Por una izquierda republicana, socialista y patriótica

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Por una izquierda republicana, socialista y patriótica Manolo Monereo Contra el pesimismo: una esperanza concreta y posible Me vengo haciendo algunas preguntas desde hace meses: ¿cómo afectará a nuestras sociedades convivir cotidianamente con la muerte? ¿Qué consecuencias tendrá para nuestras vidas un miedo que se convierte en una segunda piel y nos aterroriza? Lo de la covid-19 viene para quedarse, en esta forma o en otras. Aparece como un mal de esta civilización. Poder, globalización e inseguridad van de la mano en un sentido muy preciso: no controlamos nuestras vidas. No es un problema nuevo. De hecho, la reflexión sobre el poder político, en sus viejas y nuevas definiciones, acentúan como su característica fundamental el ser un instrumento para controlar el miedo, para regularlo, administrarlo e intentar gobernarlo. Danilo Zolo dedicó una parte de sus aportaciones intelectuales a estos problemas desde ópticas diversas y con unas consecuencias iluminadoras. La última de sus monografías fue dedicada precisamente al miedo. Tampoco es casual. La Escuela Italiana (Maquiavelo y los neomaquiavélicos) nos dejaron reflexiones cargadas de razones que apuntaban como características del poder político crear seguridad, dar confianza en el intento, para ellos siempre vano, de controlar nuestro destino. La paradoja es que el gobierno del miedo se hace a través del miedo. Hobbes lo señaló con toda claridad como problema permanente de nuestras sociedades. Quizás fue Guglielmo Ferrero el que lo expresó más dramáticamente: “el poder es la manifestación suprema del miedo que el hombre se provoca a sí mismo en su vano esfuerzo de huir del terror”. 1 / 14

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Manolo Monereo

Contra el pesimismo: una esperanza concreta y posible

Me vengo haciendo algunas preguntas desde hace meses: ¿cómo afectará a nuestrassociedades convivir cotidianamente con la muerte? ¿Qué consecuencias tendrá para nuestrasvidas un miedo que se convierte en una segunda piel y nos aterroriza? Lo de la covid-19 vienepara quedarse, en esta forma o en otras. Aparece como un mal de esta civilización. Poder,globalización e inseguridad van de la mano en un sentido muy preciso: no controlamosnuestras vidas. No es un problema nuevo. De hecho, la reflexión sobre el poder político, en susviejas y nuevas definiciones, acentúan como su característica fundamental el ser uninstrumento para controlar el miedo, para regularlo, administrarlo e intentar gobernarlo.

Danilo Zolo dedicó una parte de sus aportaciones intelectuales a estos problemas desdeópticas diversas y con unas consecuencias iluminadoras. La última de sus monografías fuededicada precisamente al miedo. Tampoco es casual. La Escuela Italiana (Maquiavelo y losneomaquiavélicos) nos dejaron reflexiones cargadas de razones que apuntaban comocaracterísticas del poder político crear seguridad, dar confianza en el intento, para ellossiempre vano, de controlar nuestro destino. La paradoja es que el gobierno del miedo se hacea través del miedo. Hobbes lo señaló con toda claridad como problema permanente denuestras sociedades. Quizás fue Guglielmo Ferrero el que lo expresó más dramáticamente: “elpoder es la manifestación suprema del miedo que el hombre se provoca a sí mismo en su vanoesfuerzo de huir del terror”.

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Del miedo al pánico hay una distancia que se puede recorrer con mucha rapidez. El miedo a lapandemia está mutando en miedo al futuro que se vive desde el presente. Las perspectivascambian mucho cuando el futuro se convierte en oscuridad, en una inseguridad existencial y,sobre todo, en un destino que se quiere evitar. Asoma un problema sobre el que vengoinsistiendo desde hace tiempo, a saber, las demandas de seguridad, orden y derechos quevienen desde unas clases trabajadoras que viven en un retroceso social permanente marcadopor la desigualdad y la precariedad. La relación entre poder, globalización capitalista y miedoes la característica más sobresaliente de esta época. Detrás, el triunfo de una lógicaeconómico-social que tiende a la mercantilización de las relaciones sociales, a la valorizacióndel conjunto de los recursos naturales y humanos y al planificado desmontaje de todos losmecanismos de control político, jurídico y social que defendían a la sociedad del mercadoautorregulado. En su centro, el proyecto imperial de los EEUU, el incremento sustancial delpoder de las grandes corporaciones y, específicamente, el dominio de las grandes finanzassobre vida económica en su conjunto.

En muchos sentidos, el miedo a la pandemia como causa de una muerte genérica, que seconcreta en nuestro entorno, está cambiando la vida de las personas y aporta un dato decisivoa una transición geopolítica que no ha hecho otra cosa que comenzar. El colapso civilizatorioque se preveía en el horizonte de una crisis ecológico social, ya pronosticada, se adelanta conun dato oscuro, sinuoso, que nos atemoriza e incrementa la demanda de soluciones radicalesefectivas y urgentes. Lo público se convierte en lo primero y se espera que el Estado actúeenérgicamente para defender a las poblaciones prestando servicios sociales de calidad yasegurando la igualdad material.

