Polibio de Megalopolis - Historia universal bajo la República Romana (tomo I)

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    HISTORIA UNIVERSALBAJO LA REPBLICA ROMANA

    POLIBIO DE MEGALPOLIS

    TOMO I

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    EXORDIO DEL AUTOR

    Si aquellos que me han precedido en poner luz en hechos y accio-nes histricos hubieran omitido hacer el elogio de la historia, tal vezme vera en la precisin de inclinar a todos a la eleccin y estudio deestos comentarios, en el supuesto de que no hay profesin ms aptapara la instruccin del hombre que el conocimiento de las cosas pret-ritas. Pero como no algunos, ni de un mismo modo, sino casi los histo-riadores todos se han valido de este mismo exordio, sentando que elestudio y ejercicio ms seguro en materias de gobierno es el que seaprende en la escuela de la historia, y que la nica y ms eficaz maestrapara poder soportar con igualdad de nimo las vicisitudes de la fortunaes la memoria de las infelicidades ajenas no tiene duda que as como aningn otro sentara bien el repetir una materia de que tantos y tan bienhan tratado, mucho menos a m. Sobre todo cuando la misma novedadde los hechos que voy a referir es suficiente por cierto para atraer yexcitar a todos, jvenes y ancianos, a la lectura de esta obra. Pues, adecir verdad, habr hombre tan estpido y negligente que no apetezcasaber cmo y por qu gnero de gobierno los romanos llegaron encincuenta y tres aos no cumplidos a sojuzgar casi toda la tierra, accinhasta entonces sin ejemplo? O habr alguno tan entregado a los es-pectculos, o a cualquiera otro gnero de estudio, que no prefiera ins-truirse en materias tan interesantes como stas?

    Pero el modo de manifestar que el tema de mi discurso es singular

    y magnfico, ser principalmente si comparamos y cotejamos los msclebres imperios que nos han precedido, y de que los historiadoreshan dejado copiosos monumentos, con aquel soberbio poder de losromanos, estados a la verdad dignos de semejante parangn y cotejo.Los persas obtuvieron por algn tiempo un vasto imperio y dominiopero cuantas veces osaron exceder los lmites del Asia aventuraron, noslo su imperio, sino tambin sus personas. Los lacedemonios disputa-ron por mucho tiempo el mando sobre la Grecia; pero despus de con-seguido, apenas fueron de l pacficos poseedores doce aos. Los

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    macedonios dominaron en la Europa desde los lugares vecinos al marAdritico hasta el Danubio parte a la verdad bien corta de la susodicharegin; aadieron despus el imperio del Asia, arruinando el poder delos persas; pero en medio de estar reputados por seores de la reginms vasta y rica, dejaron no obstante una gran parte de la tierra enajena manos. Dgalo la Sicilia, la Cerdea, el frica, que ni aun por elpensamiento se les pas jams su conquista. Dganlo aquellas belicos-simas naciones situadas al occidente de la Europa, de quienes apenastuvieron noticia. Mas los romanos, al contrario, sujetaron, no algunaspartes del mundo, sino casi toda la redondez de la tierra, y elevaron su

    poder a tal altura que lo presentes envidiamos ahora y los venideros jams podrn superarle. Todas estas cosas se manifestarn ms clara-mente por la relacin que se va a hacer, y al mismo tiempo se eviden-ciar cuntas y cun grandes utilidades es capaz de acarrear a unamante de la instruccin una fiel y exacta historia.

    Por lo que hace al tiempo, comenzaremos esta obra en la olimpa-da ciento cuarenta: por lo perteneciente a los hechos, daremos principioentre los griegos por la guerra que Filipo, hijo de Demetrio y padre dePerseo, junto con los aqueos, declar a los etolios, llamada guerrasocial; entre los asiticos, por la que Antoco y Ptolomeo Filopatordisputaron entre s la Cle-Syria; en Italia y frica por la que se sus-cit entre romanos y cartagineses, llamada comnmente guerra deAnbal. Todos estos hechos son una consecuencia de los ltimos de lahistoria de Arato el Siciliano. En los tiempos anteriores a ste, losacontecimientos del mundo casi no tenan entre s conexin alguna. Se

    nota en cada uno de ellos una gran diferencia, procedida, ya de suscausas y fines, ya de los lugares donde se ejecutaron. Pero desde steen adelante, parece que la historia como que se ha reunido en un solocuerpo. Los intereses de Italia y frica han venido a mezclarse con losde Asia y Grecia, y el conjunto de todos no mira sino a un solo fin yobjeto, causa por que he dado principio a su descripcin en esta poca.Pues vencedores los romanos de los cartagineses en la guerra mencio-nada, y persuadidos de que tenan andada la mayor y ms principalparte del camino para la conquista del universo, osaron desde entonces

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    por primera vez extender sus manos a lo restante y transportar susejrcitos a la Grecia y pases del Asia.

    Si nos fuese familiar y notorio el gobierno de los estados que en-tre s disputaron el sumo imperio, no nos veramos acaso en la preci-sin de prevenir qu designios o fuerzas les estimularon a emprendertales y tan grandes obras. Pero supuesto que los ms de los griegosignoran la poltica de los romanos y de los cartagineses y no tienennoticia de su antiguo poder y acciones, tuvimos por indispensable queste y el siguiente libro precediesen a lo dems de la historia, para queninguno, cuando llegue a la narracin de los hechos, dude ni tenga que

    preguntar de qu recursos o de qu fuerzas y auxilios se valieron losromanos para emprender unos proyectos que los hicieron seores detoda la tierra y mar que conocemos. Antes bien por estos dos libros y lapreparacin que en ellos se haga, vendrn en conocimiento los lectoresde cun justas medidas tomaron para concebir el designio y conseguirhacer universal su imperio y dominio.

    Lo peculiar de mi obra y lo que causar la admiracin de los pre-sentes es, que as como la Providencia ha hecho inclinar la balanza decasi todos los acontecimientos del mundo hacia una parte y los haforzado a tomar un mismo rumbo, as tambin yo en esta historia ex-pondr a los lectores bajo un solo punto de vista el mecanismo de queella se ha servido para la consecucin de todos sus designios. Esto esprincipalmente lo que me ha incitado y movido a escribir esta obra,como asimismo haber notado que ninguno en mis das haba empren-dido una historia universal, cosa que entonces hubiera estimulado mu-

    cho menos mi deseo. Vea yo al presente historiadores que han descritoguerras particulares y han sabido recoger varios sucesos acaecidos a unmismo tiempo; pero al mismo paso echaba de ver que ninguno, a lomenos que yo sepa, se hubiese tomado la molestia de emprender unaserie universal y coordinada de hechos, cundo y en qu principios sehaban originado y cmo haban llegado a su conocimiento. Por lo cualcre ser absolutamente necesario no omitir ni permitir pasase en confu-so a la posteridad la mejor y ms til obra de la Providencia. Y a laverdad que estando ella creando cada da seres nuevos y ejerciendo sin

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    cesar su poder sobre las vidas de los hombres, jams ha obrado cosaigual ni ostentado mayor esfuerzo que el que al presente admiramos.De esto es imposible enterarse el hombre por las historias particulares,a no ser que por haber corrido una por una las ms clebres ciudades ohaberlas visto pintadas con distincin, se presumen al instante habercomprendido toda la figura, situacin y orden del universo, cosa a laverdad bien ridcula.

    A mi modo de entender, los que estn persuadidos a que por lahistoria particular se puede uno instruir lo bastante en la universal, sonen un todo semejantes a aquellos que, viendo los miembros separados

    de un cuerpo poco antes vivo y hermoso, se presumen estar suficien-temente enterados del espritu y gallarda que le animaba. Pero si uno,uniendo de repente los miembros y dando de nuevo su perfecto ser alcuerpo y gracia al alma, se lo mostrase segunda vez a aquellos mismos,bien s yo que al instante confesaran que su pretendido conocimientodistaba antes infinito de la verdad y se asemejaba mucho a los sueos.Y ciertamente, que por las partes se forme idea del todo, es fcil; peroque se alcance una ciencia y conocimiento exacto, imposible. Por locual debemos estar persuadidos a que la historia particular conducemuy poco a la inteligencia y crdito de la universal, de la que nica-mente el reflexivo conseguir y podr sacar utilidad y deleite, con-frontando y comparando entre s los acontecimientos, las relaciones ydiferencias.

    Daremos principio a este libro por la primera expedicin de losromanos fuera de Italia. sta se une con el fin de la historia de Timeo,

    y coincide en la olimpada ciento veintinueve. Por lo cual deberemosexplicar el cmo cundo y con qu motivo, despus de bien estableci-dos en Italia, emprendieron pasar a la Sicilia, el primero de todos lospases fuera de Italia que invadieron; asimismo exponer netamente elmotivo de su trnsito, no sea que inquiriendo causa sobre causa haga-mos insoportable el principio y fundamento de toda nuestra historia. Eneste supuesto, por lo que hace a la cronologa, deberemos tomar unapoca confesada y sabida de todos, y tal que por los hechos pueda serdistinguida por s misma, aunque nos sea preciso recorrer brevemente

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    los tiempos anteriores para dar una noticia, aunque sucinta, de lo acae-cido en este intervalo. Pues una vez ignorada o dudosa la poca, tam-poco lo restante merece asenso ni crdito; como al contrario, bienestablecida y fijada, todo lo que se sigue encuentra aprobacin en losoyentes.

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    LIBRO PRIMERO

    CAPTULO PRIMERO

    Someten los romanos a todos los pueblos vecinos.- Messina y Regioson sorprendidas: La primera por los campanios, y la segunda por losromanos.- Castiga Roma la traicin de sus compatriotas.- Derrota de

    los campanios por Hiern de Siracusa.

    El ao diecinueve, luego del combate naval del ro gos, y el de-cimosexto antes de la batalla de Leutres (387 antes de J. C.), en el quelos lacedemonios firmaron la paz de Antalcida con el rey, de los per-sas; Dionisio el Viejo, vencidos los griegos de Italia junto al ro Elepo-ro, sitiaba a Regio; y los galos apoderados a viva fuerza ocupaban lamisma Roma, a excepcin del Capitolio; cuando los romanos, ajustadala paz con los galos con los pactos y condiciones que stos quisieron,

    recobrada su patria contra toda esperanza, y tomando esta dicha porbasa de su elevacin, declararon despus la guerra a sus vecinos. He-chos seores de todo el Lacio, ya por el valor, ya por la dicha en losencuentros, llevaron sucesivamente sus armas contra los tirrenios, losceltas y los samnitas, confinantes al oriente y septentrin con los lati-nos.

