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PLIEGO JOSÉ ANTONIO GALINDO RODRIGO, OAR Profesor de la Facultad de Teología de Valencia IDEAS PARA LA NUEVA EVANGELIZACIóN 2.756. 4-10 de junio de 2011 El Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, que se celebrará en Roma el próximo año, está en el origen de estas páginas, un puñado de “ideas” acerca de las verdaderas motivaciones que debería tener muy en cuenta la pastoral de la Iglesia en su encuentro con nuestros contemporáneos, especialmente los jóvenes. Inspirándose en san Agustín, y siguiendo las propuestas de los ‘Lineamenta’ de dicha asamblea, el autor propone un modelo de transmisión de la fe que, frente a las falsas promesas del mundo, ponga de relieve la alegría y felicidad que proporciona el seguimiento de Jesús.

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JOSÉ ANTONIO GALINDO RODRIGO, OARProfesor de la Facultad de Teología de Valencia

Ideas para la Nueva evaNgelIzacIóN

2.756. 4-10 de junio de 2011

el sínodo de los Obispos sobre la Nueva evangelización, que se celebrará en roma el próximo año, está en el origen de

estas páginas, un puñado de “ideas” acerca de las verdaderas motivaciones que debería tener muy en cuenta la pastoral

de la Iglesia en su encuentro con nuestros contemporáneos, especialmente los jóvenes. Inspirándose en san Agustín, y

siguiendo las propuestas de los ‘lineamenta’ de dicha asamblea, el autor propone un modelo de transmisión de la fe que, frente a las falsas promesas del mundo, ponga de relieve la alegría y felicidad

que proporciona el seguimiento de Jesús.

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Ser cristiano, el mejor motivonumerosos bautizados y habitantes de los tradicionalmente pueblos cristianos, europeos y del primer mundo, en los que este desequilibrio adquiere una fuerza casi incontenible.

Es preciso volver a encontrar el equilibrio por medio de nuevas propuestas, aunque sean más humanistas que las de la Edad Media. Pienso que se dan en la doctrina de los Padres de la Iglesia. Para este trabajito, desde las líneas generales de la Nueva Evangelización propuestas por los Lineamenta, me voy a inspirar en san Agustín, que, en general, considera el seguimiento de Cristo no como una carga pesada, sino como una gozosa libertad de la persona humana frente a la esclavitud del pecado. En la alegría, en una cierta felicidad, que acompaña al seguimiento de Cristo ya en este mundo, me parece que es oportuno insistir como un medio que puede ayudar a encontrar el equilibrio perdido. “En un escenario de este tipo, la nueva evangelización se presenta como un estímulo del cual tienen necesidad las comunidades cansadas y débiles, para descubrir nuevamente la alegría de la experiencia cristina, para encontrar de nuevo ‘el amor de antes’ que se ha perdido (Ap 2, 4), para reafirmar una vez más la naturaleza de la libertad en la búsqueda de la Verdad” (Lineamenta, cap. primero, nº 6 ).

La alegría de la vida cristiana en la Biblia

Los Lineamenta, citando a Benedicto XVI, nos dicen: “Es necesario, pues, redescubrir cada vez más la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo mismo (…). Todos nos damos cuenta de la necesidad de que la luz de Cristo ilumine todos los ámbitos de la humanidad: la familia, la escuela, la cultura, el trabajo, el tiempo libre y los otros sectores de la vida social” (cap. primero, nº 13). Pienso que el anuncio

de la Palabra de Dios se ha de hacer con alegría, la cual aparece en la revelación bíblica como vivencia que acompaña a la persona que es fiel al Señor ya en este mundo, en esta vida terrena.

Es frecuente el tema de la alegría en el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos, para describir lo que el justo siente en su vida en cuanto tal. Solo dos textos entre tantos que se podrían citar: “Señor, me has dado más alegría interior que cuando ellos abundan en trigo y en vino” (Sal 4, 8); “alegraos en el Señor, justos, exultad, gritad de gozo los de corazón recto” (Sal 32, 11).

En el Nuevo Testamento, algunas de las bienaventuranzas se refieren a alguna forma de felicidad en esta vida: “Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra” (Mt 5, 4); “bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados” (Mt 5, 5); “bienaventurados los que trabajan por la paz porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5, 9). Encontramos en el Evangelio de Juan varias alusiones a la alegría que se siente por vivir en unión con Jesús: “Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado” (Jn 15, 11); “…y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada” (Jn 17, 13).

En san Pablo es frecuente el tema de la alegría en relación con la vida cristiana: “…pues aunque probados en muchas tribulaciones, han rebosado de alegría…”. ( 2 Co 8, 2); “…el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz…”. (Gal 5, 22); “estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4, 4).

