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Políticas públicas: contexto histórico, paradigmas económicos y crisis del capitalismo actual Saúl Alzate Pérez Economista. Msc Profesor Universidad de Antioquia [email protected] Alzate Pérez S. Políticas públicas: contexto histórico, paradigmas económicos y crisis del capitalismo actual. Curso Políticas Públicas y Salud. Medellín: Universidad de Antioquia. Facultad Nacional de Salud Pública; 2011. Introducción Los cambios económicos, sociales y políticos de los noventa y del nuevo siglo otorgan dos facultades al análisis de las políticas públi- cas: en primer lugar, para que sirvan como mecanismo de retroalimentación de las acciones del Estado, y de ese modo permi- tan aprender de los procedimientos de implementación, tanto en su transcurso, como en el futuro; en segundo lugar, el proceso de evaluación determina el impacto de las políticas y constituye un veedor de la acción estatal en sí misma, dado que res- ponde a la necesidad de transparencia que exige la ciudadanía, así como de las formas y tipos de intervención del estado, las políti- cas públicas, su implementación y sus resul- tados representan la rendición de cuentas del estado hacia la sociedad. 1. Contextualización económica de las políticas públicas Dentro de las ciencias económicas, políticas y sociológicas, el análisis y el estudio de las polí- ticas públicas son procesos bastante recientes: el texto fundador de la “disciplina” tiene ape- nas seis décadas de existencia y sin embargo los desarrollos posteriores pueden considerar- se fructíferos si se refiere a la cantidad de bi- bliografía especializada publicada, así como a los diferentes enfoques presentados por la literatura. Las políticas públicas se refieren a actividades materiales o simbólicas que gestionan las auto- ridades públicas. Esta primera definición se centra en dos elementos. El primero se rela- ciona con la determinación de los principales actores de las políticas: las autoridades públi- cas. El segundo revela que como políticas públicas, se deben tomar en cuenta acciones concretas y elementos aparentemente insigni- ficantes, tales como los simbólicos haciendo

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Políticas públicas: contexto histórico,

paradigmas económicos y crisis del capitalismo actual

Saúl Alzate Pérez Economista. Msc

Profesor Universidad de Antioquia [email protected]

Alzate Pérez S. Políticas públicas: contexto histórico, paradigmas económicos y crisis del capitalismo actual. Curso Políticas Públicas y Salud. Medellín: Universidad de Antioquia. Facultad Nacional de Salud Pública; 2011.

Introducción

Los cambios económicos, sociales y políticos de los noventa y del nuevo siglo otorgan dos facultades al análisis de las políticas públi-cas: en primer lugar, para que sirvan como mecanismo de retroalimentación de las acciones del Estado, y de ese modo permi-tan aprender de los procedimientos de implementación, tanto en su transcurso, como en el futuro; en segundo lugar, el proceso de evaluación determina el impacto de las políticas y constituye un veedor de la acción estatal en sí misma, dado que res-ponde a la necesidad de transparencia que exige la ciudadanía, así como de las formas y tipos de intervención del estado, las políti-cas públicas, su implementación y sus resul-tados representan la rendición de cuentas del estado hacia la sociedad.

1. Contextualización económica de las políticas públicas

Dentro de las ciencias económicas, políticas y sociológicas, el análisis y el estudio de las polí-ticas públicas son procesos bastante recientes: el texto fundador de la “disciplina” tiene ape-nas seis décadas de existencia y sin embargo los desarrollos posteriores pueden considerar-se fructíferos si se refiere a la cantidad de bi-bliografía especializada publicada, así como a los diferentes enfoques presentados por la literatura. Las políticas públicas se refieren a actividades materiales o simbólicas que gestionan las auto-ridades públicas. Esta primera definición se centra en dos elementos. El primero se rela-ciona con la determinación de los principales actores de las políticas: las autoridades públi-cas. El segundo revela que como políticas públicas, se deben tomar en cuenta acciones concretas y elementos aparentemente insigni-ficantes, tales como los simbólicos haciendo

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referencia a “lo que los gobiernos deciden rea-lizar o no realizar”. No quiere decirse con ello que el no actuar sea una política pública, sino enfatizar que la decisión de no actuar ante un determinado problema conforma en sí una política pública. Existen definiciones que inte-gran ambos elementos y consideran que una política pública no es solamente una acción concreta, pudiendo ser una acción simbólica o un no-programa. Otro elemento clave en la conceptualización se refiere a las políticas públicas como un conjunto de decisiones cuyo objeto es la distribución de determinados bie-nes o recursos. Esta propuesta recuerda que una política pública no es una acción aislada y además que en este proceso se encuentran en juego bienes o recursos los cuales pueden afec-tar o privilegiar a determinados individuos y grupos. Alternativamente las políticas públicas se han definido como: “Una concatenación de actividades, de decisiones o de medidas co-herentes por lo menos en su intención, y to-madas principalmente por los actores del sis-tema político-administrativo de un país con la finalidad de resolver un problema colectivo. Estas decisiones dan lugar a actos formaliza-dos, de naturaleza más o menos coercitiva, con el objetivo de modificar el comportamiento de grupos que conforman blancos, los cuales se encuentran supuestamente en el origen del problema por resolver”(1). En general, existe la creencia que el Estado debe responsabilizarse por proveer los medios e incentivar con la definición e implementación de planes o programas, como el principal y único obligado a promocionar ciertas acciones sociales. Sin embargo, esta consideración –en parte verdadera– merece algunas reflexiones. El Estado democrático se hace efectivo a través de un sistema de alternancia de gobierno y los gobiernos poco toman en cuenta iniciativas en curso, que ya estén atendiendo sus fines. Los gobiernos, con frecuencia, optan por desconti-nuar acciones iniciadas por otros anteriores y tienen una visión genérica e inmediatista de las soluciones, desconociendo experiencias y no

permitiendo la viabilización de las iniciativas que no dependen de ellos. Por otro lado, ¿Quiénes son los que tienen la obligación de promover la salud? ¿Solamente los médicos, odontólogos y los ministerios del área? ó ¿La salud también depende de la cali-dad del agua y del aire, de la limpieza pública y de las condiciones de salubridad y de seguridad en el trabajo? ¿Quiénes son los que deben tratar los temas relacionados con la educación como escuelas, bibliotecas y profesores? ó ¿La educación también afecta a las familias (que introducen a los niños en los primeros ejerci-cios de convivencia social), a los museos, a los sistemas de comunicación de masa, a los edito-res y libreros, a los productores de cultura, de una manera general? Cambiar la cultura de lo público, tanto entre las personas como entre las organizaciones, es una tarea que exige paciencia, persistencia e incentivos adecuados que ayuden a promover ó forzar la transformación. Es claro que las acciones estatales dependen de los recursos públicos, de la capacidad presupuestal y de la voluntad política, y que están creadas para mejorar los condicionamientos sociales en los que se encuentra la ciudadanía. Sin embargo, al ser la política pública una relación social que afecta el bienestar de la sociedad en general, ésta debe participar permanentemente en la discusión de cómo debe llevarse a cabo y eva-luarse.