    Poco tiempo despus los tarentinos, temerosos que los romanosno quisiesen satisfacer el insulto hecho a sus embajadores, llamaron aPirro en su ayuda en el ao antes que los galos invadiesen la Grecia(281 antes de J. C.), fuesen deshechos en Delfos, y pasasen al Asia.Entonces fue cuando los romanos, sojuzgados los tirrenios y samnitas,y vencedores ya en muchos encuentros de los celtas que habitaban laItalia, concibieron por primera vez el designio de invadir lo restante deeste pas, reputndole no como ajeno sino como propio y pertenecienteen gran parte. Los combates con los samnitas y celtas los haban hechoverdaderos rbitros de las operaciones militares. Por lo cual, sostenien-do con vigor esta guerra, y arrojando al cabo a Pirro y sus tropas de la

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    Italia, atacaron despus y sometieron a los que haban seguido el parti-do de este Prncipe. Con esto sojuzgados contra lo regular y sujetados asu poder todos los pueblos de Italia, excepcin de los celtas, empren-dieron sitiar a los romanos, que a la sazn posean a Regio.

    Fue igual y casi en todo semejante la suerte que tuvieron estas dosciudades, Messina y Regio, situadas ambas sobre el estrecho. Pocotiempo antes del en que vamos hablando, los campanios que estaban asueldo de Agatocles, codiciosos de la hermosura y dems arreo deMessina, pensaron en faltar a la fe con esta ciudad, al instante que laocasin se presentase. En efecto, introducidos con capa de amigos y

    apoderados de la ciudad, destierran a unos, degellan otros, y no con-tentos retienen las mujeres e hijos de aquellos infelices, segn que lasuerte haca caer cada uno entre sus manos; y por ltimo reparten entres las restantes riquezas y heredades. Dueos de ciudad y de su amenoterritorio por un camino tan pronto y de tan poca costa, no tard sumaldad en hallar imitadores.

    Por el mismo tiempo en que Pirro dispona pasar Italia (280 aosantes de J. C.) los de Regio, atemorizados por una parte con su venida,y temiendo por otra a los cartagineses, seores entonces del mar, im-ploraron la proteccin y auxilio de los romanos. Introducidos en laciudad cuatro mil de stos al mando de Decio Campano, la custodiaronfielmente por algn tiempo, y observaron sus pactos; pero al cabo,provocados del ejemplo de los mamertinos, y tomndolos por auxilia-res, faltaron a la fe con los de Regio, llevados de la bella situacin de laciudad, y codiciosos de las fortunas de sus particulares. Consiguiente-

    mente, a imitacin de los campanios, echan a unos, degellan a otros, yse apoderan de la ciudad. Mucho sintieron los romanos esta perfidia;pero no pudieron por entonces manifestar su resentimiento, a causa dehallarse ocupados con las guerras de que arriba hicimos mencin. Masluego que se desembarazaron de stas, pusieron sitio a Regio, comohemos dicho. La ciudad fue tomada (271 aos antes de J. C.), y en elmismo acto de asaltarla pasan a cuchillo la mayor parte de estos traido-res, que se defendan con intrepidez, previendo la suerte que les espe-raba. Los restantes, que ascendan a ms de trescientos, hechos

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    prisioneros, los envan a Roma, donde conducidos por los pretores a laplaza, son azotados y degollados todos, segn su costumbre; castigoque, los romanos creyeron necesario para restablecer, cuanto estaba desu parte, la buena fe entre sus aliados. La ciudad y su territorio fuerestituida al punto a los de Regio.

    Los mamertinos (as se llamaban los campanios despus que seapoderaron de Messina) mientras subsisti la alianza de los romanosque haban invadido a Regio, no slo vivan en pacfica posesin de suciudad y contornos, sino que inquietando infinito las tierras comarca-nas de los cartagineses y siracusanos, hicieron tributaria una gran parte

    de la Sicilia. Pero luego que sitiados los de Regio les falt este socorro,al instante los siracusanos, por varios motivos que voy a exponer, losestrecharon dentro de sus muros.

    Poco tiempo antes, originadas varias disensiones entre los ciuda-danos de Siracusa y sus tropas, haciendo stas alto en los contornos deMergana, eligieron por sus jefes a Artemidoro y Hiern, que despusrein en Siracusa, prncipe a la verdad de tierna edad entonces, pero debella disposicin para el gobierno y expediente de los negocios. ste,tomado el bastn, entr en la ciudad con el auxilio de ciertos amigos(275 aos antes de J. C.), y dueo de los espritus revoltosos, supoconducirse con tal dulzura y magnanimidad, que los siracusanos, aun-que descontentos con la licencia que los soldados se haban tomado enelecciones, todos unnimes consintieron recibirlo pretor.

    Desde sus primeras deliberaciones descubrieron espritus reflexi-vos que aspiraba a mayores cargos los que daba de s la pretura.

    La consideracin de que los siracusanos, apenas salan las tropasy sus jefes de la ciudad, ardan en intestinas sediciones y amaban lanovedad, y el ver que Leptines exceda mucho a los dems ciudadanosen autoridad y crdito, y gozaba de gran reputacin entre la plebe,determinaron a Hiern a contraer con l parentesco, a fin de dejar en laciudad un apoyo para cuando tuviese que salir a campaa con las tro-pas. En efecto, casse con la hija de ste, y echando de ver que susantiguas tropas extranjeras estaban llenas de vicios y de revoltosos,determina sacar su ejrcito, pretextando llevarle contra los brbaros

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    que ocupaban a Messina. Acampado cerca de Centoripa, ordena suarmada en batalla a lo largo del ro Ciamosoro, y retiene consigo enlugar separado a la caballera e infantera siracusana, aparentando in-vadir a los contrarios por otra parte. Presenta al enemigo slo los ex-tranjeros, consiente que todos sean destrozados por los brbaros, ydurante esta carnicera vuelve sin peligro con sus ciudadanos a Siracu-sa. Concluido con maa el fin que se haba propuesto, y desembaraza-do de todos los malsines y sediciosos de su armada, levant por s unsuficiente nmero de tropas mercenarias, y ejerci en adelante el man-do sin sobresalto (269 aos antes de J. C.) Para contener a los brbaros,

    fieros e insolentes con su victoria, arma y disciplina prontamente sustropas siracusanas, scalas, y encuentra al enemigo en las llanuras deMila sobre las mrgenes del Longano, donde hace una gran carniceraen sus contrarios; coge prisioneros a sus jefes reprime la audacia de losbrbaros, y vuelto a Siracusa, es proclamado rey por todos los aliados.

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    CAPTULO II

    Los mamertinos solicitan el auxilio de los romanos.- Vence la razn deEstado los inconvenientes que haba en concederle.- Su primera expe-

    dicin fuera de Italia.- Derrota de los siracusanos y cartagineses.

    Privados antes los mamertinos, como he dicho anteriormente (265aos antes de J. C.), de la ayuda de los de Regio, y turbadas ahora porcompleto sus miras particulares por las razones que acabo de exponer,unos se refugiaron en los cartagineses, y pusieron en sus manos suspersonas y la ciudadela; otros enviaron legados a los romanos parahacerles entrega de la ciudad, y suplicarles socorriesen a unos hom-bres, que provenan de un mismo origen. Este punto dio que deliberarpor mucho tiempo a los romanos. Parecales estaba a la vista de todosla sinrazn del tal socorro. Reflexionaban que haber hecho poco antesun castigo tan ejemplar con sus propios ciudadanos, por haber violadola fe a los de Regio, y enviar ahora socorro a los mamertinos, reos deigual delito, no slo con los messinios sino tambin con los de Regio,era cometer un error de difcil solucin. No ignoraban la fuerza de estainconsecuencia; pero viendo a los cartagineses, no slo seores ya delfrica, sino tambin de muchas provincias de Espaa, y dueos abso-lutos de todas las islas del mar de Cerdea y Toscana, teman y confundamento, que si a estas conquistas aadan ahora la Sicilia, no vi-niesen a ser unos vecinos demasiado poderosos y formidables, tenin-

    doles como bloqueados, y amenazando a la Italia por todas partes. Quede no socorrer a los mamertinos pondran prontamente esta isla bajo suobediencia, no admita duda alguna. Puesto que apoderados de Messi-na, que sus naturales le ofrecan, no tardaran en tomar tambin a Sira-cusa cuando ya casi todo lo restante de la Sicilia reconoca su dominio.Previendo esto los romanos, y juzgando que les era preciso no desam-parar a Messina ni permitir a los cartagineses que hiciesen de esta islacomo un puente para pasar a Italia, tardaban mucho tiempo en resol-verse.

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    El Senado tampoco se atreva a decidir, por las razones que he-mos apuntado. Juzgaba que tanto en la injusticia del socorro de losmamertinos, como en las ventajas que de l podran provenir, militabaniguales razones. Pero el pueblo, agobiado por una parte con las guerrasprecedentes, y deseando de cualquier modo el restablecimiento de susatrasos; por otra hacindole ver los pretores, a ms de lo dicho, que laguerra, tanto en comn como en particular, traera grandes y conocidasventajas a cada uno, determin enviar el socorro. Expedido el plebis-cito (264 aos antes de J. C.), eligen por comandante a Appio Claudiouno de los cnsules, y le envan con orden de socorrer y pasar a Messi-

    na. Entonces los mamertinos, y con amenazas, ya con engaos, echa-ron al Gobernador cartagins, por quien estaba ya la ciudadela yllamando a Apio, le entregaron la ciudad. Los cartagineses, creyendoque su Gobernador haba entregado la ciudadela por falta de valor y deconsejo, le dan muerte en la cruz; y situando su armada naval junto alPeloro, y su ejrcito de tierra hacia las Senas, insisten con esfuerzo enel cerco de Messina.

