POESIA EN UN TIEMPO SIN POEsíA · poránea, sesiente en mejor compañia con Goethe y losclási cos...
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Eugenio Montejo,POESIA EN UN TIEMPO
SIN POEsíA
Uno de los aforismos de Nicolás Gómez Dávila recién publicados en el número 211 de la revista bogotana Eco, reza literalmente: " Primera mitad del siglo XVIII , segunda mit ddel siglo XX, los dos medios siglos más hueros d poe I enmuchos siglos." La forma elusiva y lapidaria, propi d Iescritura aforística, sin duda dispensa al autor de l in ornodidad de los detalles, tan necesarios a la hora de e l rec rnos su pensamiento y de examinar la rotundid d d un jui iosemejante. La sentencia acusa, sin embargo, el tr zo d unmeditada convicción, lo cual la releva de cualqui r o p tde efectismo. Y tiene sobre todo el raro atr ctivo d d l r run parecer opuesto al común paneglrico d l llri omem-poránea, aventurando una reprobación tan fr n om de-moledora .
El aforismo, apenas leido, suscita por lo m no t p -ros en el ánimo de un lector medianam nte ten t ó. l prim ro tiene que ver con el lapso a que en parte ciñ u ond natoria, el de la segunda mitad de nue tro i lo, d I u lfaltan dos década s para que finalice y de cierto v ri otpara juzgar con alguna objetividad su p rsp tiv o h-biendo concluido aún la otra mitad de la pre nteel juicio corre el riesgo de encarnar una predicción nt quuna exacta comprobación de los hechos. Un gundo rep ronace de lo indeterminado del campo que ex min , I puntoque no sabemos si se refiere sólo a nuestra lengu o todlas lenguas de occidente. T ra ldo al ámbito de la llric e tellana, no deja de ser oportuno revisarlo. Por último, l entencia divide tajantemente la primera y segunda mit d dnuestro siglo, siendo que, al menos en poesía, tal divi ión resulta inoperante. Negando la última part e. se niega tácit mente la primera, en la cual se hallan muchas de sus raleesteóricas y cuyas exploraciones en notable medida e prolongan hasta nuestros días.
Los reparos no le restan al fragmento el aire sugestivo quesiempre despiertan las negaciones absolutas . Su declaracióndelata. como dije, una convicción que es sin duda el producto de estimaciones comparativas entre la poesía de hoy y lade las épocas pasadas. Hay que decir. además. que el reclamo no carece de filiación. Hugo Friedrich, por ejemplo. paracitar a un renombrado estudioso de la llrica moderna . confiesa qu'epese a su cabal comprensión de la poesía contemporánea, se siente en mejor compañia con Goethe y losclásicos antiguos . que con Paul Valéry y T . S. Eliot.
El radicalismo de Gómez Dávila quizá procura contra rrestar otro reiterado con no poca frecuencia: el que trata dedesvincular el arte del presente de toda relación con el pasado. imponiendo una visión lineal que erróneamente se vecorroborada en los avances del campo científico. Su reprocheviene a tener por blanco principal la tendencia que OctavioPaz ha llamado la posoanguardia, cuya aparición tentat iva-
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brar uno de los más eminentes, reiteran a la luz de la reflexión filosófica un parecer bastante similar al de los propiospoetas.
El tema, nada inédito por lo demás, demanda mayor espacio que el de una simple nota y una competencia más calificada . Pretendo ahora, no obstante, representármelo en unarea lidad concreta que puede, en mi opinión , objetivamenteresumirlo. Nada nuevo se añade con decir que esa realidadse localiza del modo más notorio en la pérdida de la ciudadcomo centro espiritual donde halla su arraigo privilegiado lapoesía. Convendrá siempre, pese a todo, repetirlo. Lo quenombramos con la palabra ciudad significa algo completament e distin to antes y después de la aparición del motor, alpunto que tal vez no resulte apropiado lingüísticamente homologar , si deseamos llamar las cosas por su nombres, laurbe moderna con la apacible comarca de otras edades .
Hoy podemos advertir, tras la pérdida de ese espacio , dequé modo resulta imprescindible la relación del hombre y laciudad para explicarnos las obras que nos legaron los artistas del pasa do. Cada poema, cada obra de arte, encarna undiálogo secreto, a menudo amoroso, con las calles y las casas, las tradiciones y los mitos de ese poema mayor que enella se fundamenta . El París de Baudelaire, la Alejandría deCavafy, la Lisboa de los cuatro Pessoa, se nos tornan inseparab les de sus logros artísticos en una medida tal que el destierro hubiese necesariamente supuesto 'su silencio definitivo. No hablo, por cierto , del destierro físico, siempre posiblede sobrelleva rse, pese a la crueldad que reviste , sin que semut ile el diálogo con ese espacio que, al fin y al cabo, se sabeexistente, aunque proh ibido, en alguna parte. El verdaderodestierro, el desarraigo absoluto, comienza con la certeza deque ese lugar ya ha sido abolido para siempre , de que hoy somos, en una proporción desconoc ida para otras épocas y sólo ahora comprobable, hombres sin ciudades. En las urbes denuestro tiempo, rectas y grises , ya no es posible la contem-
Fernando Pessoa
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plación, como se lamenta Ungarett i. y no basta con el deseode alejarnos en busca de otra más en armonía con los requerimiento s humanos, porqu e, aeropuerto tras aeropuerto, suslíneas se nos repiten idénticas dondequiera que lleguemos,con su pri sa feroz y sus hervores mecánicos.
El poeta aparece así como el arquitecto por excelencia quereproduce a su modo la geomet ría espiritual de ese planomayor donde halla lugar la vida común. Se hace responsablede cada palabra como de cada casa y cada puente. La escalade sus equivalencias no se sirve de las leyes aritméticas paralograr su exactitud, pero la correspondencia de palabra y espacio hace ilegible la una sin lo otro. El sueño del libro absoluto de Mall armé, ¿no es acaso el canto de cisne de esa últ ima tentativa por retener lo que ya en su tiempo empezaba adesvanecerse. Y cuando el viejo Yeats, años más tarde confesaba : " Siento un gran deseo de crear forma", ¿a cuál formaperimida buscaba restituir si no a la que cobraba vida en laciudad que alcanzó a ver?
El med io siglo más huero de poesía en tantos siglos, deque habla Gómez Dávila, se me aparece así el más huero enespacio vital para la poesía. Me inclino a creer que no porello la posteridad dejará de encontrar en las mejores voces denuestra hora muchas palabras dignas de memoria. A la postre, lo más excitante del futuro es que no podemos suponerlebenevolencia. "Todo porvenir es brutal ", dice la institutrizde la novela Otravuelta de tuerca. Pero cualquiera sea el parecer venidero acerca del arte de nuestro tiempo, será de todosmodos innegable que cuanto se pudo salvar de la palabra fuemediante una lucha más ardua, aceptando un destino de expósitos. Hoy sabemos que hemos llegado no sólo después delos dioses, como se ha repetido, sino tamb ién después de lasciudades. No es improbable que unos y otras retornen un día,pero celebrarlos ahora, para adular al futuro, sería cometerimperdonable falsedad ." Elpoeta -es de nuevoHerbert Readquien lodice- tiene todos losprivilegios, menoselde mentir".
Baudela ire