PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 23 ENERO 2011 En el estudio de ...

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Enero 2011 EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO 1 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 23 ENERO 2011 Granada es una de las ciudades mÆs bellas del mundo, nadie lo duda. Infinidad de viajeros y creadores la han visitado a lo largo de la histo- ria y se han dejado tentar por sus hechizos, des- de los tiempos mÆs remotos hasta hoy. Cuna de grandes escritores y escenario de obras inmor- tales, ese magnetismo sigue vivo y su embrujo se renueva y continœa atrayendo a peregrinos, aventureros y artistas de todos los lugares del planeta. Sera interminable la relacin de cuan- tos en el terreno de las artes, la mœsica o la lite- ratura se han inspirado a lo largo de la historia en su misterio o en el enigma de sus monumen- tos, de sus personajes, de sus jardines y rinco- nes secretos A esta «buena patria», que deca Cervantes, han rendido testimonio de admira- cin tantos autores que sera imposible consig- nar la lista, por interminable. Referencias emo- cionadas se suceden desde Ibn al-Jatib, al Ro- mancero; desde San Juan de la Cruz a Lope de Vega o Gngora; desde Moratn a los viajeros romÆnticos, responsables en gran medida de la universalizacin de su leyenda. Vctor Hugo, Alejandro Dumas, Chateaubriand o Tefilo Gautier le dedicaron pÆginas encendidas y para los pintores, grabadores y dibujantes de aquella Øpoca (David Roberts, Girault de Prangey, o Gustavo DorØ) Granada fue un motivo perma- nente de inspiracin y una fuente de estmulos estØticos; su exotismo cautiv al Washington Irving de los Cuentos de la Alhambra, como es sabido, y su magia emocion a la Pardo BazÆn, a Bernard Shaw, a RubØn Daro, a Juan Ramn JimØnez o a los mœsicos Claude Debussy o Manuel de Falla. La ingente figura de Lorca dis- par el interØs por la cuna del poeta y, en el captulo de las artes plÆsticas, han sido innume- rables los maestros fascinados por la ciudad, desde VelÆzquez, que se fij en su catedral, a Fortuny, Rusiæol, Daro de Regoyos, Sorolla, Ramn Casas o Manuel `ngeles Ortiz. En Gra- nada, s, se respira el arte que la ciudad emana y son muchos los creadores imantados por sus luces melanclicas, por sus crepœsculos y he- chizos permanentes. Y siguen siendo muchos en esta hora los que viven y trabajan en la ciu- dad y comparten con los granadinos el sueæo inquietante de sus obras en marcha. Uno de estos artistas, de larga y consolidada trayectoria, es Miguel Carini (Buenos Aires, 1948), quien decidi establecer su taller entre nosotros hace mÆs de una dØcada, y el que ha contribuido a lo largo de todos estos aæos a en- riquecer con su particular entendimiento de lo estØtico la ya de por s clara vocacin de ciudad de las artes que Granada tiene. Conocer, en ple- no proceso de gestacin, la obra de un gran autor es todo un privilegio, y ese privilegio he tenido en estos das cuando acud a su estudio, acompaæado del maestro Cayetano Anbal, para admirar anticipadamente las piezas de una mag- na exposicin que prepara el pintor en torno a JOSÉ LUPIÁÑEZ En el estudio de Miguel Carini (Universo Quiroga) la obra de uno de los escritores uruguayos mÆs inquietantes: me refiero a Horacio Quiroga, sobre cuyo mundo ya haba trabajado el pintor anteriormente y por cuya literatura siente y en esto lo acompaæo con fervor especial debili- dad. S, porque lo ha ledo con entusiasmo y se ha convertido, a mi modo de ver, en uno de sus mejores intØrpretes, como lo prueban las edi- ciones ilustradas de ttulos seæeros de aquel pio- nero y visionario (a los que luego me referirØ) que, tras su viaje iniciÆtico a Pars, en 1900, de- cidi afincarse en Misiones para encontrar en el territorio fronterizo del Alto ParanÆ, los moti- vos de inspiracin de sus relatos inolvidables. Miguel Carini es un creador apasionado y plu- ral. Su inquietud permanente le lleva a una bœs- queda constante, a una exploracin que no cesa, de ah que se interese por la pintura, por el gra- bado en todas sus manifestaciones, por el dibu- jo, el collage, el muralismo, la cerÆmica, el dise- æo, las ediciones y los libros de artista; en defi- nitiva, por todos aquellos cauces que le permi- ten dar salida a esas pasiones suyas, a esos sue- æos que cruzan sus obras, tan llenas de conste- laciones y retornos. La primera impresin que se desprende de sus trabajos es una sensacin de riqueza, de una riqueza mÆgica y lrica; ri- queza del color, riqueza en la expresin, en los mœltiples matices, en las texturas perseguidas y encontradas, en las calidades, en la versatilidad de las grafas, en la variedad de sus composicio- nes y encuadres, en la diversidad de sus moti- vos y recursos Riqueza, s, esplendor, emo- cin que se percibe y nos atrapa. Esa primera sacudida nos deslumbra, porque sus composi- ciones son hijas del misterio y del mestizaje. Se funden los tiempos, los lenguajes, la mœsica de los trazos, los ritmos que una base dibujstica firme y segura establece sobre el soporte; un soporte que muchas veces es el preludio de lo que habrÆ de venir, porque el artista los prepara artesanalmente para dejar sus huellas, sus cica- trices, y hay en ellos todo un proceso previo a modo de obertura y anticipo de la sorpresa fi- nal. Pero no todo acaba ah, la obra, al enredar- nos, al poseernos, da paso a mœltiples lecturas y recorridos, porque sus mundos estÆn llenos de mundos, sus formas estÆn llenas de formas que hay que ir descubriendo con morosidad, como el que transita un territorio en el que conviven lo cotidiano con lo mtico, la naturaleza con el vØrtigo de lo csmico, el pez y el hombre, el reptil y la luna, la mujer y la estrella, la flor y el pÆjaro, el mineral y las sombras, en un jardn de signos y de cifras que arden ante los ojos. Su iniciacin en el mundo del arte lo fue al modo de los pintores del Renacimiento, es de- cir, llevando a cabo un aprendizaje sucesivo al amparo de distintos maestros argentinos: pri- mero con Urruchœa, en cuyo taller toma con- ciencia de la importancia del dibujo y quien le induce a descubrir el legado de grandes genios que lo marcaran para siempre (Durero, Klee, Munch, Nolde, Kirchner, Kokoschka, Bracque, Picasso, CarrÆ, Morandi, Modigliani). MÆs tarde en el de Ernesto Murillo, con el que se afirma su vocacin y se disciplina de manera mÆs rigurosa y exigente y desde el que comien- za a dar a conocer su arte y a realizar sus prime- ras exposiciones. Luego vendra su etapa en el Taller de los Milagros, un taller, en palabras del propio creador, «mœltiple, de pintura, grabado, escultura, instalaciones y escenografa, un taller que ha sido clave en mi trayectoria, porque des- empeæØ muchos trabajos, mi obra, la docencia, etc. Todo el tiempo estaba metido all, era una EL PINTOR MIGUEL CARINI, EN SU TALLER GRANADINO, JUNTO A UNA DE SUS ÚLTIMAS OBRAS EN HOMENAJE A HORACIO QUIROGA INSPIRADA EN EL RELATO A LA DERIVA

