Por qué sí a una dictadura (12 de septiembre de 2013)

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Hace muchos años, platicaba con un gran amigo sobre la situación de México (o sobre lo que de ella entendíamos). Cada uno se centraba en algún problema y planteaba una solución. Lo más interesante que se escuchó, y que provino de mi amigo, fue que para él, la solución sería que en México se instalara una dictadura. No sé si él recuerde ese intercambio, pero para mí fue determinante. En esta entrada intento esbozar por qué. México, como sabemos, es un país con una doble moral muy característica: los discursos que enaltecen los valores pululan en cada rincón, y los propios emisores son quienes, generalmente, ofrecen un catálogo comportamental que contrasta decididamente con sus palabras. Esto ha derivado, porque los recursos tecnológicos han favorecido este empeño, en que las autoridades (institucionales, jurídicas y morales) empiecen a ser cuestionadas (desidealizadas), y en que, cada vez más gente, se sume a una campaña contestataria desde diferentes trincheras. La “autoridad” (en el sentido más inteligente del término) está desapareciendo de nuestro México, y esto no es un problema menor. Las figuras (años atrás) inherentemente dotadas de una condición autoritaria están ca(ye/lla)ndo: se cuestiona a la valía de los “héroes de la patria”, la selección mexicana ya no es más “el gigante de Concacaf”, se habla del Presidente de México como si de un igual se tratara (independientemente de sus innegables limitaciones políticas), etc.; es entonces, frente a esta ausencia de símbolos idealizables (y obedecibles) que me pregunto: si no existe autoridad, para qué queremos liberarnos de ella. Estamos en una lucha inútil que sólo ha favorecido el surgimiento (maníaco) de redentores sociales por todos lados. La autoridad no existe, los rebeldes reaccionan frente a un poder al que no le interesa luchar contra ellos 1 ; por lo cual la gente asume que, si no hay consecuencias, si no se padece el castigo del padre (la castración) por el desacato de la ley (el goce y el desafío manifiesto al padre y su autoridad), o si existen modos de soslayar su responsabilidad frente a esa ley (como las travesuras, el albur, la corrupción, etc.), entonces no hay motivo para no rebelarse, no hay razón para no colgarse de una verdad que fundamenta una lucha que, desde su origen, es inganable e imperdible, porque simplemente no hay oponente. Cuando los rebeldes (insurgentes, reaccionarios, revolucionarios o como desee llamárseles) entiendan que su afán voraz (oral) de anular la autoridad juega en contra suya, quizás comiencen realmente a preocuparse. El amo y el esclavo requieren confirmarse para sobrevivir. Si se eliminan recíprocamente dejan de tener sentido. La única manera, a mi parecer, de reivindicar la autoridad y con éllo a los rebeldes dignos, es, sin duda, como me lo dijo un chico de catorce años, una dictadura. Hasta el próximo jueves. 1 Hoy en día el gobierno de México está más interesado en complacer la expectativa internacional (capitalista) que le encarga una postura progresista, humanista y tolerante (por lo menos en apariencia); por lo cual las persecuciones y desapariciones políticas son más frecuentes en las fantasías paranoides de los redentores sociales, que en la realidad misma.

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Hace muchos años, platicaba con un gran amigo sobre la situación de México (o sobre lo que de

ella entendíamos). Cada uno se centraba en algún problema y planteaba una solución. Lo más

interesante que se escuchó, y que provino de mi amigo, fue que para él, la solución sería que en

México se instalara una dictadura. No sé si él recuerde ese intercambio, pero para mí fue

determinante. En esta entrada intento esbozar por qué.

México, como sabemos, es un país con una doble moral muy característica: los discursos que

enaltecen los valores pululan en cada rincón, y los propios emisores son quienes, generalmente,

ofrecen un catálogo comportamental que contrasta decididamente con sus palabras. Esto ha

derivado, porque los recursos tecnológicos han favorecido este empeño, en que las autoridades

(institucionales, jurídicas y morales) empiecen a ser cuestionadas (desidealizadas), y en que, cada

vez más gente, se sume a una campaña contestataria desde diferentes trincheras.

La “autoridad” (en el sentido más inteligente del término) está desapareciendo de nuestro México,

y esto no es un problema menor. Las figuras (años atrás) inherentemente dotadas de una

condición autoritaria están ca(ye/lla)ndo: se cuestiona a la valía de los “héroes de la patria”, la

selección mexicana ya no es más “el gigante de Concacaf”, se habla del Presidente de México

como si de un igual se tratara (independientemente de sus innegables limitaciones políticas), etc.;

es entonces, frente a esta ausencia de símbolos idealizables (y obedecibles) que me pregunto: si

no existe autoridad, para qué queremos liberarnos de ella. Estamos en una lucha inútil que sólo ha

favorecido el surgimiento (maníaco) de redentores sociales por todos lados.

La autoridad no existe, los rebeldes reaccionan frente a un poder al que no le interesa luchar

contra ellos1; por lo cual la gente asume que, si no hay consecuencias, si no se padece el castigo

del padre (la castración) por el desacato de la ley (el goce y el desafío manifiesto al padre y su

autoridad), o si existen modos de soslayar su responsabilidad frente a esa ley (como las travesuras,

el albur, la corrupción, etc.), entonces no hay motivo para no rebelarse, no hay razón para no

colgarse de una verdad que fundamenta una lucha que, desde su origen, es inganable e

imperdible, porque simplemente no hay oponente.

Cuando los rebeldes (insurgentes, reaccionarios, revolucionarios o como desee llamárseles)

entiendan que su afán voraz (oral) de anular la autoridad juega en contra suya, quizás comiencen

realmente a preocuparse. El amo y el esclavo requieren confirmarse para sobrevivir. Si se eliminan

recíprocamente dejan de tener sentido. La única manera, a mi parecer, de reivindicar la autoridad

y con éllo a los rebeldes dignos, es, sin duda, como me lo dijo un chico de catorce años, una

dictadura.

Hasta el próximo jueves.

1 Hoy en día el gobierno de México está más interesado en complacer la expectativa internacional

(capitalista) que le encarga una postura progresista, humanista y tolerante (por lo menos en apariencia); por lo cual las persecuciones y desapariciones políticas son más frecuentes en las fantasías paranoides de los redentores sociales, que en la realidad misma.

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Psic. Juan José Ricárdez.