¿Por Qué Amamos

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¿POR QUÉ AMAMOS? Reflexiones desde el psicoanálisis. Antonio Bello Quiroz* " ...lo único que hacemos en el discurso analítico, es hablar sobre amor" Jacques Lacan ¿Por qué amamos? ¡Vaya cuestión! Extraña forma la de convocar a participar en un evento universitario. Una interrogante de esta naturaleza no puede sino llevarme a preguntar si es factible formular algo medianamente sensato ante semejante cuestión, ¿desde dónde responder, es posible desde un discurso que tenga la distancia necesaria del lugar común para decirlo a un auditorio universitario? En todo caso, ¿A partir de qué hacerlo, desde la experiencia personal o desde el ideal? La situación se presenta complicada, como me parece no puede ser de otra manera hablando del amor. Cómo hablar del amor sin invadir el terreno de los poetas. Partiendo de que toda demanda expresa un sufrimiento, que alguien se pregunte –y pregunte- ¿porqué amamos? Se puede escuchar como una interrogante que se abre para un sujeto y que al dirigirla a otro se formule como demanda que expresa un sufrimiento. Escuchar la demanda me lleva a desdoblar la pregunta inicial ¿porqué amamos? en ¿amamos? ¿Quiénes amamos? ¿de qué forma, a quiénes, que amamos? y sin duda muchas otras que nos llevarán a una irremediable pregunta sobre el lugar del amor en nuestra desquebrajada época: ¿Qué es el amor?

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AMOR

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¿POR QUÉ AMAMOS?

Reflexiones desde el psicoanálisis.

Antonio Bello Quiroz*

" ...lo único que hacemos en el discurso analítico, es hablar sobre amor"

Jacques Lacan

 

¿Por qué amamos? ¡Vaya cuestión! Extraña forma la de convocar a participar en un evento universitario. Una interrogante de esta naturaleza no puede sino llevarme a preguntar si es factible formular algo medianamente sensato ante semejante cuestión, ¿desde dónde responder, es posible desde un discurso que tenga la distancia necesaria del lugar común para decirlo a un auditorio universitario? En todo caso, ¿A partir de qué hacerlo, desde la experiencia personal o desde el ideal? La situación se presenta complicada, como me parece no puede ser de otra manera hablando del amor.

Cómo hablar del amor sin invadir el terreno de los poetas.

Partiendo de que toda demanda expresa un sufrimiento, que alguien se pregunte –y pregunte- ¿porqué amamos? Se puede escuchar como una interrogante que se abre para un sujeto y que al dirigirla a otro se formule como demanda que expresa un sufrimiento. Escuchar la demanda me lleva a desdoblar la pregunta inicial ¿porqué amamos? en ¿amamos? ¿Quiénes amamos? ¿de qué forma, a quiénes, que amamos? y sin duda muchas otras que nos llevarán a una irremediable pregunta sobre el lugar del amor en nuestra desquebrajada época: ¿Qué es el amor?

Sin mucha dificultad es posible decir que, salvo excepciones, quien se acerque a la lectura de este trabajo se habrá planteado esta pregunta en alguna ocasión. Las respuestas han sido seguramente las más diversas, la historia misma a recreado diversas maneras de expresarlo: lo mismo ha sido visto como una locura que como una enfermedad, gozo o padecimiento. Se ha dicho mucho de ello y sin embargo ante cada decir el amor muestra que tiene un lado inaprensible, indecible y, en ese sentido, todos los decires adquieren el estatuto de medio decir, de balbuceo. Visto así, como balbuceo del que no se puede decir todo en definitiva, nada nos impide poder decir que el amor es un mito del cual se puede decir casi cualquier cosa, en tanto que el mito es justamente un balbuceo. El mito es particular a cada cultura (en el caso del amor además le sería propio a cada sujeto) le es propio, le pertenece al grupo que lo creó y nutrió, pero al mismo tiempo, le pertenece a la humanidad, en cuanto nos narra a la humanidad misma.