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 1

PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 23 ENERO 2011

Granada es una de las ciudades más bellasdel mundo, nadie lo duda. Infinidad de viajerosy creadores la han visitado a lo largo de la histo-ria y se han dejado tentar por sus hechizos, des-de los tiempos más remotos hasta hoy. Cuna degrandes escritores y escenario de obras inmor-tales, ese magnetismo sigue vivo y su embrujose renueva y continúa atrayendo a peregrinos,aventureros y artistas de todos los lugares delplaneta. Sería interminable la relación de cuan-tos en el terreno de las artes, la música o la lite-ratura se han inspirado a lo largo de la historiaen su misterio o en el enigma de sus monumen-tos, de sus personajes, de sus jardines y rinco-nes secretos� A esta «buena patria», que decíaCervantes, han rendido testimonio de admira-ción tantos autores que sería imposible consig-nar la lista, por interminable. Referencias emo-cionadas se suceden desde Ibn al-Jatib, al Ro-mancero; desde San Juan de la Cruz a Lope deVega o Góngora; desde Moratín a los viajerosrománticos, responsables en gran medida de launiversalización de su leyenda. Víctor Hugo,Alejandro Dumas, Chateaubriand o TeófiloGautier le dedicaron páginas encendidas y paralos pintores, grabadores y dibujantes de aquellaépoca (David Roberts, Girault de Prangey, oGustavo Doré) Granada fue un motivo perma-nente de inspiración y una fuente de estímulosestéticos; su exotismo cautivó al WashingtonIrving de los Cuentos de la Alhambra, como essabido, y su magia emocionó a la Pardo Bazán,a Bernard Shaw, a Rubén Darío, a Juan RamónJiménez o a los músicos Claude Debussy oManuel de Falla. La ingente figura de Lorca dis-paró el interés por la cuna del poeta y, en elcapítulo de las artes plásticas, han sido innume-rables los maestros fascinados por la ciudad,desde Velázquez, que se fijó en su catedral, aFortuny, Rusiñol, Darío de Regoyos, Sorolla,Ramón Casas o Manuel Ángeles Ortiz. En Gra-nada, sí, se respira el arte que la ciudad emana yson muchos los creadores imantados por susluces melancólicas, por sus crepúsculos y he-chizos permanentes. Y siguen siendo muchosen esta hora los que viven y trabajan en la ciu-dad y comparten con los granadinos el sueñoinquietante de sus obras en marcha.

Uno de estos artistas, de larga y consolidadatrayectoria, es Miguel Carini (Buenos Aires,1948), quien decidió establecer su taller entrenosotros hace más de una década, y el que hacontribuido a lo largo de todos estos años a en-riquecer con su particular entendimiento de loestético la ya de por sí clara vocación de ciudadde las artes que Granada tiene. Conocer, en ple-no proceso de gestación, la obra de un granautor es todo un privilegio, y ese privilegio hetenido en estos días cuando acudí a su estudio,acompañado del maestro Cayetano Aníbal, paraadmirar anticipadamente las piezas de una mag-na exposición que prepara el pintor en torno a

JOSÉLUPIÁÑEZ

En el estudio de Miguel Carini(Universo Quiroga)

la obra de uno de los escritores uruguayos másinquietantes: me refiero a Horacio Quiroga,sobre cuyo mundo ya había trabajado el pintoranteriormente y por cuya literatura siente �y enesto lo acompaño con fervor� especial debili-dad. Sí, porque lo ha leído con entusiasmo y seha convertido, a mi modo de ver, en uno de susmejores intérpretes, como lo prueban las edi-ciones ilustradas de títulos señeros de aquel pio-nero y visionario (a los que luego me referiré)que, tras su viaje iniciático a París, en 1900, de-cidió afincarse en Misiones para encontrar en elterritorio fronterizo del Alto Paraná, los moti-vos de inspiración de sus relatos inolvidables.

Miguel Carini es un creador apasionado y plu-ral. Su inquietud permanente le lleva a una bús-queda constante, a una exploración que no cesa,de ahí que se interese por la pintura, por el gra-bado en todas sus manifestaciones, por el dibu-jo, el collage, el muralismo, la cerámica, el dise-ño, las ediciones y los libros de artista; en defi-nitiva, por todos aquellos cauces que le permi-ten dar salida a esas pasiones suyas, a esos sue-ños que cruzan sus obras, tan llenas de conste-laciones y retornos. La primera impresión quese desprende de sus trabajos es una sensaciónde riqueza, de una riqueza mágica y lírica; ri-queza del color, riqueza en la expresión, en losmúltiples matices, en las texturas perseguidas yencontradas, en las calidades, en la versatilidadde las grafías, en la variedad de sus composicio-nes y encuadres, en la diversidad de sus moti-vos y recursos� Riqueza, sí, esplendor, emo-ción que se percibe y nos atrapa. Esa primerasacudida nos deslumbra, porque sus composi-ciones son hijas del misterio y del mestizaje. Sefunden los tiempos, los lenguajes, la música delos trazos, los ritmos que una base dibujística

firme y segura establece sobre el soporte; unsoporte que muchas veces es el preludio de loque habrá de venir, porque el artista los preparaartesanalmente para dejar sus huellas, sus cica-trices, y hay en ellos todo un proceso previo amodo de obertura y anticipo de la sorpresa fi-nal. Pero no todo acaba ahí, la obra, al enredar-nos, al poseernos, da paso a múltiples lecturas yrecorridos, porque sus mundos están llenos demundos, sus formas están llenas de formas quehay que ir descubriendo con morosidad, comoel que transita un territorio en el que convivenlo cotidiano con lo mítico, la naturaleza con elvértigo de lo cósmico, el pez y el hombre, elreptil y la luna, la mujer y la estrella, la flor y elpájaro, el mineral y las sombras, en un jardín designos y de cifras que arden ante los ojos.

Su iniciación en el mundo del arte lo fue almodo de los pintores del Renacimiento, es de-cir, llevando a cabo un aprendizaje sucesivo alamparo de distintos maestros argentinos: pri-mero con Urruchúa, en cuyo taller toma con-ciencia de la importancia del dibujo y quien leinduce a descubrir el legado de grandes geniosque lo marcarían para siempre (Durero, Klee,Munch, Nolde, Kirchner, Kokoschka, Bracque,Picasso, Carrá, Morandi, Modigliani�). Mástarde en el de Ernesto Murillo, con el que seafirma su vocación y se disciplina de maneramás rigurosa y exigente y desde el que comien-za a dar a conocer su arte y a realizar sus prime-ras exposiciones. Luego vendría su etapa en elTaller de los Milagros, un taller, en palabras delpropio creador, «múltiple, de pintura, grabado,escultura, instalaciones y escenografía, un tallerque ha sido clave en mi trayectoria, porque des-empeñé muchos trabajos, mi obra, la docencia,etc. Todo el tiempo estaba metido allí, era una

EL PINTOR MIGUEL CARINI, EN SU TALLER GRANADINO, JUNTO A UNA DE SUS ÚLTIMASOBRAS EN HOMENAJE A HORACIO QUIROGA INSPIRADA EN EL RELATO A LA DERIVA

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Cultura/Arte

entrega absoluta, donde arte y vida eran la mis-ma cosa». Paralelamente a esta iniciación sonimportantes los numerosos viajes por el inte-rior del país y sus lecturas, que van afianzandoun amor por la literatura ya despierto tempra-namente en él, lector desde la adolescencia. Estaotra pasión por la literatura es determinante ensu vida y en su obra. De hecho, gran parte de suiconografía surge motivada por las lecturas: pri-mero de los clásicos y los grandes autores ar-gentinos e hispanoamericanos en general y, enetapas sucesivas, de escritores europeos y espa-ñoles. Una de sus más ambiciosas muestras re-cientes, la que exhibió en el Museo Casa de losTiros de Granada, titulada La vida invade las pa-labras giraba, precisamente, sobre textos de poe-tas granadinos y andaluces, y fue todo un hitoen la ciudad; una amplia selección de pinturas,grabados y cerámicas que luego disfrutarían losamantes del arte sevillanos y almerienses.

