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3 lo atravesaban a todo lo largo -hasta cinco conta- ron-eran sus luces, que, como era de día se encon- traban apagadas. Mientras hacían estas disquisicio- nes sobre su forma y tamaño, inesperadamente, aquella cosa se hundió, dejando a los observado- res patidifusos. -Lo mismo puede ser que por esta zona haya en el fondo marino una base extraterrestre- dijo Esteban misterioso. -O una ciudad- dijo Fede poniéndole más énfasis al hilo argumental de su amigo. -¡Osti, qué miedo si fuera verdad!- exclamó Sergio. Los tres se miraron estremecidos. -¿Nos vamos ya a merendar?- propuso Fede que- riendo no aparentar miedo. -Sí. Vámonos - dijo Esteban, que era el mayor de los tres. Y con la convicción de que en el fondo marino había extraterrestres, se fueron a merendar al Platillos Volantes que se Sumergen 2 ¿Qué era aquello que estaban viendo? Ninguno lo sabía a ciencia cierta. Pero la creencia más fuerte entre ellos era que podía tratarse de un platillo volante posado en el mar. Aunque jamás habían visto uno, salvo en las películas y en los tebeos, ni se podían imaginar, que pudieran tener una textura como de cuero negro azulado. No les faltaban razones para creer que su natura- leza era extraterrestre. Uno decía, atinadamente, que tenía casi dos metros de envergadura, otro que más, y el tercero que las líneas de puntos que Pervivencia, Cuentos de Fauna Amenazada

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lo atravesaban a todo lo largo -hasta cinco conta-ron-eran sus luces, que, como era de día se encon-traban apagadas. Mientras hacían estas disquisicio-nes sobre su forma y tamaño, inesperadamente,aquella cosa se hundió, dejando a los observado-res patidifusos.

-Lo mismo puede ser que por esta zona haya enel fondo marino una base extraterrestre- dijoEsteban misterioso.

-O una ciudad- dijo Fede poniéndole más énfasisal hilo argumental de su amigo.

-¡Osti, qué miedo si fuera verdad!- exclamó Sergio.

Los tres se miraron estremecidos.

-¿Nos vamos ya a merendar?- propuso Fede que-riendo no aparentar miedo.

-Sí. Vámonos - dijo Esteban, que era el mayor delos tres.

Y con la convicción de que en el fondo marinohabía extraterrestres, se fueron a merendar al

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¿Qué era aquello que estaban viendo? Ninguno losabía a ciencia cierta. Pero la creencia más fuerteentre ellos era que podía tratarse de un platillovolante posado en el mar. Aunque jamás habíanvisto uno, salvo en las películas y en los tebeos,ni se podían imaginar, que pudieran tener unatextura como de cuero negro azulado.

No les faltaban razones para creer que su natura-leza era extraterrestre. Uno decía, atinadamente,que tenía casi dos metros de envergadura, otroque más, y el tercero que las líneas de puntos que

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Sin embargo, sí aparecieron muchas dudas ¿Quéera realmente lo que habían visto? ¿Acaso habíasido un espejismo marino?

Con estas interrogantes volvieron a la rutina vera-niega. Pero, días después, el destino les tenía guar-dada una magnífica sorpresa.

Sergio, Esteban y Fede se disponían a pasárselobien en la playa con el juguete de moda, de eseverano. De repente, mientras sus amigos se lotiraban, Sergio, que iba unos pasos más adelan-tado, se paró en seco mirando hacia el mar comopetrificado.

-¡Toma, cógelo!-exclamó Fede lanzándole el arti-lugio.

El objeto cayó en la arena, pues Sergio no seinmutó. Sus amigos se extrañaron.

-¿Qué te pasa, quillo? ¿Te has puesto malo?- lepreguntó Esteban al verlo tan pálido.

-No... pero mirad lo que hay en la orilla- respon-dió Sergio tartamudeando.

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chiringuito, y durante la merienda contaron en lareunión familiar lo que creían haber visto.