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El mito, como sabemos, es un decir que se reactualiza en cada ocasión que se dice, siempre bordeando un núcleo de real indecible. Lo mismo ocurre con el amor. Y si el amor es algo que no se deja de decir, podríamos señalar, en un sentido muy amplio pero no menos preciso, que el amor es un asunto de vida cotidiana, por tanto, qué paradoja, de conflicto cotidiano.

Puestos aquí, sin duda que resulta interesante preguntarse sobre lugar que ocupa el amor en la vida cotidiana en un momento histórico determinado. Sin embargo, creo que la interrogante ¿Por qué amamos? apunta más a la expresión cotidiana del amor en la vida personal, podríamos decir, íntima.

La cuestión no es nueva, Sigmund Freud en 1909, en la primera de sus Contribuciones a la vida amorosa, ya se interrogaba sobre las “condiciones de amor” “bajo las cuales los seres humanos elijen su objeto y el modo en que ellos concilian los requerimientos de su fantasía con la realidad”1, el psicoanálisis mismo se constituye a partir de un dispositivo clínico que se organiza para escuchar la estructura que soporta el enamoramiento, es desde aquí que creo que es el psicoanálisis, en el campo de la ciencia, el paradigma que mejor apoyo ofrece en esta búsqueda en tanto que, al preguntarse sobre el inconsciente y sus expresiones, encuentra y hace del amor una clínica y construye una teoría sobre el funcionamiento de la psique con todas sus consecuencias.

Para hablar del amor en la época contemporánea difícilmente podremos encontrar un discurso que se plantee desde su origen cuestionarse sobre el amor; el psicoanálisis surge como discurso justamente cuando la explicación del mundo y sus avatares estaba saliendo de los cielos para entrar en el campo de la ciencia, de la razón. El amor no escapa a ese fenómeno, salio de la poesía para ser asunto de feromonas y químicas, de racionalidad. El psicoanálisis, pese a ser heredero y producto de la llamada razón moderna, no deja de señalar y cuestionarse, apoyado justamente en lo que el amor le hace patente en la escucha clínica, los límites de la razón en lo que se refiere a las expresiones del amor; dicho de otra manera, el psicoanálisis surge para escuchar aquello que de indecible muestra el amor.

Eso indecible del amor no ha dejado de decirse. Entre muchas, la filosofía griega nos cuenta una versión del nacimiento de Eros, el amor. En El banquete de Platón esta historia es narrada por Diótima, la bruja, la hechicera, mujer sabia en los menesteres del amor. Narra su origen diciendo que el amor es hijo de Aporía (la penuria), y de Poros (la abundancia) que se encuentran en la fiesta del nacimiento de Afrodita; ahí Poros se duerme de borracho y Aporia, cansada de sus penurias, aprovechando el estado de Poros, se hace embarazar por él y tener a ese hijo llamado Amor (eros); así la fecha de natalicio del Amor corresponde a la de Afrodita, por lo que el amor siempre tendrá una relación con lo bello. Dado este doble origen, Diotima enseña que el amor por naturaleza no es ni mortal ni inmortal, en un mismo día aparece floreciente y lleno de vida, mientras está en la abundancia, y después se extingue para volver a revivir.

Es este mismo diálogo El banquete o sobre la erótica la referencia que Lacan toma para analizar la incidencia del amor en la cura en tanto que en el psicoanálisis las tendencias amorosas, que no pueden aparecer sino acompañadas de una contraparte hostil2, aparecen desde sus orígenes como efecto en una situación de transferencia. A este

1 Freud, S. (1). Sobre un tipo particular de elección de objeto en el hombre. (Contribuciones a la psicología del amor, I) Amorrortu, Bs. As. Pág. 159.

