Plaza Capital Impreso

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12 de diciembre de 2011 ESPECIAL PERIODISMO GONZO P ERIÓDICO ESPECIAL DE PRODUCCIÓN PERIODÍSTICA I Plaza Capital Daniela Rodriguez y Luisa Va- gas, que conocen el calor de un juego de Santafé y de Millonarios en la cancha. Pág. 04 Los populares tienen el costum- bre de decir que tiempo es dinero. Parece sencilla la conclusión que esto es una verdad. Ocurre que pue- de ser más verdad que imaginamos. Para descubrir de forma espe- cial la verdad, el estudiante Juan Manuel Reyes sigue a la Universi- dad Nacional de Colombia para trabajar por un día en la venta de minutos de celular. Al final, descu- brió que su tiempo vale oro, de ver- dad. Pág. 06 El alcohol sigue haciendo males El minuto, donde tiempo es dinero La práctica por los géneros pe- riodísticos en la universidad es fun- damental, hasta porque algunos géneros el estudiante ni siempre podrá trabajar, por restricción de mercado o falta de oportunidades. Entre los géneros de poca dispo- nibilidad está el Periodismo Gonzo, que camina entre el reportaje y el periodismo literario. Pero el género Gozo, creado por Hunter Thom- pson, es lo más difícil, aunque sea la esencia del labor periodístico, es decir, el profesional queda cerca, casi inmerso, en la noticia. Este especial presenta reportajes gonzo desarrolladas por los estu- diantes de la asignatura Producción Periodística I de la Universidad del Rosario. Buena lectura. Prof. Denis Porto Renó El memorial a Hunter Thompson, criador del Periodismo Gonzo. (Imagen: divulgación) El futbol provoca locuras Daniel Montes y María Victoria castillo sienten el sabor del vicio autorizado: el alcohol. Pág. 02 Cuando perder es una realidad Lorena Beltrán, Angélica Gar- cía y María Elisa Ponce experimen- tan la locura de los casinos. Pág. 08 Si, vivir y trabajar por la calles es algo posible Lina Salas y Lorena Mahecha conocen el labor por la calle. Pág. 10

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Producto de los alumnos de Producción I

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12 de diciembre de 2011

ESPECIAL PERIODISMO GONZO

P E R I Ó D I C O E S P E C I A L D E P R O D U C C I Ó N P E R I O D Í S T I C A I

Plaza Capital

Daniela Rodriguez y Luisa Va-

gas, que conocen el calor de un

juego de Santafé y de Millonarios

en la cancha.

Pág. 04

Los populares tienen el costum-

bre de decir que tiempo es dinero.

Parece sencilla la conclusión que

esto es una verdad. Ocurre que pue-

de ser más verdad que imaginamos.

Para descubrir de forma espe-

cial la verdad, el estudiante Juan

Manuel Reyes sigue a la Universi-

dad Nacional de Colombia para

trabajar por un día en la venta de

minutos de celular. Al final, descu-

brió que su tiempo vale oro, de ver-

dad.

Pág. 06

El alcohol sigue

haciendo males

El minuto, donde

tiempo es dinero

La práctica por los géneros pe-

riodísticos en la universidad es fun-

damental, hasta porque algunos

géneros el estudiante ni siempre

podrá trabajar, por restricción de

mercado o falta de oportunidades.

Entre los géneros de poca dispo-

nibilidad está el Periodismo Gonzo,

que camina entre el reportaje y el

periodismo literario. Pero el género

Gozo, creado por Hunter Thom-

pson, es lo más difícil, aunque sea

la esencia del labor periodístico, es

decir, el profesional queda cerca,

casi inmerso, en la noticia.

Este especial presenta reportajes

gonzo desarrolladas por los estu-

diantes de la asignatura Producción

Periodística I de la Universidad del

Rosario. Buena lectura.

Prof. Denis Porto Renó El memorial a Hunter Thompson, criador del Periodismo Gonzo. (Imagen: divulgación)

El futbol provoca

locuras

Daniel Montes y María Victoria

castillo sienten el sabor del vicio

autorizado: el alcohol.

Pág. 02

Cuando perder es

una realidad

Lorena Beltrán, Angélica Gar-

cía y María Elisa Ponce experimen-

tan la locura de los casinos.

Pág. 08

Si, vivir y trabajar

por la calles es

algo posible

Lina Salas y Lorena Mahecha

conocen el labor por la calle.

Pág. 10

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Los problemas invisibles de una

droga legal, el alcohol

P L A Z A C A P I T A L

A eso de las 9:30 AM empezaba

esta excursión, teníamos que encon-

trar un lugar perdido en Bogotá, al

que van aquellas personas que se

quieren curar de esa enfermedad del

alma, el Alcoholismo, puesto que

este daña tanto la salud, como la

mente. El alcoholismo es una enfer-

medad con la que se carga día a día,

que impide el desarrollo normal de

una vida, pues se contrapone el traba-

jo, la economía, la familia y los ami-

gos, encerrando a la persona en una

burbuja aislada si no se detiene a

tiempo. Este científicamente está

definido como una enfermedad cróni-

ca y habitualmente progresiva, pro-

ducida por la ingestión excesiva de

alcohol etílico, bien en forma de be-

bidas alcohólicas o como constitu-

yente de otras sustancias.

Pero antes de ir en busca del lu-

gar perdido, empezamos por averi-

guar lo necesario para entender la

situación mental del alcohólico, así

rápidamente encontramos que la

OMS define el alcoholismo como la

ingestión diaria de alcohol superior a

50 gramos en la mujer y 70 gramos

en el hombre (una copa de licor o un

combinado tiene aproximadamente

40 gramos de alcohol, un cuarto de

litro de vino 30 gramos y un cuarto

de litro de cerveza 15 gramos). Tam-

bién encontramos que el alcoholismo

parece ser producido por la combina-

ción de diversos factores fisiológicos,

psicológicos y genéticos. Se caracte-

riza por una dependencia emocional

y a veces orgánica del alcohol, y pro-

duce un daño cerebral progresivo y

finalmente la muerte.