Por otro lado, también la Liturgia recoge esa misma onda: “Señor, Dios nuestro, concédenos vivir siempre alegres en tu servicio, porque en servirte a Ti, creador de todo bien, consiste el gozo pleno y verdadero” (Oración del domingo XXXIII del Tiempo Ordinario).

San Agustín: “También ahora, antes de que nosotros lleguemos a esta posesión [la de Dios], podemos alegrarnos ya con

La reciente creación por Benedicto XVI del Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización me ha

sugerido algunas reflexiones al respecto. Me anima a ello también lo que se dice en la Introducción de las Orientaciones (Lineamenta) para el próximo Sínodo sobre la Nueva Evangelización1: “En un tiempo extenso y también caracterizado por cambios y transformaciones es útil para la Iglesia dedicar momentos y ocasiones de escucha y de confrontación recíproca, para que se mantenga en un nivel alto de calidad el ejercicio del discernimiento exigido por la acción evangelizadora, que, como Iglesia, estamos llamados a vivir” (Lineamenta, nº 4).

Pues bien, en la Edad Media y hasta no hace mucho tiempo, en la vida real del cristiano, había un cierto equilibrio entre el atractivo del goce desordenado de los bienes de este mundo, que llevan al ser humano a engolfarse en ellos apartándose de Dios, y las motivaciones contrarias emanadas de la promesa de la vida eterna y de la amenaza de la condenación también eterna. Había un equilibrio entre estas motivaciones contrapuestas. Esto, entre otras razones, era la causa que impedía el abandono masivo de la religión, y que mantenía a los fieles en la cercanía de la Iglesia.

Pero ahora ese equilibrio está roto: los bienes de este mundo atraen más que nunca porque son más poderosos y abundantes que en cualquier época, y están muy lejos de ser contrarrestados por la fuerza casi nula, vivencialmente hablando, de los premios y amenazas que la fe nos revela para el final de nuestras vidas. Como se dice en los nombrados Lineamenta: “La mentalidad hedonista y consumista predominante conduce a los cristianos hacia una superficialidad y un egocentrismo que no es fácil contrastar” (cap. primero, nº 6). De ahí viene, como causa principal aunque no única, el abandono masivo de la vida y fe cristianas por parte de

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el Señor. Pues no es poca la alegría de la esperanza, que ha de convertirse luego en posesión” (S. 21, 1).

Las motivacionesLas grandes motivaciones universales

que impulsan a un ser humano con madurez desarrollada a vivir la vida cristiana son expuestas con acierto en los Lineamenta. En el escenario del mundo actual, “existen temas y sectores que han de ser iluminados con la luz del Evangelio: el empeño por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; el mejoramiento de las formas de gobierno mundial y nacional; la construcción de formas posibles de escucha, convivencia, diálogo y colaboración entre diversas culturas y religiones; la defensa de los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo de las minorías; la promoción de los más débiles; la protección de la creación y el empeño por el futuro de nuestro planeta” (cap. primero, nº 6). No obstante, en las personas con madurez incipiente (los jóvenes), estas grandes motivaciones –es un hecho contrastado– no influyen demasiado. La mayoría de los jóvenes actuales,

contrariamente a lo que sucedió en tiempos pasados, suelen estar muy centrados en sus propias vivencias e intereses personales e individuales. Por eso, en la primera etapa de la evangelización de estas personas, hay que poner el acento en motivaciones más próximas y particulares, que afecten inmediatamente a su persona.

1. Pues bien, retomando nuestro discurso en este nivel personal e individual, frente al fuerte atractivo de los bienes de este mundo, al cristiano, sobre todo al joven cristiano, se le pueden proponer y se le deben proponer los motivos contrarios que le disuadan del goce de los mismos como ídolos en los que poner su corazón con el simultáneo y consiguiente abandono de Dios.

El más primario y elemental de estos motivos es el del temor a los males que una conducta anticristiana y desordenada pueden acarrearle: “En verdad, muy raras veces, por no decir nunca, sucede que el que se presenta para hacerse cristiano no esté movido por un cierto temor de Dios”2. El temor en alguna forma debe formar parte de los mensajes de la pastoral de la

Iglesia. Con más precisión habría que decir que, dicho sea como propuesta general, parte del mensaje de los agentes de la pastoral ha de referirse al mal que razonablemente teme la persona con respecto a sí misma y al bien que también legítimamente la persona desea para sí misma. Esto, por supuesto, no elimina los mensajes dirigidos, en los momentos y modos oportunos, “al amor que corresponde al amor recibido de Dios hasta el punto de no ofenderlo aunque lo pudiera hacer impunemente”3. Pero, en todo caso, proponer la fe y el seguimiento de Cristo sin decir a la vez por qué a nuestro interlocutor le conviene aceptar esa propuesta es desconocer la naturaleza humana. El ser humano muy difícilmente acepta un cambio en la manera de pensar y, sobre todo, una reorientación en su vida si no se le dice con claridad y rotundidad el por qué le convienen una y otra cosa. Estamos en el ámbito de las motivaciones del que nunca conviene salir en una pastoral inteligente.