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respecto Lacan nos dice " ...lo único que hacemos en el discurso analítico, es hablar sobre amor"3 Esta relación entre el amor y la transferencia constituye una prueba irrefutable del papel esencial de artificio en todo amor..(I)

El amor es situado por el discurso psicoanalítico, en particular por la lectura que hace Lacan, como un fenómeno imaginario, aunque sin duda tiene efectos en el orden simbólico. En un primer momento en el desarrollo del infante, se puede circunscribir al amor como autoerótico, donde la pulsión se ancla en el propio cuerpo, para solo más tarde sostenerse en una estructura fundamentalmente narcisista, puesto que es al propio yo al que uno ama en el amor, el propio yo hecho real en el nivel imaginario. Sin embargo, el amor involucra una reciprocidad imaginaria, ya que amar es, esencialmente desear ser amado. El signo de amor necesita de la reciprocidad del signo de amor del otro. Te amo-te amo. Es la respuesta ecolálica que espera recibir todo aquel que dice Te Amo, como lo señala Roland Barthes en su Fragmentos de un discurso amoroso “Te amo-Yo también. Yo también es una respuesta perfecta”4. Amor que es recíproco sólo a nivel del signo, luego vendrá o no todo lo demás.

Es esta reciprocidad entre amar y ser amado lo que constituye la ilusión del amor, y esto es lo que lo distingue del orden de las pulsiones, en el cual no hay reciprocidad, sólo actividad.

El amor es un fantasma ilusorio de fusión con el amado, fantasma que sustituye la ausencia de cualquier relación sexual. En este sentido el amor, todo amor, es engañoso en tanto que opera como espejismo. Es engañoso porque supone dar lo que uno no tiene; así el amor no se dirige a lo que su objeto tiene sino a lo que le falta, a la nada que está detrás de él, al indecible brillo en la nariz que señala Freud.

En psicoanálisis el amor esta íntimamente ligado a otro concepto: el deseo. Ya desde Freud podemos encontrar que las mociones libidinales están bifurcadas entre tierna (amorosa) y sensual (deseo)5. Para Lacan, la relación entre ambos resulta por lo menos ambigua, por un lado, estos dos términos son diametralmente opuestos; por el otro, en ésta oposición son destacadas ciertas semejanzas entre ellos. Como fenómeno imaginario que pertenece a la dimensión del yo, el amor está claramente opuesto al deseo, inscripto en el orden simbólico, el campo del Otro6. Partiendo de que el deseo es el deseo del Otro, Lacan lo articula con que el signo de amor es siempre recíproco. Aquí, Lacan no coloca en oposición total al amor y al deseo sino que los enlaza. Aunque inmediatamente después, habla del clásico antagonismo amor-deseo, en el cual el amor desconoce el objeto de deseo, porque el amor queda siempre a nivel de imaginario, que siempre engaña y desconoce el verdadero objeto de deseo. El amor es la ignorancia del deseo y el amor pide amor. Lo pide sin cesar. Pide más porque la demanda es insaciable, imposible de responder. Incluso puede decirse que el amor mata el deseo,

2Desde el psicoanálisis, no podríamos esperar de ninguna manera hablar del amor sin hacerlo al mismo tiempo del odio. De esta manera, Lacan señala una conexión íntima entre el amor y la agresividad; la presencia de uno necesariamente implica la presencia de la otra- Este fenómeno que Freud denomina ambivalencia, y es considerado por Lacan uno de los grandes descubrimientos del psicoanálisis.

3 Lacan, J. Seminario XX4 Barthes Roland(1977) Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo XXI, México, 1999. Pág. 237.

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puesto que el amor se basa en un fantasma de unidad con el amado y esto anula la diferencia que da origen al deseo.

Por otra parte, hay elementos en la obra de Lacan que hacen vacilar la oposición tajante entre amor y deseo. En primer lugar, los dos son similares en cuanto nunca pueden ser satisfechos. En segundo término, la estructura de amor como “deseo de ser amado” es idéntica a la estructura del deseo en la cual el sujeto desea convertirse en el objeto del deseo del Otro. Finalmente, en la dialéctica de la necesidad – demanda – deseo, el deseo nace precisamente de la parte insatisfecha de la demanda, que es la demanda de amor.

