Poema de desigualdad

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El incierto destino ya no quiero ver, Para que revelar a mis ojos la sed del mundo; Son los pasos indiferentes del poder, De los que se reparten tu aliento. El hambre que duele, ya no quiero ver, Miro sobre sus encorvadas espaldas cargar El pan que arrancan del polvo y la tormenta Y tan insuficiente que al repartir, ¡es nada! El llanto que quebranta el alma, ya no quiero ver, Sé que son las lágrimas del estómago del niño; De los esfuerzos que tienen poco precio al vender, Cuando la avaricia come carne con el mejor vino. Quiero cerrar mis ojos, puertas del dolor, Pues mis brazos son inútiles ante el hambre; Golpear el rostro de la avaricia, con furia quiero Y que al derramar su sangre, nos de igualdad.

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El incierto destino ya no quiero ver,

Para que revelar a mis ojos la sed del mundo;

Son los pasos indiferentes del poder,

De los que se reparten tu aliento.

El hambre que duele, ya no quiero ver,

Miro sobre sus encorvadas espaldas cargar

El pan que arrancan del polvo y la tormenta

Y tan insuficiente que al repartir, ¡es nada!

El llanto que quebranta el alma, ya no quiero ver,

Sé que son las lágrimas del estómago del niño;

De los esfuerzos que tienen poco precio al vender,

Cuando la avaricia come carne con el mejor vino.

Quiero cerrar mis ojos, puertas del dolor,

Pues mis brazos son inútiles ante el hambre;

Golpear el rostro de la avaricia, con furia quiero

Y que al derramar su sangre, nos de igualdad.