Ahora de nuevo la literatura lo envuelve enotra de sus oleadas, a raíz de encargarse de ladirección de la serie de libros ilustrados de AlcaláGrupo Editorial; un proyecto ejemplar, del queya son realidad gozosa cuatro libros verdadera-mente mágicos, en los que ha volcado sus visio-nes, sus desvelos y su genio, para iluminar lalectura de títulos tan fascinantes como Las mil yuna noches, con esa vibración de orientalismo queproduce placer, como quería Paul Valéry, peroque en Carini �inmensamente libre en sus par-tituras pictóricas� también nos induce a vecesal desasosiego y al estupor, producidos por elazar o el destino imprevisto, que traen consigoaparejadas la tragedia y la noche oscura del alma;una noche de azules, poblada de animales fabu-losos y de flora incógnita, en contraste con losdías de oro del oasis ideal. No lejos de eseorientalismo se sitúan los Cuentos de la Alhambrade Washington Irving, aunque en otro registrode claridades, en el que vuelan los alfanjesgoteantes y los pájaros con su presa en los pi-cos, y en el que las ramas o las corolas formantramas para apresar a las beldades enigmáticas�Pero yo quería hablar de Quiroga, a quien elartista elige de manera premeditada para difun-dir sus textos entre nosotros. A esa determina-ción personal responden las ediciones de Cuen-tos de la selva y de Anaconda y otros cuentos. Unaelección que obedece, a mi modo de entender,a dos motivos capitales: en primer lugar, a lacercanía afectiva con la obra del escritor uru-guayo, con quien comparte la omnipresencia delcomponente americanista, tan medular tanto enel narrador como en el artista; y, por otra parte,al activo protagonismo de la naturaleza en lanarrativa de Quiroga que encuentra también sucorrelato evidente en la esfera pictórica deCarini. Hombre y naturaleza, sí, en un trepidanteretorno a los orígenes, a las raíces, en donde elsur de América brinda su desbordante grandio-sidad de vegetación infinita y de fauna salvaje ydiversa.

Sabido es que Quiroga escribió los Cuentos dela selva (1918) tras el suicidio de su primera es-posa, la jovencísima Ana María Cirés, su anti-gua alumna que fue incapaz de adaptarse a lasduras condiciones de vida en San Ignacio. AnaMaría es una chica de ciudad que no logra ven-cer el miedo a los frecuentes peligros de un te-rritorio tan hostil, de un mundo en el que sesiente sola y aislada, temerosa ante la amenazaintermitente de las víboras y de todo tipo dealimañas, y en el que, además, asiste con impo-tencia a los sucesivos fracasos de las empresasllevadas a cabo por el incasable y huraño mari-do. La relación del matrimonio va empeorando

de forma paulatina, de ahí que a los seis años decasados la joven decida poner fin a su vida.Quiroga la acompaña lleno de desesperación ensu lenta agonía de más de una semana y, tras sumuerte, encubre con silencio y olvido el desen-lace amargo de esta desgarradora etapa de suexistencia. Para consuelo de sus hijos escribirá,ya en Buenos Aires, estos Cuentos de la selva, cuyotítulo definitivo pretende ser un homenaje aKipling, al que tanto admiraba, porque inicial-mente los había nombrado Cuentos de mis hijos.Se trata de ocho relatos en los que todo elprotagonismo recae sobre los animales y sumedio: tortugas, flamencos, loros, yacarés, ga-mos, coatíes, rayas, abejas y hasta «cachorros dehumanos», son los nuevos héroes y heroínas deestas fábulas que se ganan inmediatamente lavoluntad del lector y lo predisponen a favor delos animales y en contra de la nefasta depreda-ción de los hombres. Ni que decir tiene que aquíencuentra Carini motivos más que sobrados paraexpresar a través de vibrantes acuarelas y tintasesa arcadia amenazada y violenta, en cuya de-fensa se revuelven los animales, en solidariocompromiso para preservar su hábitat. Se notala soltura expresiva del artista y cómo esta at-mósfera le es especialmente propicia a su arte,tan dado a la elaboración de bestiarios fantásti-cos y a dejar sueltos a tigres o serpientes, a rep-tiles o pájaros por el espacio en blanco de laspáginas, tras haberles infundido un alma poéti-ca, con el soplo de luz y de transparencia de susensibilidad entregada a la causa.

Como continuación de esta aventura ha se-guido el pintor abundando en el imaginario deHoracio Quiroga, ilustrando Anaconda y otroscuentos. En esta otra selección se recogen dos delos relatos más conocidos de su producción:«Anaconda» y «El regreso de Anaconda», rela-cionados de alguna manera y ambientados en elya mítico territorio de Misiones, en el noresteargentino, en donde se instalaría el escritor ypionero, en una casa que construye él mismo,definitivamente poseído por el demonio de la

selva. Quiroga traza, define, reinventa ese terri-torio extremo, en el que vivir es una lucha per-manente contra el medio, las plagas, las adversi-dades del clima y los peligros y amenazas cons-tantes. Todo ello quedará reflejado en su litera-tura, en la que la enfermedad, la tragedia, la lo-cura y la muerte actúan como fuerzas fatales ydeterminantes, que condicionan la mayor partede sus historias. Allí conocerá también a lospersonajes reales que luego transmutará en hé-roes de su ficción �Pablo Vanderdop en Van-Houtten o Juan Brun, en el Juan Brown de«Tacuara Mansión», por ejemplo�, seres desqui-ciados, locos maravillosos, extrañados de suspaíses de origen, que descubren en aquellas tie-rras de encrucijada la nueva patria en la quemantener vivas sus obsesiones y pesadillas.

Como una nueva onda expansiva de toda estadevoción hacia Quiroga, el pintor ha preparadouna ambiciosa serie de cuadros, fundamental-mente al pastel, en los que se abren paso algu-nos de todos estos héroes de los que he venidohablando y muchos otros más, que reconoce-rán al instante los seguidores del narrador uru-guayo: a Tatú Carreta, a Joao Pedro huyendo desu patrón, al Nébel de «Una estación de amor»,o a la madre de Lidia muriendo en brazos de suhija, pero también al yaguaí jugando con las la-gartijas, al yacaré que fuma cigarros paraguayos,o a las rayas que acompañan a su defensor en«El paso del Yabebirí», entre otras escenas deemotiva fuerza plástica� Todos ellos, junto connumerosas acuarelas y dibujos, compondrán elparticular homenaje al autor de Los desterrados,que se exhibirá próximamente en el Centro delConocimiento de Posadas (Misiones), justo enel corazón del territorio que universalizóQuiroga. Yo he tenido el privilegio, como decíaal principio, de asomarme a ese universo de vi-siones y emociones que trenza Carini en su ta-ller de Granada; un mundo que no se me va dela cabeza y del que tendré que volver a ocupar-me con más calma, cuando me recupere de susprimeros impactos.

PORTADASDE LOSCUATROTÍTULOSEDITADOSPOR ALCALÁGRUPOEDITORIAL,ILUSTRADOSPOR MIGUELCARINI.

EL ESCRITORURUGUAYOHORACIOQUIROGA(1878-1937)

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Cultura/Narrativa

El pasado mes de diciembre, Francisco GilCraviotto, uno de los más avezados y veteranosautores del panorama literario granadino,presentó una nueva obra (El siglo que se nos fue,Ediciones Carena, Barcelona, 2010) y su lecturaobliga a una reflexión sobre el libro al que poneprólogo el profesor Antonio César Morón, unade las firmas emergentes más prometedoras, queaporta una sagaz visión sobre la historicidad �«circunstancialidad del momento histórico», lallama él� de los relatos que componen esta obra.

El siglo que se nos fue está compuesto por sietehistorias que conforman un concienciadorecorrido por el siglo XX, ese tiempodefinitivamente ido. En su Aviso al lector, GilCraviotto ya nos advierte del tono nostálgicode los relatos: «Ya lo dijo Machado: se canta loque se pierde. En las páginas que siguen hetratado de rememorar, a través de unospersonajes que aman, sufren y a veces rozan lafelicidad, aquel tiempo para siempre perdido yacaso, como añadiría Proust, un instanteretrouvé.»