Dentro de esta gran crisis individualizo cuatro, relacionadas entre sí y acumulativas: a) crisissocio-sanitaria; b) crisis económico-productiva; c) crisis generacional; y d) “crisis de la política”en sentido fuerte. Un análisis pormenorizado nos llevaría demasiado lejos para las intencionesde este escrito. Solo señalar que se abre, de nuevo, un antagonismo, una contradicción nuncaresuelta del todo, que opone a la lógica de las necesidades humanas básicas, la lógicadurísima e impersonal de la valorización del capital. Cada crisis la pone de manifiesto y ladesvela. Ya no hay oídos para políticas que hablen de austeridad, de déficits financieros y dedeuda. Las gentes reclaman imperiosamente una sanidad pública de calidad,desmercantilizada y al servicio de las mayorías sociales. La exigencia es tan fuerte que el viejoargumentario neoliberal ha desaparecido y crece la desconfianza de los grandes podereseconómicos. La otra cara es la crisis económica. Esta vez, el estado de necesidad no lleva agolpes de Estado antisociales, al menos, por ahora. Parecería que elementos claves de laspolíticas económicas dominantes empiezan a ir contra

corriente, no ya de las necesidades de las personas, sino contra las nuevas lógicasproductivas, tecnológicas y geopolíticas. Las consecuencias económicas, sin embargo, van a

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ser brutales y cuestionarán a fondo el modelo de integración europeo, al sistema euro yobligarán a una redefinición radical del papel de los Estados.

La crisis generacional se agrava y no se puede eludir. Una generación, varias solapadamente,han vivido en un mismo ciclo vital, dos crisis económicas. Han pasado del optimismo generalde los 90 a un pesimismo casi permanente. Solo una minoría ha mejorado sustancialmente suscondiciones de vida. No hablo de abstracciones. El paro juvenil supera en España el 40% ytenderá a crecer. La precariedad se convierte para muchas personas en un modo de vivir y elfuturo, un problema sin solución. La derrota de las expectativas del 15M inclinan a la poblaciónhacia el individualismo, el sálvese quien pueda y a la lógica del día a día. Vivir eludiendo loconsciente, el juicio sobre las cosas y los acontecimientos; huir de un demasiado grande yajeno. Un individualismo sin individualidad que busca desesperadamente artilugios para nopensar en un futuro amenazante que está llamando a la puerta. La alienación como programa yla disponibilidad como condición de vida.

El futuro como problema también ha venido para quedarse. Lo que está apareciendo ahoradramáticamente es la “crisis de la política” en sentido estricto; es decir, de su capacidad pararesolver los problemas reales de las poblaciones, de su eficacia para producir seguridad, ordeny garantía de derechos, de su compromiso de defensa de las mayorías sociales durísimamentegolpeadas por las diversas crisis. En esas estamos. Son muy parecidas a las condiciones enque vivieron las sociedades nacionales en los finales de la II Guerra Mundial. Unos Estadosfortalecidos, unas clases trabajadoras que se habían jugado la vida y unas mujeres obrerasque sostuvieron la producción e incrementaron los cuidados. Se ganó una guerra y no seestaba dispuesto a perder la paz, una vez más. Los partidos de izquierda, los sindicatosexigieron entonces derechos laborales y sindicales, servicios públicos de calidad, incrementodel gasto público, control sobre el mercado capitalista, especialmente de las finanzas, y lanacionalización de los sectores estratégicos. Esa es la actitud que deberíamos tener ahora:ampliar y asegurar derechos, fortalecer el poder contractual de las clases trabajadoras eincrementar su capacidad de movilización, poner fin a los tratados europeos que imponen laspolíticas de austeridad, permitir la financiación directa de los gobiernos, imponer la justiciafiscal, fortalecer la autonomía de nuestro aparato productivo, reindustrializar el país y promoverla cohesión territorial.

Inteligencia como lucidez; voluntad como programa; organización como fuerza; lucha comométodo y unidad como estrategia. No dejarse vencer por la realidad y aprender de ella. Ahoratoca acompañar, impulsar y organizar a las poblaciones que exigen seguridad, orden,derechos. Luchar contra el miedo con plataformas que construyan futuros colectivos, quefomenten el trabajo político y social voluntario, que impulsen la autoorganización y compromiso.La pandemia tiene muchas lecturas; ninguna nos invita al pesimismo, más bien al contrario: aun proyecto de país claro, a la Tercera República como objetivo, al poder constituyente como

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fundamento.

2 ¿Una izquierda Viriato?