2. Del liberalismo decimonónico al Estado del Bienestar

2.1. Liberalismo: inicios y florecimiento

Durante la primera fase de la Revolución Indus-trial, el liberalismo político definió un modelo de Estado y un modelo de economía. Se consi-dera a Adam Smith, con su obra La riqueza de las naciones (1776), como el fundador del libe-

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ralismo económico y el iniciador del período de los llamados economistas clásicos. El propósito de Smith, como el de los fisiócratas y los mer-cantilistas, era descubrir el procedimiento de enriquecer al Estado, como demuestra su títu-lo, pero luego llega al convencimiento de que es condición previa el enriquecimiento de los individuos, y éste es el meollo de su obra: “Cuando uno trabaja para sí mismo sirve a la sociedad con más eficacia que si trabaja para el interés social” (2), es su axioma de la armonía entre el interés particular y el general.

Adam Smith es el gran panegirista de la liber-tad económica; para él es inútil la intervención del Estado, que habían predicado los mercanti-listas; el orden se establece por sí mismo, por el juego de la oferta y la demanda. Si un pro-ducto es solicitado sube el precio y se favorece su elaboración, con lo que todo vendedor es retribuido según la importancia de los servicios que presta; la actividad concurrente garantiza el orden, la justicia y el progreso de la socie-dad. La llamada doctrina del laissez faire llena una etapa del pensamiento y de la actividad económica. En su base se esconde una glorifi-cación de la libertad: el mercado se regula por libre concurrencia, el trabajador elige libre-mente su trabajo, la mano de obra se desplaza libremente, el contrato de trabajo es un acuer-do libre entre patronos y obreros.

Las leyes del mercado, basadas en el juego de la oferta y la demanda, son la mano invisible que rige el mundo económico y a la larga equi-libran la producción y el consumo de los diver-sos artículos. Toda barrera artificial, incluso entre las naciones, que dificulte las leyes de mercado, debe ser abolida; se postula el in-cremento del comercio internacional, principio que casa perfectamente con las necesidades de las potencias industriales.

El pensamiento liberal centra su preocupación en la trilogía ganancia, ahorro y capital. El in-terés individual y el social coinciden siempre, asegura Adam Smith; más lejos llega Thomas Malthus cuando condena la asistencia a los

desvalidos por ser perjudicial para la sociedad; la felicidad general no sería posible “si el prin-cipio motor de la conducta fuera la benevolen-cia” (3).

La ideología del liberalismo económico favore-ció el proceso de industrialización, la creación de mercados mundiales, la acumulación de capitales, el surgimiento de empresas gigan-tescas, dimensiones todas que se reflejan en la segunda fase de la Revolución Industrial; sin embargo separó la ética de la economía y se despreocupó de los problemas sociales de la industrialización.

Posteriormente, aparecerá la teoría neoclásica que incluirá de manera notable en la economía y la política; los economistas neoclásicos sur-gieron en la segunda mitad del siglo XIX y se les llama también teóricos de la “utilidad margi-nal”. William Stanley Jevons Carl Menger y León Walras, son algunos de los fundadores de las principales escuelas de la utilidad margina Derivaron sus concepciones de la teoría subje-tiva del valor que es la base de dicha corriente, fundamentados en el utilitarismo y en el bien-estar individual. Entre las contribuciones teóri-cas de la corriente neoclásica pueden destacar-se: el desarrollo de la teoría subjetiva del valor basado en utilidad y escasez, la teoría psicoló-gica de la utilidad marginal (la cual depende de la apreciación individual), la teoría de la forma-ción de los precios (oferta y demanda), la teor-ía subjetiva de la utilidad marginal, y la teoría del equilibrio económico general, que pretend-ía explicar el funcionamiento de la economía, estableciendo relaciones de interdependencia expresadas matemáticamente; adicionalmente los neoclásicos establecen la diferencia entre economía pura (teoría económica) y economía aplicada (política económica), desarrollan una teoría del bienestar, la cual pretende demos-trar que al aumentar la utilidad, cada individuo –productor ó consumidor- logra mayor bienes-tar, y proponen la teoría monetaria ó cuantita-tiva del dinero basada en la necesidad indivi-dual de medios de pago (aplicando la utilidad marginal al dinero).

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2.2. Crisis entre guerras y el liberalismo

La economía de los países sufrió una profunda crisis tras la Primera Guerra Mundial que afectó a todo el mundo. Entre las dos guerras se pueden diferenciar dos grandes períodos. El primero entre 1919 y 1929, marcado por osci-laciones entre crisis y expansiones. El segundo, a partir de 1929, conocido como la "gran de-presión", fenómeno crítico del ciclo económico en el cual cae la actividad económica.

La Primera Guerra Mundial propició el alza de los precios de los productos agrarios. La crisis de 1920/21 marco el comienzo de un periodo de descenso de los precios y de las rentas agra-rias, el cual se acentuó por las medidas que adoptaron los campesinos quienes aumenta-ron la producción y los rendimientos, esto su-puso una mayor oferta de productos en el mercado y como consecuencia la disminución de los precios. Otra manifestación de la crisis fue la diferencia del rendimiento entre secto-res industriales clásicos y los nuevos. Las indus-trias antiguas se estancaron y sus dificultades se vieron agravadas por la competencia en el mercado internacional de otros países que aprovecharon la guerra mundial parta instalar industrias dedicadas a proveer suministros a los países beligerantes. Una de las más afecta-das fue ante todo la industria textil europea.

Durante la Primera Guerra se presentaron también problemas en el sistema monetario caracterizadas por la subida generalizada de los precios, la penuria provocada por las destruc-ciones y las dificultades en el abastecimiento, junto con el aumento de fabricación de mone-das. Los países europeos pidieron créditos a Estados Unidos, que se convirtió en el acreedor internacional más importante. La inestabilidad financiera internacional se incrementó. El máximo exponente del hundimiento del siste-ma monetario fue la gran inflación de los paí-ses de la Europa central, en especial de Alema-nia.

A partir de 1922 y hasta finales de la década, el mundo desarrollado entró en un proceso de gran crecimiento debido a la recuperación de la producción en las naciones europeas más afectadas por los efectos de la Gran Guerra, como Francia y Alemania. La guerra convirtió a Estados Unidos en la primera potencia mun-dial: la industria del automóvil, sobretodo la norteamericana, experimentó un dinamismo espectacular. El desarrollo de modernas formas de publicidad y la aparición de la venta a crédi-to revolucionaron las formas de consumo. Otros sectores destacados: la industria aeron-áutica, cuya aplicación civil se inicio por enton-ces; la industria eléctrica, que permitió la elec-trificación de los hogares, la expansión de la radio, del teléfono y del motor eléctrico; y la producción química se desarrollo gracias a la fabricación de neumáticos, abonos, productos farmacéuticos o derivados del petróleo.