    Al mismo tiempo Hiern, creyendo que se le presentaba buenaocasin para desalojar enteramente de la Sicilia a los brbaros queocupaban a Messina, hace alianza con los cartagineses mueve su cam-po de Siracusa y toma el camino de la susodicha ciudad. Acampado ala parte opuesta, junto al monte Chalcidico cierra tambin esta salida alos sitiados. Entretanto Appio, general de los romanos, atravesando denoche el estrecho con indecible valor, entra en Messina. Pero advir-tiendo que los enemigos estrechaban con actividad la ciudad por todas

    partes, y reflexionando que el asedio le era de poco honor y muchopeligro, por estar los enemigos seoreados del mar y de la tierra, envaprimero legados a uno y otro campo, con el fin de eximir a los mamer-tinos del peso de la guerra. Pero no siendo escuchadas sus proposicio-nes, la necesidad al fin le hizo tomar el partido de aventurar el trancede una batalla y atacar primero a los siracusanos. En efecto, saca sustropas y las ordena en batalla, a tiempo que Hiern vena determinadoa combatirle. El combate dur largo tiempo; pero al cabo Appio venci

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    a los contrarios, los persigui hasta sus trincheras, y despojados losmuertos, retorn otra vez a la ciudad.

    Hiern, pronosticando mal de lo general de sus negocios, llegadala noche, se retir precipitadamente a Siracusa. Al da siguiente Appio,que advirti su huida, lleno de confianza, crey no deba de perdertiempo, sino atacar a los cartagineses. Dada la orden a las tropas de queestuviesen prevenidas, las saca al romper el da, y cayendo sobre loscontrarios, mata a muchos y obliga a los dems a refugiarse rpida-mente en las ciudades circunvecinas. Bien se aprovech despus deestas ventajas; hizo levantar el sitio de la ciudad; corri y tal libre-

    mente las campias de los siracusanos y de sus aliados, sin atreverseninguno a hacerle frente a campo raso; y por ltimo, acerc sus tropasy emprendi el poner sitio a Siracusa.

    Tal fue la primera expedicin de los romanos con su ejrcito fue-ra de Italia, por estas razones y en estos tiempos. La cual considerandoyo ser la poca ms conocida de toda la historia, tom de ella principio,recorriendo a ms de esto los tiempos anteriores, para no dejar gnerode duda sobre la demostracin de las causas. Porque para dar una ideaa los venideros por donde pudiesen justamente contemplar el alto gra-do del poder actual de los romanos, me pareci conveniente el quesupiesen cmo y cundo, perdida su propia patria, comenzaron a mejo-rar de fortuna; asimismo en qu tiempo y de qu manera, sojuzgada laItalia emprendieron extender sus conquistas por defuera. Y as no hayque admirar que teniendo que hablar en lo sucesivo de las repblicasms clebres, recorramos primero los tiempos anteriores. En el su-

    puesto de que esto lo haremos por tomar ciertas pocas de donde f-cilmente se pueda conocer de qu principios, en qu tiempo y por qumedios haya llegado cada pueblo al estado en que al presente se halla,as como lo hemos ejecutado hasta aqu con los romanos.

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    CAPTULO III

    Temario de los dos primeros libros, que sirven de prembulo a estahistoria.- Crticas de Polibio sobre los historiadores Filino y Fabio.

    Ya es llegado el momento de que, abandonando estas digresiones,hablemos de nuestro asunto, y expliquemos breve y sumariamente loque se ha de tratar en este prembulo. La primera en orden ser laguerra que se hicieron romanos y cartagineses en Sicilia. A sta seseguir la de frica, con la que estn unidas las acciones de Amlcar,Asdrbal y los cartagineses en Espaa. Durante este perodo pasaronpor primera vez los romanos a la Iliria y estas partes de Europa, y enlos anteriores acaecieron los combates de los romanos contra los celtasque habitaban la Italia. Por entonces fue en la Grecia la guerra llamadaCleomnica, con lo que daremos fin a todo este prembulo y al segun-do libro. El hacer una relacin circunstanciada de estos hechos, ni a m me parece preciso, ni conducente a mis lectores. Mi designio no hasido formar historia de ellos; slo s me he propuesto recordar suma-riamente en este apartado lo que pueda conducir a las acciones de quehemos de hablar. Por lo cual, apuntando por encima los acontecimien-tos de que antes hemos hecho mencin, slo procuraremos unir el finde este prembulo con el principio y objeto de nuestra historia. De estemodo continuada la serie de la narracin, me parece poco precisamentelo que otros historiadores han ya tratado, y con esta disposicin prepa-

    ro a los aficionados un camino expedito y pronto para la inteligencia delo que adelante se dir. Seremos un poco ms minuciosos en la relacinde la primera guerra entre romanos y cartagineses sobre la Sicilia. Puesa la verdad no es fcil hallar otra, ni de mayor duracin, ni de aparatosms grandes, ni de expediciones ms frecuentes, ni de combates msclebres, ni de vicisitudes ms sealadas que las acaecidas a uno y otropueblo en esta guerra. Por otro lado, estas dos repblicas eran aun poraquellos tiempos sencillas en costumbres, medianas en riquezas eiguales en fuerzas; y as, quien quiera informarse a fondo de la parti-

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    cular constitucin y poder de estos dos Estados, antes podr formar juicio por esta guerra que por las que despus se sucedieron.

    Otro estmulo no menos poderoso que el antecedente para exten-derme sobre esta guerra, ha sido ver que Filino y Fabio, tenidos por losms instruidos escritores en el asunto, no nos han referido la verdadcon la fidelidad que convena. Yo no presumo se hayan puesto a mentirde propsito, si considero la vida y doctrina que profesaron. Pero meparece les ha acaecido lo mismo que a los que aman. A Filino le parecepor inclinacin y demasiada benevolencia que los Cartagineses obraronsiempre con prudencia, rectitud y valor, y que los romanos fueron de

    una conducta opuesta; a Fabio todo lo contrario. En lo dems de suvida es excusable semejante conducta. Pues es natural a un hombre debien ser amante de sus amigos y de su patria, lo mismo que aborrecercon sus amigos a los que stos aborrecen y amar a los que aman. Perocuando uno se reviste del carcter de historiador, debe despojarse detodas estas pasiones, y a veces alabar y elogiar con el mayor encomio alos enemigos, si sus acciones lo requieren; otras reprender y vituperarsin comedimiento a los ms amigos, cuando los defectos de su profe-sin lo estn pidiendo. As como a los animales, si se les saca los ojos,quedan totalmente intiles, del mismo modo a la historia, si se le quitala verdad, slo viene a quedar una narracin sin valor. Por lo cual elhistoriador no debe detenerse ni en reprender a los amigos, ni en alabara los enemigos. Ni temer el censurar a veces a unos mismos y ensal-zarles otras, puesto que los que manejan negocios, ni es fcil que siem-pre acierten, ni verosmil que de continuo yerren. Y as, separndose de

    aquellos que han tratado las cosas adaptndose a las circunstancias, elhistoriador nicamente debe referir en su historia los dichos y hechoscomo acontecieron. Que es verdad lo que acabo de decir, se ver porlos ejemplos que se siguen.

    Filino, comenzando a un tiempo la narracin de los hechos y elsegundo libro dice que los cartagineses y siracusanos pusieron sitio aMessina; que pasando los romanos por mar a la ciudad, hicieron alinstante una salida contra los siracusanos; que habiendo recibido undescalabro considerable, se tornaron a Messina, y que volviendo a salir

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    una segunda vez contra los cartagineses, no slo fueron rechazados,sino que perdieron gran nmero de sus tropas. Al paso que refiere esto,cuenta que Hiern, despus de concluida la refriega, perdi la cabezade tal modo, que no slo, puesto prontamente fuego a sus trincheras ytiendas, huy de noche a Siracusa, sino que abandon todas las fortale-zas situadas en la provincia de los messinos. Tal como los cartagineses,desamparando al punto sus atrincheramientos despus del combate, sediseminaron por las ciudades prximas, sin atreverse a hacer frente acampo raso; motivo porque los jefes, advertido el miedo que se habaadueado de sus tropas, determinaron no aventurar la suerte al trance

    de una batalla. Pero que los romanos que los perseguan, no slo arra-saron la provincia, sino que acercndose a la misma Siracusa, empren-dieron el ponerla sitio. Todo esto, a mi ver, est tan lleno deinconsecuencias, que absolutamente no necesita de examen. A los quesupone sitiadores de Messina y vencedores en los combates, a estosmismos no los representa que huyen, que abandonan la campaa, y alfin cercados y apoderados del miedo sus corazones; a los que, por elcontrario, pinta vencidos y sitiados, nos los hace ver despus persegui-dores seores del pas, y por ltimo sitiadores de Siracusa. Concordarentre s estas especies, es imposible. Pues qu medio, sino decir preci-samente o que los primeros supuestos son falsos, o los asertos quedespus se siguen? Estos son los verdaderos. Pues lo cierto es que loscartagineses y siracusanos abandonaron la campaa, y que los romanosen el acto pusieron sitio a Siracusa, y aun (como l mismo asegura) aEchetla, ciudad situada en los lmites de los siracusanos y cartagineses.

    Resta por precisin que confesemos que son falsas sus primeras hip-tesis, y que este escritor nos represent a los romanos vencidos, cuandofueron ellos los que desde el principio tuvieron la superioridad en loscombates de Messina. Cualquiera notar este defecto en Filino por todasu obra, e igual juicio har de Fabio, como se demostrar en su lugar.Pero yo, habiendo expuesto lo conveniente sobre esta digresin, procu-rar, tornando a mi historia, guardar siempre consecuencia en lo quediga, y dar a los lectores en breves razones una justa idea de la guerrade que arriba hicimos mencin.

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    CAPTULO IV

    Alianza de Hiern con los romanos.- Sitio de Agrigento.- Salida de la plaza, rechazada por los romanos.