Efectivamente, estos relatos suponen un viajeintrospectivo, tintado por la nostalgia, a travésde un universo narrativo en el que se intuyenlas vivencias del propio autor en otras épocaslejanas. Da la sensación de que todo aquello quesus pupilas observadoras fueron recogiendo ensus años de niñez y juventud en su Alpujarranatal, todo ese aluvión de experiencias, reaparecetantos años después, como un limo lleno defertilidad y facundia, sabiamente elaborado ydecantado en estos siete cuentos, que sedesarrollan en distintos momentos históricos,especialmente durante la Guerra Civil y laominosa postguerra.

Gil Craviotto es un autor preocupadofundamentalmente por lo ético, es decir, másinteresado en defender unos valores y denunciarotros radicalmente opuestos, que en escribir algoque entre en esas dudosas categorías estéticasde lo «bonito», lo «conveniente» o lo«establecido». Lo estético siempre vienesupeditado a los valores en los que cree y nosólo en este libro, pues, debido precisamente asus planteamientos, se tuvo que ir al exiliofrancés y alejarse de su mundo durante tantosaños. Su postura ha ido quedando clara a lo largode su obra y su trayectoria vital: el más firmerechazo al autoritarismo, a la represión, lamojigatería, la hipocresía, la exclusión, la vanacredulidad, la injusticia, al régimen políticoesclerótico y monocorde y su falta de libertades.

De ahí, de esa inequívoca toma de postura,que el libro ofrezca un tono narrativo que paraalguien pudiera resultar maniqueo, pero comoacertadamente señala el prologuista, en estosrelatos «�destaca el interés por acotar laHistoria y traducirla en breves momentos conlos que poder trabajar mejor. Es mucho másconcreto un momento que la Historia (engeneral), porque el momento permite describircircunstancias de la vida real en vez decircunstancias históricas, las cuales siempreserían mucho más vagas e incluso abstractas».

Así, el autor disecciona el siglo que se nosfue en siete circunstancias, siete momentoscargados de ese trágico realismo narrativo que

Se canta lo que se pierde(El siglo que se nos fue)

supuso un siglo «ingrato de guerras, muertes ydictadores», en palabras del propio autor. Unabuena parte del libro viene dedicada a esacircunstancialidad de las «dos Españas», la malay la buena según el punto de vista subjetivo decada uno (la de los cruzados vencedores, y suopuesta, la de las hordas marxistas, los rojos,los perdedores, en suma). Esa dualidad cainitasembró durante cuatro décadas esemaniqueísmo que Gil Craviotto se limita areflejar como un espejo, pero que no crea él,mero cronista de los hechos. El esquemaideológico del régimen de Franco era tansimplista y maniqueo que, al combatirlo, aldeslegitimarlo, se corre el riesgo de acercarse aun maniqueísmo de signo opuesto que, sinembargo, el autor sabe salvar con su maestríanarrativa.

Como ya se ha señalado, los relatos se ocupande distintos cortes diacrónicos en el siglo pasado:«La Filipina», el inicio del siglo XX con lapérdida de las últimas colonias; la inestabilidadde la República, la guerra y la postguerraaparecen en la mayor parte de los relatos («ElAstillita», «Rufina», «Mariquita Pérez» y «DosMaestros»), mientras que el ambiente delfranquismo, el desarrollismo y la emigración delos sesenta surgen en «Pepe el Gallina» y«Teresica». En este ámbito narrativo, GilCraviotto saca todos los fantasmas que lo hanacompañado a través de sus largos setenta añosde vida y ajusta las cuentas pendientes con ellos.Lo hace cargando los relatos de situaciones,argumentos y personajes casi arquetípicos quedibujan un friso en sepia de ese siglo XX que senos fue.

Tal vez el elemento más repetido en el libro,un auténtico leit motiv para Gil Craviotto,ampliamente acreditado en su obra anterior, seael valor corruptor del poder, representado porel señorito rural, el cacique comprador devoluntades, lealtades, virginidades y votos. Yaaparecía en Las Bodas de Camacho, en El Oratoriode las Lágrimas y en buena parte de sus relatosanteriores. El autor lo retrata como alguien fataly necesariamente corrompido por el poder, unpoder omnímodo que usa para corromper, a su

vez, a los siervos desclasados y a las autoridades(gobernadores, alcaldes, guardias o capataces)que comen de su mano y, aun en mayor medida,también a las mujeres.

A los primeros, los dibuja dispuestos siemprea cualquier inmoralidad para agradar y satisfaceral señorito, incluso matando, si es necesario, oabrazando causas impropias de su condiciónsocial de parias: prestándose a celestinear antela moza de turno, adoptando situaciones pocohonrosas, abrazando el fascismo o, vestidos decamisa azul, ejerciendo de verdugos de sushermanos de clase (Pepe el Yunque, en «ElAstillita», o Manolico el Chato, en «MariquitaPérez», por ejemplo).

En cuanto a las mujeres, van a ocupar dosroles claramente definidos, aunque noexcluyentes. Son mujeres rurales, incultas,carentes de capacidad de decidir, inermes anteel poder depredador del señor, presas de unasestructuras que las ahogan. El poder lascorrompe siempre a través del sometimientosexual: hembras «de rompe y rasga», objeto dedesmedidos apetitos sexuales del señor, casifeudal en sus derechos inapelables. Serán jóvenesque acaban en los brazos del poderoso, víctimasde su pobreza y falta de recursos. Confrecuencia, la hembra (para el señorito sólointeresa el componente sexual: el resto de lapersona no cuenta), tras ser gozada, acaba en elburdel (María, en «La Filipina»), de barraganaplegada a las veleidades del amo o, si hace falta,casada con un cornudo complaciente y cómplice(Lola, en «El Astillita»).

El otro rol con que aparecen estos personajesfemeninos, tan lamentable o más, es el de esposa(o mejor, viuda) de un represaliado político(Doña Remedios, de «Mariquita Pérez»), víctimade ausencia, de soledad, de desamparo, por partede un mundo hecho a medida de los hombres,especialmente de los hombres que han ganadola cruzada.

De un modo u otro, estas mujeres de GilCraviotto nunca tendrán una opción a decidirpor sí mismas ni a encauzar su propio futuro,que parece venirles dado de antemano por suinapelable condición de hembras, por su fatalnaturaleza de objetos de deseo de los poderososo por su vinculación a alguien opuesto a unpoder injusto y arbitrario.

Una pléyade de curas, militares, alguaciles,sacristanes y beatas sirve de complemento sociala este arquetípico cacique, de apoyo legitimadorde ese poder corrupto y corruptor, de esaviolencia institucional, en la que se acepta, apriori y sin el menor postulado crítico, todo loque venga de ese amo benefactor, sin mirardemasiado su significado ético, sin exigirle ladecencia que se le exige al resto de los mortales,con la mayor indulgencia, pues el poder locompra todo, según se viene denunciando desdeel Arcipreste de Hita, El Lazarillo, Quevedo otoda una larga cadena de autores que,recorriendo toda la historia de nuestraLiteratura, nos hacen llegar hasta Gil Craviotto.

Los obreros concienciados, los que militanen una postura ideológica distinta a la del poder,van a aparecer represaliados, encarcelados,fusilados, o sacados de sus casas por las fuerzas

ALBERTOGRANADOS

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Cultura/Narrativa/Poesía

vivas para dar el siniestro paseo final. La gentesencilla, los que no han tomado ninguna postura,van a verse envueltos en el torbellino de la Historiay obligados a padecer los horrores de la guerra ylos de la vergonzante postguerra, repleta defalangistas envalentonados, señoritos fortalecidosen su posición, revanchistas sin escrúpulos yvencedores sin alma (Rufina o su marido, Manolico,quienes pese a su bondad y a no haberse metidoen política jamás, van a ver su vida convertida enun infierno, en el tercer relato).