2. En los mensajes de la pastoral de tiempos pasados se hablaba mucho del bien de la salvación y del mal de la condenación eternas como motivos para aceptar y practicar la vida cristiana. En nuestros tiempos, las referencias a la salvación y a la condenación son casi nulas. Esto ha provocado que actualmente se proponga el mensaje cristiano con una deficiencia importante; esto es: una fuerte reducción de las motivaciones que podrían mover a los seres humanos a aceptar mentalmente el mensaje cristiano y su puesta en práctica con la vida.

Una motivación poderosísima en este sentido estaría en la bienaventuranza y la condenación eternas como en tiempos pasados, pero todos sabemos que esta motivación está apenas presente en la pastoral actual, y esto, además, con razón. En parte, por su bajo nivel axiológico y, en parte, por la dificultad de hacer de ellas objetos de unas vivencias creíbles, cercanas y personales. A esto se añade la ausencia de otras motivaciones referentes a la felicidad de tipo natural-temporal

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de alguna forma de retribución interior y personal, de una cierta felicidad, como incentivo y alimento contenidos en la oferta de la fe y su aceptación por parte del ser humano, que haga real y eficiente la transmisión de la misma. Solamente si esta fe, y la vida que le debe acompañar, son percibidas como favorables y convenientes, como fuentes de felicidad humana y actual para la persona (sin que esto suponga el prescindir de su obligatoriedad), serán aceptadas de hecho con el necesario y fuerte compromiso personal que haga real la existencia de verdad de nuevos cristianos.

En los agentes de la pastoral de nuestro tiempo se dan actitudes más o menos conscientes de desconfianza u olvido con respecto a este tipo de felicidad, sin apercibirse de que también es legítima y buena, y puede llegar a ser una motivación importante de la vida cristiana, como ponen de relieve los Santos Padres. El deber por el deber es una norma de conducta propia de la ética kantiana, no es propiamente cristiana, lo cual se olvida un tanto cuando nuestras predicaciones insisten casi en exclusiva en la moral. Por otro lado, proponer como motivación de la misma casi únicamente el amor gratuito a Dios y el desinteresado seguimiento de Cristo, así como los grandes ideales que los deben acompañar, puede ser admirable y sin duda su meta más alta, pero no es lo más apropiado para sus primeras etapas, para los principiantes, para los jóvenes. Desaparecidos los motivos ultraterrenos y no habiendo sido sustituidos por otros, los mencionados principiantes no encuentran prácticamente ningún motivo inicial para vivir como cristianos, a no ser los que estamos proponiendo.

Sin renunciar a las motivaciones tradicionales que habrán de ser presentadas de otra forma, lo que sobre todo propongo es que se explique y que se insista en la cantidad de males de los que nos libera el seguimiento de Cristo y la notable cantidad de bienes que nos proporciona, ambas cosas ya en este mundo. No creo que nadie ponga en duda que Dios no se opone a nuestra verdadera felicidad aquí en la tierra, en esta vida, y que, por tanto,

Iglesia recientemente ha asumido para dar forma a sus procesos de transmisión de la fe. El catecumenado, que ha sido impulsado por el Concilio Vaticano II (Ad gentes, 14), ha sido asumido en varios proyectos de reorganización y de promoción de la catequesis, como modelo paradigmático de estructuración de esta misión evangelizadora. El Directorio General para la Catequesis sintetiza los elementos fundamentales de tal misión, dejando intuir los motivos por los cuales tantas Iglesias locales se han inspirado en este paradigma para reorganizar las propias prácticas de anuncio y de generación en la fe, dando incluso origen a un nuevo modelo, el ‘catecumenado post-bautismal’” (cap. primero, nº 14).

2. Todo esto es lo que hay que hacer, pero es muy importante también el modo y las motivaciones que hacen posible una respuesta positiva por parte de quienes reciben esa catequesis y ese catecumenado. Esto es de suma importancia y ha de formar parte esencial de esa “pedagogía de la fe”. Y si esa respuesta no se da, todo lo demás es una pérdida de tiempo, de medios y del trabajo de las personas implicadas en esa pastoral.