Y es que, en Colombia existen

varios estudios estadísticos sobre la

cantidad de población relacionada a

esta enfermedad pues en los último

cinco años se ha presentado una línea

creciente entre las personas que lo

Por Daniel Montes y

Maria Victoria Castillo

Imagen: Divulgación

Page 3: Plaza Capital Impreso

P á g i n a 3 P L A Z A C A P I T A L

padecen, considerándose de esta ma-

nera un problema de salud pública

para Colombia, pues la principal ca-

racterística de la aparición de este

mal es la pasividad con la que los

colombianos aceptamos el consumo

de esta sustancia pues nueve de cada

10 personas manifiestan haber consu-

mido algún tipo de licor alguna vez

en su vida y como es un producto

aceptado socialmente y de fácil acce-

so la frecuencia es mayor en lo que

concierne al país que las otras sustan-

cias psicoactivas.

A este lugar perdido del que les

hablamos, llegamos un poco tarde,

pero llegamos, con un poco de pena e

incertidumbre por no saber lo que

nos esperaba ni siquiera tocamos la

puerta entreabierta , esperamos que

alguien que estuviera adentro nos

viera, y salió ella con sus ojos lloro-

sos, que al final dejaban ver un sufri-

miento común para cada uno de los

que estaba en la sala. Ella era Helena,

una mujer de pelo corto, estatura

mediana y contextura delgada, de

unos 50 años y menos vieja de lo que

parece, como ella lo menciono sacán-

donos una sonrisa incomoda, “Hola

en que los podemos ayudar”, nos

dice helena y nosotros al no saber

qué hacer le decimos tener un fami-

liar que padece de alcoholismo y con

una sonrisa que se le dibujo inmedia-

tamente en la cara, nos dice:

“llegaron en el momento perfecto y a

la reunión perfecta por que hoy los

que estamos acá somos familiares de

Alcohólicos y adictos”.

Sorprendidos y un poco renuentes

a entrar porque si hay algo para resal-

tar de el lugar es que no es precisa-

mente acogedor, lo podemos descri-

bir más bien como lúgubre con un sol

resplandeciente pareciese que igual

una nube negra se cerniera sobre esa

pequeña casa, después de hablar

aproximadamente 10 minutos con

Helena, nuestra acompañante nos

quita de nuestra mente cualquier ras-

go de prejuicio y entramos alegando

un sufrimiento inmenso por la situa-

ción de nuestro familiar alcohólico

envuelto desde hace 2 años por este

demonio, como ellos lo llamaron

insistentemente, usando además todo

tipo de calificativos despectivos para

referirse tanto a la sustancia como a

la enfermedad. Así por fin nos senta-

mos en la mesa redonda que se for-

maba sin mesa, solo sillas, a un lado

del salón había café y agua ,un letre-

ro más grande de lo común que decía

NO FUMAR.

Esta reunión en especial se llama

AL-ANON (Grupo de apoyo para

familiares y amigos de alcohólicos)

en la que los integrantes tienen en

común la enfermedad y el dolor, la

costumbre a una promesa nunca

cumplida, buenas intenciones olvida-

das, preocupaciones y noches en ve-

la, ese era el común de las situacio-

nes relatadas por los 8 integrantes de

ese grupo de apoyo, que además era

de principiantes que apenas se esta-

ban conociendo, apenas estaban

construyendo un nuevo espacio en su

mente que los ayudaría en un futuro,

a veces tan lejano como cercano, a no

sufrir por ese ser amado al que veían

cada vez menos y amaban cada vez

mas. La primera recomendación que

nos dieron fue “Enfrentar la vida de

la forma más serena posible, lejos del

caos” refiriéndose con caos a la vida

del afectado, para que de esta manera

se tratara de contagiar al alcohólico

de una buena actitud y de la busca de

ayuda necesaria.

Ahora siguen muchas para tomar

nota:

-No trates al Alcohólico como un

niño;

-No vigiles para saber cuánto bebe;

-No busques licor escondido;

-No derrames el licor;

-No sermonees;

-No prediques o regañes.

Era algo más o menos así, como

indicaciones y contra indicaciones, lo

único cierto es que todos recurrían a

cada una de estas cosas, porque los

espacios de curación no son espacios

para juzgar, sino para curar, o al me-

nos intentarlo. Y es que lo particular

de los espacios de curación para al-

cohólicos, lo particular de estos luga-

res perdidos, es la compresión de la

situación de las personas, es que se

detienen a escuchar a los enfermos y

a sus familias, y entonces no se juz-

ga, se ayuda y se escucha.

La locura es entonces un común

denominador en cada una de estas

personas, esta experiencia es fuerte e

impactante, cala en los huesos y en el

corazón , saber que cada día mueren

más de 10 personas en Colombia por

causa de una sustancia legal, acepta-

da y codiciada legalmente, hace que

en nuestra mentes se cierna ese pen-

samiento de desconcierto a las legis-

laciones colombianas frente a este

tipo de sustancias que le dan muy

buenas regalías al país, pero que le

quitan la vida no solo al alcohólico,

sino al resto de su familia, porque es

precisamente esto lo que se vive en

esta clase de lugares, no es el alcohó-

lico el único que se ve afectado por

su enfermedad, son las personas de-

trás de él las que con él sufren día a

día los dolores de una fuerte enfer-

medad.

Imagen: Divulgación

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Victoria del 265: pasión cardenal

P L A Z A C A P I T A L

Al caer la noche se empieza a

vislumbrar la conglomeración de un

número creciente de personas que

reflejan una edad no mayor a 30

años. La mayoría de los hombres

con pelo largo, tatuajes, sudaderas

atravesadas por tres líneas a cada

costado, gorras y en algunos casos,

gafas oscuras. En sus caras se refleja

la impaciencia por conseguir dinero

para comprar la boleta del partido en

el que se enfrentaran el Independien-

te Santa Fe y el Club Deportivo Los

Millonarios,a las 8:00 de la noche en

el Estadio Nemesio Camacho El

Campin de la ciudad de Bogotá.

De esta manera, la entrada al es-

tadio se ve impregnada de numerosas

voces pidiendo una colaboración para

poder adquirir la boleta y así disfru-

tar del clásico 265. Con la boleta en

mano, entré al estadio y empecé a

descender hasta Sur, localidad en la

que se ubican la mayoría de aficiona-

dos del equipo cardenal. A mi lado se

encontraba una joven de cabello cres-

po, estatura baja con una sudadera

Adidas, tennis, tatuajes y como es de

suponerse, una camiseta de su equi-

po. A medida de que se iban llenan-

do las tribunas de sur, se hacía cada

vez más perceptible la euforia y ale-

gría por ver al equipo que estos se-

guidores han alentado desde niños.