La "gran depresión" económica que se vivió a partir de 1929 contribuyó al aumento de inse-guridad, violencia y tensión en las relaciones internacionales. Esta crisis económica mundial fue precipitada por la crisis de la economía norteamericana, que empezó en 1928 con la caída de los precios agrícolas y culminó el 29 de octubre de 1929 con el hundimiento de la Bolsa de Nueva York. Como consecuencia de esta crisis, Estados Unidos redujo considera-blemente las importaciones de productos pri-marios. Además comenzó a repatriar los préstamos de capital a corto plazo que había hecho a países europeos y en especial a Ale-mania, y recortó de forma importante las nue-vas inversiones y créditos. La crisis económica de estados Unidos tuvo repercusiones en todo el mundo, a excepción de Japón y la URSS, pero Alemania llevó la peor parte ya que no resistió la retirada de los capitales norteamericanos y la falta de créditos internacionales. Los efectos a corto plazo fueron importantes: el desem-pleo alcanzó sus niveles máximos (14 millones en Estados Unidos, 6 millones en Alemania y 3 millones en Gran Bretaña).

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La crisis social que siguió a la crisis económica favoreció el extremismo político como el naci-miento de movimientos de extrema derecha, y en algunos países, la implantación de dictadu-ras fascistas. Esta situación provocó además fuertes tensiones en las relaciones comerciales internacionales, ya que los gobiernos recurrían a medidas proteccionistas para defender sus economías nacionales; entre ellas subir los tipos de interés y los aranceles, y casi todos los países devaluaron su moneda. Otra conse-cuencia de la crisis fue la sustitución de las manufacturas importadas por productos na-cionales, pues había que estimular el consumo interno.

Lo que comenzó como un simple descenso de las cotizaciones en la bolsa de Nueva York, en otoño de 1929, se convirtió en la mayor crisis de la historia del capitalismo. En 1925 las coti-zaciones de la bolsa subían y se acumulaban beneficios extraordinarios. La fácil obtención d créditos aumento la especulación. Desde co-mienzo de 1929 el índice de la bolsa neoyor-quina se fue estancando. Las autoridades gu-bernamentales se sentían seriamente preocu-padas por los acontecimientos, sobre todo por el crédito descontrolado. El jueves 24 de octu-bre se puso en venta un número muy elevado de acciones, lo que provocó una caída de pre-cios que continuó en los siguientes días. Aquel día, bautizado como "jueves negro", señaló el final del proceso del alza permanente de los valores. Muchos inversores intentaron vender sus acciones y eso acentuó la caída de la bolsa de Nueva York. El índice bursátil se hundió en pocos meses. En dos años y medio, Wall Street redujo el valor de sus cotizaciones en una sexta parte del que tenían en el momento de produ-cirse el crash.

La crisis se extendió a todos los sectores: pasó de las finanzas a la industria y de Estados Uni-dos al resto del mundo. El pánico afectó ense-guida a la banca que se encontró con inverso-res que no podían devolver los créditos y aho-rradores que corrían a rescatar sus fondos. En Estados Unidos, de 23000 bancos se cerraron

5000. La paralización de la concesión de crédi-tos y las quiebras bancarias afectaron a la fi-nanciación de la industria. Muchas fábricas se vieron forzadas a cerrar ante la disminución de la demanda. La industria americana vivió una situación de superproducción ante una de-manda insuficiente. La debilidad de la deman-da facilitó la bajada de precios, la caída de los beneficios y el cierre de empresas industriales. La producción industrial en el mundo descen-dió un 40%. Las industrias más afectadas fue-ron la siderúrgica y la dedicada a la producción de los bienes de consumo. El campo vio acen-tuadas las dificultades que arrastraba desde la guerra. La consecuencia más significativa fue el incremento del paro. En pocos meses se que-daron sin trabajo millones de norteamericanos en todos los sectores económicos.

El resto del mundo también recibió el im-pacto de la crisis: los primeros países afec-tados fueron aquellos cuya economía se basaba en materias primas. La crisis com-portó la disminución de la demanda y de los precios. Los industriales se vieron obli-gados a malvender los "stocks" crecientes, la superproducción generó la deflación de los precios al consumo, pero las compras eran aún menores. La causa del estallido de la crisis en Alemania y Austria fue la repatriación de los capitales norteameri-canos, la que precipitó el hundimiento de sus economías. Las quiebras bancarias se extendieron y aumentaron las restriccio-nes del crédito. El patrón oro para el valor de las monedas perdió sentido, y dejó de ser un sistema capaz de solucionar los problemas. Las economías no dependieron ya más del oro, sino de la capacidad indus-trial y de la posibilidad de hacer negocios y ganar dinero. Se hizo evidente entonces la necesidad de un modelo alternativo como salida a las crisis.

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3. Transición del keynesianismo al Con-senso de Washington

Será el paradigma keynesiano quien saque de la crisis a toda Europa, y a gran parte del mundo. Entre las ideas centrales del mo-delo propuesto por J. M. Keynes están el intervencionismo activo del Estado con medidas de políticas económicas, funda-mentalmente las fiscales con el aumento del gasto público y de las transferencias ó “capitalismo organizativo” se visualiza co-mo la única manera de salir de la crisis; en los Estados Unidos se lanza el New Deal, por el presidente F.D. Roosevelt ó el au-mento del gasto privado como acción complementaria de las políticas públicas y en Europa se desarrollan los Estados del Bienestar. A partir de entonces la evolución de la economía dependerá de la confianza de los inversores en el sistema productivo, de las acciones y medidas públicas y de las expectativas que ofrezcan los negocios en cada país.

3.1. El Estado del Bienestar El Estado del Bienestar es uno de los fenóme-nos que ha despertado mayor interés entre los estudiosos de las instituciones políticas y de las políticas públicas. En general, las economías capitalistas fueron incorporando diferentes mecanismos para modelar las relaciones entre los diferentes grupos sociales, de forma que se fueron adoptando instrumentos de interven-ción pública que permitieron hablar del Estado del Bienestar, su surgimiento, sus característi-cas, evolución y crisis. Tal y como aquí se entiende, el Estado del Bienestar es un fenómeno histórico innovador, es decir, las instituciones de la política social acompañaron el proceso de desarrollo y mo-

