarrollado por Juárez, no la admiración por un hombre grande, sino por un ser sobrenatural que nos ha dado Patria, Libertad, Reforma, Democracia. Para toda persona tenazmente ilustrada, semejante afirmación es de un bufo que repugna, es una mentira extra cínica, es un golpe de descrédito para nuestro progreso mental. Tal juicio ha tenido por consecuencia despojar de su mérito a los mejicanos a quienes debemos la Patria y la Reforma religiosa; porque las reformas políticas aunque decretadas, nuestro mérito como pueblo no las puede sostener. Es un hecho palpable que jamás hemos tenido democracia y que probablemente ni dentro de cien años la tendremos.150

Con la obra de Bulnes se cierra un ciclo de la historiografía mexicana, a pesar de ser una voz aislada, inició la desmitificación de Juárez y criticó la función que éste tenía para el régimen político. Desde su perspectiva netamente positivista el presidente indio no sólo nublaba la obra épica de pueblo mexicano sino que se había creado un culto a un semidiós, que impedía el progreso de la civilización mexicana anclando a la sociedad en el estado metafísico, le molestaba que la evolución al estadio positivo fuese obstaculizado por un nuevo culto en el que el altar cristiano era substituido por el altar a la Patria. Sin embargo, Bulnes no puso en duda la función de los héroes en la conformación de la identidad nacional, sino que buscaba que se rindiera homenaje a otros hombres excepcionales, en particular a Santos degollado.

La historiografía positivista logró a tal grado que se arraigara en la sociedad mexicana la identificación de Juárez como símbolo de la identidad nacional que aún en 1972, al cumplirse el centenario de la muerte del prócer, se continuaba escribiendo para rebatir las tesis de Bulnes.151

En pocas palabras, los autores positivistas que escribieron a partir de 1900 recogieron una tradición liberal-nacionalista que con el positivismo incorporaron dos elementos adicionales que han pervivido en la noción histórica de los mexicanos, por un lado la identificación del liberalismo con el mestizo como el agente de la historia, por el otro, la cabal identificación del liberalismo con Juárez.

El éxito de la historiografía decimonónica radica en que forjó una tradición viva que identifica al liberalismo con la separación de la Iglesia y el Estado y al benemérito con la soberanía nacional.

150 Francisco Bulnes, Juárez y las Revoluciones de Ayutla y Reforma, Antigua Imprenta de Murgía, México, 1905, p. 621. 151 Jorge L. Tamayo en el conmemorativo año de 1972 escribió un breve artículo “El Tratado McLane –Ocampo” cuyo objetivo explícito era ofrecer un homenaje tanto a Juárez como a Ocampo, “y demás próceres que le acompañaron en Veracruz”, dando a conocer los resultados de sus minuciosas investigaciones dedicadas a preparar la edición en 15 vols.

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ACTIVIDADES

Objetivos:

a) Relacionar la constitución de saberes y los principios dominantes. b) Analizar las continuidades y las transformaciones en los principios dominantes de los

registros de la memoria en el siglo XIX. c) Distinguir la argumentación de historiadores clásicos que escribieron sobre el

positivismo y la escuela erudita. d) Evaluar el conocimiento adquirido.

Elabora un ensayo con los siguientes textos:

Vázquez, Josefina Zoraida, Historia de la historiografía, México, Ediciones Ateneo, S.A., 1978, p. 127-160.

Collingwood, R. G., Idea de la historia, México, Fondo de Cultura Económica, 1977, p. 129-147.

Zea, Leopoldo, El positivismo en México, México, Fondo de Cultura Económica, 1978, p. 55-61.

O’Gorman, Edmundo, “Tres etapas de la historiografía mexicana”, en Anuario de historia, México, UNAM-FFyL, 1962, año II, p. 11-19.

En el ensayo evalúa la perspectiva de análisis de cada uno de los autores y el uso del conocimiento histórico en el siglo XIX.

Extensión máxima: 10 cuartillas

Fecha de entrega: Al finalizar la 11ª. Semana.

Evalúa tu aprendizaje, para ello compara los prejuicios con los que iniciaste el curso que debieron expresarse en la primera actividad de la UEA y los que sostienes ahora. Entrega tu evaluación a tu asesor de la UEA y una copia a tu tutor.

BIBLIOGRAFÍA COMPLEMENTARIA

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