Pizarro, Ana - Hacia Una Historia de La Literatura Latinoamericana

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7-rv -i0 y. < H32. cç Hacia una historia de la literatura latinoamericana Ana Pizarro Coordinadora Con la participación de: Antonio Cándido, Antonio Cornejo Polar, Jean Franco, Beatriz Garza Cuarón, Rafael Gutiérrez Girardot, Jacques Leenhardt, Franco Meregalli, Domingo Miliani, Kenneth Ramchand, Robert Schwarz, Mario Valdés. Comisión asesora: Hugo Achugar, Beatriz González, Carlos Pacheco. SERBIULA - HUMANIDADES PQ7081 H32 cp El Colegio de México Universidad Simón Bolívar

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7-rv -i0 y. <

H 32. cç

Hacia una historia de la literatura latinoamericana

Ana PizarroCoordinadora

Con la participación de:

Antonio Cándido, Antonio Cornejo Polar,Jean Franco, Beatriz Garza Cuarón, Rafael Gutiérrez Girardot,

Jacques Leenhardt, Franco Meregalli,Domingo Miliani, Kenneth Ramchand,

Robert Schwarz, Mario Valdés.

Comisión asesora:

Hugo Achugar, Beatriz González, Carlos Pacheco.

SERBIULA - HUMANIDADES

PQ7081 H32 cp

El Colegio de México Universidad Simón Bolívar

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Portada: Ilustración de Francisco Toledo para el cuento “EI Kami” de Jorge Luis Borges. Tomada del libro Zoologia Fantástica, México, Fondo de Cultura Económica, Colección Tezontle, 1984.

Primera edición, 1987

© El Colegio de México Camino al Ajusco 20 10740 México, D.F.

ISBN 968-12-0359-3Impreso en México ¡Printed in Mexico

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ÍNDICE

P r e fa c ioI n t r o d u c c ió n

I. D e l im it a c ió n d e l á r e a , A na Pizarro Discusión, 26

II. L a pe r spec tiv a c o m pa r a tistaHacia una historia de la literatura hispanoamericana: la perspectiva comparatista, Mario Valdés Discusión, 46La perspectiva comparatista, Franco Meregalli Discusión, 65

III. L a h is t o r io g r a f ía l it e r a r ia la tin o a m er ic a n a Revisión de la historiografía literaria latinoamericana, Rafael Gutiérrez GirardotDiscusión, 90Historiografía literaria latinoamericana. Más allá del inventario y de la anécdota. La historia posible,Domingo Miliani Discusión, 112

IV. L it e r a t u r a n a c io n a l , r e g io n a l , l a t in o a m e r ic a n a La literatura latinoam ericana y sus literaturas regionalesy nacionales como totalidades contradictorias, Antonio Cornejo Polar Discusión, 132

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Problemas para la historia de la literatura en las IndiasOccidentales, Kenneth Ramchand 137Discusión, 145

L iter a tu r a e h is t o r ia en Am é r ic a L atin a 149Literatura e historia, Jacques Leenhardt 151Discusión, 158Literatura e historia, A ntonio Cándido 168Literatura e historia na América Latina (Do ángulobrasileiro), Antonio Cándido 174Discusión, 179

APENDICE: Informe final 189

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PREFACIO

El presente volumen contiene los materiales de la discusión historiográfica llevada a cabo durante la reunión de expertos titulada Para una historia de la literatura latinoamericana que tuvo lugar en Caracas, Venezuela, entre el 26 y el 29 de noviembre de 1982, con el apoyo de la UNESCO,

El proyecto del cual esta reunión cierra la primera etapa forma parte del programa de la Asociación Internacional de Literatura Comparada (A lLC) y consiste en la elaboración de una historia de la literatura latinoamericana, desde una perspectiva comparatista y como una empresa de colaboración internacional en la investigación. Ella ha tenido su sede en la Universidad Simón Bolívar de Venezuela, y trabajaron en la etapa preliminar de ella las profesoras Carmen Bustillos y Luisana Itriago, habiéndose iniciado este tra­bajo con el apoyo departamental del profesor Fernando Fernández. Agra­decemos en este sentido a las autoridades de la Universidad Simón Bolívar, en general, al vicerrector, profesor Gerardo Tálamo, como al director de Humanidades profesor José Santos Urriola, que nos han dado las facilida­des necesarias para llevar adelante este proyecto.

La reunión cuyos resultados publicamos ha sido posible gracias al apoyo financiero de la UNESCO y de nuestra Universidad. Agradecemos ia co labo­ración prestada por la comisión asesora: los profesores Hugo Achugar, Carlos Pacheco y Beatriz González, así como la inestimable ayuda del per­sonal de CRESA LC-UNESCO, de Márgara Russtto, Paula Atías, Peter Soelke y José Herrera, que hicieron posible el trabajo de traducción, secretaría y transcripciones. Para ellos, el reconocimiento de todo el grupo de trabajo de esta reunión.

A.P.

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INTRODUCCIÓN

“Todos los que en América sentimos el interés de la historia literaria -dice Pedro Henríquez Ureña— hemos pensado en escribir la nuestra. Y no es pereza lo que nos detiene: es, en unos casos, la falta de ocio, de vagar sufi­ciente ( . . . ) ; en otros casos, la falta del dato y del documento; conocemos la dificultad, poco menos que insuperable, de reunir todos los materiales. Pero como el proyecto no nos abandona, y no faltará quien se decida a darle realidad, conviene apuntar observaciones que aclaren el camino.” 1

Éstas eran las palabras del maestro dominicano en 192S. Desde enton­ces no han faltado los intentos de escribir esta historia. De los aciertos y errores que ellos han implicado es que vamos aprendiendo.

El presente volumen intenta aportar elementos a la discusión historio- gráfica, que en nuestro continente ha tenido un lugar escaso como reflexión, aunque ha contado sin embargo con exponentes de altísimo valor, como el mismo Pedrp Henríquez Ureña. Como proyecto colectivo, la empresa inte­lectual que nos anima —la construcción de una historia de la literatura la­tinoamericana— tiene una razón de ser: nos parece que a título individual sus limitaciones son de lejos superiores a aquellas de una percepción colec­tiva de la historia. Pero es ésta una empresa de carácter aún más riesgoso, por cuanto implica para cada uno de los investigadores sobreponer el crite­rio de la labor colectiva a la fuerza de la opinión individual. Es de este modo como fue llevado adelante el trabajo en esta reunión, y es en estos térmi­nos como podrá elaborarse una historia que dé cuenta del estado de la defi­nición de problemas, de la contemporánea reflexión sobre este proceso de

1 Pedro Henríquez Ureña, “ Los caminos de nuestra historia literaria” , en La utopía de América (Biblioteca Ayacucho, núm. 37), Caracas, 1978.

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tan grande complejidad. Para esto fuimos adelantando consultas, primeros tanteos. Así fuimos definiendo, como temas a discutir, los que abrimos al juicio riguroso de quienes compusieron la reunión que damos hoy a cono­cer al público. Nos parece importante entregar este material dado que la discusión y los planteamientos con que se encontrará el lector pertenecen, como decíamos, a una perspectiva no trabajada como elaboración colectiva en los estudios de literatura latinoamericana. Más allá de la existencia de importantes —y escasos— aportes individuales,2 la reflexión en historiografía literaria es un campo abierto al estudio y fundamental para encauzar la comprensión de la dinámica de los fenómenos literarios continentales. Pero si la reflexión historiográfica ha tenido escasa voz entre los latinoamerica- nistas, la historiografía comparativa ha sido prácticamente inexistente en el continente. Éstas'son las vías de reflexión que aportá el presente trabajo. La necesidad de desarrollar una labor en este sentido, en función del cono­cimiento de la literatura latinoamericana y de su ubicación dentro de la literatura general —“verdaderamente” general, como diría Etiemble— es una tarea que surge de esta lectura.

El primer problema que aborda el texto que presentamos tiene que ver con la delimitación del área de lo que constituye la literatura latinoameri­cana. En efecto, la historiografía literaria del continente ha utilizado crite­rios no siempre justificados de inclusión y exclusión. Como se verá en el primer capítulo, el concepto de literatura latinoamericana ha tenido, desde luego, relación directa con el concepto de Latinoamérica, noción ésta que ha sido bastante dinámica por cuanto ha ido incluyendo paulatinamente unidades culturales y geográficas diversas. Pero además, la literatura plantea problemas adicionales: por ejemplo, si se debe entender por literatura lati­noamericana la de los pueblos indígenas, o la del viajero, el conquistador, el colonizador —extranjero al continente, europeo las más de las veces- que escribió sobre América o a partir de una experiencia de ella. Si se debe entender por tal la publicada fuera y en otras lenguas, por los emigrados o exiliados. Si se debe entender por literatura latinoamericana la de los chica- nos, la de los hispanos, etc. Todos estos problemas son los relativos a la delimitación de una zona literaria.

Une zone littéraire, e’est, a mon avis, -dice Werner Bahner— un en­semble de quelques littératures nationales avoisinantes qui se sont developpées sur la base des mêmes ou des similaires facteurs fonda- mentaux d’économie, de vie sociale, politique et culturelle pendant

2 Son importantes al respecto los trabajos de Carlos Rincón, A. Cándido, A. Ra­ma, A. Cornejo Polar, J.C. Mariátegui, J.A. Portuondo, Oldrich Belie, R. Fernández Retamar, J.A. Crow, entre la escasa reflexión al respecto.

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une époque ou un laps de temps plus large. Une telle zone littérai*manifeste, très souvent, la même tradition culturelle.3

En el caso de América Latina, ni los criterios lingüísticos, ni los geogri fíeos ni los políticos dan cuenta por sí solos del espacio específico de b literario: dan cuenta de él los parámetros culturales que articulan, en * convergencia como en su contradicción la estratificada complejidad de bi manifestaciones literarias. En ese sentido, no podemos prescindir del nivd cultural al buscar un eje organizador del discurso literario latinoamerican» como sistema, que si bien se afinca fundamentalmente en tres lenguas eui» peas -español, portugués y francés- integra también a los créoles en s» variantes, como también a las lenguas indígenas. Es, pues, este sustrato económico-social, histórico, común, el que genera espacios culturales q « -aunque posibles de regionalizar también- constituyen asimismo un cam po común al condicionar tal vez no las mismas respuestas, pero sí cuest» namientos similares en el discurso literario. De acuerdo con la discusióa que presentamos a lo largo del presente texto, lo que delimita el área co » prensiva de una literatura latinoamericana es la existencia de significaciona culturales comunes. Este criterio se establece frente a la precariedad de km criterios lingüísticos, geográficos o políticos instrumentados aisladamente.

El siguiente planteamiento puesto en discusión en el trabajo que pre­sentamos es respecto de la perspectiva comparatista. Habría que preguntar­se primeramente por qué un comparatismo, qué es y qué ha sido en d continente en donde ha tenido escasa trayectoria, y en qué medida puede sernos útil.

La carencia de una denominación única para el comparatismo en Amé­rica Latina nos entrega tal vez el primer signo de su situación en los estudio continentales. En efecto, en función de un mismo objeto se habla por u n parte de “literatura comparada” , por otra de “comparatismo", de “crítica comparada” o de “métodos comparativos” .4 Se apunta así, indistintamen­te a un campo de investigación, al tipo de actividad que se desarrolla sobre ese campo, y a la forma de aproximación al mismo. El primer problema pues,

3 Werner Bahner, “ La zone littéraire" (discussion),Neohelicon, vol. I, núms. 1-2, Budapest, 1973, p. 158.

4 véase Estuardo Núñez, “ Literatura comparada en Hispanoamérica” , Compan- tive Literature Studies (University of Illinois) 1, 1964, pp. 41-45; Afranio Coutinho, “Conoeito e vantagens da literatura comparada” . Congreso Brasileiro de Lingua e Literatura, VI, Rio de Janeiro, 1975; Carlos Rincón, “El crítico, ¿un estratega en bs luchas literarias?”, Revista de critica literaria latinoamericana, año III, núm. 6, Lima, 1977; Adalbert Dessau, “ La investigación de la literatura latinoamericana y los méto­dos comparativos”. Casa de las Américas, año XIX, núm. 82, La Habana, 1974; Ana Pizarro, “Sobre las direcciones del comparatismo en América Latina", Casa de las Américas, núm. 135, La Habana, 1982.

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está constituido por la falta de definición del comparatismo que, como se ha señalado en relación con su situación general, no acaba de definir su objeto, sus metas y funciones, no acaba de determinar y sistematizar sus problemas básicos, así como sus relaciones con otras disciplinas.5

El problema no es propio, entonces, de nuestro continente, en donde los estudios de literatura comparada han tenido una historia bastante pre­caria y reciente, y ello nos remite necesariamente a su desarrollo más allá de sus fronteras. No ha sido diferente en Francia la apreciación de René Etiemble en su texto ya clásico de oposición al enfoque positivista de la tradición francesa: Comparaison n ’est pas raison, ¡m crise de la littérature comparée (1963). Se propone allí Etiemble realizar “le diagnostic, en vue, qui sait, de prescrire ou du moins de suggérer Quelques remèdes” . Ahora bien, la enfermedad a que alude el estudioso francés parece expresarse en una sintomatologia generalizada. Se habla entonces de “crisis” , y sobreestá situación apunta el investigador rumano Adrián Marino:

II est devenu de mise, presque rituel, de se demander —a la suite de la polémique ouverte et entiérement justifiée par René Wellek si le com- paratisme est oui ou non en état de “crise”, s’il s’est remis ou pas, quels en sont Ies remédes, etc. On se rappelle Ies objections majeures: “Pas d’objet distinct et pas de méthodologie spécifique” ( . . . ) . “Gran­de imprécisions de ses techniques et vague catholicisme de ses préoccu- pations”, objet “imprécis”, buts, techniques “restent mal fixés, et­cétera”.*

Una mirada a los últimos congresos de la AILC y a un documento de la Société Française de Littérature Comparée, de 1978, le permite apreciar el “état d’incertitude marquée” que lo lleva a señalar causas múltiples y anti­guas: “on dirait originates”.

Relaciones de hecho, relaciones causales, empirismo; el peso del positi­vismo sobre el análisis comparativo es evidente. Frente a él la proposición que postula “L’approche littéraire, critique et valorisante ( . . . ) qui admet, voire exige, des comparaisons sans rapports historiques, ainsi que des géné- ralisations et des jugements de valeur ( . . . ) . Le comparatisme des faits face au comparatisme des structures littéraires.”

El panorama general del comparatismo está, pues, lejos de ser claro. En esta situación no podemos esperar claridad en el caso de nuestro conti­

5 Ana María de Rodríguez, “ Aspectos de la literatura comparada en Latinoamé­rica", en Carlos Silva (ed.), Problemas de teoría y critica literaria latinoamericana, CELARG, Caracas, en prensa.

6 Adrián Marino, "Repenser la littérature comparée” , Synthesis, VII, Bucarest, 1980, pp. 9-38.

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nente en donde, como decíamos, su historia es bastante reciente7 y se en­cuentra lo suficientemente atomizada como para dificultar la obtención de un panorama global: algunas cátedras, algunos institutos de investigación en algún momento y escasa crítica comparativa. Sus problemas práctica­mente no han sido tematizados como tales, aun cuando han sido apuntados parcial y en algunos casos felizmente por algunos latinoamericanistas.8 Vale la pena, en este sentido, preguntarse -en tanto que problema meritorio y propio de los estudios en América Latina- el porqué de esta carencia de sistematización. En efecto, ella llama la atención dado que la aproximación comparativa es un enfoque implícito en la reflexión sobre la literatura con­tinental como totalidad, objeto teórico construido necesariamente $obre la base de la comparación entre las diferentes literaturas nacionales.

Asimismo, podemos observar que esta aproximación subyace en un tipo de análisis más o menos tradicional en nuestra crítica. Se trata de aquel en donde se consideraban los fenómenos propios de nuestra literatura desde una perspectiva dominada por un eurocentrismo proyectado muchas veces desde nuestra misma periferia. Allí, en el análisis de movimientos o auto­res, éstos resultaban ser epifenómenos surgidos en función de modelos más o menos obligatorios. Aun en desacuerdo con tales postulaciones debemos observar que en ellas se encuentra subyaciendo una noción de comparatis- mo que para nuestra literatura está guiada por una muy colonial noción de “influencia” o modelo.

Podría pensarse que una explicación de la carencia de sistematización de la que hablamos, es que estos estudios no acaban de surgir -en los tér­minos de una conceptualización más o menos clásica de comparatismo Europa-América Latina— en la medida en que la comparación necesita de un corpus literario y cultural configurado, esto es, de un establecimiento de la identidad de cada uno de los términos a comparar. En ese caso el pro­blema residiría en que justamente el carácter de nuestro desarrollo literario y crítico apunta apenas a la configuración de esa identidad. Así planteado, el problema obedecería a una conceptualización discutible y pensamos que

7 Insistimos en que se trata de su historia como perspectiva de análisis, no así en tanto que campo de investigación. En este sentido se podría decir que nuestra litera­tura nace en el espacio propio del comparatismo, como es la literatura de viajes. Car­tas de relación, crónica colonial o relatos de viaje constituyen una copiosa “ literatura de viajes” que se aleja un tanto del modelo clásico -se trata de viajes de conquista- pero que pertenecen con toda evidencia al género.

Es necesario precisar, en relación con esto, que al hablar de “literatura” estamos dándole al término la amplitud de “ fenómeno literario”, esto es incluyendo en él toda una serie de fenómenos - a los que en parte nos referiremos- que ya no son so­lamente escritura, ni serie erudita.

8 Véase sobre esto los trabajos de Dessau, A. Rodríguez, C. Rincón, A. Coutinho y Estuardo Núñez ya citados.

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lo justo sería invertir sus términos.En este caso, la aproximación compara­tiva puede constituirse claramente en un instrumento imprescindible para una definición del campo y los problemas de la literatura latinoamericana.

Es así como los de su inserción en la literatura universal. Con razón señala A. Dessau que: “La investigación de la literatura latinoamericana no es posible sin la aplicación sustancial de métodos comparativos” .9

Como podemos observar, pues, los problemas que enfrenta el compa­ratismo en nuestro continente, por una parte no se alejan de los generales de estos estudios en términos de definición de su campo y de su orientación metodológica. Por otra, además, enfrenta la necesidad de definir su sentido y su especificidad en la situación concreta de un continente que genera una producción literaria de configuración singular, es decir, a partir de una his­toria cultural surgida en las condiciones de un desarrollo económico-social dependiente. Respecto de este fenómeno las ciencias sociales latinoameri­canas, en especial desde los años sesenta, han producido un detallado e in­novador corpus de estudios sobre la caracterización de nuestra formación económico-social en sus distintos niveles de desarrollo e integración que son de indudable utilidad para la comprensión cabal del nivel de análisis que nos interesa.

Dado, pues, el estadio de desarrollo en que el comparatismo se encuen­tra en nuestro continente, dada la configuración de problemas generales de la perspectiva en los que se inserta y dadas las interrogantes planteadas por las condiciones históricas concretas de existencia de nuestra literatura, se hace imprescindible llevar la reflexión por lo menos a algunos de los pro­blemas de base que el análisis comparativo plantea para nosotros. Es la dis­cusión que se entrega al lector en el capítulo II. Respecto de su necesidad para los estudios historiográflcos en el continente, no habría más que pensar que el concepto “ literatura latinoamericana” se construye sobre la base de una perspectiva de este tipo. En efecto: por una parte la pluralidad cultural de América Latina, por otra la pluralidad lingüística, la multiplicidad de paí­ses, así como la especial inserción que tiene su literatura en tanto que pro­ducción de un continente de estructura económica y social dependiente de las áreas metropolitanas y su inserción con las demás literaturas en general, exigen qué nuestra percepción del continente como totalidad, es decir, en los diferentes nivetes de sus contradicciones y sus convergencias sea visto en una perspectiva comparativa.

La perspectiva comparatista en nuestro caso debe desarrollarse de acuer­do con los propios elementos de una historia continental concebida, por una parte como una totalidad orgánica de nacionalidades o regiones y por otra como articulación de sistemas literarios diferenciados en donde las literaturas nacionales no desaparecen sumidas en una percepción uniforma-

9 A. Dessau,op. cit, p. 114.

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dora, sino que la unidad pone en evidencia “las multánimes voces de los pueblos” , como quería el maestro dominicano.

It is important -dice Irina Neupokoeva— in any case the choice of the word’s structure, the selection of the material, the determination of its propositions and other correlations should be carried out pro­ceeding from the premise that in historical and literary synthesis the conception of the national specific must not dissapear, be dissolved in bigger zonal, regional or world formations ( . . .). Just as the national is not exclusive, but is only part of the general history of humanity, so also the world literary process is not “supernational” , but is manifested in the development of the national literatures, in their mutual links and interaction.10

La perspectiva comparatista debiera, por otra parte, apuntar a las espe­cíficas formas de apropiación con que América Latina en tanto que conti­nente de formación económico-social dependiente asume a las literaturas metropolitanas. Una de estas formas de apropiación más evidente es la “discronia” de la recepción, el desfase temporal con que se asumen y que determina las condiciones de desarrollo en las que son apropiadas, asi como con la específica reformulación que el continente hace de sus parámetros.11

Una importante noción a este respecto surge de la discusión que pre­sentamos: la de comparatismo contrastivo. En efecto, si el comparatismo apunta a la observación de fenómenos análogos, es importante señalar que en el caso de América Latina se trata de visualizar una relación que, esta­bleciendo los elementos que apuntan a la similitud de los fenómenos, pone también en evidencia aquellos que hacen su diferenciación. Detecta, en este sentido, el proceso de recepción en cuanto a la reformulación de un modelo. Esta reformulación tiene que ver, en el caso de la relación Europa- América, que constituye una de las relaciones de base para la comprensión de nuestra cultura, con una diferente forma de inserción de cada una en la historia. Lo importante es observar allí cómo se constituye esa relación, y qué es lo que hace a su diferencia: en ese sentido el concepto de “función histórica”, que establece mecanismos diferenciales de funcionamiento ideo­lógico del texto en relación con la historia, es una noción fundamental propuesta por el profesor Antonio Cándido. El comparatismo contrastivo apunta también a las formas de articulación de las literaturas brasileña e hispanoamericana, o del Caribe con América hispana continental, en donde, a partir de historias diferenciadas por la relación colonial vinculada a dis­

10 Irina Neupokoeva, “National and world literature". Neohelicon, vol. I, núms. 1-2, Budapest, 1973, p. 130.

*1 Ana Pizarro, op. cit. Algunas ideas de ese trabajo son tomadas aquí.

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tintas metrópolis, como asimismo a partir de una unidad estructural de los procesos, se hace necesario poner en evidencia tanto a los elementos que unifican como a los que individualizan los fenómenos observados.

Lo cierto es que el comparatismo en América Latina está por definirse a partir del diseño concreto de los problemas que el discurso literario plan­tea aquí, tanto internamente como en sus vinculaciones con otros procesos literarios. En la dimensión historiográfica, el problema parece apuntar a la construcción, a partir del análisis histórico-literario concreto, de los mode­los organizativos que permitan dar cuenta de la dinámica de la unidad en la pluralidad, y en ese sentido, de los procesos de estructuración, desestructu­ración y Restructuración del discurso literarib en el movimiento de la his­toria desde donde emerge. Se trataría, pues de llevar a cabo una reflexión comparativa de la pluralidad y la heterogeneidad de un continente cuyo desarrollo se inscribe dentro de los parámetros de una estructura económi- co-social dependiente, lo que genera condiciones específicas de evolución cultural y literaria.

Una de las líneas de esa evolución, que nos parece fundamental en el discurso literario continental es consecuencia de la formación social hete­rogénea a que acabamos de aludir. Se trata de los procesos transculturales. Como sabemos, pertenece a Fernando Ortiz el acuñamiento del término,12 y lo entiende como el proceso transitivo de una cultura a otra:

No hubo factores humanos más trascendentes para la cubanidad —dice Ortiz— que esas continuas, radicales y contrastantes transmigraciones geográficas, económicas y sociales de los pobladores; que esa perenne transitoriedad de los propósitos y que esa vida siempre en desarraigo de la tierra habitada, siempre en desajuste con la sociedad sustentadora. Hombres, economías, culturas y anhelos todo aquí se sintió foráneo, provisional y cambiadizo, “aves de paso” sobre el país, a su costa, a su contra y a su malgrado.

El discurso literario de América Latina aparece marcado por la distor­sión de las estructuras del lenguaje y de las estructuras textuales, en una subversión que se realiza a partir de la irrupción de otras articulaciones lin­güísticas, de otras formas de relación con el mundo que alteran el supuesto equilibrio de nuestra romanidad o latinidad. El lenguaje se penetra así de oralidad, necesitando cubrir las funciones de un proceso transmisor diferen­te: se genera la necesidad de llenar espacios de representación, a veces de entregar una configuración mítica, de desarrollar un discurso cuyos núcleos

12 Femando Ortiz, "Del fenómeno social de la ‘transculturación* y de su impor­tancia en Cuba", Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, Jesús Montero Editor, La Habana, 1940.

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generadores encuentran su inserción en otros sistemas culturales, que, como se ha señalado, coexisten sobre un mismo eje temporal. Es así como surge el lenguaje de un Arguedas o de un Roa Bastos, cuando 1?. relación es lati­no-indígena, o de un Guillén, cuando es latino-africana o de un Naipaul cuando se trata del Caribe y los procesos configuradores se multiplican.

Estos procesos, en gran medida intertextuales, parecieran constituir una de las líneas fundamentales de un comparatismo latinoamericano.

El debate sobre la perspectiva comparatista está planteado en el pre­sente volumen a partir de las ponencias de los profesores Mario Valdés y Franco Meregalli.

Otro punto importante de la discusión que encontrará el lector es el de la literatura nacional y su forma de articulación con la literatura latino­americana.

Como sabemos, la noción de literatura nacional surge con la república y concretamente con el romanticismo. El nacionalismo literario se desarro­lla en distintos lugares del continente: por una parte es Esteban Echeverría quien lo impulsa, Ignacio Altamirano habla en México de una literatura na­cional mexicana, Juan León Mera publica en Quito su Ojeada histórico- critica sobre la poesia ecuatoriana, en 1868. Ubicada en su historia, esta proposición nacionalista en literatura no es sino la expresión en el campo político de la inicial organización de los estados nacionales.

Lo importante del fenómeno es que el nacionalismo literario en nuestro continente crece en menor o mayor grado en una dialéctica permanente con el continentalismo. Detrás de la noción de literatura nacional se asoma el perfil continental, cuando no se habla de literatura “nacional hispano­americana” . Como bien señala Ardao, por literatura nacional se entienden distintos ámbitos: por una parte, a la literatura nacional de un determinado país; por otra, a las literaturas nacionales teniendo en vista su comunidad con los demás países hispanoamericanos, y también se entiende una sola literatura nacional continental. Es importante esta dialéctica con que se genera la noción de literatura nacional, por cuanto la aleja de los naciona­lismos estrechos que han existido en general en culturas como las germanas o eslavas. Como sabemos, entre estos últimos la idea de “alma eslava” cons­tituyó una noción casi religiosa, mística, de superioridad en relación con otros pueblos en todos los aspectos de la vida cultural.

Al aproximarnos a la relación entre las literaturas nacionales y la lite­ratura continental, concebida como zona literaria, esto es unidad orgánica de relaciones, de tensiones, movimientos, intercambios cuya base se sitúa, como señalábamos en una historia de parámetros comunes, es que nos pa­rece que es necesario introducir la delimitación de región. Ésta implica una delimitación intermedia de un conjunto que desarrolla una base de relacio­nes transculturales diferenciadas, lo que de alguna manera genera un discur­so de referente y enunciación específicos. Una de esas regiones está siendo

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utilizada como noción desde hace tiempo: la literatura del mundo andino. También las literaturas del Caribe en todas sus diferenciaciones parecen constituir una unidad de discurso relativamente común, y como ha sido estudiado en relación con la anterior, con sistemas literarios diferenciados internamente. Ángel Rama ha hablado de otra región específica al plantear el problema de la “cultura suratlántica” , que comprendería parte de la Ar­gentina, el Uruguay y las provincias del sur de Brasil, de São Paulo a Rio Grande do Sul, “de dominante pampeana, urbanizada, agrícola-ganadera, inmigratoria e industrializada, dentro de cánones modernizadores” . Su apropiación de las culturas europeas implica un descentramiento en rela­ción con su significación inicial. Dice Rama:

Una cultura de la modernidad no es como se ha tendido a pensar res­pecto a su presencia en América, una mera imitación desvaída de cultu­ras foráneas, un amasijo de influencias importadas, trasplantadas tal cual, sino una cultura que, liberada de pesadas amarras al pasado re­moto y a su tradición gracias a azares históricos, consigue organizarse coherentemente a partir de los elementos de que dispone y evoluciona hacia un punto foca] que está situado en el futuro y no en el pasado. Adquiere entonces, tal como creo visible en la Argentina, las caracte­rísticas de una cultura de vanguardia, cuya potencialidad deriva de que explora territorios desconocidos, los inventa con audacia, los sueña y aún planifica y los convierte progresivamente en su propia realidad.*3

El discurso literario del continente aprehende, en tanto que espacio simbólico, estas diferenciaciones regionales, sus superposiciones, las contra­dicciones de la histórica pugna entre “modernidad” y “retraso”. Recons­truye como discurso las rupturas y las tensiones, el pasado y el presente que se asumen con ritmos disímiles y en forma fraccionada, y que sería necesario aprehender conceptualmente en un modelo organizativo de la historia literaria en donde sea posible tanto el diálogo de los grandes proce­sos con aquellos que se aproximan al status de los acontecimientos, como quería Braudel, así como el diálogo de la globalidad conceptual de nuestra literatura con su existencia en tanto que manifestación concreta.

En el ámbito de las literaturas nacionales, el trabajo de Antonio Cor­nejo Polar proporciona la incitante dialéctica de los procesos nacionales, regionales y latinoamericanos, proponiendo un modelo sin exclusiones en donde la noción de literatura latinoamericana no es ya la serie erudita o “alta literatura” , sino que es la configuración de los distintos sistemas lite­rarios que surgen de la heterogénea realidad latinoamericana. En este mis-

13 Angel Rama, “Argentina: crisis de una cultura sistemática”, 1NTI, núm. espe­cial 10-11, Julio Cortázar en Barnard, otoño, 1979, primavera, 1980, pp. 51-52.

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mo espacio el profesor Kenneth Ramchand nos ofrece la perspectiva de las literaturas del Caribe inglés.

La crítica de la labor historiográfica ocupa el capítulo III. Allí se abre la discusión para hacer la crítica de aquellos esfuerzos gigantescos, que sig­nificaron siempre un aporte en la aprehensión del proceso que intentamos abordar nosotros como trabajo colectivo. Surgieron en general como esfuer­zos individuales, pecaron de diferentes reduccionismos y no tuvieron los instrumentos que el desarrollo del conocimiento sobre el continente entre­ga hoy para abordar el problema. Las proposiciones son polémicas, y la dis­cusión da cuenta de ello. De ambas se podrá extraer, sin duda lecciones po­sitivas, y su aporte a la discusión historiográfica, como podrá apreciar el lector, es indudable.

Los problemas propios de la periodización, que se desprenden del tema anterior, así cómo las nociones de “periodo” y “movimiento” , constituyen materia de las intervenciones durante la discusión en general. En ella, la no­ción de “periodo” fue referida a la serie histórica, en tanto que “movimien­to” a la propiamente literaria. Una de las líneas de trabajo futuro deberá ser justamente el develamiento del carácter, del ritmo de desarrollo, de las articulaciones internas y externas de los movimientos literarios de América Latina, de sus recepciones, sus reformulaciones, así como de su constitu­ción a partir de un específico condicionamiento histórico. Es aquí justa­mente donde el “comparatismo contrastivo” como instrumento adquiere su plena función.

El capítulo V del presente texto aborda un problema enorme, el de literatura e historia. Está desarrollado también por dos grandes críticos, Antonio Cándido y Jacques Leenhardt. El aporte de ambos trabajos a ¡a historiografía literaria del continente es de una riqueza muy grande. Ambos visualizan una perspectiva comparativa del discurso literario en relación con Europa, en donde los modelos explicativos deben constituirse a partir de la especificidad de un proceso literario que, en el caso de Antonio Cándido, asume una función histórica de doble referencia (“ambigüedad” , señala él en un comienzo), lo que apunta a un nexo orgánico con las metrópolis de vinculación-liberación, que sería una caracterización fundamental de nues­tra forma de relación periférica con las metrópolis en el discurso literario. Nos parece que ambas proposiciones — J. Leenhardt señala el carácter de desarticulación fundamental de lo sociopolítico, lo cultural y lo económi­co en todo el continente— aluden a las condiciones de producción literaria en un espacio cuyo ritmo y dinámica histórica imposibilitan, como ya lo notó Mariátegui a comienzos de siglo, la utilización de modelos explicati­vos que no suijan como una necesidad de la particular configuración de su desarrollo. En este sentido, la línea general de la discusión implica la con­cepción de una historia literaria no acumulativa de autores y obras, sino de una historia de los procesos a través de los cuales el imaginario de América

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ha plasmado, en términos de necesaria contradicción, el desgarramiento de su condición histórica.

Sabemos que el campo de la historiografía latinoamericana es un ám­bito de problemas no resueltos y en gran parte no delimitados ni percibi­dos como problemas. En este sentido, se trata de una discusión difícil. Aún más, el diálogo pudo haber permanecido en la discusión de cada uno de ellos. De las dificultades, como de la importancia de este esfuerzo estamos conscientes de alguna manera todos los que apoyamos esta posibilidad. Se trata finalmente nada más, pero también nada menos, que un paso en lo que Pedro Henríquez Ureña veía como “ la toma de conciencia de lo que significa América en la historia, de sus posibilidades y de sus metas” , que no es sino un paso más en la “utopía” del continente, un paso más “en busca de nuestra expresión” .

ANA PlZARRO Caracas, 1983

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I. DELIMITACIÓN DEL ÁREA

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A na Pizarro

Al abordar este proyecto y al intentar la reflexión historiográfica, el primer problema que pareciera diseñarse es el de la delimitación del área. En efec­to, ¿bajo qué criterios entender cuál es el campo que abarca la denomina­ción de “ literatura latinoamericana”?

Apuntar a criterios geográficos solamente, o lingüísticos o políticos aisladamente pareciera no bastar para dar cuenta de un proceso que impli­ca tanto a la literatura de los conquistadores europeos -españoles, portu­gueses y o tros- como a la literatura escrita en latín por los jesuítas expul­sados a fines del siglo XVIII y publicada en Europa; tanto a la del Caribe latino como a las literaturas en lenguas indígenas; a las del Caribe no latino, como a las literaturas del exilio masivo de los últimos años, escritas en len­guas diversas. ¿Qué pensar de la literatura del Quebec en donde la Universi­dad de Montreal propicia un movimiento llamado “Unión de los latinos de América” , o de las literaturas de los grupos migratorios, como la de los chí­canos por ejemplo, o la de los “ hispanos” en Estados Unidos?

Sucede que la acepción de “ literatura latinoamericana” , desde que To­rres Caicedo usara la expresión en la segunda mitad del siglo XIX ha respon­dido a un concepto de dinámica específica. No fuimos latinoamericanos desde el comienzo, del mismo modo como el nombre y la idea de América1 fueron entidades separadas y tardaron en constituirse en esta unidad que también progresivamente ha ido incorporando nuevos territorios. La litera­tura latinoamericana fue primero literatura de la América Hispana; Pedro Henríquez Ureña incorporó al Brasil y la llamó “Hispánica” . En su Historia de la cultura en la América Hispánica, dijo:

* Arturo Ardao, Génesis de la idea y el nombre de América Latina, CELARG, Caracas, 1980.

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La América Hispánica, que conscientem ente se designa con el nombre de América Latina, abarca hoy diez y nueve naciones; una es de lengua portuguesa, el Brasil, lade m ayor extensión territorial. Diez y ocho son de lengua española.2

Debe haber avanzado el siglo XX cuando empezamos a incluir el área del Caribe de lengua latina en el concepto de literatura latinoamericana. La literatura haitiana, sin embargo, pareció percibir antes que el continente su pertenencia. En 1927 aparece en Haití la Reme Indigéne, órgano del movi­miento del mismo nombre que daría lugar posteriormente a contradicto­rias proposiciones. Allí, precede a una larga exposición introductoria de la historia de la literatura continental, el siguiente propósito:

Nous devons connaítre la littérature et l’áme de l’Amérique Latine. ( . . . ) . Les peupies on t vécu d ’une vie aussi difficile que la nó tre , ont connu les mémes tátonnem ents, des vicissitudes semblables, l’ére des caudillos et des pronunciam ientos, la période ou s’affrontent les forces d ’anarchie et les forces de cohésion et d ’ordre, les tem ps pénibles de la puberté des jeunes nationalités. (. . . ) Nous sommes coupables d'igno- rer PAmérique Latine parce que les origines sont semblables et q u ’un grand danger comm un nous m enace.3

Integrada la zona francófona del Caribe, es recién en los últimos años que el concepto de “literatura latinoamericana” empieza a incorporar con mucha timidez a las literaturas del Caribe no latino -que han sido práctica­mente desconocidas hasta hace poco en el continente- en función de una articulación que no siendo siempre evidente, se asienta en todo caso en lí­neas estructurales de desarrollo. Primeramente existe una historia común del Caribe insular como conjunto, a pesar de la vinculación colonial a me­trópolis distintas, una estructura económico-social similar sustentada en la economía de plantación, la trata de esclavos y su evolución posterior en toda una historia de cimarronaje, cultura de resistencia, incomunicación entre las islas y lucha entre las metrópolis, piratería, procesos independen- tistas, etc. En esta medida hay la posibilidad de incorporación del Caribe al concepto de América Latina por las relaciones históricas comunes con importantes regiones del continente, por formas de desarrollo cultural si­milares, y en el caso de la literatura, por la evidencia de temas, problemas, como de articulaciones que son asumidas tanto en el caso de las literaturas del Caribe inglés y holandés como en el caso del francés y el español, tanto

1 Pedro Henn'quez Ureña, Historia de la cultura en la América Hispánica, LaHabana, 1979.

3 La Revue Indigéne, núms. 1-6, jul., 1927-feb., 1928, Kraus Reprint, Nen- dcln, 1971. pp. 5-6.

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en las literaturas en lenguas metropolitanas como en los créole, pidgin eng- lish, el papiamento o su equivalente de Surinam, en los términos en que se asumen en la literatura latinoamericana.

Esta incorporación de la literatura caribeña al ámbito de la literatura latinoamericana se ha materializado de hecho con la incorporación de la re­gión en el premio anual de Casa de las Américas, en Cuba.

Y es que el concepto de literatura latinoamericana tiene que ver direc­tamente con el de Latinoamérica, recién oficializado por organismos inter­nacionales a mediados de nuestro siglo —la regionalización de Naciones Unidas es posterior a la Segunda Guerra Mundial y da lugar a la creación de organismos como CEPAL en 1948, luego ILPE, CELADE, CLACSO, etc .- y constituido por un .área en evolución hecha de incorporaciones sucesivas y marcada por intentos aglutinantes y centrípetos. Han entrado así a configu­rar lo que Ardao ha llamado los territorios latinoamericanos “por accesión” :

Autoconcebida como expresión de una comunidad histórico-cultural en complejo desarrollo, pero una, la literatura latinoamericana ensaya un sorprendente paso. No completada a cabalidad la integración de las letras americanas de lenguas latinas -española, portuguesa, francesa- de las que saca su nombre, persigue la incorporación de las letras ame­ricanas de otras lenguas correspondientes a su área: autóctonas hacia un extremo, de procedencia europea no latina hacia otro. Estamos ante un cuarto nivel, o nivel supernumerario, de la integración literaria y cultural latinoamericana.4

El planteamiento en torno a qué es literatura latinoamericana tiene, pues, implicaciones de diverso orden, que proponemos a la discusión: por una parte su relación con el concepto de América Latina cuyo todo hete­rogéneo apunta, sin embargo, a una estructura global abarcante que de hecho ha ido integrando históricamente diversos elementos. Por otra, la catego­ría “ literatura latinoamericana” implica también un acuerdo sobre la noción de “literatura” en nuestro continente. En efecto, la percepción social en América Latina ha ido asignando el carácter de “ literariedad” a textos de diversa índole, así como lo asigna de hecho a expresiones de laoralidad que en otros continentes se remiten al folklore, entendido éste como cultura popular tradicional en desuso.

Quiero apuntar pues, con el planteamiento de estos problemas a la dis­cusión en torno a la delimitación del área de una historia de la literatura latinoamericana.

4 Arturo Ardao, “El americanismo literario y la integración latinoamericana” (en prensa).

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Discusión

Jean Franco:Me sorprende un poco el que la presentación no aborde el tópico de la crítica feminista y la marginalización de la mujer de la alta cultura. Yo creo que en cierta forma tiene algún paralelo con lo que pasa con los otros grupos marginados. Pienso que debemos abordar eso como tópico además que en estos momentos hay aportes teóricos nuevos, sobre todo de antropólogos. Hay muchísimas mujeres trabajando sobre esta cuestión, descubriendo formas de literatura o haciendo otro trabajo, que es justamente lo que tú mencionabas, un trabajo sobre lo imagina* rio latinoamericano, pero en relación con la construcción de lo que ha sido lo femenino. No sé si eso interesa en cuestiones históricas a los demás, pero si este grupo se olvida de este problema, yo creo que el trabajo en muy pocos años va a parecer anacrónico.

Ana fízarro:A mí me parece que no está olvidado el problema. Dentro de la noción de heterogeneidad está el problema general de las literaturas margina­das. Tal vez el problema de la literatura femenina podría tener un status de marginación a discutir en la órbita de la marginación que también tienen las literaturas populares.

Jean Franco:Sí, Josefina Ludmer tiene una frase que a mí me parece genial, que es el estudio de las tretas de los débiles, y yo creo que se trata de eso; te­nemos que tener por lo menos una sección que trate de las tretas, las estrategias de los débiles, de los que no tienen la palabra, porque no tienen acceso en cierta forma a la cultura elaborada, formal.

Mario Valdés:Tengo una pregunta en cuanto a la relación con la literatura del Quebec, en francés, la literatura en inglés del Caribe, donde hay vínculos inte­lectuales, pero no hay una relación cultural lograda, donde la literatura no responde a las mismas preocupaciones. Especialmente, si hablamos del siglo XIX'y buscamos incluir la literatura franco-canadiense del Quebec, la literatura del Caribe inglés, me pregunto yo ¿cómo pode­mos excluir a la literatura de Estados Unidos? Intelectualmente no es lícito decir que incluimos a Quebec, pero excluimos a la literatura de Estados Unidos, o incluimos a la literatura de Jamaica, pero excluimos a la literatura en inglés del Canadá.

Ana fízarro:Creo que Mario Valdés ha entrado directamente en el tema de la deli­mitación del área que nosotros proponíamos en la presentación. Quiero señalar que frente a esto hemos intentado apuntar a los problemas, no dar una respuesta.

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Para esto dejo la palabra a los participantes. Por lo demás, tenemos aquí una representación bastante amplia de lo que podría pensarse que es América Latina tanto del sector hispano como del sector brasi­leño, representación del Caribe e incluso de Canadá.

Franco Meregalli:No por casualidad este problema ha sido propuesto por Mario Valdés, que va a hablar de la perspectiva comparatista, porque la delimitación del área está relacionada intrínsecamente con la perspectiva compara­tista. Creo que hay que hacer una observación fundamental: la litera­tura se expresa en una lengua, lo que caracteriza el instrumento con que actúa es la lengua, no es la nación, no es el área geográfica, por eso yo creo que el término latinoamericano es bastante ambiguo. Quebec no forma parte de la literatura latinoamericana como se entiende en gene­ral, aunque desde un punto de vista lingüístico es indudable que Que­bec es americano y es latino, tan latino como el español o el portugués. Yo preferiría el término iberoamericano. En ese término se compren­den dos lenguas —el español y el portugués— y las demás zonas geográ­ficas, el Caribe, donde no se habla español ni portugués, pueden formar objeto de la perspectiva comparatista. El mundo iberoamericano, o si queremos llamarlo impropiamente, latinoamericano, está formado no por diecinueve naciones, una de lengua portuguesa y dieciocho de len­gua española, sino por dos partes: el mundo hispanoamericano y el mundo de lengua portuguesa. Desde luego, también el elemento geo­gráfico y el mismo elemento nacional es algo extrínseco a la literatura. Intrínseco a la literatura es la expresión, es la lengua.

Enrique Oteiza:Yo pido excusas por provenir del campo de las ciencias sociales, ade­más de no ser participante pleno y efectivo de la reunión y atreverme a dar mi opinión. Pero como ésta es una discusión que en las ciencias sociales hemos tenido en América Latina durante décadas -en relación con el comparatismo también— me siento estimulado a decir algo. Su aplicación naturalmente será parcial a este campo específico de la lite­ratura. Yo tiendo a pensar en una relación inversa a la que fue plantea­da recién: es a partir de la definición de un área cultural e histórica determinada que se define la perspectiva comparatista y no al revés, es decir que a partir de la perspectiva comparatista se defina la región. Sobre la existencia de América Latina creo que no vale la pena discu­tir. En términos históricos, culturales, es una noción suficientemente asentada sobre la cual, además, dentro de la región hay consenso. Hay problemas de definiciones marginales, periféricas -que hasta dónde abarca, por ejemplo— pero el cuerpo central de esa definición me pare­ce que está planteada en términos culturales, históricos, sociales y de relación de autopertenencia consensual de las poblaciones que confor­man el grueso de la región. Éste sería el comentario, un poco desde otra perspectiva y pido excusas.

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Domingo Miliani:Bien, quiero hablar de los aspectos técnicos de las minorías literarias. Yo freo que nosotros estamos cayendo en una regresión metodológica que me preocupa. Es como cuando uno estudia la famosa climatología de América y se ciñe por las famosas isotermas o cuando hablamos de las geografías políticas o sociopolíticas de Hispanoamérica y establece­mos los conflictos de líneas fronterizas. Por ejemplo, me pongo a pen­sar en el caso de nuestra Guajira venezolana, que ni es colombiana ni es venezolana, es Guajira. Yo me imagino que cuando Mario habla del caso de Estados Unidos habla de unos Estados Unidos de literatura de expresión inglesa. ¿Y la chicana? Cuando el profesor Meregalli ha­bla, enfáticamente, de la literatura expresada en una lengua, caemos en un sofisma lingüístico: confundir lengua con escritura, es decir lite­ratura es igual a grafemización lingüística de un discurso, y el discurso fonemizado de las literaturas orales queda afuera. La noción de un dis­curso llevado nada más al plano de una lengua entendida por abstrac­ción grafémica nos crea problemas. El concepto de heterogeneidad,me parece que es una de las cuestiones metodológicas interesantes que viene planteando el grupo estoniano de Tartu: Lotman, Uspensky. Es el postulado de ver la literatura como un texto abierto inserto en un contexto cultural que a su vez está ligado a un modo de producción ideológico, conceptual. El caso de Canadá, por ejemplo, con la litera­tura de habla francesa y de habla inglesa, o de Estados Unidos con la hispano-filipina, la hispano-chicana, la norteamericana del Norte, la su- reño-africana, etc., o del créole haitiano comparado con una literatura europea, o del slang trinitario, nos van a crear la necesidad de partir de un principio, de aceptar también dentro del proceso de la literatura el grado de heterogeneidad del discurso. No solamente con el caso de las lenguas indígenas, sino exactamente con el problema de las dialectiza- ciones múltiples, las subestratificaciones lingüísticas, de lo contrario vamos a caer en el viejo problema del parámetro, del paradigma lin­güístico: las lenguas europeas. Ahora bien, el español es una lengua europea. Y si fuéramos a tocar el tema de la literatura española penin­sular, ¿de cuál habla española se trataría?, ¿la catalana?, ¿la gallega? Entonces tenemos un problema de sustrato, en donde más allá del pro­blema lexicográfico, del problema lingüístico inclusive, hay una semán­tica cultural expresada en ese discurso que es donde se puede recuperar un poquito úna información cultural integral de un país más allá del problema lingüístico. Eso era lo que quería añadir, nada más.

Kenneth Ramchand:Uno de los asuntos que más me interesa de los que han discutido es qué es la historia literaria. Yo veo la función principal del historiador de la literatura como el proveedor de una documentación tan completa como sea posible sobre lo que ha sido escrito en un determinado país o región. Su trabajo podría dividirse en dos partes: en la primera él entrega un comentario sobre lo que ha sido escrito y provee una biblio­

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grafía para cubrir los vacíos que haya podido dejar. En su comentario trata de indicar cuáles son los escritores, temas, textos y movimientos estéticos más relevantes. Esto puede hacerse en la historia de la litera­tura latinoamericana sin necesidad de conflicto. Pero los problemas surgen cuando él no trata de ser objetivo o neutral. Él vive en un tiem­po particular, está sujeto a influencias y condiciones de la formación social. De manera que sus premisas —no importa cuán objetivas trate de hacerlas— están planteadas desde una cierta subjetividad, y su selec­ción de autores, textos, movimientos y temas está parcializada. Esta parcialización se muestra en su trabajo, en su comentario a pesar de estar protegido de ello por su bibliografía. Este problema se agudiza cuando él trata de relacionar la literatura con ta sociedad, el país o la región donde ésta se produce.