dernización capitalistas en un sentido preciso. Al migrar grandes masas campesinas hacia las ciudades, el proceso económico ha introducido desequilibrios sociales importantes, ocasio-nando incluso destrucción de las comunidades locales y de sus sistemas culturales y familia-res. Pero también estimuló el surgimiento de formas institucionales nuevas que, en el largo plazo, evitaron o redujeron la anomia carac-terística de las sociedades que se modernizan. Originadas en la segunda mitad del siglo pasa-do, las instituciones del nuevo sistema de pro-tección social constituyen el principal instru-mento de compensación o (re)equilibrio, ya que sus sistemas de seguridad social, educa-ción, salud y otros servicios sociales hacen via-ble el tránsito y la incorporación social de ma-sas rurales a la vida urbana, la nivelación e igualación de las condiciones sociales de la población, el mejoramiento de las oportunida-des laborales y la condición salarial. Apelar al análisis histórico y de larga duración, perspec-tiva que estaba ya presente en el enfoque inte-grado y en el retomar la temática del desarro-llo, resurge aquí para analizar la historicidad y las funciones del Estado del Bienestar, es decir, la conformación de las instituciones de la polí-tica social en su vínculo con la constitución más amplia de las cambiantes sociedades urbanas, fundadas en el trabajo asalariado. El modelo keynesiano sobre el que se funda-menta el Estado del Bienestar, y que se desa-rrolla a partir de la Segunda Guerra Mundial, otorga al Estado una función interventora, que se podría concretar en dos ámbitos: 1º) Política económica, por medio de la cual el Estado se convierte en un elemento dinamiza-dor del sistema económico, cuyo objetivo prio-ritario es el mantenimiento de la actividad, impulsando la producción, orientando la políti-ca de gastos, transferencias y de inversión, corrigiendo los desajustes que se van produ-ciendo. El Estado adquiere la función de reacti-var la economía, especialmente en los momen-tos en los que el crecimiento constante no está

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garantizado, debido a las fluctuaciones a las que se encuentra sometido el mercado. 2º) Política social, a fin de conseguir: a) una distribución de la renta, mediante la financia-ción de un amplio sistema de servicios sociales de carácter asistencial, y un nuevo sistema de seguridad social, articulado en torno a un prin-cipio de reparto, que ha ido sustituyendo al de los seguros privados; b) promover el pleno empleo, estableciendo una política de concer-tación social que garantice elevados salarios y otras ventajas laborales; y, c) posibilitar los recursos suficientes para fomentar el consumo interno y contribuir al mantenimiento de la productividad. Ambas políticas, la económica y la social, re-quieren una política fiscal basada en un siste-ma progresivo y personalizado, que permita generar recursos suficientes para financiar las dos primeras, con la consideración de que el déficit fiscal es un costo asumible por el Estado en aras de cumplir sus propósitos y alcances. La intervención del Estado, como regulador de la vida económica, se justifica por tres razones: primera, para hacer compatible el modo de producción capitalista -en el que prevalece la lógica del beneficio- con el sistema democráti-co -en el que prevalece la lógica de la partici-pación y de la redistribución-; segunda, para fomentar la actividad económica y lograr la consecución del pleno empleo; y, en tercer lugar, para evitar el conflicto social -tan intenso en el período anterior a la Segunda Guerra Mundial-, alejando los peligros revolucionarios, y proporcionando unas cuotas de bienestar y seguridad para todos los sectores sociales. Todo ello, ha supuesto que los Estados de las sociedades occidentales avanzadas hayan teni-do que desarrollar, durante los años de vigen-cia del modelo keynesiano, años cuarenta a setenta, una política económica basada en inversiones públicas y bonificaciones fiscales; estas medidas pretendían garantizar, en primer lugar, los beneficios empresariales, y adicio-

nalmente posibilitar los procesos de acumula-ción de capital, para contribuir de esta manera a reactivar la economía; en segundo lugar, la política económica pretendía fomentar el em-pleo, por medio de exenciones fiscales o de subvenciones, y evitar la destrucción masiva de puestos de trabajo, derivada de los ajustes y reconversiones industriales; y, por último, po-sibilitar unos niveles de ingresos, que permitan el mantenimiento del consumo interior, con-tribuyendo a dinamizar el mercado y a reacti-var la economía, especialmente en los momen-tos recesivos del ciclo. Pero, a su vez, los países que adoptaron el keynesianismo han tenido que desarrollar, una política social y asistencial, cada vez más amplia, para hacer frente a la desigualdad y marginalidad que el mismo mer-cado ha ido creando. Una política social, por medio de la cual se desarrollan los derechos ciudadanos reconocidos en las constituciones de los distintos estados democráticos, y que afectan a áreas sociales, generadoras de bien-estar y seguridad, como son la educación, la sanidad, las pensiones, la vivienda entre los otros. Y también una política asistencial dirigi-da hacia aquellos grupos que se ven más afec-tados en sus niveles de bienestar por las fluc-tuaciones del mercado, y por la falta de recur-sos materiales y personales.

3.2. La institucionalización y el sistema de Bretton Woods Los organismos creados como resultado de la conferencia de 1944 — el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Re-construcción y Fomento (más conocido como el Banco Mundial)— pasaron a la historia como las Instituciones de Bretton Woods, la localidad de New Hampshire donde se reunieron los países participantes con sus delegaciones.

La mayor parte del trabajo del lado europeo fue obra y acción de Keynes, quien desde 1940 se abocó a las negociaciones de "préstamo y

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arriendo", por las cuales Estados Unidos ayudó a Gran Bretaña con fondos y provisiones (si bien los términos de esta asistencia en tiempos de guerra fueron el tema de fuertes y prolon-gadas discusiones). Las negociaciones de préstamo y arriendo condujeron a discusiones sobre las relaciones de posguerra y sobre la necesidad de garantizar que el orden económi-co posterior a 1945 mejorara el cuadro de de-flación, proteccionismo y devaluaciones com-petitivas vigentes durante los años 20 y 30.

El objetivo principal del acuerdo de Bretton Woods fue que las políticas de empobrecer al vecino fueran reemplazadas por un sistema de tipos de cambio "fijos pero ajustables". Esta meta debía ser acompañada por la abolición, a su debido tiempo, de los controles de cambios sobre los movimientos de divisas que habían caracterizado la economía durante la guerra.

Detrás de esta iniciativa estaba el traspaso del peso del poder financiero desde una Inglaterra casi quebrada por la guerra a unos Estados Unidos todopoderosos. Keynes consideraba al oro una "reliquia bárbara" y proponía que su importancia se redujera en el nuevo concierto económico. Se sabía bien que los banqueros estadounidenses querían que el mundo se rigiera por un patrón dólar y que Nueva York, no Londres, fuera la capital bancaria mundial. Pero el gobierno de los Estados Unidos fue menos sensible a las preocupaciones por el vínculo entre el oro y el sistema monetario internacional que Keynes y los británicos, quie-nes todavía tenían fresco el recuerdo del des-astroso retorno de Gran Bretaña al patrón oro en 1925. Uno de los puntos claves que Keynes tuvo que hacer entender a los británicos fue que, pese al hecho de que el sistema de Bret-ton Woods sería conocido como "un patrón oro" de las monedas, éste no implicaba una vuelta al viejo patrón oro. Las políticas guber-namentales frente al nivel de producción y empleo serían determinadas por la necesidad de evitar la deflación, no por la magnitud de las reservas de oro de un país ni por el nivel de producción de oro.