-Estos niños beben demasiada cocacola. La cafe-ína y el sol los están trastornando-dijo el padre deEsteban después de haber oído la insólita historia.

Al día siguiente, nada más verse, volvieron ahablar del suceso y se fueron al lugar del avista-miento: un farallón situado en el acantilado deBarbate. Allí estuvieron largo rato a la expectati-va de que la visión se repitiera, y así confirmartodas las conjeturas del día anterior sobre elcarácter extraterrestre de lo que vieron. Mientrasesperaban impacientes, charlaban sobre los plati-llos volantes y el aspecto que podrían tener "losmarcianos", cada vez más convencidos, de que lanueva aparición sideral iba a surgir del mar salien-do como disparada hacia el cielo. Pero este deseono se cumplió. Ni tampoco que el supuesto plati-llo volante apareciera posándose en las aguasoceánicas.

A los tres días de aquel acontecimiento, dejarondesilusionados el puesto de observación, puesnada de lo que esperaban volvió a aparecer.

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-Es el platillo volante que vimos el otro día en elmar.

Al oírle esta afirmación, sus dos amigos se para-ron de golpe, y se agruparon con Sergio, mirán-dose un instante sin articular palabra. Después,como sin querer, Fede llegó a decir.

-Vámonos de aquí corriendo-. Y los demás lehicieron caso inmediatamente. Pero al instanteEsteban reaccionó, parándose en seco.

-¡Un momento! ¡Esperad! -exclamó.

-¿Qué quieres ahora, quillo? Vámonos de aquízumbando- insistió Fede.

-¿Por qué no volvemos para ver el platillo volantemás cerca?- propuso Esteban osadamente.

Nos pueden coger y llevarnos a su planeta.., o alfondo marino... ¡Venga, vámonos!- dijo Sergiomusitando y cada vez más nervioso.

-¿Pero no os dais cuenta que si han venido en eseplatillo volante es que son pequeñitos?- dijoEsteban para convencer a sus amigos.

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-¿El qué?- preguntó Fede-. Sólo veo tres barqui-tas en la orilla.

-No. La de en medio no es una barca- aseguróSergio.

-Sí lo es. Lo que pasa es que tiene echado enci-ma un toldo oscuro- afirmó Esteban-. Venga,vamos a jugar-. Y Fede y él continuaron con eljuego, encaminándose hacia la orilla. Pero nohabían dado más de cuatro pasos cuando Sergioles dijo:

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cuenta, de que en realidad, era un extraordinarioser marino. El animal levantó la cabeza haciendoun ruido ronco y quejumbroso, y entonces, viócomo parte de una bolsa de plástico le sobresalíapor la boca. Impresionado, creyó aún que estabaante un ser extraterrestre; y dio un respingo haciaatrás. Pero al instante recapacitó, e hizo unaobservación más realista.

-"¡Es una tortuga!" "¡Una tortuga gigante!", sedijo-. ¡Sergio, Fede! ¡Venid! ¡Es una tortugagigante!- gritó Esteban-. Y los dos amigos secolocaron a su lado, despacio y precavidos.

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-¿Y qué, si son pequeñitos? ¿Y si tienen grandespoderes y pistolas para desintegrarnos?

-¿Cómo nos vamos a defender? ¿Escupiéndoles?-argumentó Fede.

-¡Anda ya! Además, si parece que el platillo volan-te está vacío.

-¿Sí? ¿Y tú cómo lo sabes, listo?- volvió a la cargaFede. Esteban no respondió. Durante un momen-to se quedaron callados. Después, sin decir pala-bra, Esteban empezó a caminar hacia la orilla, ySergio y Fede lo miraron boquiabiertos. Contemor y zozobra Sergio comenzó a llamarlo.

-Esteban... Quillo... Vente "p'acá."

Pero Esteban siguió andando; y sus compañerospensaron que había sido abducido por los extra-terrestres. Entonces se pusieron a seguirlo a cier-ta distancia y con cautela.