De las muchas líneas políticas que emergieron en el 15M, apareció una sobresaliente que losdirigentes de lo que luego sería Podemos defendieron. Me refiero a una oposición que hablabasin miedo de España, de la existencia de “la trama”, de proceso constituyente republicano, dedemocratización sustancial de los poderes económicos desde una lógica socialista, de defensade la soberanía popular. La palabra patriotismo apareció con fuerza y abiertamente lesdisputaba a las derechas el imaginario y la identidad de otra España posible; voluntad demayoría. No duró demasiado: desde el primer momento tuvo un rechazo muy fuerte de unacierta izquierda y, sobre todo, de los partidos nacionalistas, especialmente catalanes. No escasualidad que connotados dirigentes independentistas denunciaran el 15M como españolistapor situar la cuestión social en el centro del debate público. Las acusaciones de nacionalistasespañoles, de “rojo-pardos” o, simplemente, de “populistas” se fueron dejando caer hastaconvertirse en descalificaciones especialmente groseras. Rizando el rizo, alguien habló de“izquierda Viriato” con que venía a denunciar, ante los poderes mediáticos, la operación de unasupuesta izquierda reaccionaria y fascistizante. La metáfora “Viriato” tiene enjundia y dicemucho de cómo piensan algunos intelectuales de una izquierda arrepentida o que hace muchodejo de serla. ¿Qué se quiere decir? Que Viriato era un reaccionario que se opuso con lasarmas en la mano a una civilización superior. El imperio romano tenía el derecho y hasta eldeber de conquistar unos territorios bárbaros y aportarles su cultura, sacarlos del atraso yponerlos a la altura del progreso histórico. Viriato cometió el terrible error de defenderse de uninvasor, de oponerse a un imperio que pretendía esclavizarlo, de sostener su identidad y deluchar por su libertad. Puestos así, ¿por qué no hablar del “reaccionario” Espartaco y de tantosotros que, en todas partes, se han sublevado contra los viejos imperios y nuevosimperialismos?

La calificación de izquierda Viriato pretende definir a una izquierda “reaccionaria” porque éstase opone a la globalización capitalista, porque rechaza el tipo de integración que define a laUnión Europea, porque defiende el Estado nacional y, digámoslo con claridad, porque habla deEspaña como Patria. Todo está permitido, todo es tolerado siempre que no se crucen ciertaslíneas que lo políticamente correcto santifica y que agentes duchos en la especialidad dedetectar los malos pensamientos ajenos, convierten en un discurso disciplinario que criminalizaa personas e ideas, pretendiendo expulsarlas de la esfera pública. Dicen, son rojo-pardos y seacabó el debate. Pero hay que entenderlos, el mundo que lleva emergiendo desde hace añosno se parece al que soñaron e idearon.

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La globalización feliz terminó cruentamente y desde 2008 está en crisis en todas partes. Lahistoria retorna y hoy vemos una disputa por la hegemonía entre dos grandes potencias, dosgrandes Estados nacionales. Esta confrontación está cambiando el mundo que hemosconocido y nos sitúa ante una gran transición geopolítica. La globalización ha durado lo que lahegemonía unipolar norteamericana y hoy asistimos al inicio de un proceso que significará unaenorme redistribución de poder a nivel mundial. La historia retorna y se venga. De por medio,una guerra económica de grandes dimensiones, una escalada armamentista especialmentesignificativa y una disputa tecnológica que no conoce límites. La crisis ecológico social delplaneta se agrava y la covid-19 da señales de que el metabolismo con la naturaleza se estárompiendo por sus eslabones más débiles. Es más, como repitió tantas veces Aníbal Quijano,el “descubrimiento” de América significó, a la vez, la aparición del capitalismo, de lamodernidad y del racismo. Son estos más de 500 años lo que hoy se está poniendo encuestión en un sentido muy preciso: Occidente va a dejar de ser la geocultura dominante y lasmodernidades que hemos conocido están mutando delante de nuestros ojos. Culturassometidas, subalternadas y, en muchos sentidos reprimidas, emergerán con una fuerzainusitada. Estamos en algo más que en un simple cambio de época.

Desde los de abajo, desde las clases trabajadoras, desde las clases subalternas, el problemaradical es otro y tiene que ver con la cuestión de la alternativa. El tema se podría plantear delsiguiente modo: nunca como hoy ha sido tan necesaria la superación del modo de producir,consumir y vivir, del capitalismo; y, sin embargo, nunca ha aparecido tan lejana esta posibilidadde superación. “Socialismo o barbarie” se pensaba como una opción que el tiempo históricoplantearía como dilema. El problema es que la barbarie avanza y el socialismo como propuestasocial y política, se ha difuminado.

El capitalismo sin alternativa significa decadencia, pudrimiento e involución social, guerras ypotentes conflictos ecológico-sociales. No es este el lugar para intentar clarificar un problemaextremadamente difícil y que requiere una reflexión colectiva dirigida hacia la práctica. Esto nose resuelve solo con debates más o menos profundos, más o menos imaginativos, sino que, deuna u otra forma, deben de acompañar a la práctica de la lucha social, superar obstáculosteóricos enraizados e impulsar los debates estratégicos que han ido desapareciendo denuestro horizonte. Lo decisivo será: unas clases trabajadoras que se enraícen en su realidadnacional-popular, que tengan vocación de hegemonía para liderar un bloque histórico-socialalternativo.

3 La Unión Europea como proyecto político: ¿realmente estamos ante el fin del Estadonación?

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La “España sin problema”, como decía Calvo Serer, era la que había resuelto todos susproblemas históricos; para él, el franquismo fue un modo de resolverlo de una vez por todas. LaEspaña que supuestamente había dejado de ser un problema después de la Transición y de laConstitución del 78 lo fue de un modo singular: el ingreso en el Mercado Común resolveríanuestros viejos y nuevos problemas, se impondría una nueva modernización que nos permitiríael atajo a la Modernidad soñada. La singularidad era notoria: dada nuestra incapacidad parasolucionar nuestras dificultades, sería Europa quien las resolviese. La España sin problema erala España que no tenía solución desde sí misma y que dejaba su futuro en manos de unaconstrucción europea que se aceleraba después de la caída del Muro de Berlín y de laimplosión de la URSS. Se trataba más de una fuga que de una elección libre sobre los dilemasestratégicos de país.