    Una vez hubo llegado de Sicilia a Roma la nueva de los sucesosde Appio y de sus tropas (263 aos antes de J. C.); y creados cnsulesM. Octalicio y M. Valerio, se enviaron todas las legiones con sus jefes,unas y otros para pasar a Sicilia. Asciende el total de tropas entre losromanos, sin contar las de los aliados, a cuatro legiones que se escogentodos los aos. Cada una de las legiones se compone de cuatro milinfantes y trescientos caballos. A la llegada de stas, muchas ciudadesde los cartagineses y siracusanos, dejando su partido, se agregaron alos romanos. La consideracin del abatimiento y espanto de los sicilia-nos, junto con la multitud y fuerza de las legiones romanas, persuadie-ron a Hiern que se poda abrigar esperanzas ms lisonjeras de losromanos que no de los cartagineses. Y as, estimulado de la razn aseguir este partido, despach embajadores a los Cnsules para tratar depaz y alianza. Los romanos oyeron con gusto la propuesta, especial-mente por los convoyes; pues seores entonces cartagineses del impe-rio del mar, teman no les cerrasen por todas partes el transporte de losvveres principalmente cuando en el pasaje de las primeras legiones sehaba experimentado una gran escasez de comestibles. Por lo cual,atento a que Tiern en esta parte les servira de mucho provecho,

    aceptaron con gusto su amistad. Concertados los pactos de que el Reyrestituira a los romanos los cautivos sin rescate y a ms pagara cientalentos de plata, de all en adelante vivieron stos como amigos yaliados de los siracusanos; y el rey Hiern, desde aquel tiempo, acogi-do a la sombra del poder romano, y auxilindole siempre segn lascircunstancias lo exigan, rein tranquilamente en Sicilia, sin ms am-bicin que la de ser coronado y aplaudido entre sus vasallos. En efecto,fue prncipe el ms recomendable de todos, y el que por ms tiempogoz el fruto de su prudencia en los asuntos pblicos y privados.

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    Llevado a Roma este tratado y aprobadas y ratificadas por el pue-blo con Hiern sus condiciones, determinaron los romanos no enviaren adelante todas las tropas a Sicilia, sino nicamente dos legiones;persuadidos de que con la alianza de este rey se haban descargado enparte del peso de la guerra, y que su modo de entender abundaran deesta manera sus tropas ms fcilmente de todo lo necesario. Los carta-gineses, noticiosos de que Hiern se haba declarado su enemigo, y quelos romanos se empeaban con mayor esfuerzo sobre la Sicilia, conci-bieron necesitaban mayores acopios con que poder contrarrestar susenemigos y conservar lo que posean en esta isla. Por lo que, movili-

    zando tropas a su sueldo en las regiones ultramarinas, muchas de ellasligures y celtas, y muchas ms an espaolas, todas las enviaron aSicilia. Adems de esto, viendo que Agrigento era por naturaleza laciudad ms acomodada y fuerte de su mando para los acopios, recogie-ron en ella las provisiones y tropas, resueltos a servirse de esta ciudadcomo plaza de armas para la guerra.

    Los Cnsules romanos que haban concluido el tratado con Hie-rn tuvieron que volverse a Roma (262 aos antes de J. C.), y L. Pos-tumio y Q. Mamilio, nombrados en su lugar, vinieron a Sicilia con laslegiones. stos, conocida la intencin de los cartagineses, y el objetode los preparativos que se hacan en Agrigento, determinaron insistiren la accin con mayor empeo. Por lo cual, abandonando otras expe-diciones, marchan con todo su ejrcito a atacar la misma Agrigento, ypuestos sus reales a ocho estadios de ella, encierran a los cartaginesesdentro de sus muros. Por estar entonces en sazn la recoleccin de

    mieses y dar a entender el sitio que durara algn tiempo, se desmanda-ron los soldados a coger frutos con ms confianza de la que convena.Los cartagineses, que vieron a sus enemigos dispersos por la campia,realizan una salida, dan sobre los forrajeadores, y desbaratndolosfcilmente, acometen unos a saquear los reales, y otros a degollar loscuerpos de guardia. Pero la exacta y particular disciplina que observanlos romanos, as en esta como en otras muchas ocasiones, salv susnegocios. Se castiga con la muerte entre ellos al que desampara el lugaro abandona absolutamente el cuerpo de guardia. Por eso entonces, aun

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    en medio de ser superiores en nmero a los contrarios, sosteniendo elchoque con valor, muchos de ellos mismos perecieron, pero muchosms aun de los enemigos quedaron sobre el campo. Finalmente, cerca-dos los cartagineses cuando estaban ya para saquear el real, parte deellos perecieron, parte hostigados y heridos fueron perseguidos hasta laciudad.

    Esto fue causa de que los cartagineses procediesen en adelantecon mayor cautela en las salidas, y los romanos usasen de mayor cir-cunspeccin en los forrajes. En efecto, cuando ya aquellos no se pre-sentaban sino para ligeras escaramuzas, los Cnsules romanos

    dividieron el ejrcito en secciones, situaron el uno alrededor del templode Esculapio que estaba al frente de la ciudad, y acamparon el otro enaquella parte que mira hacia Heraclea. El espacio que mediaba entrelos dos campos, lo fortificaron por ambos lados. Por la parte de adentrotiraron una lnea de contravalacin, para defenderse contra las salidasde la plaza, y por la parte de afuera echaron otra de circunvalacin,para estar a cubierto de las irrupciones de la campaa y evitar se metie-se e introdujese lo que se acostumbra en las ciudades cercadas. Losespacios que mediaban entre los fosos y los ejrcitos estaban guarneci-dos con piquetes, y fortificados los lugares ventajosos de trecho entrecho. Los aliados todos les acopiaban pertrechos y dems municionesque traan a Erbeso, y ello llevando y acarreando continuamente vve-res de esta ciudad poco distante del campo, se provean muy abundan-temente de todo lo necesario.

    En este estado permanecieron las cosas casi cinco meses, sin po-

    der alcanzar una parte de otra ventaja alguna decisiva, mas que las quesucedan en las escaramuzas. Pero al cabo, hostigados los cartaginesespor el hambre debido a la mucha gente que encerraba la ciudad (noeran menos de cincuenta mil almas), Anbal, que mandaba las tropassitiadas, no sabiendo qu hacerse en tales circunstancias, despachabasin cesar correos a Cartago, para informarles del estado actual o implo-rar su socorro. En Cartago se embarcaron las tropas y elefantes que sepudieron juntar y las enviaron a Sicilia a Hannn, otro de sus coman-dantes. ste recogiendo los vveres y tropas en Heraclea, se apodera

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    con astucia de la ciudad de Erbeso, y corta los vveres y dems provi-siones necesarias a los ejrcitos contrarios. De aqu provino que losromanos, a un tiempo sitiadores y sitiados, se hallaron en tal penuria yescasez de lo necesario, que muchas veces consultaron levantar el sitio;lo que hubieran ejecutado por ltimo si Hiern con gran diligencia ycuidado no les hubiera provisto de aquello ms preciso e indispensable.

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    CAPTULO V

    Toma de Agrigento por los romanos.- Retirada de Anbal.- Primer pensamiento de hacerse marinos los romanos.- Preparacin para esta

    empresa.

    Observando Hannn a los romanos debilitados por la peste y elhambre (262 aos antes de J. C.), por ser insano el aire que respiraban;y al contrario, considerando que sus tropas se hallaban en estado decombatir, dispone cincuenta elefantes que tena con lo restante delejrcito, y lo saca con rapidez fuera de Heraclea, intimando a la caba-llera nmida batiese la campaa, se acercase al foso de los contrarios,incitase su caballera, procurase atraerla al combate, y hecho esto,simulase retroceder hasta incorporrsele. Puesta en prctica esta ordenpor los nmidas, y aproximndose a uno de los campos, al punto lacaballera romana se ech fuera y dio con arrojo sobre ellos. stos sereplegaron segn la orden hasta que se juntaron con los de Hannn,donde ejecutado un cuarto de conversin se dejan caer sobre los ene-migos, los cercan exterminan muchos de ellos, y persiguen los restan-tes hasta el campo. Terminada esta accin, Hannn se acamp en unsitio que dominaba a los romanos, protegindose de una colina llamadaToro, distante como diez estadios de los contrarios. Dos meses duraronlas cosas en este estado, sin producirse accin alguna decisiva ms quelos ligeros ataques diarios. Bien que Anbal, con fanales y mensajeros

    que incesantemente enviaba a Hannn desde la ciudad, le daba a en-tender que la muchedumbre no poda sufrir el hambre, y bastantes porla escasez desertaban al campo contrario. Entonces el Comandantecartagins resolvi aventurar la batalla. El romano no se inclinabamenos a esto, por las razones arriba citadas. Por lo cual, sacando am-bos sus ejrcitos al lugar que mediaba entre los dos campos, se lleg alas manos. Largo tiempo dur la batalla; pero al fin los romanos hicie-ron volver grupas a los mercenarios cartagineses que peleaban en lavanguardia, y cayendo stos sobre los elefantes y las otras lneas que

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    estaban detrs, fueron motivo de que todo el ejrcito cartagins sellenase de confusin y espanto. La huida fue general, la mayora que-daron sobre el campo, algunos se salvaron en Heraclea, y la casi totali-dad de elefantes, con todo el bagaje, qued en poder de los romanos.

    Llegada la noche, la lgica alegra de una accin tan memorable yel cansancio de la tropa hizo relajar la disciplina en los centinelas.Anbal, que no hallaba remedio en sus negocios, consider que estanegligencia le presentaba una oportuna ocasin para salvarse. Sale amedia noche de la ciudad con sus tropas mercenarias, ciega los fososcon cestos llenos de paja, y saca su ejrcito indemne sin que lo perci-

    ban los contrarios. Los romanos, que advirtieron lo sucedido con la luzdel da, atacan por el pronto, aunque ligeramente, la retaguardia de losde Anbal; pero poco despus se lanzan sobre las puertas de la ciudad,y no hallando obstculo la saquean con furor, y se hacen dueos demultitud de esclavos y de un rico y variado botn.

    Llevada la noticia al Senado romano de la toma de Agrigento,alegrse aquel infinito y concibi grandes esperanzas. Ya no se sose-gaba con sus primeras ideas, ni le bastaba haber salvado a los mamerti-nos y haberse enriquecido con los despojos de esta guerra. Se prometanada menos de que sera empresa fcil arrojar enteramente a los carta-gineses de la isla y que ejecutando esto adquiriran un gran ascendientesus negocios; a esto se reducan sus conversaciones y ste era el objetode sus pensamientos. Y a la verdad, vean que por lo concerniente a lastropas de tierra iban las cosas a medida de sus deseos. Pues les parecaque L. Valerio y T. Octacilio, cnsules nombrados en lugar de los que

    haban sitiado a Agrigento (261 aos antes de J. C.), administrabansatisfactoriamente los negocios de Sicilia. Pero poseyendo los cartagi-neses el imperio del mar sin disputa, estaba en la balanza el xito de laguerra. Pues aunque en dos tiempos prximos despus de tomadaAgrigento, muchas ciudades mediterrneas haban aumentado el parti-do de los romanos por temor a sus ejrcitos de tierra, muchas ms anmartimas lo haban abandonado temiendo la escuadra cartaginesa. Porlo cual persuadindose ms y ms que la balanza de la guerra era dudo-sa a una y otra parte por lo arriba expuesto, y sobre todo, que la Italia

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    era talada muchas veces por la escuadra enemiga, mientras que el fri-ca al cabo no experimentaba extorsin alguna, decidieron echarse almar al igual de los cartagineses.