Al encontrarse a sólo tres metros de aquella cosa,Esteban empezó a dudar de que se tratara de unplatillo volante; pero tampoco se había dado

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traban en el Mediterráneo porque les gustanespecialmente las medusas(su alimento favorito)de este mar. Pero los viejos y sabios pescadoresdel sureste de la Península Ibérica tienen desdeantaño otra teoría. Ellos dicen que vienen paraescuchar el mismo lenguaje que oyen en las pla-yas de América Latina, a sus colegas los pescado-res de allí.

En aquellas playas lejanas se repite desde tiem-pos inmemoriales, su ciclo vital de supervivencia;pues nacen surgiendo de la arena e inician unacarrera hacia el mar, llena de peligros, ya que sonatacadas por los depredadores.

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-Y vosotros decíais que era un platillo volante-reprochó Esteban.

-Yo no. Ese era el Sergio, que tiene mucha fanta-sía.

-¿Yo? ¡Si fue él-refiriéndose a Esteban-el primeroque dijo que era cosa de extraterrestres!- protes-tó Sergio.

Esta tortuga gigante que estaba en un gran aprie-to se llamaba Kurma, y pertenecía a la especiedenominada tortuga laúd; la tortuga más grandeque existe en el planeta. Un ser viajero que cono-cía todos los mares del mundo, desde el Árticohasta las aguas tropicales de Australia, y al queen su larga vida y en sus muchos viajes le encan-taba visitar el Mediterráneo; "El Mare Nóstrum",como lo llamaban antiguamente los romanos, y lodefinen muchos de los pueblos y etnias que habi-tan sus costas.

Las visitas, que Kurma y los de su especie hacíana este mar, seguían siendo un misterio para losbiólogos marinos. Algunos de ellos sostenían queKurma y su familia, los Dermoquélidos, se aden-

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Cuando se comió la segunda, se dio cuenta quelo que se había tragado no era el rico manjar quehabía pensado y comenzó a sentirse mal, puescomo era lógico no había manera de digerirlas.

Esta vez, hizo lo mismo que cuando se quedóciega, y se sumergió en aguas más profundaspara aliviar sus males; pero el efecto fue el con-trario y salió a la superficie para intentar mejorarde su ahogo. Enferma, Kurma tomó la decisión devolver al Atlántico. Si tenía que morir, quería estarlo más cerca de la playa donde naciera, allá enMéjico.

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Y cuando son adultas y fértiles, vuelven paraponer sus huevos, haciendo en la arena con suspatas, un agujero de ochenta centímetros de pro-fundidad, que después cubren para proteger lapuesta.

Sin embargo, esta vez en su travesía por el marMediterráneo, a Kurma le ocurrió un hecho inde-seable y espantoso. Peor que aquél que le suce-dió cuando se quedó ciega durante largo tiempo,por culpa de la contaminación de las aguas mari-nas cercanas a una plataforma petrolífera.Ceguera de la que pudo sanarse gracias a las pro-piedades curativas de las profundas y purasaguas oceánicas, y a su magnífica capacidad parasumergirse en ellas.

Kurma se encontraba junto a la costa malagueña,muy cerca de la ampulosa ciudad turística deMarbella, cuando creyó ver un montón de hermo-sas y exquisitas medusas, y entonces quiso darseun banquete. Fue una decisión siniestra; puesaquellas "hermosas medusas" resultaron ser enrealidad una cantidad enorme de bolsas de plás-tico que flotaban a la deriva, igual que esos rarosseres marinos.

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todas las precauciones del mundo por si el animalle pudiera atacar, empezó a tirar de la bolsa conlos dedos, retirando la mano al instante para evi-tar un posible mordisco.

Sorprendidos, sus amigos admiraron la valentíade Esteban, que en uno de esos tirones, logrósacarle un poco la bolsa maldita; lo que provocóque también ellos se armaran de valor y quisieranayudar a la tortuga gigante.