Saltando, gritando y entonando

los cantos de aliento a su equipo

“Sale Leon ohh ohh, sale Leon ohh

ohh”, salen los once jugadores a la

cancha. Suenan los tambores, se en-

cienden luces de color rojo que esta-

llan en el aire generando una emo-

ción y una ansiedad de ver salir triun-

fando al equipo cardenal. Me encuen-

tro en el centro de la tribuna, donde

se puede sentir con mayor intensidad

esta pasión por el fútbol, ya que allí

es donde se concentra toda la hincha-

da.

A pesar de vestir todos de rojo,

ser del mismo equipo y corear las

mismas canciones, los hinchas se

encuentran divididos en distintas

barras, alrededor de 18 grupos, cada

uno con su líder, más conocido o

llamado “el capo”, quien normalmen-

te es el encargado de coordinar a su

barra. Entre las barras más conocidas

se encuentran, la Barra 25, Galaxia

roja, Santafecito Lindo, Fortin Rojo,

Expreso Rojo, Los Cardenales, Te-

cho rojo, Saltarines, Amigos de Santa

Fe y la más importante actualmente

La Guardia Albi-Roja Sur.

Finalizando el primer tiempo, el

marcador 0 – 0, decidí dirigirme un

poco más arriba, donde se encontraba

la barra “La academia”, allí comencé

a entablar una conversación con

Juan, más conocido como “el gorila”

y con su novia Daniela, quienes me

observaban de arriba abajo, claro, yo

una desconocida para ellos, sin tatua-

jes, sudadera ni camiseta de Santa Fe.

Aun así sin darle importancia a eso,

Daniela me dijo que me hiciera a su

lado, con un acento distinto, expre-

siones distintas me narro su historia,

una acontecimiento vivido hace algu-

nos días, donde ella y su novio vivie-

ron la angustia y el temor de estar

perseguidos y amenazados de muerte

por un barrista perteneciente a su

misma barra, debido a que no le pa-

garon una plata a tiempo para realizar

el viaje a Argentina para ver el parti-

do de Santa Fe vs. Vélez de una for-

ma especial.

Por Daniela Rodriguez González y Luisa F. Vargas Ibáñez

El fútbol es una pasión sin limites. (Imagen: Luisa Vargas)

Page 5: Plaza Capital Impreso

P á g i n a 5 P L A Z A C A P I T A L

Inicio el segundo tiempo, los hin-

chas a pesar de los nervios de poder

ver derrotado a su equipo, seguían

alentándolo, algunos de ellos fuma-

ban marihuana, otros inhalaban peri-

co. Según Daniela, al hacer esto du-

rante el partido, la emoción y la eufo-

ria se elevan, “ayudando” al hincha a

alentar a su equipo de una mejor for-

ma. Suelen utilizar gafas oscuras y

bufandas para disimular su “traba”,

una persona bajo efectos de las dro-

gas, según ellos.

Faltando quince minutos para

finalizar el encuentro, el marcador

permanecía igual, al parecer habría

un empate entre estos dos equipos,

las barras de Santa Fe alentaban con

más fuerza, cantaban más fuerte,

algunos maldecían a los jugadores,

otros a los hinchas del equipo contra-

rio, pero esto no iba a hacer que el

marcador cambiara. Ya quedando

solo cinco minutos para culminar el

partido, cuando las esperanzas en la

mayoría de hinchas se encontraban

apagadas, cuando algunos iban sa-

liendo de la tribuna, apareció el ar-

quero de Santa Fe, Camilo Vargas,

quien con un cabezazo anotó un gol y

salvó al equipo.

Los gritos no se hicieron esperar,

“Goooooooooooooooooooool” grita-

ban todos los hinchas con una alegría

indescriptible, abrazos entre todos y

llantos de alegría. Todos saltando y

festejando el triunfo de Santa Fe ante

Millonarios. Finalizó el partido,

mientras los hinchas de Millonarios

callaban su derrota, las barras de In-

dependiente Santa Fe celebraban su

triunfo en el clásico 265.

La victoria en el clásico no podía

quedarse sin celebración, así que

Camilo Sánchez convocó a una

“farra” el sábado. Ese día llegamos a

eso de las 10 de la noche, había un

grupo de jóvenes alrededor de la casa

de Camilo que hacían vaca para com-

prar el trago. Igual que los días ante-

riores, usaban sudaderas entubadas

con tres líneas pronunciadas y la ca-

miseta del equipo, también había

mujeres que usaban ombligueras y

pantalones ceñidos al cuerpo. Algu-

nos de los hombres se veían activos

en demasía, otros no podían dejar de

mover las mandíbulas, otros se en-

contraban con la mirada perdida y los

ojos rojos.

A eso de las 11 todo el mundo ya

tenía en las manos licores de todo

tipo: Moscato, Galopero, Tapetuxas,

El capo, Old Jhon, Eduardo III, Tres

esquinas, (entre otros). De repente

sonó Que Calor, cumbia villera del

grupo La Rama y todos entraron a la

casa con gran motivación, pareciera

que dicha canción hubiese activado

en ellos las ganas de bailar toda la

noche y los hubiese recargado de

energía. Todos elevaban los brazos

hacia el techo agitándolos de adentro

hacia afuera y los hombres se quita-

ban la camisa para mostrar los tatua-

jes que tenían alusivos a su equipo.

Al mismo tiempo, agrupados en un

círculo, entonaban la canción y se

balanceaban de un lado al otro al son

de la cumbia villera.

Dentro de la casa, que estaba sola

porque los papás de Camilo se habían

ido de viaje, la mayoría de los hin-

chas se drogaban con amplia libertad.

Mientras bailaban, se pasaban éxtasis

y rivotril, aunque lo más común era

el perico y la marihuana. Al transcu-

rrir de la fiesta ponían tandas de rap,

en especial las canciones de Fondo

Blanco generaban más satisfacción

que las demás y por lo general, la

mayoría de las personas conocían sus

letras.