Entiéndase bien: una cosa es estar de acuerdo con un proyecto de integración supranacional,evaluar sus orientaciones básicas, definir con precisión los insoslayables intereses nacionalesy, sobre todo, el tipo de relación de dicha integración con el nuevo ordenamiento jurídicopolítico definido en la Constitución del 78. Es decir, la compatibilidad de esta con el Estadosocial y democrático de derecho que había hegemonizado el nuevo consenso social tras elcomplejo y duro proceso que fue la llamada Transición. Fugarse era otra cosa, era aceptar lasreglas del juego existentes y subirse a un tren concebido como la última oportunidad. Senegoció mal el periodo de transición, lo que tuvo consecuencias negativas para nuestraindustria, para nuestra agricultura, nuestros derechos laborales y sindicales y en el modo dereinsertarnos en una Europa, ya se ha dicho, que cambiaba aceleradamente.

No se le puede negar habilidad a Felipe González, escogió el bando ganador –Alemania– y seconvirtió en un aliado fiel; se recibieron cuantiosos fondos estructurales que modernizaronnuestras infraestructuras, apoyaron los programas estrella de la socialdemocracia española (laExpo del 92 y los Juegos Olímpicos de Barcelona) y ayudaron a paliar los efectos sociales deuna brutal reconversión industrial y agraria. La otra cara también la conocimos: especializaciónproductiva en torno al turismo, la construcción y un potente sector financiero; dejar que lasmultinacionales definieran el tamaño y composición de nuestro débil sector industrial y convertirel territorio español en zona liberada para todo tipo de depredaciones ecológicas, sociales yterritoriales. La España vaciada tomó un nuevo impulso en un momento en que se desarrollabael Estado autonómico y la democracia local. Los nuevos poderes, supuestamentedemocratizadores, hicieron poco para revertir un desarrollo desigual que se profundizaba en unterritorio que se fracturaba duraderamente.

Las relaciones entre la izquierda y la Unión Europea cambiaron profundamente tras ladisolución del llamado “imperio del mal”. Hubo dos momentos: el primero fue de optimismo, lasocialdemocracia había ganado, los comunistas de casi todas partes reconocieron sus erroresde origen y pidieron su ingreso inmediato en la Internacional Socialista. Después de la

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disolución del Pacto de Varsovia —era la música y la letra de los progresistas unidos delmundo— los grandes problemas del mundo empezarían a resolverse: reformar la ONU, dedicarmedios para resolver la crisis ecológica y la pobreza, modernizar la agricultura y asegurar elagua como elemento imprescindible… Otro tema central fue el de los bloques militares ya que,si uno se había disuelto, el otro debería hacerlo de igual manera, empezando por un desarmeradical, la reducción de los presupuestos militares y una nueva concepción de la seguridadinternacional. Este era, en muchos sentidos, el proyecto Gorbachov. La guerra de Irak locambió todo y muchos tuvieron que aterrizar en una realidad que señalaba: EEUU habíaganado una guerra mundial no declarada y se imponía un nuevo orden internacional bajo suhegemonía unipolar.

Del optimismo se pasó entonces al realismo descarnado: había que aceptar y adaptarse amarcha forzada a ese nuevo orden que pronto se llamaría “globalización”. El fin de la URSSdebilitó a la socialdemocracia –paradojas de la relación de fuerzas político militares— y la fueconvirtiendo en la mano izquierda de un neoliberalismo transformado en discurso dominante.La OTAN, no solo no se disolvió, sino que se amplió acorralando a Rusia y convirtiéndose en elbrazo armado de ese nuevo orden que aseguraría el “nuevo siglo americano”. Lo peor no fue elpaso de una parte sustancial de la izquierda al neoliberalismo, sino que el proyecto socialistase difuminó del imaginario crítico, perdió sustento social y se convirtió en memoria históricaderrotada.

La UE que surge de Maastricht está marcada por este contexto, delimitado por un proyecto deglobalización capitalista que había que adaptar, imponer y desarrollar en esta Europa quereunificaba a Alemania, que se ampliaba al Este y que redefinía una alianza estratégica con lapotencia vencedora, es decir, los EEUU. La apuesta de la Francia de Mitterrand por “amarrar” aAlemania se hizo del peor modo posible, configurando un euro al modo que Alemania quería ynecesitaba para poder asumir la integración de la RDA: una moneda sin Estado y bajo loscriterios de la potencia hegemónica. Francia “negoció” su futura subalternidad.