El sistema de Bretton Woods funcionó bien en los años 40 y 50, pero estuvo expuesto a gran-des presiones en los 60. Los británicos devalua-ron en 1949 y 1967. Alemania revaluó a fines de los años 60. El crecimiento económico fue impresionante. Pero a comienzos de 1960, cuando Estados Unidos pasó de ser superavita-rio a ser deficitario en su balanza comercial y mantener un déficit de cuenta corriente por tiempo indefinido. En algún momento, otros países se cansarían de poner su dinero en le-tras del Tesoro estadounidense. Cuando au-mentó el costo de la Guerra de Vietnam, fue-ron los franceses quienes exigieron oro para el cambio de dólares.

Estados Unidos abandonó el patrón oro en diciembre de 1971 y devaluó el dólar, bajo el Acuerdo Smithsoniano. El presidente Nixon lo describió como el acuerdo monetario más im-portante de la historia. Para febrero de 1973, con Nixon nuevamente en el poder, el resto de los acuerdos de Bretton Woods fueron anula-dos y el mundo adoptó un régimen de mone-das flotantes.

3.3. Crisis del Estado de Bienestar

La crisis del Estado de bienestar, que comienza a producirse en las sociedades desarrolladas como consecuencia de la globalización y el sometimiento de las políticas económicas, mo-netarias, laborales y sociales de cada país a las exigencias de los grandes bloques políticos-económicos, ha supuesto el fin de la autonom-ía del estado para diseñar su propia política económica y sus sistemas de protección social. La política prioritaria de generación de empleo, que constituyó el eje central de las políticas de bienestar hasta mediados de los años setenta, debió supeditarse a las exigencias monetarias y al funcionamiento del libre mercado, que como resultado del desarrollo de la tecnología de la información, adquirió una dimensión sin lími-tes; los intercambios se produjeron a escala

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mundial, dando origen a un movimiento verti-ginoso de de capital, mercancías y personas. A partir de la década de los años setenta, co-mienza a producirse un ajuste y reestructura-ción de los sectores productivos, como resulta-do de la incorporación de las nuevas tecnolog-ías y del desarrollo de un mercado nacional cada vez más internacionalizado y globalizado. Las planificaciones económicas y las políticas sociales no alcanzan los objetivos previstos debido a los desajustes que se producen en las economías de los países desarrollados, lo que dificulta las previsiones a corto y largo plazo. La intervención del Estado resulta más necesa-ria durante los períodos de recesión económi-ca, no sólo para dinamizar el mercado sino también para hacer frente a las consecuencias sociales que los desajustes económicos van produciendo, con medidas de política y protec-ción social. Estas actuaciones públicas origina-ron un fuerte crecimiento del gasto público, como consecuencia de la ampliación de los sistemas de protección social, que se produjo para evitar que la crisis económica condujera también a una crisis social. El período de ajuste y adecuación de las economías nacionales al nuevo contexto internacional ha tardado más de lo que se esperaba, por eso los Estados han ido adquiriendo unos índices de déficit y en-deudamiento elevados, lo que les ha obligado, en los últimos años, a promover políticas res-trictivas que se han concretado en la disminu-ción y descenso de los niveles de protección social. Esta situación ha provocado el debate en torno a la viabilidad del Estado de Bienestar, a corto y largo plazo, al evidenciarse la dificul-tad de los gobiernos para disponer de los re-cursos financieros necesarios para asegurar el desarrollo. El modelo keynesiano funcionó sin grandes dificultades hasta principios de los años seten-ta, debido principalmente al crecimiento económico que experimentaron las sociedades industriales, lo que permitió un fuerte creci-miento del empleo y contribuyó a mejorar las

condiciones de protección social. A mediados de los años setenta – y debido a en parte a la crisis energética-, comenzó a manifestarse la dificultad del Estado para controlar la inflación y reducir el desempleo, y para compensar, a través de una política económica, los efectos que la crisis energética y el desarrollo de las nuevas tecnologías, estaban generando en las economías nacionales. El modelo keynesiano se agota políticamente hacia finales de los años setenta, por diferentes causas: 1º) Causas económicas relacionadas con la caída de la tasa de beneficio. Los procesos de acumulación rápida de capital, de las décadas anteriores, se vieron reducidos ante la incapa-cidad del Estado para poder mantener e impul-sar la producción de un mercado nacional cada vez más condicionado por la globalización, y que requiere un mayor volumen de recursos fiscales para poder incidir en el mismo. 2º) Causas sociales derivadas de la nueva si-tuación demográfica que se produce por la caída de la natalidad y el incremento de la es-peranza de vida, condiciones que suponen un envejecimiento de la población con la consi-guiente repercusión en el incremento de los gastos de protección social y de carácter asis-tencial. 3º) Causas organizativas derivadas del decai-miento del taylorismo, como proceso y forma de organización del trabajo, a causa de la in-fluencia que las nuevas tecnologías tuvieron en el sistema productivo y distributivo, y su reper-cusión en la estructura ocupacional 4º) Causas políticas debidas a la crisis financie-ra del Estado, quien no dispone de los recursos suficientes para hacer frente a la vez a dos condiciones opuestas: por una parte a las exi-gencias del mundo empresarial que demanda una política económica capaz de garantizar beneficios, y a las demandas ciudadanas que reclaman una ampliación de las coberturas de bienestar, especialmente en los momentos regresivos del ciclo económico, a fin de dismi-nuir sus efectos en los niveles de protección y calidad de vida; 5º) ideológicas: al producirse

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una deslegitimación del orden político estable-cido, en la manera en que el estado deja de responder a las expectativas y demandas de los distintos grupos de presión, y de la población en general. El largo período recesivo por el que han pasado las economías occidentales no ha permitido que el gasto público, que ha ido au-mentando progresivamente, pudiera ser com-pensado con los ingresos fiscales, lo que ha ocasionado un elevado déficit público en la mayor parte de los estados, conocido como la “crisis fiscal del Estado”.