Avanza la noche y con ella el consu-

mo de alcohol y drogas. En un mo-

mento paran la música y empiezan a

saltar y a cantar:

Yo soy de santa fe del rojo bogo-

tano que es más que una pasión nun-

ca voy a dejarlo. La guardia ya llegó

con su trapo gigante que es para vos

león, es como vos de grande por eso

aún estoy en el lugar de siempre, aquí

en la lateral con toda esta gente gri-

tando sin parar que el rojo es mi ale-

gría. Por verte campeón expreso, doy

mi vida probablemente hoy corre-

mos´ a millonarios por la 53 los co-

gemos a palo y vamos cardenal con

huevos que ganamos lo piden sin

parar los capos bogotano.

Más tarde, siguen poniendo todo

tipo de música, la salsa rosa predomi-

na en toda la noche. Recuerdo que

dos niñas que estaban en frente mío y

se habían “metido” pepas de éxtasis,

se empezaron a besar y los hombres

las miraban extaseados. Mi amiga

Eliana me contó que varias parejas se

habían subido a los cuartos y otra se

había metido al baño.

En ese momento se me acercó un

hombre de gorra, altura mediana y

contextura gruesa para invitarme a

bailar. De tanto perico movía cons-

tantemente la mandíbula, me dijo que

se llamaba Arnold. Me contó que se

había metido con las drogas desde

que se le había muerto su papá y que

trabajaba en un lavadero de carros, a

esto añadió que la semana siguiente

“se iría de rebote a Fusa”, es decir, se

iba mochiliando, como acostumbra.

A eso de las 4:30, golpearon en la

casa, era un hombre de millonarios

que decía que venía en son de paz

por un chorro. El hombre que le abrió

le dijo que se fuera y aquél, le robó la

gorra y salió corriendo. Entonces

todos los hombres que estaban en la

fiesta salieron corriendo detrás y yo

considero que, si no todos, la mayo-

ría estaban armados. En ese momento

se acabó la fiesta.

Quedarse en el campin es algo especial. (Imagen: Luisa Vargas)

Page 6: Plaza Capital Impreso

Tiempo en venta

Por Juan Manuel Reyes

P á g i n a 6 P L A Z A C A P I T A L

tificar cada teléfono y su operador,

ya que todos son del mismo modelo

(Motorola C-115) y son muy fáciles

de confundir para quien no los ha

visto. Sólo destaca uno, el Tigo, cuya

carcasa es gris; los otros son negros.

Carlos me explica por qué: “cada uno

tiene un plan que se vence un día

distinto, y por eso toca ordenarlos.

Entonces, el Comcel 2 se vence el 30

y todavía está cargado de minutos,

así que hay que gastar los minutos de

ese y no del 1, que se vence también

el 30, pero ya no tiene minutos casi”.

La hora pico: 12:45

La mañana ha transcurrido en

calma hasta este momento. Hoy es

viernes 29 de noviembre, que debía

ser el día en el que se acabaran las

clases y empezaran los exámenes

finales en la Universidad. Pero debi-

do al paro estudiantil, que sólo se

levantó este lunes, el semestre durará

otras 6 semanas. Las clases se acaba-

rán el 17 de diciembre, los estudian-

tes se irán a celebrar Navidad y Año

Nuevo con sus familias, y tendrán

que volver el 10 de enero a presentar

sus exámenes. Vinasco se lamenta,

ya que está en primer semestre de

Derecho: “otra vez, a rezar la novena

acá”. Y empezamos a cantar villanci-

cos.

Al ser este el primer viernes des-

pués del paro, muchísimos estudian-

tes que se encontraban fuera de la

ciudad, en sus lugares de origen, o

que simplemente no fueron a la Uni-

versidad en las manifestaciones, se

reencuentran. A esta hora, me advier-

te Carlos, los estudiantes suelen mul-

tiplicarse a llamar los viernes, y so-

bre todo hoy, porque es la hora para

cuadrar lo que se va a hacer al salir

de clases. Y ha tardado más en adver-

tirme que en llegar 4 personas al

tiempo para pedirme minutos a

Comcel. Vinasco se aleja a comprar

algo de comer, mientras recibo mi

bautismo de fuego.

Al principio fue muy fácil cubrir

los frentes. Dos personas al tiempo,

si mucho, hablando cada una a un

lado de la banca que sirve como local

para el negocio. Pero ahora, con cin-

co clientes llamando por los equipos,

y más gente esperando por minutos,

la vigilancia se complica bastante.

Temo que me roben uno de los celu-

lares, aunque Jean Pierre, un amigo

de Carlos que está matando tiempo

hasta su clase de 3, me tranquiliza:

“eso nunca ha pasado aquí”, afirma

entre sorbos de Coca Cola. “Eso sí,

esté pendiente es de que no le hagan

la jugada de llamar 10 minutos y

decirle que no le contestaron”. Otros

vendedores usan cadenas para evitar

los robos y saber quién tiene cuál

celular; Vinasco y los demás que

atienden aquí confían en la buena fe

de los clientes.

Escucho las conversaciones de la

gente: “qué hizo en el paro” y

“¿vamos a tomar esta noche?” son las

más comunes. No es sorprendente,

siendo que muchos aprovechan para

reencontrarse, tal como lo harían

después de unas vacaciones. E inclu-

so algunos lo toman así. Jean Pierre

aprovechó el paro para avanzar en su

tesis para graduarse de ingeniero

mecánico: “si van a armar esta revo-

lución, pues mejor para mí, me die-

ron un mes para trabajar tranquilo en

mi casa sin preocuparme de las cla-

ses”. Le pregunto si de verdad traba-

jó. “¿Qué cree?” me responde con

una carcajada.

Socializando: 2:00

La hora pico es aproximadamente

la hora de almuerzo de las clases de

la Nacional: entre la una y las dos de

la tarde, hay muy pocas clases, para

permitir que la gente almuerce y des-

canse. A la 1:45, la gente deja de

llegar y tengo tiempo para dejarle a

Carlos el negocio, mientras voy a

comprar la empanada y gaseosa que

serán mi almuerzo. Así suele pasar,

me explica el grupo de amigos de

Los primeros pinitos: 11:30

“Se venden minutos”, son las

palabras que comúnmente colman

letreros de cartulina verde, amarilla y

naranja que en cada esquina o calle

bogotana, alertan a los transeúntes,

sobre una persona que ofrece su ce-

lular para que por un módico precio

se pueda establecer una comunica-

ción con alguien en cualquier parte

del país. Desde 1994, cuando un

taxista montó en su carro un telé-

fono, estos aparatos se han converti-

do en algo común y corriente, nece-

sario y casi imposible de no tener.