Formalmente, la UE es un sujeto jurídico basado en tratados internacionales. El TribunalConstitucional alemán –del que ahora es políticamente incorrecto hablar bien— sigueafirmando que los Estados son los verdaderos “señores de los tratados” y que el Tribunal deJusticia Europeo no es un tribunal constitucional tal como son los tribunales constitucionales delos diferentes Estados europeos. Ahora bien, el problema comienza cuando la soberanía quese cede por el Estado nacional es de tal magnitud que deconstruye decisivamente losordenamientos jurídicos-constitucionales de estos Estados —el Estado social en susfundamentos— e impone un ordenamiento supraestatal, materialmente constitucional, sobrelas Constituciones nacionales que han sido democráticamente legitimadas.

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Volvamos a la “analogía doméstica” o analogía interna. Como es sabido, se trata de unaformulación del conocido especialista en relaciones internacionales, el australiano Hedley Bull.Lo que quiere decir con analogía doméstica en el contexto de la integración europea es losiguiente: partir del tipo de Estado nación y trasladarlo, sin más, un futuro Estado Federaleuropeo. El relato que se suele hacer comienza constatando que el Estado nación queconocemos es demasiado grande para determinadas cosas y demasiado pequeño para otras;es decir, no tiene las dimensiones adecuadas para ser un actor significativo en las relacionesinternacionales. La analogía comienza aquí: los datos y las características de un Estado enparticular —por ejemplo, España— se predican de un Estado futuro que suponga la integraciónde 27 Estados. La imagen, el esquema mental, oculta tal complejidad de factores y datos de larealidad que la hacen inservible como proceso real, pero la hacen funcional idealmenteimpulsando eso que se ha llamado enfáticamente los Estados Unidos de Europa.

La analogía doméstica parte de unos supuestos que la hacen irreal. El primero es presuponeruna simetría de poderes entre los Estados, aunque sabemos que esto no es verdad. El viejodicho funciona: todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros. Esto significahablar de Francia, pero, sobre todo, de Alemania. El gran país germano es el gran hegemón dela construcción europea; goza de poder estructural e impone sus criterios básicos. Claro está,articula, negocia, crea coaliciones, pero es la garantía última del proceso. Dicho de otramanera, la UE para funcionar necesita de un Estado fuerte que gobierne una estructura derelaciones que, en último término, son de poder. El segundo supuesto es que el tipo de Estado,dotación de recursos, mecanismos de regulación y derechos sociales son equivalentes otienden a serlo. Los Estados son producto de un conflicto social, organizan consensos básicosy promueven mecanismos de lo que se ha denominado, el monopolio de la fuerza legítima.

El constitucionalismo social ha sido un elemento esencial en la configuración de algunosEstados después de la II Guerra Mundial. Otros Estados, no solo no lo han tenido nunca, sinoque se oponen a ello. La tendencia objetiva ha sido: desmantelar los Estados sociales,privatizar servicios públicos y empresas estatales, así como desregular los mercados. Aquí seve lo que oculta la “analogía doméstica”; lo que pierden los Estados por abajo, no se recuperapor arriba. El constitucionalismo social del Estado español o italiano no se recupera en elordenamiento jurídico de la Unión Europea, es más bien, lo contrario: se les imponen unconjunto de normas que lo minimizan, lo desarticulan y lo convierten en meras declaraciones.

Otro supuesto del que se parte es subvalorar la fuerza y la legitimidad de los Estadosnacionales. Por mucho que se afirme una y otra vez, no existe un “pueblo europeo” ni comorealidad ni como proyecto. Aquí las paradojas son enormes y tienden a multiplicarse. La UE letiene horror a la transparencia, a la participación popular, a la democracia como conflicto. Susespacios públicos son pequeños y sus aparatos de propaganda, inmensos. Para que funcionestiene que eludir sistemáticamente el “momento” democrático. Se presupone que hay un pueblo

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europeo y, sin embargo, se le margina de la toma de decisiones fundamentales.

Hay un cuarto elemento que siempre se olvida y es el papel internacional de la UE. Hay quesubrayar que Donald Trump lo pone fácil: desprecia públicamente a sus aliados y amenazaperiódicamente con redefinir el papel de EEUU en la OTAN; es decir, impone y no negocia. Lallamada política de defensa y seguridad europea no deja de ser, hoy por hoy, un conjunto debuenos deseos y siempre, siempre de la mano de una OTAN agonizante. Resumiendo, la UEno es un sujeto internacional autónomo sino un aliado subalterno de los grandes intereses deEEUU, en general, y de la actual Administración norteamericana, en particular; la cual intentamantener unas relaciones internacionales de poder que están en crisis en todas partes. A estosintentos contribuye dócilmente la UE siguiendo a EEUU en la mayor parte de sus accionesinternacionales.

No intento agotar el tema; solo subrayar que en la UE hay ganadores y perdedores, que haycentro y periferias y que, en este momento, se está definiendo una nueva división del trabajoque acentúa nuestra dependencia económica y política. El futuro de España, su nivel dederechos y libertades, de servicios públicos, el desarrollo de su sistema productivo y suinserción internacional, están en cuestión. De ahí la necesidad de un nuevo proyecto de paísque construya futuro para las nuevas generaciones, que ensanche los derechos laborales ysindicales y que haga de la reindustrialización del país una tarea colectiva. Pensar que todoesto se puede lograr en esta UE es convertir los deseos en realidad y engañarse.