3.4. Crisis fiscal, endeudamiento público y la década pérdida Los años 80 empiezan con una recesión abierta que se prolongará hasta 1982 y que en una serie de aspectos importantes es mucho peor que la anterior de 1974-75. Hay un estanca-miento de la producción (tasas negativas en Gran Bretaña y en los países europeos), au-mento espectacular del desempleo, (en 1982, Estados Unidos registra en un solo mes medio millón de desempleados más), la producción industrial cae en 1982 en Gran Bretaña al nivel de 1967 y, por primera vez desde 1945, el co-mercio mundial cae durante dos años consecu-tivos. Se producen cierres de empresas y des-pidos masivos a un nivel jamás visto desde la depresión de 1929. A partir de entonces co-mienza a desarrollarse una tendencia que va a continuar creciendo desde entonces: es lo que se ha dado en llamar la desertificación indus-trial y agrícola. Las cosas cambian desde 1983 cuando se pro-duce una reactivación de la economía que en un primer momento quedará limitada a Esta-dos Unidos y a partir de 1984-85 alcanzará a Europa y Japón. Este relanzamiento se consi-gue básicamente mediante el endeudamiento colosal de Estados Unidos que hace subir la producción y progresivamente permite que las economías de Japón y Europa Occidental se

incorporen al carro del crecimiento. En eso consistió la famosa “Reaganomics” que en su momento fue presentada como la gran solu-ción a las crisis del capitalismo. La política de Reagan es la forma de realizar el endeuda-miento. Durante los años 70 los Estados eran los responsables directos del endeudamiento a través de déficits crecientes del gasto público financiados por el aumento de la masa mone-taria. Esto suponía que era el Estado quien procuraba el dinero a los bancos para que es-tos prestaran a las empresas, los particulares o a otros estados. Ello provocaba la depreciación continua del dinero y la explosión correlativa de la inflación. Además, esta solución, la política de Reagan, se ofrecía como una vuelta a las esencias del capi-talismo. Frente a los excesos de intervención estatal que caracterizaba la política económica de los estados durante los años 70 (el keyne-sianismo) y que era tildado de socialismo ó proclividad al socialismo, los nuevos teóricos de la economía se presentaban como neolibe-rales y vendían a los cuatro vientos las recetas del “menos Estado”, el libre mercado etc. En realidad, ni la Reaganomics solucionó gran cosa (a partir de 1985, como luego se verá, hubo que pagar la factura del endeudamiento de Estados Unidos), ni suponía una retirada del Estado, un pretendido menos Estado. Lo que hizo el gobierno Reagan fue lanzarse a un pro-grama masivo de rearme (lo que se dio en lla-mar la Guerra de las Galaxias que contribuyó poderosamente a poner de rodillas al bloque rival) mediante el recurso clásico del endeu-damiento estatal. La famosa locomotora no se alimentaba del combustible sano constituido por una expansión real del mercado, sino a través de la energía adulterada del endeuda-miento generalizado. A finales de los años 70 la Reserva Federal cambia radicalmente de política crediticia y cierra el grifo de la emisión de moneda, lo cual provocará la recesión de 1980-82; pero si-multáneamente abre la vía de la financiación masiva mediante la emisión de bonos y obliga-

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ciones que se renuevan constantemente en el mercado de capitales. Esta orientación será retomada y generalizada por la administración Reagan y, más adelante, se extenderá a todos los países. El mecanismo de ingeniería financie-ra es el siguiente: por un lado, el Estado emite bonos y obligaciones para financiar sus enor-mes y siempre crecientes déficits que son sus-critos por los mercados financieros (bancos, empresas y particulares). Por otra parte, empu-ja a los bancos a que busquen en el mercado la financiación de sus préstamos, recurriendo, a su vez, a la emisión de bonos y obligaciones y a sucesivas ampliaciones de capital (emisión de acciones). Se trata de un mecanismo altamente especulativo con el que se intenta aprovechar el desarrollo de una masa creciente de capital ficticio. Esto responde a las necesidades cada vez más agobiantes de financiación (y particularmente de liquidez inmediata) que obligan a una movi-lización masiva de todos los capitales disponi-bles. La puesta en marcha de esta política pre-tendidamente liberal y monetarista, significa que la famosa locomotora americana fuera financiada por el resto de la economía mundial. Especialmente el capitalismo japonés, con un enorme excedente comercial, suscribe masi-vamente los bonos y obligaciones del Tesoro americano así como las diferentes emisiones de empresas de ese país. El resultado es que Estados Unidos, que desde 1914 era el primer acreedor mundial, se convierte a partir de 1985 en deudor neto y, desde 1988, en el primer deudor mundial. Otra de las consecuencias es que a finales de los 80, los bancos japoneses poseen casi el 50% de los activos inmobiliarios americanos. Para rembolsar los intereses y lo principal de los bonos emitidos lo que se hace es recurrir a nuevas emisiones de bonos y obligaciones. Ahora bien, esto significa más y más endeuda-miento y se corre el riesgo de que los prestata-rios abandonen la suscripción de las nuevas emisiones. Para seguir atrayéndolos, se suele recurrir a una continua apreciación del dólar

mediante diferentes artificios de reevaluación de la divisa. Estas medidas producen dos resul-tados: por un lado, una enorme inundación de dólares sobre el conjunto de la economía mundial y, por otra parte, Estados Unidos cae en un gigantesco déficit comercial que año tras año bate nuevos récords. La misma tónica, más o menos matizada, siguen la mayoría de los estados industrializados: juegan con la moneda como instrumento de atracción de capitales. La emisión masiva de bonos y obligaciones que se amplía constantemente cual bola de nieve, y, de otro lado, la manipulación fuera de toda lógica, de las monedas, conlleva un sofisticado y complicado sistema financiero que es en rea-lidad una obra conjunta del Estado y las gran-des instituciones financieras (bancos, cajas de ahorro y sociedades de inversión, las cuales a su vez guardan estrechos vínculos con el Esta-do). En apariencia es un mecanismo liberal y no intervencionista, en la práctica es una reinven-ción del capitalismo de Estado a la occidental.

3.5. El neoliberalismo y el Consenso de Washington A principios de 1990, tras la caída del muro de Berlín, hacía ya años que el socialismo real como sistema económico iba siendo progresi-vamente cuestionado o abandonado. Pero es en aquel momento cuando, en ciertos círculos económicos, se intentó formular un listado de medidas de política económica que constituya un "paradigma" único para la triunfadora eco-nomía capitalista. Este listado serviría espe-cialmente para orientar a los gobiernos de los países en desarrollo y a los organismos inter-nacionales (Fondo Monetario Internacional –FMI- y Banco Mundial -BM-) a la hora de valo-rar los avances en materia de ortodoxia económica de los primeros, que pedían ayuda a los segundos.

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Es discutible el grado de interés por parte de los organismos internacionales ó del gobierno de los EUA respecto a la formulación del con-senso de Washington. En todo caso, los conflic-tos que habían sacudido la teoría y la práctica económica, especialmente en la América Latina cuestionada por el FMI y por el BM, se daban por terminados. El estatismo excesivo era des-cartado; pero el FMI y el BM, también habían evolucionado e incorporado (en virtud de su carácter práctico) propuestas sociales en sus programas de ajuste. Ahora no se trataba ya de discusiones globales que contrapusieran plani-ficación y mercado, políticas de demanda y políticas de oferta, sustitución de importacio-nes y apertura de las economías. Se habían terminado las ideologías y agotado los para-digmas.