Yo no sé como puede resolverse este problema, tal vez puede ha­cerse señalando en la particular historia literaria que por una parte está la documentación, señalar —por otra parte— cuál es el comentario y, por último, señalar el intento de relacionar al texto con la historia cul­tural y social. Esta última puede ser importante para el historiador, puede ayudarlo a determinar el tipo de literatura que se produce. Por lo tanto, no se trata de hacer historia social y cultural completa sino de tratar aquellos aspectos que afectan el desarrollo de la literatura.

Jean Franco:A mí me parece que es muy importante no tomar la historia literaria como un acto individual de un historiador literario, sino tomaren cueta la institucionalización de la literatura como práctica, y sobre todo en instituciones de países metropolitanos donde se filtran y se seleccio­nan los textos canónicos de cierta manera.

K. Ramchand:No quise decir que no fuera un problema sino que era un problema diferente. Estaba tomando el punto de vista de alguien desde la región, porque si estamos tratando de escribir nuestra historia, necesariamente reaccionamos a lo que se ha hecho en otros países, puesto que nos sen­timos atrapados en un diálogo que nosotros no empezamos y cuyos términos fueron establecidos en otra parte.

No quise decir que debemos detenernos en la documentación sino que podríamos registrar como en una computadora todo lo que se ha escrito de manera tal que sirviera de base para fundamentar la historia de la región. Las dos tareas deben ser simultáneas. Debe haber un cuer­po de datos. Por ejemplo, si el trabajo de una computadora hubiera registrado todo no tendríamos que haber esperado hasta el siglo XX para haber considerado una literatura femenina. Esto se debe a la par­cialización que hemos tenido por siglos al escribir la historia literaria y al hacer selecciones y exclusiones de este tipo. La documentación sería algo permanente, que daría continuidad al proceso a lo largo de

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generaciones. Lo que cambiaría sería la etapa de interpretación o co­mentario.

Mario Valdés:Creo que el punto de vista expresado por mi colega de Trinidad nece­sita drásticamente revisión. En cierto punto, estoy de acuerdo con la colega Franco, creo que la historia literaria tal como se ha practicado y se ha escrito hasta hace unos veinticinco años queda casi completa­mente desprestigiada, precisamente porque ha reducido y sigue redu­ciendo las obras literarias a ciertas categorías institucionales que se prolongan y llegan al punto donde destruyen el concepto vital de la li­teratura misma.

Hugo Achugar:Yo discrepo con lo expresado por el profesor Ramchand, en primer lugar, porque la metáfora tecnológica del computador olvida que hay un factor humano que es el que maneja el computador. Esa falacia empirista de acoger todos los textos quizás podría ser útil —y no lo creo cierto— para la actualidad. Pero qué pasa cuando uno va hacia atrás, hacia el siglo XIX con los textos que los sectores hegemónicos decidie­ron que no tenían cabida en las publicaciones, historias o parnasos, silvas, etc., del momento. Es decir, la canonización a la literatura como institución ha funcionado desde siempre, y la pérdida es permanente. Hoy en día es utópico recoger todos los textos porque por más criterio objetivo, liberal, amplio que uno tenga, hay todo un material ahora despreciable y hay textos que no son considerados actualmente como literarios y, por lo mismo, quedan fuera de una eventual computadora.

Mario Valdés:Bueno, yo no quiero seguir discutiendo un tema sobre el que estamos de común acuerdo, pero que se tiene que instrumentar. El hecho de que la colega Jean Franco tenga que poner en la mesa la necesidad de que este proyecto tome en cuenta el punto de vista de la crítica feminista, es la mejor indicación de que la historia de la literatura que manejamos hoy en día es deficiente. Deficiente, porque responde a ca­tegorías conjpletamente artificiales europeas, que no tienen nada que ver con la realidad en Hispanoamérica. Ño quiero decir que estaría de acuerdo con un capítulo sobre crítica feminista, eso sería pecar en el otro sentido y hacer del punto de vista de la creación femenina una literatura aislada, marginal. El problema se va a solucionar en el punto de partida, en el deslinde y el modo de organizar el proyecto.

Jean Franco:Yo estoy de acuerdo. No estoy abogando por una sección aparte, como en los manuales donde dice “Poetisas” . Estoy refiriéndome a otra co­sa, en realidad es la misma cuestión de cómo se institucionalizan ciertos textos en determinados momentos.

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Por ejemplo, se puede hablar a principios del siglo XIX de la for­mación de la literatura a través de la tertulia, de hombres, naturalmen­te, que tenían revistas y una cierta infraestructura. Todo esto era poco favorable a la mujer. El hecho de que Gabriela Mistral piense que la verdadera tarea de la mujer es tener hijos y que escribir poesías es una especie de pobre sustituto para ella, es una cuestión ideológica. Así es que creo que hay que tratar de ver las prácticas ideológicas y la institu- cionalización de ciertos textos.

Roberto Schwarz:Creo que en la cuestión definitoria de una unidad como la que busca­mos hay dos aspectos: uno, esta unidad se define porque ella misma se define como unidad. Por ejemplo, un sector considerable de la pobla­ción de América se considera latinoamericana, y porque se considera es razón suficiente para estudiar el problema: porque se considera así. La otra cosa, naturalmente, es el cientista que viene de afuera, que mira un conjunto de fenómenos y observa que ahí hay una cierta unidad aunque nadie tenga conciencia de ella. Por ejemplo, creo que si mira­mos el siglo XIX no hay duda que sería interesante hacer una historia comparativa de la que Estados Unidos de América forme parte. Es un tema muy interesante comparar la formación de la literatura nacional en Estados Unidos por oposición a Inglaterra. Con Brasil hay mucha cosa comparable. Se puede comparar Henry James con Machado de Assis de manera muy útil y eso no es una cosa arbitraria, corresponde a un proceso efectivo de diferenciación de la literatura frente al proce­so hegemónico europeo.

Entonces, creo que para la definición de este objeto hay que, de cierta manera, confesar que existe un interés histórico-ideológico en juego, y que tiene algo que ver —y eso habría que definirlo mejor— con un cierto sentimiento de subdesarrollo que hace que la gente no esté interesada en escribir una historia en que estén bajo el mismo título Estados Unidos de América del Norte y los otros países del continente. Eso, en cierta medida, hay que explicarlo porque si uno no lo hace, se quedará con criterios que no corresponden a los que nos mueven acá.

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II. LA PERSPECTIVA COMPARATISTA

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HACIA UNA HISTORIA DE LA LITERATURA HISPANOAMERICANA!

LA PERSPECTIVA COMPARATISTA

Mario Valdés

Existen dos modelos de investigación que dominan los estudios comparati­vos: el primero examina obras literarias con una perspectiva transnacional de acuerdo con los conceptos de periodos y movimientos literarios tales como el renacimiento y el surrealismo; el segundo modelo es una síntesis mundial de autores y de sus obras, organizada con un principio taxonómi­co. Ambos modelos son claramente inadecuados para los estudios de las cuestiones literarias que consideramos esenciales para Hispanoamérica. Me referiré brevemente a las limitaciones de ambos modelos antes de proponer un modelo alternativo.

Los estudios comparativos basados en los conceptos de periodos y mo­vimientos no son aplicables productivamente a las literaturas de Hispanoamé­rica a causa de un número de fallas teóricas fundamentales. Los conceptos de periodo, tales como el renacimiento o el barroco, y de movimientos lite­rarios tales como el surrealismo o el modernismo están limitados a conside­rar factores diacrónicos y generalmente ignoran consideraciones sincrónicas de forma. Peor aún, muestran una cierta indiferencia al patrón cultural de la producción literaria.

Los conceptos de periodo, en la forma en que los usamos, son europeos y están referidos a la historia intelectual y cultural de Europa. Se les puede exportar sólo en casos en los cuales se ha establecido una total dependen­cia cultural colonial, y entonces, sólo son aplicables a las formas coloniales trasplantadas y no a las literaturas indígenas. Existen numerosos ejemplos de esto alrededor del mundo, especialmente en la India y en Hispanoaméri­ca. Es por ello que aunque la poesía de Sor Juana puede adaptarse para co­rresponder a un concepto del barroco, la poesía náhuatl de México debe dejarse a un lado. En segundo lugar, el único verdadero aspecto transnacio­nal de la literatura, la forma literaria, no concuerda con un concepto de

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periodos porque las formas prevalecientes en Europa han sido tomadas como criterios de exclusión o de inclusión dentro del estudio de un perio­do literario.

Puede argumentarse que no debe ponerse a los movimientos literarios en la misma categoría en la que caben los periodos literarios, ya que como lo demuestra el modernismo los movimientos pueden salir de sus orígenes culturales y ser trasplantados para originar un fenómeno literario vigoroso en otro contexto cultural. Este es un argumento plausible. Es notable que la sección de poética comparada del reciente congreso internacional de lite­ratura comparada tuvo una jornada dedicada a uel modernismo en relación con otros movimientos literarios” y otra sección titulada “el surrealismo en un contexto internacional” . No deseo disputar la validez de las presen­taciones de nuestros colegas, en estas secciones, sino sólo señalar que lo que ellos hacen es de poca importancia para las investigaciones sobre Hispano­américa, aun cuando sus presentaciones tratan de textos en lengua española, tales como las obras de Rubén Darío y de sus contemporáneos y las obras de Octavio Paz dentro del surrealismo. Esta forma de estudios comparati­vos son de poca utilidad en Hispanoamérica, dada la paradoja esencial que mina la labor de estos colegas. Debido al hecho de que los movimientos litera­rios como modelos conceptuales, son exclusivamente diacrónicos, no hay manera de encontrar el fundamento común de la poesía estudiada, a menos que sea en una forma aislada de su matriz cultural. Por ejemplo, si uno es­tudia las formas de versificación modernistas, conjuntamente con formas de versificación del simbolismo francés, la designación de modernista pierde

• todo significado a la luz del desarrollo histórico de la forma poética. Por otra parte, si los estudiosos insisten en las conexiones temáticas del moder­nismo con la actitud decadente de Europa de principios de siglo, pueden hacerlo sólo si suprimen los fundamentos culturales de los escritores mo­dernistas. Mientras más penetre uno en la naturaleza del fenómeno literario más inadecuado aparecerá el concepto de movimiento literario.

Si nos ocupamos ahora del modelo de una literatura universal, no en­contraremos mucho que nos ayude. Una táxonomía de la literatura mun­dial no es de mucha utilidad para los estudios comparativos y en especial para Hispanoamérica. Su único interés incidental es el darle a los curiosos un directorio internacional del mundo de las letras. Este modelo incorpora todos los defectos de la historia literaria del siglo XIX sin incluir ninguno de los logros que alcanzaron los estudiosos que buscaban describir caracte­rísticas nacionales de la literatura. Una lista taxonómica en orden cronoló­gico no puede ponerse en lugar de una descripción razonada del desarrollo y la interrelación de los autores y su obra.

Antes de ocuparnos del modelo que presento como alternativa, permí­tanme destacar, a manera de introducción, en que existe un enfoque com­parativo que ha continuado vigente en Hispanoamérica después que se le

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ha desechado en Europa y en Estados Unidos: me refiero a los estudios de influencia. Es notable que los estudiosos de Hispanoamérica continúen trabajando en proyectos tales como Faulkner y la novela hispanoamericana, o Walt Whitman y la poesía hispanoamericana, o más recientemente Octavio Paz y la poesía norteamericana. A pesar de que la influencia de un autor y su obra sobre la obra de otros es un hecho casi imposible de asegurar, pienso que hay muy buenas y sensatas razones para hablar de este fenómeno. Pri­meramente, lo que se destaca no son los detalles incidentales de la biografía de un autor sino más bien su uso particular de una temática y forma litera­ria. En segundo término, la literatura que se yuxtapone permanece anclada a su base cultural. En tercer lugar, en el mejor de los casos, surge un acuerdo de factores diacrónicos y sincrónicos cuando una intuición crítica de la forma literaria se pone dentro del contexto histórico de un désarrollo aná­logo en la otra literatura. Existe, por supuesto, una falla fundamental en los estudios de influencia, y es la suposición que el objetivo de los estudios literarios puede alcanzarse a través de la elucidación deí proceso de produc­ción, de la composición realizada por autores diversos. Al enfrentarnos con lo que es seguramente la evidencia más incierta, hecha difusa por la incapa­cidad empírica de conocer lo que ha ocurrido en la mente de otro hombre, el resultado puede llegar a ser no sólo especulativo e idiosincrático sino también arbitrario y de interés egoísta. En otras palabras, no trato de resu­citar los estudios de influencia sino sólo señalar que fue en parte una bús­queda seria de un modo de estudios comparativos en Hispanoamérica.

El modelo que propongo se basa en la hermenéutica fenomenológica y, al aplicarlo a la literatura comparada restructure y corrige la dirección y el modo de la investigación comparatista en lo que toca a Hispanoamérica. Este modelo propuesto puede describirse gráficamente como si constara de tres círculos concéntricos. El círculo interior corresponde al fenómeno del texto literario. El siguiente círculo, más amplio, representa la dialéctica de los factores diacrónicos y sincrónicos de la historia literaria hispanoame­ricana, y como esto, son generalizaciones heurísticas. El círculo exterior señala el encuentro comparativo dentro del cual las bases semióticas de los textos producidos dentro de la matriz de una cultura se trasplantan al te­rreno de la literatura hispanoamericana. Trataré, en orden, de cada uno de estos círculos del modelo.

El círculo interior. El texto literario

Empecemos con el entendimiento tácito que aunque el texto literario sea también cualquier otra cosa, en un nivel empírico es un sistema cerrado de signos que se derivan del sistema lingüístico mismo. Este sistema de signos es el producto del trabajo de un escritor, y como artefacto nos es accesible

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a través del análisis de sus características formales. Sin embargo, un texto que se considere soló a partir de sus aspectos formales no puede tener nin­gún sentido y, por lo tanto, puede describírsele ahistóricamente como una secuencia fija. Un texto con significado implícito siempre estará inmerso en el mundo de la acción. La inteligibilidad específica de la escritura está fundamentada en el entendimiento previo del lenguaje como acción social. Es así que la escritura como comunicación siempre es histórica. El escritor, el medio del lenguaje, el lector y el grupo social que provee los medios para la escritura, son todos fenómenos históricos. Por lo tanto, insistiría que constantemente debemos hacernos conscientes de que la mediación simbó­lica debe entenderse como mediación social. Si hemos de comprender una página escrita debemos primero situar la página dentro de un duerpo de escritura, y después situar esta escritura dentro de una práctica particular de escritura tal como los periódicos, conferencias, poemas, etc. Sólo enton­ces, como en una rápida secuencia en la experiencia de la interacción social, trataremos de situar la página dentro de la red completa de convenciones de la escritura, de convicciones y de compromisos con estas convicciones, de instituciones, y de la configuración total de la constitución histórica de la cultura tal como la entendemos. Lo que quiero indicar es algo muy sen­cillo y no quiero insistir demasiado en ello: la esencia de un texto es su historicidad. Si a un texto se le privara de su historia también se le privaría de su sentido.

Por supuesto, un texto no adquiere sentido dentro de sus propios lími­tes formales, sino sólo cuando cruza el umbral de la potencialidad al interior de la experiencia de un lector. Que un texto literario es una forma de co­municación, es la presuposición más fundamental de un texto literario. En una página escrita alguien ha escrito algo con un contenido significativo acerca de algo, para que alguien lo lea y, por lo tanto, lo actualice. Por con­siguiente, la estructura formal del texto lleva consigo la suposición de que lo que está escrito fue escrito sobre algo, dirigido a alguien más que el es­critor mismo. Por esto, los requisitos básicos del texto son: un escritor, un referente y un receptor. El uso del lenguaje por el escritor se observa a tra­vés de las características formales del texto; también la historicidad del escritor y del medio lingüístico deben examinarse; después nos ocuparemos del receptor, en nuestro caso el lector. Las suposiciones de reconocimiento y, por lo tanto, de que suija la comunicación son un componente funda­mental del significado del escritor, tal como lo han mostrado Wolfang Iser y otros autores. Es así que podemos hablar del lector implícito como parte del proceso de significado, e insistir en la autonomía semántica del texto li­terario. La autonomía semántica significa que la intención del autor y el significado del texto ya no coinciden. Lo que el texto significa para sus lec­tores importa más ahora que lo que el autor quiso decir cuando lo escribió. Si la relación entre texto y lector se reconoce ahora como el encargado de

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la tarea de asignar un significado, debemos apresurarnos a agregar que la relación entre texto y lector surge de la habilidad para utilizar las estructu­ras formales que hemos descrito y también depende del encuentro histórico que hemos bosquejado.

Nada sería más ingenuo que tratar de enlazar el significado con una figura abstracta e intemporal del lector. También mencionemos de inme­diato que exactamente en la misma forma en la que hay una falacia de la intencionalidad que afirma el sentido del autor como un absoluto dado, también existe la falacia del texto absoluto la cual apareció con el New Criticism en Norteamérica. Ésta es la falacia de tratar de considerar el tex­to como una entidad sin autor. Si la falacia de la intencionalidad cierra sus ojos a la autonomía semántica del texto, la falaciá del texto aislado también está ciega: no quiere ver la historicidad esencial del texto. El texto fue escrito por alguien, acerca de algo, para que alguien lo lea. Es imposible cancelar la historicidad del texto sin reducirlo a un fenómeno físico. En el discurso hablado la situación dialógica suministra todo un contexto de identidad, pero un texto escrito se dirige a lectores desconocidos y potencialmente a innumerables lectores del futuro, todos los cuales tendrán la capacidad y el interés para leerlo. Esta universalización del auditorio sólo puede llevarnos a una conclusión: la de que el significado de un texto nunca puede estar completamente fijo; el significado cambiará porque es la respuesta del pre­sente y el futuro y porque cada una hace al texto importante o no impor­tante y continuará haciéndolo. Esta potencialidad de lectores múltiples es la contraparte dialéctica de la autonomía semántica del texto. Por lo tanto, hay la consecuencia drástica de que la apropiación del texto es una lucha que genera la dinámica total de la interpretación y concluye con una sensa­ción temporal de interpretación.

Mi argumento es que un comentario lúcido del texto depende de la inte­racción de fres factores generados independientemente: a) la secuencia for­mal de palabras escritas que se establece; b) la historia de esta secuencia, la cual incluye aspectos de producción, valor y función, así como de catego­rías asignadas de clasificación; y c) la experiencia de la lectura como con- cretización potencial. Este argumento se basa en las suposiciones de un en-

\ I foque fenomenológico de la filosofía del lenguaje,i I

I

r I El segundo círculo. Perspectivas histórico-estéticasz Ii* I El modelo que propongo correlaciona el concepto fenomenológico del tex-:1 I to literario con las principales perspectivas histórico-estéticas de Hispano-> I américa. Este modelo, en cuyo segundo círculo concéntrico estamos ahora,S. I debe entenderse como un todo con partes fundamentalmente interrelacio-le I nadas. La definición más amplia con la cual podemos trabajar es la de un

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desplazamiento de enfoque dentro de un sistema de posibilidades. Concep­tos clasificatorios que se deriven de factores no lingüísticos, tales como la Revolución mexicana, no pueden servir en nuestro modelo ya que tal de­signación ignora los aspectos formales de los textos en cuestión. La validez de una designación de grupo tal como: la novela de la revolución no mejora la situación porque aunque el término novela puede elaborarse en un nivel de análisis formal, y el periodo histórico de la Revolución mexicana de 1910 a 1928 puede quedar establecido como un periodo en el cual la novela en México se desarrolló siguiendo líneas específicas en el sentido de forma narrativa; esto no nos ayudaría aún a relacionar estos textos con el resto de Hispanoamérica. La falla básica es que este modo de clasificación se basa en un contenido literario que se superpone a periodos histórico-políticos. Examinemos otro ejemplo: el término de “novela indigenista” hace referen­cia, en el mejor de los casos, a asuntos temáticos comunes, pero aún está muy lejos de establecer un verdadero desarrollo histórico del arte literario de Hispanoamérica. Lo que propongo es que tomemos la determinación fenomenológica de un texto literario y asignamos su cambio a lo largo de la historia de Hispanoamérica. Esto puede lograrse si modificamos nuestro concepto de la historia literaria y en vez de derivar nuestros conceptos de periodo de la historia política en una forma servil, logramos una interrela- ción de las perspectivas estéticas que están en la matriz de lo sociológico tanto como en el desarrollo político de este continente.

Con el fin de elaborar este nuevo concepto de historia literaria, regre­semos a algunas observaciones básicas sobre la recepción que un grupo hace de la literatura. Las relaciones de la voz literaria enunciante (o sea la voz narrativa, la voz lírica o el intercambio dramático) ha estado cambiando desde las épocas más antiguas en las que un relator adoptaba un cierto pa­pel frente a su auditorio, o cuando un trovador tomaba una actitud con­vencional al ejecutar su canción para sus receptores.

. Sin embargo, las manifestaciones históricas de estas actitudes cambian­tes pueden percibirse como perspectivas. Quisiera describir éstas como ge­neralizaciones heurísticas. Supongamos primero que los receptores son un auditorio bien dispuesto y que reacciona. La primera opción es que la voz puede dirigir al auditorio a través de un desarrollo que esté en gran parte de acuerdo con la visión propia que ellos tienen de la realidad. El segundo caso es cuando la voz indica un conjunto de imágenes que intentan trans­formar la visión que el auditorio tiene de la realidad. En tercer lugar, tene­mos a la voz o voces que pueden estar ocupadas primordialmente con una expansión de la percepción consciente del auditorio. Por último, la voz puede invitar al auditorio a unirse a ella para participar en la redescripción del mundo que la obra de arte está desplegando. Por brevedad me referiré a estas perspectivas estéticas con los términos de: realidades paralelas, orden moral, más allá de la realidad, e integración de la realidad, y los usaré como

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marco de referencia para elaborar un nuevo concepto de la historia literaria hispanoamericana.

El siguiente paso, que es crucial, es relacionar las perspectivas estéticas con las estructuras sociológicas y la historia política de Hispanoamérica, ya que el objetivo final es ofrecer una matriz cultural integrada para la litera­tura. Es así que si tomamos en consideración una vez más la Revolución mexicana, podemos reconocer que el periodo de 1910a 1928 no es sino la designación arbitraria para un movimiento social masivo. Podemos argu­mentar que los años que precedieron inmediatamente al derrocamiento de Porfirio Díaz son también parte del periodo revolucionario, tanto como el epílogo del movimiento cristero de 1928;* pero es innegable que la historia política de México se encontró en un estado de conflicto armado durante unos veinte años. Si agregamos ahora la información sociológica sobre los campesinos, los hacendados y las inversiones de capital extranjero en Mé­xico, tenemos los instrumentos con los cuales podemos darle consistencia a las perspectivas estéticas que he descrito antes. Lo que encontramos du­rante estos años es que hay un aumento marcado en el uso de realidades paralelas y orden moral y una disminución del de la expansión de la reali­dad y de la estética de la participación. Estas generalizaciones sólo pueden sernos útiles si el concepto de texto literario que hemos delineado antes lo ponemos a funcionar ahora como dato informativo de la expresión literaria.

El tercer círculo. Estudio comparativo

El tercero y más amplio círculo de nuestro modelo se basa en la premisa de que existen formas literarias universales, pero no hay interpretaciones uni­versales. La actualización que cada lector hace de un texto de otra cultura, ya sea en el lenguaje original o en una traducción será un trasplante cultu­ral que descubrirá facetas del texto inesperadas y a veces extraordinarias. Ésta es, en suma, una nueva vida cultural para el texto y cualquier estudio comparativo que ignore este hecho corre el riesgo de hacer una representa­ción completamente errónea de la recepción. En este punto será provechoso recordar que el análisis semiótico de los textos desde hace mucho ha soste­nido una distinción entre discurso e ideas temáticas o, como algunos dirían, entre discurso e historia. La mayor parte de los enfoques semióticos se concentran en el estudio del discurso a través de diagramas y modelos ana­líticos y lo fundamental de este enfoque es que los eventos que presentan la idea central o las imágenes del texto se ven solamente como productos del discurso estructurado. Por lo tanto, el enfoque semiótico presupone un receptor del sistema de signos pero limita rigurosamente su indagación al sistema mismo.

Mi propósito al introducir el análisis semiótico en esta discusión es muy

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sencillo. No sólo estoy de acuerdo con los semiólogos en que los únicos universales posibles para el estudio literario pueden obtenerse a través de la descripción de las relaciones formales sino que también sostengo que es la organización formal de un texto la que se transmite de una cultura a otra. Por esto es que propongo que el análisis semiótico del discurso es el medio con el cual podemos aprehender ese aspecto de la literatura que permanece inalterado cuando el grupo receptor cambia.

El control que se obtiene por medio del análisis semiótico del discurso de escritores tales como Faulkner, Kafka o Proust es precisamente lo que nos dará acceso a ese aspecto de los textos literarios que será la base de la recepción en una nueva matriz cultural.

El proceso que hemos descrito en el primer círculo concéntrico debe ahora repetirse cuando el texto externo entra a la matriz cultural de Hispa­noamérica. Por lo tanto, en un sentido muy drástico Faulkner se convierte en un autor hispanoamericano y lo que enlaza a este escritor con el que conocen los lectores angloparlantes de Norteamérica es que ambos desig­nan la misma organización formal de textos específicos.

Los intentos brevemente reseñados de construir un modelo brindan in­terés considerable si los ligamos a una teoría de la cultura y vemos el pro­yecto de una historia literaria como el primer paso de una empresa mayor que es la de desarrollar el conocimiento de la historia cultural de un pueblo. Sin embargo, mis comentarios sobre la literatura y el proyecto de una his­toria literaria de Hispanoamérica tienden a fomentar una oposición deter­minada por colegas que se ocupan de un quehacer mucho más limitado en orientación que sólo responde a las necesidades institucionales y pedagógi­cas de nuestras universidades. Este quehacer —basado en una noción estre­cha del texto literario y, desde luego, completamente distanciado de toda consideración de una teoría de la cultura— señala numerosos obstáculos al tratar de implantarse el modelo fenomenológico. No siendo mi intención en este lugar analizar nuestras instituciones de investigación y enseñanza como merecen, me limitaré a algunas sugerencias acerca de las cuestiones de mi modelo que son más debatidas por mis colegas.

La maybría de los sistemas implícitos o explícitos que están en uso para el estudio del texto literario parten de una ontologia de carácter em- pírico-nominalista y resultan en una serie de reducciones de la obra de arte, puesto que el estudioso trata de agotar el significado del texto aunque lo que logra producir es una versión más reducida, pobre e inútil como obra de arte. Estos sistemas de estudio de la obra literaria hacen imposible el conocimiento del texto como fenómeno cultural o como fenómeno del comportamiento que se puede describir mediante un lenguaje intersubjeti- vo. Tales sistemas no se refieren a la supervivencia de ese núcleo personal que es la dinámica de la lectura que llamamos según los casos “la voz líri­ca” , “la voz narrativa”, o “el interlocutor del diálogo”.

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Por lo tanto, discrepo al nivel más fundamental con toda teoría que limite al texto literario y lo reduzca al mismo nivel de un objeto material. La obra literaria tiene su materialidad desde luego, pero también tiene su correlación cultural como fenómeno estético. Estos estados corresponden a esa esfera del proceso histórico que hemos denominado esfera de lo esté­tico. Estos fenómenos culturales constituyen una región del sentido huma­no irreductible a una economía política y a una política: desde luego la toma de conciencia no está limitada a las relaciones del yo con lo mío, en relaciones de apropiación. También hay relaciones de expropiación mutua, eventualmente de intercambio, participación y donación, y no hay duda que la toma de conciencia también incluye las relaciones de dominación y servidumbré, las cuales son relaciones sociopolíticas que eventualmente tienen su expresión económica de jerarquía y reparto de bienes e influen­cias. Pero sería un error fundamental tomar en cuenta sólo una parte del fenómeno y negar lo demás.

¿A dónde nos lleva este enfoque teórico sobre la obra literaria en cuan­to al proyecto de una historia literaria de Hispanoamérica? Espero por lo menos poder argumentar que la historia literaria de Hispanoamérica es un instrumento de investigación sobre la cultura de Hispanoamérica, la cual demanda el reconocimiento de una base teórica del proceso historiográfíco que no reduzca la realidad cultural que entiendo como proceso dinámico de hacer el mundo.

Para resumir mi primera tesis sobre la identidad de la obra literaria re­gresaré a mi punto de partida en la filosofía fenomenológica. Mi existencia para mí mismo en este enfoque se vuelve tributaria de una constitución en la opinión de otro; y es así como recibimos el sí-mismo de quien lo consa­gra, que es la opinión del otro. Pues bien, esa mutua constitución median­te la opinión sigue siendo dirigida por los objetos, pero por objetos que no son ya cosas como lo son los bienes, las mercancías y los servicios en la esfera económica, ni tampoco corresponden a instituciones como en la es­fera política. Tales objetos culturales son las obras del arte, la literatura, la filosofía y aún del derecho. Por lo tanto, las posibilidades de poder elabo­rar una historia literaria de Hispanoamérica desde una perspectiva compa­rada prosigue en gran parte del modo en que se concibe de los objetos cul­turales propiamente dichos; las obras pintadas, esculpidas o, en nuestro caso, escritas, otorgan la densidad de la cosa, la dureza de lo real a esas imágenes del hombre que es la literatura. Es a través de estas propiedades que el objeto cultural existe en los hombres y entre los hombres. Es por la mediación de los objetos culturales como se constituye una dignidad hu­mana que sigue siendo instrumento y huella de un proceso de conciencia duplicada de reconocimiento de sí-mismo en otro sí-mismo. Por lo tanto, la aplicación del primer círculo concéntrico que he presentado aquí consiste en el rechazo categórico de todo concepto de reducción de la obra literaria

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y la elaboración del entendimiento del texto como una mediación entre el individuo y la colectividad cultural.

En nuestro segundo círculo concéntrico hemos expuesto un concepto de la historia pero no como un proceso hegeliano absoluto, ni tampoco como un catálogo de acontecimientos sociales, sino como una ausencia que reconstruimos a través de documentos textuales. Por encima de todo, cual­quiera que sea nuestro entendimiento del pasado, ese entendimiento nos está haciendo a nosotros los historiadores.

Si se rechazan, pura y simplemente, ambos tipos de prueba -e l hege­liano y el empírico sociológico— los resultados son meramente negativos. Pero si al poner en duda un tipo de prueba se abre una cierta comprensión para otro tipo y viceversa, se obtiene un modo de pensar que marcha sin, cesar de un polo al otro, ensayando integrarlos. La realidad a la cual se re­fieren las experiencias del lector no puede entenderse si no se sitúan estas experiencias en una filosofía del ser en el mundo; una filosofía en la cual el modo de acontecer y comportarse es comprensible como la colectividad del grupo social. La perspectiva designada por una sociología tampoco puede comprender la realidad si no sale del marco de nociones puramente empíri­cas de simplitidad y sustancialidad o si no se considera el modo de ser de la experiencia humana. Cada una de las pruebas remite a la contraria dentro de un proceso dialéctico que más puede estimarse como abierto y progresi­vo que meramente circular.

He descrito la tercera esfera concéntrica como la perspectiva compara­tiva con la suposición básica que la obra literaria no se limita a fronteras po­líticas ni aun a las de tiempo y espacio. Pero tomando en cuenta que la obra literaria es ante todo un objeto cultural que se realiza como experiencia personal, es necesario aislar los rasgos distintivos que tienen vigencia a tra­vés de un movimiento transnacional y transcultural. He destacado los rasgos formales para trazar la trayectoria de literaturas de diversas lenguas y culturas en la determinación de la literatura de Hispanoamérica. No obstante, es de mayor importancia reconocer que la obra literaria en su vigor de objeto cultural no se deja reducir a una simple dicotomía que se­parara al proceso creador del texto y la lona afectiva en que se trabaja y se hace el tapiz que llamamos historia cultural. La obra literaria no se puede dividir en dos partes: forma y contenido. El concepto heurístico de la for­ma literaria no se debe confundir con la obra literaria misma. Este concepto no es nada más que un medio del estudioso para poder reconocer mejor el proceso histórico.

Podemos sugerir que el uso del artificio de la forma literaria es análogo al procedimiento del patólogo que analiza una muestra de sangre por me­dio de la introducción de reactivos que causan un cambio notable de color y así registran una composición particular. Si logramos identificar las carac­terísticas de la forma narrativa de una obra como Absalom, Absalom, por

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ejemplo, en el contexto de la difusión de las traducciones de esta obra en Hispanoamérica se podrá distinguir la composición particular que se ha transmitido a través de los cambios notables de lengua y cultura.

La literatura comparada de orientación fenomenológica puede lograr una perspectiva perfectamente compatible con una perspectiva sociológica de la obra literaria. A mi juicio, únicamente la sobredeterminación de los símbolos permite disponer de una verdadera dialéctica que haga justicia tanto a una sociología de la cultura como a un entendimiento de la expe­riencia de la obra literaria. Propongo, en consecuencia, que el proyecto de escribir una historia literaria de Hispanoamérica consista en interpretar el fenómeno de la cultura en Hispanoamérica como el medio objetivo en que viene a sedimentarse la experiencia colectiva de sublimación que es la lite­ratura con su doble violencia de encubrir el ego del autor y descubrir el alter ego del lector.

Para concluir quiero indicar, aunque sea en modo esquemático, los medios de operación del modelo que he descrito. El campo de investiga­ción de que me ocupo es el de la creación artística, si bien aquí me he limi­tado a la obra de arte literaria. El modelo presentado parte de la premisa que la obra de arte existe estéticamente como experiencia y no como obje­to físico. El modelo de investigación que he propuesto se describe en tres círculos concéntricos o, si se quiere, en tres esferas de operación. La prime­ra e interior es la fundamental ya que considera el fenómeno del texto lite­rario. Esta esfera de operación se ha expuesto en términos de una dialéctica entre la expresión y la experiencia. La segunda es la esfera de la historia y aquí la dialéctica se realiza entre la interpretación basada en datos sincró­nicos y la colectividad cultural diacrónica en que todo lector participa. La tercera esfera de operaciones es la del enfoque comparativo que reconoce el proceso transnacional y transcultural de la literatura y, por lo tanto, ela­bora medios para responder a este proceso. Comprende esta esfera una dialéctica amplia entre el estudio de la obra en su historia cultural y la rea­lidad vital de un proceso de transmisión que niega la matriz cultural de la obra sólo para darle vida nueva en otra cultura.

El proyecto que nos ocupa es el de lograr una historia de la literatura hispanoamericana y mi parte en este proyecto ha sido la de delinear el en­foque comparativo. Para cumplir con esta responsabilidad me corresponde comentar directamente sobre el quehacer mismo del proyecto. La tarea de escribir una historia de literatura que no proponga una reducción depende del reconocimiento de la dinámica cultural elaborada en un marco históri­co sociológico, e informada por un conocimiento de la obra literaria como experiencia.

A mi parecer, es imprescindible para lograr esta historia literaria que toda referencia directa a los textos literarios mantenga abiertas las posibili­dades interpretativas de la obra y no busque clausurar la sobredetermina-

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ción de la creación artística. Pero también, y con igual rigor, tenemos la obligación de construir un marco histórico y sociológico que se preste al estudio transnacional de las literaturas; es decir, a una perspectiva compa­rativa. Del mismo modo que enérgicamente rechazamos una historia litera­ria que no tenga en cuenta la matriz cultural de la obra, debemos rechazar una historia que pretenda describir una literatura en aislamiento.

En este modelo de investigación la historia literaria está situada en la encrucijada de la crítica literaria y el estudio comparativo. Por consiguien­te, el éxito del proyecto de una historia literaria en lengua castellana y quizá portuguesa del continente americano, depende en gran parte de la validez de la materia crítica que la informe y de la dimensión comprensiva del marco histórico que la relacione con otras culturas y otras tradiciones. Del lado de la crítica literaria se recoge el comentario de los textos, un co­mentario que incorpore el análisis con la interpretación. La perspectiva comparativa se incorpora no solamente al estudio de las traducciones sino también al concepto heurístico de la forma literaria que facilitará el cono­cimiento de la transmisión transcultural de la literatura.

No solamente creo que es posible elaborar una orientación nueva de la historia literaria sino que creo que ya está en marcha en diversas empresas individuales y lo que exige la investigación ahora es un centro de trabajo que, por su ejemplo, nos dé un sentido de dirección y de futura coordina­ción. Espero que éste sea uno de los resultados del presente proyecto que nos ha traído a esta reunión en Caracas.

Discusión

Beatriz Garza:Creo que debemos concretar, lo más posible, las líneas de trabajo. En ese sentido valdría la pena explicar el concepto de “perspectivas esté­ticas”, así como, en relación con la llamada teoría de la recepción, que es muy válida, ¿cómo, en concreto, considerar al lector?

Mario Valdés:4

Bueno, primero ¿qué entiendo por perspectiva estética? Es importante entender que éste es un artificio, un concepto creado para poder deli­near históricamente ciertas tendencias un tanto priviligiadas del texto literario. Podemos notar que hay textos que en ciertas épocas se mar­ginan, porque pasan de boga en la preocupación estética de ese mo­mento. Si queremos entender por qué un poema que describe la flora y fauna de América en un momento entra como alta literatura y en otro como reliquia del pasado, tenemos que entender que hay una función estética que podemos poner dentro de una trayectoria histórica. Una de las funciones estéticas, por ejemplo, que yo veo a través de la litera­tura es la didáctica. El hecho de que en cierto momento, lo didáctico

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se rechace no tiene que ver con el que es una corriente estética válida dentro de las posibilidades de expresión literaria. En cierto momento, se hace hincapié en crear una estética de parábolas, especialmente en la novela o en la poesía. La cuestión es que el lector se reconozca den­tro del mundo narrativo o poético elaborado y pueda compartir esas experiencias.

En cuanto al lector, se tiene que distinguir claramente entre el lector contemporáneo y el lector implícito en el texto literario, éste es el que me interesa. ¿Cómo vamos a tratar al lector del siglo XVIII? Al lector implícito lo vamos a sacar del texto y del estilo del texto en su historia, en su marco histórico. Podemos construir la estrategia del tex­to que se dirige a un lector, ver las vinculaciones, tipos de voces, modos de apelar, ciertas debilidades del momento, ciertas ideologías del mo­mento dentro del texto. Para una historia literaria es importante el texto en un marco histórico porque se trata no del lector implícito de una obra, sino del lector implícito como una colectividad. Es impres­cindible que tengamos datos, a fin de que nos den la información de a quién se dirige el texto, cuáles son los argumentos que usa para ganar­se a ese público, cómo se distancia a una parte del público lector. Esta es una reconstrucción histórica que va a ligar el estudio detenido del texto literario con una estrategia y su marco histórico.

Jacques Leenhardt:En relación con lo que dice Mario del lector, me parece que para noso­tros, que queremos hacer una historia, hay que considerar también el otro concepto de lector. Quiero decir el funcionamiento social del tex­to en el marco de los seres reales. Evidentemente es muy difícil conocer de manera completa ese tipo de lector porque siempre faltan datos. Es siempre la noción de considerar una estrategia en donde habría que tra­tar en el marco histórico el funcionamiento de la estética.

Mario Valdés:Yo lo veo como una dialéctica de la estrategia del texto y de una repo­sición histórica del público lector que acepta, rechaza, trastorna o cam­bia al texto literario. Estoy completamente de acuerdo.

Jean Franco:Creo que se está pasando por alto en este estudio de la estrategia, la cuestión de la enunciación. Porque lo que pasa es que en este marco histórico, el enunciante o la forma de enunciación —porque no necesa­riamente es una persona— es la clave de la subjetividad. Es el problema de cómo se forma el sujeto en un cierto momento histórico, y además como se autoriza la obra literaria. Yo estoy trabajando, en estos mo­mentos, en Fernández de Lizardi y él tiene un gran problema en sus obras que se puede enfocar de la siguiente manera: cómo se autoriza como persona que puede hablar en ese momento, porque no es cura, no es erudito, no ha ido a la universidad. Cómo se autorizan, por lo

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tanto, estos nuevos tipos de textos, cómo demuestran un poder para hablar. Me gusta mucho su forma, pero me ha parecido que en un mo­mento toca usted el problema de la enunciación, que no se desarrolla.

Hugo Achugar:Yo creo que está implícito, en parte del texto leído, pero me interesaba si podría ahondar en lo siguiente. Es obvio que la descripción de ese lector es necesaria, en función de un marco histórico y de una perspec­tiva de enunciación. Pero esa enunciación no sólo se realiza en referen­cia a un marco histórico, a un determinado proceso sociohistórico, sino a un sistema estético. Y a mí me parece que es una categoría funda­mental para la descripción de un determinado momento. Es decir) es en relación con un determinado acontecer histórico, pero también en diálogo y exclusión con otras perspectivas de enunciación, no de un texto sino de sistemas de textos. Entonces se tratará de sistemas esté­tico-ideológicos en referencia a situaciones histórico-sociales.

Mario Valdés:Sé perfectamente que un novelista, por ejemplo, tratando con un tema tan difícil como la guerra civil española, tiene en su tradición cultural y literaria muchos sistemas que comparte. Sistemas no en uso en su círcu­lo inmediato, sino sistemas empleados anteriormente en su propia cul­tura y tradición, y también, importados de otras culturas que han for­mado parte de su desarrollo cultural. Entonces, estoy completamente de acuerdo: no podemos olvidamos que el texto literario no solamen­te está en relación dialéctica con el público, sino que es parte de una tradición de uso de sistemas estéticos, y éstos son los que yo llamaba, para contestar a Beatriz, perspectivas estéticas.

Franco Meregalli:Quisiera preguntar ¿en qué sentido dice “no sólo en lengua castellana y portuguesa”?

Mario Valdés:En el sentido de que no nos podemos olvidar que dentro de la cultura hispanoamericana hay elementos literarios que no se expresan en cas­tellano ni en portugués. Hay, por ejemplo, una tradición de poesía oral en México, que es en náhuatl o en zapoteca. Entonces, por eso el enfoque mayor se tiene que dar a la literatura en castellano y portu­gués, pero no con esa rigidez de negar que hay otros elementos que existen dentro de la cultura hispanoamericana.

Franco Meregalli:El elemento fundamental y determinante es la lengua. Otras expresio­nes en otras lenguas, desde luego que hay que tomarlas en cuenta, pero ya como elemento comparatista.

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Domingo Miliani:La ponencia del doctor Mario Valdés me parece de una gran validez, y lo que quiero simplemente es precisar algunas cuestiones que más que de tipo metodológico serían de tipo terminológico. Cuando él habla de los tres círculos concéntricos, tengo la impresión de que se trata de tres niveles abstractivos de la textualidad.

El primer nivel, el del texto como objeto verbal integrado, esta­mos de acuerdo en que no sería una concepción remitida nada más al significante, sino a la totalidad del texto, entendida en el sentido de Lotman, de una integración.

En el segundo nivel, veo que sería el modo de la codificación trans- verbal y literaria propiamente dicha. En este segundo caso lo que ob­servo es que él combina aspectos que tienen remisión directa al proce­so del concepto histórico con lo que podría ser la codificación literaria. Con tödo respeto, yo disiento del profesor Meregalli en que el soporte lingüístico sea determinante. Es el soporte material del discurso, pero no el determinante de la literatura; creo que el determinante diferen­cial de la literatura está no en la famosa literariedad de los formalistas, pero sí en la necesidad de establecer una semiología diferencial que nos permita, por ejemplo, hablar de una novela independientemente de la lengua en que esté escrita, de una obra trágica independientemen­te de la lengua en que esté escrita, de un ensayo independientemente de la lengua que esté escrito. A partirle ese segundo nivel, desde la recuperación ideológico-histórica del texto, se va a tener un tercer nivel que sería transígnico, en el sentido verbal, que sería transemióti- co, desde el punto de vista de la codificación literaria, para insertarlo en una teoría general de la cultura. Allí el texto se vuelve un macro sig­no cultural, comparable con una serie sígnica análoga, literaria, pero con una serie transliteraria de tipo estético, que es donde se puede lle­gar entonces a implantar la literatura: en una teoría de la cultura. Esa sería mi primera observación.

Mi segunda observación es que el texto del profesor Valdés dice tácitamente que la literatura está entendida como un proceso equipa­rable a una teoría de la comunicación literaria. Esto es absolutamente válido, y permitiría, cuando se habla de alguien que ha escrito algo, hablar clara y llanamente del emisor literario, o del hablante literario. A mí la palabra “hablante” no me gusta, porque volvemos al problema de lo grafémico y lo fonémico. Los personajes hablan, pero el narrador primario o secundario lleva a un proceso de codificación literaria, que sería el aspecto que yo noto como vacío. Se habla de una codificación en el nivel del lector, pero no se habla de una codificación en el nivel del emisor literario.

Esto tiene muchísima pertinencia cuando usted se plantea el pro­blema del lector implícito o del lector explícito. Es decir, ¿cómo des­codifica diatónicamente cada comunidad de lectores un mensaje codificado en un texto? Sólo esta observación haría para este punto.

Lo otro que observo es que maneja una categoría lingüística saus-

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suriana como la sincronía y la diacronía. Yo sé que el profesor Valdés está perfectamente en conocimiento del modelo dialectológico de Flydall que es extendido primero por Coseriu. Se habla no solamente del aspecto sincrónico y diacrónico sino que también de las variacio­nes diatópicas: el romanticismo europeo, un romanticismo inglés o hispanoamericano, pero también un romanticismo argentino sentimen­tal o socialista utópico. Y no solamente diatópicas, sino que cuando doy el ejemplo del lector se puede hablar perfecta y claramente de la variante diastrática, y no solamente del lector sino del emisor. Cuando usted habla precisamente de la literatura indígena o indigenista, yo me planteo: ¿codifica o conceptúa?, ¿produce conceptualmente con rela­ción a una* temática indigenista del mismo mo<Jo un positivista como Alcides Arguedas que un antropólogo que adopta una posición diastrá­tica desde la postura del indio como Jesús Lara, como José María Arguedas, o un escritor del realismo social como Icaza?

Los tres serían indigenistas, pero la variación es de tipo diastrático. En la cuarta categoría, que sería la variación de oficio, tendríamos una literatura indígena narrativa, y ésa sería una variación diafásica. Entre narradores tendríamos una sinfasía del discurso, pero tenemos una li­teratura dramática del indígena, o una poetización del indígena y ha­bría que tocar un poco la categoría diafásica también.

Yo no sé si usted considera que esos aspectos pudieran ser incor­porabas dentro de un trabajo metodólogico, que a mí me parece de enorme importancia en realidad.

Mario Valdés:Sí, claro que sí. Casi todos sus comentarios parten de plantearse uno un quehacer de crítica literaria. Aquí yo traté de dar un esquema teó­rico suficientemente amplio para poder defender los cambios que estoy pidiendo, los cambios que son mayores, y a la vez indicar las diversas especies de operaciones.

Antonio Cornejo Polar:Yo quiero hacer cuatro observaciones. Previamente quisiera decir que la ponenpia me parece muy interesante, y que requeriría tal vez una lectura mucho más detenida para poder calibrar las perspectivas que se abren a partir de ella. Mis observaciones son un poco más concretas. Una primera, que me está preocupando, no sólo en la ponencia, sino en general en el debate, es que me da la impresión de que se está ha­ciendo una separación demasiado tajante entre literatura, por un lado, y algo que llamamos historia, por otro. De alguna manera —no es así, pero simplificando— estaríamos volviendo al viejo concepto de texto y contexto como dos cosas absolutamente independientes, o ligadas de una forma más o menos circunstancial y aleatoria. Yo creo que en cualquier caso, pero sobre todo en América Latina, significaría una separación demasiado aguda, una doble reducción.

Por una parte, estamos reduciendo la historia a la serie política,

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económica, social, etc., y por otra estamos reduciendo la literatura a una especie de expresión puramente subjetiva o intersubjetiva, que funcionaría en un plano más o menos ideal. Yo creo que habría que hacer un esfuerzo por no confundir los términos, evidentemente, pero también, por encontrar alguna forma de mutua relación más estrecha. Debo poner el ejemplo que señalo en mi ponencia: ¿hasta qué punto el proceso de formación de la nacionalidad argentina es independiente de la obra de ese momento?, ¿hasta qué punto los textos de Sarmien­to, de Alberdi y de Echeverría no son el proceso de formación de la nacionalidad argentina?

Por otra parte, me preocupa la insistencia del profesor Meregalli en aquello de que el lenguaje, la lengua, el idioma es el carácter esencial, definitivo y fundamental que ríos permite deslindar el campo. Sobre todo porque si esto se asocia al hecho de privilegiar el español y el por­tugués, yo tendría la impresión que estamos liquidando el proyecto.

En ese caso, deberíamos estudiar la literatura española, de España, dentro de este proyecto, como literatura española de Hispanoamérica. Si el idioma es lo más importante, entonces ¿para qué estudiamos la li­teratura hispanoamericana? Si el idioma es lo más importante, entonces ¿para qué distinguimos la literatura portuguesa de la brasileña? Yo creo que hay que darle un peso grande a la lengua, pero que de ninguna ma­nera es un criterio determinante. Con respecto a esto, otra preocupa­ción: yo me doy cuenta, que en términos prácticos, el proyecto podría paralizarse si es que incluimos a las literaturas en lenguas nativas, por­que eso nos crearía un problema metodológicamente casi imposible de resolver. En términos prácticos sería extraordinariamente complicado, sin embargo, no creo que pueda hablarse que esas lenguas forman una especie de sustrato y sean ajenas además a la literatura latinoamerica­na. Al pensar, por ejemplo, en cualquiera de los países andinos: Perú, Bolivia o Ecuador, no se puede sostener que la literatura sea la escrita en español. Me parece negar la evidencia de que la población de esos países no se reconoce en la literatura, sino fundamentalmente en la li­teratura oral en quechua o en aim ara. Que no podamos estudiarlo, que eso nos cree un problema metodológico terriblemente complicado, no significa que no tengamos una muy clara conciencia de esto. En ese sentido el proyecto tendría que llamarse: “Hacia una historia de la literatura latinoamericana en español y portugués” , pero de ninguna manera es la literatura latinoamericana completa.