4 España, ¿un Estado fallido?

He tardado mucho en entenderlo. Diagnóstico y estrategia se acompañaban. Pensar Españacomo un Estado fallido iba seguido de una estrategia para hacerlo factible. No paratransformarlo, cambiarlo, democratizarlo sino, pura y simplemente, para cuartearlo, romperlo yreducirlo. Asombra, con toda la bibliografía historiográfica y politológica existente, que se puedallegar a una conclusión semejante. Recientemente, El Viejo Topo ha reeditado, con materialesañadidos, dos libros importantes de Solé Tura que nos ayudan a aquilatar, en trestemporalidades, hasta dónde se ha llegado en esta deriva entre nacionalismos. El primer libro Catalanismo y revolución burguesa lo leímos muy jóvenes y marcó el debate político (edición catalana, 1967; edición española,1970; y edición de EVT, 2018). El otro libro, más otoñal, intentaba recapitular la llamadacuestión nacional, más de 20 años después; en el intermedio, la plasmación de lo que se hallamado el “Estado autonómico”. En un tercer tiempo, señala el paso de una estrategiaautonomista o federalista a otra soberanista e independentista, que es en la que estamos.

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No es exagerado afirmar que España como Estado vive una crisis existencial y así es percibidapor los actores políticos fundamentales, por las poblaciones y por las estructuras del poderinstitucionalizado. La crisis del régimen constitucional del 78 tuvo un origen fuertemente socialy derivó muy pronto en crisis de régimen. Creo que habrá acuerdo, insisto de nuevo, en que losdos movimientos terminaron por oponerse. Uno fue frenado en seco por el otro: la “cuestiónnacional” se opuso conscientemente a la “cuestión social”, la neutralizó y la pasó a un territoriosecundario como refuerzo e impulso de un imaginario independentista dirigido por la derechanacionalista. No deberíamos engañarnos y dejarnos llevar por los viejos prejuicios: cada vezque asome como posibilidad una real agenda social, los conflictos identitarios volverán y launidad de España será cuestionada.

Concebir que era posible, sin grandes dificultades, iniciar un proceso unilateral de secesión deCataluña sin que la correlación de fuerzas existente se modificara, sin que las estructuras delEstado se pusieran en tensión, sin que la opinión pública interna y externa se polarizaradramáticamente, sin que emergiera con todo su peso un nacionalismo español que siempreestuvo ahí —y que había convivido sin mayores dificultades con el nacionalismo vasco ycatalán— mostraba un serio desconocimiento de la realidad del país. España no es un Estadofallido y no lo será; seguir por este camino nos lleva a la guerra civil o a formas más o menosduras de autoritarismos político. Quien tenga ojos, que vea.

Es curiosa la simetría que hay entre los dos nacionalismos, el español y el catalán.Anteriormente hemos escrito sobre la llamada “analogía doméstica”. Vuelvo a ello. Llevamosdecenios hablando de que el Estado-nación se ha convertido en algo obsoleto, que está endecadencia y que no es capaz hacer frente a los retos civilizatorios de una humanidad que seadentra en una etapa marcada por la inseguridad y el bloqueo del futuro. La crítica contra elconcepto de soberanía como algo peligroso, arcaizante y escasamente democrático, se fueconvirtiendo en un sentido común. No es fácil deslindar soberanía estatal de soberanía popular,pero se prefirió sacrificar ésta en nombre de aquella. Hay un problema: para hablar de políticaen sentido fuerte hay que emplear determinadas palabras que expresan conceptos y proyectos;“soberanía” es una de ellas. Esa etapa que vivimos, la de globalización triunfante e irreversible,fue llamada “postsoberana” y, sin embargo, el término retorna una y otra vez, por arriba y porabajo, pero con la rara peculiaridad de que nunca es predicable para España. Macron haempleado este término para hablar de una Europa soberana y también de una Francia, sin quese entienda muy bien cómo se pueden casar las dos, sobre todo, si también hablamos desoberanía popular. Por otro lado, el independentismo defiende la soberanía estatal como rasgofundamental de una república catalana. Estas dos posiciones se pueden argumentarcivilizadamente, ser consideradas razonables y hasta progresivas; pero lo que no se admite esla soberanía del Estado español y el derecho de la ciudadanía española a autogobernarse. Esdecir, hay soberanías buenas y positivas, así como otras no tan buenas ni tan positivas; alparecer, no existe el pueblo español como demos, como unidad política histórica.

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Para la mitad, al menos, de las personas que viven y trabajan en Cataluña la propuestaindependentista significa situarse ante un dilema también existencial, a saber, elegir entreEspaña y Cataluña. Miles de hombres y mujeres que llegaron a esas tierras de todas partes delpaís, que tuvieron que ganarse la vida en condiciones de sobre explotación sin derechoslaborales y sindicales, que fueron el verdadero motor del cambio político y que defendieroncomo nadie los derechos nacionales y políticos de Cataluña, hoy son obligados a escoger entresus patrias y a entrar en un debate identitario en momentos donde la crisis económica acecha,las precariedad se generaliza, los servicios públicos se degradan y  privatizan, a la vez que  ladesigualdad crece y se amplía. Todo esto de pronto ha emergido con la covid-19 y la situación,como la de todo el Estado, se ha vuelto dramática. Por añadidura, un dato a no olvidar: eldesastre del Estado autonómico como mecanismo democrático para resolver los problemas delas personas. El partidismo se ha mezclado con el clientelismo, sometiéndose a los podereseconómicos locales.