Pues bien, en mi opinión, la pedagogía para la transmisión de la fe, tanto en la moderna catequesis como en el catecumenado post-bautismal, ha de tener muy en cuenta la realidad de la naturaleza humana, la cual necesita

(humana), que se puede obtener ya en este mundo siendo un buen cristiano. En la pastoral actual se da una notable carencia de cierta clase de motivaciones que, aun no teniendo un alto nivel axiológico, también son inductoras de la fe y vida cristianas. Las razones sirven para tener fe, para creer a Cristo, su revelación; pero, por mucho que se crea, si la fe no es acompañada con la vida, la creencia desaparece fácil y rápidamente, sobre todo de la persona del joven. La incoherencia de la vida con la fe aniquila la práctica y fe cristianas más que el choque con otras ideas no cristianas. Pero la vida, la existencia personal se alimenta no solo de ideas, sino también de motivaciones y vivencias constituidas por bienes naturales-humanos, en primer lugar, y por bienes de orden superior en el ámbito del amor, incluso gratuito, en segundo lugar. La apelación a la alegría de ser cristiano, a la felicidad inherente al seguimiento de Cristo, sin estar ausente del todo, no está lo suficientemente presente y, sobre todo, no suele ser objeto directo de las propuestas y exhortaciones de los mensajes de la pastoral actual. Y esto por no tener en cuenta este sabio aforismo: “Lo mejor es, a veces, enemigo de lo bueno”.

La alegría y la felicidad en la pastoral actual

1. De la “pedagogía de la fe” hablan los Lineamenta citando la Catechesi tradendae de Juan Pablo II: “La promoción de estos dos instrumentos –catequesis y catecumenado– debía servir para dar cuerpo a lo que ha sido designado con la expresión ‘pedagogía de la fe’. El uso de este término permite dilatar el concepto de catequesis, extendiéndolo al de transmisión de la fe. Desde el Sínodo sobre la Catequesis en adelante, la catequesis es considerada como un proceso de transmisión del Evangelio, así como la comunidad cristiana lo ha recibido, lo comprende, lo celebra, lo vive y lo comunica” (cap. segundo, nº 14). Un poco más adelante se insiste poniendo el acento en el nuevo catecumenado para adultos, el que se realiza después del bautismo: “El catecumenado se nos ha entregado como el modelo que la

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es perfectamente legítimo, cristiano y evangélico el proponer como deseable y como motivación esa felicidad. Dios no es enemigo del hombre en ningún momento, sentido ni aspecto. El masoquismo no es cristiano, por lo que la penitencia por la penitencia, el dolor por el dolor, la privación por la privación, no son algo propiamente cristiano. Más aún: Dios es amigo de la felicidad y de la alegría del hombre en este mundo; y esto hay que decirlo insistentemente con rotundidad y con toda claridad, aunque siempre será verdad que Dios quiere ante todo que vivamos según su voluntad. Es significativo observar que los conversos, al pasar de la vida de pecado y ausencia de Dios a una vida de fe y práctica cristianas y, sobre todo, al encuentro con Él, experimentan, según ellos testifican, una gran alegría y felicidad, un maravilloso y dulce cambio desde las tinieblas del sinsentido a la vida iluminada por el pleno sentido de la misma4. Aunque en todo esto hay grados, sorprende que las motivaciones fundadas en la realidad de estos hechos solo se proponen esporádicamente y en función muy secundaria en el desarrollo de la pastoral actual.

Los distintos elementos del método de una pastoral actual

Los Lineamenta recogen la interpelación que en la Nueva Evangelización se ha de hacer a la inteligencia para que descubra la razonabilidad de nuestra fe: “La lógica de un comportamiento como este, nos la sugiere el apóstol san Pedro, cuando nos invita a la apología, a dar razón, a ‘dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza’ (1 Pe 3,15). Una nueva primavera para el testimonio de nuestra fe, nuevas formas de respuesta (apo-logía) a quien nos pida el logos, la razón de nuestra fe, son los caminos que el Espíritu indica a nuestras comunidades cristianas: para renovarnos, para hacer presente la esperanza y la salvación, que nos da Jesucristo, con mayor fuerza en el mundo en que vivimos” (cap. segundo, nº 16). Pero que no todo en la transmisión de la fe y la pastoral se ha de mover en el ámbito de la razón se sugiere con este precioso pasaje

de Benedicto XVI: “La Iglesia en su conjunto, así como sus Pastores, han de ponerse en camino como Cristo para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud” (cap. segundo, nº 16).

Las motivaciones: su orden y planteamiento general

La primera pregunta que se hacen a sí mismas hoy en día muchas personas –pienso que la mayoría (sobre todo si se es joven)–, ante la oferta del mensaje evangélico, no es tanto de carácter racional, sino vivencial y personal. Es una pregunta parecida a esta: ¿me conviene o no esta propuesta para darle un puesto, quizá central, en mi vida? Es una pregunta que precede, aunque también acompaña, al interrogante sobre si es verdad lo que lleva consigo ese mensaje y sus pretensiones. Siempre se va más allá, o más acá, del tema de la verdad, que se plantea a la inteligencia, ya que el mensaje evangélico es un tema cuyo contenido afecta a toda la persona.