Mario Valdés:Bueno, primero, en ningún momento quise designar a un cuerpo lla­mado literatura de textos privilegiados, como un canon que se mantie­ne, sino que me refería, dentro de los libros establecidos, también a la filosofía y aun al derecho. Creo que es el objeto cultural lo que impor­ta, y algo que no es literatura hoy en día, puede ser literatura para otra generación y viceversa. Pero tenemos que distinguir entre el fenómeno como un hecho histórico y el procedimiento metodológico que vamos

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a seguir nosotros. Sería absurdo excluir el ensayo, la prédica, la histo­ria, el ensayo filosófico, el de derecho, etc. Ahora la base de selección de los textos tiene que ser su valor como el objeto cultural y no la per­tenencia a una categoría preestablecida o canon.

En el segundo punto hay quizás un malentendido. Yo no me refie­ro a la lengua como un sistema de comunicación desprovisto de la co­munidad, por el contrario, a esa lengua como la expresión de un pue­blo, como la manifestación cultural de una colectividad de gente, del pasado y del presente.

Ahora, en cuanto al tercer punto. Yo no voy a tomar ninguna pose hipócrita: yo no conozco nada, no podría empezar a leer un poema aimara. Pero no ‘se trata de que nosotros podamos elaborar un estudio de las lenguas nativas de América, sino que se tienen que reconocer al delimitar el terreno, no como un estorbo, sino como una parte del sus­trato cultural que es importantísimo.

Ana Pizarro:A mí me parece que es importante en este punto de la discusión, con­siderar los procesos transculturales. Porque pareciera que estamos ha­ciendo una separación muy tajante entre lo que son las literaturas en lenguas metropolitanas y las literaturas en lenguas nativas. Justamente, me parece que el carácter de una literatura latinoamericana, y el mis­mo interés comparativo de ella, es ver cómo las estructuras del lengua­je y las estructuras míticas de esas literaturas y de esas lenguas nativas vienen a distorsionar las estructuras del lenguaje de las lenguas metro­politanas, llegando a caracterizar un discurso específico. El problema sería —en la medida en que no somos capaces y no tenemos los medios de hacer un estudio de las literaturas en lenguas nativas— establecer la delimitación. Es decir, tomamos en cuenta los procesos transculturales y llegamos allí hasta donde podemos, y luego mostramos nuestra inca­pacidad de ir hacia lo demás, que también forma parte, y tal vez ma- yoritariamente, de la literatura latinoamericana.

Jean Franco:Creo que valdría la pena que discutiéramos un poco la necesidad de defi­nir en forma muy diferente la trasmisión oral y la escritura. La cultura de trasmisión oral implica también a la cultura de trasmisión hispánica. Tenemos que estudiar esa zona muy particular de creatividad porque en ella se destacan otras normas de creación, como la presencia de un auditorio, la necesidad de una comunidad, por ejemplo, y creo que te­nemos que hacer notar la diferencia.

Además, las formas de transmisión entre lo oral y la literatura, por ejemplo, los estudios de literatura de cordel en el Brasil, son muy im­portantes y hay que notar una cosa, para mí muy significativa, es que son los antropólogos, muchos norteamericanos, los que ya están trans­cribiendo esa cultura oral para nosotros.

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LA PERSPECTIVA COMPARATISTA

Franco Meregalli

Los organizadores de la Reunión que tiene la tarea de discutir los criterios metodológicos y los procedimientos operativos que deben dirigir la realiza­ción de la Historia comparada de la literatura latinoamericana han conside­rado oportuno abrir los trabajos con relaciones sobre la “delimitación del campo”. El primer problema que se nos presenta es: ¿Qué entendemos por América Latina? Quebec es un territorio sin duda americano, y en él se habla una lengua que es tan “latina” como el español o el porgugués. Ha­blando de América Latina ¿se incluye o no se incluye Quebec? Yo creo que en general no pensamos en él, cuando hablamos de América Latina, aunque si pensamos en Haití, en la Martinica y en la Guadalupe. Hay por lo tanto un conflicto entre el criterio lingüístico y el geográfico. Desde un punto de vista metodológico, debería prevalecer un criterio lingüístico, por­que la relación entre la lengua y la literatura es intrínseca, mientras no lo es la relación entre la colocación geográfica y la literatura. Es indudable que la literatura que se hace en Nueva Zelanda tiene mucho más que ver con la inglesa que con las literaturas asiáticas, que sin embargo se desarrollan mu­cho más cerca de Nueva Zelanda. Pero desde un punto de vista histórico la colocación geográfica es esencial. Ahora que, si damos la prioridad al fac­tor geográfico, se nos pone otro problema: ¿podemos incluir en el área de nuestra historia la literatura hecha en inglés, en Jamaica y Trinidad o en el papiamento de Curaçao? ¿Es el Caribe una realidad que hay que privilegiar en nuestro proyecto incluso forzando el término “latino-americano” para incluir zonas de lengua no “latina”? Personalmente prefiero la expresión “iberoamericana” a la “latinoamericana” : se trata de una expresión más rigurosa, que dejaría fuera del objeto directo de la empresa las literaturas francófonas de América, y naturalmente las anglófonas, que sin embargo habría que tener en cuenta en la “perspectiva comparatista” .

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A propósito de esta preferencia mía por el término iberoamericano quiero hacer algunas observaciones. Da la casualidad, que no es del todo una casualidad, que yo soy italiano; se sabe qué importancia tiene la pobla­ción de origen italiano en algunas zonas de Ibero —o, si queremos, Latino­américa. Como italiano, tendría que preferir la expresión “latinoamerica­na”, que parece aludir también a dicho elemento italiano. Por otro lado, en los siglos XIX y XX la presencia de la cultura francesa en América Latina ha sido un factor, acaso el mayor, de unificación o al menos de atenuación de las diferencias culturales entre los pueblos iberoamericanos; por esto también se podría justificar de alguna manera, históricamente, el término “latinoamericano” . Sin embargo, “América Latina” es un término que me patece más utilizado fuera que dentro.del territorio interesado o de todas formas implica una óptica exterior. La discusión sobre el término puede parecer un poco ociosa; pero creo que la claridad en este caso, alcanzada después de una adecuada discusión, puede ayudar a aclararnos las ideas también a propósito de la articulación de la obra de que nos ocupamos.

Otra serie de consideraciones preliminares que quiero hacer antes de llegar explícitamente a lo comparatista (pero ya hemos visto que analizan­do conceptos generales se ilumina también el aspecto comparatista) se re­fiere a los términos “historia” y “literatura” . ¿Qué es literatura? Me he ocupado específicamente de este problema y tengo ideas personales al pro­pósito, que obviamente no puedo expresar de una manera adecuada en esta sede. De todas formas, diré que considero necesario dar una significación muy amplia a este término: “literatura” , la entiendo no sólo pensando en los géneros de escritura más cargados de elementos estéticos: narrativa de invención y lírica, sino incluyendo la prosa de reflexión, la narrativa no de invención; el teatro, la producción historiográfica, por ejemplo, debe considerarse producción literaria, y no sólo por lo que puede tener de valor estético (no existe una escritura que no tenga, mucho o poco, elemento “estético”), sino en sí. La herencia simbolista y la idea decimonónica del “arte por el arte” nos han llevado a privilegiar el elemento estético en la li­teratura: la verdad de esta afirmación puede constar, por ejemplo, al estudiar los criterios con que se han atribuido los premios Nobel por la literatura en estas últimas décadas, comparados con los criterios que prevalecían a co­mienzos del siglo. Pero esta tendencia lleva a un aislamiento esterilizante del mismo “elemento estético” . Viene luego lo de “historia” . Hace sólo unos quince años, hacía falta valor para hablar de historia a propósito de la literatura. Durante el dominio del estructuralismo ahistórico, cierto terro­rismo pretendía que la historia literaria había acabado, que la única mane­ra legítima de estudiar la literatura era ocuparse del texto, y del texto en su superficie significante; parecía entonces que cualquier referencia a algo que fuera exterior al texto fuera una impuridad rechazable, y no sólo recha­zada por personas al tanto de las cosas. Fue poco más o menos en aquella

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época que nuestra Asociación Internacional de Literatura Comparada pla­neó su ambicioso proyecto de una Histoire des littératures en langues européennes. Ahora resulta que se ha redescubierto al autor por un lado y al receptor por el otro, y con ellos se ha redescubierto la historia, pero tam­bién como relación entre texto y referente extralingüístico. A una semiolo­gía literaria que se limitaba a estudiar el signo literario en sus dos polos de significante y significado, es decir, estrictamente como hecho lingüístico, se ha sustituido una semiótica pragmática, que no ignora la relación entre emisor, texto y receptor, y por lo tanto el contexto literario y la circuns­tancia extraliteraria. Cualquier texto tiene, además que una autorreferencia- lidad, una heterorreferencialidad, más todavía es heterorreferencial la co­municación literaria en que el texto se coloca. La literatura es un momento de la vida.

Todo esto nos dice que metodológicamente se justifica plenamente una historia literaria, y se justifica no sólo como historia de las formas sino co­mo historia del hecho literario dentro de la vida. Dentro de la vida social, dentro de la vida psicológica individual, dentro de la reflexión en todos sus aspectos, desde el estudio de lo económico a la filosofía y la mística. Ya estas afirmaciones implican una determinada manera de concebir la articulación de una historia literaria.

¿Cómo debemos articular nuestra historia de la literatura latinoameri­cana o iberoamericana, o como queramos llamarla? Podríamos pensar en una articulación que fundamentalmente privilegie los géneros literarios. Sería una articulación que se acerca a una concepción formalista de la his­toria literaria, concepción que tiene su parte de legitimidad y aun de nece­sidad. Pero pienso también que las formas literarias introducidas en un contexto diferente adquieren un significado diferente, sirven a propósitos diferentes. El romanticismo por ejemplo, ha preferido determinadas for­mas literarias a otras; formas literarias precedentes a la difusión del roman­ticismo pervivieron durante el predominio de éste, que en ninguna parte fue absoluto. En general, puede afirmarse que movimientos histórico-culturales no han destruido nunca completamente el pasado, que a veces pareció re­surgir después de ellos. En otras palabras, un movimiento es una cosa y un periodo es otra. En un periodo cronológico viven muchos movimientos en distintas fases de su desarrollo. El romanticismo convive con el neoclasicis­mo, y no soto en el sentido de que éste sobrevive como forma rezagada durante el dominio del romanticismo. El neoclasicismo, por ejemplo, do­mina en arquitectura y escultura en las mismas décadas en que el teatro o la narrativa de invención domina lo que llamamos romanticismo. Por otro lado, los movimientos literarios no suelen ser sólo literarios. Cabe incluso decir que los ismos cambian la literatura como forma porque introducen en ella tendencias, gustos, valoraciones, temas diferentes: si la literatura puede cambiar un poco la vida, más la vida cambia la literatura.

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De estas premisas parece bastante lógico deducir que, sin negar las di­námicas inmanentes en las formas literarias, hay que destacar en la misma historia literaria el referente extraliterario, digamos la realidad histórica vi­tal. Hay que hacerlo en distintos sentidos: en un sentido diacrónico y en un sentido sincrónico-espacial. La periodización de la historia literaria debe hacerse, según yo, si es necesario, en función de hechos no literarios: de hechos, obviamente, que tengan un alcance tan enorme que lleguen a cam­biar la vida literaria, que es una de las muchas facetas de la vida en general. La verdad es que hechos tan macroscópicos suceden raramente, y menos suceden con relación a un dominio espacial tan inmenso como es el territo­rio en que se desarrollan las literaturas latinoamericanas, o el poco menos inmenso en que se desarrollan las literaturas iberoamericanas.

Cuando hablamos de “literatura latinoamericana” hablamos por defi­nición de un conjunto de literaturas que se expresan en un idioma románi­co. Hay, por lo tanto, un hecho macroscópico en los orígenes de la “litera­tura latinoamericana” : la introducción de las lenguas románicas en América, que empieza a comienzos del siglo XVI y no ha acabado todavía. El otro fenómeno macroscópico, que cambió la vida latinoamericana, es la inde­pendencia. En realidad se trata de un fenómeno que se manifiesta de ma­nera profundamente diferente en las dos partes de Iberoamérica. Dos son los acontecimientos que causan u ocasionan dicha indépéñdencTa: el ejem­plo de Estados Unidos y la revolución francesa con sus consecuencias psi­cológicas y la ocupación napoleónica de la península ibérica. Ambos ele­mentos fueron determinantes lo mismo en Hispanoamérica que en Brasil, aunque las relaciones entre los territorios americanos y la llamada madre patria se desarrollaron en ellos de una manera muy diferente. Podemos de­cir que la historia latinoamericana cambia sustancialmente en 1821. Cam­biando radicalmente la situación general, debió cambiar sustancialmente también la literatura. Por ejemplo, se puede decir que la narrativa de inven­ción empieza en Hispanoamérica inmediatamente después de la independen­cia y en relación con ella. Por esto, creo que una historia de la literatura latinoamericana o iberoamericana hay que dividirla en dos grandes épocas, con un criterio extraliterario: antes y después de la independencia.

Dentro de estas dos grandes épocas debemos necesariamente realizar otros cortes cronológicos. No es que queramos, es que no nos queda más remedio que hacerlo. Pero aquí se complican las cosas. No hay aconteci­mientos extraliterarios de carácter tan enorme que nos permitan establecer un corte en el continuum histórico-literario en función de ellos. Hay movi­mientos literarios, o en general culturales, que vienen desde fuera y coloran de una manera groseramente sincrónica, muchos o todos los ambientes litera­rios iberoamericanos. No podemos sino acudir a ellos para individuar perio­dos o subperiodos. No se trata, por parte nuestra, de una postura ideológica en favor de lo específico literario; no se trata, para entenderse, de una afir­

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mación parecida a la de Ia Introdução a Literatura no Brasil de Afránio Coutinho, que se inspira en los escritos por el autor mismo definidos “in­dispensáveis e definitivos” de René Wellek. Podrá parecer incongruente que mantengamos en un caso la necesidad de escoger para la periodización un hecho extraliterario, en otros la de privilegiar hechos literarios. Una obje­ción parecida procede de una mentalidad logicista o racionalista, que supo­ne que para un tipo de decisiones hay un tipo de soluciones al que hay que permanecer fiel. Creo al contrario que la verdadera coherencia está en la aparente incoherencia. El dentista tiene muchas tenazas; sería curioso que, a pesar de esto, y por coherencia se empeñase siempre en utilizar la misma tenaza en distintas circunstancias. .%

El hecho es que para la época independiente de América Latina no po­demos sino escoger criterios de periodización fundados en ismos culturales (culturales, no siempre específicamente literarios). Estos ismos son, por lo menos durante el siglo pasado, de procedencia evidentemente europea, aunque hay un proceso de adaptación a las circunstancias locales; pero predominantemente son de origen francés, o llegan filtrados por la cultura francesa: el mismo romanticismo, que históricamente es una reacción al pre­dominio del cosmopolitismo racionalista y clasicista francés, llega a Ibero­américa, directamente o por mediación de las culturas peninsulares, predo­minantemente de Francia, aunque no de origen francés.

De alguna manera, el romanticismo no ha acabado todavía. Pervive en el realismo, resurge en el simbolismo y en el decadentismo. El naturalismo en cierto sentido continúa el popularismo romántico, aunque es todo lo contrario que una inclinación a una temática “romántica” en el sentido divulgado, y diría vulgar, del término. El decadentismo elitista reacciona al naturalismo y continúa cierto tipo de romanticismo. Todas estas reaccio­nes e imbricaciones crean un paisaje cultural y específicamente literario que dificulta muchísimo la necesaria periodización. La conclusión es: no tengo una propuesta clara de periodización de la literatura latinoamericana después de la independencia.

Me he acercado a la perspectiva comparatista, a la cual sin embargo no he dejado de referirme, al decir que los ismos presentes en Latinoamérica, por lo menos en el siglo XIX, son de procedencia europea, predominante­mente francesa. A este propósito tengo que aclarar cuál es mi concepto de comparatismo literario.

Las relaciones entre la lengua y la literatura son intrínsecas, puesto que la literatura se escribe, en general, en una determinada lengua. Las rela­ciones entre la literatura y una nación, al contrario, son extrínsecas. A veces sucede que uno no escribe en la lengua de su nación: lo que escribe perte­nece a la literatura de la lengua en que lo escribe, no a la literatura de su nación (Joseph Conrad no era inglés, pero sus obras pertenecen a la literatu­ra inglesa). Además, ¿qué significa “nación”? ¿Es nación cualquier forma-

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ción estatal? ¿Es nación Suiza que se expresa en diferentes lenguas? Poca duda cabe de que Rousseau pertenece a la literatura francesa, no a la “litera­tura suiza” . Uruguay ¿es nación o provincia? Nadie piensa que Rio Grande do Sul es una nación. Uruguay ¿es una nación sólo porque forma una uni­dad estatal? ¿O es una parte de la nación rioplatense? De todas formas, todo lo que se escribe en español forma evidentemente una unidad, a pesar de ser expresión, indudablemente, de distintas naciones. Pues bien, las relaciones entre literaturas de distintas naciones que se expresan en la misma lengua no interesan directamente lo que se suele llamar “literatura comparada” . La literatura comparada se ocupa de relaciones entre literaturas escritas en lenguas diferentes. La relación entre la literatura portuguesa y la literatura brasileña no es objeto del estudio comparatista (como lo entiendo yo, deli­berando un empleo lingüístico de la expresión “literatura comparada” de una manera obviamente convencional, enseña Ferdinand de Saussure, pero desde luego no arbitraria y caprichosa, puesto que éste es el sentido que se da en general a la expresión “literatura comparada”). Por lo tanto, será ne­cesario estudiar en la Historia comparada de la literatura latinoamericana la relación.de continuidad y contigüidad entre la literatura española y la literatura hispanoamericana, pero este estudio no constituye un elemento comparatista de dicha obra.

Diferente es la cosa tratándose de las literaturas hispanoamericanas y la literatura brasileña. En general, se piensa en ésta como algo comparable a la literatura argentina o a la peruana. Pero no es así: la contraposición evidente es entre la literatura brasileña por un lado y la hispanoamericana (o hispanoamericanas) por el otro, puesto que entre la literatura argentina y la mexicana, geográficamente muy alejadas, existe un vínculo esencial que no existe entre la literatura brasileña y la argentina, geográficamente más cercanas: el vínculo de la lengua. La relación entre la literatura brasile­ña y la hispanoamericana (o hispanoamericanas) es intrínsecamente objeto de la llamada “literatura comparada” , puesto que se trata de literatura que se expresa en lenguas diferentes. Y diría que estas relaciones son el objeto más caracterizador de nuestra empresa. Nuestra empresa se justifica sobre todo en función de la presunción que estas relaciones sean tan estrechas que reúnan ambos elementos de una superior unidad, que existe aunque no ex­cluye unidades subordinadas: la literatura latino o iberoamericana. ¿Es jus­tificada esta presunción? Éste, repito, es el tema central de nuestro proyecto.

Las relaciones entre la literatura brasileña y la hispanoamericana refle­jan en buena medida, aunque de manera desigual en las distintas épocas, las relaciones entre las dos naciones europeas que han dado la lengua a cada una de ellas, y cuyas literaturas son el antecedente necesario de cada una de ellas. Se ha dicho que lo característico del portugués es no sentirse un apéndice de España, que Portugal se define en cuanto se diferencia de Es­paña. Sin embargo, es evidente que lo mismo lingüística que literariamente

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lo “español” y lo “portugués” forman un subgrupo dentro de las lenguas y literaturas románicas. La misma importancia que se atribuye a la diferen­ciación demuestra la esencialidad de la relación.

Análogamente, Brasil se define como no hispanoamericano. En efecto, hay diferencias macroscópicas en un nivel histórico-político: Brasil no tuvo una guerra de independencia; el libertador fue paradójicamente el mismo . soberano; durante casi todo el siglo XIX constituyó un imperio, cosa que hizo a la historia brasileña algo esencialmente distinto de la historia de las repúblicas hispanoamericanas.

Por lo que se refiere a la historia literaria, no me atrevo a expresar opi­niones específicas. Sin duda hay conspicuas diferencias; pero creo que hay también analogías debidas lo mismo a la análoga colocación frente a las li­teraturas europeas, especialmente la francesa, como a las analogías de cons­titución etnológica de los pueblos. El descubrimiento de un sustrato de conocimiento “mágico” , de origen indio o negro, por ejemplo, puede resul­tar un elemento común, otro, la explosión demográfica de megalopolis en las últimas décadas (un fenómeno que es mucho más reciente y mucho más acentuado que el análogo fenómeno en Europa), que se verifica lo mismo en Brasil que en Hispanoamérica, y causa un desplazamiento del interés hacia las masas urbanas que puede reflejarse en la literatura.

De todas formas, me parece absolutamente claro que la costumbre de colocar sin más a Brasil entre las repúblicas “latinoamericanas” , a lo mejor como elemento en una enumeración alfabética (“Bolivia, Brasil, Colom­bia. . .”) es de rechazar. Brasil se puede comparar con Hispanoamérica, no con cada una de las repúblicas hispanoamericanas, aunque se explica muy bien, desde un punto de vista geográfico como desde un punto de vista etno­lógico e histórico (de historia “evénementielle” , que tiene su importancia, aunque no la tiene tan exclusiva como pretendía la historiografía tradicio­nal), que las Indias portuguesas hayan conservado su unidad, y las españolas la hayan perdido a pesar de los esfuerzos de su libertador. Las Indias por­tuguesas eran algo mucho más compacto. Los portugueses no encontraron en los territorios que conquistaron formaciones estatales o nacionales de­sarrolladas que individualizasen partes de dichos territorios, como les suce­dió a los españoles. La fragmentación hispanoamericana no sólo se explica, sino que se justifica, dentro de ciertos límites. A propósito de esta fragmen­tación, se impone aquí uno de los problemas más importantes de nuestro proyecto, también por lo que se refiere a la perspectiva comparatista. Me parece necesario articular en grandes regiones, superando la división actual en estados (que puede ser, sin embargo, tenida en cuenta en un nivel subor­dinado), Hispanoamérica y su literatura, teniendo en cuenta por un lado, hechos geográficos, étnicos, sociales, por el otro, hechos lingüísticos que en realidad están estrechamente relacionados con ellos.

Los españoles dividieron originariamente las Indias en dos virreinatos,.

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la Nueva España y Perú. Se trata de una división que ponía de relieve la importancia que ellos daban a precedentes formaciones políticas, los impe­rios de los aztecas y de los incas: los españoles colocaron sus capitales en territorios ya políticamente organizados, confirmando la identidad de di­chos territorios: México y Perú tienen en estos hechos una doble identifi­cación como naciones. No sucede lo mismo en otros casos. Se sabe que en la primera mitad del siglo XVIII los Borbones crearon un nuevo virreinato, el de la Nueva Granada; y que en 1776 instituyeron un cuarto, el del Río de la Plata. Las dos capitales de dichos virreinatos constituyen ahora los centros de dos naciones, Colombia y Argentina, que sin embargo, com­prenden sólo una parte de los dos virreinatos borbónicos. De todas formas, Buenos Aires y Bogotá no representan centros políticos importantes ante­riores a los españoles, de manera que en este aspecto Colombia y Argentina son menos “naciones” que México y Perú. Lo son, sin embargo, más que otras regiones, que son el fruto de un proceso de fragmentación de las uni­dades administrativas españolas, que se verificó durante e inmediatamente después de la independencia, y que ha quedado irreversible hasta ahora. Bolivia dejó de ser el Alto Perú; la Gran Colombia se dividió en tres estados; Paraguay y Uruguay se separaron de Buenos Aires. El caso extremo de este proceso de fragmentación lo encontramos en América Central, donde la antigua capitanía general de Guatemala, a pesar de sus modestas dimensio­nes, se fragmentó en nada menos que cinco estados, expuestos por su misma pequeñez a interferencias determinantes de potencias, e incluso de organi­zaciones privadas, extranjeras. Es evidente que estas nuevas formaciones estatales corresponden menos al concepto de “nación” que de las que he­mos hablado antes. Sin embargo, no hay que dar una importancia determi­nante a las divisiones administrativas españolas. Es, por ejemplo, evidente la razón de la existencia de un estado llamado Paraguay, que corresponde a una población acentuadamente mestiza, que todavía hoy habla una lengua indígena y continúa las fundaciones jesuítas de la época española. Disputa­do entre Argentina y Brasil, Uruguay se hizo autónomo.

La historia posterior a la independencia, como es natural, ha introdu­cido nuevos elementos de identificación nacional en las nuevas formaciones estatales, que llegan a veces a individualizar de una manera determinante regiones diferentes en América Latina. El mayor de estos elementos es la inmigración europea. Esta inmigración cambió tan profundamente la imagen de determinados territorios que podemos distinguir dentro de Hispanoamé­rica dos grupos esenciales: Argentina y Uruguay, blancos; y todo el resto, que tiene un porcentaje importante de población mestiza. Naturalmente, este hecho étnico se refleja de maneras diferentes en la conciencia de los dis­tintos países, en función de la importancia de la tradición indígena compara­da con la importancia de la inmigración europea. Es evidente que México y Perú, pero también Paraguay, Ecuador, Bolivia, Colombia, que han tenido

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menos inmigración, tienen un tipo de autoidentificación en que el elemen­to mestizo es más presente que en Chile y Venezuela, donde la inmigración ha sido más importante. Todo esto crea dificultades en la individualización de grupos de naciones o estados dentro de la unidad hispanoamericana. Por ciertos aspectos los estados que están en, o se asoman al Caribe tienen ca­racteres en común, por ejemplo, la necesidad más urgente de reaccionar a la presencia norteamericana que se nota incluso en la vida cotidiana; pero es también evidente que el petróleo ha alejado la sociedad venezolana de la colombiana, a pesar de que la contigüidad demográfica, y no sólo geográfi­ca, acerca a estas dos repúblicas. En resumidas cuentas, la necesidad de una división de Hispanoamérica en regiones más grandes, con agrupaciones de repúblicas, contrasta con la dificultad de realizar dicha división. La distin­ción más clara se puede hacer entre el Río de la Plata, nación casi exclusi­vamente blanca, y el resto, la Hispanoamérica mestiza; sin embargo, el ele­mento mestizo, objetiva y subjetivamente, es decir, en la conciencia nacio­nal, tiene una importancia diferente en las distintas zonas y en las distintas épocas. Volviendo ahora a la perspectiva comparatista de nuestro proyecto, nos preguntamos qué alcance tiene este elemento mestizo en la literatura hispanoamericana. Tendrá evidentemente, un alcance inferior donde el elemento mestizo es menos presente, como en la Argentina actual, y mayor donde el alcance mestizo de la población es testimonio de un pasado de civilización autónoma frente a la de origen español: en México, en Perú, en Bolivia, en Guatemala, en Paraguay, y en medida menor en otros estados. Existe una tradición de cultura india que influye en la producción literaria. ¿Podemos decir que existe una presencia literaria de las civilizaciones indias en la literatura (o las literaturas) hispanoamericanas? Ninguna de las grandes civüizaciones precolombinas, ni siquiera la maya, tenía “letras” , en el sen­tido de que no tenía alfabeto; tampoco tenía ideogramas con un claro valor lingüístico y utilizados para una producción literaria. En este sentido no podemos hablar de comparatismo, a propósito de la sin embargo indispen­sable investigacióh sobre las relaciones entre la literatura hispanoamericana y la herencia indígena. Se trata más bien de una presencia del folklore, de poesía oral y en general de tradiciones indias, una presencia que a veces es difícil localizar en el tiempo y no se puede considerar automáticamente anterior a la época española. La misma manera de conocer del indio, el conocimiento “mágico” , se ha introducido en la literatura hispanoamericana por estímulo de reflexiones europeas, como puede demostrar, por ejemplo, la historia personal de Miguel Ángel Asturias, el “gran lengua” de los mayas. De todas formas, esta presencia mestiza acerca la Hispanoamérica mestiza a gran parte del Brasil, más que al Río de la Plata. Ahora, sin embargo, la formación de megalopolis tiende a reducir la importancia de este elemento, y a transformar los conflictos raciales en conflictos sociales.

Hasta ahora hemos hablado de lo inmanente en la realidad de la Amé­

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rica al sur del Río Bravo. Hay también en ella elementos que son objeto específico de la investigación comparatista, como hemos visto, y son esen­ciales. Ahora nos queda por hablar de las relaciones literarias del dominio iberoamericano con literaturas externas al mismo. También en este sector podemos individualizar una oposición binaria esencial: por un lado hay re­laciones con literaturas que se expresan en las mismas lenguas habladas en Latinoamérica, por el otro hay todas las demás relaciones. Es evidente que se trata de dos grupos profundamente diferenciados. Las relaciones directas entre las literaturas hispanoamericanas y la española constituyen un elemen­to unificador y son esenciales. En sí no son objeto de examen comparatista; pero lo son indirectamente, en cuanto España ejerció y sigue ejerciendo una función mediadora entre la cultura europea e Hispanoamérica (resulta del Index translationum de la UNESCO que en 1976 se publicaron 4 902 tra­ducciones de idiomas extranjeros en España, contra 395 en la Argentina y apenas 19 en Venezuela. Distinta es la relación entre Portugal y Brasil que tiene una función de trámite entre las culturas aloglotasy Portugal). Las re­laciones culturales con el mundo exterior al dominio délas lenguas española y portuguesa, el objeto más obvio de la dimensión comparatista de nuestro proyecto, en el conjunto constituyen un elemento unificador de América Latina, aunque de forma y en medida diferente. Diría que el elemento más unificador lo constituye la presencia francesa y también la imagen que de América Latina tiene Francia.

No creo que exista ni una tentativa sumaria de una visión panorámica de dichas relaciones, de su importancia cuantitativa y su distribución regio­nal. El citado libro de Afránio Coutinho tiene una breve sección dedicada a las “ Influencias estrangeiras” en la literatura brasileña tratándose de un in­vestigador tan autorizado, podemos dar por cierto que dichas páginas refle­jan el estado de la investigación en 1959, y concluir que en realidad muy poco se sabía en 1959 al propósito. Queda evidentemente casi todo por ha­cer. Se pueden hacer investigaciones bibliográficas que lleguen a conclusio­nes incluso de carácter estadístico. Se sabe que la literatura es calidad más que cantidad, pero la literatura es un fenómeno social, y sus aspectos cuan­titativos tienerl su importancia. Yo creo que nuestra Literatura comparada de América Latina debe tomar en cuenta todo el acontecer literario, y no sólo algunas expresiones minoritarias consideradas elitistamente las solas dignas de atención. Debe haber una dialéctica a este propósito: el fenóme­no minoritario considerado valioso debe colocarse en relación histórica con la literatura mayoritaria, que fue mayoritaria porque evidentemente corres­pondía a exigencias profundas. Sucede además que productos considerados vulgares por la cultura de una época llegan a ser consagrados más tarde por la misma cultura oficial como patrimonio de todo un pueblo: se presenta a nuestra mente el caso de Martín Fierro, que nadie ahora se atrevería a con­siderar con suficiencia, como se hizo cuando salió. Creo oportuno introdu-

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cir aquí una observación sobre un tema que ya se discutió a propósito de nuestro proyecto. No cabe duda de que la literatura se hace también por grandes personalidades, y que estas grandes personalidades deben ser estu­diadas no sólo como autores de determinadas obras, sino en su unidad;creo que hay que reaccionar a una concepción del texto como algo independien­te del autor. El conocido manual de Wellek considera “exterior” una críti­ca que se ocupe del autor más que de los textos. Yo creo al contrario que, aunque puede haber un interés por el autor, de carácter biográfico en el sentido puramente documental extratextual, puede haber también una biografía que coloque la obra como manifestación de la vida del autor en un determinado momento y sea decisiva para la comprensión de la misma. Sin embargo, nuestro proyecto debe considerar más los fenómenos colecti­vos que los textos y los autores en sí; debe hablar de textos y autores sólo en función de dichos fenómenos. Análogamente, pienso que lo local debe ser objeto de la Historia comparada sólo en función de la visión de conjun­to. Será necesario, como hemos dicho, individualizar regiones dentro del mundo hispanoamericano, más allá de la contraposición binaria propuesta de Hispanoamérica mestiza e Hispanoamérica blanca, pero el objeto especí­fico de la empresa no debe ser lo distintivo regional, sino lo que por encima de éste puede significar carácter general. A este propósito, hay que hacer una observación importante: las relaciones con literaturas exteriores, he­mos dicho, pueden considerarse, en general, un elemento de unificación: hemos citado el caso de las relaciones con la literatura francesa; pero pue­den revelarse con caracteres específicos en determinadas regiones, y contri­buir a identificar dichas regiones. Por ejemplo, se puede deducir de la Storia delle Relazioni letterarie tra Vitalia e VAmerica di lingua spagnola de Giu­seppe Bellini, que es, que yo sepa, ejemplo único de una visión de conjunto de las relaciones literarias entre Hispanoamérica y una literatura europea, lo que era fácil conjeturar: que, después de la independencia, y en conco­mitancia con el desarrollo de la emigración italiana al Río de la Plata, la presencia de la literatura italiana tiene una importancia particular en esta región y la caracteriza frente a otras. Es también de suponer, y lo hace su­poner la obra de Fernando Alegría sobre Whitman en Hispanoamérica, que la presencia de la literatura angloamericana es particularmente importante en la zona del Caribe y contribuye a caracterizarla.

De todas formas, a propósito de las relaciones entre la literatura ibero­americana y las no ibéricas (así como, por lo demás, a propósito de las rela­ciones con las literaturas ibéricas peninsulares), observamos que, si la presen­cia de las literaturas de la América Ibérica fuera de ella no es objeto directo de la Historia, sin embargo hay que tenerla en cuenta, puesto que la ima­gen que el resto del mundo pudo tener de América se reflejó en la que ésta tuvo de sí misma: nosotros reflejamos, en la imagen que tenemos de nosotros mismos, también nuestra conciencia de la imagen que los otros

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tienen de nosotros. En este aspecto, la historia de los exiliados en zonas aloglotas es un momento muy importante y particularmente sugestivo de la investigación comparatista. Piénsese, por ejemplo, en la presencia de An­drés Bello en Londres o, antes, en la presencia de los jesuítas expulsados de las Indias en la Italia de fines del siglo XVII1.

Muchas más observaciones podría hacer a propósito de temas directa o indirectamente relacionados con dimensión comparatista de la empresa; pero debido a las limitaciones de espacio y tiempo, prefiero concluir mi memoria hablando de la concreta forma de inserción de esta dimensión en la arquitectura de la otra. Alguien recordará que en Nueva York distribuí el proyecto de un tomo sobre Lesréceptions littéraires en Amerique Latine: esquisse historique. Pensaba entonces en un libro aparte; pero la dimensión comparatista se puede insertar en una distinta arquitectura, que conciba la obra como dividida según una periodización y no según géneros o aspectos, de manera que conserve, sin embargo, cierta autonomía. Preveía en aquel proyecto dos primeros capítulos, sobre la herencia indígena y sobre la he­rencia de las literaturas española en territorio americano de lengua española y de la literatura portuguesa en territorio americano de lengua portuguesa. Creo que tales capítulos tienen una relación tan estrecha con el desarrollo interior de las literaturas interesadas que sus objetos pueden confluir en la parte dedicada a las literaturas iberoamericanas vistas, por así decirlo, desde dentro. La parte más comparatista, que se refiere a la presencia de literatu­ras “extranjeras” , es decir expresadas en lengua diferente, creo que puede tratarse en una serie de capítulos identificados cada uno de ellos en función de la periodización general de la obra, de manera que esta serie de capítu­los tenga un mínimo de continuidad y autonomía. Cada uno de los capí­tulos debería abrirse con una introducción y cerrarse con una visión de conjunto, pero debería también articularse en subcapítulos dedicados a la recepción de específicas literaturas: 1) literaturas clásicas y Biblia; 2) lite­ratura francófona; 3) literaturas anglófonas (subcapítulo oportunamente dividido en párrafos dedicados a la literatura inglesa y a la norteamericana); 4) literatura italiana; 5) literaturas germánicas; 6) literatura española (en Brasil); 7) literatura portuguesa (en Hispanoamérica); 8) otras literaturas (eslavas, etc.). ‘Naturalmente, estas secciones deberían tener una extensión muy diferente según las literaturas y según las épocas.

La manera más segura de caracterizar nuestra empresa como historia comparada, garantizando cierta autonomía a su perspectiva comparatista, está en confiar a específicos colaboradores las articulaciones previstas de carácter comparatista: por un lado, el estudio fundamental en la arquitec­tura de la obra, de las relaciones entre la literatura brasileña y la hispano­americana; por el otro, el estudio de las relaciones de dichas literaturas (consideradas esta vez como unidad, aunque como unidad articulada) con las literaturas expresadas en otras lenguas: francesa, inglesa, etc. La elec­

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ción de los colaboradores es en estos casos particularmente difícil, y es de presumir que más acentuadamente será necesario dirigirse al mundo exterior a Latinoamérica.

Discusión

Domingo Miliani:Quisiera primero confesar que leí la ponencia del profesor Franco Me­regalli con mucha atención, con un gran cuidado y preocupación. Mi preocupación estriba en lo siguiente: el profesor Meregalli desde el co­mienzo de la reunión de ayer ha insistido en el concepto inmanentista lingüístico del enfoque de la literatura comparada. Yo quiero llamar la atención sobre la evolución y las transformaciones metodológicas de lo que se ha llamado la “revolución lingüística** en el siglo XX. Si se llega a considerar una concepción lingüística posvossleriana o una con­cepción lingüística como la de Daniel Devoto en Italia, como la de Charles Bally en Francia, que proponían explicar todo el proceso de la cultura a través de la lengua, es una manera de desvirtuar anacrónica­mente lo que está ocurriendo en el campo de la lingüística contempo­ránea. Desde 1949 se produce una transformación radical: de un lado el transformacionalismo chomskiano y de otro lado las tendencias bloonfeldianas de un conductismo lingüístico. Pero estoy seguro que el profesor Meregalli, como especialista en lingüística conoce todo lo que ha sido la sociología del lenguaje y de la sociolingüística contem­poránea. Ya ni siquiera la lengua se puede estudiar fuera de una rela­ción con el contexto social, con los códigos socialmente compartidos dentro de una cultura. La lengua ya no es sino un código y no el deter­minante de una cultura ni siquiera de una historia. Entonces, me ma­nifiesto en primer lugar —con todo respeto— en un desacuerdo radical de posiciones, en lo de comprender la literatura como un fenómeno lingüístico inmanente en que se llegue a plantear que un método com­paratista de la literatura lleve a una reflexión inmanente dentro del campo de la lingüística, porque no hay pertinencia de la reflexión ex- tralingüística. Me parece una contradicción cuando él propone, por ejemplo, hacer un estudio comparativo de la literatura italiana y la argentina, que responden lingüísticamente a dos códigos opuestos. El hecho de establecer una dicotomía casi maniquea entre literatura his­panoamericana mestiza y no mestiza me parece que es un desconoci­miento drástico de la cultura latinoamericana, de las etnoculturas, y desconocer un principio de la sociología del lenguaje contemporáneo, que es lo que se llama las comunidades diglósicas. No se podría enten­der la literatura chicana, por ejemplo, porque ¿a qué código va a res­ponder?, ¿al inglés o al español? Una novela como Clayville y sus aire- dedores de Orlando Hinojosa, mitad de la cual está escrita en un slang inglés y mitad de la cual está escrita en un spanglish ¿a qué código res-

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ponde? El hecho de hablar de una cultura mestiza y de una cultura no mestiza me suena a aquel viejo concepto de Sarmiento de los años ochenta: había que terminar con los valores indígenas, siguiendo a Fenimore Cooper para llegar a la razas puras de América Latina. En­tonces creo que más que un criterio lingüístico hay un criterio racista dentro del concepto del profesor Meregalli y quiero dejarlo como cons­tancia de mi oposición como latinoamericano.

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El habla de que no se opone a la inserción de una literatura de ha­bla oral, pero remite al romancero español. En su ponencia, el profesor Meregalli declara históricamente inexistentes en el campo de la litera­tura a las culturas indígenas, como declarara Guülermo Morón, histó­ricamente extinguidos el millón quinientos mil indígenas venezolanos: no existen para la historia de Venezuela. En verdad, la Guardia Natio­nal va a terminar de resolver el problema de nuestra doble etnia.

Las culturas africanas se ignoran drásticamente. Yo quisiera saber si en la literatura norteamericana, para poder entender a Wñliam Faulk­ner se puede ignorar el sustrato etnoafricano. O hablar de una literatu­ra latinoamericana que excluye a una literatura de lengua francesa como la haitiana o al créole haitiano. Pero lo más grave es cuando él dice “ ¿Existe una tradición de cultura india que influye en la produc­ción literaria?, ¿podemos decir que existe una presencia literaria de las civilizaciones indias en la literatura (o las literaturas) hispanoamerica­nas? Ninguna de las grandes civilizaciones precolombinas, ni siquiera la maya, tenía ‘letras*, en el sentido de que no tenía alfabeto” . Esto me confirma mi posición de ayer: confundir la literatura con un criterio grafémico, y aquí hay un criterio fonémico.

Yo quiero recordarle al profesor Meregalli que el doctor Yuri No- rossov, de la Academia de Ciencias de la Unión Soviética, desde hace más de treinta años viene haciendo una investigación rigurosa sobre los jeroglíficos y las estelas mayas. Y precisamente me refiero a una grafé- mica de la lengua maya. De manera que, lingüísticamente, y por vía de la más moderna y actualizada lingüística, hay comprobaciones de que sí existe una escritura de la lengua maya. Entonces, él dice que en ese sentido no podemos hablar de comparatismo, a propósito de la indispensable investigación entre las relaciones de la literatura hispa­noamericana y la herencia indígena. Creo que difícilmente hay un pueblo de América Latina que se pueda considerar racialmente puro. Sería una monstruosidad considerarlo así y, por lo tanto, cultural­mente, y por consiguiente literariamente es así. Una historia de la literatura comparada que parta de estos criterios sería un genocidio cultural para América Latina. Sería una historia comparada de las razas puras en América Latina, no una historia de la literatura. Y con eso voy a concluir.

Franco Meregalli:Bueno, yo creo que las palabras están hechas para entendernos, pero a veces se prefieren las palabras que no nos permiten entendemos.

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A mí me resulta extraño que se me acuse de racismo: no tengo la menor intención de racismo. Sólo quiero decir que el Cono Sur y sobre todo el Río de la Plata tiene una composición étnica diferente, que el elemento mestizo tiene menos importancia que en otros sitios. En Pa­raguay, por ejemplo, es mucho más importante el elemento mestizo, pero no hay valoración alguna en esto, absolutamente. Usted dice que recientes estudios demuestran que los ideogramas deben tener un sig­nificado lingüístico. Perfectamente, yo no estaba informado y le acep­to esta crítica. Pero yo no quisiera que fuera una reacción un poco nacionalista. Mi idea no era absolutamente la de afirmar la superioridad de una raza sobre otra, no sé siquiera si se puede hablar de razas; es sólo un elemento puramente descriptivo.

Antes htí dicho que no hay que concebir el elemento comparativo únicamente como recepción de la cultura occidental de parte de Lati­noamérica, ¡sino también en el otro sentido. Desde luego, la lengua no es todo, la lengua es también cultura. Si hay una reacción tan violenta en cierto sentido es un elemento positivo, porque el sentido de la reu­nión es de una comparación y también de un choque de puntos de vista. Ahora, yo estoy perfectamente dispuesto a cambiar de opiniones por­que no hay opinión definitiva.

Hugo Achugar:Yo soy rioplatense, y en la ponencia se dice que el Uruguay, o sea mi país de origen, no se sabe si es provincia o nación. Yo quería señalar algunas cosas: creo que la distinción no es que sea simplemente moles­ta para la sensibüidad latinoamericana, la distinción es un error porque generaliza la auto conciencia de un sector de la Argentina, precisamen­te la provincia de Buenos Aires, históricamente autoconsciente de ser el poder en toda la zona, y mistifica la realidad argentina: el norte ar­gentino y el sur argentino son tan distintos como el resto de Latino­américa. Entonces, es la clase oligárquica y la clase de la pequeña bur­guesía que ideologizaron todo el proceso rioplatense ya que se erigen como una autoconciencia pura. Pero eso es falso para el conjunto de la Argentina, es falso para el Uruguay, donde si bien la matanza de 1830 de los indígenas fue un exterminio, en el interior de la República, ha­cia la parte de Río Grande do Sul, la parte de conexión con Corrientes y con la presencia guaraní por el lado del Paraguay, hace que Uruguay —aparte de la cultura africana que también tiene— sea mestizo.

Antonio Cornejo Polar:Yo tengo una pregunta que se refiere al proyecto mismo. Yo no estoy muy informado —y eso quiero dejarlo en claro— sobre las nuevas ten­dencias del comparatismo y reconozco que los planteamientos del pro­fesor Meregalli aluden a una cierta concepción del comparatismo. Pero al mismo tiempo, me da la impresión que, en este caso, si esta concep­ción del comparatismo es la que va a funcionar, en el fondo estaríamos frente a dos proyectos distintos. Porque, en cierto sentido, hasta aquí

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veníamos hablando fundamentalmente de algo que podríamos llamar una historia social de la literatura latinoamericana en la cual hay un conjunto de problemas básicos que se han venido mencionando a tra­vés de las otras comunicaciones. Pero si optamos por esta visión del proyecto, enmarcado dentro de esta visión del comparatismo, resulta que la mayoría de los problemas que nos preocupaban hasta este mo­mento no tienen mayor importancia, y que más bien el proyecto debe­ría centrarse, por ejemplo, en las relaciones que hay entre la literatura brasileña y la literatura hispanoamericana. Creo que dentro de la otra visión —que estoy llamando “historia social de la literatura latinoame­ricana”— este problema es importante, pero de ningún modo medular. Entonces, creo que sería prudente, en este momento —porque se nos ha presentado la ocasión de discutir esto— aclarar un poco por qué Un proyecto comparatístico, en primer lugar, y en segundo lugar, dentro de qué versión del comparatismo va a producirse el proyecto.

Ana Pizarro:Quisiera aclarar que me responsabilicé de impulsar el proyecto dentro del Programa de la Asociación Internacional de Literatura Comparada, por una determinada concepción de la literatura latinoamericana.

A mí me parece que la historia de la literatura latinoamericana ne­cesita una percepción comparativa, por una parte, porque su mismo concepto implica un vínculo de las literaturas latinoamericanas entre sí y, por otra parte, por su vinculación transcultural, tanto interna como con Europa. En la medida en que la conformación de nuestras literatu­ras —y Antonio bien lo sabe— es fundamentalmente heterogénea, a mí me parece que el método comparativo, que en Europa considera haber superado el criterio de lo nacional, en nuestros países es incluso necesa­rio para comprender la dinámica de las literaturas nacionales, porque se trata de literaturas en donde hay, por lo menos, dos sistemas cultural­mente diferenciados. Entonces, esto es un poco la razón por la cual el proyecto está concebido como comparativo. Luego, ¿qué entendemos por comparatismo nosotros, latinoamericanistas? Eso creo que es lo que tenemos que decidir, yo creo que no se trata de importar el compara­tismo que se utilizó en Europa, o el que se está utilizando en Estados Unidos, sino de formular las líneas de un comparatismo latinoame­ricano.

Franco Meregalli:Naturalmente, el elemento social es indispensable, pero yo he venido en tanto que comparatista.

Mario Valdés:Yo quiero poner en claro los puntos que comparto con mi colega Fran­co Meregalli y los puntos que se distancian del comparatismo, tal como se practica en Europa y en América del Norte. Estoy totalmente de acuerdo con que la literatura latinoamericana no se puede considerar

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dentro de su aislamiento, que ella es parte del mundo. Esto debemos tomarlo en cuenta como un dato histórico, como un hecho histórico el que ciertos autores en determinados momentos tienen éxito interna­cional y otros quedan marginados a la provincia.

Otro aspecto es que en ningún momento se ha sugerido una forma hecha de literatura comparada sobre el proyecto. La idea es establecer una historia de la literatura vinculada a la matriz cultural de Hispano­américa. No se está hablando del modelo de literatura comparada que murió el siglo pasado: Voltaire en Inglaterra o Shakespeare en Alemania.

No hay prejuicio de parte de los comparatistas que venimos a compartir abiertamente.

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Jean Franco:Creo que hablar de la literatura comparada en el contexto de Latino­américa es como hablar de imperialismo. A mí me parece que no ten­dría que hacerse una comparación entre literaturas desarrolladas en circunstancias iguales, sino entre un sistema que ha sido muy domi­nante, sobre todo en el siglo XIX y en donde la cultura, hasta hace poco, ha tenido una distinción mayor que la literatura hispanoameri­cana y en donde la relación no es tanto de comparación o de analogía, sino de parodia, de contraste y asociación.