El otro lado de la contradicción también se hace visible: un nacionalismo español duro,militante, con las arcaicas consignas del franquismo, reclamando la vieja España inmortal,centralista, monárquica, autoritaria y neoliberal. Vox es tan burdo en sus argumentaciones quese corre el peligro de minusvalorarlo y convertirlo en pura nostalgia del pasado. No nosdeberíamos engañar. Vox responde a la crisis de Estado español y es tan actual entrenosotros, como las derechas en el poder en Polonia, Hungría o Chequia. Diferente delpopulismo de derechas, pero con vocación de mayoría y de anclaje en las clases trabajadoras.Vox vive un dilema no resuelto: ser una fuerza con voluntad de hegemonía o una plataformaideológica para hacer girar más a la derecha del PP. Por lo pronto Vox sigue siendo la tercerafuerza política del país, tiene una militancia especialmente motivada y lo fundamental, prosiguesu implantación territorial, buscando desesperadamente implantarse en los barrios obreros o enlos más marginados.

Cuando los valores y principios entran en contradicción con la práctica real que se hace sesuelen reajustar aquellos y perpetuar ésta. El término que nos viene ahora es el de“soberanías”, en plural. La ubicación política se sitúa, en principio, más a la izquierda, másrepublicano-socialista, sin romper los lazos con la derecha catalana y priorizando elenfrentamiento con el Estado español. En cierto sentido, algo tan viejo como todos los frentesnacionales. Sin embargo, hay novedades. Se predica en plural no tanto para compartirsoberanías —como el ya superado federalismo asimétrico— sino para apostar por un Estadoconfederal en sentido estricto como salida a la crisis. ¿Cómo llegar a un tipo de Estado asíconfigurado? ¿Qué tipo de régimen político resultante en Cataluña y en el resto de España? Las preguntas son pertinentes. Una cosa es enfrentarse al Estado español para negociar suestatus confederal; otra, forjar alianzas políticas para cambiar este régimen y abrir un procesoconstituyente que decida la forma-Estado, la que podría ser confederal o no. Elindependentismo lo tiene más claro: el proceso constituyente ya se ha producido y solo cabe

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negociar la transición para la República catalana. Nada se puede esperar de las fuerzasdemocráticas españolas y solo cabe la vía unilateral. Las soberanías en plural, elconfederalismo como alternativa debería aprender del ya viejo debate sobre el federalismoplurinacional: los nacionalistas radicales no admiten otra cosa que la soberanía Estatal. Elenemigo es España y la peor alternativa posible es el federalismo, plurinacional o no.

La otra cara del debate podría plantearse así: ¿un Estado confederal en una Europa federal?La contradicción no puede ser eludida, como se hizo evidente en la llamada Ley deTransitoriedad, capítulos 14 y 15. Para la mayoría del independentismo peninsular la UE es elhorizonte y destino. Reivindicar la independencia para transitar como República catalana a unaUE donde los Estados no tienen soberanía económica, se engarzan al sistema euro y seencadenan al dispositivo OTAN, no debería merecer un esfuerzo tan titánico y con tantasrupturas. Si el centro del debate, como hacen los independentistas más radicales, son laspolíticas socialistas y anticapitalistas desde un modelo económico autocentrado que organiceun tejido productivo coherentemente asentado en el territorio, habría que plantearse suviabilidad fuera de la UE, contra el Estado español y, cuestión no pequeña, frente a lasderechas nacionalistas catalanas y la izquierda moderada que es ERC. Los nacionalistascatalanes como los nacionalistas españoles saben que el verdadero “escudo” de su poder estáen la Unión Europea. El Estado español, en su configuración actual, es poca cosa, pocoenemigo; el poder que manda está en otro lado, en el que tiene que ver con la OTAN y la UE.No se engañan los nacionalistas.

Sorprende lo poco que han durado las propuestas federalistas y asombra que a la hora de laverdad se defienda la soberanía, aunque sea en plural. El nacionalismo siempre se opuso alfederalismo con razones soberanistas más o menos confesables, pero situando a Españacomo enemigo principal e impidiendo una alianza política y de clase para transformar elEstado, conquistar una república federal, reivindicar un modelo económico-social igualitario ydemocrático comprometido con la justicia. ¿Quién gana? ¿Quién está ganando? Las derechasduras y autoritarias, los grandes poderes económicos, la omnipresente oligarquíafinanciero-corporativa y unos entramados sociales y políticos que nos llevan hacia sistemasmás autoritarios que degradan nuestros debilitados Estados sociales.