    No fue ste el menor motivo que me impuls a hacer una relacinms circunstanciada de la guerra de Sicilia, para que as no se ignorasesu principio, de qu modo, en qu tiempo y por qu causas se hicieronmarinos por primera vez los romanos. La consideracin de que la gue-rra se iba dilatando, les suscit por primera vez el pensamiento deconstruir cien galeras de cinco rdenes de remos y veinte de a tres.Pero les serva de grande embarazo el ser sus constructores absoluta-

    mente imperitos en la fabricacin de estos buques de cinco rdenes,por no haberlos usado nadie hasta entonces en la Italia. Por aqu sepuede colegir con particularidad el magnnimo y audaz espritu de losromanos. Sin tener los materiales, no digo proporcionados, pero ni aunlos imprescindibles, sin haber jams formado idea del mar, les vieneentonces sta por primera vez al pensamiento, y la emprenden contanta intrepidez, que antes de adquirir experiencia del proyecto se pro-ponen rpidamente dar una batalla naval a los cartagineses, que detiempo inmemorial tenan el imperio incontestable del mar. Sirva deprueba para la verdad de lo que acabo de referir y su increble audacia,que cuando intentaron la primera vez transportar sus ejrcitos a Messi-na no slo no tenan embarcaciones con cubierta, sino que ni aun enabsoluto navos de transporte, ni siquiera una fala. Antes bien, toman-do en arriendo buques de cincuenta remos y galeras de tres rdenes delos tarentinos, locres eleatos y napolitanos pasaron en ellas con arrojo

    sus soldados. Durante este transporte de tropas los cartagineses lesatacaron cerca del estrecho, y uno de sus navos con puente, deseoso debatirse se acerc tanto, que encallado sobre la costa, qued en poder delos romanos, de cuyo modelo se sirvieron para construir a su parecidotoda la armada. De manera que de no haber acaecido este accidente, sinduda su impericia les hubiera imposibilitado llevar a cabo la empresa.

    Mientras que unos, a cuyo cargo estaba la construccin, se ocu-paban en la fabricacin de los navos, otros, completando el nmero demarineros, los enseaban a remar en tierra de esta manera: sentbanlos

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    sobre los remos en la ribera, hacindoles llevar el mismo orden quesobre los bancos de los navos. En medio de ellos estaba un coman-dante, que los acostumbraba a elevar a un tiempo el remo inclinandohacia s las manos, y a bajarlo impelindolas hacia afuera, para comen-zar y terminar los movimientos a la voluntad del que mandaba. Prepa-radas as las cosas y acabados los navos, los echan al mar, y, pocoexpertos ciertamente en la marina, costean la Italia a las rdenes delCnsul.

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    CAPTULO VI

    Sorpresa de Lipari por Cornelio, malograda.- Imprudencia de Anbal.- Instrumento de Duilio para atacar.- Batalla naval en Mila y victoria por los romanos.- Muerte de Amlcar, y toma de algunas ciudades.

    Cn. Cornelio, que diriga las fuerzas navales de los romanos (260aos antes de J. C.), notificada la orden pocos das antes a los capitanesde navo para que despus de dispuesta la escuadra hiciesen vela haciael estrecho, sale al mar con diecisiete navos y toma la delantera haciaMessina, con el cuidado de tener pronto lo necesario para la armada.Durante su estancia en este puerto presentsele la ocasin de sorpren-der la ciudad de los liparos, y abrazando el partido sin la reflexinconveniente, marcha con los mencionados navos y fondea en la ciu-dad. Anbal, capitn de los cartagineses que a la sazn estaba en Pa-lermo enterado de lo sucedido destaca all con veinte navos al senadorBoodes, quien, navegando de noche, bloquea en el puerto a los delCnsul. Llegado el da, los marineros echaron a huir a tierra, y Cneio,sorprendido y sin saber qu hacerse, se rindi por ltimo a los contra-rios. Los cartagineses con esto, adueados de las naves y del coman-dante enemigo, marcharon de inmediato a donde estaba Anbal. Pocosdas despus, en medio de haber sido tan ruidosa y estar aun tan re-ciente la desgracia de Cneio, le falt poco al mismo Anbal para noincurrir a las claras en el mismo error. Porque oyendo decir que estaba

    prxima la escuadra romana que costeaba la Italia, deseoso de infor-marse por s mismo de su nmero y total ordenacin, sale del puertocon cincuenta navos, y doblando el promontorio de Italia, cae en ma-nos de los enemigos que navegaban en orden y disposicin de batalla,pierde la mayor parte de sus buques, y fue un verdadero milagro que lse salvase con los que le quedaban. Los romanos despus, acercndosea las costas de Sicilia y enterados de la desgracia ocurrida a Cneio, danaviso al instante a C. Duilio, que mandaba las tropas de tierra, y espe-

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    ran su llegada. Al mismo tiempo, oyendo que no estaba distante laescuadra enemiga, se aprestan para el combate.

    Sin duda al ver sus navos de una construccin tosca y de lentosmovimientos, les sugiri alguno el invento para la batalla, que despusse llamcuervo; cuyo sistema era de esta manera: se pona sobre laproa del navo una viga redonda, cuatro varas de larga y tres palmos dedimetro de ancha; en el extremo superior tena una polea, y alrededorestaba clavada una escalera de tablas atravesadas, cuatro pies de anchay seis varas de larga. El agujero del entablado era oblongo y rodeaba laviga desde las dos primeras varas de la escalera. A lo largo de los dos

    costados tena una baranda que llegaba hasta las rodillas, y en su ex-tremo una especie de piln de hierro que remataba en punta, de dondependa una argolla; de suerte que toda ella se asemejaba a las mquinascon que se muele la harina. De esta argolla penda una maroma, con lacual, levantando loscuervospor medio de la polea que estaba en laviga, los dejaban caer en los embestimientos de los navos sobre lacubierta de la nave contraria, unas veces sobre la proa, otras haciendoun crculo sobre los costados, segn los diferentes encuentros. Cuandolos cuervos, clavados en las tablas de las cubiertas, cogan algn navo,si los costados se llegaban a unir uno con otro, le abordaban por todaspartes; pero si lo aferraban por la proa, saltaban en l de dos en dos porla misma mquina. Los primeros de stos se defendan con sus escudosde los golpes que venan directos, y los segundos, poniendo sus rodelassobre la baranda, prevenan los costados de los oblicuos. De este mododispuestos, no esperaban ms que la ocasin de combatir.

    Al punto que supo C. Duilio el descalabro del jefe de la escuadra,entregando el mando de las tropas de tierra a los tribunos, dirigise a laarmada, e informado de que los enemigos talaban los campos de Mila,sali del puerto con toda ella. Los cartagineses, a su vista, ponen a lavela con gozo y diligencia ciento treinta navos, y despreciando laimpericia de los romanos no se dignan poner en orden de batalla, antesbien, como que iban a un despojo seguro, navegan todos vuelta lasproas a sus contrarios. Mandbalos Anbal, el mismo que haba sacadode noche sus tropas de Agrigento. Mandaba una galera de siete rdenes

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    de remos, que haba sido del rey Pirro. Al principio los cartagineses sesorprendieron de ver, al tiempo que se iban acercando loscuervoslevantados sobre las proas de cada navo, extraando la estructura desemejantes mquinas. Sin embargo, llenos de un sumo desprecio porsus contrarios, acometieron con valor a los que iban en la vanguardia.Pero al ver que todos los buques que se acercaban quedaban atenaza-dos por las mquinas, que estas mismas servan de conducto para pasarlas tropas y que se llegaba a las manos sobre los puentes, parte de loscartagineses fueron muertos, parte asombrados con lo sucedido serindieron. Fue esta accin semejante a un combate de tierra. Perdieron

    los treinta navos que primero entraron en combate, con sus tripulacio-nes. Entre ellos fue tambin tomado el que mandaba Anbal; pero lescap con arrojo en un bote como por milagro. El resto de la armadavigilaba con el fin de atacar al enemigo, pero advirtindoles la proxi-midad el estrago de su primera lnea, se apart y estudi los choques delas mquinas. No obstante fiados en la agilidad de sus buques, conta-ban poder acometer sin peligro al enemigo, rodendole unos por loscostados y otros por la popa. Mas viendo que por todas partes se lesoponan y amenazaban estas mquinas y que inevitablemente haban deser asidos los que se acercasen, atnitos con la novedad de lo ocurrido,toman al fin la huida, despus de perder en la accin cincuenta naves.

    Los romanos, lograda una victoria tan inverosmil en el mar, con-cibieron doblado valor y espritu para proseguir la guerra. Desembarca-ron en la Sicilia, hicieron levantar el sitio de Egesta, que estaba en elltimo extremo, y partiendo de all, tomaron a viva fuerza la ciudad de

    Macella. Despus de la batalla naval, Amlcar, capitn de los cartagi-neses, que mandaba las tropas de tierra y a la sazn se encontraba enPalermo, informado de que se haba originado cierta disensin en elcampo enemigo entre los romanos y sus aliados sobre la primaca enlos combates, y seguro de que stos acampaban por s solos entre Paro-po y los Termas Himerenses, cae sobre ellos inesperadamente con todoel ejrcito cuando estaban levantando el campo, y mata cerca de cuatromil. Realizada esta accin, march a Cartago con los navos que lehaban quedado salvos, y de all a poco pas a Cerdea, tomando otros

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    navos mandados por algunos de los trierarcas de mayor fama. Pocotiempo despus, sitiado por los romanos en cierto punto de Cerdea(isla que desde que los romanos pusieron el pie en el mar se propusie-ron conquistarla), perdidas all muchas de sus naves, le apresaron loscartagineses que se haban salvado, y al punto le crucificaron.