Antonio Cándido:La ponencia del profesor Franco Meregalli me interesó por aspectos diferentes y aspectos que me parecen positivos. Yo no soy comparatista propiamente dicho. Hay muchas cosas que no entiendo de los aspectos de la literatura comparada, por lo tanto estoy tratando de instruirme respecto a lo que es una historia de las literaturas latinoamericanas des­de el punto de vista comparatista. Yo pienso, un poco empíricamente, que el simple hecho de enunciar la necesidad de una historia de las literaturas latinoamericanas, ya implica en sí misma un presupuesto de comparación diferente de lo que se ha hecho normalmente en las aso­ciaciones oficiales, y hasta en los trabajos universitarios. Acepté parti­cipar en esta empresa debido principalmente a mi ignorancia, pues entendí que allí había una posibilidad curiosa de aventura intelectual para todos nosotros. En efecto, estamos en presencia de los otros. So­mos literaturas de un continente que ahora está desarrollando un deseo no literario: un deseo político o ideológico de unidad. Y para comple­tar esto está la perspectiva literaria, ante lo cual mi posición es básica­mente política, esto puedo decirlo con toda sinceridad. Aparte de esta posición política, me interesa mucho el diálogo que se puede estable­cer entre representantes de diversos países de ese todo complejo que es América Latina. Y desde este punto de vista me parece que la po­nencia del profesor Meregalli trae elementos interesantes. Trae elemen­tos con los cuales estoy de acuerdo porque ellos representan otras for­mas del problema, otras formas de indagación. Pero a pesar de esas afirmaciones, a veces un poco extrañas, que deben entenderse como

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un poco de humor del profesor Meregalli, yo veo allí una serie de pro­blemas muy positivos y fecundos para nuestro interés. El primero de ellos se refiere a la posición que tiene Brasil en relación con los demás países.

El plantea, aunque no de la manera como a mí me gustaría que fuera planteado, el problema del Brasil como una unidad que no cabe en una lista de países latinoamericanos. Yo creo que sí cabe: caben Ar­gentina, Bolivia, Brasil, me parece normal. Pero también entiendo la duda del profesor Meregalli, ya que más allá de mis sentimientos afec­tivos, existe una realidad: es esa masa de lengua portuguesa frente a esa masa de lengua española. Dentro de esa masa de lengua española existen fenómenos culturales que no existen en Brasil. Es el caso de fénomenos como Bolivia, Eduador, Perú, Méxido o Guatemala, que poseen tradiciones literarias autóctonas. Este problema no existe en Brasil, ya que tenía organizaciones autóctonas muy primitivas, que no produjeron nada que se haya mantenido, pero Brasil tuvo el aporte de pueblos africanos. Nosotros somos, en gran parte, de origen africano; compartimos ese rasgo con Cuba, sobre todo, que es el país de Améri­ca Latina que más se parece a Brasil: por su formación racial, por el aspecto de la gente, por los tipos físicos, y hasta por el modo de ser y el modo de abrazar nos parecemos mucho.

También compartimos esto con esta misma Venezuela, con Pana­má, con otros países del Caribe, etc. Entonces, existe un mundo afro­americano tal como existe un mundo indoamericano. Sin duda alguna, cuando el profesor Meregalli da una visión un tanto porteña de la reali­dad de Argentina, no hay que olvidar que Argentina, Uruguay y parte de Brasil son los segmentos de América más euroamericanos. Pero el aspec­to racial no interesa para nada. Como dijo nuestro colega uruguayo, Argentina es mucho más mestiza de lo que se suele decir: en la guerra de las Malvinas, todos los soldados eran mestizos. Por eso el profesor Meregalli tiene razón, en la medida en que me recuerda que hay secto­res de mayor predominancia europea, tal como hay sectores con una presencia autóctona mayor y sectores en que la presencia africana es más considerable.

Yo creo, pues, que esos elementos deben ser recuperados de la po­nencia del profesor Meregalli. Ésta me colocó ante el problema princi­pal: exactamente la presencia de Brasil frente a América Latina. Brasil es un hecho curiosamente excluido de América Hispánica. Este pro­blema es mucho más profundo de lo que se cree; si puedo extenderme más, quisiera contar una anécdota histórica. En 1965 hubo en Génova un notable congreso. Allí por primera vez nos encontramos intelectua­les europeos, latinoamericanos y africanos. Había una comisión presi­dida por Miguel Ángel Asturias; yo llegué un poco atrasado al congre­so y también estaba presente otro brasileño, Silvio Castro. El tema se denominaba “Unidad cultural de América Latina” y se pretendía fun­dar una revista de literatura latinoamericana, con vistas a realizar nue­vos congresos latinoamericanos. Habían nueve proposiciones presenta-

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das a la mesa y todos estaban peleando; Asturias propuso resolver el asunto en otra reunión y quiso convocarme como presidente de esa sesión. Yo no quería, entonces Asturias en uno de esos gestos que no­sotros llamamos “español” , dijo: “Acepte por Brasil”; entonces yo, por Brasil, asumí la presidencia. En la sesión siguiente dije que no ha­bían nueve proposiciones sino que se podían reducir a dos. La propo­sición A era de los argentinos y la proposición B era de los peruanos. Plantee que los peruanos y argentinos se reunieran y transformaran A y B en una sola. Muy bien, se reunieron y volvieron a la sesión, la cual presidía un brasileño. Ernesto Sábato hizo la lectura —estaban José Luis Romero, José María Arguedas, Matos Mar y Ciro Alegría— y dije­ron más o menos así: “La unidad cultural de América es algo induda­ble, nuestras costumbres son las .mismas, nuestra lengua es la misma.' Nuestra unidad empezó el día en que el primer español pisó el suelo de América”. Yo miré a Silvio Castro y éste me miró, pero él como presidente no podía hablar. Cuando terminó la sesión dijo preocupado: “Pero.. . hay un problema: debería caber también Brasil”. Se suspen­dió la sesión y nuevamente se reunieron Matos Mar, Ciro Alegría, José María Arguedas, José Luis Romero, y dijeron: “Nuestra unidad cultu­ral es un hecho indiscutible. Nuestras tradiciones son las mismas, etc. Esto empezó el día en que el primer español y el primer portugués.. . ”

Yo siempre cuento esto con mucho cariño, para mostrar como nosotros nos olvidamos de Brasil; todos estuvieron de acuerdo en redac­tar un documento y sin embargo, Brasil fue completamente olvidado.

La ponencia del profesor Meregalli me parece importante en la medida en que él propone una teoría de las diferencias inobjetables y plantea observaciones fundamentales, según creo respecto de lo que nos interesa. Domingo Miliani, según mi parecer, planteó un punto que para mí es el eje de este asunto y es el problema de lo comparati­vo y lo contrastivo. Esto es fundamental, para mí ése es el proyecto. Ahora bien, la ponencia del profesor Meregalli era una contribución para una teoría de lo contrastivo, teoría del contraste dentro de la unidad. Por eso yo no veo cómo darle importancia a los aspectos nega­tivos sin hacer resaltar los positivos, América española y América por­tuguesa significan un problema gravísimo para nuestro proyecto, no un problema afectivo, no un problema que implica nuestro deseo de uni­dad —que vamos a lograr— sino porque es un problema objetivo. De la misma manera como es un problema el hecho de que haya un compo­nente europeo mayor o un componente indígena mayor, o un com­ponente africano mayor: tener la piel banca o menos blanca, ser de origen europeo o de origen mestizo, etc., y éste es un problema que no debe ser visto a través de los enfoques ideológicos eventuales, sino a través de las consecuencias literarias posibles.

Por lo tanto, ya que la comunicación del profesor Meregalli des­pertó un poco de pasión, yo también planteo el problema un tanto apa­sionadamente aunque en otro sentido: pensando en los pueblos de América, en las diferencias de América, y la convicción profunda que

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yo tengo de que nosotros podemos entendemos siempre que tengamos conciencia de nuestras diferencias. Nuestra unidad existe, nuestras di­ferencias existen, pero mucho más aún: nosotros vamos a construir esa unidad.

Es por eso que afirmo que mi proyecto, mi premisa es básicamente política. Yo estoy aquí no tanto como crítico literario o como profe­sor de literatura: yo estoy aquí, ante todo, como político latinoameri­cano, no como partidario de un partido, sino como un latinoamericano político. La misma actitud que me lleva a ir a Cuba cuando puedo, don­de pude ver, con ocasión del Premio Casa de las Américas, la prueba concreta de e§to que estamos planteando aquí ahora. Casa de las Amé­ricas unió a América, realizó una cosa realmente extraordinaria en América y que estamos experimentando aquí, porque estamos conver­sando sin mediación de las potencias imperialistas. Fíjense bien: en 1965 esa reunión de Génova se hizo en Italia. Otro congreso de unidad latinoamericana fue convocado en Washington. Pero a partir del esfuer­zo de Cuba y de la Revolución cubana, se vio esa necesidad de romper el aislamiento y Cuba unió sus esfuerzos y actividades en varios secto­res, inclusive en el campo literario. Ésa es la base de nuestro proyecto: nos entendemos nosotros, en nuestra tierra, tomando en cuenta la esti­mada y deseada contribución de los europeos como Jean Franco, Jac­ques Leenhardt, Franco Meregalli; pero ahora somos nosotros los que convidamos, por lo tanto, ahora es otra la perspectiva. La perspectiva comparatista se modifica completamente con ese hecho y ya no está sujeta a cánones clásicos, ya no está sujeta a la rutina del comparatis- mo, porque nosotros estamos creando nuestras formas de compara­ción. Ése es el problema, y las crearemos, con muchos errores: los pri­meros trabajos serán malos, los segundos serán mejores, los terceros y cuartos serán maravillosos.

Yo pido 'disculpas por hablar tan enfáticamente: es que aquí está un luso-americano hablando como un hispano-americano. Pero yo quería resaltar eso. Al contrario de muchos colegas, veo en la contri­bución del profesor Meregalli un aspecto positivo que indica hacia una teoría de lo contrativo o del contraste, aunque no se plantea de la ma­nera como yo lo haría.

Y el último señalamiento que yo haría sería el de incorporar con sabiduría y amor nuestras diferencias: sin nuestras diferencias no so­mos nada, nuestras diferencias son importantes, lo importante —lo que es realmente hermoso- es que precisamente con todas nuestras dife­rencias nosotros estemos formando cada vez más una enorme unidad. Nuestras diferencias son nuestra fuerza, no podemos apagarlas o igno­rarlas; creo que de igual manera, nosotros no debemos exagerar nues­tro nacionalismo. Aquí en América tenemos una tendencia terrible­mente nacionalista. Nosotros estamos en crisis de crecimiento desde la misma independencia, pero en el campo de los estudios literarios, en el campo de los estudios comparados, yo estoy completamente a favor del hecho de reconocer en nosotros, continuamente y en cada momento,

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Ja contribución y cl aporte do lo no americano, es decir, nuestra vincu­lación esencial y umbilical con Europa. Nuestras matrices culturales son europeas, por eso yo quería llamar la atención hacia el hecho de que la integración de nuestras diferencias debe ser vista en función de nuestros orígenes y nuestros orígenes corresponden al destino his­tórico de cada país. Esto no puede realizarse sin una consideración constante respecto a la contribución europea, la cual está más viva que nunca y, diría más, nosotros somos muy proclives a usar Europa con­tra Europa, ésa es nuestra.venganza contra el colonizador. ¿Cuál es la influencia de Francia en América Latina? Francia fue para nosotros, por un lado, factor de alienación, y por el otro, fue un factor de cons­trucción nacional. En la medida en que el escritor brasileño se dirigía a Lisboa diciéndole: “Ya no tengo nada más para ti, ahora quiero pro­seguir, quiero a Mallarmé. . eso era un progreso muy grande. Por lo tanto, Francia fue para nosotros también un factor de liberación, por lo que me gustaría, confesando mi culpa de cosmopolita, proponerles a los compañeros que no perdamos de vista que nuestra relación es una relación dialéctica constructiva con esas metrópolis contra las cua­les nosotros luchamos. Esto es importante porque nosotros tenemos la tendencia en nuestros trabajos a pasar un poco rápidamente de los jui­cios de realidad a los juicios de valor.

Pido finalmente disculpas, porque estoy hablando demasiado, mu­cho más de lo que debía hablar. Prometo que no volveré a abrir la boca más.

Franco Meregalli:Yo agradezco mucho lo que ha dicho Antonio Cándido, y el tono con que lo ha dicho.

Domingo Miliani:Quiero agradecer sinceramente esa forma tan bella como el maestro Cándido, como siempre, ha hecho su planteo. Reconozco y acepto que hice mayor hincapié en aquellos puntos de divergencias que si fueron planteados con vehemencia y emotividad es porque yo tengo no la profesión, sino la pasión del tema literario. No tengo complejo de etnia -quiero dejar muy claro eso: yo me siento muy orgulloso de mi mestizaje- sino que me preocupan todas las implicaciones que des­de un punto de vista metodológico podrían derivarse de esta situación. Creo sinceramente en las posiciones del maestro Cándido. En esa mane­ra hermosa como él en su libro sobre la formación de la literatura bra­sileña ha puesto a dialogar universalmente los preceptos de lo que él lla­ma una literatura como sistema dentro de un contexto de universalidad.

A mí me parece que la búsqueda que estamos haciendo muchos compañeros en América Latina es precisamente la de la universalidad cultural -no solamente literaria- despejando precisamente los con­ceptos que nos han creado dificultades. Esto es lo que me preocupa desde el punto de vista del método. Cuando uno mira el proceso de las

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culturas africanas tiende a generalizar en un sincretismo conceptual y decir: la cultura del Africa, como si fuese una sola. Cuando desde la perspectiva latinoamericana miramos las culturas europeas más allá de las diferencias lingüisticas, nosotros hablamos de la cultura de Europa como si fuera una homogeneidad. También ocurre con respecto a la perspectiva latinoamericana cuando se toma esa perspectiva desde Eu­ropa: se tiende a una generalización sincrética. El maestro Cándido señala en su introducción a la Formación de la literatura brasileña que éste es un fenómeno de puntos de vista. Yo comparto el principio de la coherencia histórica, es un problema de puntos de vista; si nosotros miramos a América Latina basándonos en concepciones de bloques lingüísticos solamente, no vamos a entender el fenómeno. El proble­ma demográfico y migratorio 'no es un elemento determinante, yo creo que hay que buscar contrativamente las diferencias de Latinoa­mérica, más allá de las taxonomías de tipo étnico, de tipo etnocultu- ral, para encontrar otro tipo de instrumental que nos defina, porque hay un resabio de una metodología positivista que crea el problema de fondo.

Yo creo que la diferencia cultural de América Latina es una dife­rencia aparente de las barreras lingüísticas, y que por debajo de esas barreras subyace una relación de identidad que se da hasta en signos singularizados. Nosotros estamos aquí en este sitio que se llama preci­samente “Sebucán”. Hace una semana en Brasil, en casa de un amigo, había un cuadro de pintura mineira, que representaba desde la pers­pectiva de la pintura ingenua, la danza de las cintas que aquí lleva el nombre de “sebucán” y en Brasil “danza de las cintas” . En Cuba, los esclavos negros de las plantaciones de café de Haití llevaron esa tradi­ción a la Sierra Maestra cubana. En Haití se baila normalmente; en Tri­nidad, en la zona periférica de Puerto España, junto con el parrang, que no es sino la parranda navideña de Hispanoamérica; se canta, se baüa y se construye el texto poético del parrang navideño, que es una manifestación que identifica a la cultura musical de Trinidad con ins­trumentos musicales y ritmos que tienen que ver con el folklore de nuestra región venezolana. Nosotros tenemos un calipso en el Callao, que es tomado y puede ser una variante del trinitario. Entonces cuan­do yo insistía en la idea de una metodología contrastiva y al decir que no se podía seguir planteando el método de la literatura comparada con un criterio inmanentista lingüístico cerrado, yo lo que quería era llamar a una reflexión en ese sentido: que no podemos establecer dico­tomías ni generalizaciones en el terreno de lo latinoamericano. Nadie en literatura puede establecer una escisión dicotômica entre mestizo y no mestizo, porque somos mestizos, somos “mixturados'* como dirían en Brasil. ¿Qué cultura no lo es? La cultura húngara es zíngara, es ger­mánica, es eslava, tiene elementos hispánicos.. . entonces, si es así, y si partimos nosotros refiriéndonos a las literaturas de habla hispana y portuguesa solamente, es un criterio de exclusión. Yo soy partidario, desde un punto de vista de un estudio global comparativo, de hablar

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de la literatura de América. ¿Por qué no estudiar también la literatura norteamericana vinculada a este proyecto?

Hay una literatura afronorteamericana como la de Langston Hughes que tiene mayor influencia en la literatura cubana y en la lite­ratura caribeña que la que puede tener posteriormente Hemingway o Faulkner. Si hablamos, como Jean Franco de una literatura modeli- zante, encontraríamos para Nicolás Guillén el modelo en Langston. En el mismo terreno, Sor Juana Inés de la Cruz en los fines del siglo XVI, en su poesía popular tiene elementos náhuatl y elementos de lo que podría llamarse esa poesía negroide, mezclada con una expresión lin­güística en español. Entonces, no vamos a entender nuestra literatura y no nos vamos a entender metodológicamente, si no partimos de la base de que la coherencia está dada como la unicidad translingüística que se recupera en ese tercer nivel o tercer círculo concéntrico de M. Valdés. Desde entonces la literatura entra en diálogo como macrosigno complejo con un sistema universal de la cultura.

Y nosotros debemos poseer un pensamiento yo no diría sola­mente cosmopolita sino universalista o humanista para terminar de eliminar el problema por el cual en una época en Europa no existió la literatura hebraica porque tampoco estaba escrita, la literatura hindú, la literatura japonesa, la literatura china no existían porque no entra­ban en los parámetros cartesianos de un eurocentrismo racionalista. Si el profesor Meregalli se sintió incómodo, yo lo lamento muchísimo, no fue mi intención ofenderlo, sino rectificar a fondo una metodología y una perspectiva del problema que a nivel de su ponencia da pie a lo que hemos planteado. De manera que no es sino una cuestión de recti­ficaciones metodológicas, en el fondo de las cuales sé que perfectamen­te bien nosotros dos podemos llegar a un acuerdo.

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III. LA HISTORIOGRAFÍA LITERARIA LATINOAMERICANA

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Rafael Gutiérrez Girar dot

La historiografía literaria latinoamericana es, como casi toda la historiogra­fía literaria del siglo XIX, una historiografía con propósitos nacionalistas. Con ese signo había nacido la moderna historiografía literaria, cuyo padre Friedrich Schlegel, la había deslindado de los llamados “estudios anticua­rios” al considerar toda obra de arte literaria como fenómeno único, histó­rico, ligado al tiempo y al espacio, esto es, a una época y a una “nación”. El germen “nacionalista” de Schlegel floreció en Gervinus, en cuya Histo­ria de la literatura nacional de los alemanes (1835-1842) aseguraba: “Nos parece que ya es tiempo de hacer comprender a la Nación su valor actual, de refrescarle su mutilada confianza en sí misma, de infundirle orgullo de sus más viejos tiempos y gozo en el momento actual y el más cierto ánimo de futuro.” Para eso escribió su Historia de la literatura nacional.. . Y este propósito de hacer comprender a la nación su valor actual, determinó el criterio para calificar a un “clásico”, esto es, para dar un juicio de valor. Tal criterio aparece formulado claramente en la famosa Historia de la literatura italiana (1870-1871) de Franceso De Sanctis —quien conocía a Schlegel y había escrito uno de sus más importantes ensayos sobre Gervinus— en la que concibe “lo clásico” como la plenitud de un desarrollo literario a la que ha llegado la conciencia nacional, como la plenitud expresiva o literaria de la nación. Con el habitual retraso hispano y la habitual carencia hispana de suficiente fundamentación teórica, aseguraba Marcelino Menéndez y Pela- yo en su Defensa del programa de literatura española (1878) que la historia de la literatura es un proceso orgánico -es el fundamento de la tesis de Schlegel- y que hay “un genio nacional” español, fundado en la “idea de la unidad peninsular” que resplandece en unos —los “clásicos”— y palidece en los “reflejos de una cultura extraña”. Lo que en Gervinus y De Sanctis era claro criterio de lo “clásico” o representativo —por falso que fuera, era

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asible— adquiere en Menéndez y Pelayo el carácter de lo nebuloso. Hay un “espíritu español” que flota sobre la Península y que considera que Séneca es español porque nació allí. Pero hay una excepción a esa determinación geográfica de lo español: los semitas nacidos en la Península no son españo­les, según el polígrafo montañés. Por su raza, su lengua y su religión éstos se diferencian radicalmente de la población “cristiana y latina de la Penín­sula”, cuya idea de unidad es la base del “ingenio español”, o estilo, como lo llama en otro lugar, que ha “gallardeado en los tres dialectos, castellano, catalán y portugués” y en la “lengua extraña... madre de todos los roman­ces: en la latina”. Y aunque Menéndez y Pelayo asegura que la literatura es autónoma y que no ha de considerarse “encerrada.. . en una unidad pan­teística, llámese Estado, genio nacional, índole de raza, etc.” , lo cierto es que su programa de una historia literaria de España parte de la “idea de uni­dad peninsular” y del “estilo” español que ha surgido en la Península. De ahí el que la realización fragmentaria, aunque monumental, de su primitivo programa se convirtió en una glorificación del “estilo” español, esto es, de la historia nacional del “territorio-nación” de la Península. Las Historias li­terarias de Gervinus y de De Sanctis surgieron en un momento histórico de Alemania y de Italia, esto es, la época en que los dos países buscaban su uni­dad nacional. La de Menéndez y Pelayo, en cambio, acompañó el derrum­bamiento definitivo del imperio español y constituye con su fanatismo reli­gioso (Historia de los heterodoxos españoles), un desesperado intento de mantener la unidad perdida, esto es, de imponer el lazo de esa unidad im­perial española, el catolicismo.

Aunque Latinoamérica no compartía con España el problema de la de­cadencia, sino que se hallaba más bien, como Alemania e Italia, en busca de su “nacionalidad”, de la difícil afirmación de la unidad continental pos­tulada por Bolívar y Martí, entre muchos más, la veneración con que beata­mente se acató a Menéndez y Pelayo llenó a la América independiente, he­rida ya por los nacionalismos reaccionarios y por los nostálgicos del pasado español, de “discípulos” del polígrafo montañés, quienes aceptaron un modelo de historiografía y crítica literarias ideológicamente contrarias a la realidad continental. Las Historias de Gervinus y De Sanctis —Francia no tiene nada semejante- pensaban en la unidad de sus naciones con propósi­to de afirmación presente y de perspectiva futura. Menéndez y Pelayo re­chazaba el presente y soñaba en el pasado. Y cada uno de sus “discípulos” latinoamericanos adoptó esa óptica miope (no precisamente la de su Histo­ria de las ideas estéticas en España) y, consiguientemente, en vez de traducir la “idea de la unidad” peninsular a la de la “unidad continental” y poten­ciarla políticamente con los postulados de Bolívar y Martí, prefirió ence­rrarse en los límites geográficos y administrativos virreinales y creer que dentro de ellos también dominaba esa nebulosidad llamada “estilo” o “in­genio” peculiares, semejante al “español” de su maestro. De allí provienen

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la “argentinidad”, la “colombianidad”,la “peruanidad” , la “mexicanidad”, es decir, esos monumentos vagos y muy frecuentemente cursis que se ha elevado a sí misma la miopía de la reacción política para encubrir no pocas veces su visceral beatería xenofílica y a la vez xenófoba (Jorge Juan y An­tonio de Ulloa la caracterizaron ejemplarmente en sus Noticias secretas de América, 1826, cap. vi, II parte) que los enriquecidos de las colonias heredaron de la madre patria. Parece que, en este aspecto, no ha habido nin­gún cambio hasta hoy. Uno de esos “discípulos” de Menéndez y Pelayo fue Ricardo Rojas. A su exuberancia y engolamiento rioplatenses y decimonó­nicos debe la historiografía literaria de las nuevas repúblicas la primera historia literaria monumental de una de las “Republiquetas” —para decirlo* con Mitre— latinoamericanas. Lo único modesto en esta obra farragosamen­te nacionalista, es el título: La literatura argentina. En cinco tomos la recoge la edición de sus Obras (2a. ed. 1924, Buenos Aires, naturalmente, en la librería “La Facultad”). El subtítulo es, como el contenido de los abundan­tes volúmenes, menos modesto: “Ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata.” En el prólogo anunciaba que había concebido un “sistema crítico para estudiar la literatura argentina como una función de la sociedad argentina”. Y aunque en esto se diferenciaba de Menéndez y Pelayo, de quien decía no deberle nada, lo cierto es que coincidía con él sustancialmente. Al definir la literatura nacional como “fruto de inteligen­cias individuales”, que “son actividades de la conciencia colectiva de un pueblo, cuyos órganos históricos son el territorio, la raza, el idioma, la tradición” , concluía que la “tónica resultante de esos cuatro elementos se traduce en un modo de comprender, de sentir y de practicar la vida, o sea en el alma de la nación, cuyo documento es su literatura” no hacía otra cosa que describir con más palabras lo que Menéndez y Pelayo había llama­do “estilo” o “ingenio español” propio de la “unidad ibérica” . Menos am­plio en la visión que su silenciado maestro, Ricardo Rojas tropieza con el problema de “la conciencia nacional” , esto es, que ella se mueve en una dualidad “entre un territorio que nos pertenece exclusivamente y un idio­ma que nos pertenece en común con otras naciones donde se lo habla con igual derecho y por iguales causas que entre nosotros mismos”. Pero Rojas no soluciona el problema que, de haberlo planteado suficientemente, lo hubiera llevado a poner en tela de juicio como elementos específicos de la “literatura argentina” y de su “alma nacional”, además de la lengua, la ra­za y la tradición. Las contradicciones a que conduce la concepción histo- riográfico-literaria de Menéndez y Pelayo se multiplican y ahondan en su “discípulo” Ricardo Rojas. Éste asegura, por ejemplo, que uno de los ele­mentos del “alma nacional argentina” es el lenguaje, pero apunta que en comparación con Europa, “nosotros escribimos en un idioma de trasplan­te. . Con ese criterio, la única lengua autóctona de la península sería la vasca. Si ese elemento del “alma nacional” que es el idioma no es nació-

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nal, sino de trasplante, ¿qué es entonces el “alma nacional” argentina? ¿Es un alma autóctona, pero trasplantada? Con todo, sería injusto reprochar a estos historiadores de la literatura el que se hayan enredado en contradic­ciones. Ellas no fueron “privilegio” de los latinoamericanos y de los espa­ñoles, como suelen suponer silenciosamente en toda la cultura latinoameri­cana los europeos y los españoles. Pues la “cartesiana” y “revolucionaria” Francia, por ejemplo, legó al mundo de entonces la obra historiográfico- literaria de Ferdinand Brunetière, que era más delicuescentemente reaccio­nario y nacionalista que Menéndez y Pelayo e infinitamente más lleno de contradicciones que Ricardo Rojas. En ninguno de los dos hispanos sirvió una tendencia de la ciencia, como el “positivismo” , para fundamentar la miopía pacata que caracteriza los dictámenes furiosos de Brunetière sobre Goethe o sobre Flaubert. Pero lo que sí cabe reprochar es el hecho de que los historiadores de la literatura de los países de lengua española adaptaron y siguieron dogmáticamente los modelos nacionalistas de Menéndez Pelayo y de Ricardo Rojas, esto es, que no reflexionaron sobre sus evidentes con­tradicciones, que no trataron de ponerlas en claro y que por esa inercia ocasionaron un retroceso en la concepción de lo que es historia de la litera­tura, tal como surgió, junto con la crítica, en Voltaire, Lessing, Herder —por sólo citar unos ejemplos conocidos— y se articuló en Fr. Schlegel y en De Sanctis, entre otros, y tal como llegó a sedimentarse de manera de- potenciada en Menéndez y Pelayo y en su discípulo Ricardo Rojas. Con todo, quien examine la canónica Historia de la literatura francesa de G. Lanson (aparecida en 1894, reeditada y complementada permanentemente: una de las últimas ediciones es de 1955) o la igualmente canónica de la His­toria de la literatura inglesa escrita por los franceses Émile Legouis y Louis Cazamian (aparecida en 1926/1927 y reeditada y complementada 12 veces hasta 1957) no podrá menos de comprobar que en estas dos obras ejempla­res por su erudición no se percibe una concepción historiográfico-literaria y que ésta ha sido sustituida por un esquema ordenador que estrecha, más que el “nacionalismo” , el horizonte del desarrollo literario, lo fragmenta con subdivisiones de subdivisiones y etiquetas y lo priva del contexto euro­peo, es decir, de la comunicación extranacional específica de la vida litera­ria de esos países. El defecto de la historiografía literaria que podría lla­marse “tradicional” no es propio y exclusivo de la historiografía literaria hispánica, sino la consecuencia del nacionalismo que subyace a sus propósi­tos. Es preciso agregar que este nacionalismo se hallaba latente en las con­cepciones historiográfico-literarias de un Gervinus, de un Hettner, de un De Sanctis, quienes iniciaron el proceso de “desuniversalización” de la con­cepción del padre - o de los padres— de la historiografía literaria moderna, es decir, de Friedrich Schlegel principalmente y de su hermano August Wilhelm.

La historiografía literaria latinoamericana es “nacionalista” . Pero a di­

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ferencia de la historiografía literaria nacionalista europea, la latinoamerica­na, concretamente, la de cada literatura “nacional” desconoce el problema que planteó Ricardo Rojas, esto es, que está escrita en un idioma que no pertenece exclusivamente a cada una de las gloriosas “naciones” - o “Re- publiquetas” , como las llamó Mitre con razón— y de esa manera ha oculta­do bajo el manto de la justificada emancipación los más fervorosos patrio- terismos y las más cursis manifestaciones de una perspectiva puramente municipal. Un ejemplo de ello, entre los muchos de este tipo que pueblan la historiografía literaria latinoamericana, es la alabada obra de Gonzalo Pi­cón-Febres, La literatura venezolana en el siglo diez y nueve (aparecida en 1906, y dedicada al “Benemérito señor general Cipriano Castro, Restaura­dor de Venezuela.. Al “juzgar” la novela Mimí de Rafael Cabrera Malo, por ejemplo, asegura el patriota Picón-Febres que para que esta obra sea más interesante, para que ciertas digresiones no hagan que la novela aparez­ca “rompida” , es preciso “darles forma con los recursos naturales de este género de literatura”, de la que para Picón-Febres son ejemplos y modelos Pequeneces de Luis Coloma y El sabor de la tierruca de José María de Pere­da, es decir, de obras “rompidas” por sus cursis intenciones sermonarías, por sus propósitos de prédica reaccionaria, por su perspectiva miope. ¿Por qué no citó como modelos a Galdós y a “Clarín” o a la Pardo Bazán, más famosos en su tiempo que Coloma y Pereda? El “nacionalismo” —que en Picón-Febres, como en Coloma y en Pereda era un antimodernidad y un protradición muerta— lejos de hacer justicia a sus pretensiones — ¿por qué precisamente un “patriota” tiene que citar modelos españoles?— minimiza precisamente a los autores de quienes por principio debía enorgullecerse, y “maximiza” , si así cabe decir, a aquellos autores cuya significación se debe al “minimizado”. Esta relación entre “minimizado” y “maximizado” co­rresponde, entre otras más, a la habitual y rutinaria entre “precursor” y “precorrido” , para usar la palabra de Borges en este contexto. Tal relación ha determinado considerablemente el estudio del modernismo, que ha dado ocasión a que se vierta tinta y se pierda ingenio en la determinación de quién fue o quiénes fueron los precursores de Rubén Darío. ¿Qué hubiera sido de los precursores sin Darío? A estos esfuerzos de determinar priorida­des, y que sólo pueden ser realizados coherentemente desde la perspectiva y con los instrumentos de una filología ahistórica y ateórica, subyacen nacionalismos inconfesos pero patentes en el fervor con el que un Schulman o un M. Pedro González quieren demostrar que un hecho de la vida litera­ria como fue la “jefatura” —horribile dictu— de Darío fue una usurpación indebida naturalmente del pobre hombre de Metapa. Por ese camino, no es difícil llegar al ejemplo máximo de una historiografía literaria municipal- nacionalista como el libro de Guillermo Díaz Plaja Modernismo frente a 98 (1952), quien considera que el modernismo latinoamericano es “femí­neo” en tanto que el 98 español es masculino. El libro de Díaz Plaja es ma­

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nifestación de una conciencia colonialista frustrada e irrealizable política­mente. El libro de este “catalán universal” oculta tras la contraposición femenino-masculino, tras la “sexualización” de las estéticas literarias, una aspiración reivindicativa múltiplemente arcana que supone la valoración social positiva de lo masculino como dominador y la de lo femenino como lo débil, extemporáneo y sustancialmente dominable y dominado. Reivin­dicativo es también el Panorama literario de Chile de Raúl Silva Castro (aparecido en 1961), aunque su afán no lo lleva a los excesos curiosos de Díaz Plaja. El Panorama pretende demostrar que es falsa la “confabulación del odio” contra Chile, surgida de la Guerra del Pacífico, según la cual Chi­le “era terreno ingräto para el espíritu”. “De hoy en adelante —dice Silva Castro— no se podrá decir que el país del cobre carezca de escritores..El propósito -que recuerda al de Menéndez y Pelayo al escribir su libro sobre La ciencia española— es enumerativo, es decir, arguye autores en vez de argumentos. Y por eso resulta evidente que sus juicios estéticos nada tienen que ver con el proceso y la significación literaria dentro del contex­to hispano que tiene la literatura que él reivindica. Frente a la obra poética de un Gonzalo Rojas, por ejemplo, Silva Castro apunta con la ineficaz iro­nía del ignorante que en La miseria del hombre, Rojas “para solaz de sus lectores maneja visceras y recuerda, a lo largo de varios poemas, funciones corporales y hechos físicos de que hasta ayer no se hizo habitual comercio en la poesía”, sin percatarse, por lo menos, de que en 1911 apareció uno de los libros de poesía más decisivos de la literatura alemana; Morge de Gottfried Benn en el que confluía un aspecto del romanticismo alemán y del proceso de la literatura que le siguió y que puede resumirse muy suma­riamente con el título de la obra de un discípulo de Hegel, Karl Rosenkranz: La estética de lo feo (1853). Por otra parte, el nacionalismo de Silva Cas­tro, quien comparte su miopía con todos los “peruanistas”, “mexicanistas”, “argentinistas” , “hondureñistas” , es decir, con los seguidores latinoameri­canos de los “expertos” norteamericanos en la peruana región de Ayacucho o en el gobierno de Perón en dos años o en el “periodo de Sonora” déla Revolución mexicana, etc., le impidió posiblemente cerciorarse de que por lo menos desale la aparición de la edición española (1949) de Las corrientes literarias en la América hispana de Pedro Henríquez Ureña era anacrónico y supérfluo hablar de la “confabulación del odio” contra Chile.

Es precisamente el “municipalismo” de la historiografía literaria na­cionalista el que plantea un problema central de la historiografía literaria, esto es, el de la valoración o, si se quiere, el de los criterios de valor conque ha de juzgarse una obra literaria para ser considerada digna de entrar en la monumental historia de la literatura de cada “Republiqueta”. En este cam­po reina la más absoluta arbitrariedad y confusión. Para todos los naciona­listas, el supremo valor es un criterio indefinible e incaptable empíricamente: el “ingenio” o “estilo” español, el “alma argentina” , la “peruanidad”, la

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“sensibilidad propia del ambiente chileno”, la “virilidad” o la “femineidad”, etc. Y si se deja de lado el problema del deslinde entre crítica literaria valo- rativa e historia literaria descriptiva o, como hoy suele decirse, pragmática, cabe preguntar: ¿cómo se define un valor, quién lo define, de qué modo se sabe quién lo define y qué lo legitima para esa definición? La cuestión de los valores forma parte de una vieja disputa de la filosofía, especialmente de los años 30, que ha conducido a que se la relegue al depósito de los seudo- problemas, de donde la rescatan los militares y demás clientes de los valores eternos, auténticos, nacionales, occidentales, etcétera.

Si se resumen estas observaciones sobre la historiografía literaria nacio­nalista con la fórmula de que ésta “valora”, es decir, establece prioridades con un criterio científicamente indefinible, entonces cabe concluir que aunque esta historiografía literaria nacionalista calme la sed patriótica de los corazones y compense las frustraciones nacionales y sociales, y contri­buye a satisfacer las vanidades, en realidad nada tiene que ver ni con historia ni con literatura. Estas historias literarias nacionales - “nacionalistas”- se puede citar el ejemplo de la de Félix Lizaso, Historia de la literatura hispa­no-americana,, 2 ts.f 1965-1967, entre muchas más, cuyos defectos resume ésta, constituyen un género peculiar, compuesto de elementos heterogé­neos: biobibliografía, devocionario nacional, sucinto juicio literario funda­do vagamente, y una pertinaz imprecisión en los datos. No tienen que ver con historia, porque reducen el acontecer histórico a la cronología escueta.Y no tienen que ver con literatura porque la valoración de lo que para di-

Íhas historias merece tal nombre, es extraliteraria, es decir, considera a la iteratura como pretexto de algo vago y general. Esta crítica a la historio­

grafía literaria nacionalista no significa que se postule la autonomía de la literatura. Lo que Ricardo Rojas llama la “función” de la literatura y que )para los historiadores literarios nacionalistas es expresión de la “cubanía” , del “alma argentina” , del sexo viril español de esas letras, de la “peruani- dad”, etc., sólo puede definirse empíricamente si se parte del texto literario para buscar en él las referencias a los demás contextos culturales y sociales. Pero entonces, todas estas “almas nacionales” se difuminan y dejan el cam­po para divisar una red compleja de relaciones sociales, jurídicas, filosófi­cas, extranacionales, es decir, propiamente históricas. Y la “cubanía” , el “alma argentina”, el “ ingenio español” , su sexo masculino, etc., adquirirán su sentido como expresiones históricas de determinados momentos y deter­minadas aspiraciones de determinados estratos sociales. Y aunque estas his­torias nacionales nacionalistas aseguren que pretenden poner de relieve a la literatura como “función” de la sociedad, su examen mostrará que ellas son testimonio de la función que un determinado estrato dio a la literatura. Junto con los programas de “veladas literarias” , de “lecturas poéticas” , con el análisis de las preferencias de lectura que se inculcan en los colegios secundarios y determinan hábitos de lectura, etc., estas historias literarias

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formarán parte del material para estudiar la “función” que en una época determinada una sociedad determinada dio a la literatura. Estas historias literarias nacionalistas podrán servir como material auxiliar para explicar cómo y por qué se formaron en Latinoamérica los llamados “Estados nacio­nales” , y cómo precisamente fueron estos nacionalistas los que al seguir el proceso europeo de la formación de los Estados nacionales justificaron ideológicamente los intereses miopes de las “altas clases”, que al hacer caso omiso de los postulados de Bolívar y Martí, aniquilaron la posibilidad polí­tica de una América hispana emancipada y encubrieron sus rencores y ren­cillas con los nombres de “alma argentina” , “cubanía”, “peruanidad” , etc. Los “Estados nacionales” hispanoamericanos constituyen la legalización sólemne de los intereses de las parroquias de las llamadas “altas clases” , y, las historias literarias nacionales no son otra cosa que el intento de legiti­mar sentimentalmente esa cursi legalización.

A diferencia de esta historiografía literaria de tipo “tradicional” , la de cuño marxista tiene, por causa de su inspiración, una concepción histórica y un marco unitario de ordenación precisos. Más exactamente: debería tener­los. Con muy pocas excepciones, como la de Juan B. Justo en Argentina, el marxismo llegó a Hispanoamérica de segunda mano y más generalmente de tercera mano. José Carlos Mariátegui, por ejemplo, lo tuvo de segunda mano, a través de una exposición antimarxista del pensamiento marxista, esto es, del libro de Benedetto Croce Materialismo storico ed economia monástica (1899). La obra, dedicada a Antonio Labriola, a un marxista extraordina­riamente lúcido, no leninista, era reflejo de las discusiones que en Italia había provocado la difusión del pensamiento de Hegel, cuya interpretación por Croce, en su famoso libro de 1906, Ció che e vivo e ció che è morto della filosofia di Hegel, podía compartir con la interpretación de Marx por Lenin en su Materialismo y empiriocriticismo y con la de Hegel por éste en sus llamados Cuadernos filosóficos (apuntes y resúmenes hechos entre 1914 y 1916) un rasgo esencial: el de un esquematismo irritantemente clasifica­dor y dogmático, que en los dos casos, y aunque de signo político diferente, condujo a una desdialectización de la dialéctica. El camino a Marx que siguió Mariátegui no4 contaba con obstáculo alguno: iba del esquemático Croce al esquemático Lenin, y en todo caso dejaba de lado a Marx. Lo importante era el esquema y su aplicación, es decir, el dogma. Su pontífice y guardián fue el partido. Y para éste era indeseable toda discusión con Marx. Por estos dos hechos, la recepción de Marx en Hispanoamérica no fue productiva, sino repetitiva y pasiva; no se enfrentó a problemas del pensamiento mar­xista, sino acató una imagen estática de la versión leniniana de Marx. Y b que hubiera podido conducir a una continuación, rectificación y enriqueci­miento del pensamiento y de la concepción históricos de Marx, fue sofocado por un esquema pétreo, que condujo a lo “vago y a lo grande” (W. Benjamin) o a sutiles bizantinismos escolásticos. La recepción del pensamiento marxis-

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ta en Hispanoamérica no contó con un Karl Korsch o con una obra como la del joven Lukács {Historia y conciencia de clases). La obra de Mariátegui, en la que hubieran podido desarrollarse los impulsos de la “línea italiana” , quedó realmente trunca. Su ensayo sobre “El proceso de la literatura” en los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928) utilizó el esquema, y supo matizarlo de una manera que se acercaba en algunas posi­ciones a las sobrias de Pedro Henríquez Ureña en su ensayo “El descontento y la promesa” de sus Seis ensayos en busca de nuestra expresión (1928), sobre todo en lo que se refiere a la función del “cosmopolitismo” en rela­ción con lo “propio” . Pero su apreciación del “indigenismo” lo acercó a la historiografía literaria tradicional o nacionalista, si bien de tal manera que concretó lo que en ésta era vago: en vez del “alma nacional” ; de la “cuba- nía” , del “estilo” o “ingenio”, Mariátegui colocó a la “raza”. Ésta era una valoración tan extraliteraria como la de la virilidad de la literatura española o la del “alma nacional argentina” . Era un a priori, que, aunque más con­creto que el de sus vecinos nacionalistas, resultaba empíricamente indemos­trable. Con esto, Mariátegui —y los demás indigenistas que invocaban al marxismo-leninismo— sacrificaron un elemento esencial del pensamiento de Marx en aras del esquema, esto es, el de la seudoproblematicidad de la “raza” , que éste había dilucidado con su peculiar y genial penetración en Sobre la cuestión judía (1843). No es preciso aducir en detalle los diversos indigenismos —como el de Alcides Arguedas, el de Icaza, el de Jaime Men­doza o el de quien rechazó de manera dubiosa la presencia de Ernesto Guevara en Bolivia, esto es, “Tristán Maroff”, entre muchos más- para comprobar que el “indigenismo” es un “racismo”, y que, aunque sea el de los oprimidos, no deja de ser irracional. Es tan irracional como la beatería de la supuesta generación del 98 ante el paisaje castellano, como la ideolo­gía alemana de la “sangre y el terruño” , como los “regionalismos” franceses, esto es, como las sentimentalidades que coadyuvaron ideológicamente al advenimiento de los fascismos. En la irracionalidad y en el dogmatismo se tocan la historiografía literaria tradicional y la de pretensión marxista, o más exactamente la leninista.

Dentro de la numerosa literatura historiográfica de cuño leninista, la obra de Françoise Perus Literatura y sociedad en América Latina (1976), constituye un ejemplo de cómo el esquema -esta vez ornamentado con la terminología francesa— le impide captar la complejidad de los problemas del modernismo y su consideración en un horizonte histórico-social global, “universal”. Aparte de que los materiales histórico-sociales en que se basa su trabajo y su interpretación del desarrollo del capitalismo en Latinoamé­rica por ejemplo son demasiado precarios y de muy reducidas perspectivas,

> la insuficiencia del método —sólo exteriormente marxista; basta comparar) | K sus análisis con los de El capital de Marx— la hace ciega para comprender

j B desde un punto de vista histórico-social el fenómeno de los intelectuales. Su.

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afirmación —para citar otro ejemplo— deque “resulta imposible realizar una interpretación de la literatura con prescindencia de la estructura y la lucha de clases en un momento dado, y de los efectos que esto tiene en la super­estructura ideológica de la sociedad en su conjunto” , constituye una extre­ma simplificación de la noción diferenciada de la relación entre la llamada “base” y la “superestructura” tal como la expuso Marx en su manoseado y fragmentado prólogo a la Crítica de la economía política (1844-1845). Como para F. Perus la crítica literaria “no es otra cosa que la prolongación de la lucha de clases en torno a la literatura” , resulta evidente que un movi­miento como el modernismo, que es “parte integrante del contexto oligár­quico” , tiene que ser objeto de combate. Para la historiografía literaria nacionalista, todo lo que no es nacional es objeto de rechazo y reproche. La historiografía literaria leninista ha sustituido el “alma nacional” , la “cubanía” , etc., por la lucha de clases, ha reducido, como aquélla, una complejidad a un elemento histórico-social. Y al cabo resultará supér­flua cuando haya concluido la lucha de clases y cuando en tal momento, la sociedad revolucionada busque su legitimación histórica en el pasado y encuentre que la “ lucha de clases” que llevó a cabo la crítica no sólo no contribuyó en nada al triunfo de la clase proletaria, sino que dejó en heren­cia un cementerio en el que yacen todos los que contribuyeron a reflexio­nar sobre la sociedad. Y entonces, la crítica literaria de la sociedad revolu­cionada comenzará a redescubrir, primero, temas literarios que la crítica luchadora había condenado, y la nueva crítica comenzará a rescatar a los difuntos. Tal es el caso de la crítica —para seguir con esta denominación indiferenciada de la madame Perus— en la República Democrática Alemana, cuyo tema central es el de la “apropiación del legado.. . ” de la literatura y del pensamiento burgueses. No es necesario esperar a que triunfe el proleta­riado para descubrir y rescatar ese legado burgués, sin el cual no hubiera si­do posible la revolución proletaria. Y menos aún en Hispanoamérica, en “aquellas tierras invadidas de cizaña” , como observó Pedro Henríquez Ure- ña, en donde la acción de la inteligencia ha constituido hasta ahora el único vínculo de unidad de la magna patria. El libro de la combativa madame Pe­rus apareció cuatro años después de la publicación de los trabajos del anglis- ta de Leipzig, Robert Weimann, Literaturgeschichte und Mythologie, en el que plantea el problema de la relación entre el pasado y el presente, de la “apropiación del legado” , que él considera como el problema metodoló' gico decisivo de una historia literaria materialista. Ni dicha obra ni la de Lukács, La peculiaridad de lo estético (1963), en la que se realizan diversas modificaciones del estéril esquema leninista —la de Weimann es esencial— tuvieron cabida en la finísima, penetrante, matizada y renovadora investi­gación de madame Perus. Sucumbió al esquema y al dogmatismo.

Aparte de los fundamentos teóricos de los dos tipos de historiografía literaria, cabe contemplar brevemente algunos aspectos concretos de la his-

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toriografía literaria latinoamericana. Consecuencia de su nacionalismo o de su dogmatismo —según el caso— es su provincianismo, es decir, la conside­ración de los fenómenos literarios sin ninguna relación con fenómenos con­temporáneos de otras literaturas. El recurso a las “influencias” , que es un concepto muy problemático y sustancialmente estéril, no rompe este pro­vincianismo. Un segundo aspecto, que desde la revelación de la teoría de las generaciones de Ortega se ha generalizado, es el de la ordenación del mate­rial según esta teoría mecánica, que reduce considerablemente el horizonte histórico y no proporciona ningún criterio para la interpretación de los tex­tos y para su periodización en un marco histórico-social. Así como mada­me Perus ha sido impermeable a las suscitaciones c(e los marxistas como Weimann —se pueden agregar Claus Träger o Reimar Müller—, los partida­rios y hasta devotos de la teoría de las generaciones, entre ellos no pocos “marxistas” , han pasado por alto las investigaciones de la historiografía francesa de los “Annales” y más concretamente las de F. Braudel sobre el problema del “tiempo en la historia” y su duración. Tal teoría cierra las puertas a la consideración de cuestiones fundamentales para la descripción de la historia de la literatura, como son los de la llamada vida literaria (re­vistas, editoriales, bibliotecas, formas de la crítica literaria en los periódi­cos, etc.), y hace caso omiso de los contenidos contradictorios de las obras de un lapso. Reduce insosteniblemente la complejidad de los contextos y fragmenta. Fragmentación es también el resultado de la ordenación del ma­terial según criterios geográficos o genéricos, tal como lo hace E. Anderson Imbert en innecesario beneficio de la didáctica expositiva en su conocida Historia de la literatura hispanoamericana. Esta quiere continuar y comple­mentar Las corrientes literarias en la América Hispánica de Pedro Henríquez Ureña, pero pone el acento en lo más exterior de esta historia ejemplar, esto es, en las clasificaciones, y pasa por alto lo que hace que esta obra sea modelo: la concisa descripción de un proceso y la consideración de las le­tras del Nuevo Mundo como una totalidad.