1. La propuesta que comentamos nos lleva a preguntarnos sobre dos puntos muy concretos, que abarcan muchas cosas y que tienen una gran carga de motivaciones, y que nos pueden llevar a aceptar ese mensaje con todas sus implicaciones y consecuencias. Estos dos puntos concretos, ya convertidos en convicciones, se pueden condensar de este modo: a) en los muchos males que la vida cristiana nos permite evitar5; b) en la felicidad que la vida cristiana nos permite obtener6. Pues bien, de una y otra vertiente de esas motivaciones padecen una notable escasez los

mensajes de la actual pastoral cristiano-católica.

Aparte de una magnífica exposición de las verdades contenidas en la fe cristiana y de la historia de la salvación, la pastoral actual no contiene apenas otra motivación para la puesta en práctica de la vida cristiana que el amor gratuito a Dios en correspondencia a su amor de esa misma naturaleza manifestado en Cristo; pero, además, esto, aunque sublime y sumamente valioso, en cuanto motivación está propuesto más bien de una manera difusa y poco explícita.

En todo caso, nos podemos preguntar: ¿esta motivación, sin duda sublime y valiosísima, es suficiente y, más aún, la más pertinente y eficaz para todos los casos, para todos los niveles, para todos los destinatarios del mensaje cristiano? Pienso que no. El amor gratuito a Dios –es preciso reconocerlo– ha propiciado la debida eliminación y sustitución de las motivaciones egoístas y desordenadas en el seguimiento de Cristo, pero pienso que esa sustitución no se ha hecho de una manera del todo correcta y, menos aún, realista. Porque entre las motivaciones humanas las hay claramente destructoras y negativas, pero hay también otras que son saludables y que pueden contribuir a sustentar, y mucho, la verdadera vida cristiana. Lo acertado sería un perfeccionamiento, corrección y enriquecimiento progresivo del amor saludablemente egoísta con un amor gratuito, generoso y desinteresado en correspondencia al de Dios.

Todo esto –insisto– de una forma gradual. La fórmula de san Agustín es la de superar el temor servil por

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prójimo, está acompañado de una cierta felicidad, imperfecta sin duda, pero la única, que, siendo auténtica, es posible en este mundo. Concretamente, una de las importantes diferencias entre un tipo y otro de vida es la de la inquietud interior, por lo menos latente, que padece el que vive alejado de Dios, sobre todo si a la vez está entregado a los vicios, frente a la quietud y sosiego del corazón y de la inteligencia que, aunque sea en forma incompleta, descansa sobre el bien sumo y la verdad que responde a todas las preguntas que es Dios7.

Hacen falta motivaciones que sustenten la vida cristiana, porque debido a que esta conlleva sacrificios, es imposible psicológicamente su práctica duradera, a no ser que estos sacrificios sean compensados por ciertos beneficios y ganancias de tipo personal, aunque sean de nivel natural-temporal (humano). Y si bien el seguimiento de Cristo es un don de la gracia de Dios, no hay que olvidar –como hemos dicho– que la gracia respeta la naturaleza. Normalmente, las personas actúan y toman actitudes y eligen opciones ateniéndose a las leyes de la condición humana, una de las cuales –y muy principal– es que el ser humano no acepta y asume renuncias y sacrificios de un modo continuo y estable si no son compensados por ciertos beneficios y ganancias personales de nivel natural-temporal, primero, y también de otros bienes de un grado superior, esto es, sobrenatural, y ya en el ámbito de la gratuidad, después. Sin duda que se dan excepciones, pero la inmensa mayoría de las veces se cumple esa ley que acabamos de exponer. Ley que no es matemática, que no se compone de compartimentos estancos, por lo que, sobre todo en segunda instancia, sus elementos se han de combinar, mezclar y apoyar de forma prudente, pertinente y razonable.

Hay motivaciones primarias (más bien de orden natural) y hay otras motivaciones superiores (de orden sobrenatural). Es indicio cierto de un desconocimiento de la naturaleza humana pretender comenzar por estas últimas ignorando las anteriores. En las primeras etapas del seguimiento de Cristo hay que insistir en las

concede muy pocas veces, para que sea posible una respuesta positiva por parte de quien hoy en día recibe la propuesta cristiana presentada de la forma antedicha.

2. La pastoral actual está necesitada de las motivaciones consistentes en la ponderación y puesta de relieve de la inmensidad y gravedad de males de que nos libra el seguimiento de Cristo, así como la cantidad de bienes humanos que este conlleva hasta alcanzar una notable alegría y felicidad ya en este mundo, además de la consistencia y duración de esta felicidad en contraposición a la inconsistencia y brevedad de los goces de la otra alternativa, que desembocan en la amargura, la tristeza, el vacío y el sinsentido existenciales.