    En el ao siguiente (259 antes de J. C.) no hicieron cosa memora-ble los ejrcitos romanos que estaban en Sicilia. Pero llegados quefueron los sucesores cnsules A. Atilio y C. Sulpicio, marcharon contraPalermo, por estar all las tropas cartaginesas en cuarteles de invierno.En efecto, acercndose los Cnsules a la ciudad, pusieron todo su ejr-

    cito en batalla (258 aos antes de J. C.); pero no presentndose losenemigos, marchan de all contra Ippana, y al punto la toman por asal-to. Tomaron tambin a Mitistrato, cuya natural fortaleza haba hechoresistir el asedio mucho tiempo. La ciudad de los camarineos, que pocoantes haba abandonado su partido, fue igualmente ocupada, despusde avanzadas las obras y derribados sus muros. Enna y otros muchoslugares de menor importancia de los cartagineses sufrieron la mismasuerte. Terminada esta campaa, emprendieron sitiar la ciudad de losliparos.

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    CAPTULO VII

    Recproco descalabro de romanos y cartagineses.- Orden y disposicinde sus armadas.- Batalla de Ecnomo.- Victoria obtenida por los roma-

    nos.

    El ao siguiente (257 antes de J. C.), C. Atilio, cnsul romano,habiendo arribado a Tindarida, y observando que la escuadra cartagi-nesa navegaba sin orden, previene a sus dotaciones que le sigan, y lparte con anticipacin acompaado de diez navos. Los cartagineses,que vieron a los enemigos, unos embarcar en sus buques, otros estar yafuera del puerto, y entre aquellos y stos mediar una gran distancia, sevuelven, les hacen frente, y cercndoles echan a pique todos los otros,menos el del Cnsul, que por poco no fue apresado con toda la gente;pero la buena marinera con que estaba tripulado y la agilidad de mo-vimientos, le salvaron afortunadamente del peligro. Los restantes na-vos romanos, que venan poco a poco, se renen, colocndose defrente, acometen a los enemigos, se apoderan de diez buques con sustripulaciones, hunde a ocho, y el resto se retira a las islas de Lipari.Como de esta accin unos y otros juzgasen que haban salido coniguales prdidas, todo su empeo fue aumentar las fuerzas navales ydisputarse el dominio del mar. Durante este tiempo, los ejrcitos detierra no hicieron cosa alguna digna de mencin, nicamente se ocupa-ron en expediciones leves y de corta duracin. Pero las armadas nava-

    les, aprestadas como queda dicho, se hicieron a la vela en la primaverasiguiente. Los romanos arribaron a Messina con trescientos treintanavos largos y con puente, de donde salieron, y dejando la Sicilia a laderecha, doblado el cabo Pachino, pasaron frente a Ecnomo, por estaracampado en aquellas cercanas el ejrcito de tierra. Los cartaginesessalieron al mar con trescientos cincuenta navos con puente, tocaronprimero en Lilibea, y de all anclaron en Heraclea de Minos.

    La finalidad de los romanos era marchar al frica situando all elteatro de la guerra, para que de este modo los cartagineses no cuidasen

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    defender la Sicilia sino su propia patria y personas. Los cartaginesespensaban al contrario: consideraban que el frica era de fcil arribo;que una vez en ella los romanos, toda la gente de los campos se lesrendira sin resistencia: y as, lejos de consentirlo, procuraban aventu-rar el trance de una batalla naval. Dispuestos de este modo, unos ahacer una irrupcin y otros a rechazarla, bien se dejaba conocer de laobstinacin de uno y otro pueblo, que amenazaba un prximo combate.Los romanos hacan los preparativos para ambos casos, bien se hubiesede pelear por mar, bien se hubiese de hacer un desembarco por tierra.Por lo cual, escogido de sus ejrcitos la flor de las tropas, dividieron

    toda la armada que haban de llevar en cuatro partes. Cada una de ellastuvo dos denominaciones. La primera se llam la primera leginy la primera escuadra, y as de las dems. La cuarta no tuvo nombre; se lallam Triarios, como se la acostumbraba llamar en los ejrcitos detierra. El total de esta armada era de ciento cuarenta mil hombres; desuerte que cada navo llevaba trescientos remeros, y ciento veinte sol-dados de armas. Los cartagineses, por su parte, se preparaban con su-mo estudio y cuidado para un combate naval. El total de su ejrcito,segn el nmero de buques, ascenda a ms de ciento cincuenta milhombres. A la vista de esto, quin, al considerar tan prodigiosa mul-titud de hombres y navos, podr, no digo mirar, pero ni aun or sinasombro la importancia del peligro, y la grandeza y poder de las dosrepblicas?

    Los romanos, reflexionando que a ellos les convena bogar en altamar, y que los enemigos les superaban en la ligereza de sus buques,

    procuraron formar un orden de batalla resguardado por todas partes ydifcil de desbaratar por los contrarios. Para esto, los dos navos de seisrdenes, que mandaban los cnsules M. Atilio Rgulo y L. Manlio(256 aos antes de J. C.), fueron puestos paralelamente los primeros alfrente. Detrs de cada uno de ellos dispusieron uno por uno los navosen orden sucesivo. Al uno segua la primera escuadra y al otro la se-gunda; pero siempre haciendo mayor el intervalo, a medida que cadabuque de cada divisin se iba situando; de manera que sucedindoselos unos a los otros, todos miraban con las proas hacia fuera. Ordena-

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    das de este modo la primera y segunda escuadra en forma de ngulo,pusieron detrs la tercera de frente en lnea recta, con cuya situacintodo el orden de batalla figuraba un tringulo perfecto. A stas seguanlas embarcaciones de carga, arrastradas a remolque por los navos de latercera escuadra. A espaldas de sta colocaron la cuarta, llamada de losTriarios, de tal forma prolongada sobre una lnea recta, que superaseuno y otro costado de los que tena delante. Dispuestas de este modotodas las divisiones, el total de la formacin representaba un tringulocuya parte superior estaba hueca y la base slida; pero el todo, fuerte,propio para la accin, y difcil de romper.

    Durante este tiempo, los jefes cartagineses, arengando breve-mente a sus tropas, y hacindolas ver que ganada la batalla naval ni-camente tendran que defender la Sicilia, pero que si eran derrotadosaventuraban su propia patria y familias, dan la orden de embarcar. Lossoldados ejecutaron rpidamente el mandato, por pronosticar del xitosegn lo que acababan de or, y con gran nimo y resolucin se hicie-ron a la mar. Pero advirtiendo sus jefes la formacin de lo contrarios, yadaptndose a ella, situaron las tres divisiones de su armada sobre unalnea, prolongando el ala derecha hacia el mar en situacin de rodear alos enemigos, vueltas contra ellos las proas de todo sus navos. Lacuarta divisin, de que se compona el ala izquierda de toda su forma-cin, estaba ordenada en forma de tenaza, dirigida hacia la tierra. El aladerecha, compuesta de los navos y quinquerremes ms propios por suligereza para desconcertar las alas de los contrarios, la mandaba Han-nn, aquel que haba sido derrotado en el sitio de Agrigento. La iz-

    quierda estaba a las rdenes de Amlcar, aquel que se bati en el mar junto a Tindarida, y el que en esta ocasin, haciendo que cargase elpeso de la batalla en el centro de la formacin, us de esta estratagemadurante el combate.

    Apenas observaron los romanos que los cartagineses se desplega-ban sobre una simple lnea, atacaron el centro, y por aqu se dio princi-pio a la accin. Amlcar, entonces, para romper la formacin de losromanos, mand al instante a su centro echase a huir. En efecto, reti-rse ste con rapidez, y los romanos iban con valor en su persecucin.

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    La primera y segunda escuadra acosaba a los que huan; mientras quela tercera, que remolcaba las embarcaciones de carga, y la cuarta, don-de estaban los triarios destinados a su defensa, quedaban desunidas.Cuando consideraron los cartagineses que la primera y segunda estabana una gran distancia de las otras, entonces puesta una seal sobre elnavo de Amlcar, rpidamente se vuelve toda la armada y ataca a losque la perseguan. Grande fue la refriega que origin de una y otraparte. Los cartagineses llevaban mucha ventaja en la veloz maniobra desus buques y en la facilidad de acercarse y retirarse con ligereza; peroel valor de los romanos en los ataques, al aferrar loscuervosa los que

    una vez se acercaban, la presencia de los dos Cnsules que combatan asu frente, y a cuya vista se superaba el soldado, no les inspiraba menosconfianza que a los cartagineses. Tal era la situacin del combate poresta parte.

    Durante este tiempo, Hannn, a cuyo mando estaba el ala derechaque desde el principio de la accin haba permanecido separada, to-mando altura dio sobre los navos de los triarios y los puso en grandeaprieto y apuro. Los cartagineses que se encontraban situados cerca detierra se ordenan de frente en vez de la formacin que antes tenan, yvueltas las proas, acometen a los que remolcaban los barcos de carga.Estos, abandonadas las cuerdas, vienen a las manos y se baten con suscontrarios. De suerte que el total de la accin estaba dividida en trespartes, y otros tantos eran los combates navales, mediando muchadistancia entre unos y otros; y como las divisiones de una y otra arma-da eran iguales, segn la separacin que haban hecho al principio,

    ocurra que lo era tambin el peligro; pues en cada una de ellas se rea-lizaba justamente lo que de ordinario sucede, cuando es en un todoigual el poder de los combatientes. Pero al fin vencieron los primeros,porque obligados los de Amlcar echaron a huir, y Manlio uni a lossuyos los navos que haba capturado. Rgulo, luego que se percat delpeligro en que se hallaban los triarios y las embarcaciones de carga,marcha prontamente en su socorro con los navos de la segunda escua-dra que le haban quedado indemnes. Con su venida y ataque que hacea los de Hannn, los triarios, que estaban ya para ceder malamente, se

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    rehacen y vuelven a adquirir espritu para la carga. Los cartaginesesentonces hostigados, ya por los que les atacaban de frente, ya por losque les acometan por la espalda, y rodeados por el nuevo socorrocuando menos lo pensaban, cedieron y lanzronse a huir a alta mar.