Una historia de la literatura hispanoamericana que quiera hacer justicia a sus esfuerzos deberá evitar todo fraccionamiento, abandonar todo crite­rio reduccionista, y colocar la literatura hispanoamericana como totalidad en el contexto de la literatura europea, a la que pertenece por sus mismos elementos y el aparato conceptual de que se sirve.. . hasta para descu­brir lo autóctono indígena en ella. La totalidad exige que en su análisis primen la contemporaneidad y no la nacionalidad de los autores, la simul­taneidad de los géneros y la presencia de obras escritas que, como la litera­tura rosa, o trivial, han sido descuidadas totalmente por la historiografía literaria, aunque forman parte de la vida literaria entendida sociológicamen­te y aunque muy frecuentemente invaden el terreno de la llamada alta o gran literatura. Pero la colocación de la literatura hispanoamericana en el contexto europeo exige, aparte de numerosos estudios previos comparati­

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vos sobre el desarrollo social de las diversas zonas europeas “subdesarrolla- das” y las hispánicas, un conocimiento amplio y desprevenido de las letras europeas, y ante todo esa “irreverencia” frente a todos los autores y espe­cialmente a los europeos, que ha permitido a Borges dar el juicio lúcido sobre “nuestra tradición” : “creo que nuestra tradición es Europa y que te­nemos derecho a esa tradición” . No sobra decir que cualquier trabajo his­tórico-lit erario debe evitar las cegueras nacionalistas o dogmáticas, como las de madame Perus. Y cualquier complejo de inferioridad.

Discusión

Jean Franco:Yo tengo muy pocos comentarios sobre la discusión en particular, por­que estoy de acuerdo con su crítica a los historiadores nacionales y a los dos tipos de historiografía: la nacionalista-romántica y la naciona- lista-;marxista. El problema es que estamos frente a una especie de pá­gina blanca y tenemos que decir de dónde partimos. Sería muy sano comenzar por una crítica al nacionalismo, porque yo creo que el na­cionalismo fue un intento de sintetizar lo heterogéneo. Después de todo, en la colonia había una especie de unidad natural o a-natural, porque la unidad bajo la monarquía española que daba la unidad al todo heterogéneo era una forma vertical. El mundo estaba en una es­pecie de pirámide que daba unidad a la cultura latinoamericana, hispa­noamericana o colonial.

Ahora, yo creo que es a partir de la mitad del siglo XIX cuando el nacionalismo tiene que inventar una nueva forma de sintetizar lo hete­rogéneo en América Latina, que se veía como un gran problema en todo el siglo XIX. ¿Cómo se puede formar una nación? Entonces yo creo que todo ese movimiento al que se refiere usted es como la conse­cuencia lógica de ese intento de sincretizar el estado, la cultura alrede­dor de algo coherente, un estado ficticio, pero que servía como unifi­cación. Proceso unificador de la cultura y de todos los aspectos de la vida cotidiana. Lo que a mí me llama la atención y quizás como pre­gunta es: ¿por qué el marxismo prolongó esa tendencia nacionalista? Me parece interesante porque el marxismo obviamente surge con otros criterios y sin embargo, sobre todo, en sus primeras épocas en América Latina, realmente adoptó los textos canónicos y las figuras canónicas. Creo que hasta el libro de Fernández Retamar, Calibán, acepta una es­pecie de genealogía que incluye a Martí, Rodó, Alfonso Reyes, perso­nas en sí muy diferentes, pero que forman parte de esa comente ame­ricanista. A mí me desconcierta un poco poner en un mismo saco a Alfonso Reyes y a Martí, por ejemplo. Quizás eso sería una cuestión que podríamos discutir ahora.

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R. Gutiérrez Girardot:Hay dos tipos de nacionalismos y los voy a ejemplificar con la historia de la literatura argentina de Ricardo Rojas, por una parte y con Las corrientes literarias en América Hispánica de Henríquez Ureña, por otra. Me voy a explicar: el nacionalismo es un fenómeno muy comple­jo en Europa y en América Latina. En América Latina no solamente tiene el aspecto de que los estados latinoamericanos quieren constituir­se en nación, lo más difícil que hay en cualquier estudio de derecho constitucional, como nos ha tocado a muchos, es definir qué es una nación.

En el caso concreto del nacionalismo de Ricardo Rojas y de mu­chos otros nacionalismos, es una reacción de los latinoamericanos y también hay una reacción igual y paralela de los españoles, contra eh impacto de la modernidad. Entonces, en el caso de Ricardo Rojas, que afirma los valores hispano-indios y los subraya, y que busca el retorno al campo, al paisaje, al terruño, se trata de esos nacionalismos que tam­bién tienen relación con el regionalismo. Este es un nacionalismo que es miope, en cuanto que no es una cosa positiva, sino una reacción contra; es una huida del mundo contemporáneo y tienen como origen la reacción contra la modernidad. También hay que tener en cuenta otra cosa que se quiere olvidar cuando se habla de nacionalismos en América Latina que a partir de 1870, más o menos, la expansión del capital extranjero conduce a una uniformidad necesaria para el capital y que por ese camino se encuentran entonces nacionalismos como reacciones al fenómeno de la uniformidad.

El otro nacionalismo, que quiero ejemplificar, es el de Pedro Hen­ríquez Ureña. El suyo, en realidad no se podría llamar nacionalismo sino más bien conciencia de la gran nación hispanoamericana. Henrí­quez Ureña pertenece al movimiento del Ateneo de la Juventud y a toda esa generación, en la que hubo un argentino hoy olvidado pero muy importante, que es Manuel Ugarte, y que acuñó el concepto de la “magna patria” . Entonces, en Henríquez Ureña, más que un nacionalis­mo es una llamada a la toma de conciencia continental hispanoameri­cana. De una conciencia en el doble sentido de la palabra, no solamente de la conciencia en el sentido político, sino también de la conciencia del valor de la literatura latinoamericana como proceso. Como él dice, en un ensayo de 1928: “en busca, de nuestra expresión” , es decir, del encuentro de nuestra expresión. Este sería otro tipo de nacionalismo, si así cabe llamarlo y, para diferenciarlo del de Ricardo Rojas, que es una huida, es un nacionalismo afirmativo y con proyecto de futuro, y por eso tiene Henríquez Ureña su idea de la utopía de América.

Ahora, sobre el problema del marxismo en América Latina, es un problema muy complejo, porque su reflexión en América Latina ha sido —con algunas excepciones— de segunda mano. Entonces esta reflexión de segunda mano ha creado un dogmatismo que es precisamente muy rígido y con esa rigidez viene a ser el revés del otro, del dogmatismo nacionalista, aunque los acentos que pongan sean diferentes, pero

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cuando se ve el resultado para la historia literaria, se ve que los dos son selectivos y reduccionistas.

Mario Valdés:No puedo estar más de acuerdo que hasta ahora que el marxismo que hemos visto en Hispanoamérica es de una reducción total, y es un mar­xismo de segunda mano. Si se conociera, por ejemplo, aquí el pensa­miento de Robert Weimann, crítico marxista de Alemania en teoría de la recepción donde el texto literario es una vinculación, una dialéctica de apropiar una cultura, ello nos llevaría mucho más a combatir la reducción. El programa que le ha llevado a desarrollar una teoría de la historia en los últimos diez años es precisamente una reelaboración dé los principios marxistas tratando de establecer los medios por los cuales el texto literario está vinculado a la cultura y señalando que es la base sociocultural la que permite la recepción del texto.

Jean Franco:Pero ¿no es una contradicción hablar de marxismo de segunda mano y luego citar a Weimann?

Mario Valdés:No, porque no estoy diciendo que Weimann sea la respuesta a Hispano­américa, pero que en Hispanoamérica se le tiene que responder a alguien como Weimann.

R. Gutiérrez Girardot:Bueno, yo quiero decir también que he hecho una crítica a la historio­grafía literaria existente sin proponer alternativas. Una alternativa po­dría ser entre muchas otras, a propósito del marxismo, una nueva lec­tura del famoso texto de Marxen el Prólogo a la crítica de la economía política en el que él habla - y habría que clarificar que él habla- q bien donde Lenin saca la fórmula para la teoría de base y superestruc­tura. Allí, precisamente, lo que me parece más interesante, más fructí­fero, es que él después de formular esto en conceptos hegelianos como son los de ser y conciencia, lo especifica y habla en vez de ser, de las condiciones materiales de vida, lo que podría llamarse con Braudel la cultura material. Lo que me parece más interesante es que al hablar de la superestructura, señala Marx que la componen no solamente la lite­ratura, que es uno de los elementos, sino también la religión, la filoso­fía y también menciona al derecho, de modo que si se tiene en cuenta esta relectura de Marx, sin la interpretación leninista, se puede llegar a formular el proyecto de una amplia historia social de la literatura con mucho sentido, en la cual la literatura ocupe un puesto necesario e in­dispensable dentro de la red de lo que se llama superestructura. Esto no es un concepto abstracto, sino que concretamente entiende la red de la cultura, o sea, el derecho, la religión, las artes y la filosofía. Efec­tivamente, si se mira cualquier época, por ejemplo, la española del si­

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glo XIX, vemos que la famosa Generación del 98 y todo el proceso del siglo XIX no se puede entender sin considerar, en primer lugar, lo que significó el krausismo español como un pensamiento secularizador, lo que significaron los intentos de reforma jurídica, o sea la introducción del código civil —muy tarde en comparación con América Latina- corno un intento de racionalización de la sociedad. Lo que significaron las artes, que son fenómenos que se ligan todos para posibilitar la res­puesta que da la literatura del 98 a todos los fenómenos de la época, uno de los cuales es también la reacción precisamente en contra de es­tos intentos de modernidad. De manera que si se toma como ejemplo este periodo se podrá ver muy claramente que lo que Marx llama la superestructura no es Qtra cosa que la red de lo que se llama cultura en general y que no es solamente una red estática sino que tiene su propia dialéctica o dinámica, y al mismo tiempo que provoca modernización provoca reacción contra la modernización.

Jean Franco:Yo creo que podría ser interesante considerar que había una revolución burguesa a principios del siglo XIX que consistía precisamente en este proceso de racionalización de todos los aspectos de la vida. Eso expli­ca también, en parte, lo que pasó a las culturas marginales en América Latina. Durante la Colonia, por ejemplo, se puede dejar sobrevivir mu­chas culturas locales porque el pluralismo convenía a la Colonia, pero con la racionalización déla sociedad en el siglo XIX empiezan las accio­nes de genocidio contra los indígenas, el movimiento de poblaciones de un lado para otro, la migración a las ciudades. Esto cambia la vida cotidiana y, por lo tanto, la materia bruta de la literatura.

Franco Meregalli:Primero, quisiera hacer una observación. En el programa de esta reu­nión: “Para una historia de la literatura latinoamericana’' el adjetivo “comparada” ha desaparecido. ¿Es un hecho intencional o puramente accidental?

R. Gutiérrez Girardot:Yo se lo voy a responder desde el punto de vista de mi ponencia. Cuan­do digo que el que la historiografía literaria latinoamericana continen­tal reúna a hablar de influencias ex tra jeras —como en el caso del mo­dernismo, por ejemplo, o el caso de las vanguardias— eso no rompe el provincianismo. Quiero decir con eso que hay que ampliar para la nue­va historiografía literaria latinoamericana lo que se entiende por com­paratismo. Yo no pienso únicamente en el comparatismo desde el pun­to de vista de la literatura tal como lo hace la literatura comparada, sino ampliando más el campo a la comparación de las sociedades. Les voy a dar un ejemplo de las sociedades decimonónicas.

El Código de Napoleón en Francia fue el que abrió el campo al ca­pitalismo y a la sociedad burguesa, este hecho y la expansión del capi-

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tal, no se dan solamente en Francia, sino que el Código de Napoleón también se da en Alemania. Las resistencias que este Código provocó, se dan también en América Latina con la adaptación del Código de Napoleón por Andrés Bello en 1854, que fue un fenómeno que tácita­mente o casi, sin mucho escándalo, transform ó a la sociedad latino­americana.

Por otra parte, con estudios com parativos de este tipo se encontra­rá que cuando hablamos de Europa siempre pensamos en las capitales y no en las zonas periféricas de esos países. Un estudio comparativo con los países latinoam ericanos llevará a com probaciones sorprenden­tes de semejanzas estructurales y sociales. Es el caso de lo que en ale­mán se llama los medio-cultos, que es una especie de clase media con una concepción precisa de lo que es la literatura, comparable al caso español o latinoam ericano. De allí que si nosotros hacemos esos estu­dios comparativos sociales para dar una base más amplia al com paratis­mo literario se ve que hay una necesidad de que para cualquier nueva historia de la literatura latinoam ericana haya el comparatismo como un elemento fundam ental.

Franco Meregalli:Otra observación a propósito del rom anticism o. Efectivamente la con­cepción nacionalista de la historia literaria es una herencia romántica. Pero ¿de qué rom anticism o? De un rom anticism o degradado, porque el espíritu del rom anticism o, el de los herm anos Schlegel es completa­mente diferente, es el espíritu de la “belle littéra tu re” , es com pletam en­te diferente, se trata de la superación del aislamiento de las naciones y en ese espíritu entiendo yo al com paratism o.

R Gutiérrez Girardot:Yo quiero hacer una precisión cuando me refiero al romanticismo. Co­mo usted dice, nosotros conocemos la palabra rom anticism o en sentido degradado. Yo me refiero al rom anticism o de Friedrich Schlegel que es el padre de la moderna historiografía literaria y la consideración, como en Gervinus, de la historia literaria como una manifestación y glorificación de la nación. En este sentido me refiero a la historiografía literaria rom ántica, que es, por ejem plo, la de Menéndez Pelayo con­cretamente.

Jacques Leenhardt:Bueno, yo pienso que es hora de elaborar una definición de lo que es para nosotros la literatura para un trabajo de conjunto. Me interesó mucho la definición bastante amplia que G utiérrez G irardot nos dio de literatura, es decir, no únicam ente los tex tos clasificados por los manuales de escuela en la categoría de literatura, sino más bien, como decía Alfonso Reyes, en una definición que me gusta m ucho, literatu­ra es historia con aderezo retórico, ciencia en form a amena, filosofía en bombonera, sermón u hom ilía religiosa. Está tam bién el derecho y

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otras cosas que intervienen en una definición de lo que es literatura. Pienso que para adelantar el trabajo habría que ponerse de acuerdo sobre esto.

R. Gutiérrez Girardot:Bueno, yo soy enemigo de las definiciones, porque la definición, según la fórmula escolástica, es la limitación del género próximo en la dife­rencia específica, y cuando se da el género próximo, la diferencia espe­cífica se queda más de la mitad fuera.

Prefiero, más bien, partir de un hecho pragmático, concreto, que es la literatura, por lo menos desde el punto de vista material. Después de haber elaborado el material se puede llegar a una definición, o aúna descripción, si se quiere, de lo que es literatura. Nosotros tenemos un considerable material acumulado, podríamos partir, antes de decidir, de lo que ha recogido Henríquez Ureña en Las corrientes literarias.

Para explicarles lo que yo quiero decir con amplitud para conside­rar la literatura voy a dar un ejemplo. Durante los años 40 más o menos, se leyó en América Latina, no solamente por un público muy general sino inclusive por las niñas de los colegios de monjas, las novelas llama­das triviales de Rafael Pérez y Pérez. Se difundió por toda América Latina una versión mutilada de la Amalia de José Mármol, que le qui­taba todo lo político y dejaba solamente el romance de Amalia y Eduardo. Había una selección de poesías en cuadernitos de todos los poetas de lengua española, no hechas con un criterio estético, sino con un criterio de recitabilidad. Entonces todas las criadas conocían los Veinte poemas de amor de Pablo Neruda. Al mismo tiempo circulaba una novela que se difundió mucho en los países andinos, Rosalba, de Arturo Suárez, un colombiano, que repetía un poco a. María de Jorge Isaacs. Esa literatura, que se llama trivial era la que se leía en aquella época en que aparecieron las Ficciones de Borges, en que estaban apa­reciendo las novelas de Mallea, en fin, todo lo que se ha llamado reno­vación de la literatura del “boom” . Pero esa literatura de renovación no tuvo ningún eco en la sociedad lectora, lo que tenía eco sobre ella eran esos cuadernitos de poesía, Rosalba, Pérez y Pérez y una cantidad de cosas. Entonces al querer hacer una historia de la literatura, antes de definirla hay que tener en cuenta este material y no valorarle, sino te ­nerlo en cuenta, porque eso era lo que se leía, eso era lo que se enten­día por literatura.

Además hay otros aspectos: la función de la literatura. No se tra­taba de una literatura escrita para edificar a la gente, como la otra lite­ratura que sí era edificante, en cierto modo. Entonces cuando se quiere contemplar esos años, además de lo que se leía hay que tener en cuen­ta la función no solamente edificante sino, sobre todo, ornamental. La literatura tuvo durante mucho tiempo, especialmente a fines del siglo pasado y a comienzos del presente en las sociedades latinoamericanas una función ornamental, que no solamente se puede ver en la manera como se utilizaban los poemas y determinadas prosas en sesiones que no

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eran literarias, como sesiones de colegios o sesiones de grupos, etc., sino también ornamental aun en la retórica parlamentaria. De modo que quien quiera conocer lo que fue la literatura en una época, debe te­ner en cuenta todo este mundo: la oratoria parlamentaria, la oratoria sagrada, etc. Es decir, se va encontrando una cantidad de material que hasta ahora no ha contemplado la historia literaria y que tiene que con­templarse si se quiere comprender en qué consiste la literatura de esta época.

Mario Valdés:Estoy completamente de acuerdo, pero el problema es cómo se rela­ciona a las obras de renovación con esa base cultural.

Jean Franco:Yo creo que lo que está planteado es el problema de la democratización de la cultura y, por lo tanto, qué se ha hecho de toda esta cultura po­pular de siglos. Hay muchos trabajos que están progresando en este sentido —Ángel Rama, Josefina Ludmer, Beatriz Sarlo, yo misma— y convendría tomarlos en cuenta.

R. Gutiérrez Girardot:Yo podría dar un ejemplo y haría la división. Lo que nosotros enten­demos en castellano por literatura popular es muy diferente de lo que se entiende por literatura trivial en la literatura sociológica europea, o lo que nosotros llamamos literatura rosa. Son tres problemas diferentes, el límite entre la literatura trivial y la llamada alta literatura es fluc­túan te. El caso más ejemplar —porque es precisamente el menos espe­rado— es el de Rubén Darío. No solamente porque hay en Rubén Da­río líneas que delatan alguna huella de la literatura trivial, sino porque él mismo escribió, en compañía de alguien, una novela llamada Melina, que es el prototipo de la novela trivial, es decir, que la temática trivial es el humus de donde sale la alta literatura, no hace falta mencionar el caso de Borges, si se recuerda El hombre de la esquina rosada, o los poemas.de Evaristo Carriego. Es decir que hay una relación en todo autor entre literatura trivial y alta literatura. El problema de la innova­ción en los autores de la alta literatura es ya otro problema, pero por lo que se refiere a la conexión entre literatura trivial y alta literatura hay que decir que hay un límite fluctuante entre las dos y que por ese camino llega el tema, el material al hombre.

Franco Meregalli:A propósito de la distinción entre alta literatura y literatura trivial, me parece importante que no tenemos que limitar el concepto de literatu­ra a la llamada alta literatura, también porque hay expresiones que no se consideran cuando salen y que los siglos posteriores consideran alta literatura. También debemos considerar la literatura de reflexión y la

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narrativa no de invención, por ejemplo, la historiografía, la biografía, la autobiografía.

Hugo Achugar:Me queda una duda: si uno de los criterios es el de la recepción en el momento en los distintos estratos sociales y también su recepción en el tiempo, yo siento que hay un problema de límites. Evidentemente en el pasado hay discursos de tipo científico, de las ciencias exactas, la mecánica o la matemática —pienso en D’Alembert, por ejemplo— que en cierto modo son recibidos hoy como literatura, pero ¿cómo proce­sar eso con el discurso de un matemático? En Venezuela circulan aho­ra los textos de Henri Laborit, con sus experiencias en biología, y está funcionando en un consumo de tipo literario. Es decir, ¿no hay que establecer un cierto límite?

R. Gutiérrez Girardot:Bueno, yo pienso que hay que diferenciar entre recepción y validez. Cuando usted habla de que el concepto de recepción es considerable­mente amplio, sólo puede referirse al presente. Cuando yo hablo de validez y doy el ejemplo de antologías, el concepto se refiere solamen­te a ese tiempo, lo que se leía o entendía por literatura. En el caso de la literatura de reflexión, depende de la función que tenga, si tiene in­fluencia o no. El caso de Ortega y Gasset sobre escritores puristas como Ayala, por ejemplo. Si no tiene una función así, sería ampliar excesi­vamente el concepto con el que se está trabajando y que tiene más o menos un consenso. Eso depende, entonces, de la función que tenga tanto la oratoria sagrada como los otros documentos escritos que se pueden considerar parte de la literatura de un momento determinado.

Mario Valdés:Si entiendo bien, en términos prácticos, sería establecer un marco so­ciocultural y relacionar a los textos literarios escogidos dentro de ese marco sociocultural, para llevar esto a un terreno práctico.

R. Gutiérrez Girardot:Bueno, yo pienso que se trataría de, como siempre, no de establecer un marco 9ock>cultural, sino una hipótesis. Ahora, ésa es una hipótesis previa, pero mucho más importante que una hipótesis —para no hablar de método— es lo que se llama la conciencia del problema. Sin preven­ción alguna se va al material, se trabaja el material con hipótesis, por­que -po r eso soy enemigo de las definiciones— el texto o los textos mismos van pidiendo que se esclarezcan las referencias que ellos con­tienen, sean a la sociedad, a la religión, a la reflexión. Es decir, en el texto —dice el fenomenólogo— están las respuestas a las preguntas, la mitad por lo menos. Entonces, para actuar prácticamente con el mate­rial existente, se trataría de establecer una hipótesis, o más bien, de hacer preguntas para que los textos mismos vayan dando las respuestas

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y se vaya comprobando la hipótesis hasta llegar, después de la descrip­ción, a una posible definición.

Jacques Leenhardt:Yo tengo una pregunta. Lo que interesa es la construcción del objeto. Entonces, hay una vinculación entre la necesidad de construir un obje­to - lo que es lo literario para nosotros— pero ¿en qué tipo de marco?, ¿histórico-social? Me parece que el uso de la noción de periodo respec­to de la constitución del objeto sería importante para nuestra discusión.

R. Gutiérrez Girardot:Diría que un marco histórico-social, porque el marco histórico-social

, es el único presupuesto posible para llegar después de la definición, al establecimiento posible de un periodo. Porque si se periodiza de ante­mano tal como estamos acostumbrados en la literatura hispanoameri­cana, en la literatura española —clasicismo, barroco, romanticismo— se está teniendo en cuenta solamente a la literatura como un ente al mar­gen y fuera de lo demás. Pero si se coloca el marco histórico-social, se trabaja con un material y se encuentran las vinculaciones de la literatu­ra dentro de lo que Marx llamaría la superestructura, pero ampliada con la historia social —problemas tan importantes como la racionaliza­ción de la vida y los efectos sobre la vida cotidiana— entonces se plan­tearía la pregunta de si es prudente o conveniente utilizar el nombre de periodos. Yo creo que en general hoy en día la historia social euro­pea, al menos la historia social que en Alemania se llama crítica, no utili­za el concepto de periodo sino que está elaborando nuevas perspectivas que lo hacen supérfluo.

Jean Franco:Entonces, ¿cómo se define un marco histórico?, ¿un marco histórico no es un periodo?, ¿qué es entonces?

R. Gutiérrez Girardot:Creo que el marco histórico que se debe escoger es un periodo, pero no en el sentido de periodización sino en el de un lapso, lapso desde un punto de vista pragmático, el más accesible desde el punto de vista del material.

Jean Franco:Entonces no estará usted de acuerdo con el acercamiento de Foucault, por ejemplo, que ve un cierto periodo en que dominan unos discursos y que forman una especie de periodo epistemológico.

Para él hay momentos de ruptura en que se reorganizan todas las prácticas de todos los pensamientos, y a mí, por lo menos, me ha pare­cido bastante útil, por ejemplo, en relación con fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX.

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R Gutiérrez Girardot:Yo estaría de acuerdo si además de la teoría, Foucault lo hubiera pro­bado con material histórico. Es por eso que Pierre Vilar, que es un gran historiador marxista, dice que Foucault violenta los textos.

Antonio Cándido:Yo estoy de acuerdo con el colega Girardot, y me voy a detener sólo en un aspecto de lo que él dijo. Concuerdo con la ventaja que represen­taría una nomenclatura, o una terminología, que sea más bien de tipo histórico y social, además de las razones que él aportó, por una razón que también me parece importante. Si yo adopto terminologías tradi­cionales de manual, como por ejemplo “barroco” , “neoclasicismo” , “romanticismo” , “parnasianismo” , “simbolismo” , presentes en la lite­ratura brasileña, yo dejo de lado toda la riqueza eventual del periodo. En Brasil, por ejemplo, el novelista más interesante del periodo románti­co no se enmarca en la estética romántica. El era considerado román­tico por convención -s e llamó Manuel Antonio de Almeida— pero no era romántico. Si yo adopto la designación de “romántico” y de “ro­manticismo” , me veo obligado a forzar, a violentar las características estéticas de muchos escritores que no caben en esa categoría, en cam­bio, una categoría de tipo histórico y social permite, por ejemplo, de­finir la espina dorsal, que sería romántica, incluso en manifestaciones antirrománticas, contrarrománticas, neorrománticas, que se manifiestan en el periodo. Yo creo que en el caso de la literatura latinoamericana —en realidad quiere decir que cuando hablo de la literatura latinoame­ricana es con un poco de mala fe, porque estoy pensando en la litera­tura brasileña, que es la que yo conozco, las otras no las conozco— esto es muy marcado debido al conflicto de las influencias exteriores, que hacen que en un mismo periodo o momento, convivan una moda euro­pea, una supervivencia colonial, una influencia metropolitana, un em­préstito tomado a otra literatura, y si nosotros decimos, por ejemplo “simbolismo”, “barroco”, “neoclasicismo” no estamos dando cuenta de la realidad. Esta es una razón por la cual yo estoy enteramente de acuerdo con el profesor Girardot.

Franco Meregalli:Resulta claro que hay que distinguir dos cosas: el periodo y el movi­miento literario. Hay periodos que se pueden identificar con aconteci­mientos sociales, políticos en general, como la independencia, por ejemplo. El movimiento es una cosa distinta: él convive con otros mo­vimientos, yo sería mucho más pragmático: la periodización es un pro­blema esencial de historia de la literatura. Creo que a veces la periodi­zación se debe hacer con criterios extraliterarios, debido a que algunos acontecimientos son de tal importancia que individualizan también periodos en la historia literaria, otras veces se debe hacer dando el pre­dominio al concepto de movimiento, como en el caso del barroco, por ejemplo. La independencia, por su parte, es un fenómeno macros-

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cópico, que sirve tanto para el aspecto hispanoamericano como para el brasileño, y no es de carácter literario, pero es tan importante que cambia también a la literatura.

R Gutiérrez Girardot:Bueno, dos puntos para responderle. Cuando se trabaja con historia social para la periodización, uno se encuentra con sorpresas, porque no solamente son los acontecimientos políticos ni las transformacio­nes sociales los que influyen en los periodos breves y los periodos lar­gos de los que habla Braudel, sino que son muchos otros fenómenos, que están fuera del control de los políticos y de las sociedades: las pestes, las malas cosechas, etc. Ese es un campo muy amplio que tra­baja la historiografía francesa muy ejemplarmente. Entonces, la deno­minación del periodo sobre la base de un acontecimiento como la in­dependencia resulta de todas maneras un poco parcial, aunque sea muy importante. Ahora, en segundo lugar, yo he hecho la crítica de la his­toriografía literaria latinoamericana —que es el nombre que se le da a la hispanoamericana en general— para hacer una destrucción de esta his­toriografía que dé campo a una hispanoamericana en ese sentido, por eso me refiero también a Las corrientes literarias de Henríquez Ureña, que hace constantes referencias a fenómenos semejantes brasileños.

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HISTORIOGRAFIA LITERARIA LATINOAMERICANA.

MÁS ALLÁ DEL INVENTARIO Y DE LA ANÉCDOTA.

LA HISTORIA POSIBLE

. .»

Dom ingo Miliani

Quiero aclarar, ante todo, que la petición que me hizo la compañera Ana Pizarro fue la de trabajar una especie de inventario, balance crítico, de lo que es la producción historiográfica hispanoamericana. Debo advertir que preferí trabajar fundamentalmente aquellas historias literarias hispanoame­ricanas escritas en América Latina. Esto explica la omisión de libros como el de Jean Franco, como el proyecto reciente que está coordinando Luis Iñigo Madrigal en Ediciones Cátedra de Madrid, como algunos estudios de historia literaria publicada en América Latina, pero por autores norteame­ricanos, como el de Willy Knapp Jones.

Lo que voy a leer es una tentativa de ubicar lo que han sido los gran­des momentos de lo que pudiéramos llamar una ideología de la historiogra­fía literaria.

1. Balance general *

Puede afirmarse que la historiografía literaria latinoamericana comienza con el surgimiento de las nacionalidades, una vez concluida la independen­cia. Después del neoclasicismo, signado por las retóricas normativas de Boi- leau y Luzán, aparecen los primeros intentos por sistematizar la historia, dentro de una concepción iluminista y romántica.

Si la historia de los hechos políticos generados por la emancipación se gestó como una galería épica de los próceres conceptuados con una ópti­ca mesiánica, donde el héroe hacía la historia, la historia hacía el mito, el mito devenía en religión y el pueblo no figuraba en el recuento de los pro­cesos, la historiografía literaria no escapó a tales conceptuacionts. Se habló de emancipadores intelectuales. Algunos lo fueron, en efecto. Así ocurre

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en relación con Olmedo, Bello, Heredia, Hidalgo y otros. Los primeros es­tudios fueron biografías cargadas de adjetivos que exaltaban a los “prínci­pes de las letras” , a los “fundadores de la patria literaria” .

Tanto los románticos sentimentales como los socialistas utópicos fueron escritores comprometidos a fondo con las luchas de los primeros partidos políticos. Militaron indistintamente en las oligarquías liberal y conservadora. Se enfrascaron en las polémicas sobre las formas de gobierno: federal/cen­tral. Hicieron periodismo y, dentro de él, crítica biográfica, himno o necro­logía de otros escritores. En el juicio privó la empatia política, la coinci­dencia u oposición de bando, como método. Así ocurre con José María Heredia en Cuba, con Andrés Bello en Londres y Chile, con Juan Vicente González en Venezuela y Juan María Gutiérrez en Argentina. Entre la his­toria política y la historia literaria apenas si hubo deslindes. Tampoco los hubo entre el discurso literario y el político.

La reflexión en torno a una literatura nacional, como base ideológica de la historiografía, fue producto del romanticismo. La formularon Eche­verría, Sarmiento, Lastarria, Juan Vicente González, entre otros.

La querella entre clásicos y románticos se tiñó del debate —a veces más encendido— por la filiación de liberales o conservadores, federales o unita­rios (éstos llamados centralistas en algunos países). Las ideas de Mme. Stäel sobre literaturas nacionales, desde 1813 (De VAllemagne), habían mostra­do la línea de meditación literaria en Europa, especialmente en Francia, granero intelectual de Hispanoamérica emancipada de España. Esteban Echeverría es uno de los primeros en regresar nutrido de las nuevas ideas. Llega de París en 1830, anima en Buenos Aires la tertulia de Marcos Sastre, luego Salón Literario de Mayo. Juan María Gutiérrez también está en el secreto. Produce los primeros textos crítico-biográficos. Entre Chile y Ar­gentina no demora la polémica, centrada en el maduro Bello y el joven Sarmiento, exiliado en Santiago. La generación chilena de 1842, será un nú­cleo esencial en el proceso. En Venezuela será El Liceo Venezolano, que agrupa políticos, científicos, historiadores y costumbristas. La norma del bien escribir y buen gustar fue desplazada por el anecdotario épico y el jui­cio, más personal que literario.

La situación anterior de la crítica y la historia literarias presenta esca­sos cambios hasta mediados del siglo XIX. Resulta curioso observar cómo los socialistas utópicos, asiduos lectores de Leroux y Saint-Simon, para efectos políticos, no llegaron a aplicar de manera relevante las ideas críti­co-históricas de aquellos innovadores europeos.

A partir de 1850, la dictadura intelectual de Charles-Augustine Sainte- Beuve (1804-1869) invade el territorio historiográfico y su imposición alcanza nuestro siglo, cuando incluso la crítica de identificación francesa lo exhuma. Su célebre proposición de organizar la literatura por “familias del espíritu” , a partir de las obras para llegar a una caracterología de los escri-

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tores, actuó marcadamente en la tendencia de nuestra crítica intelectual, al englobar toda la obra de un autor dentro de una codificación única de co­rriente o escuela, a tiempo que predispuso favorablemente la recepción posterior del método generacional.1

A partir de 1870, la historiografía literaria hispanoamericana encabalga sus proposiciones entre la lección de Sainte-Beuve y la redundante tríada determinista de Hipolite Taine, cuya Philosophie de VArt (1865) devino en sagrada escritura de críticos e historiadores, hasta comienzos del siglo XX. En América Latina se inicia la simbiosis entre positivistas y modernistas, ahora enfrentados a un romanticismo escolástico, oficializado en las aca­demias.

Críticos del modernismo, tan notables como José Enrique Rodó, Blanco Fombona o Pedro Emilio Coll, continuam ente aluden a los tres conceptos que soportan la metodología de Taine: medio, raza, m om ento. En nuestro caso, la aparición de un Bosquejo histórico de la literatura venezolana, es­crito por don Julio Calcaño,2 rom ántico, escolástico y académico, dio lugar, por contraste indignado, al mayor inventario cultural del país, realizado por un brillante equipo de intelectuales positivistas: el Primer libro venezolano de literatura, ciencias y bellas artes (1895), ambicioso intento de ordenar y valorar con perspectiva sociológica, nuestra heredad cultural.

La inclinación historicista y sociológica, respaldada por el positivismo, vigente hasta los años 30 de nuestro siglo, recibió nuevo impulso con las tentativas marxistas de José Carlos Mariátegui y la revista Amauta. La his­toria del regionalismo literario —positiv ista- y de las vanguardias de los años 20, escindieron el campo.

Las décadas de 1930 a 1960 asisten al ingreso de la filología española, regida por Ramón Menéndez Pidal, trasegada por la emigración que disemi­nó la guerra civil. Con ella, el inicio de la segunda guerra mundial arroja por América a los discípulos alemanes de Karl Vossler y las enseñanzas de la estilística románica. Esta última alcanz?. prestigiosa difusión hispano­americana con maestros como Pedro Henríquez Ureña, Amado Alonso y

1 René Wellek, a este propósito, emite el siguiente juicio: “ Diríase que Sainte- Beuve interpretara la caracterología cultivada en Francia por Le Senne y otros desde esa época. O los tipos de concepción del mundo definidos después por Dilthey, Jas­pers, Spranger y aun Jung, como un nebuloso ideal futuro al que darían comproba­ción empírica los estudios literarios.” Historia de ¡a critica moderna, Madrid, Gredos, 1972; vol. Ill, p. 63.

2 El título exacto es "Estado actual de la literatura venezolana” . Calcaño lo publicó en el Diario de Caracas, en febrero de 1894. José Gil Fortoul, positivista rele­vante, radicado en París, lo ironizó ese mismo año en una apostilla que tituló “Peque- ñeces académicas." Un año después, aparecía el Primer libro venezolano de literatura, ciencias y bellas artes. Existe reedición facstmilar: Caracas, Eds. del Consejo Munici­pal del Distrito Federal, 1974.

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un insigne alemán que enseñó en Venezuela, Cuba y Canadá: Ulrich Leo.3 Ellos cambian, no sin resistencia, la visión historiográfica del positivismo. Plantean el estudio inmanente del texto desde una perspectiva lingüística, pero los resultados se perfilan más en el ensayo interpretativo que en el tratado de historia literaria. Coetáneamente, al menos en Venezuela, apa­rece la estética literaria de Benedetto Croce, que el profesor Edoardo Cre­ma se propuso superar con su teoría relacionista.

Desde esa época, la crítica y la historia literaria se polarizan en el modo de conceptuar el proceso de la literatura. De un lado, la estilística —no exenta de impresionismo en el juicio—, centra la atención en el discurso mismo. Del otro, los epígonos de Mariátegui y Aníbal Ponce, buscan conti­nuidad al historicismo. Sin renunciar a Taine, procuran adoptar, un tanto dogmáticamente, la tendencia marxista que concibe la obra como reflejo de las condiciones materiales de la sociedad. Arqueies Vela en México, Héc­tor Pablo Agosti en Argentina, Juan Marinello en Cuba, serán los teóricos más relevantes del momento. Pero la historia literaria no queda escrita esta vez, tampoco. En el caso cubano, la vertiente estilística tiene arraigo en los primeros trabajos teóricos de Cintio Vitier, Roberto Fernández Retamar y José Antonio Portuondo. Sólo después de la revolución socialista y, en es­pecial en los últimos años, nuevas orientaciones dentro de una semiótica dialéctica, afloran por vía de difusión en las tareas emprendidas por Desi­derio Navarro y otros jóvenes investigadores.

La bifurcación y el enfrentamiento entre estilística románica y marxis­mo dogmático, después de la segunda guerra mundial, adquiere significa­ción particular, cuando los instrumentos críticos se perfeccionan. La ten­dencia inmanentista recibe el refuerzo de la nueva crítica norteamericana, donde se asimila con originalidad la innovación institucional aportada por el formalismo ruso y el estructuralismo checo, llevados al norte, especial­mente por Roman Jakobson y René Wellek.

La tendencia historicista se remoza con la sociología de la literatura, asimilada en Lukács y en Goldmann. La producción teórica es hoy copiosa. La búsqueda de nuevas perspectivas metodológicas es estimulante. Congre­sos y reuniones, ensayos publicados en revistas y libros, dan cuenta de esta afanosa búsqueda por integrar instrumentos de análisis. La escuela semióti­ca italiana, fincada en el marxismo a través de Gramsci y en la glosemática de Hjelmslev, abre nuevas posibilidades en trabajos como los de Galvano

3 Ulrich Leo recogió en libro sus estudios estilísticos sobre literatura venezola­na de la vanguardia, bajo el título interpretaciones hispanoamericanas. Apareció en Santiago de Cuba, Universidad de Oriente, 1960. Fue reeditado con el título Interpre­taciones estilísticas, Caracas, Eds. de la Presidencia de la República {Fuentes para la historia de la literatura venezolana). 1972.

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della Volpe.4 En la Unión Soviética, la escuela estoniana de Tartu, con las investigaciones de Lotmann y Uspenski, han iniciado la línea aglutinante de los métodos. Se procura el enfoque de conjunto más que los antípodas ideológicos de las metodologías. En esas formulaciones más actuales puede apoyarse una nueva visión de la historiografía literaria, un deslinde concep­tual y metodológico entre teoría, crítica e historia literarias.

2. Herencias

Efpatrimonio acumulado por nuestra Historiografía a lo largo de su tránsito por las líneas ideológicas, someramente apuntadas en el Balance, permiten anotar algunos rasgos comunes, legibles en la mayoría de las historias lite­rarias. No todo es negativo ni desechable. Tampoco están cubiertas las ex­pectativas para un lector de hoy. No hace falta un listado de historias lite-' rarias para comprobarlo.5 Esos rasgos podrían ser enumerados, entre otras, de la siguiente manera:

2.1. Aportes

La producción de historias literarias hispanoamericanas a lo largo de un centenio, aproximadamente, ha legado hasta ahora:

2.1.1. Un registro más o menos coherente de textos y autores funda­mentales, como material de base para la documentación de cualquier em­presa historiográfica posterior.

En los casos de historias continentales, las omisiones son cuantiosas, los errores de filiación o datación, abundantes. Las historias nacionales rea­lizan a veces un registro más confiable. Entre ellas hay algunas realmente excepcionales por su rigor. Casi todas representan esfuerzos ímprobos de individuos que dedicaron una vida a compilar informaciones, aunque a ve­ces les fallase el método, o el instrumental bibliográfico indispensable hu­biera de afinarse sobre la misma marcha de la actividad historiográfica. Sea como fuere, este conjunto ha servido de cimiento a muchos trabajos mono­gráficos que, o refutan y amplían, o en numerosas ocasiones repiten juicios y prejuicios críticos, a falta de una lectura directa de las obras.

2.1.2. Algunas de estas historias, por su exuberancia de anécdotas o su expansión discursiva sobre los contextos sociohistóricos de los países,

4 Cf. Crítica del gusto, Barcelona, Seix-Barral (Biblioteca Breve), 1966. Y tam­bién Ignazio Ambrogio, “Hacia una teoría literaria marxista: Galvano della Volpe", en Ideologías y técnicas literarias, Madrid, Akal Editor, 1975.

5 Existen numerosos repertorios bibliográficos sobre el tema. Se obvian por co­nocidos.

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más que historias literarias son prontuarios de la vida intelectual o cultural de las naciones latinoamericanas.

2.1.3. Las historias comprensivas, en oportunidades relacionan movi­mientos y corrientes con referentes europeos. En literaturas de habla espa­ñola, el panorama es más completo, pero excluye, con criterio elitista, las literaturas de otras lenguas habladas en el continente, o asumen postura discriminatoria frente a las literaturas indígenas por no estar grafemizadas en una escritura latina.

2.1.4. Existen algunas historias que rompen el modelo biográfico-anec- dótico —o lo abrevian— para ocuparse de la producción literaria desde la perspectiva de las corrientes intelectuales. Es el caso de Las corrientes lite­rarias en la América Hispánicay de Pedro Henríquez Ureña. Otros han ensa­yado una periodización referida al método generacional, introducido en la cultura hispánica por Ortega y Gasset, aplicado a la literatura española por Pedro Salinas y Juan Chabás. Es el caso del Esquema generacional de las letras hispanoamericanas, de José Juan Arrom.

2.1.5. Las historias discriminadas por géneros literarios, especialmente las de la poesía, la novela y el cuento, entran en el análisis o el comentario de las obras, con reducción del aparato biográfico, más propio de los diccio­narios. Se aproximan así a las historias críticas de la producción por géne­ros. En este sentido, guardando las distancias metodológicas o ideológicas, fue notable pionera la Historia de la poesía hispanoamericana, de Marcelino Menéndez y Pelayo. Entre las más modernas resaltan la Breve historia de la novela hispanoamericana, de Fernando Alegría y, por su innovación meto­dológica, la Historia de la novela hispanoamericana, de Cedomil Goic.

2.1.6. Entre las historias sociales de la literatura, con metodologías modernas, adquiere relevancia particular la Formação da literatura brasilei­ra, de Antonio Cándido y, muy controvertido, el intento de Alejandro Losada sobre los modos de producción social y literaria en el Perú.

En síntesis, estos aportes de las historias literarias se muestran de modo aislado en diferentes obras, labor individual de esforzados estudiosos. La complejidad cada vez mayor, la importancia y el reconocimiento alcanzados por nuestra literatura en los últimos años, justifica emprender un trabajo historiográfico ‘de grandes equipos, donde puedan converger interdiscipli­nariamente los hallazgos metodológicos más actuales.

2.2. Limitaciones

2.2.1. De ordenamiento. La mayor parte de las historias literarias his­panoamericanas al registrar y ordenar obras o autores, parten de una selec­ción basada en los códigos ideológico-estéticos dominantes en un determi­nado periodo y cuya conceptuación remite a paradigmas europeos. Pocas

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veces reparan en la dialéctica de los “estilos de época” , en sus variantes o dialectalizaciones. Tal vez por eso mismo omiten buena parte de la produc­ción emergente o aquella que responde a concepciones donde se opera la transgresión renovadora de normas institucionalizadas.

Otras veces minimizan la importancia de escritores no insertos en los principios de “ consagración” protocolizados dentro de enfoques casi siem­pre arbitrarios o eurocéntricos. Con frecuencia ha ocurrido que esa con­sagración debe operarse en Europa, donde se construye e inventa la imagen de nuestra cultura, para luego reconocer méritos en el propio país donde ha crecido el escritor y fructificado la obra.

No es extraña la omisión de obras y figuras, inadvertidas en su momen­to por los historiadores literarios, descubiertos después por investigadores o académicos, en ensayos, monografías, tesis universitarias. Cuando la pro­yección posterior prueba una trascendencia capaz de rebasar los silencios y los olvidos involuntarios, entonces vuelve a abrise la puerta de acceso que permite a esa figura o esa obra, el pasar a la historia, como ocurre con los neologismos en los diccionarios de las academias de la lengua, dos siglos después de haber ingresado en el habla.

Sería muy larga la lista de estos omitidos excepcionales. Tanto, que irónicamente podría originar una obra virtual titulable Historia de la otra literatura hispanoamericana.

Caso inverso es el manual onomástico que incluye, sin explicar por qué, cuanto autor haya boceteado alguna producción. Es el caso de un filologis- mo enunciativo y oportunista, cuya lectura exige un reordenamiento a pos­teriori para comprender esa suerte de enumeración caótica.

2.2.2. De valoración. Los códigos literarios e ideológicos dominantes en una época, valen tanto para los textos directos, como para las historias literarias. Estas imponen una corriente, niegan sus opuestas. Por ello el jui­cio axiológico no siempre está referido a la literatura misma. Más fácil es calificar que analizar.

La adjetivación magnificadora o peyorativa, aplicada a productores y productos literarios, es a veces la mejor salida de emergencia para evadir el análisis. De manera semejante el anecdotario suplanta, en buena cantidad de casos, el abordaje significativo de textos y autores. A veces el resultado es un relato incidental que mira hacia un contexto generalizador, resultado de la imaginación de un no especialista de la historia, quien termina haciendo li­teratura histórica, pero no historia literaria. Es una historia pretextualy pero no textual, en el sentido abarcador del término, como lo plantea Lotman.6

Las simpatias y las diferencias, tan del gusto de don Alfonso Reyes,

6 Cf. Estructura del texto artístico, Madrid, Eds. Istmo (Col. Fundamentos),1978.

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condicionan en este aspecto la epopeya o el escarnio de escritores y obras, sometidas a una axiología imprecisa, donde hermetismo y ateísmo, por ejemplo, pueden negar un poeta como Pablo Neruda, porque su poesía, en tanto pecaminosa, no se entiende.

Es frecuente hallar, pues, casos de incomprensión negadora cuando se trata de movimientos que despuntan, a los cuales se les considera no litera­rios o fuera de la literatura, especie de forajidos intelectuales. En la histo­riografía venezolana fueron célebres los casos de excomunión literaria bajo el juicio de vicarios de una corriente vigente* como ocurrió con el romanti­cismo escolástico, defendido hasta los estertores por don Julio Calcaño, en la Presidencia de la Academia de la Lengua, quien exorcizó o simplemente calló la producción valiosísima de los escritores positivistas. Igual sucedió con Gonzalo Picón Febres, regionalista a ultranza, quien escribe su anate­ma contra el modernismo en su Literatura venezolana del siglo XIX, muy útil, por otros respectos. Y ya en el siglo XX, un crítico legendario como Jesús Semprum, desahogó sus conjuros indignados contra las vanguardias, en el momento de aparecer la revista válvula. Aquella minúscula del título le resultó incorpotable a su ortografía apolínea.

2.2.3. De extrapolación. Más exacto sería hablar de superpoblación, si existiese la posibilidad de una demografía literaria opuesta a la mitología de las consagraciones. Se trata de una inversión cuantitativa de 2.2.1. Por este procedimiento, ciertas historias incluyen un contrabando de “autores” y textos cuya significación está en las circunstancias no precisamente lite­rarias de un determinado momento político: el procerato, la relevancia cívica, la inmolación social o el entorno oportunista de intelectuales que rodean ministerial o diplomáticamente a un gobernante, el fracaso o la ex­pulsión de la otra historia, menos literaria y más implacable.

El periodismo, la oratoria religiosa, forense, mitinesca; el panfleto leído como ensayo, dan origen a divertidos sofismas que el historiador desarrolla para justificar la inserción en una literariedad resbaladiza, generadora de un humorismo involuntario. En estos extremos de compromiso, el adjetivo se transforma en epíteto homérico y tenemos, en lugar de historia, cantares de gesta literaria, con los cuales se promueve un “valor” realmente “impar” ; se fabrica con rapidez inusitada un prócer-poeta, un novelista-mártir, un primer-magistrado que deviene en primer prosista de la nación, un estilista de los golpes de estado, o al menos un copartícipe que aconseja oportuna­mente a ciertos mandatarios. Es la historia de los cultos locales, liturgia bajo especie literaria, literatura como sacralizadora mitológica. En periodos re­presivos, crónicos por lo demás en nuestros países, abundan las apologías de un dictador o algunos de sus ministros y embajadores que se refugian en la historia literaria con alguna antología de discursos. Basta un epistolario sentimental, un florilegio de ruedas de prensa, para consagrar a un represor travestido de intelectual destacado, para llevarlo a la academia o, en caso

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contrario, el juicio por omisión de unjhistoriador termina de escribirse en la cárcel o el exilio, en caso de supervivencia.

2.2.5. De conceptuación y método. Algunas historias continentales o nacionales, cuando abordan la periodización por la vía de corrientes, escue­las o generaciones, no adoptan un método comparativo que permita reco­nocer las variables nacionales (diatópicas) con respecto a un sistema o corriente universal, más allá del soporte lingüístico.

Hasta hace pocos años era común establecer tales correlaciones bajo el nombre de “influencias” , comprobadas o conjeturales, de un determinado autor o autores extranjeros sobre uno nacional, quien muchas veces ignora­ba a aquel abuelo de ultramar con el cual guardaba tantas semejanzas. Con el nombre ambiguo de investigación de fuentes surgieron monografías y ensayos históricos de esta índole, algunos emparentados con la filología de raigambre hispánica, otros con las “familias espirituales” de Sainte-Beuve. Muchos fueron verdaderas filigranas de analogías y parentescos, otras que­daron en la simple coincidencia temática.