Fueron a acercarse más, pero entonces Kurmahizo otra vez su ronquido y se movió casi unmetro, creando el pánico entre los niños, que seescondieron detrás de una barca.

-Vámonos de aquí, que nos va a atacar-dijo teme-roso Fede-. Será mejor que se lo digamos a lapolicía local.

Pero Esteban no hizo caso y volvió a acercarsedespacio a la criatura marina, y vio que ésta noexpresaba ira en sus ojos, sino que le salía de susojos un líquido viscoso, que él supuso que eranlágrimas de agradecimiento. (Al menos así locreyó Esteban.)

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Las fuertes corrientes del Estrecho de Gibraltar ysu estado de salud no le permitieron llegar dema-siado lejos, y se dejo llevar por el oleaje hastaalcanzar una playa del pueblo de Barbate, muycerca del acantilado del Parque Natural de laBreña.

Y fue aquí donde la encontraron los niños, quedespués de un rato junto a ella no salían de suasombro.

-Creo que está enferma. La bolsa de plástico quetiene en la boca no la deja respirar- dijo Sergioacertadamente.

-Qué pena. Se va a morir-se lamentó Fede.

-¿Qué podemos hacer por ella?- preguntóEsteban. Sergio y Fede no respondieron. Kurmavolvió a mover la cabeza hacia arriba con la bolsaatascada en la boca como queriendo buscar elaire que le faltaba; su rostro expresaba desespe-ración.

De repente, en un reflejo de osadía, Esteban seacercó a la tortuga laúd y despacio, tomándose

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co, dándole ánimo a la tortuga que parecía cola-borar.

La zona de playa en la que se encontraban noera de las más concurridas, puesto que teníadifícil acceso para los coches; no obstante, cadavez se fueron agrupando más curiosos, que sequedaban asombrados con el enorme animal. Laconcentración formaba cierta escandalera, queel veterinario quiso evitar pidiendo silencio, parapoder concentrarse en la operación que estabarealizando.

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-Tengo que seguir ayudándola- dijo-. Y volvió atirar de la asfixiante bolsa de plástico, esta vezcon más confianza consiguiendo sacársela unpoquito más, mientras sus amigos seguían expec-tantes la acción, detrás de la barca.

-Chico, déjame a mí, que soy veterinario-escucha-ron decir detrás de ellos. Ninguno se había perca-tado de la proximidad de aquel hombre. Éste,observó a Kurma y dijo: -Se morirá si no le quita-mos la bolsa pronto. Voy a mi coche a por mis ins-trumentos. No hagas nada; sólo procura que estétranquila. Ahora vuelvo. Y no os preocupéis, estacriatura no es peligrosa. Me vais a ayudar a sal-varla ¿verdad?-

-Sí... Sí... Claro... dijeron emocionados.

El veterinario tardó poco tiempo en volver con unmaletín.

-No se ha movido. Bien; eso está bien-dijo sacan-do unos instrumentos muy raros.

Y poco a poco, y con los niños como ayudantes,le fue sacando minuciosamente la bolsa de plásti-

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La expectación era total, y ahora todos los allíreunidos se conjuraron para que la operaciónsaliese bien, mandándose callar unos a otros pararespetar al máximo el trabajo del veterinario, quedemostraba otra vez su pericia. Pero la tortugaparecía sentir más esta intervención que la ante-rior, y el sanador especialista pidió ayuda a losbañistas para que la buena de Kurma permane-ciera inmóvil.

-¡Bieeen!-exclamaron todos al unísono cuando elveterinario enseñó, agarrada por unas pinzas, lasegunda bolsa. Algunos abrazaron al doctor deanimales colmándolo de halagos; incluso uno deellos, al darle el abrazo, le dijo-:

-Eres un mago-. A lo que, el ya famoso veterina-rio respondió con ironía: -Me ha descubiertousted, amigo; pero no he terminado-. Y cogió desu maletín una especie de tubo negro, largo yelástico, conectado a un aparato electrónico, ycon habilidad se lo metió por la boca a la tortuga.Miró lo que el aparato le indicaba, y dijo.