    Durante este tiempo, vuelto ya Manlio de su primer combate, ad-vierte que el ala izquierda de los cartagineses tena acorralada la terceraescuadra sobre la costa: llega tambin Rgulo a la sazn, despus dehaber dejado a salvo el convoy y los triarios, y emprenden uno y otro elsocorrer a los que peligraban. Estaban ya stos prcticamente sitiados,y sin duda hubieran perecido. Pero el temor de los cartagineses a los

    cuervos se contentaba con tenerlos bloqueados y cercados contra lacosta, y el miedo de ser aferrados no les dejaba acercar para atacarlos.Llegados que fueron los Cnsules, cercan rpidamente a los cartagine-ses, se apoderan de cincuenta navos con sus equipajes, y slo unospocos se escapan virando hacia tierra. sta es la relacin de la batalla,contada por partes. La ventaja de toda ella qued por los romanos. Destos fueron hundidos veinticuatro navos; de los cartagineses, ms detreinta; de los romanos, ningn navo con tripulacin fue a poder de loscontrarios; de los cartagineses, sesenta y cuatro.

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    CAPTULO VIII

    Los romanos en frica.- Toma de Aspis.- Atilio Rgulo queda solo en frica.- Batalla de Adis y victoria por los romanos.- Cartago rechaza

    las proposiciones de paz formuladas por Atilio.

    Despus de esta victoria, los romanos acumularon mayores provi-siones, repararon los navos que haban apresado, y cuidando de lamarinera con el esmero competente a lo bien que se haba portado, sehicieron a la vela, encaminando su rumbo al frica. Su primera divi-sin abord al promontorio de Hermea, el cual, enclavado frente delgolfo de Cartago, se introduce en el mar mirando a la Sicilia. Aqu esperaron a los navos que venan detrs, y congregada toda la armada,costean el frica hasta arribar a la ciudad llamada Aspis. Efectuadoaqu el desembarco, sacaron sus buques a tierra, y rodeados de un fosoy trinchera, se preparan a sitiar la ciudad por no haberla querido entre-gar voluntariamente sus moradores.Regresados a su patria los cartagineses que haban salido salvos delcombate naval, y persuadidos de que la victoria ganada ensoberbeceraa los contrarios y los dirigira con presteza a la misma Cartago, habandefendido con tropas de tierra y fuerzas navales los puestos avanzadosde la ciudad. Pero desengaados de que los romanos en efecto habanhecho su desembarco y tenan sitiada a Aspis, desistieron de vigilar elrumbo de su venida, levantaron tropas y fortificaron la ciudad y sus

    alrededores. Una vez apoderados de Aspis los romanos, dejan unacompetente guarnicin para defensa de la ciudad y su pas, y enviandolegados a Roma que diesen parte de lo acaecido, se informasen de loque se deba hacer y cmo se haban de conducir en adelante, marchandespus rpidamente con todo su ejrcito, y comienzan a talar la cam-paa. No hallaron resistencia alguna, por lo cual arruinaron muchasquintas magnficamente construidas, robaron infinidad de ganado cua-drpedo, y embarcaron en sus navos ms de veinte mil esclavos. Du-rante este tiempo regresan de Roma los legados con la resolucin del

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    Senado de que era preciso que uno de los cnsules permaneciese, que-dndose con las fuerzas correspondientes, y el otro llevase a Roma laarmada. Rgulo fue el que se qued con cuarenta navos, quince milinfantes y quinientos caballos. L. Manlio, con los marineros e infinidadde cautivos, pasando sin riesgo por la Sicilia, lleg a Roma.

    Apenas advirtieron los cartagineses que los enemigos se dispo-nan para una guerra ms dilatada, eligieron primeramente entre s doscomandantes, Asdrbal, hijo de Annn, y Bostar, y enviaron despus adecir a Amlcar, a Heraclea, que se restituyese cuanto antes. ste, conquinientos caballos y cinco mil infantes, llega a Cartago, y nombrado

    tercer comandante delibera con Asdrbal sobre el estado actual de losnegocios. Convinieron en que se deba defender la provincia y no per-mitir que el enemigo la talase impunemente. Pocos das despus (256aos antes de J. C.), Rgulo sale a campaa, toma por asalto los casti-llos que no tenan muros y pone sitio a los que los tenan. Llegado quehubo a Adis, ciudad importante, sita sus reales alrededor de ella yemprende con ardor las obras y el cerco. Los cartagineses se dieronprisa a socorrer la ciudad, y en la firme inteligencia que libertaran lascampias de la tala, sacaron su ejrcito, ocuparon una colina que do-minaba a los contrarios, aunque molesta a sus propias tropas, y acam-paron en ella. Tener puestas sus principales esperanzas en la caballeray los elefantes y abandonar el pas llano encerrndose en lugares spe-ros e inaccesibles, era mostrar a los enemigos lo que deban hacer paraatacarles. En efecto, sucedi as. Desengaados por la experiencia, loscapitanes romanos de que lo desventajoso del sitio inutilizaba lo ms

    eficaz y temible del ejrcito contrario, sin esperar a que bajase al llanoy se pusiese en batalla se aprovechan de la ocasin y ascienden la coli-na por una y otra parte al rayar el da. La caballera y los elefantes delos cartagineses fueron completamente intiles. Los soldados extranje-ros se batieron con generoso valor e intrepidez, y obligaron a ceder yhuir la primera legin; pero atacados de nuevo, y acorralados por losque montaban la colina por la otra parte, tuvieron que volver la espal-da. Despus de esto, todo el campo se dispersa. Los elefantes y la ca-ballera ganaron el llano lo ms rpido que pudieron, y se pusieron a

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    salvo. Los romanos persiguieron la infantera por algn tiempo, roba-ron el real enemigo, y despus, batida toda la campaa, saquearon lasciudades impunemente. Hechos seores de Tnez, se acantonaron enella, ya por la conveniencia que tena para las incursiones que proyec-taban, ya tambin por estar en una situacin ventajosa para invadir aCartago y sus alrededores.

    Los cartagineses, derrotados poco antes en el mar y ahora sobre latierra, no por el poco espritu de sus tropas, sino por la imprudencia delos capitanes, se hallaban en una situacin lamentable de todos modos.A esto se aada que, invadida su provincia por los nmidas, les causa-

    ban stos mayores daos que los romanos. De lo que resultaba que,refugiados por el miedo los de la campaa en la ciudad, estaba sta enuna suma consternacin y penuria, causada en parte por la gran mu-chedumbre, y en parte por la probabilidad de un asedio. Rgulo, quevea frustradas las esperanzas de los cartagineses por mar y tierra, se juzgaba casi seor de Cartago. Pero el temor de que el Cnsul quehaba de llegar de Roma a sucederle no se llevase el honor de haberconcluido la guerra, le impuls a exhortar a los cartagineses a un ajus-te. Fue ste escuchado con agrado, y se envi a los principales de laciudad, quienes, conferenciando con el Cnsul, distaron tanto de con-formarse con ninguna de las proposiciones que se les haca, que ni aunpudieron or con paciencia lo insoportable de las condiciones que lesquera imponer. En efecto, Rgulo, como absoluto vencedor, creadeban juzgar por gracia y especial favor todo cuanto les concediese.Los cartagineses, al contrario, considerando que, aun en el caso de ser

    sometidos, no les poda sobrevenir carga ms pesada que la que enton-ces se les impona, no slo se tornaron exasperados con semejantespropuestas, sino tambin ofendidos de la dureza de Rgulo. El Senadode Cartago, oda la propuesta del Cnsul, aunque perdidas casi lasesperanzas de arreglo, conserv no obstante tal espritu y grandeza denimo que prefiri antes sufrirlo todo, padecerlo todo e intentar cual-quier fortuna, que tolerar ninguna cosa indecorosa e indigna a la gloriade sus pasadas acciones.

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    CAPTULO IX

    Llega Jantippo a Cartago y se le entrega el mando de las tropas.-Ordenanza de cartagineses y romanos.- Batalla de Tnez y victoria

    cartaginesa.- Reflexiones sobre este acontecimiento.

    Por este tiempo (255 aos antes de J. C.), lleg a Cartago ciertoconductor, de los que haban sido anteriormente enviados a la Grecia,conduciendo un gran reemplazo de tropas, entre las que vena un ciertoJantippo, lacedemonio, educado a la manera de su pas y bastante co-nocedor del arte de la guerra. ste, informado por una parte del desca-labro ocurrido a los cartagineses, y del cmo y de qu manera habapasado por otra contemplando los preparativos que aun les restaban yel nmero de su caballera y elefantes, rpidamente ech la cuenta ydeclar a sus amigos que los cartagineses no haban sido vencidos porlos romanos sino por la ineptitud de sus comandantes. Divulgadaprontamente por los circunstantes entre la plebe y los generales laconversacin de Jantippo, deciden los magistrados llamar y hacer ex-periencia de este hombre. En efecto, viene, les hace ver las razones quele asistan, demuestra los defectos en que haban incurrido y aseguraque si le dan crdito y se aprovechan de los lugares llanos, tanto en lasmarchas como en los campamentos y ordenanzas, podran sin dificul-tad no slo recobrar la seguridad para sus personas, sino triunfar de susenemigos. Los jefes aplaudieron sus razones, convencidos le confiaron

    inmediatamente el mando de las tropas.Cuando se divulg entre el pueblo la voz de Jantippo circulaba ya

    un cierto rumor y fama que haca abrigar de l a todos grandes espe-ranzas. Pero cuando sac el ejrcito fuera de la ciudad, le puso en for-macin, y comenz, dividido en trozos, a hacer evoluciones y a mandarsegn las reglas del arte, se reconoci en l tanta superioridad respectode la impericia de los precedentes comandantes, que todos manifesta-ron a voces la impaciencia de batirse sin tardanza con los contrarios, enla firme seguridad de que no poda ocurrir cosa adversa bajo la con-

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    ducta de Jantippo. Con estas disposiciones, aunque los jefes reconocie-ron que la tropa haban recobrado su espritu indecible, sin embargo lasexhortaron segn la ocasin lo aconsejaba, y pocos das despus sepuso en marcha el ejrcito. Se compona ste de doce mil infantes,cuatro mil caballos, y cerca de un centenar de elefantes.