Por un procedimiento similar, las agrupaciones generacionales, como exponentes de una escuela o corriente, encarcelaron a un autor en un solo código y generalizaron el juicio a toda su obra, como si los cambios y trans­formaciones existenciales de cualquier individuo, dentro de un contexto, no se operasen en el escritor, quien así resultaría exiliado de la dialéctica de las ideologías literarias. Se olvida en estos casos que, en una misma época, pueden coexistir corrientes y tendencias ideológicas contrapuestas, respecto de las cuales un autor puede adoptar la aceptación o el rechazo, o transgre­dir y negar en una obra posterior lo que fue su filiación intelectual de antes. Esto tiene poco que ver con las coincidencias cronológicas de una aproxi­mación en las fechas de nacimiento o con su participación en publicaciones comunes a las mentadas generaciones. Otras veces ocurre que la afinidad se produce en un escritor “ insociable” , no integrado en un grupo generacio­nal, con cuya mala conducta se arriesga a ser excluido de la historia, no im­porta que su producción, para lectores posteriores, resulte más significativa de esa corriente que la producción codificada del resto de la generación.

2.2.6. De temática pintoresca. La llamada crítica “contenidista” o cierta crítica temática, ha aportado graciosas piezas a la historiografía lite­raria de Hispanoamérica. Algunas son inolvidables por su ingenuidad. Son historias que agrupan las obras en una suerte de “ topografía” literaria, con lo cual se aproximan más a las ciencias geográficas. A veces la buena inten­ción es la de hallar originalidades o alejamientos de un europeísmo erigido en modelo, razón que no le resta mérito al candor de los ordenamientos.

Un caso memorable es el de don Arturo Torres Rioseco y su singular taxonomía aplicada a nuestra narrativa, a partir de la cual la novela hispa­noamericana puede estudiarse como de los ríos, de la sierra, de la pampa, de la selva. Fue una verdadera lástima que no incluyera las del banano

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(acreedoras a un Premio Nobel), las de los mares del Caribe, etc. El aprieto quizá habría sido ubicar El recurso del método en esa “loca geografía” .

Otros historiadores, por la misma ruta geográfica más humana, se en­cargarían de agrupar las del negro, del indio o, los inclinados a la economía literaria aglutinaron las del petróleo, del café, del hierro, etc., saqueados transnacionalmente, nacionalizados literariamente.

3. La historia posible

Cien años después, ya adulta, la historiografía literaria hispanoamericana se presenta hoy como un reto y una tarea a cumplir, por parte de grandes equi­pos interdisciplinarios, para acceder a lo que podría llamarse la historia po­sible o, sencillamente, como tantas cosas en nuestra América, la historia por hacer.

Más allá de las escisiones metodológicas y conceptuales, con el aprove­chamiento de una abrumadora teorización que prolifera en revistas pero no llega a la praxis historiográfica, creemos que en América Latina, justam ente por motivos de vacío, existen hoy condiciones propicias para emprender un nuevo proyecto de historiar nuestra literatura en forma global.

3.1. Una historia verbal

Con los afinados instrum entos que viene aportando la m oderna lingüística ya puede estudiarse el discurso literario de manera diferenciada respecto a una historia general de los discursos. Y podría superarse el esquema clasista de la historia literaria donde sólo ingresa la literatura escrita (grafémica), entendida unilateralmente como literatura culta, por tanto excluyente de la literatura hablada (fonémica), subvalorada com o “ folklórica” o “ popular” , es decir, analfabeta y marginada, pero cuya riqueza se explota en la o tra li­teratura culta, como materia prima.

3.2. Una historia transverbal «

Con el desarrollo de las ciencias de los signos (semiología y/o semiótica), es posible una historia diegética de la literatura, donde el expediente de las “barreras lingüísticas” , erigidas como fronteras postizas, quede abolido y no manipulado para ignorar y discrim inar de la historia las literaturas de habla no hispánica.

La analogía cultural de América Latina es historiable, así, en los signos que rebasan el nivel de lengua, no im porta que la literatura sea escrita en español, portugués, creóle haitiano, inglés jam aiquino, slang trin itario ; o hablada y transmitida en quechua, náhuatl, m aya, guaraní, etc. Las recu­

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rrencias de un pasado colonial común y una voluntad de liberación unen destinos sociales, nutren la textualidad transverbal, están presentes y son recuperables en el plano semántico de la literatura.

3.3. Una historia social

La exhumación recientede los trabajos de Mijail Bajtín y los rigurosos estu­dios de Yuri M. Lotman y Boris A. Uspenski, parecen abrir la perspectiva que resuelva en un plano científico social la pugna ideológica y maniquea entre inmanentismo/sociologismo determinista de los métodos para estu­diar no sólo la literatura, sino la cultura, de la cual el proceso literario es función y no sistema.

La teoría de la cultura como texto abierto, propuesta por Lotman,7 entiende el proceso literario como un modo de producción ideológica de signos culturales verbales, cuya historicidad es recuperable en el sistema so­cial heterogéneo de las culturas, con sus diferencias regionales o nacionales. Donde el escritor ya no es más un secretario privado de los dioses, ungido del verbo mítico, sino un trabajador social que aplica fuerzas intelectuales a un medio de producción —el lenguaje— y produce un objeto heterogéneo proyectado sobre una sociedad en la cual el autor es signo de época y el mensaje, signo que rebasa su historicidad inmediata, aunque ambos estén indisolublemente vinculados por un contexto.

3.4. Una historia conceptual no ideologizadora

La historia literaria posible sería una historia de la producción de conceptos ligados por una visión del mundo, compartida socialmente, estratificada por las contradicciones de clase, singularizada por las abstracciones idiolec* tales de los autores, regida por leyes específicas, como vislumbró Marx en 1844. Sería una producción de conceptos expresados en signos literarios y transliterarios, de textos correlacionados a un contexto artístico más am­plio referido al sistema cultural en su conjunto.

3.5. Una historia de la lectura literaria

Los planteamientos, aún incipientes de una sociología de la recepción del mensaje, permiten pensar que esa historia posible recupere la idea enuncia­da hace tiempo por Galvano della Volpe, en cuanto a que el texto, por su carácter polisenso, es susceptible de muchas lecturas, tanto axiológicas —por

7 Cf. op. cit. nota 6 y además: Semiótica de la cultura, Madrid, Eds. Cátedra,1979.

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razones de ideología del lector— como de comprensión -por razones del cambio histórico en la lectura—, en la medida en que el texto literario rebasa su momento de producción.

Estos replanteamientos constituyen una de las rectificaciones más im­portantes con referencia a la llamada sociología del consumo que, desde su propio enunciado, concibe o confunde el mensaje literario con el objeto mercantil y al lector como receptor pasivo, usado más que usuario, feligrés y no copartícipe del proceso integral de la literatura.

3.7. Una historia con derecho a la universalidad

En la medida que esa historia sea capaz de romper la concepción del universa­lismo metropolitano centrado en Europa y ahonde en las variantes diferen- ciadoras de la producción latinoamericana en tanto función de una literatura general, en esa misma medida la cultura intelectual de América Latina con­quistará en forma endógena su espacio en la historia de la cultura, sin que ello sea concesión graciosa al buen salvaje que produce extraños textos, aceptados como curiosidad por los sumos sacerdotes del juicio universal.

4. Final

La historia posible lo será, sólo, en la medida que un equipo interdiscipli­nario asuma la tarea con modestia, sin hipertrofias del ego, en actitud de respeto a la individualidad dentro del trabajo conjunto. La clarificación de un marco teórico acogido sin dogmatismo, riguroso como lincamiento común, flexible y permeable como instrumento para la percepción de un texto abierto en nuestro espacio cultural específico es la condición prima­ria. En nuestros países viene creciendo una cohorte de investigadores que estudian el problema y reflexionan en torno a sus aspectos esenciales. Ahí está en espera de la tarea y de quien acoja la iniciativa.

Discusión

Mario Valdés:Yo quiero decir que veo la llamada al equipo interdisciplinario como algo muy saludable, pero también veo el peligro inminente de que el resultado sea una serie de artículos relacionados sólo por un tópico. A lo mejor individualmente son aportaciones valiosas, pero en conjunto no, pues lo que todos queremos es una aportación a la historia de la li­teratura hispanoamericana como una historia de la cultura.

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Domingo Miliani:Justamente al final hay una frase que coincide con el planteamiento tuyo respecto del marco teórico, donde dice: “la clasificación de un marco teórico acogido sin dogmatismo, riguroso como lincamiento común —al equipo—, flexible y permeable como instrumento para la percepción de un texto abierto en nuestro espacio cultural” . Y creo que sí es un riesgo, que por ejemplo la historia de íñigo Madrigal es un excelente intento, donde hay trabajos fabulosamente claros —como el de Mignolo respecto a las Crónicas de Indias— sí corre el riesgo de dis­persión. Ahora, ¿qué es lo que evita el efecto de entropía en el propio texto de una historia de este tipo? Bueno, la adopción de un marco teórico común. .

En lo interdisciplinario yo insisto mucho por una razón: una com- paratística con relación a las lenguas indígenas, o quien vaya a estudiar el fenómeno de la literatura en lengua brasileña dentro del contexto sociocultural que estamos proponiéndonos, lógicamente tiene que manejar casi ambos niveles de lenguas, para poder establecer una com­paración en el plano verbal. Pero en los niveles transverbales a lo mejor el comparatista de orientación lingüística empieza a trastabillar, hace que se vuelva utópico, y cuando se llega al rango del nivel cultural real, y cuando se llega a un rango social rea l.. . Entonces es una especie de estratificación del problema, partiendo naturalmente en una forma inductiva: historia de signos literarios como signos culturales de un contexto de signos sociopolíticos. Bueno, allí ineludiblemente entra el historiador, el historiador general de América.

Jean Franco:Bueno, a mí me parece que necesitaríamos de un investigador social, sociólogo o politólogo, porque estamos cada vez llegando a este punto, tratando de definir el marco histórico y estudiar las diversas fases, pero ninguno de nosotros estamos en ese campo y ésa es la gran dificultad. Por eso yo insistí en la necesidad de la periodización de la formación de las distintas etapas del Estado en América Latina. También creo que es muy importante tener nociones sobre, por ejemplo, la división del trabajo, del ocio, de ciertas condiciones muy fundamentales que estructuran la vida cotidiana y que son también las que entran en lo imaginario-literario. Creo que es aquí en donde se necesita ese inter­cambio interdisciplinario.

Jacques Leenhardt:Yo veo que Mario Valdés habla de construir un marco histórico y so­ciológico que se preste al estudio transnacional de las literaturas, y esto tiene que ver con la preocupación de Jean. Domingo habla de las recu­rrencias de un pasado colonial común y una voluntad de liberación en donde se unen destinos sociales, se nutre la textualidad transverbal. Se trata entonces de un problema común en donde no podemos ir más

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allá y se evidencia la necesidad de especialistas en ese campo. A mí me parece también importante la construcción de este marco.

Domingo Miliani:Precisamente, en la historiografía ya no literaria sino en la historiogra­fía política latinoamericana —por llamarla de alguna manera— se ha venido haciendo también una revisión y un cuestionamiento de las periodizaciones. Por ejemplo, los últimos trabajos de Tulio Halperin rompen con el modelo de la periodización cerrada. En el caso de la periodización literaria ¿cuándo comienza y cuándo termina la con­quista y cuándo empieza la colonia?, ¿dónde empieza el humanismo renacentista de Garcilaso y dónde termina el barroco?, ¿dónde empie­za el barroco y comienza la ilustración?, ¿qué es el jesuitismo ilustra­do, barroco o ilustrado o barroco-ilustrado?, ¿dónde termina la con­cepción colonial ilustrada e iluminista de la literatura cuando nosotros seguimos todavía levantándole estatuas verbales a los proceres y no estamos haciendo la historia social de América? Creo que es un proble­ma de periodización y de apertura, un cuestionamiento de la historio­grafía y de allí viene la relación interdisciplinaria.

Jean Franco:No es exactamente que la historia sea la base, sino que la historia tam­bién es un modo de enunciación y es un discurso. Así que lo que tene­mos que elaborar son las relaciones entre el discurso histórico de ciertos periodos y el discurso literario: cómo se construyen, qué son las formas de enunciación en este periodo, cómo se autorizan como discursos. El hecho de cómo se autorizan lleva a una teoría del Estado; yo creo que el Estado es la base del poder y la autorización. Me parece que es lo que califica a la gente como sujetos, es aquí donde hacen falta los historiadores para intercambiar ideas y problemas.

Ahora bien, en este momento ha surgido de parte de los sociólogos un interés en la cuestión cultural. Por primera vez ellos se dan cuenta que los hombres no sólo son explicables por cuestiones políticas o por la sociología sino a través de la cultura y el lenguaje. Esto hace que haya instituciones que están trabajando en forma interdisciplinaria.

Roberto Schwarz:Quiero hacer una observación sobre la cuestión de la periodización. Yo tengo la impresión de que acá hay dos objetivos diferentes en la discu­sión: uno pasa por la unificación de América Latina, la cual pasa a su vez por la unificación nacional; una periodización que corresponda a este interés creo que realmente no es difícil: es la periodización que hay, digamos la político-social. Pero, por otra parte, está el interés de la democratización de la cultura, de la “desprivilegización” del arte culto, y esto corresponde a otra periodización, para la cual creo que hay poco trabajo preparatorio. Incluso hay un problema en combinar

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esos dos intereses, porque en buena medida son antagónicos, y creo que vale la pena discutir eso un poco.

Antonio Cándido:Las comunicaciones de nuestros amigos Valdés y Miliani son mucho más directas de lo que parecen; ellas proponen realmente, una actitud de espíritu y una metodología de trabajo. En mí esto sugiere una gran dificultad, lo confieso honestamente. Yo vine preparado para una vi­sión, en cierta manera, tradicional y de esta manera, vine preparado para la literatura culta, literatura en la cual trabajo.

Lo que el profesor Miliani propone, con una gran competencia y de una forma plenamente convincente, es la necesidad de salir de la palabra escrita, salir de lo que yo, personalmente he considerado como literatura. Esta es una empresa bellísima y es una revolución. Nosotros podríamos hacer esta revolución, pero necesitamos ciertos métodos de trabajo. Valdés propone una teoría de niveles a partir de los cuales es posible que nosotros abarquemos la realidad del texto literario particu­lar y las articulaciones más generales posibles, a través de la compara­ción. Son dos cosas que no son incompatibles, porque Domingo Miliani propone así una nueva filosofía de la historia de la literatura y Valdés propone los lineamientos de una metodología. Ahora esto nos pone delante de una opción seria: si vamos a tratar de la literatura que yo he estado acostumbrado a tratar, por ejemplo, de la literatura en cierta manera oficializada, aprobada por medio de patrones de origen euro­peo o si vamos a hacer una historia que comprenda a la literatura ná­huatl, la literatura quechua o créole o papiamento, o slang de Trinidad y Tobago. Esto es una empresa mucho más seria, es una empresa para la cual, personalmente, no tengo la menor noción porque para mí lo que hay de revolucionario allí y que aprecio mucho, es incluir en el campo de la literatura lo que yo incluía en el campo de la antropología, del folklore, de la etnología. Entonces, es una posición elitista mía que tengo que superar, yo soy elitista por mi formación y mi clase. Enton­ces, si optamos por esta propuesta de Miliani, es una responsabilidad muy seria, es una revolución y pienso que podemos llegar en estos días a una razonable propuesta de historia literaria dentro de las literaturas consideradas tradicionales. No veo cómo podemos llegar, en estos días, a lo que propone Miliani, que es mucho más rico, más de acuerdo con ese espíritu de democratización de que habla Roberto. Si el equipo pudiera llegar a esto, sería una conquista revolucionaria.

Ana Pizarro:A mí me parece, profesor, que en este sentido algo se había planteado antes, que vale la pena recuperar; si bien debemos reconocer la existen­cia de otros códigos, de otros sistemas literarios, tenemos que —dentro de una empresa colectiva posible— reconocer nuestra imposibilidad de entrar en ese campo. Pero eso no significaría no reconocer su existen-

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cia, no tenerlo como dato presente, que de alguna manera también va a determinar el ritmo del proceso que vayamos diseñando.

Antonio Cándido:El concepto de “historia posible” para Miliani no es lo que en francés se expresa como un pis aller: no podemos, entonces hacemos lo que es posible; el concepto de la “historia posible” de Miliani es una histo­ria virtual, es un proyecto grandioso, es el proyecto de no renunciar.

Roberto Schwarz:Yo creo que el problema reside en afirmar que somos lo que no so­mos, lo que no somos socialmente. Desde ese punta de vista ésa es la historia de un continente que no es el nuestro; en ese sentido, nuestra colaboración y contribución a un continente que no es el nuestro, tam­poco va a ser grande. Es peligroso fabricar un continente latinoamerica­no del cual no formamos orgánicamente parte, corremos el peligro de fabricar algo sumamente esquemático y, en alguna medida, vacío. Es evidente que por convicción democrática, genérica, todos somos de la opinión que todas las culturas tienen igual peso, derechos, etc.; ahora debemos observar —es cruel, pero es así— que el futuro previsible de esa dinámica obliga a esa jerarquización. Mi visión del problema es que la objetividad, por ejemplo, del capitalismo o de la centralización socia­lista, destrozan gran parte de esas culturas. La convicción democrática no basta para abrir el mismo futuro, para todas esas culturas. Yo creo que hay un elemento de ilusión en el democratismo indiferenciado, y creo que es peligroso llevar adelante una empresa historiográfica a par­tir de una noción así.

Antonio Cándido:Usted tiene razón, Roberto, pero estoy pensando en un tipo de trabajo que, precisamente, ya existe. Miliani ha dicho, sin especificar, que ya existen en América muchas tentativas en tal sentido. Los trabajos de Marise Mayer, los estudios de literatura de cordel, de literatura folleti­nesca en Brasil, por ejemplo, tratan de incorporar producciones popu­lares a la literatura oficial. Ya hay material, entonces no es propiamen­te, como dice usted, una especie de fariseísmo crítico. Está dentro de nuestros orígenes, de nuestra formación universitaria: hay estudios de ese tipo de literatura pero nosotros los consideramos fuera de los gran­des proyectos. Una historia de la literatura brasileña hecha ahora —la de Bossi, por ejemplo, que es la mejor historia que hay— no incluye a la literatura de cordel, no incluye a la literatura folletinesca, entonces, pienso que si usted acepta el punto de vista de Domingo Miliani, usted ya tendrá material. Hay sí un material que no está, cuando él propone el problema de lo transverbal, pero se podrían recorrer los estudios del folklore. No se trata propiamente de que usted no pueda hacer el tra­bajo: ya existen esos trabajos. La cuestión —como la señala Miliani- es querer o no asumir una actitud metodológica que incorpora o no

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incorpora aquello. Yo concuerdo con usted que la solución más fácil, la que me parece más accesible, aquella para la cual yo vine preparado es ésta.

Jean Franco:Sí, creo que hay muchos trabajos, pero sigo insistiendo en que el marco teórico es fundamental. Creo que hay que pensar en el Estado y creo que el estado, en el siglo XIX, trata de imponer, por ejemplo, un idioma nacional en ciertos países, que se preocupa por crear una cultura na­cional y entonces pone límites entre lo que es literatura nacional y lo que no es. Es muy importante saberlo, porque ése es el poder que auto­riza 'a que ciertas prácticas sean prácticas literarias y ciertas prácticas no sean prácticas literarias. En segundo lugar, creo que es muy impor­tante en nuestro enfoque observar que nosotros siempre hemos vincula­do fenómenos que no siempre van unidos.

Siempre se vincula automáticamente capitalismo y democracia, había muchos pensadores, en el siglo XIX, que pensaban que con la importación, el capitalismo iba a democratizar al país poco a poco a través de la alfabetización, por ejemplo; era entonces culpa de los mar­ginados si no adquirían la educación y por eso no formaban parte de la alta cultura. Lo que se comprueba es algo que a mí me parece inte­resante: que el capitalismo en América Latina ha sido un proceso vio­lento, que nunca o casi nunca ha ido vinculado con la democracia, sino al contrario, por lo tanto, tenemos que pensar de nuevo en todos los modos de resistencia a la importación, que el capitalismo no es una es­pecie de futuro inevitable, que en América Latina siempre ha sido una cosa impuesta desde afuera y que la forma de resistencia ha sido la cultura popular. Yo veo que esto puede ser algo muy ambiguo, pero las grandes resistencias populares campesinas, en el siglo XIX, en Canu­dos, en Brasil o en México, son importantísimas. ¿Cómo se difundían estos movimientos? Se difundían a través de la transmisión oral, a través de la cultura tradicional. Creo que hay importantísimas cuestio­nes en todo eso que están vinculadas con un mensaje histórico y polí­tico que tenemos que aclarar.

Domingo Miliarú:A mí me preocupa lo que el maestro Cándido plantea. Es cierto, noso­tros hemos venido trabajando en una orientación, en una metodología protocolizada en el sentido de la literatura, en las universidades, en los manuales. Por ejemplo, Anderson Imbert, un caso típico, dice: la lite­ratura indígena prehispánica no existe porque no está escrita. Esto plan­tea en su introducción a la Antología de la literatura hispanoamericana. Sin embargo, por ejemplo, José Alsina F ranch i en España compila una Floresta literaria de la América Indígena que es un muestreo de litera­tura transcrita al español, traducida, de Ángel Garibay, de León-Portilla, de Jesús Lara, de una enorme cantidad de gente. Han incorporado la literatura de Adrián Recinos sobre el Popol- Vuh, los cientos de cosas

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sobre los indios mexicanos, el trabajo de Carlos Horacio Magis, compa­rativo, entre la poesía, lusitano-argentino-mexicano-hispánica. Está la literatura del cordel y la tradición romancera galaico-portuguesa del Romancero. Creo que es un trabajo perfectamente viable de realizar: existe documentación, existe apoyo. Jesús Lara tiene una historia de la literatura quechua, León-Portilla tiene una historia de las literaturas precolombinas, y esas historias están historiadas pero no incorporadas a la historiografía general. Ahí es donde veo que hay, entonces una contradicción. Para el aspecto de literatura oral, necesitamos de un método, como el de Oscar Lewis, los trabajos de Eugenia Meyer de literatura oral. Esto se está dando también en la historia-historia, se está viendo la realidad latinoamericana desde una perspectiva —como

. diría Unamuno, de la intrahistori^— no protocolizada ni oficializada. A mí me parece que es un cambio de actitud frente al problema. Creo que el maestro Cándido, y perdóneme usted, pero con todo cariño se lo digo, es quien menos está fuera de contexto, y quien mejor está p/eparado en este terreno para asumir una tarea de esta envergadura. Él tiene la preparación y formación de sociólogo, en primer lugar, des­de donde llega a la literatura, luego ha desarrollado uno de los modelos historiográficos fuera del común de los modelos de la historiografía li­teraria. La formación de la literatura brasileña, por primera vez, deja de ser un inventario biográfico-incidental para hacer la exposición de los argumentos para una interpretación de lo que él llama muy bien, del sistema literario de la producción intelectual en el Brasil. Entiende la tradición en un sentido revolucionario: la tradición no es simplemen­te la memoria archivada de un pueblo, es la producción viva dentro de unos modos de producción conceptual de la literatura. De manera que, desde este punto de vista, no veo que se salga del modelo de la contex- tualidad.

Otro aspecto sería el de la comprensión de la literatura protocoli­zada en verdadero estudio de la comprensión de la novelística de Mi­guel Ángel Asturias desvinculada de la tradición de las Tablillas que cantan —como ya nos ha llegado la leyenda de los pueblos quiché-ca- chiqueles o de la tradición del Popol Vuht deja el setenta por ciento de los signos de impresión temática en el sistema cultural de los quiché—. Entender a Juan Rulfo comparándolo con el barroco occidental es no entenderlo. A Pedro Páramo hay que entenderlo desde el punto de vista de la tradición náhuatl. Es el caso de Arguedas; entender, inclusive, una novela como Ecue-Yamba-O de Alejo Carpentier sin tomar en cuenta la tradición afrocubana con referencia africana, o entender Coronel de barranco de Araujo Lima, ejemplo de la literatura amazónica, igno­rando el continente guaraní, lo veo muy difícil. Hay una manera de integrar e incorporar, que forme parte de una ciencia más allá del mo­delo contrastivo de nuestra literatura; eso es lo que quería señalar.

Franco Meregalli:Yo voy a actuar como abogado del diablo. No quisiera llegar a la arro-

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ganda legítima, comprensible, pero desdichada de lo característico. Me parece un desliz desdichado el buscar lo característico de una nación.

Domingo Miliani:Yo no hablo de identidad nacional, hablo de signos diferenciales, de variables contrastivas dentro de los sistemas universales de la literatu­ra. La metodología del formalismo ruso arranca del estudio de los cuentos populares; el problema está en no seguir dejando de lado por­que es folklore y no es literario.

Yo insisto: vamos a estudiar esos fenómenos desde el punto de vista de la perspectiva de la literatura, porque allí hay una codificación. Cuando Shakespeare toma un novellino italiano, veronés, de los aman­tes de Verona y hace, Romeo y Julieta, bueno, hay una relación inter- textual y transnacional, hay una relación de código transverbal inclusive, pero hay que conocerlo y comprenderlo, y así está llena la literatura, y al revés, un elemento culto, como la décima de don Vicente Espinel termina en la improvisación de los decimistas cubanos. Y nosotros lo estamos estudiando desde el punto de vista de las transposiciones dia­críticas. Hacer literatura comparada e ignorar esos elementos instru­mentales, creo que sería quedamos a medio camino.

Roberto Schwarz:Existe otra manera de enfocar el problema: estamos entre hacer una historia general del imaginario verbalizado de nuestros países, y de una historia de la literatura entendida como arte culto. Son cosas muy diferentes.

Antonio Cándido:Pienso que la comunicación de Domingo coloca un problema como opción. Estimula a la reunión a tomar una posición frente a opciones que son difíciles, entonces, tal vez, nosotros lleguemos a hacer la op­ción siguiente: lo que Domingo propone es la primera hipótesis, es ideal, pero no lo podemos hacer, tenemos que hacer lo segundo. Pero él señala una opción que no podemos ignorar.

Mario Valdés:Habría que pensar en las respuestas que dio Gutiérrez Girardot, cuan­do se planteó la pregunta de la relación del texto literario de la llama­da alta literatura y el de la literatura trivial. Su respuesta a mí me hizo pensar, no se trata de negar la literatura trivial ni de menospreciar la llamada alta literatura sino de describir la relación, uno como fondo del otro.

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IV. LITERATURA NACIONAL, REGIONAL, LATINOAMERICANA

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LA LITERATURA LATINOAMERICANA Y SUS LITERATURAS REGIONALES Y

NACIONALES COMO TOTALIDADES CONTRADICTORIAS

Antonio Cornejo Polar

Primeramente, quisiera hacer una aclaración obvia: realmente plantear en una ponencia los problemas que suscitan las relaciones entre literatura latinoamericana, literaturas regionales y literaturas nacionales es un poco excesivo. Esto debe entenderse como un esquema, y por otra parte, debe entenderse también en un tono hipotético de proposición, de tentativa:

La reflexión sobre nuestras literaturas nacionales y regionales y sobre la literatura latinoamericana íntegra es tarea difícil, compleja y riesgosa;lo es un poco menos, sin embargo, si desde el comienzo se evitan algunos planteamientos tradicionales que han demostrado ser, pese a la evidencia con que a veces se revisten, totalmente improductivos. Interesa anotar al respecto:

primero, la conveniencia de debilitar el carácter causal de la relación entre América Latina y su literatura y la necesidad de evitar con todo cui­dado la idea acerca de que la existencia de aquélla, como formación histó­rica suficientemente homogénea, y diferenciable, es previa a la existencia de la literatura que le corresponde,1 y,

segundo, la urgencia de rechazar la noción de la literatura como ex­presión más o menos aleatoria de la realidad y la consecuente necesidad

1 Aunque su desarrollo conceptual tiene otra dirección, la siguiente frase de Ro­berto Fernández Retamar podría representar este tipo de planteamiento: “ La existen­cia de la literatura hispanoamericana depende, en primer lugar, de la existencia misma -y nada literaria- de Hispanoamérica como realidad histórica suficiente” . Para una teoría de la literatura hispanoamericana y otras aproximaciones, La Habana, Casa de las Américas, 1975, p. 49.

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de situar nuestra literatura dentro de la historia social de América Latina, como parte constitutiva de ella.2

Probablemente el primer malentendido proviene de la aplicación del concepto europeo3 de literatura nacional y de su extensión a los espacios regionales y latinoamericano, especialmente en lo que toca al requerimien­to de unidad, homogeneidad o sistematicidad como condiciones de exis­tencia de una nacionalidad y de su literatura, aunque debe reconocerse que aquí se intentó aplicar esas categorías con extremo rigor: después de todo - y se trata sólo de un ejemplo— el Cantar de mió Cid es ubicado sin conflictos dentro de la literatura española y de la épica europea, pese a que para entonces ni Europa ni España tenían el grado de coherencia que se exige a América Latina para concederle la aptitud de producir una lite­ratura efectivamente latinoamericana.

Asimismo, la interpretación de la literatura como expresión de la realidad, impide ver lo que es esencial: que la literatura es también realidad y que actúa como factor de su dinámica histórica, tal como lo prueba el proceso formativo de la nacionalidad argentina (y otra vez se trata sólo de un ejemplp) que no es previo ni independiente de la producción literaria de sus románticos. De aquí que cualquier reflexión sobre la literatura lati­noamericana, o sobre las literaturas regionales y nacionales que la constitu­yen, tenga que referirse sustancialmente al proceso histórico-social del que forman parte. En última instancia, si no se quiere reincidir en la metafísica de la identidad de nuestros pueblos y de sus producciones culturales, sólo cabe remitir tal concepto a la especificidad de ese proceso.

Por estas razones, en las páginas que siguen, no aparece la agenda clási­ca del asunto: ni la “cuestión previa” relativa a la existencia efectiva de América Latina, sus regiones y naciones; ni el problema de su disgregada índole como obstáculo insalvable para la producción de verdaderos siste­mas literarios; ni - e n f in - el examen y diagnóstico de la identidad latinoa- americana, o de su proceso formativo, y su expresión por medio de la litera­tura. En todo caso, si aparecen, es dentro de una perspectiva distinta y opuesta a la usual.

Naturalmente esta perspectiva está elaborada bajo la conciencia de que la organicidad de una literatura depende más de la crítica que de la propia literatura. Es obvio que los textos dialogan entre sí y que sus sistemas de producción tienen convergencias efectivas y verificables, pero es el pensa­miento crítico el que descubre esos vínculos, los interpreta, y hasta propone

2 El pensamiento de Gramsci podría ser de gran utilidad para definir mejor este asunto. Cf. Francis Guibal, Gramsci: filosofía, política, cultura, Lima, Tarea, 1981, p. 80.

3 Aludimos en lo esencial a la fórmula positivista que condiciona la existencia de una literatura nacional a la consolidación de la unidad de la nación respectiva.

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y formula otros cuya legitimidad es fundamentalmente teórica.4 En este orden de cosas, la reflexión sobre la literatura latinoamericana no puede soslayar el hecho decisivo de que esa misma reflexión está produciendo, de alguna manera, su propio objeto. Bien pudiera suceder, entonces, que la disgregación de una literatura tenga que ver más con las limitaciones del pensamiento crítico que con su desarticulación o que con el carácter des­membrado de su base histórico-social.

Supuesto lo anterior, conviene detenerse en una primera evidencia: en América Latina, y en cada una de sus regiones y países, se producen varias literaturas. Esta multiplicidad de literaturas no es (o no es únicamente) la que proviene de la periodización, de la regionalización o de la.correlación de ambas, aunque está fuera de dudas la importancia que tiene este desplie­gue temporal y espacial para la comprensión de nuestras literaturas: gracias a él se pueden trazar las articulaciones procesales y contrastivas que orga­nizan el vasto campo de la literatura latinoamericana.

Sucede sin embargo, que tal como habitualmente se realiza, este esfuer­zo conflgurador supone la reducción de la literatura latinoamericana exclu­sivamente a la escrita en lenguas europeas y bajo normas estéticas propias o derivadas de Occidente.5 En algunas ocasiones la serie histórica comienza con un periodo de otra filiación, el de las literaturas prehispánicas, pero su tratamiento suele tener algo de arqueológico, como si esas literaturas estu­vieran clausuradas desde la conquista, aunque a veces se las vuelve a men­cionar en otras coordenadas cronológicas, sólo que en estos pocos casos se les juzga más como manifestaciones folklóricas que literarias.6 El caso de las literaturas en lenguas americanas es, por cierto, extremo; sin embargo no es único: sucede algo similar, aunque en diversos grados, con las litera­turas populares.

Es claro que la marginación de ambas literaturas permite construir un corpus relativamente hemogéneo y resueltve problemas de metodología que de otra manera serían (y lo son) gravísimos; empero, aun si se prescinde del contenido ideológico que subyace en ese recorte, parece evidente que el costo de la operación es demasiado alto: por resolver un asunto metodo-

4 Ángel Rama ha insistido recientemente en este punto: “ La crítica no constru­ye las obras (pero) sí construye la literatura.” La novela latinoamericana: 1920-1980, Bogotá, Instituto Colombiano de Cultura, 1982, p. 15.

5 Como recorte metodológico explícito, éste es el corpus sobre el que trabaja Alejandro Losada para proponer una sistematización (y regionalización) de la litera­tura latinoamericana. Los artículos más importantes de Losada han sido reproducidos en ISA , revista de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), núm. 30, octubre, 1981.

6 El debate sobre arte y artesanía en América Latina podría ilustrar este tema (literatura/folklore). Cf. Néstor García Canclini: Las culturas populares en el capita­lismo, La Habana, Casa de las Américas, 1981; y Mirko Lauer: Crítica de la artesanía Lima, Deseo, 1982.

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lógico se termina por cambiar el objeto mismo de la reflexión. En efecto, ese sistema literario no cubre la dimensión íntegra de la literatura latino­americana, ni de sus literaturas regionales y nacionales. No es sensato insistir en que la literatura de Bolivia, Perú o Ecuador es única y exclusivamente la literatura culta que se escribe en español en esos países.

Se puede discutir, por cierto, la representatividad de la literatura culta, esto es, su capacidad de representar a la totalidad social, incluyendo a los grupos cuyas literaturas son marginadas. Hay algo de cierto: la gauchesca, el negrismo o el indigenismo efectivamente trasladaron a la literatura aspec­tos de las clases-castas oprimidas, pero también es cierto que, como decía José Carlos Mariátegui, una cosa es la literatura indigenista y otra, comple­tamente distinta, la literatura indígena.7 El conflicto es aún más hondo. Después de todo, si en Europa la revolución burguesa y la expansión del capitalismo produjeron sociedades más o menos homogéneas y articuladas, en América Latina la debilidad y falta de autonom ía de esa clase y la per­sistencia de modos de producción precapitalistas determinaron una aguda destintegración social.8 Dicho en términos más cercanos a la problemática de la cultura: la. racionalidad burguesa moderna no impregnó la totalidad del cuerpo social latinoamericano y jamás pudo consensualizarse, con el agravante de que su vehículo primero y más eficaz de formalización y difu­sión - l a escritura— quedó limitado a un sector que en muchos casos y du­rante largo tiempo ha sido o es minoritario. Naturalmente, el analfabetis­mo debilita y deteriora insubsanablemente la institucionalidad literaria,9 pero más que eso, sobre todo aunque no sólo en lo que Ribeiro llama “pueblos testimonio” , 10 fija límites tajantes entre los sistemas literarios que coexisten en América Latina y en sus espacios regionales y nacionales. La polaridad extrema confronta dos lenguas, dos procesos de formaliza­ción incompatibles (la escritura y la oralidad) y dos racionalidades en mu­chos aspectos anatagónicas. Supuesto lo anterior, es obvio que ningún sistema puede ser representativo de América Latina ni cubrir por sí mismo el vasto y heteróclito campo de las literaturas latinoamericanas.

El concepto de pluralidad parecería, pues, imponerse. Es preferible, en

* »»7 Sobre estas literaturas interculturales o heterogéneas, c f Ángel Rama: “ Los

procesos de transculturación en la narrativa latinoamericana”, en: Revista de Litera­tura Hispanoamericana, 5, Maracaibo, 1974 y Antonio Cornejo Polar: “ Las literatu­ras heterogéneas: su doble estatuto socio-cultural”, en: Revista de Critica Literaria Latinoamericana, 7-8, Lima, 1978. El planteamiento de Mariátegui, en: Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Lima, Amauta, 1963, p. 292.

8 Cf Agustín Cueva: El desarrollo del capitalismo en América Latina, México, FCE, 1978.

9 Cf Antonio Cándido: “ Literatura y subdesarrollo” , en: César Fernández Mo­reno (ed.): América Latina en su literatura, México, UNESCO-Siglo XXI, 1972.

10 Las Américas y la civilización, México, Extemporáneos, 1977.

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todo caso, al de unidad, aunque no fuera más que por el modo discrimina- dor con que se obtiene esa imagen: marginando, como se ha dicho, todas las literaturas que no coinciden con la normatividad de la dom inante. Por cierto, si se opta por trabajar con la categoría de pluralidad, el térm ino lite­ratura latinoamericana designaría a un espacio neutro, en el que coexisti­rían varias y distintas literaturas, o tendría que perder su forma singular: habría que hablar, entonces, de las literaturas latinoamericanas. El peso em­pírico de este plural desenmascara el contenido ideológico de las imágenes que siendo parciales y discriminadoras se ofrecen como portadoras del carácter unitario que perm ite el uso del singular; al mismo tiem po, permite la reivindicación de las literaturas subordinadas, ahora instaladas, al igual que la dom inante, en ese espacio neutro que acoge a todos los sistemas que efectivamente se producen en América Latina. Sin embargo, pese a estos im portantes servicios, la categoría de pluralidad es insatisfactoria, como por lo demás suelen serlo, en distinto grado, todas las que repiten los datos de la observación em pírica.

Por lo pronto , la aceptación de la pluralidad contraviene el sentido de la experiencia histórica que es, precisam ente, la que la constituye como tal: en última instancia, si la pluralidad existe no es por o tra razón que por la razón de la historia. En su obviedad, este dato perm ite fundar en la his­toria una categoría que niegue la de un idad11 y supere la de pluralidad. En lo fundam ental se tra ta de lo siguiente: los más diversos grupos étnico- sociales que producen literatura en América Latina están inmersos dentro de un sólo curso histórico, lo que implica que sus sistemas literarios tanto responden a los requerim ientos de ese proceso, cuanto , a su m anera, lo constituyen. Ciertam ente, cada grupo étnico y cada clase social experim en­tan la historia de manera distinta y hasta opuesta, pero en todo caso la pertenencia a esa misma historia instaura una red articulatoria cuya natura­leza -basada en una aguda disparidad— es la contradicción. No debería sorprender que sea así: después de todo una sociedad está hecha de las contradicciones entre sus clases.

Tal vez una breve referencia a la literatura de la conquista ilustre las ideas anteriores. En este campo la categoría de unidad, que ya se sabe que está elaborada mediante la exclusión de las disidencias, privilegia un solo sistema: el de la literatura española, para todo el ám bito de Hispanoamé­rica; la categoría de pluralidad, sin negar por cierto la existencia de aquel sistema, añade el de las literaturas en lenguas nativas y las reivindica social y estéticamente, pero en general preserva su independencia y, por consi­guiente, propone una imagen doble de la literatura de la conquista, com o si estuviera constituida por la yuxtaposición de los dos sistemas. Mucho más

011 Unidad artificial, producida por la exclusión de las literaturas subordinadas.

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correcto es definir la literatura de la conquista como una relación entre uno y otro y privilegiar el examen de sus contradicciones.

A esta tercera categoría podría denominársele totalidad contradicto­ria. Proviene básicamente de la historización de la pluralidad, esto es, de la inmersión de las varias literaturas que se producen en América Latina dentro del proceso histórico de nuestra sociedad y del examen de los con­flictos concretos que las separan y unen como factores de una totalidad también concreta e histórica. Paradójicamente es la índole contradictoria del vínculo la mejor garantía de la solidez de la estructura resultante: a fin de cuentas sólo la contradicción otorga necesidad a la acción y existencia de los términos que la componen. De esta suerte, sin fingir una homoge­neidad a todas luces inexistente, se recobra la posibilidad de comprender globalmente, como un todo, a la literatura latinoamericana.

Un segundo ejemplo, más preciso que el anterior, pude ser útil en este momento. El proceso de expansión del capitalismo hacia la Amazonia, con sus etapas relativas a la explotación del caucho, la madera y el petróleo, es un proceso histórico único que, sin embargo, afecta de distintas maneras a los diversos grupos regionales y a los que promueven esta expansión desde los centros metropolitanos. Tal proceso genera —y en parte está consti­tuido por una intensa producción ideológica y simbólica, una de cuyas ma­nifestaciones más directas es la literatura. A este respecto, y para marcar sólo algunos puntos de interés, habría que rastrear la ligazón conflictiva que se establece entre la época oficial, celebratoria de la conquista de la selva por los pioneros que heroicamente afirman la nacionalidad y difunden el progreso; las varias opciones recorridas por los grupos no indígenas asen­tados desde antiguo en esa región, que van desde la elegía que lamenta el fin de la “vida natural” hasta el relato de denuncia que eventualmente incluye la defensa de los grupos étnicos nativos; la revitalización en las sociedades tribales de la producción y difusión de mitos mesiánicos, como imágenes de una vindicta más o menos cercana, etc. Se obtendría así un tramado muy complejo que ciertamente no se agota en el cruce de intere­ses e ideologías contrapuestos: son todas las instancias de los procesos de producción literaria y todos los estratos de la objetividad textual los que intervienen en el diseño de esta totalidad.12

Las reflexiones anteriores conducen a precisar que la posibilidad de comprender una literatura (y comprender una literatura es también consti­tuirla) no depende en absoluto de su homogeneidad ni de la homogeneidad de su base real. Probablemente en cualquier literatura, pero con toda nitidez

12 He establecido algunas precisiones sobre el concepto de totalidad contradic­toria en mi artículo “Para una agenda problemática de la crítica literaria latinoameri­cana: diseño preliminar” , en: Casa de las Américas, XXI, 126, La habana, mayo-junio, 1981.

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en el caso de la literatura latinoamericana, la crítica debe habituarse a tra­bajar sobre objetos cuya materia misma, por así decirlo, es la contradicción. Esta perspectiva implica un reto casi abrumador en el orden de la metodo­logía: en algunas ocasiones, en efecto, el itinerario de las investigaciones tendrá que ir desde la oralidad hasta la escritura y frecuentar racionalida­des tal vez incompatibles, para mencionar sólo algunos aspectos de la difi­cultad del proyecto.

Conviene advertir que el planteamiento y desarrollo de la categoría de totalidad contradictoria, aunque obviamente tiene relaciones con el pensa­miento de Hegel, Marx y Lukács, surge del examen de la literatura latinoa­mericana, o más concretamente, de la necesidad de dar razón de las muchas literaturas que se producen en América Latina y de reafirmar el carácter específicamente latinoamericano de todas ellas. En cierto sentido este carácter, que es escuetamente histórico, representa la unidad de la diversi­dad que la observación empírica pone de manifiesto.13

Desde otra perspectiva, insistir en el singular para mencionar América Latina y literatura latinoamericana, pero al mismo tiempo reivindicar la pertenencia latinoamericana de las variantes más dispares, corresponde a una decisión primaria: la de no renunciar al derecho de ser distintas ni a la obligación de ser uno dentro del curso de una historia que a todos compete.

El establecimiento de la historia como eje de la reflexión sobre la lite­ratura latinoamericana y sobre sus literaturas regionales y nacionales deter­mina que todos estos términos pierdan el significado esencialista, normal­mente referido al concepto de identidad, y las connotaciones valorativas que tergiversan aún más el asunto; y que adquieran, en cambio, una cons­tante movilidad y una no menos fluida capacidad de relación: son procesos históricos abiertos, no excluyentes, que pueden articularse entre sí de mu­chas maneras distintas. No está de más recordar que hay obras que son a la vez, y sin conflicto alguno, nacionales, regionales y latinoamericanas, según sucede con Pedro Páramo, Gran sertón: veredas o Yo el supremo, para men­cionar apenas tres casos obvios en los que no sobraría, en modo alguno, el reconocimiento de su universalidad. De todas maneras, cada uno de los tér­minos en cuestión necesita algunas precisiones específicas.

En lo que toca a las literaturas nacionales habría que anotar:primero: que la evidente arbitrariedad del mapa político latinoameri­

cano no debe oscurecer el hecho decisivo de que cada uno de nuestros países, desde su constitución como estados independientes, ha experimen­tado una historia peculiar cuyos rasgos específicos se acumulan e intensifi­can con el correr del tiempo;

13 Evidentemente subyace en estos juicios el debate sobre empiria y teoría, im­posible de desarrollar aquí.

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segundo: que el concepto clásico de nación no se aplica a casi ningu­no de nuestros países, pero que la historia que les es propia permite enten­derlos como tales en la medida en que es capaz —como está dicho antes- de articular sus contradicciones internas, y

tercero: que la experiencia histórica moderna de las naciones latino­americanas no está desligada de experiencias históricas anteriores, en algu­nos casos previas a la conquista, que representan parte legítima de una tra­dición que, aunque común a varias naciones, es asumida de distinta manera por cada una de ellas.

Es correcto, pues, hablar de literaturas nacionales en América Latina: son procesos históricos que surgen con la ruptura del orden colonial, pero que al consolidarse recapturan, y hacen propia, la experiencia anterior. En este sentido la profundidad temporal de las historias literarias nacionales es mucho mayor que la que tiene la nación misma como estado indepen­diente. Por cierto, en todo este largo curso se reformulan constantemente las contradicciones que la hacen inteligible como un todo. Más todavía: es en el ámbito más breve de las literaturas nacionales donde esas contra­dicciones se hacen más agudas y donde adquieren, por eso mismo, mayor capacidad de relación.14

En lo que respecta a las literaturas regionales habría que precisar: primero: en un sentido inmediato, región implica la continuidad espa­

cial y la globalización de varias naciones, como sucede en la región andina, la caribeña o la rioplatense; sin embargo, en otras circunstancias, una sola nación puede participar de dos regiones, como sería el caso de Colombia, o constituirse por sí misma en una región, que sería el caso de Brasil;

segundo: por extensión, indirectamente, cabría establecer “regiones” en términos de una tipología histórico-antropológica, como la que propone Darcy Ribeiro,15 o en función de homologías de índole social, que permi­tirían captar como un todo la “región” metropolitana de las grandes ciuda­des latinoamericanas, por ejemplo, y

tercero: en uno u otro caso, pero sobre todo en el primero, la región participa de un cierto proceso histórico, aunque obviamente esta comuni­dad de experiencia sea menos concreta que en el campo de las naciones.

Las literaturas regionales corresponden a un segundo nivel de articu­lación, con respecto a los sistemas literarios nacionales, pero en sí mismas tienen también naturaleza orgánica y se instauran igualmente mediante un tramado de contradicciones. En las regiones más integradas sus literaturas no representan más que una escala mayor de la problemática propia de las literaturas nacionales.

14 Cf. mi artículo “El problema nacional en la literatura peruana”, en: Queha­cer,4 , Lima, abril, 1980.

15 Cf. nota 10.

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El estudio de las literaturas regionales tiene, metodológicamente, una doble función: si por una parte integra varias literaturas nacionales, como las de Bolivia, Ecuador y Perú, en un sistema mayor, andino; por otra parte, mediante un movimiento inverso, hace posible discernir variantes interiores y asociarlas significativamente con otras similares de naciones o regiones distantes, con lo que la categoría regional afina y perfecciona la imagen que surgiría del uso exclusivo de la categoría nacional. En este sentido no dejaría de tener interés examinar a la vez, por ejemplo, la novela del nor­este brasileño y la novela indigenista andina.

En lo concerniente a América Latina sería necesario señalar: primero: como proceso histórico abierto, América Latina va configu­

rándose al ritmo de esa misma historia y extendiéndose a nuevos espacios que si bien pueden poner en cuestión el nombre (ahora se prefiere hablar de “ América Latina y el Caribe”) no por ello impiden pensar en el conjun­to como una vasta y heteróclita suprarregión;

segundo: dada su magnitud y diversidad, el proceso histórico común a América Latina es difuso y más o menos genérico y resulta verificable sólo en relación con situaciones de máximo relieve, como el paso del orden colonial al neocolonial, lo que significa que sus relaciones de conformación son más bien referenciales;

tercero: en las últimas décadas, conforme se extiende y m odern izad capitalismo dependiente en América Latina, se han producido ciertos fenó­menos de homogeneización y se han vigorizado los canales de comunica­ción dentro del área, y

cuarto: no puede desapercibirse que la ideología de la integración lati­noamericana, desde Bolívar hasta el presente, es también una fuente de relaciones y forma parte de la realidad de América Latina.