Me llama la atención la brillante plasmacióndel ambiente rural que Gil Craviotto consigueen sus novelas y en estos relatos. LlámeseCándores, Nelda, Láudanos, Los Llanos, Sotillodel Marqués, Chaparral, Sotillo de Arriba oAlcor de los Caballeros, siempre se trata de unpueblo que huele a campo, a pan caliente dehorno, a leña del hogar, a magia antigua, siemprepróximo y palpable. Sería un locus amoenus, unaArcadia, un trasunto del paraíso� si no locorrompiera, como siempre ocurre fatalmente,el ser humano con sus impulsos, con sus turbiaspasiones. El autor se mueve con magistralsoltura en la creación de estos ambientes a mediocamino entre lo terrible y lo bucólico, unaconstrucción mágico-poética muy próxima aLorca, en su lado más estético, y a Agustín

Gómez Arcos, en su dimensión más salvaje.Suele introducir incluso elementos del folclorelocal, indudablemente recuerdos de su infancia:la recitación de la fiesta de moros y cristianos(«Este santo venerado, que en la ermita lotenemos�») o este delicioso diálogo que cantanlos niños de la calle (ambos de «La Filipina»):

� ¿Quién se ha muerto?� Juan el Tuerto.� ¿Quién lo llora?� Su señora.� ¿Quién le chilla?� Su chiquilla.� ¿Quién le canta?� Su garganta.¡Pajarillos a volarque lo llevan a enterrar!

La ciudad, por el contrario, aparece poco yúnicamente como una tabla de salvación, unúltimo recurso al que acuden los personajesrurales en busca de soluciones para susproblemas: un remedio médico, la solución paraun apresamiento inexplicable, la venta deproductos de la huerta, o, en el caso de Pepe elGallina, que emigra a París, la asfixiantenecesidad de nuevos horizontes vitales. Todas

estas incursiones urbanas terminan con elregreso a la aldea, el escenario natural de estospersonajes para los que la urbe representa unmedio hostil que los desdibuja. Pepe el Gallina,incluso en París, reproduce en lo posible losesquemas rurales y sueña con volver a su terruñoen España.

El Lazarillo, Baroja, Mirbeau, Nietzsche, todoel realismo francés del XIX y todo el realismosocial de la segunda mitad del XX estánpresentes en la narrativa gil-craviottiana, llenade personajes que viven gracias a una éticaazarosa y f lexible, pues la moral desupervivencia, las eternas carencias de losdébiles, no son circunstancias propicias parafinezas ni matices sobre lo que es bueno o esmalo, ni se prestan a elaborar unasconsideraciones morales que no sirven paraquitar hambres ni reparar injusticias.

Se canta lo que se pierde, advierte el autor, citandoa Machado, pero se recupera lo que se escribe,especialmente cuando se hace con el calor, lafina ironía, la exquisita sensibilidad y laindiscutible maestría con que Gil Craviotto nosdevuelve ese siglo que se nos fue para siempre,salvo en la magia evocadora de libros como este.A fin de cuentas, �de nuevo, Machado� Hoy essiempre todavía.

He aquí una nueva entrega del poetagranadino Enrique Morón. Quienes hemosseguido su ya larga trayectoria comprobamosque su poesía se hace cada vez más filosófica,más ref lexiva, y de una estremecedorasinceridad. Este poemario se estructura en trespartes, pero creo que esta división es innecesariapues todos los poemas poseen una temática yun tono suficientemente unitarios. Y lo queconstituye esa unidad es la honda visiónexistencial del autor, ese vértigo de las horas,esa angustia, ese miedo, esa desolación ante lacercanía de la muerte. Y todo ello resultaexplicable para quienes sabemos que EnriqueMorón es un gran vitalista.

Ese sentimiento de la senectud que llega y sudramática aceptación impregnan la mayor partede los poemas de este libro, pero, a la vez queesto ocurre, el autor derrama sus añoranzas dela infancia, ese gran «secreto refugio» dondeesconder «Los sueños derrumbados». Y acabael poeta por dialogar con su pasado. Decualquier modo, aquí, en poemas como eltitulado «Se aproxima el invierno», se abre unaposible senda nueva en la poesía de EnriqueMorón. Yo considero que en una nueva entregadebiera ofrecernos la visión de muchos de esosrecuerdos infantiles que hasta ahora sólo se hanesbozado en algunas ocasiones en su obra.

Otra de las claves de este Vértigo de las horas yde casi toda la trayectoria poética de EnriqueMorón es la naturaleza, a la que a menudorecurre como confidente; esa naturaleza que,cuando se muestra en plenitud, es la única quealeja al poeta de su angustia. De hecho, vemoscomo en el poema «Venturosos» se retoma eltopoi del Beatus ille. Y esto, hoy que toda la poesíaoficial apuesta por lo urbano, resultarevolucionario. Porque sí, lo verdaderamenterevolucionario de Enrique Morón y de losrestantes poetas del grupo Ánade al que

Vértigo de las horas

pertenece, consiste en que, en un tiempo comoéste donde todos pretenden sorprender con susminúsculos infringimientos pequeñoburgueses,ellos apuestan por unos valores que alguienpuede nombrar «tradicionales», pero que enrealidad son eternos. Así vemos también, porejemplo, en este libro algunos hermosos poemasde amor a la esposa donde la pasión no porserena resulta menos encendida. Y la poesía deEnrique Morón nos resulta cada vez más clásicaporque él ya es un clásico, dueño de una vozpropia comparable a la de Antonio Machado oa la de Luis Rosales.

Además de esa meditación sobre el tiempo yesas espléndidas acuarelas otoñales (nuestro

poeta siempre se ha identificado con estamelancólica época del año) en el poemarioencontramos otros temas: ora un compromisocon su tiempo, ora una apuesta por el placeríntimo de la lectura, ora un canto a la amistaddedicado al escritor Juan J. León, ora unasreflexiones sobre la poesía considerándola como«consagración de lo inefable» y refugio tambiéncontra la angustia de las horas que se escapan.

Y en lo referente al estilo, el lenguaje de estepoemario es sencillo, pero escogido. Tras lacontención de su anterior libro, formadoenteramente por sonetos, Vértigo de las horas nosofrece sesenta poemas en versos derramados,libres, pero que propenden por lo común alendecasílabo y al alejandrino; versos, sinembargo, elaborados siempre «con la pacienciaazul del artesano», poemas rotundos y versosde oro como sentencias con vocación deeternidad. Una poesía sensorial, llena de aromas,sonidos y colores, a pesar de su temática. Y unapoesía colmada de música, ya que EnriqueMorón es un poeta de muy fino oído. Conocebien la importancia de rematar con rotundidadlas estrofas y los poemas y recurre a veces paraello a la reiteración léxica. Y a todo lo dicho hayque sumar la hermosura y originalidad demuchas de sus metáforas y símiles a menudo deprocedencia rústica.

Tras la lectura de este soberbio poemario, yoveo a nuestro escritor como un nuevo Cicerónalejado del trasiego urbano a la quietud de sutusculana Cádiar, escribiendo acerca de lasenectud o de la amistad y evocando a su amigoLelio.

Decía al comenzar este artículo que EnriqueMorón es un vitalista y por ello, pese a que enestas páginas haya conjurado su temor a lallegada de la vejez y a la vecindad con la muerte,la vida y sus lectores esperamos aún mucho,muchísimo de él.