Entonces, finalmente, qu’est l’amour? A lo que se hace referencia es a la relación hombre mujer exclusiva, en la que la exclusividad significa que uno es más o menos todo para él y viceversa; por lo que al psicoanálisis atañe, esta relación sólo puede ser posible en la entidad madre – hijo. ¿Por qué el amor debe quedar constreñido a la relación primaria madre e hijo? Esta afirmación se puede sostener recurriendo a las famosas leyes del amor: En primer lugar, la relación es total y exclusiva; segundo, está de entrada condenada a la muerte: su herencia es la falta y el deseo que en ella se origina; y tercero, está caracterizada por el poder. Todas las demás relaciones amorosas, viene a ser una repetición de esta relación primera y primaria madre–hijo.

II

A partir de lo anterior es posible ensayar y decir que en el amor, ese engaño recíproco entre el sujeto y el Otro, se sostiene el movimiento deseante a pesar de las decepciones que actualizan la pérdida de unidad del ser. Por la vía del amor se puede condescender al deseo. Sin embargo, actualmente, en las sociedades posmodernas, industralizadas y desubjetivizadas, todo parece reducirse a la desafectivización. Pura satisfacción que aplasta la demanda de amor. El goce no condeciende al deseo. Es un goce sin deseo, sin sujeto dividido, donde no se pone en juego la castración.

Sabemos que el objeto de deseo puede faltar, ser reemplazado por objetos (alcohol, drogas, objetos de consumo diversos) que solo valen por la satisfacción que brindan. En este objeto ha quedado ubicado el partenaire?. Dado que estamos en el tiempo de la caída de los ideales, el Otro no aparece como regulador de los goces y el sujeto no tiene donde amarrarse. Si el Ideal del yo fracasa, la búsqueda de satisfacción inmediata

5 En algunos casos, como en la impotencia psíquica, señala Freud, estas dos corrientes se muestran por completo separadas, sometiendo al sujeto a vivir en una permanente disyuntiva entre el amar y el desear, a grado tal que “Cuando aman no anhelan, y cuando anhelan no pueden amar”. Cf. Freud, S. (1910) Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa. O. C., Amorrortu, Tomo XI. Pág. 174-176.6 Existe una diferencia en la obra de Lacan entre el otro y el Otro. El pequeño otro (a) es el otro que no es realmente otro, sino un reflejo y proyección del Yo, es simultáneamente el semejante y la imagen especular, de modo que el pequeño otro está totalmente inscrito en el orden imaginario; mientras que el gran Otro (A), designa la alteridad radical, la otredad que trasciende la otredad ilusoria de lo imaginario, porque no puede asimilarse mediante la identificación, se equipara con el lenguaje y la ley, de modo que el gran Otro está inscrito en el orden de lo simbólico.

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desencadena la ferocidad superyoica que empuja a más y más goce, manifestación de la pulsión de muerte que destruye todo posible objeto de amor.

Freud ya lo planteaba en “Sobre la degradación de la vida erótica” señalando que la libertad sexual ilimitada no hace más que quitar valor a la vida erótica misma y a los objetos en los que buscamos satisfacción.

En nuestra sociedad impera un nuevo empuje, que resulta incluso paradójico, a que todo se muestre, a que todo se diga que va unido a una resistencia, resistencia a lo real, resistencia a lo imposible.

Actualmente parece propiciarse el transmitir "todo" sobre el modo de goce sexual de cada cual sin ninguna vergüenza ni pudor. Parece que la mirada del Otro ya no da vergüenza ¿En este juego extremo en la escena, el amor quedó desenlazado?.

Lejos de la época victoriana cargada de prohibiciones sexuales que Freud tuvo que vivir, a nosotros nos toca observar la banalización impúdica del espectáculo sexual. Hay una llamada constante a la mirada, a que todos miremos como se goza.

Eterno retorno de lo igual, circuito infernal de repetición que muestra un cuerpo mortificado por la lógica del automatón. Este empuje a decirlo todo sobre el goce, aún lo imposible de decir, nos recuerda la enseñanza de Lacan cuando enuncia que sólo el encuentro con el amor permite poner freno al automatón para dar paso a la thyche, a las palabras, a las caricias. La pregunta del psicoanálisis, hoy, sigue siendo : ¿qué desea el sujeto mas allá de lo que el Otro le propone?.