Para los países desarrollados, y en especial para los EUA, la formulación de este consenso representaba también un reto: la concreción de medidas que ayudaran a los países desarro-llados a aprovechar las oportunidades y evitar los inconvenientes de la emergencia de nuevos mercados. La primera formulación del llamado "Consenso de Washington" se debe a John Williamson y data de 1990. El escrito concreta diez temas de política económica y "Washing-ton" significa el complejo político-económico-intelectual integrado por los organismos inter-nacionales (FMI, BM), el Congreso de los EUA, la Reserva Federal, los altos cargos de la admi-nistración y los grupos de expertos. Los temas sobre los cuales existiría acuerdo son: discipli-na presupuestaria; cambios en las prioridades del gasto público (de áreas menos productivas a sanidad, educación e infraestructuras); re-forma fiscal encaminada a buscar bases impo-nibles amplias y tipos marginales moderados; liberalización financiera, especialmente de los tipos de interés; búsqueda y mantenimiento de tipos de cambio competitivos; liberalización comercial; apertura a la entrada de inversiones extranjeras directas; privatizaciones; desregu-laciones; y garantía de los derechos de propie-dad.

El libre mercado se convierte en el eje del funcionamiento de la economía neoliberal de final de siglo, y ello conlleva la crisis de lo público, cuya actividad se ha ido redu-ciendo a aquellos sectores de productivi-dad menos rentables, deficitarios y que están relacionados con la protección social y asistencial, ó con la prestación de deter-minados servicios ciudadanos que no inte-resan por la escasa o nula rentabilidad a la iniciativa privada. El Estado se convierte en subsidiario de aquellas actividades que al ser poco competitivas no interesan a la empresa. Por otra parte, la consolidación de un sistema de mercado global ha lleva-do consigo la privatización de sectores de alta productividad, de carácter estratégico, que hasta entonces un porcentaje impor-tante de los mismos ó era propiedad del Estado ó su actividad estaba sometida a una legislación específica, como por ejem-plo, sucedía con las empresas energéticas, de transportes y telecomunicaciones. La consolidación del mercado globalizado ha supuesto por tanto, en la mayor parte de los países desarrollados, la crisis de las políticas públicas de orientación social y el desarrollo de un proceso de privatizacio-nes que ha afectado principalmente a aquellas ramas y sectores productivos que, como consecuencia de la implantación de tecnología avanzada, son más rentables y tienen una dimensión más competitiva en un mercado globalizado. Se enfrenta una etapa de remercantilización social, que ha originado lo que se ha denominado el ‘de-clive de lo público’, y que ha supuesto la desmantelación del Estado de Bienestar, o al menos, del modelo existente en las décadas de los cuarenta al setenta.

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4. Financiarización de la economía y la crisis del capitalismo actual 4.1. Trans-financiarización de las econom-ías nacionales. La situación económica mundial que se produ-ce a partir de la década de los años ochenta constituye un claro ejemplo de la interdepen-dencia de los mercados, principalmente finan-cieros, que obliga a cada Estado-nación en las sociedades desarrolladas, a condicionar al mismo las políticas monetarias y crediticias. El Estado-nación ha ido perdiendo paulatina-mente el control sobre su propia política económica que está condicionada por las exi-gencias de convergencia y competitividad que se van imponiendo entre los países de las áreas más desarrolladas. Un nuevo control suprana-cional sobre las políticas económicas naciona-les se está produciendo por parte del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional.

La tendencia tradicional del sistema financiero –estadunidense y mundial– a movilizar dinero ocioso penetró al ámbito del ahorro mundial de los trabajadores, incluidos los fondos de pensiones y pagos de seguros. Con ello estuvo en condiciones de movilizar recursos crecientes ya no sólo en las esferas locales, sino al nivel mundial. Lo hizo a través de dos tipos de crédi-tos, expandidos como nunca: crédito a la vi-vienda y crédito al consumo. Como nunca an-tes –y en todo el mundo– el crédito penetró en estratos sociales de menores ingresos. Bancos y agencias inmobiliarias tentaron de forma enérgica a los trabajadores a tomar prestado, incluso con fondos reunidos en países diversos, como aconteció drásticamente en Estados Uni-dos.

Desde este punto de vista, se refuerza la mun-dialización, siendo así la función principal de las finanzas abolir, tanto como se pueda, las deli-mitaciones de los espacios de valorización:

contribuye en este sentido a la constitución de un mercado mundial. La gran fuerza del capital financiero es, en efecto, ignorar las fronteras geográficas ó sectoriales, porque se han dado los medios de pasar muy rápidamente de una zona económica a otra, de un sector a otro: los movimientos de capitales pueden en adelante desplegarse a una escala considerablemente ampliada. La característica principal del capita-lismo contemporáneo no reside pues en la oposición entre un capital financiero y un capi-tal industrial, sino en la hiper-competencia entre capitales a la que conduce la financiari-zación.

4.2. Una aproximación analítica de la crisis En un primer momento, la crisis del capitalismo desde los 90, ha conducido a un desmedro del ingreso salarial acompañado con la baja de la productividad del trabajo. Habiendo dejado de funcionar las políticas clásicas de relanzamien-to, las clases dirigentes decidieron entonces cambiar de hombro su fusil, abandonar las políticas “keynesianas” y adoptar una orienta-ción resueltamente liberal del mercado. Los dirigentes capitalistas se apoyaron en este fenómeno para modificar profunda y brutal-mente las reglas de formación de los salarios. De una norma en la que el salario aumentaba como la productividad, de tal forma que la parte salarial permanecía más ó menos cons-tante, se pasa a un nuevo régimen en que el salario crece a un ritmo inferior a la progresión de la productividad. En estas condiciones, las ganancias de productividad no vuelven ya a los salarios cuyo poder de compra es bloqueado, sino a las ganancias mismas, y la bajada de la parte salarial se pone en marcha. La bajada de la parte salarial ha llevado a un restablecimiento espectacular de la tasa de ganancia media a partir de mediados de los años 1980. Pero al mismo tiempo, la tasa de acumulación ha continuado fluctuando a un nivel inferior al de antes de la crisis. Dicho de otra forma, la punción sobre los salarios no ha

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sido utilizada para invertir más. El famoso teo-rema de Schmitdt (“las ganancias de hoy son las inversiones de mañana y los empleos de pasado mañana”) (4) no ha funcionado. El be-neficio no invertido ha sido principalmente distribuido bajo la forma de beneficios finan-cieros. La separación entre la tasa de ganancia lograda por las empresas y la parte de esas ganancias que va a la inversión es pues un buen indicador de la tasa de financiarización. Se puede entonces verificar que la subida del paro y la financiarización van acompañadas. Ahí también la razón es sencilla: el capitalismo financiero ha logrado captar la mayor parte de las ganancias de productividad en detrimento de los salarios, cuya parte ha retrocedido.