Ahora estoy en frente del edificio de

Matemáticas de la Universidad Na-

cional, intentando aprender el arte de

vender minutos, guiado por un vete-

rano en la labor.

Carlos Vinasco lleva como estu-

diante de la Nacional 10 años. Fue

expulsado de Veterinaria, se presentó

a Farmacia, y de allí se tuvo que

retirar porque la mujer con la que

tuvo un hijo lo demandó por la cus-

todia de este. “Yo trabajo es por mi

negrito, porque esa vieja se puede

joder”, dice. Buscando la forma de

conseguir la plata para pagar la pen-

sión por alimentos y la demanda de

custodia, un conocido le brindó una

línea de ayuda: quería montar una

venta de minutos para servir a los

27000 estudiantes de “la Nacho”, y

estaba buscando alguien para atender

el negocio. Así entró a trabajar en lo

que lleva haciendo desde el 2006:

vendiendo minutos con 6 teléfonos,

tres para vender minutos a celulares

Comcel, uno con minutos a Tigo, y

dos con líneas de Movistar, que sir-

ven “para todo operador” y para lla-

madas a fijos.

Esa es una de las primeras leccio-

nes que debo aprender. Cada celular

tiene escrito con cinta, en la carcasa

trasera, un número que permite iden-

El estudiante “Juanma” vive un día trabajando mientras escucha llamadas de los otros.

Page 7: Plaza Capital Impreso

P á g i n a 7 P L A Z A C A P I T A L

Vinasco ahí reunidos. Por eso “el

niche”, como lo llaman a Vinasco

por ser el único afrocolombiano del

grupo, y por su fanatismo por la salsa

caleña, suele llevar su almuerzo des-

de la casa, en un portacomidas.

La conversación deriva en un

tema tradicional: fútbol colombiano.

Mientras los hinchas del América y

Nacional se debaten en por qué el

otro equipo no va a clasificar, los de

Millonarios se burlan de ambos. Este

grupo de amigos, según Esteban, que

espera a que le aprueben su grado en

Ingeniería Química, se armó alrede-

dor de la venta de minutos: “acá mu-

cha gente llegó por otro amigo, que

era amigo del negro, y así se armó

esta chichonera. Véanos, somos co-

mo 20”. Muchos de ellos han tenido

sus turnos vendiendo minutos, ya sea

para reemplazar a Vinasco cuando

este tiene clases, o para hacerse unos

pesos extra.

Yo estoy callado, atendiendo a

las personas que están haciendo algu-

na que otra llamada. La gaseosa que

me tomo me cae bendita: aunque no

está haciendo sol, y de hecho una

nube negra se ve venir detrás de

Monserrate, el estar a la intemperie

deshidrata rápidamente. Me pregunto

cómo será la situación para aquellos

que están en una calle, gritando

“llamadas, llamadas” todo el día, y

que necesitan el dinero para sostener

una familia.

Mal clima: 3:15

Empiezan a caer algunas gotas.

Carlos me avisa: “quítese de ahí,

métase en el Viejo rápido, antes que

nos lavemos”, mientras sale al edifi-

cio de Ingeniería. Este edificio, dise-

ñado por Leopoldo Rother en 1938, y

parte de la Ciudad Universitaria ori-

ginal, tiene un amplio voladizo con

jardines y anchos muros que los en-

cierran, donde la gente puede sentar-

se y hay algunos vendedores de dul-

ces, pasabocas y cigarrillos. De he-

cho, Vinasco también vende dulces,

que carga en una caja de herramien-

tas, la que también sirve para guardar

los celulares y llevarlos a casa para

recargar sus baterías por la noche.

Yo recojo rápidamente celulares

en la caja, y meto las monedas en un

canguro. Para facilitar la contabilidad

y la entrega de cambio, Carlos orga-

niza las monedas en paquetes de 5

según su valor. En este momento no

importa, la lluvia ya está encima:

después tendré tiempo para organi-

zarlas. Con la lluvia fuerte, me refu-

gio en Ingeniería, acomodo rápida-

mente los celulares y espero que deje

de llover.

La lluvia es un gran enemigo de

estos negocios. Los clientes deciden

dejar de irse. Además, debido a que

la posición de estas ventas ambulan-

tes está decidida en puntos de alto

tráfico (la de Vinasco se encuentra

entre los edificios de Ingeniería viejo,

el de Ingeniería “nuevo” y el de

Ciencia y Tecnología, donado por

Luis Carlos Sarmiento Angulo en

2007), el tener que encerrarse hace

que se pierda esta clientela. Esta es

una hora prácticamente muerta.

El valor del tiempo: 6:15

Carlos Vinasco suele sentarse en

su banca y sacar los celulares a las

9:30 de la mañana, y cerrar después

de las 6. Con la puesta del sol, la

mayor parte de la universidad se va a

sus casas, y sólo quedan algunos es-

tudiantes de postgrado, docentes, y

muy pocos estudiantes de pregrado,

que no justifican mantener abierto el

local. Además, hoy viernes, Carlos se

va a beber con el grupo de amigos

que se reunió durante el almuerzo. Se

irán a un bar de salsa cerca de la Ja-

veriana, e intentarán levantar alguna

estudiante soltera de las universida-

des de Chapinero que esté celebrando

el fin del semestre. Carlos cita con

buen humor a Cerebro, de la carica-

tura de los años 90: “Lo mismo que

todos los viernes, Pinky: tratar de

conquistar peladas”, y se ríe.

Es la hora de pago. De acuerdo a

lo que habíamos hablado, Carlos me

paga lo mismo que a la gente que se

“enturna”, es decir, que hace un turno

de trabajo con él: el 20% de lo produ-

cido. Se vendieron casi $80000 hoy

en los teléfonos celulares, una cifra

notable considerando que el minuto

vale a $200, excepto a Tigo que va-

len $150. Ese es el precio acordado

por los vendedores de la Nacional,

actuando como un cartel: un precio

más barato hace que el negocio no

sea rentable, y más caro, impulsa a la

gente a salir de la Universidad espan-

tando a los clientes.