La vida, que tiene como norma la satisfacción de las propias pasiones, lo que a uno le apetece y egoístamente a uno le conviene, comienza con un intenso pero breve goce seguido de una larga y más o menos desoladora melancolía, mientras que las acciones y opciones verdaderamente cristianas comienzan con el sacrificio, que suele ser breve, y son seguidas de inmediato por la alegría, una positiva satisfacción interior y un afán de noble superación. Sin complejos, hay que predicar que el ser de verdad cristiano, esto es, llevar una vida cercana a Dios y de amor al

medio del temor filial, en el cual el temor no desaparece del todo, para llegar al amor filial. Pienso que es decisivo lo siguiente: en el inicio de la creencia y seguimiento de Cristo se ha de comenzar por el temor del mal y la conveniencia del bien para llegar después al amor, puesto que no se puede construir un edificio sin cimientos o intentando la construcción por el último piso. Más exactamente: la madurez y realización de la persona es moralmente imposible comenzarla en exclusiva con la aceptación y las vivencias y puesta en práctica de los valores más elevados, que por su misma condición deben ser los últimos y más difíciles de realizarse, aunque sean los más valiosos y valorados. Y eso mismo sucede en el orden de la vida cristiana. Recordemos el principio teológico de que el orden sobrenatural respeta y asume el orden natural; la gracia se atiene a la naturaleza para después asumirla, pero no la destruye, no la elimina, no la desconoce y no la deja de tener en cuenta. Considero que es una gran deficiencia el hecho de que las motivaciones referentes a la persona en el estadio de la vida temporal (bienes que se consiguen y males que se evitan con el seguimiento de Cristo) sean prácticamente inexistentes en la pastoral actual.

Esto sería uno de los motivos o razones que explicarían el abandono masivo de la juventud (más vulnerable al respecto) de las prácticas y vida cristianas. Es casi imposible que la respuesta del joven sea positiva a la oferta de una vida cristiana entregada a Dios y al prójimo, que incluye una práctica religiosa basada en una fe adulta, y cuya remuneración es nula o aplazada hasta después de la muerte; peor todavía sería si lo principal de la propuesta se centra en la moral. Se ha de tener en cuenta que al joven se le propone entonces el abandono de muchos y gratificantes goces naturales-temporales (humanos), que acompañan a la vida disoluta y alejada de Dios. Si se prescinde de todos los componentes humanos de la misma, sin duda también queridos por Dios, la respuesta del hombre, sobre todo del joven, será ciertamente negativa. Se necesita un grado de gracia extraordinario, que Dios

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primarias, aunque sin ignorar del todo las superiores, así como en las últimas etapas de la vida cristiana hay que insistir en las motivaciones superiores sin olvidar las primarias.

CristoEntre tantas preguntas que en los

Lineamenta se hacen al plantearse el tema de la transmisión de la fe, hay una que me interesa destacar: “¿Nuestros caminos de fe tienen como objetivo solamente la adhesión intelectual a la verdad cristiana, o se proponen verdaderamente vivir experiencias reales de encuentro y de comunión, de ‘inhabitación’ en el misterio de Cristo?” (cap. segundo, nº 17). Soy partidario del encuentro personal con Cristo en todas las fases –inicial, intermedia y final– que se dan en la transmisión de la fe. Sin ese encuentro, todo puede quedar en nada, como algo superficial y pasajero.

“Pues si al poeta le plugo decir: ‘A cada cual le arrastra su propio deleite’8; no la necesidad, sino el deleite; no la obligación, sino el gusto, ¿con cuanta más razón debemos decir nosotros que es atraído a Cristo el que se deleita con la verdad, el que se recrea con la bienaventuranza, el que se complace con la justicia, el que pone sus delicias en la vida eterna, porque todo esto junto es Cristo?”9. San Agustín une aquí bienes humanos y divinos y todo lo concentra en Cristo. Y se ha de tener en cuenta que sitúa la felicidad que todos esos bienes producen en este mundo, aquí y ahora. Efectivamente, todo lo que llevamos dicho tiene su sentido en Cristo; sin Él todo se queda en una cierta área impersonal y un tanto abstracta, que tiene muy poca capacidad de convencimiento; en Él todo se hace vivo, personal y con sentido, poniendo en Él toda nuestra confianza, que es en lo que consiste, según el Obispo de Hipona, el creer en Cristo frente a solamente creer a Cristo.