Esto se tradujo en un proceso de financiariza-ción o expropiación financiera de los asalaria-dos. Y los ha llevado a una de las mayores re-gresiones de su historia reciente, por tres fenómenos primordiales: 1) las enormes pérdi-das económicas que han sufrido los deudores hipotecarios, principalmente los prestatarios de bajos ingresos del sector llamado de alto riesgo; 2) las pérdidas de capital provocadas por la caída de los precios de un amplio abani-co de valores en todo el mundo, valores res-paldados con garantía hipotecaria –y con todo tipo de activos y de acciones– y que han impli-cado severos efectos en el volumen y la distri-bución del ingreso; 3) el enorme volumen de recursos públicos que se ha canalizado –se sigue canalizando– para rescatar bancos e ins-tituciones financieras en todo el mundo y que se ha traducido en una significativa merma de la atención a las necesidades sociales.

Por otra parte, los hogares han visto mermada en las últimas décadas sus rentas provenientes del trabajo, esto es, los ingresos salariales; pero han logrado sostener el consumo gracias tanto a las rentas financieras, derivadas de las inversiones financieras en acciones o más ge-neralmente en los inversores institucionales, como a un fuerte endeudamiento. Como con-secuencia, en períodos de estallido bursátil la renta neta se ve perjudicada por el descenso

de las rentas financieras, mientras que el man-tenimiento de las deudas compromete seria-mente el consumo y, por lo tanto, el esquema completo del capitalismo financiarizado.

Las empresas también han cambiado de natu-raleza en los últimos tiempos como conse-cuencia de los efectos de la financiarización. Dado que uno de los mercados financieros donde los agentes financieros (bancos, inverso-res institucionales, etc.) invierten capital en busca de su revalorización es el mercado bursátil, donde se venden y compran acciones que otorgan derechos sobre la propiedad de las empresas, una nueva lógica ha inundado la actividad de las mismas. Más preocupadas por la creación de valor bursátil, a través de las presiones de sus accionistas, que por las estra-tegias productivas a medio y largo plazo, las empresas que cotizan en bolsa han quedado bajo el dominio de lo financiero.

Como consecuencia de todo ello, el sistema financiero ha comenzado a arrojar mayores rentabilidades que el sistema productivo. Las desregulaciones en el mercado financiero han ensanchado los espacios de valorización, y los capitales se han dirigido fundamentalmente hacia el mercado financiero y han dejado así de fluir progresivamente hacia el ámbito produc-tivo. Resultado de ello es el aumento de la liquidez en el ámbito financiero y la generación de episodios regulares de burbujas financieras que han permitido sostener el crecimiento económico hasta que han estallado y devenido en crisis.

El diferencial de rentabilidades entre el ámbito productivo y el ámbito financiero también pro-voca que las empresas prefieran financiarse en los mercados de capitales, emitiendo bonos o acciones, antes que vía préstamos bancarios, así como también que los hogares apuesten por destinar sus ahorros a los mercados bursá-tiles en vez de mantenerlos en forma de de-pósitos. Como consecuencia, los bancos han tenido que adaptarse a esta nueva situación y han abierto nuevas líneas de actividad financie-

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ra que incluyen la gestión de fondos de inver-sión colectiva y la masiva recogida de capitales provenientes de otros fondos de la misma na-turaleza o de los ciudadanos a través de estra-tegias más agresivas.

4.3. Las políticas públicas y el estado ac-tual del capitalismo.

Expertos como el Nobel de Economía 2001, Joseph Stiglitz, insisten en que las políticas neoliberales fallaron y que hubo mucha desre-gulación, lo que debilitó los controles al siste-ma financiero, de tal manera que con el escaso control no pudieron alertar a tiempo que las entidades estaban malsanas, y continuaban captando recursos privados y públicos a un hueco sin fondo. La falta de regulación y la ola de privatizaciones a ultranza, principalmente en la década de 1990, llevaron a dejar en ma-nos de las empresas privadas una gran canti-dad de funciones y de procedimientos del Es-tado sin control del mismo. Es decir, que el exceso de privatización y de desregulación acompañan el debilitamiento del Estado.

A partir de ese momento todas las reformas políticas, económicas y monetarias han estado encaminadas a garantizar esta nueva configu-ración económica en la que las finanzas pre-dominan sobre lo productivo. Las reformas políticas condujeron a las autonomías de los bancos centrales, que pasaron a preocuparse únicamente por los procesos inflacionarios y dejaron de lado problemas económicos como el empleo o la desigualdad. Dirigidos por tecnócratas, los bancos centrales logran man-tenerse a salvo de los poderes públicos asen-tando así un duro golpe a la democracia. Las reformas económicas han estado orientadas a reformar el mercado laboral con el objetivo de controlar los salarios (a los que se culpa princi-palmente de la inflación) y recuperar las tasas de ganancias productivas, así como a desregu-lar los mercados tanto del sistema productivo

como del sistema financiero. Y las políticas monetarias, siempre en conjunción con las anteriores, se han movido siempre buscando garantizar tipos de interés reales positivos.

Ante la desregulación y el estrechamiento de las instituciones financieras públicas, los inver-sores institucionales privados (fondos de pen-siones, fondos de inversión, compañías de se-guros) han crecido enormemente en los prime-ros años del siglo XXI, y se caracterizan por recoger capitales de otros inversores institu-cionales, fondos colectivos o particulares y destinarlos al mercado financiero en busca de espacios donde puedan revalorizarse. Entre ellos se destacan en particular los fondos de pensiones, los cuales son el resultado de las privatizaciones parciales o totales de los planes de pensiones públicos y de las menores contri-buciones a los mismos como consecuencia de los menores salarios reales propios de las últi-mas décadas.

También cobran importancia los fondos alter-nativos (fondos de cobertura, fondos de capital riesgo, fondos soberanos), que tienen un carácter puramente especulativo (los fondos de cobertura, por ejemplo, estuvieron prohibi-dos en Alemania hasta 2004) y gran capacidad de apalancamiento (operando y especulando con préstamos, con lo cual el riesgo sistémico es mucho más elevado). Los fondos de capital riesgo se constituyen para la compra de em-presas, y su posterior reestructuración (proce-so que puede incluir el despido de los trabaja-dores, la optimización de los procesos organi-zativos de la empresa, la diversificación de sus actividades o sencillamente el cambio de nom-bre) y su final venta ó salida en bolsa con la que obtienen sus beneficios.

Otros actores importantes son los fondos de riqueza privada, que se forman con fondos de las personas más ricas del mundo y que han aumentado en cantidad como resultado del crecientemente desigual reparto de la renta y en particular por las sucesivas reformas fiscales que han disminuido el carácter progresivo pro-

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pio de los sistemas impositivos con el fin de constituir escenarios cada más atractivos para los recursos financieros internacionales como motor para las economías nacionales, en espe-cial, las de los países con menores recursos. Por supuesto las limitaciones del Estado lo han llevado a desatender las actividades y necesi-dades cada vez mayores, de los grupos sociales más vulnerables.

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