-Perfecto. La sonda me indica que no tiene másplástico en su estómago.

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-Si quieren ustedes ayudar, tráiganme algunas toa-llas húmedas para que la tortuga no se deshidrate-pidió el especialista. Rápidamente trajeron variastoallas mojadas y se las echaron encima a Kurma.

Por fin se la sacó, y todos los allí presentes aplau-dieron entusiasmados.

-Un momento; que aún no podemos cantar victo-ria- dijo el veterinario en tono inquietante.

(Recuerda lector, que Kurma se tragó dos bolsas,y la segunda le aparecía en la boca como una len-gua blanca burlona).

-Umh, ésta va a resultar más complicada - selamentó-; pero tenemos suerte de que le sobre-salga un poco.

Lo que había pasado para suerte de nuestra tortugalaúd, era que en su afán por digerirlas, sus podero-sos músculos del estómago habían provocado quelas bolsas se enredasen en el mismo, y cuando elveterinario le sacó la primera, tiró también de lasegunda, que se quedó como ya se ha dicho.

-Vamos a intentarlo-dijo con determinación.

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-No se ha escapado; se ha ido a su casa-rectificóel discípulo de Hipócrates.

-Este señor ha sido el que la ha curado- dijo otrohombre. Las autoridades le dieron la mano, con-trariados por la "fuga" de la tortuga.

Durante un tiempo no se habló de otra cosa en elpueblo de Barbate. Pero como no hubo constan-cia gráfica ni televisiva del acontecimiento, habíaquiénes decían que todo era un bulo.

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Ahora tenemos que avisar a las autoridades paraque cuiden de este animal hasta que se repongay sea devuelto al mar.

Pero Kurma, aliviada y con fuerza, desbarató esosplanes. Pues al rato comenzó a caminar hacia elmar, y no hubo quién pudiera pararla. Inclusohubo gente que agarrado a ella, se metió en elagua y se llevó más de una ahogadilla.

El veterinario temiendo por sus vidas y sabiendoque la tortuga laúd se encontraba bien, ordenó:-Déjenla-. Y la tortuga se perdió de vista al pocotiempo.

Un coche de la policía local de Barbate aparecióen la lejanía, y dos policías y dos personas de pai-sano se acercaron al tumulto y preguntaron por latortuga gigante. Las primeras palabras que lasautoridades oyeron fueron de Sergio diciéndoles,que él y sus amigos habían sido los descubridoresde la tortuga laúd.

Después, uno de los hombres que habían ayuda-do al veterinario, les dijo que la tortuga se habíaescapado hacia el mar.

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Sí. Hay mucha y variada vida extra-terrestre quetenemos que proteger.

¿Dónde?

Marinero en tierra. Pon tu granito de arena.

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FIN

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Muchos de los veraneantes iban a la playa dondehabía varado Kurma, y a los acantilados, para versi por aquella zona marina aparecían otras tortu-gas laúdes, cosa que no se produjo más aquelverano.

Esteban, Sergio y Fede, contaron casi a diario atodos aquellos que les preguntaban, la historiaque les había sucedido con la legendaria tortuga,lo que provocó que les asignaran un alias, llamán-dolos: "Los Salvaores de Tortugas". Sobrenombreque no les hacía mucha gracia, pues pensabanque se lo decían con cachondeo.

Sin embargo ellos se sentían orgullosos de haberayudado a salvar a la tortuga laúd.

Pasaron quince días, y en Barbate prácticamentese dejó de hablar de los acontecimientos protago-nizados por los niños, y de aquel excelente vete-rinario del que no se volvió a saber.

No obstante, en las mentes de los niños seguíapersistiendo la idea de que habían tenido unencuentro con vida extraterrestre. Y en verdadque no se equivocaban, porque...

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