FERNANDODE VILLENA

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 5

Cultura/Clásicos

Cartago siempre regresa. Una civilizacióndesaparecida que apenas ha dejado rastros ar-queológicos, ninguna memoria escrita notable,sin tradición literaria ni cultura o forma de vidalegada a la posteridad (salvo, acaso, el culto aciertos remotísimos dioses); su presencia reales tan escueta como áridos quedaron los domi-nios púnicos tras ser devastados por Roma, ycuanto sabemos de aquel emporio nos ha sidotransmitido por otros, sus adversarios: historia-dores griegos y latinos fundamentalmente. PeroCartago siempre regresa.

¿Qué fascinación, qué exactitud evocadora,qué capacidad de seducir la imaginación es lade aquellos fenicios que instituyeron, nueve si-glos antes de Cristo, la ciudad más poderosadel Mediterráneo?

El mundo antiguo no puede interpretarse ymucho menos representarse mediante un resu-men que otorgue a cada civilización su papelfijo, determinado, perfectamente definido y portanto previsible en cada momento del decursotemporal. Poner orden en la Historia es unapretensión completamente absurda, y no merefiero al orden cronológico sino a esa irritantehabilidad que han desarrollado los estudiosospara atribuir a cada pueblo y cultura una carac-terización estándar, como es el caso de los feni-cios. La edad antigua no fue un mapa de coor-denadas inamovibles sino un mundo quepropendía al caos, un magnífico escenario deagitación, guerras, masivas migraciones, conquis-tas y saqueos, surgimiento de imperios e impla-cable aniquilación de otros, como fue el caso deCartago. Nadie puede creer en serio que la po-derosa Roma aplicase todo su poderío militaren costosísimas campañas para destruir Cartagosólo por librarse de un competidor comercial.Los fenicios no eran sólo un pueblo de comer-ciantes. Comerciaban y hacían la guerra, con-quistaban y viajaban a los confines del mundo,establecían relaciones de amistad con pueblosremotos y traicionaban a sus aliados en funciónde intereses nunca desvelados, reclutaban in-mensos ejércitos mercenarios y dejaban morir

GUSTAVEFLAUBERT,AUTOR DESALAMBÓ,

REEDITADAPOR LA

EDITORIALPARÉNTESIS,

EN LAVERSIÓN DE

HERMENEGILDOGINER DELOS RÍOS

Salambó de Gustave Flaubert

de hambre a la tropa cuando las premuras de laguerra amainaban. Se comportaban como sereshumanos, en suma: impredecibles, caóticos, ar-bitrarios y crueles. No eran un pueblo sólo decomerciantes. Eran la humanidad más despier-ta, bullente y afanosa en un período de la His-toria en el que aún no existían nociones clara-mente establecidas sobre el sentido de nuestrapertenencia al mundo; una época que aún noconoce el impulso de la razón como motivoesencial de su desarrollo y proyección fértil enun devenir ordenado, fundamentado en actosprevisores. Las grandes ciudades fenicias comoSidón, Tiro, Biblos, sus fundaciones en el norteafricano (Cirene, Lepsis, Tangis y sobre todoCartago), no ejercían su dominio con la miradapuesta en el mañana sino en el frenético gocedel hoy. Eran el poder que se justifica a sí mis-mo, la ambición por ella misma, la victoria porel placer de aniquilar al enemigo. De ese mun-

do nos habla Flaubert en Salambó: confuso ydeslumbrante, desenfrenado y delicadamenterendido a las pasiones más impetuosas. Nadahabía sobre la tierra que no participase de esanoción entre sentimental y mitológica que todolo justificaba. Ellos, mis amados fenicios, sur-caban los mares para comerciar o hacer la gue-rra, pero el mismo mar era un ser vivo para ellos,el dios Océano, y a su voluntad entregaban lasuerte de cada flota y cada nave. El destino noestaba escrito, ni siquiera estoy seguro de quetuviesen una idea aproximada sobre el signifi-cado de esa palabra. Lo que nosotros entende-mos por destino, el futuro mejor o peor vis-lumbrado de los individuos y los pueblos, de-pendía para ellos de la voluntad caprichosa dedioses por completo humanizados, hechos aimagen y semejanza de quienes los forjaron enbarro y bronce: Melkart, Dagón, Moloch; dio-ses de bronce y barro convertidos en Supremos,los cuales representaban aquello que los ávidosnautas fenicios temían o ansiaban. EvocamosCartago y pensamos un mundo extinguido parala Historia aunque imperecedero en el espírituhumano: el caos, la apetencia, la conquista y laseducción. El deseo. Cartago es la exquisita cul-minación del primer y más poderoso sentimien-to que brota en el alma de los pueblos y en cadaindividuo: justamente el deseo. Roma, la grandama de la aterradora razón, es el orden que seimpone tras aniquilar el deseo.

La editorial Paréntesis, en su línea de cuidartanto a los lectores como a la literatura (algoinusual hoy día), nos entrega esta edición deSalambó hecha con tanto esmero que un servi-dor, viejo frecuentador de la sacerdotisa de Tanity sus desventuras, vuelve a sentir la emoción deesta novela magistral. La traducción deHermenegildo Giner de los Ríos (publicada porprimera vez en 1981 y rescatada por Parénte-sis), así como el delicioso prólogo de JulioMartínez Mesanza, hacen de esta edición unavaliosa entrega, ocasión impecable para acudir,de nuevo, al reencuentro con la enorme obramaestra de Flaubert.

JOSÉ VICENTEPASCUAL

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Cultura/Poesía

Ángel Mendoza (El Puerto de Santa María,1969) ha publicado su cuarto libro de poesíasbajo un título sombrío: Pájaro negro (Sevilla:Ediciones de la Isla de Siltolá, 2010), que resul-tó distinguido con el premio Fundación Ecoem.El poemario está precedido por dos significati-vas citas, de García Lorca y de Kafka. El lectorpodría evocar también aquellos versos de «Lofatal», de Rubén Darío: «pues no hay dolor másgrande que el dolor de ser vivo/ni mayor pesa-dumbre que la vida consciente»; y podría pen-sar también que una filosofía similar inspira estevolumen, sabiamente estructurado en tres par-tes y cuyo primer poema se enuncia precisamen-te así: «Conciencia», una sucesión de imágenesque transmiten la feliz ignorancia de la natura-leza ante lo contingente de la existencia �su úl-tima verdad�, en contraste con lo que el poeta�el hombre� casi nació sabiendo: «que un díano estaré sobre tu corazón/para entenderlotodo».

Además del citado, una docena de poemasintegran la primera parte, «Secretos del crepús-culo», de hondo pesimismo y temblorexistencial: «Amarga bestia, vida,/encadenadaal miedo». Cierto desengaño vital, el temor antelo inevitable, trenes que se marchan para novolver, ciudades del recuerdo se suceden con elritmo crepuscular de una «música gastada», peroque impacta, por la economía descriptiva dequien sólo mienta lo esencial para comunicaruna precisa y desasosegada sensación. El titula-do «Chimenea» vuelve a incidir en la fatalidad yen «esas preguntas/que el fuego no conoce»,de modo que guarda íntimo parentesco con elya comentado «Conciencia».

La segunda parte, «Entre fantasmas» reúnetextos que permiten algunas concesiones a la

EL POETAPORTUENSE

ÁNGELMENDOZA,

AUTOR DELLIBRO

PÁJARONEGRO,

PREMIADOPOR LA

FUNDACIÓNECOEM

Las negras alas de Ángel Mendoza

sensualidad, aunque sea a través del recuerdo,materia constitutiva de estos fantasmas queafloran: «Sombras vivas de un viento que des-pacio te apaga». En «Aún» la voz lírica se dirigea un perro �»como si aún fueses/el mordiscode fuego»� para concluir con una imagen queredondea el poema al hacernos a todos «perrosde nadie». Particularmente intenso resulta «Pu-ñetazos», donde se manifiesta «el lento apren-dizaje del eterno dolor» por el «afilado puño dela muerte». El pasado adquiere protagonismoen esta segunda parte, hasta hacerseinquietantemente presente: «Donde mires sólohay/color de ayer».