En términos generales, el sistema literario latinoamericano tiene una textura menos firme que los sistemas regionales o nacionales; sin embargo, en época reciente, la internacionalización de la producción literaria ha ge­nerado la intensificación de sus relaciones conformadoras, como lo demues­tra, por ejemplo, el paso de las audiencias literarias nacionales, o en algunos casos regionales, a la audiencia literaria latinoamericana. En este sentido, el sistema literario latinoamericano no sólo obedece a la trama de sus con­tradicciones interiores, sino, también, a una contradicción mayor entre las fuerzas que conducen a la integración y las que, al revés, tienden a desmem­brarle. Tiene por esto ciertas fluctuaciones que dependen de la hegemonía que pueda adquirir en determinado momento una de esas dos fuerzas.16

Se desprende de todo lo anterior que, desde la perspectiva propuesta,

16 Esto se manifiesta en ciertos momentos especialmente integrados, según lo observa Roberto Fernández Retamar, “ Intercomunicación y nueva literatura” , en: América Latina en su literatura, ed. cit.

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la literatura latinoamericana está formada por varios sistemas literarios que son parte de la heterogeneidad étnico-social de América Latina, pero estos sistemas no son independientes: producidos dentro de un proceso histórico común, se relacionan entre sí mediante vínculos de contradicción, que esa misma historia explica, y constituyen, como conjunto, una totalidad asimis­mo contradictoria. Es atributo del pensamiento crítico determinar el nivel de abstracción que empleará para fijar los límites de esa totalidad, que pue­den ser los de una nación, una región o los de América Latina íntegra, esta­bleciendo en cada caso la red de contradicciones concretas que definen ese objeto y el modo como se transforman históricamente.

Pensar así la literatura latinoamericana significa negar validez de los planteamientos que al privilegiar a un solo sistema -e l cu lto - de alguna manera convalidan el orden social latinoamericano y reafirman sus condi­ciones de opresión y discriminación; significa también superar el empiris­mo de una concepción pluralista, que atomiza la realidad y cultura latino­americanas y en cierto modo las debilita; y significa, por último, reafirmar con sentido de plenitud, las muchas formas históricas en que es posible vivir en América Latina: una y diversa, total y desgarrada.

Discusión

Roberto Schwarz:Pienso que es cierto, en un sentido, que se privilegió lo culto y se con­sideró lo otro inferior, retrasado. Es claro que con eso uno está dando fuerza a un prejuicio que consolida el orden, la dominación social. Por otro lado, si uno suprime la preeminencia de lo culto esto puede ser discutido críticamente, claro —en realidad, uno está cerrando los ojos a la realidad de la dominación social. Hay un riesgo de que el demo­cratismo cierre los ojos a la realidad de la opresión, y yo creo que eso es una cosa que vale la pena discutir.

Quiero decir una cosa más. Es interesante comparar a los marxis­tas o a la izquierda latinoamericana con los marxistas europeos en su trabajo de crítica literaria. Si uno toma, por ejemplo, el análisis de Walter Beruamin sobre los surrealistas, Benjamin va a decir que el su­rrealismo es importante porque a través de lo que él llama la ilumina­ción profana descubrió o intenta liberar las fuerzas del inconsciente y las fuerzas presentes en el tipo de convivencia que la ciudad grande crea en la inminencia de la revolución. Entonces el surrealismo es impor­tante por eso, porque encarna un momento nuevo de la historia mun­dial. Así da una especie de paráfrasis sociológico-marxista de la impor­tancia del surrealismo. Georg Lukács, en su librito sobre Sojjenitsyn procura decir por qué éste es un gran escritor: porque, por primera vez, se prueba la importancia de la autonomía ética, del coraje de tener su

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punto de vista delante de la burocracia. Este coraje es, digamos, fun­damental para el desarrollo del movimiento socialista. Entonces,quiere mostrarnos cómo Soljenitsyn, en un punto capital del desarrollo de la historia mundial, es un hombre importante. Adorno, en su ensayo sobre Beckett, muestra que él usa el vocabulario de la filosofía exis­tencialista en un clima como después de la explosión de la bomba de hidrógeno, y ésta es la singularidad de Beckett. Para mostrar que es un gran escritor lo hace a través de la interpretación de la novedad histó­rica, el sentido fuerte del gran escritor tiene que ver con que ahí surgió un nuevo momento de la historia mundial.

Estoy seguro que esto sucede en América Latina también, porque tenemos grandes escritores y seguro que revelarían que la historia mun­dial pasa por América Latina también, que aquí pasan cosas reveladoras de la historia mundial. Incluso un crítico de izquierda podría hacer algo de este tipo en relación con los escritores latinoamericanos. Pero acá nos encerramos en la cuestión de la identidad, lo que tiene mucho fundamento porque son literaturas que están en estado de formación. Hay sin embargo, un problema: es que esta tentativa de interpretar con máxima energía conceptual, imaginativa, la actualidad, tiene su lugar real en la literatura culta. Esto no se puede esperar de los otros sectores del imaginario social —lo que no los disminuye en absoluto— pero no viven bajo el signo de la historicidad. Una de las característi­cas de la literatura culta de los tiempos modernos, es que vive bajo el signo de la historicidad, es que busca la nueva interpretación, lo que los otros sectores del imaginario social no hacen. Lo que no los dismi­nuye en nada, solamente no hacen eso. Pero nosotros vivimos en este mundo histórico y entonces existe el riesgo de que por democratismo renunciemos a esto y nos confinemos, nuevamente, bajo otros signos y otras ideologías, a una posición secundaria por eso.

Antonio Cornejo Polar:Sí, me parece muy interesante la observación de Roberto, pero creo que de la ponencia no se desprende —no hay ninguna especie de inten­ción— de valorar menos la literatura culta que los otros sistemas litera­rios, ni mucho menos. Lo único que dice la ponencia es que la literatura culta no es el único sistema, pero evidentemente, hay que estudiarla, no sólo porque allí se da con más intensidad eso que se ha llamado la modernidad —y uno de los primeros críticos marxistas de América La­tina, José Carlos Mariátegui lo entendía muy bien, y por eso defendía tan interesantemente la vanguardia y el surrealismo— sino también porque es en el nivel de la literatura culta donde se produce nuestra única relación con la literatura internacional. Bueno, hay muchas ra­zones para no descuidarla y no es ése el planteamiento, pero creo que por más importante que sea la literatura culta, no puede ser represen­tativa de la totalidad de América Latina. Es decir, también debemos atender a los otros sistemas literarios que se dan en nuestro suelo, en algunos de ellos - y ahí sí hay un cambio de país a p a ís - esa literatura

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popular, esa literatura nativa, es realmente, por lo menos en términos cuantitativos, más representativa que la literatura culta.

Por último, yo no planteo una especie de competencia entre estas literaturas. Creo, simplemente, que no podemos seguir pensando que esta literatura es toda la literatura nuestra. Asimismo, no creo que el establecer una reflexión sobre la literatura popular o las literaturas en lenguas nativas implique cerrar los ojos al hecho de que esas literaturas subsisten porque hay un sistema social opresor. Es obvio que si subsis­te es porque ese sistema opresor las ha subordinado y, por ejemplo, no les ha permitido el acceso a la escritura. No creo que haya la posibili­dad de una especie de romanticismo que encuentre una virtud en esas condiciones de subordinación, personalmente pienso que esas literatu­ras son literaturas de resistencia, que surgen a través de un conjunto de circunstancias extraordinariamente desfavorables y que, evidente­mente son en sí mismas un testimonio de esa opresión y de esa dis­criminación.

Jean Franco:Sería interesante ir más allá, porque creo que usted, al igual que Gutié­rrez Girardot, plantearon el proceso de la integración de esos sectores al capitalismo, por un proceso de homogeneización, de la racionaliza­ción, como dijo Gutiérrez Girardot. Creo que eso se ha agudizado mu­cho durante los últimos diez años, de forma que estamos ahora, en un proceso de gran cambio. Estas culturas están en proceso, o bien de perder las tradiciones, o bien de integrarse por medio de la cultura de masas en la civilización urbana y yo creo que aquí hay otro punto que registra la literatura culta —que tampoco me gusta mucho como nombre—: que no hay casi ningún novelista en los últimos veinte años que no haya registrado, de una forma u otra, la influencia de la cultura de masas, directa o indirectamente. Inclusive casi todos los escritores se aproximan allí, hacen cine, por ejemplo, con objeto de conquistar este público de “analfabetos” que no leía su literatura. También es direc­tamente observable esta influencia en la novela. La novela cambia de forma en ciertos momentos. Es toda la influencia del cine, de la radio­novela, de la telenovela, de la cultura de masas. Creo que todo esto parte de ese proceso de racionalización, que en realidad empezó en el siglo XIX y que estamos viendo en los últimos veinte años como una verdadera revolución industrial, un poco como sucedió en Europa en el siglo XIX.

Antonio Cornejo Polar:Estoy to talm ente de acuerdo, incluso en alguna parte de la ponencia digo que en los últim os años se está produciendo un proceso muy rá­pido de racionalización como condición, precisam ente, de la implan­tación cada vez más feroz, si se quiere, del capitalism o en América Latina. Evidentem ente esto tiene una relación muy estrecha con lo que estamos discutiendo, y estam os totalm ente de acuerdo con Jean, pero

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agregaría además, un punto: a veces se piensa que no hay una respues­ta popular a esto, y diría que es un fenómeno estrictamente dialéctico. Es decir, efectivamente se producen vastos movimientos, movilización de grandes sectores que antes tenían diferencias muy marcadas entre sí, pero al mismo tiempo, se van construyendo formas de respuestas, que pueden ser, por ejemplo, la reelaboración de ciertos mensajes reci­bidos y que terminan portando un significado distinto del que había sido emitido desde arriba. Es decir, que nunca un proceso se da en una sola dirección, sino que también hay formas de resistencia. El proble­ma es que tal como va la historia de América Latina, estas culturas son culturas de resistencia y no son culturas emergentes, son culturas que realmente están subsistiendo en condiciones de precariedad y de peli­gro, y eso también hay que tenerlo presente.

Beatriz Garza:El problema de los pasos concretos para trabajar en una historia de la literatura latinoamericana es que van a ser muy irregulares. ¿Cómo se incluirá este punto?, ¿se debe tomar lo que está consignado gráfica­mente y lo oral no? Lo planteo como problema.

Antonio Cornejo Polar:Yo decía antes, que en un nivel práctico, posiblemente esto sea irrea­lizable todavía con un grado suficiente de seriedad, de confiabilidad, de una relativa efectividad. Yo no creo que esto se pueda hacer de inmediato —esto viéndolo en términos práctictís-, pero lo que me pa­recería grave es que no tengamos conciencia de que hemos hecho esa supresión. Si adoptamos íntegramente esta línea, realmente sería una cosa tan extensa y tan complicada que nos llevaría años en poderla re­visar, pero lo que sí me interesa fundamentalmente es que haya una conciencia muy clara de que no estamos trabajando todavía sobre la literatura de América Latina, que estamos trabajando sobre sectores de esa literatura y que en un futuro tenemos finalmente que dar razón del conjunto de nuestra literatura en una globalidad efectiva.

Lo importante sería que el proyecto realizara su autocrítica per­manente, en el sentido de ir produciendo un conjuntó de materiales para la segunda versión de la historia. Que estuviera constantemente se­ñalándose a sí mismo sus limitaciones, recopilando material, comproban­do hipótesis, viendo posibilidades de trabajo, tal vez en subproyectos más modestos relativos a este tipo de problemática que, por una parte, significaran la posibilidad de una segunda versión, y por otra parte, sig­nifica una especie de autocontrol de nuestras propias limitaciones.

Domingo Miliani:Yo quería decirle a mi amigo, que tenemos una coincidencia más allá de la forma del discurso. Solamente quería señalar un detalle: cuando nosotros adoptamos el estatuto de la literatura culta de Europa, para llegar a ese grado de jerarquización y búsqueda de acceso a la univer-

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salidad de la cultura nuestra, entramos de hecho en el solo nivel de trabajo de lo que ha sido también el proceso historiográfico de Europa. Antonio señala el caso del Poema del Cid: éste es insertable en una tra­dición literaria europea en la medida en que un “escribano’*, no es un escritor, lo fija grafémicamente, y se vuelve, yo no sé si literatura culta o popular. Es literatura española, en todo caso; sería culta si se ve des­de el ángulo de toda la tradición épica europea, si forma parte de la serie del discurso épico, sería popular si adopta toda la querella de los Antiguos y los Modernos sobre el genio de los pueblos anónimos, etc. Todorov, por el contrario, niega el concepto de narración primitiva y de épica primitiva. Cuando a América Latina viene el Romancero que también está recogido por escribanos en los cancioneros, pero no escrito por los escribanos, sino que forma parte de la tradición literaria popular hispánica, entonces en América es donde se vuelve popular anónimo, se vuelve canción, se vuelve tango, se vuelve corrido, se vuel­ve galerón venezolano, se vuelve copla, se vuelve redondilla, se vuelve cordel. Menos Martin Fierro, donde la misma estructura métrica, la misma conceptuación de lo popular entra inmediatamente a la litera­tura culta. Al revés de lo que pasa con aquel poema épico apócrifo, el Beowulf en la tradición europea, que es un engendro, pero que llegó a influir en la literatura culta, siendo genio de los pueblos, inventado por alguien. Yo quiero volver a llamar la atención, en ese sentido, en eso coincido con Antonio: hay aspectos de nuestra literatura latinoa­mericana donde es relevante la presencia de una producción literaria popular importante, pero donde hay eso que León-Portilla llama “cul­turas en peligro.” El caso de la tradición literaria de México, de Perú, de Guatemala, de Ecuador, de Bolivia no se puede llegar a una com­prensión de la literatura culta si se ignora el otro sustrato. Entonces, es claro que no podemos hacer una historia utópica de la literatura latinoamericana, pero no podemos partir de un patrón de exclusiones, porque entonces, qué es lo que vamos a comparar. ¿Vamos a compa­rar o vamos a homologar miméticamente y vamos a volver a caer en una tradición metodológica también ya protocolizada y codificada? Ahí es donde tendrá que venir un poco el problema de cómo buscarle salida al dilema expresivo de una literatura que no es solamente pluri­lingüe sino también pluricodificada en su conceptuación del texto. Distinto al caso de Europa. Los propios críticos europeos buscan la con­sagración y canonización de la literatura hispanoamericana, por el ca­rácter de su exotismo. Lo que se llamaría, en el caso brasileño, “ lo exqui­sito” de lo hispanoamericano, que no es sino una reversión de códigos románticos que desde Chateaubriand toma la concepción del buen sal­vaje para volverla código romántico, sentimental, de lo indigenista, no de lo indígena. Hasta qué punto tenemos que revisar ese concepto tam­bién de literatura culta. ¿El salvajismo, el himno del paisaje es lo que nos tipifica y nos diferencia también en la literatura culta, o la diferencia es mucho más profunda, como la que plantea Antonio? Es una diferen­cia por una contradicción dialéctica permanente en nuestra cultura.

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K enneth Ramchand

Me propongo hablarles en términos generales acerca de los problemas que confrontamos al querer construir una historia de la literatura de las Indias Occidentales de habla inglesa, pues no es mi intención cansarles con deta­lles sobre lo que debe ser para ustedes un territorio desconocido.

Esta exposición tiene su origen en dos motivos:Primeramente el examen de los problemas con que nosotros nos encon­

tramos y sus respuestas pueden dar luz sobre problemas similares que sur­jan en quienes construyen una historia de la literatura latinoamericana. Al mismo tiempo ellos pueden esclarecer el modo como la literatura de las Indias Occidentales se podría insertar en un proyecto latinoamericano. Es necesario precisar que la expresión “literatura de las Indias Occidentales” la utilizamos en el sentido de literatura del Caribe de habla inglesa. El tér­mino Caribe lo empleamos para referirnos al área geográfica que incluye aquellos territorios franceses, españoles y de habla inglesa que en otros tiem­pos formaron parte de los respectivos imperios.

El segundo motivo es que el examinar estos p |9blemas fuera de su con­texto propio e incluso en contextos muy diferentes dentro del debate lati­noamericano, podría dar a nuestra reflexión conjunta un cariz de frescura y novedad.

La primera parte de nuestro trabajo es una observación de los intentos de integrar a la literatura de las Indias Occidentales en unidades mayores que la abarcan. En su mayoría estos intentos han sido rechazados por no ser satisfactorios y cuando se mantienen lo hacen como construcciones in­telectuales que intentan contener y ordenar el movimiento de nuestra con­ciencia. Sin embargo, a pesar del rechazo estas aproximaciones no dejan de tener alguna validez: expresan diferencias y similitudes, relaciones y co­nexiones que pueden no ser aspectos principales pero sí elementos que

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no pueden ser dejados de lado por ninguna contribución honesta sobre nuestra compleja identidad y sobre el igualmente complejo imaginario de nuestra literatura.

La literatura existe en el lenguaje y es por ello que no sorprende que dos tentativas de las que hablaremos estén basadas en el hecho de que la literatura de las Indias Occidentales aparezca como escrita en inglés.

1. La primera consideración tiene que ver con la literatura de las Indias Occidentales, como una extensión o en relación de subordinación respec­to de la literatura inglesa. Como un cuerpo de escritura que le da sangre nueva a la literatura inglesa.

A comienzos de los años cincuenta los habitantes de las Indias Occi­dentales, del Caribe anglófono, viajaron a Londres y durante los quince años siguientes por lo menos Londres se convirtió en la capital literaria de las Indias Occidentales. Sus libros eran impresos en Inglaterra para ser ven­didos a un público de habla inglesa, a un precio que guardaba relación con la economía inglesa. Los escritores del Caribe fueron lanzados como escri­tores ingleses, diferentes e incluso exóticos. Fueron vistos como un viento fresco que llegaba a la lengua y a la escritura inglesas.

Sin embargo esta identificación o vía de identificación fue instintiva­mente cuestionada y esto contribuyó a esclarecer ciertas cuestiones de im­portancia: primeramente se observó que una simple mirada sobre los temas, los personajes, y el mundo social invocados en esta escritura, así como la consideración del punto de vista desde el cual ella era elaborada dejaba al margen la proposición de que pudiese ser de alguna manera literatura in­glesa. En segundo lugar esta consideración guió más bien a la observación fundamental de carácter técnico en el sentido de una descripción sistemá­tica de los modos en que el inglés de las Indias Occidentales se apartaba del inglés de Inglaterra. La observación puede simplificarse en los siguientes términos: el sistema sonoro del dialecto es el rasgo más diferenciador, y procede de los lenguajes africanos que constituyeron a los pidgins, patois (lenguas que son puente de comunicación rudimentaria derivados de ele­mentos yuxtapuestos procedentes de dos idiomas) y posteriormente al créole. Este se ha mantenido vivo oralmente.

Cuando la escritura nuestra comenzó a dejar de ser una mera imitación de la escritura inglesa de Inglaterra, es decir cuando la llamada “gente edu­cada” del Caribe vio que no había necesidad de ser (y ninguna posibilidad, gracias a Dios) un inglés negro, la naturaleza tomó su curso. Entonces la lengua inglesa del Caribe, con toda naturalidad y sin sentir vergüenza algu­na entró en contacto con el inglés hablado en las Indias Occidentales, en el Caribe anglófono. Lo que había sido visto com o dos lenguajes se reveló así como uno solo. El inglés de las Indias Occidentales es una especie de espectro que fluye desde el dialecto más remoto hasta el uso formal más

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sofisticado, y la mayoría de los individuos cultos tienen este espectro para ellos. El inglés del Caribe puede parecer similar al inglés de Inglaterra a la vista, pero al oído es otra lengua. La diferencia fundamental, el sistema fo­nológico, surge de las lenguas africanas y la preservación de estos sonidos se encuentra en la lengua hablada del común de la gente de la región.

A partir de estas cuestiones podemos formularnos algunas preguntas que conciernen a los problemas que nos ocupan aquí: ¿Tendría una histo­ria de la literatura latinoamericana que asumir o probar que el español lati­noamericano difiere del español de España? ¿Cuál es la relación entre lo “criollo” latinoamericano y lo normativo del continente? ¿Es posible des­cribir los “criollismos” como “dialectos” y postular una conexión orgánica entre los dialectos y la normatividad? En el caso de no observar espacios propios de lo “criollo” ¿puede acaso el investigador comenzar por lo que con seguridad existe, esto es el habla y la escritura individual?

2. La segunda cuestión dice relación con la consideración de la literatura de las Indias Occidentales com o parte de la literatura mundial escrita en inglés.

En este caso nuestra literatura no es considerada en térm inos de sub­ordinación sino en form a de asociación con las otras literaturas de lengua inglesa. Ella tiene el m érito de acoplar las diferencias entre las literaturas que constituyen el objeto de análisis y estimula de este m odo la aproxim a­ción comparatista. En esta aproximación las literaturas se exploran en su identificación interna y al mismo tiempo en una inteligibilidad recíproca. En ella la aproximación comparatista beneficia a la literatura de las Indias Occidentales en el reconocimiento de las diferencias y las similitudes con otras literaturas.

Podemos entonces hacer la siguiente especulación: así como la litera­tura de las Indias se beneficia al ser considerada en términos paralelos con otras literaturas de lengua inglesa, podría tal vez también la literatura la­tinoamericana beneficiarse de las comparaciones y contrastes por lo menos en primera instancia con las demás literaturas en español.

3. La tercera cuestión tiene que ver con la consideración de la literatura de las Indias*Occidentales como literatura de la Mancomunidad inglesa.

Desde luego hay que considerar que Mancomunidad es el término para describir a todos los países que formaron parte del imperio británico. En este caso el enfoque se establece sobre la conexión imperial y las dificulta­des surgen por las siguientes razones:

a) La Mancomunidad incluye una serie de países separados por gran­des distancias, países cuyo clima, vegetación, vida animal, etc., varía tanto como para incluir desde la isla de Barbados hasta los helados deshechos del Canadá. Con estos elementos vemos que la unidad no prueba ser tan

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viable si pensamos en la especificidad local y en la respuesta sensible del escritor frente al paisaje. Al leer una obra de las Indias Occidentales el lec­tor nativo puede compenetrarse sensualmente, sentir el arraigo, en una relación con el texto que no le es posible cuando lee por ejemplo una obra africana o india.

A partir de este fenómeno podemos especular en relación con la lite­ratura latinoamericana en los términos siguientes: ¿Acaso las diferencias geográficas existentes entre los países latinoamericanos originan dificulta­des que entorpecen el establecimiento del concepto de una literatura lati­noamericana?

De lo que se trata es de la participación sensible junto con el autor, del solaz y consuelo de leer una literatura que se sitúa en un paisaje íntimo.

' No se trata por lo tanto de la comprensión meramente intelectual de los temas, que es un nivel mucho más asequible.

b) La Mancomunidad británica incluye países en los que el inglés es primer idioma y otros en donde éste es aprendido como una segunda len­gua. Pasaré por alto este punto porque no es relevante respecto del pro­yecto latinoamericano.

c) La Mancomunidad ha sido establecida o integrada por países que pasaron bajo control imperial en diferentes períodos y de diferentes ma­neras. Existe la vieja Mancomunidad (Indias Occidentales y período escla­vista), la nueva Mancomunidad (India y África, Nueva Zelandia, Australia, Canadá), dejando fuera a América del Norte que rompió sus ataduras con anterioridad.

Estas diferencias han operado en contra del acercamiento de la Manco­munidad, y la literatura del Caribe anglófono ha tenido un sentido defini­do de su identidad y de su filiación al considerar tal acercamiento.

Respecto de los países latinoamericanos podríamos tal vez formular­nos la pregunta siguiente: ¿Cuáles son las diferencias entre los imperialis­mos en los países latinoamericanos que digan relación con distintos mo­mentos históricos y con incursiones de distinta finalidad?

d) Al lado de las diferencias entre las colonias más antiguas y las más recientes existe una diferencia esencial basada en la población. Grosso mo­do hay una mancomunidad negra y otra blanca. A los escritores de la man­comunidad negra los vemos reaccionar en sus obras a teorías racistas que fueron utilizadas para justificar la esclavitud y otras formas de opresión. En la mancomunidad negra el término identidad es a menudo sinónimo de afirmación racial. El estigma de haber sido presidiarios o criminales de­portados nunca tuvo que ser removido de una manera tan apasionada en la mancomunidad blanca: el australiano o el neozelandés nunca han sen­tido la necesidad de probar su humanidad.

Tanto la literatura de las Indias Occidentales como sus críticos y/o historiadores han tenido que enfrentarse con el espinoso problema de la

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raza y el color. Ha habido discusiones acaloradas sobre nuestra herencia racial. Algunos opinan que nuestra sociedad es esencialmente africana, otros describen su pluralismo y se pronuncian a favor de él, o tros ven a las Indias Occidentales como el encuentro de pueblos y culturas argumentando que somos mestizos culturales aún cuando no se nota en nuestra apariencia. Esta discusión ha sido necesaria y liberadora. La historia de la literatura del Caribe anglófono no podría haber sido escrita de no haber sido empren­dida esta discusión.

Respecto del problema que nos ocupa podem os form ularnos los si­guientes interrogantes:

¿Se deberá la gran diferencia entre latinoam ericanos y caribeños al hecho de relativa escasez en el prim er caso y de abundancia en el segundo del elem ento poblacional de origen africano? ¿En qué medida la conside­ración del origen africano afecta los casos de Cuba y Brasil? ¿Hasta dónde tendrem os que tom ar en cuenta la presencia de los pueblos indígenas en los países de América Latina?

La aproxim ación a la idea de m ancom unidad ha forzado la conside­ración de una multiplicidad de factores que han dem ostrado diferencias y similitudes entre los llamados países m ancom unados. Pero aún cuando re­chacemos el criterio de aproxim ación existe algo más, y que es tal vez ob­sesivo, a lo cual nuestra literatura apunta. La literatura de las Indias Occi­dentales no ha sido capaz de evadir, incluso en sus primeros estadios el ser reflexiva durante el periodo de relación colonial y luego el ser analítica sobre esta conexión formativa.

Un extraordinario desarrollo en cuanto a tener conciencia sobre el o tro y en la respuesta a la conciencia del o tro acerca de nosotros se hace patente en la obra de V.S. Naipaul, quien logra representar a los coloniza­dores como víctimas de sus propias ilusiones. Para Naipaul la colonia es un símbolo de desarraigo. En ella todos se encuentran alejados del hogar. Es una forma de resistencia que encontram os en la escritura de Naipaul, y al­gunas veces surge de la fuerza de su pesimismo el hecho de considerar al llamado nuevo mundo - a l cual convincentem ente representa mientras le leemos— como aquel universo en el cual el hombre es tan sólo un huér­fano.

En relación a esto y respecto de la literatura latinoamericana podría­mos hacer las siguientes especulaciones: ¿Será acaso la exploración de las relaciones coloniales -p a ra exorcizarlas o para universalizarias- uno de los elementos a considerar en la literatura latinoamericana? ¿Cuán obsesiona­dos están los escritores latinoamericanos con la idea de Europa o del colo­nizador?

4. La cuarta consideración dice relación con la literatura de las Indias Oc­cidentales como parte de la literatura del Caribe.

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Contrariamente a los enfoques previamente descritos éste busca rea­grupar todo más cerca “de casa” con el fin de conseguir una mayor credi­bilidad geográfica. Los argumentos que hablan en favor de este enfoque son generalmente los siguientes:

a) Población de origen africano en su mayoría.b) Predominancia de temas relacionados con la esclavitud y problemas

de raza y color.c) Una experiencia común de esclavitud y colonialismo en el crisol del

Caribe. (Véase a este propósito el análisis ejemplar de G.R. Coulthard lla­mado Race and Colour in Caribbean Literature.)

El intento de ignorar las diferencias lingüísticas no ha tenido éxito, y era posible que estuviese condenado a fracasar a causa de la simple y llana ignorancia por parte de las poblaciones del Caribe de las demás islas y sus costumbres. Por otra parte hay un fuerte paralelismo entre las literaturas a nivel documental, pero nadie sabe hasta qué punto esto corresponde a una realidad social. Las aguas que nos separan, las diferentes lenguas, las orientaciones metropolitanas respectivas y los sistemas educacionales de las distintas islas han convertido a la literatura del Caribe en una abstracción que desde fuera se percibe a menudo mejor. Nosotros en el Caribe solemos hablar de los europeos, pero habría que saber si los que designamos con ese nombre se ven a sí mismos como tales. Me es fácil hablar de los latinoamericanos, puesto que tengo la ignorancia suficiente, pero en el caso de ellos un latinoamericano puede ignorar los matices y enfatizar su pertenencia a Latinoamérica de un modo razonablemente convincente.

Puedo elaborar a partir de estos problemas la especulación siguiente: ¿Están los países latinoamericanos aislados uno del otro a pesar de un idio­ma común? ¿Los hay que son más desarrollados como naciones que otros? ¿Hasta qué punto las nociones de Latinoamérica y de literatura latinoame­ricana seguirán estando a la merced de las maniobras políticas o del desa­rrollo nacional separado de los países?

5. La quinta cuestión tiene que ver con la literatura de las Indias Occiden­tales propiamente tal.

AI respecto ‘hay que confesar desgraciadamente que esto es tam­bién una construcción intelectual. Las islas desarrollaron sus literaturas se­paradamente y reconocieron sus afinidades en los años cincuenta. Los dos factores principales que las llevaron a hacerlo fueron por una parte la reu­nión de los escritores en Londres y por otra la idea de federación y la crea­ción efectiva de una federación de territorios de habla inglesa al final de los años cincuenta durante más de dos años.

Con la desaparición de la federación y la independencia separada de las islas sólo dos elementos ayudan ahora, junto con la literatura de las In-

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días Occidentales, a impulsar la identidad de ellas. Por una parte en el te­rreno académico la existencia de la Universidad de West Indies y por otra una dimensión deportiva: el equipo de cricket de las Indias Occidentales.

En relación a esto podemos hacer las siguientes especulaciones: ¿Qué papel juega el deporte en la conciencia de América Latina? ¿Qué esperanza hay de crear una federación, aunque fuese muy flexible, de los países lati­noamericanos? ¿Crea la literatura latinoamericana conciencia latinoame­ricana? ¿Cuál es el propósito de reconocer o de construir una literatura latinoamericana?

Los problemas de la crítica en las Indias Occidentales son complejos. Hemos observado que los intentos de construir un marco conceptual para la literatura de las Indias Occidentales han sido frustrados por las excep­ciones y reservas y que mientras más se trata de encontrar similitudes, más se descubren diferencias. La historia de nuestra literatura se ha beneficiado sin embargo con esto y no hay razón para que no suceda lo mismo con La­tinoamérica.

Otro rasgo de la historia de la crítica es que ciertos elementos han pa­recido por momentos más significativos que otros, por eso las obras han oscilado en su valoración en la medida en que ha cambiado nuestra percep­ción de ellas.

La historia de la literatura de las Indias Occidentales ha tenido que re­conocer que tiene carácter temporal y que parte de la magia de las obras literarias consiste en que la interpretación o la historia crítica deben escri­birse una y otra vez en el tiempo en nuevos términos, reconociendo obras- que previamente se han rechazado y aceptando otras nuevas. No se puede producir una historia definitiva y para todos los tiempos. El crítico litera­rio vale para su momento, la obra literaria es para siempre. Personalmen­te no creo que por ahora mi propio libro West Indian Novel and its Back­ground sea inútil, pero estoy trabajando en una nueva publicación llamada A New History o f West Indian Literature que recibe ese nombre justam en­te para sugerir cómo la propia percepción cambia constantemente.

Está suficiente comprobado que tenemos dificultades y que debemos afrontar múltiples contradicciones cuando tratamos de formular nuestras hipótesis sobre la realidad social y cultural y que es una tarea realmente in­timidante tratar de relacionar el arte y la literatura con la realidad que la­boriosamente hemos definido. Pero el historiador de la literatura no debe evadir su responsabilidad. Por mucho tiempo la subjetiva verdad del otro nos ha sido impuesta en nombre de “ lo universal” y “lo objetivo” , y nues­tros intentos de encontrar qué es la verdad para nosotros han sido etique­tados como subjetivos. Como reconocemos que es cierto -incluso en las ciencias- que la verdad es lo que el cuerpo pensante de hombres y muje­res de una sociedad y de un tiempo determinado creen, la crítica subjeti­va del historiador de la la literatura no es considerada como verdad sin la

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apropiada convalidación. Trabajamos con escritores, trabajadores del ima­ginario para establecer nuestra realidad y no debemos ser calificados de chauvinistas.

Pero existen responsabilidades. La responsabilidad de nuestro tiempo es ver nuestro mundo con firmeza y decir la verdad tal como la vemos, sin destruir o suprimir la evidencia, aunque sea contradictoria o perturbadora. Pero también está la responsabilidad de los que vienen detrás. Debemos acopiar todo el material posible, disponible, asequible, para que aquellos que nos sucedan puedan, con mirada fresca, ofrecer otra interpretación, hacer otra incursión más sobre nuestra propia significación, en su sentido y en su conocimiento.

Me gustaría ahora darle una mirada a la magia del trabajo literario. A pesar de todos los argumentos sociales y culturales que pueden ser* aduci­dos en su contra, uno continúa reconociendo una literatura de las Indias Occidentales. Esto es posible al mirar los mismos textos. Encontraríamos dificultades al tomar los trabajos de un grupo de escritores de las Indias e intentar construir a partir de ellos una historia documental. Pero si en cam­bio tomásemos del guyanés Wilson Harris Palace o f the Peacock; The arri- vants de Edward Brathwaite (Barbados), The Castaway de Derek Walcott (Santa Lucía) y la obra de V. S. Naipaul, In a Free State (Trinidad), uno no podrá evitar notar los motivos recurrentes encontrados en tal recorrido. El historiador podrá contarnos entonces que el viaje de los esclavos a las islas, de los conquistadores y de los trabajadores contratados ha sido una expe­riencia perfiladora de la conciencia en las Islas Occidentales, y un elemento constitutivo de nuestra sociedad. El viaje lejos de las islas en el siglo XX —por la sobrevivencia económica, para escapar a la opresión o en la bús­queda de raíces— ha sido otra experiencia perfiladora. También el viaje de vuelta a las islas, desilusionados, enriquecidos o prefiriendo la perversión familiar ha sido el tercer aspecto de una historia de recorridos y viajes. Las figuras o representaciones simbólicas de las obras citadas tienden a ser com­puestos, mixturas, y todos los viajes históricos se han convertido en intru­siones. Sin conocer la historia uno se vería inclinado a observar estas obras como creaciones de una realidad ficcional común y además inclinado desde allí a verlas como manifestación de una conciencia de las Indias Occiden­tales. Las distorsiones de los viajes actuales no interesan pues la verdad exa­minada es tan valedera como la verdad histórica.

Trato de explicar así que las obras literarias de las Indias Occidenta­les manifiestan la realidad de las propias Indias aun cuando no la hayamos definido. Sospecho que lo mismo debe ser cierto en el caso de las obras la­tinoamericanas.

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Discusión

Mario Valdés:Primero expreso mi gran simpatía por la búsqueda de identidad de las Indias del Caribe. Reconozco también que es una visión importante para nosotros ver por qué ha fracasado el concepto de Caribe, como concepto, como una construcción para hacer una historia y por qué ha fracasado el llamado Commonwealth inglés: porque son artificiales, porque no responden a una cultura, porque no son una realidad cul­tural. Entonces lo que yo digo es que como estudiosos, nuestra pri­mera responsabilidad es reconocer la realidad. Podremos tener deseos políticos —al igual que ustedes— de una situación diferente, de un futuro en donde el concepto de Latinoamérica quizás pueda englobar al Ca­ribe de habla inglesa, pero el hecho es que hoy la literatura y la cultura del Caribe de habla inglesa es una entidad separada y Kenneth Ram- chand lo decía al verse obligado a hablar de “ellos” los hispanoame­ricanos y “nosotros’*, los del Caribe.

K. Ramchand:Estoy y no estoy de acuerdo. Me imagino que debe haberse tomado mucho tiempo para decidir cómo escribir una historia de la literatura latinoamericana, porque uno de sus propósitos debe ser reconocer y propugnar una conciencia latinoamericana. De modo que la noción o concepto que construimos no aparece automáticamente. Cuando leo Pedro Páramo y la obra de un autor guyanés, me veo frente a una conciencia muy similar. Latinoamericanos y west indians compartimos una misma conciencia a pesar de las diferencias sociohistóricas. ¿Qué es más importante, esta conciencia común o los factores materiales que nos separan? Creo que una conciencia de América Latina que no ex­cluya al Caribe no hispanoparlante puede ser propugnada y estimulada.

Ana Pizarro:Lamento que hoy no esté con nosotros Arturo Ardao, quien justamen­te iba a asistir a esta sesión, porque es una de las personas que más ha trabajado el problema del concepto de América Latina. Yo difiero con Mario Valdés respecto al estado de la cuestión. A mí me parece que el estado del problema no es exactamente ése. Me parece, que de acuer­do con los trabajos realizados —entre otros por Ardao, y por estudio­sos cubanos— en el problema de la unidad interna del Caribe y su ar­ticulación con América Latina, pareciera ser que existe una especie de acuerdo sobre un tipo de unidad, si bien la diversidad del Caribe se dio a partir del sistema colonial mismo. A partir del sistema colonial se dio el Caribe como una organización en donde se encontraban dos tipos de vinculación. Por una parte, había una vinculación con las me­trópolis directamente, y por otra, había una desvinculación interna entre las diferentes islas, lo que formaba una especie de organización

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contradictoria de relaciones, que establecía internamente que las islas no tuviesen relaciones entre ellas. Sin embargo, en una mirada más estructural de los periodos históricos que viven estas islas y su relación con América Latina, pareciera que existe una —si no identidad — por lo menos, similaridad de articulaciones y de periodos, desde las relaciones que establece el primer periodo colonial. La base de esta articulación es una forma de desarrollo económico y social —la economía de plan­tación con la trata de esclavos como fuerza de trabajo— que va gene­rando una forma de percepción del mundo propio del Caribe. Es decir, hay formas de articulación de la sociedad y percepciones del mundo comunes que están de alguna manera expresadas en la literatura cari­beña. Los trabajos al respecto hablan de una unidad temática y de percepción frente al mundo. Ahora, en cuanto a problemas de enun­ciación, pareciera ser que estas literaturas se organizan en sistemas simi­lares entre ellas y parecidos a la existencia de sistemas diferenciados en la literatura latinoamericana. Hay un sistema literario ligado a la me­trópoli, otro sistema literario en créole, papiamento o su correspon­diente anglófono y a veces incluso un sistema multilingüe. Es decir, hay una creación literaria de dislocación de las estructuras lingüísticas metropolitanas, como en América Latina. Por otra parte, la conciencia del concepto de América Latina ha ido incluyendo cada vez más —y esto se expresa en los diferentes organismos internacionales— la perte­nencia del Caribe a un concepto de América Latina un poco más am­plio. En esto tenemos, por ejemplo, la proposición nominal que hace la UNESCO, de América Latina y el Caribe, en tanto que unidad que, siendo unidad, no es inseparable de América Latina.

Mario Valdés:Estoy de acuerdo contigo en que la política colonial era de mantener las colonias en aislamiento unas con otras. Que esto sigue como un efecto poscolonial, también lo reconozco. Lo que me hubiera gusta­do oír es el último punto sobre las coincidencias que son más que una herencia colonial, las coincidencias de toma de conciencia, porque po­demos decir que la búsqueda de identidad de los colegas del Caribe se parece a la búsqueda de identidad de las personas de todo el mundo. El hecho es que la UNESCO pone ese término de Latinoamérica y el Caribe, y creo que ahí reconoce cierta realidad política, que el Caribe no debe de separarse del continente.

K. Ramchand:Puedo dar uno o dos ejemplos; cuando leo Cien años de soledad estoy consciente de algunos procesos sociales e históricos que reconozco tam­bién como propios. Además Macondo, sus gentes, tipos, son realidades que identifico con mi aldea y gente. Quiero hablar desde allí del status de la obra literaria, pienso que la obra literaria puede proyectar la rea­lidad social y política inmediata, pero además, ir más allá y proyectar una verdad más honda, común a seres de otras latitudes. En ese sentí-

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do, al leer esa obra, siento que comparto de alguna manera una con­ciencia latinoamericana. Si escribimos una historia literaria pensando que cada obra debe expresar lo que ya sabemos, entonces, obviamen­te, las Indias Occidentales deben quedar afuera, pero si nos acercamos a las literaturas de unos y de otros, encontraríamos que esta literatura, producida en condiciones evidentemente diversas, apunta hacia una conciencia común, una conciencia del Nuevo Mundo que integra ambas esferas. El viaje de los conquistadores, los esclavos, los inmigrantes, ese viaje que ha sido identificado como elemento esencial de nuestra lite­ratura, en el siglo XX se hace en sentido inverso, en busca de raíces, de solución económica o en escape de las duras realidades. Cuando leo las literaturas de las Indias Occidentales, siento que todos esos viajes,- todas esas búsquedas se hacen una sola, un tema central, un mito fun­damental. Nosotros, hombres del Nuevo Mundo, estamos buscando El Doradp en una forma u otra, ésta es una verdad común y unificado­ra, la imaginación literaria puede ir así más allá de los periodos y los países.

Franco Meregalli:A mí, en realidad, me parece que no hay contradicción. Es evidente que en este proyecto de historia de la literatura latinoamericana no entra directamente la literatura de las Indias Occidentales, sin embar­go, desde un punto de vista comparativo es necesario y debe ser toma­da en cuenta la situación —lo mismo social que literaria— de las Indias Occidentales. Debemos tener en cuenta también la perspectiva diacró- nica: a lo mejor la situación actual de las Indias Occidentales no es la situación actual de Latinoamérica, y sin embargo, se parece a una situación de otro tiempo, entonces, en ese sentido habría que consi­derarlo.

Jacques Leenhardt:A mí me parece que es muy importante, como dijo Ana, integrar unos niveles de sistematización de la construcción cultural, es decir, cómo se organiza el bilingüismo, el trilingüismo, la existencia de una temáti­ca común regional y no sé si se podría entender en esto a toda Améri­ca Latina. Ahora, esta integración me parece más bien situarla en el sistema de la literatura que en loque concierne a la lengua propiamente.

Beatriz Garza:En relación con el marco de la lengua y con el marco de la literatura, creo que en el caso de Latinoamérica, los países hispanoparlantes, por un lado, y Brasil, por otro, no son comparables con el caso de las Indias Occidentales. Aquí no hay un fenómeno de disglosia, no se ha creado una lengua nueva, no ha evolucionado el español ni el portugués como en el caso del créole y el inglés británico. Desde luego que hay diferencias lingüísticas en Hispanoamérica, en relación con estratos sociales y con un territorio tan inmenso. Hay bilingüismo, hay influen-

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cia de las lenguas indígenas, pero un hablante de la Patagonia con un hablante del norte de México pueden entenderse básicamente. Creo que el marco lingüístico no tiene tanta importancia para la historia de la literatura en lengua española y en lengua portuguesa como lo tiene para la historia de la literatura en las Indias Occidentales. Ahí sí es problemático: usted hablaba de la diferencia entre la lengua hablada y la lengua escrita en las Indias Occidentales. En español no sucede eso.

Mario Valdés:Yo quiero proponer a mis colegas una posición acerca de este proble­ma: primero, que al elaborar el marco histórico se tome en cuenta al Caribe completo, como una parte integral de la realidad latinoamerica­na. Segundo, que el papel específico de las obras literarias del Caribe de habla inglesa se determine en un futuro al elaborar más el trabajo, porque puede haber —no quiero* proyectar lo que no sé— casos en don­de tienen un papel mayor algunos autores y obras de las islas, y otros donde se constituyen más bien en un fondo, pero es imposible proyec­tar sobre una literatura desconcocida.

Roberto Schwarz:Creo que un libro, como el que se está proponiendo, apunta a la for­mación de una conciencia y de una identidad que no existe aún. Y cuando se quiere formar una identidad hay una parte efectiva y una parte de deseo cultural, de deseo político. Escuchando la exposición de Kenneth Ramchand, todo brasileño se reconoce ahí, se reconoce de una manera extraordinaria, tanto desde el punto de vista objetivo, como de lo que podemos imaginar. Creo que al componer este libro podemos imaginar un capítulo en que esté tratada esta materia, que hablará mucho a la imaginación de la gente, y efectivamente contri­buirá a una extensión de la identidad. No es una cuestión científica, sino más bien de imaginación histórica, pero creo que sería muy im­portante.

Jacques Leenhardt:Respecto de la cuestión del francés, pienso que tal vez hay dos niveles. Un nivel para las islas de lengua sajona y otro nivel para el francés y las lenguas latinas, que ya están vinculados en el Caribe a través de varios movimientos culturales. Lo que pasa es que las literaturas de lengua inglesa, francesa y española no necesariamente tienen el mismo tipo de vinculación.

Ana fízarro:Creo que se siente el peligro de que nosotros emitiéramos juicios sobre una literatura que en general no conocemos. Yo creo que no se trata de eso, sino de integrar a especialistas del Caribe a un diálogo que permita ampliar los puntos de vista.

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V. LITERATURA E HISTORIA EN AMÉRICA LATINA

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LITERATURA E HISTORIA

Jacques Leenhardt

El enunciado mismo de la problemática que nos tiene reunidos, literatura e historia, constituye de por sí un problema: el de la autonomía de estos dos términos y, de ahí, el de la posibilidad de relacionarlos. No se podría en efecto plantear la relación entre uno y otro sino en la medida en que se distinguen claramente.

Existe, y en particular en los manuales escolares, una idea general de esta vinculación. Consiste en postular la existencia de una historia, social y política por lo general, cuyas grandes fechas serían pertinentes para esta­blecer el ritmo de una descripción de la literatura. Por sólo tomar un ejem­plo, mas ciertamente no al azar: la victoria de Sucre en diciembre de 1824 consagra la independencia. El nombre de Ayacucho constituye sin embar­go un símbolo más que una fecha.

No es, pues, la historia en sus acontecimientos la que está aquí presen- te , sino un proceso que en esta palabra se encuentra representado. Por lo tanto se puede afirmar que, en el área que nos ocupa, la representación del hecho histórico es constitutiva de esta historia. Ésta sería una primera po­sibilidad de cuestionar la dicotomía literatura (es decir, representación, apropiación mediatizada) versus historia, dicotomía que el trabajo crítico deberá más adelante sobremontar por medio de un discurso sobre “litera­tura e historia".

Esta primera paradoja se debe, por supuesto, a que busquemos empren­der delimitaciones en el flujo temporal, delimitaciones que según la natura­leza de nuestro calendario, no pueden hacerse sino por afíos, decenios o siglos, mientras que nosotros aspiramos a una fragmentación significativa, es decir que posea una doble referencia: cronológica y literaria. El deseo de delimitar de una manera significante nos remite, por consiguiente, al pro-

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blema de la doble historicidad: la de la literatura y la de lo que le es exterior.

¿Una historia de la literatura?

Nuestra reunión ha sido colocada bajo el signo prospectivo: Para una histo­ria de la literatura latinoamericana. ¿Cuál es el proyecto de semejante historia?

Se trata de enfrentarse a la atomización de las obras singulares tales como se encuentran colocadas por orden alfabético del catálogo. Una tal discontinuidad es insoportable desde el punto de vista del hombre, el que siente vivir en él a la humanidad y tiene el sentimiento de su propia conti­nuidad genérica. Hace falta pues, de toda necesidad, que esta serialidad de las obras se transformé en una cadena que represente la continuidad de la especie y, por ende, la particularidad de la cultura.

La primera tarea de una historia de la literatura consistiría pues en sus­tituir una serie de obras, la cual no es a priori susceptible de ser constituida en historia, por otra serie análoga -pero no idéntica- de la que se piensa que ella si será historizable: la serie de los autores.

Al pasar de las obras a los autores, se logra, a través del objeto nuevo de la biografía, un primer acceso a la historia. Aparece claramente, sin em­bargo, que si la biografía, de los autores constituye ella misma la sustancia de h bisf/jna prxny ç . t n: "füxrrdf fiiifciacarrer:* ili [tffiflifita (if ci 1/11 e* cl sir io de la literatura dentro de esta misma historia.

Así pues, la historia de la literatura resulta ser una no-historia por dos razones:

a) No es historia porque la cadena de los autores y de sus biografías no constituye un objeto pertinente desde el punto de vista de un enfoque histórico. La perspectiva histórica no puede asirse de un flujo, según He- ráclito, de entidades discretas. La historia implica una organización en totalidades relativas y significativas e implica la constitución de un objeto mientras que, desde el punto de vista de la epistemología, la serie de las biografías no constituye un objeto para el enfoque histórico.

b) La historia de la literatura que no es pues una historia, tampoco tiene por objeto a la literatura ya que, como se acaba de ver, su principio de organización se refiere a los autores y no a la literatura.

¿Hacia una historia literaria?

Será preciso pues, regresar a lo que Lanson llamaba la historia literaria, la cual concibe a la literatura como un fenómeno social e histórico total, en su historicidad (entendiendo por esto que se trata de la literatura conside­rada en todas sus instancias: el texto, claro está, pero también la intervención

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en el lenguaje, la difusión, carrera de los autores, instituciones escolares, académicas, etcétera.

Desde este punto de vista, el volumen de la UNESCO América Latina en su literatura ofrece una serie de aportes. Al colocar el acento sobre la constitución de una cultura, esta empresa no rechaza necesariamente la di­mensión histórica, pero sólo la explota en el marco de estructuras (menta­les, lingüísticas, axiológicas, estéticas).

Del mismo modo, la historia literaria se propone analizar procesos estructurales. En la trama de las producciones, la historia literaria efectúa delimitaciones, dando origen a tantas estructuras (llamadas escuelas, movi­mientos, etc.), como hay puntos de vista.