    Cuando los romanos advirtieron que los cartagineses realizabanlas marchas y situaban sus campamentos en lugares llanos y descam-pados, aparte de que en esto les sorprenda la novedad, sin embargo,seguros del xito, ansiaban venir a las manos. En efecto, se fueronaproximando y acamparon el primer da a diez estadios de los enemi-

    gos. En el siguiente celebraron consejo los jefes cartagineses sobre porqu y cmo se haba de obrar en el caso presente. Pero las tropas, im-pacientes por el combate, se aglomeran en corrillos, claman por elnombre de Jantippo, y piden que se las saque cuanto antes. En vista deeste ardor y deseo del soldado, junto con el asegurar Jantippo que nohaba que dejar pasar la ocasin, ordenaron los capitanes que estuviesepronta la armada, y dieron atribuciones al lacedemonio para que usasedel mando conforme lo creyese conveniente. Revestido de este poder,sita sobre una lnea los elefantes al frente de todo el ejrcito. A conti-nuacin de las bestias coloca la falange cartaginesa a una distanciaproporcionada. Las tropas extranjeras, a unas las introduce en el aladerecha, y otras, las ms giles, las coloca con la caballera al frente deuna y otra ala.

    Despus que vieron los romanos formarse a sus contrarios, salie-ron al frente en buena formacin. Pero asombrados por presentir el

    mpetu de los elefantes, ponen al frente los velites, sitan a la espaldamuchos manpulos espesos, y dividen la caballera sobre las dos alas.Por el hecho mismo de ser toda su formacin menos extensa que antes,pero ms profunda, estaban perfectamente dispuestos para resistir elchoque de las fieras; pero para rechazar el de la caballera, que eramucho ms superior que la suya, lo erraron de medio a medio. Despusque ambas armadas se situaron a medida de su deseo, y cada lneaocup el lugar que la corresponda, permanecieron en formacin,aguardando el tiempo de llegar a las manos.

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    Lo mismo fue ordenar Jantippo a los conductores de los elefantesque avanzasen y rompiesen las lneas enemigas, y a la caballera quelos cercase y atacase por ambas alas, que acometer tambin los roma-nos con gran ruido de armas y algazara segn la costumbre. La caballe-ra romana, por ser la de los cartagineses ms numerosa, desampar alinstante el puesto en una y otra ala. La infantera situada sobre el alaizquierda, en parte por evitar el mpetu de las fieras, y en parte pordesprecio de las tropas extranjeras, atac la derecha de los cartagine-ses, y hacindola volver la espalda, la rechaz y persigui hasta elcampo. Las primeras lneas que estaban frente a los elefantes, agobia-

    das, rechazadas y atropelladas por la violencia de estos animales mu-rieron a montones con las armas en las manos. El resto de laformacin, por la profundidad de sus filas continu sin desunirse du-rante cierto tiempo; pero cuando las ltimas lneas, rodeadas por todaspartes de la caballera, se vieron obligadas a hacer frente para pelear, ylas primeras que haban abierto brecha por medio de los elefantes,situadas estas fieras a la espalda, encontraron con la falange cartagine-sa, intacta an y coordinada que las pasaba a cuchillo; entonces, hosti-gados por todas partes los romanos, la mayor parte fue presionada porel enorme peso de estos animales, el resto sin salir de formacin fueasaetado por la caballera, y slo unos pocos pudieron huir. Pero comoel terreno era llano, unos murieron arrollados por los elefantes y lacaballera; otros, hasta quinientos que huan con Rgulo, fueron mstarde hechos prisioneros y conducidos vivos con el mismo Cnsul. Loscartagineses perdieron en esta accin ochocientos soldados extranjeros,

    que estaban opuestos a la izquierda de los romanos. De stos nica-mente se salvaron dos mil, que persiguiendo al enemigo, como hemosdicho, se desplazaron fuera de la batalla. Todos los dems quedaronsobre el terreno, a excepcin del cnsul Rgulo y los que con l esca-paron. Las cohortes romanas que se salvaron se refugiaron en Aspismilagrosamente. Y los cartagineses, satisfechos con el suceso, volvie-ron a la ciudad, despus de haber despojado los muertos, llevandoconsigo al Cnsul y los dems prisioneros.

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    Reflexione alguien detenidamente sobre este paso, y hallar infi-nito conducente al arreglo de vida de los mortales. La desdicha queacaba de suceder a Rgulo es una demostracin de que an en las pros-peridades debemos desconfiar de la fortuna. El que poco antes no dabalugar a la compasin ni cuartel al vencido, se ve hoy obligado a supli-car a este mismo por su propia vida. Parece que lo que en otro tiempodijo tan al caso Eurpides,que un buen consejo vale ms que muchasmanos, lo est ahora confirmando la misma experiencia. Un solo hom-bre, un solo consejo, aniquila ejrcitos al parecer invencibles y disci-plinados; al paso que restablece una repblica que visiblemente se iba a

    desmoronar de todo punto y recobra los nimos abatidos de sus tropas.He hecho mencin de estos avisos para correccin de los que lean estoscomentarios. Pues siendo los dos caminos que tienen de rectificar susdefectos los humanos, el de sus propias infelicidades o el de las ajenas,aquel que nos conduce por nuestros propios infortunios es sin dudams eficaz, pero ms seguro el que nos gua por los ajenos. Por lo cual,de ningn modo debemos escoger voluntariamente el primero, porquenos proporciona la correccin a costa de muchas penas y trabajos; peroel segundo lo debemos recorrer siempre buscando, porque sin riesgoalguno nos hace verlo mejor. A vista de esto, debemos estar convenci-dos que el mejor estudio para moderar las costumbres es el que seforma en la escuela de una fiel y exacta historia. Porque sola ella entodo tiempo y ocasin nos provee sin riesgo de saludables avisos paralo mejor. Pero esto baste de moralidades.

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    CAPTULO X

    Regreso de Jantippo a su patria.- Victoria naval de los romanos.-Toma de Palermo.

    Los cartagineses, habindoles resultado las cosas a medida de susdeseos, no perdonaron exceso alguno de regocijo, ya tributando a Diosrepetidas gracias, ya realizando entre s mutuos oficios de benevolen-cia. Pero Jantippo, que haba hecho adquirir tal ascendiente y aspecto alos intereses de Cartago, se volvi a ausentar de all a poco, despus debien pensado y reflexionado el asunto. Las acciones gloriosas y ex-traordinarias aportan, por regla general, ya negras envidias, ya violen-tas calumnias. stas en su patria los naturales las pueden soportar, porla multitud de parientes y amigos; pero a los extranjeros cualquiera deellas es fcil aniquilar y exponer a un precipicio. De diverso modo secuenta la marcha de Jantippo; pero yo procurar manifestar mi opininaprovechando ocasin ms oportuna.

    Los romanos, llegada la noticia de lo sucedido en el frica cuan-do menos la esperaban, pensaron al momento equipar una escuadra ysacar del peligro la gente que haba quedado a salvo del combate. Loscartagineses, por el contrario, con el anhelo de reducir estas tropas,haban acampado y puesto sitio a Aspis; pero no pudiendo conquistarlapor el espritu y valor de los que la defendan, tuvieron al fin que alzarel cerco. Con el aviso que recibieron de que los romanos equipaban

    una flota, en la que haban de venir otra vez al frica, repararon partede sus barcos y construyeron otros de nuevo. Con lo que tripuladosrpidamente doscientos de ellos, se hicieron a la mar para vigilar lavenida de los contrarios.

    Al principio del esto (255 aos antes de J. C.), los romanos, bo-tadas al mar trescientas cincuenta naves entregan el mando de ellas aMarco Emilio y Servio Fulvio, hacindose a la vela. Costeaba esta flotala Sicilia como quien mira al frica, cuando al doblar el promontoriode Hermea se top con la armada cartaginesa, y hacindola volver

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    prontamente la espalda al primer choque, apres ciento catorce navoscon sus respectivas tripulaciones. Despus toma a bordo en Aspis lagente joven que haba quedado en el frica, y pone proa a la Sicilia.

    Ya haba recorrido sin peligro la mitad del camino y estaba paratocar en la provincia de los camarineos cuando la sobrevino tan terribletempestad y tan gran contratiempo, que toda exageracin resultaracorta respecto a la magnitud del fracaso. De trescientos sesenta y cua-tro navos, tan slo ochenta se salvaron. Los dems, unos hundidos,otros estrellados por las olas contra las rocas y promontorios, mostra-ban la costa cubierta de cadveres y fragmentos. No hay recuerdo en

    las historias de catstrofe naval mayor que sta en una sola jornada. Lacausa de esta desgracia no tanto se ha de atribuir a la suerte, cuanto alos jefes. Porque asegurando repetidas veces los pilotos que no se debanavegar tan prximo a la costa exterior de la Sicilia, que est mirando ala costa de frica, por ser muy profunda el mar en aquella parte ydifcil de abordar; a ms de esto, que las dos constelaciones infaustas ala navegacin, Orin y el Perro, en cuyo centro navegaban, la una noera an enteramente pasada, y la otra empezaba a descubrirse; sin em-bargo, sordos a sus representaciones los Cnsules, se adentran temera-riamente en alta mar, con el deseo de que ciertas ciudades situadassobre la costa se les rendiran atemorizadas con la noticia de la prece-dente victoria. Pero ellos no reconocieron su temeridad hasta que caye-ron en grandes desgracias por unas dbiles esperanzas.

    Por lo general los romanos se valen de la violencia para todas lasempresas. Creen que su fantasa debe tener efecto por una especie de

    necesidad, y que nada de lo que una vez se imaginaron es para ellosimposible. Muchas veces por este furor han realizado sus intentos, peroalgunas les ha acarreado visibles desgracias, principalmente en el mar.En la tierra, como nicamente tienen que pelear contra los hombres ysus obras, y medir sus fuerzas contra iguales, por lo general han triun-fado, y rara vez ha desmentido la realizacin a la idea. Pero cuando hanquerido enfrentarse al mar y violentar el cielo, han incurrido en tangrandes contratiempos; lo que ya han experimentado no una sino infi-nitas veces, y experimentarn an, mientras no corrijan esta audacia y

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    desenfreno que los persuade a que en todo tiempo el mar y la tierradebe ser para ellos transitable.

    Conocedores los cartagineses del naufragio de la armada romana,se creyeron que la victoria precedente por tierra, y la catstrofe actualpor mar, los pona en estado de hacer frente a sus contrarios, y em-prendieron con ms ardor los preparativos martimos y terrestres. En-viaron al instante a Asdrbal a la Sicilia, y le entregaron, a ms de lasfuerzas que antes tena, las que haban venido de Heraclea con