El recurso a Cristo en la pastoral actual es muy frecuente, pero se dice poco que Cristo, su seguimiento, la identificación y encuentro con su persona, el entusiasmo y admiración por su bondad y belleza, nos puede regalar también bienes humano-naturales; sin duda, personales y, por supuesto, los sobrenaturales, que se sustentan en

la fe, que son causa –unos y otros– de una cierta felicidad que se da también en esta vida, en este mundo. Es, por ejemplo, la alegría –aquí y ahora– que sienten muchas personas que se han encontrado con Cristo, principalmente si antes han estado muy alejadas de Él por la trayectoria de su vida. Los Lineamenta inciden en ideas cercanas a estas: hay que “buscar las formas y los instrumentos para elaborar reflexiones sobre Dios, que sepan responder a la esperanza y las ansias de los hombres de hoy, mostrándoles cómo la novedad, que es Cristo, es, al mismo tiempo, el don que todos esperamos, al cual todo ser humano anhela como cumplimiento implícito de su búsqueda de sentido y de su sed de verdad” (cap. segundo, nº 19).

La resituación de las motivaciones de la evangelización y las paradojas de la vida cristiana

1. Los Lineamenta, en la conclusión del documento, nos dan las razones que fundamentan la alegría del cristiano: “Los hombres tienen necesidad de esperanza para poder vivir el propio presente. El contenido de esta esperanza es ‘el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo’ (Benedicto XVI, Spe salvi, 31). Por esto, la Iglesia es misionera en su íntima esencia. No podemos tener solo para nosotros las palabras de vida eterna, que se nos dan en el encuentro con Jesucristo. Esas palabras son para todos, para cada hombre. Cada persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, tiene necesidad de este anuncio” (Conclusión, nº 25).

Los Lineamenta deducen desde estas premisas la alegría con que se ha de realizar la Nueva Evangelización: “Aprendamos la dulce y reconfortante

alegría de evangelizar, aunque parezca que el anuncio sea una siembra entre lágrimas (cf. Sal 126, 6)” (Conclusión, nº 25). Y, apoyándose en Pablo VI, se termina así el documento: “Sea esta [la evangelización] la mayor alegría de nuestras vidas entregadas. Y ojalá que el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo, y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo” (Evangelii nuntiandi, 80).

Pero si el evangelizador ha de gozar, goza, de una especial alegría y de una cierta felicidad, está claro que ya antes las posee como cristiano. Pues bien, esto es lo que yo creo fundamental en la Nueva Evangelización: el anuncio de la fe y vida cristianas que, por supuesto, se ha de hacer con alegría, ha de prometer esto mismo de forma verosímil y convincente a aquellos que reciben ese anuncio, de tal manera que ellos perciban con claridad que lo que actualmente es posesión gozosa de quienes les anuncian el Evangelio, también lo será de los que reciben ese anuncio, si así lo quieren.

2. No obstante, si nos atenemos a las fuentes bíblicas, la alegría y felicidad del cristiano es cuando menos paradójica. Para ir perfilando, veamos: “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará” (Mc 8, 35; cf. Mt 10, 39; Lc 17, 33). Todo lo grande, positivo y bueno del seguimiento de

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alegría proveniente de saberse amado por Dios, así como beneficiario de la amistad y salvación en Cristo, con el que se puede vivir una gozosa y profunda historia de amor; por último, la vida cristiana intensamente vivida puede llegar incluso a dar sentido sobrenatural hasta al mismo sufrimiento, con la consiguiente disminución natural del mismo, además del mérito ante Dios que esta actitud lleva consigo. Se puede afirmar que el discípulo de Cristo, en general, goza de la mayor, más profunda y auténtica felicidad posible en este mundo.

Por eso, después de todo, se puede y se debe proponer y gritar como consigna: “Si quieres ser feliz, sé cristiano”; “vive como buen cristiano, y serás feliz”.

ConclusiónTenemos los más poderosos motivos

para ser cristianos: la felicidad posible en este mundo y la felicidad completa en el otro. Pero se ha de tener en cuenta que solo seremos cristianos auténticos si intentamos serlo, no tanto por estos motivos, sino principalmente por amor a Dios en Cristo como respuesta y correspondencia a su amor; porque Él sobradamente se lo merece. Pero advertimos que todas estas motivaciones son vividas por el ser humano no de una manera lineal y mecánica, sino de un modo como corresponde a la psicología humana, esto es, de forma dinámica e interrelacionada. Se vivencian unas u otras o juntas estas motivaciones, dependiendo de los estados de ánimo, según las circunstancias de la vida y como reacción anímica a diferentes situaciones y experiencias de la persona. En consecuencia, y como conclusión final: es importante que la pastoral tenga muy en cuenta la alegría y felicidad que conlleva, ya en este mundo, el seguimiento de Cristo, como una motivación de gran entidad que neutraliza las falsas promesas de felicidad que tantas veces apartan de Dios a nuestros contemporáneos, sobre todo a los jóvenes; y que, por eso mismo, puede ser muy efectiva para obtener una respuesta positiva por parte de aquellos a quienes se propone y ofrece, y que son los destinatarios de una Nueva Evangelización.

