Plantar un árbol

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Estimado Carlos: Aunque estos días estemos abrumados por el peso de las informaciones que nos llegan sobre la endeble calidad moral de los sujetos que nos gobiernan, hoy me ha dado por reflexionar sobre el paso del tiempo. La fotografía es un medio excepcional para constatar los cambios que ocasionan nuestros sucesivos giros planetarios, como pudimos comprobar en esta sección al ver documentada la disminución de los glaciares en el Pirineo central. El tiempo no solo modela los glaciares, sino que nos va modelando a todos nosotros. Parece que no cambiamos, que nada cambia con el discurrir de los otoños. Todas las mañanas, cuando nos peinamos frente al espejo, comprobamos que somos los mismos del día anterior. Pero no es verdad y la fotografía es uno de los medios para demostrarlo. Es cierto que los cambios diarios son imperceptibles y que únicamente cuando vemos fotografías de hace muchos años, nos damos cuenta del cambio que hemos ido experimentando ( y casi siempre a peor). Los que disponemos de un archivo en el que hemos ido atesorando imágenes desde hace muchos años somos gente peligrosa, porque a veces sacamos a relucir instantáneas de otros tiempos que llegan a herir ciertas sensibilidades. A veces hay facetas que ya pasaron, que deseamos olvidar, y que los documentos gráficos, implacables, nos las recuerdan. Otras veces, las más, vemos con nostalgia los cambios operados y lo hacemos con cierto regusto de haber superado con éxito esa dura prueba de la supervivencia. Y nos volvemos a sorprender de nuestra apariencia, de los vestidos, los tocados, el pelo que teníamos, o los kilos gloriosos que hemos ido acumulando. Esa faceta que destapamos hace poco en esta sección comentando el valor histórico de la fotografía, tiene en lo cotidiano un destacado protagonismo.

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la fiesta del árbol en Portugalete

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Page 1: Plantar un árbol

Estimado Carlos: Aunque estos días estemos

abrumados por el peso de las informaciones

que nos llegan sobre la endeble calidad moral

de los sujetos que nos gobiernan, hoy me ha

dado por reflexionar sobre el paso del tiempo.

La fotografía es un medio excepcional para

constatar los cambios que ocasionan nuestros

sucesivos giros planetarios, como pudimos

comprobar en esta sección al ver documentada

la disminución de los glaciares en el Pirineo central.

El tiempo no solo modela los glaciares, sino que

nos va modelando a todos nosotros.

Parece que no cambiamos, que nada cambia con

el discurrir de los otoños. Todas las mañanas,

cuando nos peinamos frente al espejo, comprobamos que somos los mismos del día

anterior. Pero no es verdad y la fotografía es

uno de los medios para demostrarlo. Es cierto

que los cambios diarios son imperceptibles y que

únicamente cuando vemos fotografías de hace

muchos años, nos damos cuenta del cambio que

hemos ido experimentando ( y casi siempre a

peor).

Los que disponemos de un archivo en el que

hemos ido atesorando imágenes desde hace

muchos años somos gente peligrosa, porque a

veces sacamos a relucir instantáneas de otros

tiempos que llegan a herir ciertas

sensibilidades. A veces hay facetas que ya

pasaron, que deseamos olvidar, y que los

documentos gráficos, implacables, nos las

recuerdan. Otras veces, las más, vemos

con nostalgia los cambios operados y lo

hacemos con cierto regusto de haber

superado con éxito esa dura prueba de

la supervivencia.

Y nos volvemos a sorprender de nuestra

apariencia, de los vestidos, los tocados,

el pelo que teníamos, o los kilos gloriosos

que hemos ido acumulando.

Esa faceta que destapamos hace poco

en esta sección comentando el valor

histórico de la fotografía, tiene en lo cotidiano un destacado protagonismo.

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Hay miles de cosas que vamos olvidando

en el día a día y que la fotografía se

encarga de recordar. Estos evocadores

recuerdos que nos remiten a épocas ya

superadas, como las "Pequeñas cosas" de la

inolvidable canción de Serrat, nos acechan

desde los viejos álbumes donde dormitan.

Pero tienen una segunda función, además

de la evocación. Sirven para constatar que

en la vida, todos nuestros actos, incluso los

más pueriles, tienen una trascendencia que

solo el paso de los años pone de manifiesto.

Verás Carlos, en la fotografía contigua se nos ve

sonrientes en la fiesta del árbol, donde acabamos

de plantar un modesto ciprés.

Era nada menos que el 10 de octubre de 1976.

Hace poco la descubrí en mi archivo y me

pregunté qué habría sido de nuestra modesta

contribución a la repoblación forestal.

No pienses que me acordaba muy bien de la

zona de plantación, pero por el edificio que

había detrás deduje el portugalujo rincón y

una soleada mañana me fui de Sherlock Holmes.

Tras una corta indagación tuve la emoción de

reencontrarme con él. La zona, que antes estaba

en el extrarradio, se ha convertido ahora en un

parque rodeado de urbanizaciones.

Nuestro esqueje es ya un ejemplar adulto que

abanica el aire con sus ramas. No llama la atención

por su porte mayestático precisamente, pero ante mis ojos tiene un valor especial. Si lo

piensas es un ser vivo a quien ayudamos a desarrollarse. Por mi parte fue un hallazgo

emotivo y conmovedor e incluso por un momento llegué a pensar que se alegró al verme.

Naturalmente la segunda parte es muy fácil de deducir. No sólo él ha cambiado, los

padres de la criatura también lo han hecho. Servidor, treinta y seis años más tarde,

está ya en fase otoñal y la verdad, no soporta el viento del norte tan bien como

entonces.

El encuentro con nuestro árbol me ha traído a la memoria otra de esas acciones

insospechadas que tienen consecuencias. Lo que comentábamos, Carlos, al comienzo,

sobre la trascendencia de nuestros actos, incluso de los más inocentes.

Te voy a contar que por aquellos mismos años, los setenta del pasado siglo, un día que

te visitaba, pasadas ya las navidades, encontré a tu hijo Errapel que lloraba con gran

tristeza.

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Yo le pregunté la causa y el niño, entre hipos, me habló de su bello árbol de Navidad,

que pasadas las fiestas se estaba muriendo. Se ve que le había tomado cariño y no podía

soportar la pérdida de aquel amigo verde que regaba de agujas el parquet.

Le tranquilicé como pude y le dije que no

se preocupara, que yo iba a replantarle y

que el tiempo y mis cuidados lo harían

revivir. Y así ha sido. Me lo llevé mientras

Errapel me despedía con la esperanza

retratada en su mirada y hoy levanta sus

más de quince metros en el borde de mi

huerto sin saber que le debe la vida a la

sensibilidad de un niño, que posiblemente

ya no recuerde nada de esta vieja historia.

Así discurre el tiempo. El hombre es un

ser contingente al que los hechos de la

vida le marcan y le condicionan. Todo lo

que hacemos tiene repercusiones, nos

demos cuenta o no.

En este caso la fotografía, esa afición que

compartimos, ha servido para demostrarlo.

Espero Carlos, haber removido la zona

sepia de tu memoria y me despido, como siempre, enviándote el mejor de mis abrazos.

Tu viejo amigo

Javier