Al final me quedan $16000. El

resto es para Carlos, que debe pagar

con eso los planes de los celulares, el

arriendo del apartamento en el que

vive con su padre en La Perseveran-

cia, parte de los servicios, la cuota de

alimentación de su hijo, su semestre

y además, lo de ir a tomar. Ese es el

valor de su tiempo, sometiéndose a

sol y sereno, para poder terminar su

carrera de abogado (“en cinco años si

los paros u otra demanda dejan de

estorbar”).

Mientras salgo de la Universidad,

fría y tenuemente iluminada por faro-

les que luchan contra la noche cerra-

da que ha caído prontamente sobre la

Bogotá, pienso en el costo monetario

del tiempo: los minutos de comunica-

ción celular que conectan a dos per-

sonas; las horas que he pasado en el

sol ganando poco menos que un sala-

rio mínimo diario; los años que le

costó a Carlos matarse en la intempe-

rie para pagar los gastos de la deman-

da por custodia. Ese es el tiempo

vendido, el valor de algo sólo medido

por su costo en pesos, dólares o eu-

ros. Y este tiempo en venta, que esta-

mos gastando de una u otra forma, y

que nunca pensamos cuando vemos

el letrero de “se venden minutos”.

Imagen: Divulgación

Arte: Denis Renó

Page 8: Plaza Capital Impreso

P á g i n a 8 P L A Z A C A P I T A L

Los casinos son lugares en los

que se experimentan muchas emocio-

nes, las cuales pueden ir desde la

alegría, el desespero, hasta la rabia y

la desilusión. Estos encierran una

serie de prejuicios, pues cada persona

tiene su percepción acerca del juego,

las apuestas los sentimientos que

encierran estos coloridos lugares y

las diferentes dinámicas que los ca-

racterizan, como el alcohol, las dro-

gas y las adicciones.

En busca tener nuestra propia

definición del lugar a partir de la

experiencia, decidimos involucrarnos

directamente en una noche de casino,

de la cual nace este reportaje.

Este texto resume lo que significó

para nosotras esta nueva apuesta…

Angélica García (A): Es común

para mí ver muchos aspectos de mi

vida como un juego, intento tomar la

vida como algo no tan serio. Desde

pequeña me encantan las apuestas y

aunque muchos me dicen que aun

parezco una niña pequeña, no me

quiero alejar de esa emoción que

traen para mí.

Jamás había entrado a un casino.

No sé si por su común fama de que

llega a volver un vicio o porque ja-

más había encontrado la ocasión per-

fecta para hacerlo.

Llegué más temprano ese día al

centro comercial Atlantis Plaza, don-

de habíamos quedado de encontrar-

nos. Mientras esperaba a mis compa-

ñeras decidí tomarme un café, pensa-

ba lo interesante que es vivir nuevas

experiencias y lo más curioso, escri-

bir sobre ellas. Pensaba en todo lo

que siempre había escuchado de los

casinos y tenía un poco de miedo

pues siempre decían que no era un

muy buen ambiente. Aun así sabia

que sería un nuevo juego y decidí

empezarlo con la mejor actitud.

María Elisa Ponce de León (ME):

Entramos al casino Rock'n Jazz, ubi-

cado en la calle 82 con carrera 13, en

plena zona rosa de Bogotá. Desde

afuera se ve que es un lugar grande, y

se caracteriza por su entrada impo-

nente, con un letrero y una guitarra

gigante, adornado con luces de colo-

res. Además para llegar a la puerta

principal, se deben subir unas peque-

ñas escaleras pintadas como un

piano, lo cual deja clara su decora-

ción temática.

Antes de ingresar al lugar, tuvi-

mos que pasar por un detector de

metales, luego la requisa del portero,

la cedula, y finalmente entramos.

A pesar de que las personas que

estaban en el lugar se veían muy con-

centradas en sus juegos, sentía una

constante mirada sobre mí, que me

señalaba y revelaba mi secreto: ni

siquiera se jugar en las maquinitas,

que según pensaba, son lo más fácil.

En la decoración del lugar predo-

minan las luces y el brillo, además de

la gran cantidad de figuras decorati-

vas, espejos, marcos dorados, luces,

voces de hombres y mujeres, música,

vestimentas elegantes, meseros divi-

namente presentados, y en general un

ambiente que simula los casinos de

las vegas, que solo conozco por las

películas.

Primero está la sección de las

maquinas. En ellas hay muchas per-

sonas, pero en general parecen estar

solas, pues no levantan la mirada de

la pantalla, y a sus lados no hay nadie

que comente sus partidas, ni celebre

sus triunfos. La mayoría de los juga-

dores de esta sección, está en un pro-

medio de 35 años. La única que esca-

pa a este rango, es una señora mayor,

la cual esta arreglada de forma muy

elegante, pero solo lleva consigo una

pequeña cartera de mano, de la que

parece ir sacando sin ningún remor-

dimiento billete tras billete, para in-

troducir en la máquina.

Llegamos al pequeño hipódromo.

Una mesa grande y ovalada, con for-

ma de pista de carreras, en la que los

caballitos van tan despacio, que cues-

ta trabajo encontrar la emoción al

juego. Alrededor de ellas se encuen-

tran personas un poco más jóvenes, e

incluso un grupo de niños que por

sus caras y su cierta picardía, revelan

que es su primera vez en un casino.

Hasta ahora estábamos conocien-

do el lugar por eso no nos atrevíamos

a jugar. Llegamos a la sección en

donde se encuentran las mesas de

Black Jack y ruleta, en donde se per-

cibe un ambiente con mayor movi-

miento y diversas dinámicas. Pues

antes, en la sección de las máquinas,

las personas se encontraban tan con-

centradas en sus jugadas que el único

movimiento que hacían era el de

¡Una nueva apuesta!