He insistido en estos materiales de debate y confrontación aquí reunidos, que estamospasando de una crisis de régimen a una crisis en el régimen. La clave es la primacía del“palacio” y la autonomización de los aparatos e instituciones del Estado. La estrategia unilateraly la secesión como objetivo sitúan a Cataluña y a España en un callejón sin salida. El conflictoexacerbado entre los dos nacionalismos mata el debate político real, bloquea cualquierposibilidad seria de cambio de régimen y sitúa la cuestión social en un plano secundario. Estoes ya experiencia acumulada y no solo opinión. La ruptura del nacionalismo catalán másconservador, el enfrentamiento entre éste y Esquerra Republicana, son señales de que el

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proyecto independentista ha llegado a su límite: rectificación o pudrimiento; una situación,insisto, que solo beneficia al nacionalismo español más reaccionario.

5 Por una izquierda española republicana, federalista y socialista. Contra el pesimismo

La realidad es una y múltiple. De Lenin aprendí que ésta es un complejo en la que seentrecruzan contradicciones que admiten lecturas diversas y posibilitan impulsar el cambio y latransformación. Si intentamos ver las líneas de fractura que se están configurando en la actualtransición geopolítica y civilizatoria, desde el punto de vista de las clases subalternas,deberemos constatar que la situación está llena de dificultades y desafíos. ¿Cómo ser realistasin caer en el pesimismo? No será fácil. Por lo pronto, venimos de una derrota de grandesproporciones. El proyecto socialista en sentido fuerte se está convirtiendo en memoria histórica,en algo que ya fue pero que hoy ya no tiene vigencia. Sin embargo, una alternativa al modo deproducir, vivir y consumir del capitalismo es más urgente que nunca. Sobre esta contradiccióntendremos que cabalgar durante mucho tiempo. Es muy difícil luchar, comprometerse y sufrirsin un imaginario crítico y alternativo. Los poderes fácticos no nos lo pondrán nada fácil. Estaetapa también es la del anticomunismo sin comunistas. Los medios de comunicación, lasgrandes editoriales, los intelectuales orgánicos siguen con la tarea de criminalizar laexperiencia histórica del socialismo y del movimiento obrero organizado. Confrontan, memoriahistórica para los de abajo y memoria histórica para los de arriba, con contenidos diferenciadosy con la tremenda tarea para la segunda, de enlodar al proyecto histórico de la primera, el queconfiguró como sujeto político a las clases trabajadoras, a los desposeídos y humillados. Elmiedo todavía les dura.

¿Cómo situarse en una coyuntura tan dramática como esta sin un proyecto creíble detransformación social? La palabra creíble es algo más que posible; indica que es deseable, quemerece la pena luchar por eso. No creo que esta cuestión se pueda resolver en debates entreintelectuales o en seminarios de activistas. Hará falta tiempo, sujetos, lucha social, programas yorganizar imaginarios que transformen nuestro sentido común. Entramos en el terrenoresbaladizo de las mediaciones, de los objetivos intermedios, de las estrategias que seescapan en el día a día, en donde el oportunismo acecha y nos convierte en actoressecundarios de una obra que no hemos escrito. Aun así, perseverar contra el pesimismo yhacer política en grande. Voluntad de transformación y de poder.

Hablar de izquierda española suena a provocación. Como se suele decir, ella está en la vida yno en la teoría. Hoy se ve con toda claridad que hay dos modelos de país en juego, como casisiempre. Pero falta un actor que ha desaparecido y que ha sido un elemento esencial en lahistoria de esto que llamamos España. Me refiero al republicanismo, a la democracia

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republicana que fue la crítica al liberalismo conservador, a la monarquía corrupta y a unaoligarquía omnipresente que controlaba la vida pública del país. Ese republicanismo, que unióa Costa y Azaña, a Indalecio Prieto y a Dolores Ibarruri, a Largo Caballero y a José Díaz, aJuan Negrín y a Ramos Oliveira, con todas sus contradicciones y controversias, a vecesdurísimas, ha sido anulado por una transición que convirtió a una monarquía reinstaurada porFranco, en una “simple” forma de Estado. Hoy sabemos que era algo más que eso y que nuncafue una verdadera monarquía parlamentaria. Retorna la república unida, como siempre, arealizar la transformación social del país, a la regeneración de la vida democrática, a laconquista y ampliación de derechos, a la defensa intransigente de la soberanía popular y a laindependencia nacional. Ellos, los que mandan, y sus aliados en todos los partidos, nos estánenseñando que la monarquía en nuestro país es el eje aglutinador del bloque en el poder; y esgarantía de su perpetuación. Insisto, algo más que una forma de Estado, la monarquía es elEstado mismo.

Izquierda española y republicana. El peligro puede ser mortal. Si la república se acabaidentificando con el independentismo, la monarquía ganará y, con ella, el bipartidismo y losgrandes poderes económicos. La tradición política de la que provengo siempre defendió unproyecto nacional popular republicano que construyera y organizara un bloque socialalternativo hegemonizado por las clases trabajadoras. Eso se perdió entre los vericuetos defalsos consensos, amenazas de golpes de Estado y olvido planificado de una parte sustancialde nuestra historia. La provocación está en los hechos. Insisto, en los hechos. La necesidad dedisputarle a las derechas la idea e imaginario de España, pero desde una alternativarepublicana, federal y socialista. La condición previa es no tener miedo a las descalificaciones,y lo más difícil, defender en positivo la III República (que no es la I, que no es la II) comoproyecto y programa, partiendo de ella para definir posición política sobre las grandescuestiones que marcarán el futuro de España.

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