Está claro que el cristiano no puede gozar de una felicidad debida a la satisfacción de las pasiones, y ni siquiera de la alimentada y sostenida por los bienes de este mundo; además, está expuesto como todos los humanos a las enfermedades, contrariedades y desgracias propias de la vida humana. A pesar de todo, el discípulo de Cristo, además de librarse de cantidad de males provenientes de los grandes pecados, goza de una cierta felicidad apoyada en los bienes de nivel cualitativamente superior que están situados en el ser interior de la persona, y que afectan a la inteligencia, a la voluntad y a la totalidad de la persona. Tales son: la percepción y vivencia del sentido de la vida; la quietud de las más profundas inquietudes y la satisfacción de los más hondos y nobles deseos; la alegría que mana de la práctica del bien, sobre todo a favor de los demás; el disfrute de la auténtica libertad frente a una ominosa y dura esclavitud que conlleva el pecado; la positividad del amor, que libera de la falta del mismo y del odio, que es una de las grandes desgracias que pueden afectar al ser humano en lo más profundo de su ser; más todavía, la

Cristo se conseguirá ateniéndose a la estructura, leyes y condiciones del mismo. El texto evangélico que hemos citado nos introduce en su más profunda paradoja, que en el contexto de nuestro estudio podríamos traducir así: quien busque su propia felicidad no la encontrará, pero quien busque la felicidad de los demás, aun a costa de su gastar su vida, ese sí la encontrará. Todos los bienes que conlleva la vida cristiana –incluso la felicidad en este mundo– de que hemos hablado antes, se consiguen viviéndola de un modo auténtico, desinteresado y no egoísta10. Esto nos obliga a situar y valorar debidamente lo que hemos dicho antes sobre las motivaciones, incluso naturales, del ser cristiano. En este la motivación principal, superior, ha de ser siempre el amor. No por encontrarse una cierta felicidad en la vida cristiana se ha de buscar aquella como fin utilizando esta como medio. Esa sería la gran equivocación, porque, en ese caso, ni se obtendría la una ni la otra.

En todo caso, en la Biblia, según hemos visto, se promete una alegría y felicidad unidas al seguimiento de Cristo, incluso el ciento por uno de los bienes humanos que hayamos dejado por Él (cf. Mc 10, 30). Y el Apóstol nos dice: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4, 4).

Por eso habría que hablar de motivaciones primarias, que tienen una gran utilidad en la edificación y mantenimiento de la vida cristiana, al neutralizar las tentaciones provocadas por la desordenada posesión y goce de los bienes de este mundo, donde está la causa de la mayoría de los abandonos de la misma. Es importante entonces combatir aquellas con la presencia mental de los muchos sufrimientos de que nos libera el seguimiento de Cristo y de los muchos bienes que el mismo nos reporta. Para los momentos en que esas tentaciones juegan la baza atrayente de la felicidad, aunque sea aparente, son de gran eficacia y utilidad estas notificaciones que nos permiten saber y tener en cuenta que la verdadera felicidad, aun en este mundo, se consigue con la vida cristiana, y no con la satisfacción de las pasiones que derivan de una opción anticristiana o no cristiana.

PL

IEG

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N O T A S1. La Asamblea General del Sínodo de los

Obispos sobre la Nueva Evangelización se celebrará en Roma en octubre de 2012.

2. SAN AGUSTÍN, De cat. rud. 5, 9.

3. Cf. Ibid.

4. “¡Qué dulce fue para mí carecer de repente de las dulzuras de aquellas bagatelas, las cuales cuanto temía entonces perderlas, tanto gustaba ahora de haberlas dejado!” (SAN AGUSTÍN, Conf. 9, 1, 1).

5. “Muchos son más miserables teniendo lo que aman que si careciesen de ello. Amando cosas dañinas son desgraciados; poseyéndolas son todavía más desventurados” (SAN AGUSTÍN, En. in ps. 26, 2, 7).

6. “Todos quieren ser felices, mas no llegarán a conseguirlo sino aquellos que quieran ser justos” (SAN AGUSTÍN, En. in ps. 32, 2, 2, 15). “Amando los hombres diversas cosas, cuando a alguno le parece que posee lo que ama, se juzga feliz. Pero es verdaderamente feliz no porque tenga lo que ama, sino porque ama lo que debe ser amado” ID.: En. in ps. 26, 2, 7).

7. “Nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en ti” (SAN AGUSTÍN, Conf. 1, 1, 1).

8. VIRGILIO, Égloga, 2.

9. SAN AGUSTÍN, In Io. ev. 26, 4.

10. “Mayor felicidad hay en dar que en recibir” (Hch 20, 35).