Por Angélica García, Lorena Beltrán y María Elisa Ponce de León

Uno de los casinos más importantes de Bogotá. (Imagen: Denis Renó)

Page 9: Plaza Capital Impreso

P á g i n a 9 P L A Z A C A P I T A L

oprimir sus botones. En las mesas de

Black Jack Se percibe un ambiente

cargado de estrategias, miradas, sos-

pecha, riesgo y emoción. Sin embar-

go, consideramos que no es la activi-

dad propicia para iniciarnos en el

juego, pues todos parecen saber muy

bien lo que hacen, como para ser

interrumpidos por tres jóvenes que

no saben jugar.

Finalmente entramos a la sección

de la ruleta, en donde hay varias me-

sas. Detrás de cada una de ella está

ubicado un dealer, que al igual que

los meseros, sobresalen por su pre-

sentación. Además hay una gran rule-

ta que es manejada manualmente.

Llegamos a una mesa sola, en la

que el dealer nos recibió atentamen-

te, pero se decepcionó un poco al

notar que antes de jugar queríamos

una explicación de cómo hacerlo. Sin

embargo muy amablemente nos la

dio. Al acercarse más personas a la

mesa, e iniciar el juego, lo primero

que me llamó la atención fue la for-

ma en que el dealer manejaba sus

movimientos con las fichas: las orde-

naba, las partía en grupos, las revol-

vía y las entregaba, con tal facilidad,

que lo hacía parecer sencillo. El pri-

mer jugador en llegar a la mesa fue

un joven muy serio, de aproximada-

mente 25 años. Este con gran rapi-

dez, e ignorando la amabilidad de

quien lo atendía, puso en medio de la

mesa dos billetes de 50 mil pesos,

con los cuales compró sus fichas.

Llegó además un señor de aproxima-

damente 55 años, quien en un tono

más amable compró 50 mil pesos en

fichas. Y empezó la partida.

Mientras la pequeña bola blanca

rodaba por la ruleta, se empezaba a

sentir un ánimo más fuerte en los

participantes y su expresión revelaba

expectativas e impaciencia. Final-

mente la bola paró, dejando con más

perdías que ganancias a los partici-

pantes, sobre todo al joven, quien con

una expresión, ya no de seriedad sino

de mal genio, dejó la mesa y en ella

una ficha, diciéndonos antes de irse:

la ficha es suya. Después de asimilar

su extraña actitud, y de volver a girar

la ruleta, esta ficha se perdió, pues

tampoco ganamos.

De repente una mujer que llevaba

una bandeja en sus manos llena de

gaseosas, se acercó y nos dijo:

¿desean algo de tomar? De inmediato

las tres, muy agradecidas, tomamos

una bebida, tras la cual decidimos

dejar la mesa de ruleta, pues tampoco

nos animamos a jugar.

De vuelta a la sección de las ma-

quinitas, y pensando que definitiva-

mente eran nuestra única oportunidad

de jugar antes de dejar el casino, no

sentamos dispuestas a comenzar la

partida.

Lorena Beltrán (L): Al entrar tuve

la sorpresa de encontrar que las má-

quinas de moneda claudicaron, su

funcionamiento era considerado de

vieja data así que fueron remplazadas

por las de billete. El valor mínimo de

cada una era de $2.000 pesos; algo

costoso debo aceptar, teniendo en

cuenta que el dinero que llevaba para

apostar no sobrepasaba los $30.000

pesos. Existían alrededor de treinta (o

cuarenta) máquinas de estas. La ma-

yoría de personas que llegan al lugar

centran su atención en ellas; por eso

es común ver mujeres de avanzada

edad apostando su dinero en la espera

de duplicar su capital, y por qué no,

de conquistar algún joven galán que

le recuerde sus años de gloria.

Tras haber perdido 14.000 pesos,

salimos con gran desilusión del lugar.

Decidí fumar un cigarrillo para es-

pantar el frio. Recuerdo haber com-

prado una goma de mascar por el

doble del precio que se ofrece habi-

tualmente en el centro. Tomamos la

decisión de caminar a otro casino, así

que arrancamos con la esperanza de

reembolsar lo perdido.

Llegamos al centro comercial

Andino, pues allí se situaba el casino

en el que intentaríamos nuevamente

nuestro juego.

ME: Este casino era más peque-

ño. Estaba un poco solo, tal vez por

la hora, o porque está dentro de un

centro comercial. Al igual que Ro-

ck’n Jazz, su decoración se caracteri-

zaba por el brillo, sin embargo este se

diferenciaba del primero en que la

mayoría de los juegos, incluyendo la

ruleta eran electrónicos.

L: Al entrar, las máquinas traga-

monedas fueron la primera opción.

Recuerdo haber visto cuatro ancia-

nos, tres mujeres y un hombre, que

no vacilaban en invertir grandes can-

tidades de dinero. Al sentarme en una

máquina, una de las mujeres hizo que

cambiara de lugar. Según ella, la

atracción en la que me encontraba ya

estaba ocupada. Luego comprendí

que aquel era uno de esos grupos,

que además de conocer todos los

empleados del lugar y pasar horas

presionando el mismo botón, aposta-

ban grandes cantidades de dinero.

A: Decidí apostar en la ruleta, fue

como una hora de juego que en reali-

dad se pasó muy rápido, me divertía

mucho y me alegraba cada vez que

mis créditos subían. Era como sentir

algo diferente cada vez que termina-

ba de girar la ruleta. Cuando perdía

no me gustaba tanto, sentía desilu-

sión, pero lo volvía a intentar y cuan-

do ganaba, la misma alegría me hacía

volverlo a intentar. Era raro y llegue

a pensar que eso era lo que sentían

los jugadores, cuando se enviciaban

con el juego, ya que fue una mezcla

de sentimientos muy interesante.

Cuando salimos del casino, cami-

nando hacia mi casa, pensaba como

en mi vida siempre le he apostado a

lo que quiero, a lo que siento que es

lo correcto y en muchos casos a lo

que no es tan correcto, pero aun así

siempre apuesto, creo que perder es

parte del juego y no jugar es dejar de

vivir. Así que esta vez haría mi

apuesta.

Recordé que una vez en un cruce-

ro que hice con mi familia, jugué

maquinitas me divertí mucho, enton-

ces mi primera apuesta fue a las ma-

quinitas, ya que al menos sabia como

se jugaban, pero bueno no siempre en

el primer intento se logra el objetivo,

muchas veces hay que perder, apren-

der, para poder ganar. Y eso me ocu-

rrió una vez más en esta experiencia.