Freud nos advirtió en La degradación general de la vida amorosa, sobre la disyunción amor- deseo como condición erótica en el hombre. Lo que parece haberse enfatizado en el varón posmoderno que no quiere dejarse cuestionar en su prestancia fálica. Ya no estamos en épocas en que la mujer sea fácilmente sometida. Entonces, nada de amor en las relaciones, que así serán todas casuales y se agotarán rápidamente, cuando se satisface la pulsión. Como se dijo antes, sólo el amor suple la falta de relación sexual, sosteniendo al sujeto en una ilusión y una promesa. Entonces, el precio que pagan los hombres por esto, es la inmersión en el tedio que los preserva de la angustia. Dejan, así, en evidencia, lo problemático de que no exista esa dimensión engañosa en el momento en que se devela que el deseo los llevó a un objeto inadecuado. El amor considera a la persona y limita la degradación erótica que avanza cuando la búsqueda es sólo de satisfacción.

Y las mujeres?. En la clínica actual, los componentes del edipo freudiano parecen estar en disyunción, también. Sabemos que hoy no alcanza leer la clínica femenina desde la salida fálica freudiana. A partir del seminario Aún, Lacan define la posición subjetiva femenina desde una relación particular con el falo. Ella es no toda fálica, lo cual la habilita, en forma contingente al goce suplementario.

En la clínica que se hace desde el psicoanálisis, se observa cada vez con mas frecuencia, la disyunción amor- deseo en las mujeres. Muchas mujeres de hoy se definen bajo el significante del tener, por excelencia, acumulan objetos con los cuales pretenden esconder su falta. Hasta podríamos decir que se agregan artificialmente lo que les falta.

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Organizan su plus en el punto donde se sienten propietarias, sosteniéndose en la acumulación de goce fálico.

Aún así, pensamos que las mujeres tienen mejores condiciones estructurales para reanudar el amor con el deseo y el goce, en la relación con el otro. La existencia pasional entre el amor y el odio es un rasgo particular de ellas que las diferencia de la estructura masculina. El amor femenino tiene como rasgo, el ser ilimitado dado precisamente por su carácter de demanda absoluta de amor. Justamente la relevancia que tiene el amor para las mujeres, a veces produce las peores consecuencias, dejándolas en una encerrona mortificante de "dar todo" a cambio de obtener lo imposible, el "todo" del Otro. Esta emergencia de lo absoluto parece surgir en relación a un hombre.

Lo llamativo y fuente de neurosis, es que en general el deseo empuja al neurótico no a buscar resolver simple y llanamente aquello de lo que careció en sus primeros años, sino que busca engarzarse con alguien que le presente las mismas dificultades que le quedaron presentes de aquellas imagos infantiles para tratar transformarlo en alguien que no las ofrezca. De ahí que la histérica quiera “hacer” de su partenaire un hombre (según ella supone que tendría que ser) y el obsesivo “entender” qué hace mal, para hacerlo bien según corresponda a la demanda de su amada para lograr que Ella lo ame. Lamentablemente a muchos en eso se les va la vida.La convivencia, el compartir más momentos de la vida, va haciendo aparecer lo real de la cotidianeidad. Ahí, el enamoramiento se transformará en amor si la pareja logra ir elaborando el desencuentro. Sino, sobrevendrán la desilusión, el alejamiento y la ruptura.Cuando digo elaboración me refiero a que el desencuentro y las fallas se tornen posibles de ser tramitadas, porque se advierte que hay otras cosas que van pasando a primer plano y dando el sostén necesario para poder soportar los desencuentros. En el amor no hay racionalidad en el sentido de la razón del pensamiento, del proceso secundario. Por eso esas parejas que se proponen “construir el amor”, suelen fracasar horriblemente. Y no sólo eso: la pasan muy mal todo el tiempo que están tratando de construir el amor. El sueño se les transformó en un trabajo por “necesidad” y no por deseo. En ese sentido, no hay racionabilidad posible. El amor ocurre o no, no lo construimos. 

* Psicoanalista. Coordinador de la División de Investigación y Estudios de Posgrado de la Escuela Libre de Psicología en Puebla, Pue. Director de la Revista Erinias. Autor del libro: Ficciones sobre la muerte.