La tercera, «Luz de hospital» se abre con unpoema demoledor, duro como sólo la realidadpuede serlo. No esquiva la crudeza Ángel

Mendoza, sino que es capaz de construir conella imágenes de una desoladora belleza. Esimplacable consigo mismo también en otrospoemas: «Las fotos de tus hijos te miran sinquererte». La lectura de Pájaro negro deja un sa-bor amargo, mitigado acaso por los aciertos es-téticos o quizá acrecentado por ellos, la inteli-gencia del discurso y la eficacia imaginativa. Elúltimo verso del libro siembra, no obstante, algoparecido a un pálpito de esperanza: «Ayer,/vie-jo latido de futuro nuevo»; casi una greguería.

Para expresar su pesadumbre, Mendoza hapulido el verso y sacado brillo a sus palabras,sirviéndose �con libertad� de metros y rimastradicionales, incluso de aquellas japonerías in-corporadas a nuestra tradición, como el haiku oel tanka. Ángel ha expresado a menudo su ad-miración por el poeta portuense José Luis Tejada(1927-1988). En efecto, su gusto por la obrabien hecha, la corrección retórica y gramática,el lenguaje preciso y la elaboración formal deprofundo contenido son características quecomparte con �si no ha heredado de� su maes-tro. Pero los mensajes que el discípulo explicitaa través de sus versos abocan al nihilismo �yésta es la gran diferencia, entre otras�, aunquese trate de un nihilismo donde es posible la be-lleza.

Ángel Mendoza ha escrito un libro de madu-rez, desde el descubrimiento de que «la vidanunca dura/lo que duran los sueños» y de queéstos pueden convertirse en «tu peor pesadilla».Salvando algunas concesiones de escuela, sonpoemas de extraordinaria concreción, apuntesde una biografía que está asomándose al abis-mo de los años para, como diría Borges a quienya no es joven, ver «el trágico escenario/y cadacosa en su lugar debido».

MAURICIOGIL CANO

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EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 7

Cultura/Poesía

Resulta para mí muy grato y me supone unaenorme satisfacción el tener la oportunidad deexponer públicamente algunas de las impresio-nes, sentimientos y emociones que la persona yla obra de este preclaro hijo de Chirivel repre-sentan para mí, con motivo de la publicación,gracias al apoyo del Instituto de EstudiosAlmerienses, organismo dependiente de laExcma. Diputación Provincial de Almería, dela Poesía Completa, en dos volúmenes, de JulioAlfredo Egea.

En primer lugar he de decir que su obra poé-tica ha supuesto siempre en mi vida y en miobra una suerte de referencia a la hora de ver yentender el mundo, uno de esos raros privile-gios con que uno distingue a unos pocos auto-res que te han ayudado a conocerte a ti mismo,a profundizar en la condición humana, tanto ensu grandeza como en su miseria, a situarte en lavida y a ubicarte en el mundo. La obra de JulioAlfredo Egea constituye un referente insusti-tuible y señero para todos los poetas almerienses,siendo la suya la más universal y la primera detodas las nuestras y hacia la que miramos siem-pre con respeto, admiración y humildad, comono podía ser de otro modo. Julio es el gran poe-ta nuestro, el elegido por las musas para sacar ala poesía almeriense del sueño secular y la mo-dorra en la que ha permanecido sumida duran-te siglos. Todos hemos aprendido de él, de subonhomía, de su humano sentir, de su gran ca-pacidad para proyectar luz sobre el alma, el des-amparo y el desvalimiento humanos. Nadiecomo él ha sabido desvelarnos el ser y la identi-dad de nuestro carácter, del sentir de nuestrasgentes y del ser humano en general, pues él hasido capaz de remontarse sobre el sentidolocalista para universalizar lo que forma partede nuestras señas de identidad más significati-vas. Partiendo de una realidad cercana e inme-diata, en la mayoría de las ocasiones, la obra deJulio Alfredo Egea aspira a los sentimientos másnobles del alma humana, mostrándonos su fra-gilidad y cuanto de sublime hay en sus aspira-ciones. Él ha estado siempre del lado de los másdesvalidos y desamparados de este mundo pararevelarnos la íntima y sublime riqueza interiorde aquellos a los que la vida ha zarandeado duray despiadadamente. Nos ha enseñado a mirar lanaturaleza, a sentir su respiración y sus palpita-ciones, a respetarla, a ver en ella un sentido casisagrado que obliga al hombre a preservarlacomo legado para las generaciones futuras.

Pero también ha sido capaz de transmitirnosuna actitud de denuncia de cuanto de materia-lista, deshumanizada e insolidaria tienen la so-

PORTADADEL SEGUNDOVOLUMENDE LA POESÍA

COMPLETA

DEL POETAALMERIENSEJULIO ALFREDOEGEA,PUBLICADAPOR ELINSTITUTO DEESTUDIOSALMERIENSES,CON ESTUDIOPRELIMINARDE FRANCISCOJIMÉNEZMARTÍNEZ

PoesíaCompleta

de JulioAlfredo Egea

ciedad actual y la ambición humana. Julio hadescendido al dolor de los marginados y enfer-mos y ha puesto su mano sobre las frentes delos que sufren, reconfortándolos también en suabandono y en la marginación o el olvido a quese han visto sometidos. Ha mirado a Cristo cru-cificado y ha visto en su agonía a todos los quepadecen la soledad y la fragilidad de nuestracondición ante la muerte, siempre con la digni-dad y altura de un poeta mayor o de primer or-den, de un llamado o de un elegido. Un poetaque ama la vida y ama a sus semejantes: el máscorazonado de los poetas, aquel a quien el cora-zón rebosa por los dedos, los ojos y los labios.Quien valora la amistad como pocos y es el másleal de los amigos, el más humilde aun siendo elmás grande. El poeta que nunca renegó de lossuyos y de sus raíces; el que vuelve a nosotros,sus paisanos, sabiendo los nombres de todos ycada uno, las penas, sinsabores y fatigas que nosaquejan; aquel a quien vemos pasar con respetoy saludamos con el afecto y la admiración quemerece, en señal de todos los valores que reco-nocemos en su persona y en su talento. El quenos ha hecho universales lanzándonos al mun-do a través de una poesía que nos dignifica ynos identifica como ninguna antes de él la hubo.

Julio Alfredo Egea sabe que su obra goza delrespeto, admiración y reconocimiento de todoscuantos se han acercado y se acercan a ella, queha sido y es profeta en su tierra. La presenteedición de su Poesía Completa en dos volúmenes,que integran desde Ancla enamorada (1956) has-ta Sala de espera (1983) y desde Los regresos (1985)

hasta Largo es el tiempo, poemas inéditos o publi-cados en antologías y revistas entre 1946 y 2008;así como el estudio preliminar del joven profe-sor Francisco Jiménez Martínez, doctor en Fi-lología Hispánica gracias a su tesis doctoral so-bre la obra poética de Julio Alfredo Egea, su-pone una muestra del reconocimiento oficial yde toda la sociedad almeriense hacia el más gran-de de sus poetas actuales. Nada más oportunoy justo.

Pero yo sé que Julio valora sobre todas lascosas el afecto de sus paisanos y amigos, de sunumerosa familia y de cuantos gozamos de suamistad como un verdadero regalo, como unprivilegio. Por eso no me importa decir públi-camente: Julio, sabes que te queremos, que teadmiramos y que te respetamos; que has sido yserás un referente, un ejemplo de autenticidady de generosidad para todos los que te conoce-mos. Gracias por dejarnos un legado poéticotan precioso y vital para todos los almerienses,para todos los andaluces, para todos los espa-ñoles, para todos los hombres y las nuevas ge-neraciones de lectores que han de encontrar entu obra los valores imperecederos que han ador-nado desde siempre al alma y al corazón de loshombres. Por hacerlo, además, con la sencillezy humildad que te caracterizan, con la generosi-dad y capacidad de sacrificio que ha supuestouna vida gozosamente fructífera. Gracias poresa capacidad de entrega que nos enorgullece ypor darnos cabida en una esquina de tu cora-zón, donde a todos nos llevas como el huéspedacogedor y solidario que eres.