Al terminar todo, recuperar mi inver-

sión y salir ganadora, volví a pensar

en el juego y en mi vida y descubrí

que la vida es como un casino donde

tú decides a que le apuestas, todo

tiene sus riesgos, pero sin riesgo no

hay ganancia y aun cuando pierdes,

tu lección supera la inversión.

Page 10: Plaza Capital Impreso

P á g i n a 1 0 P L A Z A C A P I T A L

incursión hacia la cuenteria pero no

perdemos nada con intentarlo, habla-

mos con Julián un cuentero de esos

todos hippies que emanan un aspecto

de juventud y de rebeldía. Nos cuenta

un poco de lo que hace en su vida y

nos dice que si queremos aprender

debemos dejar la pena, nos dimos

cuenta que fracasaríamos, es difícil

pretender aprender un oficio en una

noche, cuando alguien lo ha hecho

toda una vida.

Esa noche acompañamos Julián

en su repertorio de historias fantásti-

cas de realidad y ficción, satisfacer al

público es el mayor reto de cualquier

artista y no hacerlo es una sentencia

a muerte. Desistimos al darnos cuen-

ta que no es oficio fácil y que vivir

de la palabra que es un don que no

todos tenemos.

Al día siguiente decidimos expe-

rimentar como era la vida de un hip-

pie que tiene por oficio realizar teji-

dos con alambre dulce, esperamos

pacientemente a que sea de noche y

así el chorro se convierta de nuevo

en el lugar de locura y magia en el

que la luna lo transforma.

A nuestra espalda, Juaco se en-

carga de venderles a los clientes que

esporádicamente aparecen y Catalina

teje un intrincado diseño de flores

para los aretes que le fueron encarga-

dos. En la tienda todo transcurre al

ritmo del reggae que viene del equipo

de sonido y la historia que poco a

poco se entreteje sobre el pasado de

aquellas personas es difuminada por

el sabor del mate y el olor del incien-

so que se quema al fondo.

Poco a poco nos envuelve el dis-

curso de Dari en el que nos cuenta

que no llevan mucho tiempo en el

país. Juaco y Drew eran tan solo tu-

ristas que venían mochileando de

Chile para conocer la ciudad. Ahora

son una parte esencial del rompeca-

bezas del chorro. Se enamoraron de

la ciudad del país y ahora, mientras

que Juaco es DJ en uno de los bares

de la Candelaria y dirige congresos

indígenas en el Valle del Cauca,

Drew se dedica a recorrer el país

como siempre, caminando y con tan

solo una mochila al hombro.

Hemos pasado tanto tiempo en

aquella tienda, dejándonos enseñar y

tejiendo nuestras propias historias

que la misma parsimonia que hace

parte del lugar nos envuelve como si

hiciéramos parte del paisaje. Salimos

a buscar a los malabaristas, los ven-

dedores sin tienda, los consumidores

y vendedores de marihuana y chicha

que abundan en el lugar y en vez de

eso nos encontramos con una nueva

sorpresa.

Un doblador de alambre se acerca

a ver si queremos comprar sus pro-

ductos, y en vez de eso le propone-

mos que nos enseñe, que nos deje

doblar con él y tal vez ayudarle a

vender. Su nombre es Jorge Luis y

llegó a Bogotá por séptima vez mo-

chileando desde el norte de Perú.

Vendiendo figuras en alambre y ha-

ciendo malabares ha recorrido más

de 25 países, es antropólogo y nóma-

da y pasa su tiempo en la ciudad re-

corriendo la Candelaria y la Univer-

sidad Nacional.

Nos sentamos en uno de los rin-

cones a ver a los miembros del Circo

practicar en la calle y a decenas de

personas volar entre humo, café y

tambores. Pacientemente aprendemos

a doblar el alambre, construimos

intrincadas formas con el maleable

metal, ocasionalmente vemos como

Jorge Luis vende algunas figuras y

nos dedicamos a esperar a la noche.

El mejor momento llega cuando

momentáneamente ayudamos al cir-

co, les alcanzamos algún pino que se

les cae o les prestamos fuego para

encender sus porros. La tarde alcanza

el brillo de la noche a medida que el

maquillaje, los colores y el fuego se

adueñan de los miembros del circo y

el público se prepara para ver el

show de malabares, las historias de

los cuenteros y los recitales de los

músicos allegados al lugar.

Es viernes, el clima está frío,

los transeúntes en las calles del cho-

rro miran detenidamente al grupo de

artistas callejeros que se preparan

para ensayar sus números, alrededor

de la fuente hay varios hippies ven-

diendo manillas y todo tipo de arte-

sanía. Parece que va a llover y eso les

preocupa, la lluvia siempre ahuyenta

a los compradores. Hay algunos que

se ganan la vida forma particular,

mientras algunos viven de forma

monótona trabajando en una oficina

para alguna empresa, hay quienes

tienen por oficina la calle.

Caminamos por el chorro durante

algunos minutos, nos damos cuenta

que los restaurantes empiezan a lle-

narse, al igual que las calles y el ca-

minito de piedra que llega hasta la

fuente principal, queremos quemar

tiempo mientras comienza la función

de los cuenteros, que cada viernes

intentan alegrarle la noche a quien

esté dispuesto a escuchar historias,

cuentos y relatos de otra dimensión.

La vida nocturna en las calle del

chorro está llena de vida, de olores

de sensaciones, los transeúntes de

estas calles sabemos que están llenas

de historia, de misticismo, de algo

que no sabemos describir porque

simplemente no hay palabras que le

hagan justicia a todo lo que hay en

estas calles. Caminamos de nuevo

hacia la fuente, el punto de encuentro

de todos los que queremos disfrutar

de una noche llena de arte, música y

cultura.

Queremos saber que se siente ser

alguien que vive de la habilidad de

hacer artesanías y de contar historias.

El don de la cuenteria es algo que no

se aprende en una noche, es algo que

requiere capacidades histriónicas que

necesita actitud, porque salir a la

calle a contar historias no es algo

fácil.

Tal vez fracasemos en nuestra

El oficio de la calle

Por Lina Salas y Lorena Mahecha

¿Como es vivir de sus habilidades? Descubrimos.