JOSÉANTONIO

SÁEZ

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8 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/El Canto del Urogallo

La revisión del original de mi estudio La otramirada junto a una serie de estropicios domésti-cos ocasionados por los temporales del invier-no y primavera pasados, nos tuvieron tan entre-tenidos durante el verano que no nos fue posi-ble la escapada estival �más o menos cundiosaen días� que todos los años veníamos realizan-do. Pero hete aquí que la Asociación andaluzade Sordos a la que pertenece mi cuñado, orga-nizó un viaje de ocho días a Galicia y se nosofreció sumarnos a ella, cosa que aceptamosaunque yo, en principio, sin muchos ánimos,dado que tales excursiones no son santos de mipersonal devoción. Y así, en octubre, un buendía, cogimos un avión en el aeropuerto de Sevi-lla y hora y media después estábamos en LaCoruña y, de allí, en el autobús que sería nues-tro medio de transporte habitual en los periplosgallegos, nos plantamos en un hotel sito enMeaño, Pontevedra.

Como digo, todos sordomudos, con las ex-cepciones media mía, sin sonotone tan sordocomo el resto de la excursión, de Griselda, elguía y el chofer del autocar. Aunque el gruesode la excursión era andaluza, se nos fueron aña-diendo asturianos, catalanes y hasta portenses ysi así lo consigno es para significar más la con-clusión admirable, el factor humano que se co-rresponde a la primera titulación de este artícu-lo: la solidaridad.

Desde el primer momento se nos acogió conextremada cordialidad. Yo temía los distanciamien-tos, las barreras comunicativas. De ahí mi inicialfalta de entusiasmo. Pero debo confesar que fueun falso temor y, todos, se nos mostraron extre-madamente afectuosos y nos sentimos cómoda-mente integrados en el grupo. Visitamos Ponte-vedra, Santiago, La Coruña, Padrón, Finisterre,Marín, El Grove, La Toja, Baiona, Betanzos, Vigo,Combarro, Cambados� Un periplo tan disper-so, tan alejadas las distintas localidades, unas delas otras, nos proporcionó la preciosa posibili-dad de admirar en profundidad y extensión losmagníficos paisajes de Galicia. El mar siemprepresente, los bosques cundiosos, magníficos ensu perenne verdor, los valles asistidos de unaniebla que el sol iría disipando clandestinamen-te dejando ver el minifundismo del recoletoagro, el monte envanecido de la verdura de lospinos, los viñedos y parrales del ribeiro y elalbariño, las pequeñas aldeas desperdigadas asícomo los aislados caseríos� Y el mar, el mar,el mar.

Salíamos del hotel tempranamente para lasdiarias excursiones; para distinguirnos, en elbullicio de las ciudades, se nos había provistode unos sombreros blancos �unos panameños�que sobresaliendo entre los abigarrados tran-seúntes y turistas, nos permitía la localizaciónde todos los del grupo. Todos pendientes detodos. Si alguien se retrasaba, no valía la voz de

Solidarios/Coplasde escarnio y maldecir

PEDRORODRÍGUEZ

PACHECO

alerta: trabajaba la vista sobre las testasensombreradas y, admirablemente, al doblar elpelotón una esquina, siempre alguien quedabaen ésta como señal de ubicación para los posi-bles retrasados� Me hipnotizaban las manosen el lenguaje de los signos, como mariposasaleteando en infatigables conversaciones amis-tosas, optimistas, recomendando, alertando,consignándose, atendiéndose los unos a losotros sin descanso, en perseverante atenta vigi-lia. Al bellísimo paisaje de Galicia hube de aña-dir este hermosísimo paisaje solidario, humaní-simo, fraterno, cordial: ¡Chapeau!

Ya destocado de mi panamá, el regreso mepuso otra vez en contacto con el manoseo áp-tero de cada día. Retorno a la monotonía de latrivialidad, de lo que debiera ser fulgor, incita-ción, leviatán al más poder y ser, o ser sobrepa-sando todo límite y así la luz, la que me hizosoñar en Galicia fotografiándome con un pa-seante Valle-Inclán, un Castelao, un Fonseca,Rosalía de Castro, Cela, los primeros cercanos ala pontevedresa plaza de Fernán Núñez, el de«la honra sin barco que barcos si ella»: la casta,la perdida, la que en Moratinos, el lacrimoso deLos Pedroches, reprocha a Pérez Reverte y en-cuentra furiosa descalificación de quien ha sidofiel remedo del botafumeiro compostelano: A.López Andrada, el cordobés genuflexo, que enlos Cuadernos del Sur nº 1084, se pone de lado deun Moratinos pusilánime, igual de ineficaz queel Canciller de España, Pedro Gómez Labra-dor, en el congreso de Viena, tras nuestra he-roica participación contra Napoleón, incapaz dehacernos partícipes del botín tras la victoria. ¿Osfiguráis a Metternich o Talleyrand con las tra-zas «bonachonas» de nuestro Moratinos?

Qué cosas, qué casos, qué intelectualidad.¿Qué le ha negado Pérez Reverte a LópezAndrada? ¿En qué jurado lo ignoró? O si no esasí, ¿qué prebenda de congreso, curso, beca,asistencia, ansía el cordobés para exaltar aMoratinos que es lo mismo que rendir pleitesíaal partido socialista? La mirada de Moratinoses, según Alejandro, «apacible, bonachona�Hondura de un cielo transparente donde nuncatiene cabida la borrasca»� La de Pérez Reverte,posee «el frío de un cuervo aleteando sobre unbosque infestado de sombras cadavéricas»�Moratinos, «sabe perdonar y el perdón habitaen la almendra del silencio»� Contra ese silen-cio nefasto para los intereses de España, pudrela palabra del novelista: «sucias, torpes, frágilesvelas que hay en la cueva de su alma»� En de-finitiva, que quisiéramos a Pérez Reverte deMinistro de Exteriores y a Moratinos de abun-doso socorro a las necesidades literarias y deintendencia de A. López Andrada.

Y destocado, con la que está cayendo, meacerco a la librería Rayuela, aquí en mi pueblo, yme encuentro a la librera ocupada en la devolu-

ción de los libros de Sanchez Dragó «porque ensu librería �según me confiesa� no hay lugarpara un pederasta»� Y ante mis ojos veo desfi-lar fantasmales hogueras en las que se calcina-ron las obras de herejes, heterodoxos, erasmistas,filósofos, poetas, novelistas: el nuevo Índice lai-co de lo político-correcto. Y así, el malditismode opereta y sus escatologías blasfematorias (queun cochero de punto superaría en espontáneassordideces), se nos queda en posturita seducto-ra para gacetilleros de la cosa nostra o cuadrille-ros de la Santa Hermandad. Pero, claro, SanchezDragó es reo de anatema y a Jaime Gil de Biedma(que sí confiesa haber prostituido a niños y ado-lescentes filipinos) se le cubre de una piadosacomprensión que encubre la amoralidad o eldelito. O, ayer mismo, con foto y flecha de nom-bre al alza en un rotativo andaluz, José MªCastellet, Premio Nacional de las Letras, en re-conocimiento a su trayectoria literaria y a su la-bor como editor. Y se añade en el acta: «Ha ser-vido de puente entre la cultura catalana y la delresto de España»� Juan Ramón, los de Cántico,los andaluces de la Generación de los cincuen-ta, ¿Qué se hicieron?/¿Qué fue de tanto galán?/¿Quéfue de tanta invención/como trajeron?