Aquí, un peligro la acecha en permanencia: el que reside en el punto de vista s partir del cual la delimitación ha sido efectuada. En la medida en que la delimitación sólo considera unidades de tipo literario, es decir pro­ducciones, está condenada a descansar sobre unas bases no falsas, cierta­mente, sino abstractas. Así notamos a menudo cómo una historia literaria se transforma en una especie de cuadro clasificador con entradas contrasta­das. Ahí, la historia se reduce a una suerte de rítmica de elementos contra­rios fundada en oposiciones tales como litote vs. lirismo, razón vs. sueño, lo real vs. lo mágico, etc. Esta dinámica de contrastes estilísticos no cons­tituye sin embargo, una historia en sí sola. Desde el punto de vista de la sig­nificación histórica de la actividad literaria, dos grupos o escuelas pueden constituir un mismo objeto y no dos. El punto de vista de los actores no constituye, pues, un determinante suficiente como para delimitar 1111.1 uni­dad significativa, una estructura significativa.

Así sucede con la historia de la literatura la cual, o bien no es historia si se considera a la literatura desde el punto de vista de sus procedimientos formales, 0 bien no concierne a la literatura si se la considera a través de los escritores. Se nos remite a la idea de una historia literaria en la cual, las estructuras de significación a todos los niveles (lingüístico, retórico, ideoló­gico, etc.), puedan ser constituidas en su historicidad. Es aquí donde encon­tramos la necesidad de una periodización que, por lo que a América Latina concierne, se plantea en unos términos muy específicos que están relacio­nados con el carácter particular de la historia del continente.

Problema teórico de la periodización en un proyecto de historia literaria latinoamericana

De un modo general, quiero decir, para la literatura de todos los países, la periodización es una empresa temible. ¿Hablaremos en términos de siglos (no) o, como los ingleses, de la época de Chaucer o de la de Shakespeare? ¿Hablaremos siempre como los ingleses de los autores isabelinos o Victo­rianos? Estas categorías, modeladas sobre la persona de un maestro o de un

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príncipe, no existen en Francia ni en Alemania, ni tampoco en México o en Venezuela en donde se prefiere delimitaciones por grupos o escuelas por una parte, o bien cortes dentro de la trama sociopolítica.

Pero si toda periodización es peligrosa, quisiera ahora desarrollar la idea de que lo es particularmente para la literatura latinoamericana por las razones que a continuación intentaré explicar.

A fin de medir esta dificultad, quisiera partir de una definición ideal del periodo . ¿En qué consiste esta estructura particular de lo histórico lla­mada periodo? Al insistir en que se trata de una estructura de lo histórico, hay que subrayar dos aspectos:

1. Un periodo no es un objeto natural (razón por la cual las delimita­ciones del calendario resultan tan ineficaces). Es lo que se podría llamar un objeto construido, un artefacto conceptual. Un periodo se presenta, pues, como una estructura de carácter histórico ( ¡se dan cuenta cómo estos términos contradictorios se confunden aquí!), cuyos elementos están junta­dos por el que la delimita.

2. Un periodo es, pues, el resultado de un proceso, de una interven­ción y es sfn duda por esta razón que Carlos Rama ha preferido la noción de periodificación a la de periodización . Algo del sujeto conociente se in­filtra por consiguiente en la organización de este objeto de conocimiento.

Una vez puestas las condiciones epistemológicas del proceso de perio­dización, examinemos cuáles son los elementos que entran en juego. En qué consiste, de un modo ideal, pues, un periodo.

Para saber dónde buscar la respuesta a esta pregunta, hay que regresar al enunciado inicial de esta comunicación: literatura e historia. Sabemos ahora que el problema reside en esta unión que la conjunción plantea, pero no explicita. El problema está pues en la articulación de niveles de realidad diferentes que se conciben como heterogéneos sólo en apariencia. Se trata, pues, de mostrar una homogeneidad, de reunir lo aparentemente separado. La finalidad de esta “periodificación” es la producción de una unidad signi­ficativa más allá de la diversidad. Para concluir, un periodo es el encuentro coherente de lo literario, lo social, lo político, lo económico; en resumen, de la literatura y de la historia.

¿Podrá existir semejante encuentro coherente? Cada intento verda­deramente histórico de periodización se esfuerza por demostrar su existen­cia. Un poco por paradoja, pero sobre todo para apoyar mi argumenta­ción, diré que ha habido tal vez semejante periodo ideal, es decir un momento en que esta coherencia ha existido verdaderamente. Sería entre 1660 y 1685 en Francia bajo Luis XIV. No es mi intención demostrar si esta hipótesis es acertada, sino visualizar la particularidad de este periodo tan breve y tan singular en la literatura y la cultura de Francia y tal vez del mundo. Este breve periodo presenta uno de los rarísimos casos de clasicismo, no en el sentido limitativo del concepto estético, sino justa-

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mente como concepto englobante, como el concepto de la homogeneidad de un periodo.

Si el periodo ideal puede definirse como la articulación coherente y sincrónica de los movimientos estéticos, ideológicos y socioeconómico- políticos, esto significa que un periodo, en el sentido ideal que le busco ahora dar, descansa sobre la existencia de un acuerdo entre un público, un poder y una creatividad- Un tal acuerdo, cuando existe, produce en particu­lar, fuera de las obras de imaginación que constituyen la literatura, lo que yo llamaría discursos filosóficos como formulación más o menos sistemati­zada del equilibrio de las tendencias propias a las tres instancias que acabo de mencionar: el público, el poder y los creadores.

Una época clásica, por cuanto brinda una formulación a la tendencia común a los diferentes actores sociales y culturales hacia el universalismo, tal época “clásica” representa el tipo ideal, para retomar la expresión de Max Weber, del periodo.

Ahora que poseemos una noción de aquello hacia lo cual tendemos cuando procuramos delimitar la literatura y la historia en periodos, pode­mos interrogarnos sobre la situación específica de América Latina.

La periodización en el área latinoamericana

Una breve mirada sobre la literatura crítica en América Latina muestra la abundancia extraordinaria de textos consagrados a la periodización. Se han consagrado artículos incontables y hasta tesis a esta pregunta. Antes que esperar de ello una solución del problema planteado, esta proliferación me parece sintomática de una dificultad radical: si en efecto, el ideal de una periodización lo constituye lo que he llamado un clasicismo, entonces, ninguna periodización satisfactoria es concebible en el área latinoamericana.

Esta tesis merece algunas aclaraciones. El examen de la realidad lati­noamericana muestra en efecto, desde el periodo de la Colonia, una desar­ticulación fundamental de lo sociopolítico, lo cultural y lo económico en todo el continente. Como lo dice en efecto Touraine:

On ne peut se contenter de dire que la conquête [ . . .) a|?outit à Fin- corporation du territoire conquis dans l’économie dominante, car la conquête produit la désarticulation de l’économique et du social.1

Sociológicamente, la desarticulación de las instancias se vuelve uno de los rasgos distintivos de las sociedades dependientes, cuya manifestación, en lo que aquí nos concierne, se marca por la.

1 A. Touraine, Les sociétis dépendantes, Paris/Gembloux, Ed. Duculot, 1976, p. 75.

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[. ..] discordance entre le fonctionnement du système económique centré à l’extérieur et celui de la société et de la culture nationale et régionale.2

La discordancia se convierte pues en la forma que toma el mismo proceso cultural.

Si retomamos el periodo ideal del clasicismo, éste se caracteriza preci­samente por la concordancia de todas sus instancias. Esta concordancia se convierte pues, en forma misma que reviste el arte en este periodo según la bien conocida tesis para la cual la forma artística se modela sobre el con­cepto no teorizado de las relaciones sociales vigentes: “Das wahre Soziale ist die Form” (Lukács). Es la forma estética lo verdaderamente histórico y social en el arte.

La posibilidad a priori de una periodización requiere pues, por una parte, un desarrollo más o menos autónomo de la sociedad y, por otra par­te, una relación orgánica entre formas de arte y procesos sociales. Ahora bien, estas condiciones no existen en América Latina, cuya economía está determinada sucesivamente por la Colonia y por el imperialismo, y cuyas formas culturales, como lo observaba Touraine, se encuentran en desfase en relación con la estructura socioeconómica.

Pero además, la emergencia de formas culturales en América Latina queda sometida a su vez a un proceso discordante puesto que lo que nace orgánicamente en el interior queda permanentemente confrontado a im­portaciones y a penetraciones procedentes de los centros económicos y/o culturales dominantes (o centrales si se quiere utilizar la metáfora espacial centro-periferia).

De esto se desprende, como lo recordaba R. Schwarz, que al estudiar el arte y la literatura en América Latina, hay que tener presente que la im­portación de formas estéticas constituye en sí misma una forma3 de la creación artística en América Latina.

Así, pues, la elabración de una periodización tropieza con la co-pre- sencia, en el terreno cultural latinoamericano, de instancias discursivas, de formas estéticas arrancadas en general a su sustrato sociocultural. Saúl Yurkievic subrayaba, al reunir tres autores tan diferentes como Vargas Llo­sa, Neruda y Ga'rcía Márquez que en la obra de estos tres autores era posi­ble detectar:

la coexistence de diverses instances discursives qui comportent des idéologies contradictores.4

2 Idem.3 Ver la intervención de R. Scharrarz en Idéologies, littérature et société en Amé-

rique Latine,Bruxelles, Editions de TUniversité, 1975, p. 153.4 Intervención de S. Yurkievic en Idéologies, littérature et société en Amérique

Latine, ed. cit., p. 51.

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Con esta observación, dejamos el terreno del análisis cultural para internarnos en el terreno marcado por el desafío del comparatismo litera­rio en América Latina. Una misma forma, la discordancia discursiva, investida por orientaciones ideológicas contradictorias entre sí es, por así decir, la forma general de la creación literaria. ¿Cómo entonces emprender estas delimitaciones de coherencias que son los periodos?

Más allá de la periodización

Estas palabras son evidentemente un tanto pesimistas, si se piensa en el mo­tivo de nuestra reunión. Sin embargo, aspiran a ser constructivas al llamar nuestra atención sobre la naturaleza mal conocida de las dificultades, éstas« « sí, bien conocidas que encuentra todo intento de periodización. Este aspec­to constructivo, lo resumiré en algunos comentarios:

1. La desarticulación no debe ser enmascarada, ni tratada de una ma­nera vergonzante, como si fuese el resultado de una incapacidad de la in­vestigación de hacer coincidir la literatura y la historia.

2. Siendo consustancial al proceso creativo, debe ser concebida como la forma más general de éste.

3. En la historia literaria europea, sin que esto sea dicho en general, la periodización está frecuentemente fundada sobre una conceptualidad elaborada por los filósofos fuera de la literatura en sí. A este préstamo, así como a otros cuya importancia sólo empezamos a percibir, por ejemplo los préstamos a los sistemas científicos y su conceptualidad (el darwinismo de Zola y los modelos termodinâmicos en toda la literatura de la segunda mi­tad del siglo XIX, Geoffroy Saint-Hilaire para La Comédie humaine, etc.), no podemos recurrir por lo común cuando se trata de literatura por falta de sistemas filosóficos.

4. Habrá que examinar, pienso yo, la significación de esta ausencia de conceptualidad de referencia. Forma parte de lar dificultad de la periodiza­ción, pero también —y quisiera insistir en este punto ahora- también for­ma parte del status de la literatura y del escritor en América Latina. Aquí la importancia del papel social desempeñado por el escritor sólo es tan gran­de porque se le percibe a la vez como un poeta y como un pensador, como un hombre de lo imaginario y de lo real.

5. La relación general que vincula a la literatura con el pensamiento conceptual deberá por lo tanto retener nuestra atención. A este respecto, quiero simplemente subrayar que en mi opinión, el ensayo, tan fundamen­tal en América Latina como forma literaria, no debería, bajo ningún pre­texto, ser descartado de nuestra empresa. El ensayo pertenece tanto más a la literatura por cuanto es la única forma de orientación conceptual que haya podido desarrollarse en América Latina. Sólo el ensayo constituye un inten­to, sólo él lleva adelante un combate contra la dislocación y aspira a orde­

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nar los diferentes elementos de la cultura de acuerdo con su lógica. Claro está que esta lógica tiene las mismas limitaciones que la subjetividad del en­sayista, pero la domesticación de la multiplicidad contradictoria impuesta por la dislocación social representa por sí sola una etapa importante, gra­cias al ensayo, en la constitución de una identidad cultural.

Por fin, acordaremos una importancia a este fenómeno sin olvidar que la novela latinoamericana, más que ninguna otra y por razones que se de­jan fácilmente deducir de lo que acabo de decir ha integrado espontánea­mente la forma y la disposición discursiva del ensayo a falta de dialogar con la filosofía, del mismo modo que se ha hecho paródica y barroca a fal­ta de hacerse afirmativa y clásica.

En conclusión, cada vez que emprendamos una periodización imper­fecta, ya que uno no puede prescindir totalmente de ella, so pena de remi­tirnos al flujo de los autores o de las obras, el cual carece de significación -nuestra historia literaria de la América Latina integrará, por una reflexión adecuada, la causa misma de su imposible perfección.

Discusión

Jean Franco:Creo que desde este trabajo surgen algunas preguntas, más bien mu­chas preguntas y problemas también. En primer lugar, me pregunto si cuando se concibe el tipo ideal de periodización no se está haciendo hincapié en dos categorías: la coherencia y lo orgánico, que en reali­dad tenemos que rechazar porque ¿cómo sabemos la coherencia? Esto tiene que ser estudiado desde un recorte sincrético. Yo no sé cómo se puede construir o cómo se puede entender la coherencia o la concor­dancia entre distintas ramas como lo social, lo político, etc. Yo creo que hay que explicar más lo que es esta concordancia en el tipo ideal de periodización. En segundo lugar, a mí me preocupa este supuesto desarrollo orgánico, creo que en ningún país del mundo hay un desa­rrollo orgánico realmente, creo que lo orgánico es una excepción del siglo XIX y pienso que todos los países tienen desarticulaciones, saltos cualitativos, cosas inesperadas, etc. Ahora, lo que sí es importante, es que tratemos de encontrar una periodización y un marco histórico en que se puedan incluir los factores y las pulsiones, eso me parece importante.

Quiero, para iniciar la discusión, sugerir otro problema: se ha ha­blado de los géneros literarios como si fueran géneros dados, creo que hemos sido ofuscados por el predominio de la novela, y si uno exami­na cuidadosamente la época de la independencia, descubrimos que el género más importante es el diálogo; es importante en ese momento ese diálogo que nunca se estudia. Además del diálogo hay todo un ma­terial de lo que se puede llamar géneros racionales. Pienso que existen momentos en que hay desarrollos interiores, la aparición de nuevos

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géneros y que son en sí mismos, quizás condensaciones de nuevos periodos.

Otro asunto para principios del siglo XIX que creo que debemos tomar en cuenta, es que es el momento utópico posindependentista de la sociedad latinoamericana en ciernes, en que se propone la literatura como modelo social, la literatura como modelo de las costumbres, y creo que este periodo utópico llega hasta mitad de siglo cuando, como dice Gutiérrez Girardot, empieza el establecimiento del Estado oligár- quico-autoritario. Esto me conduce a decir que para cualquier periodi­zación debemos tener por lo menos una teoría del Estado. Creo que realmente no podemos hacer la periodización cultural sin una teoría del Estado, y de las distintas formas del Estado) desde la Colonia hasta ahora. ¿Por qué? Porque, en cierta forma, es el Estado el que crea o que apoya o que deja espacio e instituciones en que las prácticas cul­turales se llevan a cabo.

Jacques Leenhardt:Bueno, en primer lugar, el problema del concepto de periodo ideal, que es provisional, se refiere a la dificultad misma de la periodización. Más que provisional es operacional. A lo mejor existe algo así como una coherencia en el periodo aludido de 1660 a 1685 —en realidad en todo el mundo hay incoherencia entre los niveles—, pero me pareció importante usar esta estrategia del mito de la coherencia en un perio­do, no para encerrarnos en una discusión hegeliana sobre la sociedad cerrada del tercer mundo, sino para ver lo específicamente latinoame­ricano como es la desvinculación de los niveles. En este sentido, lo considero concepto operacional. Luego, respecto al ensayo y los géne­ros literarios, evidentemente no son estructuras dadas. Para mí la no­vela no existe, el ensayo no existe y no los entiendo como géneros en sí. Lo que me interesa apuntar es a rasgos ensayísticos, a rasgos racio­nalizantes en el ensayo, en la literatura en general y en particular en la constitución de un tipo de producción que se dedica especialmente a estos rasgos racionalizantes. En otro texto, traté de explicar el papel del ensayo dentro de la novela, y evidentemente la homogeneidad de los géneros no aparece cuando uno trabaja y lo hace concretamente con textos. Lo que me parece importante en el ensayo y en los géne­ros racionalizantes es la constitución del público como un destinatario, esto es la inclusión del otro en la perspectiva que se construye en esos géneros racionalizantes. Me parece —y Sarmiento es un ejemplo claro— que existe en ellos la búsqueda de la constitución de un acuerdo con el otro. En este sentido, la palabra diálogo me parece importante.

Respecto a la necesidad de una teoría del Estado evidentemente la constitución de lo cultural, de las lenguas donde se puede o no se puede escribir, todo pertenece a una definición general de la estructu­ra social, del espacio cultural en la estructura general, y la forma del Estado tiene importancia respecto de la existencia misma de esos luga­res culturales. Estoy de acuerdo contigo.

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Antonio Cornejo Polar:Tengo una duda respecto al primero de los temas tratados por

Jean porque el movimiento conceptual que propone la ponencia es aproximadamente el siguiente: se fija, en primer término, un concepto ideal de periodo y en ese concepto se privilegian términos como cohe­rencia, homogeneidad, organicidad, sistematicidad, etc. Luego, en un segundo momento se toma el nivel más empírico del examen de la rea­lidad y se descubre que en esa realidad lo que prima es lo contrario: la desarticulación, la desintegración, etc. Se dice, además —esto me pare­ce muy importante y cierto— que un periodo no es un objeto natural sino un objeto a construir. Mi pregunta es ¿por qué construimos este objeto —el periodo ideal— basándonos precisamente en aquellos rasgos (homogeneidad, organicidad, etc.), que n<D se dan en la realidad? Por­que ese caso ideal es más bien irreal y en ese sentido parece ser poco operativo. Un sistema para ser operativo debe acercarse a un problema concreto y tratar de resolverlo. Yo tengo la impresión de que tanto en el periodo como en otras categorías tendríamos que acostumbramos a pensar que son objetos contradictorios y que en todo caso su coheren­cia, su sistemacidad, se dan en función de la contradicción interna que estos objetos efectivamente producen en la realidad y entre sí. No so­lamente porque son contradictorios por este desfase entre movimiento social y movimiento de cultura sino porque también son contradicto­rios en la medida en que en su mismo momento, frente a un mismo hecho histórico, pueden haber varias respuestas sociales que pueden derivar de la distinta clase social, del distinto grupo étnico o de cual­quier otra circunstancia. En resumen, lo que quisiéramos preguntar es ¿por qué y para qué crear un concepto que previlegia aquellas catego­rías que precisamente no se dan en la realidad?

/ Leenhardt:Bueno, podría parecer una contradicción el intento de mi ponencia. Pero el concepto ideal de periodo surge de las historias literarias que existen, y lo que se ha tratado de fabricar ha sido construir este tipo de coherencia. Porque pareciera haber existido la necesidad, más allá de las discrepancias y más allá de la incoherencia, de organizar lo cultural como algo que tiene un sentido, y pareciera que no se puede hablar de historia sin que lo cultural y lo socio-político-histórico sea organizado. Por eso me parece bueno construir este concepto, a partir de lo que se ha hecho en periodización, para destruirlo. Es la situación que debe­mos enfrentar antes de trabajar, por eso la ponencia se entiende como un primer estado de decisión para poder organizar los elementos.

Respecto a la posibilidad del desarrollo de varias respuestas a una misma situación, me parece importante —y está en mi texto también- y el periodo puede abarcar varias respuestas a una pregunta.

Domingo Miliani:A mí me parece que hay una cuestión de fondo. Cuando nosotros ha-

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blamos de historia de los acontecimientos sociopolíticos, hablamos de una cosa, pero la historia literaria tiene que estar en una correlación pero no en una homologación y en un isocronismo con los procesos de la historia social. A mí me da la impresión de que en la historia lite­raria hay un proceso de coherencia que está en el nivel perceptivo del historiador, no en el nivel de la dinámica de la producción de los mate­riales, objetos o signos literarios. Lo que no hay, es un isocronismo absoluto. Si nosotros seguimos hablando y partiendo del criterio de aplicar las categorías de periodización, de estilo, de corrientes euro­peas, para el conocimiento del fenómeno literario latinoamericano, estamos partiendo de un principio falso. Jacques cita precisamente a Roberto Schwarz para decir que una de las características específicas del caso de la literatura latinoamericana es la importación conceptual de aquellos elementos con los cuales se construyen los movimientos intelectuales de América Latina. Es un fenómeno que viene desde la Colonia. El humanismo renacentista que rige un poco el modo de conceptualización literaria del Inca Garcilaso ya no tenía vigencia para Europa, pero para América sí. El barroco comenzó a ser un código artístico en desgaste en Europa y en América Latina tuvo una vigencia mantenida casi hasta convertirse en un estilo crónico de la expresión artística, como lo planteó Carpentier. Este es un rasgo de diferenciación.

En segundo lugar, la periodización no se puede cerrar como se cierra la de la historia. Una periodización literaria, por lo menos, ten­dría que distinguir tres aspectos: una fase inicial del proceso literario, en segundo lugar, una fase de institucionalización, donde empieza a haber una redundancia de códigos —esos códigos comienzan a ser redundantes y se desgastan más rápido en la literatura que en los pro­cesos sociales y políticos— y una tercera fase de agotamiento y relevo.

Si hay una importación de corrientes y estilos europeos, ellos se mezclan cuando llegan a América y coexisten. Nosotros hablamos de corrientes de estilos y son los institucionalizados, dominantes. Cuando está en auge el superregionalismo literario en América Latina, por los finales del veinte y comienzos del treinta, subyace aplastado el proceso de las vanguardias, que más tarde se va a reconocer e institucionalizar. Es también el problema de la homologación, en el caso de los sistemas conceptuales de clase. Nosotros hablamos de una literatura burguesa en Europa, y en América* cuando nosotros vemos la insurgencia del romanticismo, del desarrollo de los géneros literarios del siglo XIX, no podemos aplicar la categoría burguesa, pues tenemos un modo de con­ceptualización feudal, esclavista de la realidad, incluso después de la independencia, a tal punto que las estructuras sociopolíticas de Amé­rica no se tocan. ¿Quiénes codifican la literatura durante todo el siglo XIX? La misma élite oligárquica, feudal y esclavista. En Brasil, la esclavitud se extiende hasta 1888, en Venezuela hasta 1854. El públi­co lector es el mismo público que retroalimenta ese sistema elitesco. No hay educación pública, hay un analfabetismo masivo, hay discrimi-

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nación racial con el indio y con el negro, incluso con el pardo. Toda­vía los pardos para entrar a las universidades latinoamericanas a media­dos del siglo XIX tenían problemas. Sabemos que éste es un fenómeno que incide naturalmente en el consumo intelectual de la literatura. Por otra parte, buscar una coherencia o una homogeneidad cultural es pre­cisamente uno de los puntos en los cuales yo estoy en desacuerdo con la metodología del trabajo, parto del principio de Lotman de definir de que toda cultura es heterogénea y de que hay una dialéctica de la cultura que está continuamente negando códigos y esa dialéctica de la contradicción de los códigos culturales es una dialéctica a la cual la literatura no puede escapar. Entonces, la coherencia apunta al sistema dominante de la conceptuación cultural y estaríamos haciendo tna historia social de la literatura desde el punto de vista de los sistemas de conceptuación dominantes. Me parece una contradicción de método. Yo preferiría que habláramos no de un método comparativo así, abso­luto en un nivel de paradigmas europeos, sino de un método contrasti- vo, es decir, ¿cuál es la diferencia, el efecto de contraste que se produce en el caso de la cultura latinoamericana, no como analogía o coheren­cia con respecto a los códigos de Europa?

Roberto Schwarz:Bueno, quiero retomar algo que dijo Jacques pero por un camino un tanto diverso. Él tiene la razón, naturalmente, cuando dice que tampo­co la cultura europea es propiamente orgánica. Ninguna cultura es real­mente orgánica, pero, creo que no se puede negar - y el latinoamerica­no lo experimenta con fuerza— que el desarrollo de la cultura europea es más orgánico que el nuestro y no podemos suprimir esta evidencia por patriotismo. Si uno toma, por ejemplo, una obra como la de Lu­kács, el panorama que él da de la novela europea depende evidente­mente del hecho de que la obra plantea en ritmos diversos, el paso del feudalismo al capitalismo, entonces él puede contar la misma historia con bases diversas en Rusia, Francia, Inglaterra, etc. Yo creo que este hecho del desarrollo continental del feudalismo al capitalismo da una cierta organicidad a la cultural europea. Este movimiento es de un tipo diverso de lo que tenemos en América Latina, y como hasta ahora la posición del mundo latinoamericano ha sido subalterna —esto efectiva­mente, na por complejo colonial sino que económica y políticamente subalterna- es inevitable que esta especie de organicidad del desa­rrollo del capitalismo en los países centrales nos parezca como una especie de casi modelo deseable-inalcanzable. Esto es parte objetiva de nuestra situación, creo que esto no hay que recusarlo como estereoti­po, lo que hay que hacer es desarrollar posiciones más complejas res­pecto a esto y no tener simplemente un complejo de inferioridad por eso. Entonces, nuestra confusión de cierta manera es un elemento de vanguardia. En parte somos interesantes para Europa hoy por eso, por­que estamos hace rato en la falta de organicidad en que Europa está entrando ahora. Éstas son cuestiones muy complejas, pero creo que

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para superar el hecho de que los conceptos europeos hayan sido nues­tra referencia no hay que perder esta referencia, hay que criticar la referencia y comprender en qué sentido fue referencia, o en qué sen­tido fue negativa, pero no sólo negativa, porque permitió pensar mu­chas cosas. Entonces, creo que ahí hay algo que hay que tomar sin prejuicios y no negar simplemente. Creo que es una cuestión que se debe criticar y comprender de manera política, que debe ser compren­dida políticamente.

Mario Valdés:Creo que Jacques se estaba refiriendo al procedimiento de trabajo nuestro, y tenemos que distinguir, por ejemplo, entre el concepto de barroco que tuvieron escritores en Hispanoamérica como movimiento importado, y la metodología que vamos a desarrollar nosotros. Creo que es importante mantener esa diferencia, Jacques rechaza los perio­dos hechos y los géneros hechos, conceptualmente hechos. Creo que se puede desarrollar perfectamente una metodología amplia que tenga en cuenta la recepción y que ponga en su lugar el concepto importado que se heredó dentro de una época.

Ana Pizarro:Me parece que no hay contradicción entre lo que plantea Jacques y las críticas a su planteamiento. En efecto, Jacques hace una crítica a los modelos organizativos de periodización que se han hecho en la histo­riografía tradicional latinoamericana —de allí la noción de “periodo ideal”— y que establecen una adecuación entre el discurso propiamen­te literario y los otros discursos históricos. Entonces, lo que él está planteando es otro criterio de coherencia para América Latina, como unidad de elementos contradictorios, dada una historia que es mucho más fragmentaria y contradictoria, de muchísimos elementos en articu­lación, mucho más dinámica, diríamos, que la que se da en otras áreas históricas. Creo que es eso.

»#

Jacques Leenhardt:Sí, estoy de acuerdo, no he privilegiado la homogeneidad sino para cri­ticarla, desde luego que es un problema difícil de resolver porque el concepto de periodo tiene, en sí mismo, el riesgo de lacerar. Ése sería el sentido de mi intervención.

Antonio Cándido:Quiero destacar algunos elementos de la comunicación de Jacques Leenhardt que me parecen importantes para nuestro designio, para lo que estamos reunidos aquí, y muy prácticos. Quiero, antes, rescatar una expresión de nuestro colega Domingo Miliani que me parece fun­damental tomar en cuenta porque cuando hablamos de comparatismo debemos tener subentendido que estamos pensando también —y a veces todo el tiempo— en lo contrastivo. En relación con ese compara-

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tismo contrastivo, quiero llamar la atención sobre algunos temas de la comunicación de Jacques que me parecen fundamentales. La comu­nicación tiene muchos elementos importantes para nosotros aquí. Creo que es algo muy importante entre otras cosas, definir los aspec­tos contrastivos que nos permiten delimitar nuestra área de ambos lados. De un lado, sabemos que nuestras literaturas están integradas a las literaturas del occidente europeo. Forzando un poco nuestro nacio­nalismo, podríamos decir que ellas pertenecen a las literaturas del occidente europeo. Por otro lado, ellas no pertenecen a las literaturas del occidente europeo por causa de los elementos contrastivos. Un gran escritor brasileño dijo que nosotros, los latinoamericanos, tene­mos la ideología del ocupante y del ocupado. Nosotros somos ocupa­dos culturalmente y recibimos cultura del ocupante, del imperialista, pero somos nosotros mismos los que representamos también ias cultu­ras imperialistas. Entonces nosotros, latinoamericanos, somos al mismo tiempo ocupantes y ocupados, porque cuando combatimos la ideolo­gía del ocupante, más tenemos la sensibilidad del ocupado, y muchas veces los instrumentos culturales que tomamos para ello son los del ocupante. Entonces somos agentes del ocupante. En ese sentido desta­caría los siguientes puntos de la comunicación de Jacques, dice:

“Aquí la importancia del papel social desempeñado por el escritor sólo es tan grande porque se le percibe a la vez como un poeta y un pensador, como un hombre de lo imaginario y de lo real.”

En ese momento creo que él está dando una de las características propias, específicas del intelectual en América Latina: la de la multi­plicidad de tareas que él está llamado a desempeñar. Él es al mismo tiempo periodista, hombre de Estado, novelista, conferencista, poeta, y los latinoamericanos aprendemos a venerar mucho a los grandes hom­bres de Estado porque son intelectuales. Entonces el intelectual, en América Latina, es venerado de una manera extremadamente ambigua. Creo que esto que señala Leenhardt debe ser considerado por nosotros.

Por otra parte, señala Jacques Leenhardt:“El ensayo pertenece tanto más a la literatura, por cuanto es la

única forma de orientación conceptual que haya podido desarrollarse en América Latina.”

Bien, creo que aquí se presenta otro problema. Cuando hay con­gresos internacionales, de filosofía, por ejemplo, los latinoamericanos llegan en una‘posición de calamitosa inferioridad, porque los ingleses, los alemanes muestran grandes pensadores: Hegel, Jean Paul Sartre, etc. Ahora bien, el pensamiento filosófico en América Latina toma muchas veces la forma de ensayo y Leenhardt señala que la importan* cía específica que tiene el ensayo en América Latina va a darle una pluralidad de funciones, que no tiene en Europa. El ensayista en Euro­pa es muy estricto, aquí el ensayo desempeña inclusive la función de orientación conceptual.

Luego, más adelante, apunta:“Sin olvidar que la novela latinoamericana, más que ninguna otra,

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y por razones que se dejan fácilmente deducir de lo que acabo de ex­plicar, ha integrado espontáneamente la forma y la disposición discur­siva del ensayo a falta de dialogar con la filosofía, del mismo modo que se ha hecho paródica y barroca a falta de hacerse afirmativa y clásica.”

Aquí hay otro elemento de importancia, y es que nuestra novela es mucho más que lo que es el género literario en Francia, en Inglate­rra. Son interpretaciones de la realidad, son visiones del mundo, son formas de acción, de tal manera que un país, una nación latinoameri­cana se reconoce a veces sustancialmente en sus novelistas, éllos la expresan. Y no siempre sus novelistas son tan buenos. Pienso, por ejemplo en los venezolanos, en Rómulo Gallegos y su famosa Doña Bárbara. El' libro hoy no me parece una novela de primerísima grande­za, pero es una novela fundamental para América, porque es una visión. Ella hace aquí lo que haría el historiador, lo que un geógrafo haría, y lo hace bajo la forma específica de la novela. Lo mismo se podría de­cir de La Vorágine de José Eustasio Rivera, que me parece un libro insuperable, y que hace lo mismo: mostrar la realidad.

Entonces, me parece que podríamos ir haciendo un catálogo de proposiciones constructivas para este análisis, que más que compara- tismo es contrastivo; lo que nos interesa aquí es el contraste, la comparación a través del contraste.

Jean Franco:Bueno, algo referente a periodizaciones.. .

Antonio Cándido:Personalmente me siento un poco inmaduro para llegar a esa etapa, tengo algunas ideas, pero ya que apareció el tema, diría lo siguiente: considerando lo que dice nuestro colega Girardot, pienso que una pe­riodización para ser menos riesgosa no debe basarse en categorías esté- * ticas, para que, dentro de ella lo estético pueda aparecer mucho más. En segundo lugar, pienso que cuanto más genérico sea el cuadro, más ri­co será el contenido. Si elaboramos cuadros que no comprometan de­masiado podremos ser más libres estéticamente. Si hago la periodiza­ción más brillante, más rigurosa desde el punto de vista marxista, por ejemplo, corto la posibilidad de que una persona que no tenga ese punto de vista la comparta. Si hago una periodización brillante desde el punto de vista fenomenológico, corto al marxista esa posibilidad. Es por eso que yo pienso que en principio, la periodización es buena, no en sí, pero hay que desarrollar mucho trabajo entre los cuadros crea­dos. La riqueza de las partes es la que va a reflejar el todo. Yo estoy pensando menos en el todo, en este momento. A él debemos llegar más adelante.

Kenneth Ramchand:Me doy cuenta de lo diferente que es este debate en las Indias Occiden-

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tales. Voy a hacer un conjunto de observaciones desde ese punto de vista.

Lo primero tiene que ver con la noción de periodización. El sig­nificado normal de esta palabra tiene que ver con el tiempo, con un proceso diacrónico, pero el profesor Cándido, está proponiendo un es­quema sincrónico, no cronológico sino horizontal, que incluye todo. Me satisface mucho poder pensar la periodización de esta manera. Pienso que necesitaríamos, desde nuestro punto de vista tanto del enfoque diacrónico como sincrónico.

Acerca de la idea de disociación entre forma artística y proceso social, deseo proponer varios aspectos. En primer lugar, debo decir que no estoy seguro que eso sea algo malo. En segundo término, no pienso que sea un fenómeno restringido a Hispanoamérica o al ámbi­to literario. Pienso que este tipo de ironía parece ser una característica de toda nuestra vida: esa separación entre las cosas que nos condicio­nan y nos determinan aparentemente y lo que realmente somos y ha­cemos. La forma artística no sólo está determinada por el proceso social, de la misma forma que nuestra vida no está únicamente deter­minada por nuestras convicciones. En tercer término, no es que haya realmente una disyunción, sino que a veces lo que ocurre es que el vínculo entre proceso social y forma artística está oscurecido, oculto, es indirecto. El historiador de la literatura debe ayudar a descubrir, a hacer manifiesta esa conexión, ésta es parte de su trabajo. En cuarto lugar, es posible que debamos revisar la idea de disyunción y pensarla tal vez como una forma peculiar de conexión. Los autores que real­mente importan en un determinado momento son aquellos que traba­jan para lograr una relación orgánica, y por eso tenemos la noción de “escritores comprometidos” . Ellos perciben la desconexión y tratan de establecer una relación. La disyunción puede verse entonces como parte de un proceso de “desfamiliarización” . Cierta literatura nos hace ver un mundo diferente de nuestra cotidianeidad: lo hace extraño, no familiar. Esta disyunción, esta falta de armonía, esta sensación de ex- trañeza que nos plantea la literatura puede ser un punto de partida invaluable en el surgimiento de una conciencia nuestra, diferente de la habitual aceptación de lo dado por la cultura europea.

Finalmente, quiero decir que en ocasiones debemos reconocer que la obra de arte existe aparentemente sin relación con el proceso social. Esto debe ser continuamente recordado por quienes trabajan sobre el fenómeno literario: que el espíritu creativo subsiste en medio de circunstancias muy adversas y no siempre está determinado de ma­nera rigurosa por el hecho social. Es un hecho que olvidamos a veces al interpretar la realidad y la obra de arte.

t

Antonio Cándido:Pienso que estamos de acuerdo en los aspectos básicos. Sólo destaca­ría que la idea de periodo a la que me referí se propone asumir

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tanto una visión diacrônica como sincrónica. Pienso que esto es muy importante.

En cuanto a la segunda afirmación, sobre si la disyunción no es algo malo, pienso que no estamos aquí para evaluar determinados hechos, sino para establecerlos. Sobre su afirmación de que la disyunción es caracterizadora de nuestra literatura, estoy de acuerdo: pienso que por definición es la forma que predomina en nuestro producto cultural complejo, mestizo, múltiple.

Franco Meregalli:La periodización es un mal necesario, es un objeto construido, pero debemos llegar absolutamente a una periodización. Ella debe tener un aspecto extraliterario, en función de una situación social, de aconteci­mientos políticos, y un aspecto intraliterario. El concepto de periodo debería ser fundamentalmente extraliterario y el concepto de movi­miento, en cambio, intraliterario. En cuanto a la comparación contrac­tiva, es natural porque hemos abandonado el concepto de influencia, de influencia del emisor hacia el receptor. Concebido como algo pasivo lo importante no es la influencia, que también existe, lo importante es la reacción, que puede ser no necesariamente negativa, puede ser una forma de aceptación.

Beatriz Garza:Respecto de lo de Leenhardt, no creo que haya ausencia de una con- ceptualidad de referencia, sino que hay que buscarla en las formas mis­mas de la literatura, entendiendo por ésta algo muy amplio. También quería decir que hay rasgos esencialmente latinoamericanos, pero habría que observar con cuidado, porque la importación de formas estéticas constituye en sí misma una forma de operación de carácter más o menos universal.

Antonio Cándido:Sólo quería señalar, brevemente, algunas ideas importantes que han surgido a propósito de la periodización. Gutiérrez Girardot ha propues­to que la nomenclatura de periodo sea de carácter más histórico-social. Franco Meregalli hace una distinción fundamental: él ve la nomencla­tura de periodo como histórico-social y dentro de los periodos estarían los movimientos y las características. Miliani da al comparatismo de la perspectiva el carácter contrastivo y, finalmente, la comunica­ción de Jacques Leenhardt aporta también a la noción de periodo. Creo que todo esto debemos tomarlo en cuenta.

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LITERATURA E HISTORIA

A n ton io Cándido*

El tema que se me pidió fue “Literatura e historia en América Latina” . Yo lo voy a abordar estrictamente desde el ángulo brasileño, pero con la pre­tensión de poder, virtualmente, extrapolar algunas conclusiones. A ustedes Ies toca decir si es posible la extrapolación. Personalmente, creo que es posible en la gran mayoría de los casos. Creo que es importante que sea posible y me gustaría fijar los puntos de afinidad discordante entre las literaturas en América Latina. Yo me voy a mantener estrictamente en el terreno de las llamadas literaturas cultas, las literaturas tradicionales de manual. Me voy a preocupar por las raíces, por el pasado. Mi exposición se dirige esencialmente al pasado.

Por eso mismo, emplear el punto de vista histórico en el estudio de la literatura en América Latina es importantísimo, necesario aunque sea para preparar otros tipos de enfoque. Esto tiene razones que desarrollaré poste­riormente y justamente por esto me parece que la historicidad específica de los hechos literarios en América Latina confieren a estos hechos algunos trazos de especificidad que los diferencian de los de las literaturas europeas.

En primer lugar, creo que la literatura latinoamericana ha sido siempre muy comprometida. Pero no utilizo el término en el sentido corriente. Nos decía ayer, muy bien, el profesor Miliani que la historia literaria de Améri­ca Latina, en muchos momentos, llega a confundirse con su historia políti­ca. Esto es claro. Éste es un tipo de compromiso diferente del que yo pro­pongo aquí. Yo digo que es comprometida la literatura cuando tiene conciencia o actúa como si tuviera conciencia de que es un factor positivo en la construcción de la cultura de un país. Entonces, desde ese punto de vista Borges, por ejemplo, puede ser tan comprometido como David Viñas. Me parece que éste es un rasgo propio de nuestras literaturas: ellas están siempre comprometidas. Por ejemplo, los poetas bucólicos brasileños del

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siglo XVIII que hacían églogas, sonetos, epitalamios, metamorfosis en estilo puramente ítalo-hispano-portugués. Desde este punto de vista estaban pro­fundamente empeñados, porque ellos querían demostrar que su país, bár­baro y retrasado, era capaz de expresarse en un lenguaje del mismo nivel cultural que el lenguaje de las metrópolis. Por esto, llego a una conclusión que me ha valido muchos sinsabores en mi país, de que la literatura llama­da “artificial” de los árcades en Brasil no es artificial, es una literatura que trasladaba a América los valores de la literatura culta del conquistador. Todos nosotros sabemos, sin necesidad de citar a Fanón, que cuando domi­namos el lenguaje del conquistador empezamos a poder conquistar al con­quistador. Esto, desde mi punto de vista, es el hecho central de la literatu­ra en América Latina.

Nosotros utilizamos los modelos refinados, aparentemente alienados, para llegar a dominar el instrumento algo misterioso que daba acceso al mundo cultural del colonizador. Esto fue muy reforzado por los momen­tos que se revelaron decisivos en la formación de muchas literaturas de América Latina. No sé si de todas, en todo caso sin duda en la del Brasil. En el siglo XVIII, la ideología de la Ilustración presuponía que una élite de hombres esclarecidos e iluminados eran detentores de la cultura y podrían, entonces, orientar y dirigir a los demás. Una concepción profundamente elitesca fue la forma de la ilustración, del despotismo ilustrado. Así que por eso, la literatura en América no se desarrolló como pensaron los críti­cos románticos, como una especie de evolución de lo popular hasta lo eru­dito. Desde mi perspectiva, ésa es una ilusión romántica. La literatura latinoamericana estaba ya lista en Europa, y miren ustedes, estaba lista en un momento de extremo rigor formal, erudito, que fue el renacimiento. Si por acaso Brasil, Argentina, hubieran sido descubiertos en el siglo XIV hubiéramos podido recoger una literatura muy marcada por valores popu­lares, de los autos, de los cancioneros, de todo eso, pero no, nosotros fui­mos colonizados en un momento de casticismo excepcional, este casticismo se trasladó a América y contribuyó profundamente a segregar a la literatu­ra protocolizada, esta literatura protocolizada creó entre ella y posibles influencias populares, un abismo increíble, que sólo fue superado en el deseo de los críticos románticos y los naturalistas que vinieron después. Por ejemplo, Silvio Romero decía que la literatura brasileña se formaba en la confluencia del aporte portugués, africano e indígena. No es verdad, la literatura brasileña se formó con la transformación de la literatura portu­guesa, con influencias laterales indígenas y africanas. Laterales, porque estas poderosas influencias fueron rechazadas, de esta manera la literatura fue odiosa, y todo este mundo que es un mundo que hay que recoger para la historia posible fue voluntariamente rechazado por nuestros creadores. No quiero hacer juicios de valor, sino juicios de realidad. Esto sucedió así, por esto la literatura en América Latina, fue una literatura muy castiza,

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culta, refinada, aparentemente muy artificial. Entonces, en estas literaturas es posible situarnos en dos ángulos opuestos: esto es considerar las litera­turas como prolongación de las literaturas metropolitanas, o lo contrario, considerarlas como ruptura en relación con ellas. Nosotros sabemos que las dos cosas son verdad. Fue un proceso dialéctico, pero hay que mencionarlo, para no caer en las exageraciones de las concepciones nacionalistas, que por nacionalismo y patriotismo llegan a imaginar que nuestras literaturas están aisladas de las metropolitanas.

En Brasil, hubo, efectivamente, críticos que decían que nuestra litera­tura viene de los indios. Decía un crítico del romanticismo que había una producción poética indígena de alta calidad que consta que había sido conser­vada y transcrita en documentos que estaban en conventos de los siglos XVI y XVII, pero después los portugueses las destruyeron por maldad y ya no tenemos más. Así que es muy relativo esto de las influencias de los indíge­nas en Brasil, creo que sabemos que nuestras literaturas son también ruptu­ras, son rupturas porque lo importante es que procedieron a una búsqueda de originalidad que terminó por hacerlos diferentes de las literaturas euro­peas. Esto se dio por su maduración interna y también gracias al esfuerzo de modificai la herencia metropolitana para ajustarla a las nuevas necesida­des expresivas. El caso, por ejemplo, de un género literario muy artificial, que viene directamente de Ovidio: en el siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, la metamorfosis fue muy cultivada en Brasil. No hay nada más artifi­cial, menos brasileño que eso. Decir, por ejemplo, que la montaña que está cerca de Ouro Freto era un titán que se transformó en monte, que tal plan­ta era una ninfa que se puso a llorar. Pero lo curioso es que a través de la metamorfosis se pudo justamente dar nombre a la naturaleza física y se pudo justamente acentuar la diferencia en relación con Europa. Por eso digo que los géneros más aparentemente artificiales, que pueden indicar y que indican en parte una subordinación servil a modelos externos, son también una posibilidad de independizarse en relación con estos modelos. Por eso el nacionalismo en la crítica es siempre muy peligroso porque es válido como una tendencia para descubrir la famosa identidad, pero es muy nocivo cuan­do lleva a la noción de la insularidad.

Yo creo que el carácter comprometido de la literatura en Brasil y segu­ramente también ein América Latina, es muy evidente cuando estudiamos las funciones históricas de la literatura y yo haría hincapié en este enfoque: la literatura a través de sus funciones. Por ejemplo, una de estas funciones que desgraciadamente refuerza el carácter un poco odioso de nuestra litera­tura es que la literatura fue en Brasil y creo que en América, más que en Europa, un instrumento muy específico de dominación. Por ejemplo, gra­cias a la literatura portuguesa, se forzó el predominio de la lengua portu­guesa. Ésta se volvió un criterio de clasificación social, de ingreso a la vida social, política y administrativa del país. La literatura se volvió hacia la

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celebración de las autoridades, de los virreyes, de los capitanes generales. Hay manifestaciones curiosísimas en Brasil, que están siendo reunidas ahora por el profesor Castelo en 17 volúmenes. Y las del siglo XVIII, son en general así: “Conmemoración en las solemnes exequias de la serenísima in­fanta Dorotea, desgraciadamente fallecida en la ciudad de Lisboa.” Es un manuscrito magnífico que está hecho en el pueblecito de Paracatú, en el siglo XVIII, con una caligrafía perfecta y secada con polvo de oro. En la aldea donde se escribió ese manuscrito se hicieron elegías, discursos, en el faustísimo evento. Es una literatura evidentemente de imposición violentí­sima de los valores sociales de la colonización, de la religión, de los valores morales, estéticos, etc. Nosotros, en la capitanía de São Paulo, éramos bilingües hasta la segunda mitad del siglo XVIII. La lengua fue prohibida por orden real, y la literatura comparecía para eso. En la correspondencia de los capitanes generales, he leído que el capitán de Sao Paulo dice al capitán mayor, que se llamaba alcalde de una aldea: “el 15 de junio es la faustísima data del cumpleaños de su alteza serenísima el Príncipe Regente de Portugal. Espero que en esta aldea los profesores, maestres regios, letra­dos y otros hagan fastos poéticos, sonetos, discursos y composiciones. Y estoy seguro que su ahínco será todavía mayor que mi deseo.” Entonces, por eso digo que la literatura compareció con fuerza de dominación. Ahora bien, veamos la otra parte. A1 mismo tiempo que la literatura era esta fuerza de dominación, simultáneamente iba incorporándose en la literatura la realidad local, como a través de la metamorfosis, manifestando senti­mientos nuevos, con el nativismo, que después se volvió nacionalismo y en nuestros días en la conciencia de los problemas sociales. Esto marcó pro­fundamente a la literatura y esto fue la reacción interna de esta subordina­ción externa. Así por ejemplo, nace el hijo del capitán general de Minas Gerais, el conde de Caballeros, entonces el poeta Alvarenga Peixoto, que es un árcade importante hace un famoso canto épico al nacimiento del hijo del general y dice: “Mire Señor Capitán, hijo que nace ahora, es brasileño, nació en Brasil” —y todo esto en una forma clásica perfecta en decasílabos camonianos. “ Señor Capitán, cuando este niño llegue a ser hombre quizás es él quien lo dirá, no yo: mire, yo soy de un país donde hay tanto sufrimien­to, donde hay razas diferentes, las riquezas están hechas por el negro, por el indio que están completamente privados de los bienes de la sociedad. Hay que ver a estos hombres. El oro que las metrópolis sacan de este país para su gloria, para la grandeza de su reino, sin duda es una maravilla, pero este oro, quizás pudiera quedar en su mayor parte acá.” Entonces, le dice: “Mire, Señor Capitán General, es posible que esto diga su hijo cuando sea hombre y se haga una celebración más por la riqueza del reino.” Yo digo, entonces: esos mismos instrumentos que reforzaban la dominación empe­zaban a crear un proceso contra la dominación, y por eso, creo que en el estudio de la literatura latinoamericana hay una categoría fundamental que

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debe ser considerada, que es la categoría de la ambigüedad. En la literatura brasileña hubo casos muy curiosos de conflicto entre la intención explícita y la estructura profunda, que llegaban a crear un doble significado. Voy a citar el caso de dos poemas épicos brasileños del siglo XVIII, el Uraguay —el nombre de un país que el poeta desconocía— de 1769, y el Caramurú —que es un nombre indígena— de José de Santa Rita Durão, de 1781. Los dos tienen por finalidad celebrar la conquista del Uruguay, la conquista de las siete misiones y parte de Argentina. También a glorificar el conde de Bo- badela, que es el capitán general y después virrey para la conquista del sur. Atacará a los jesuitas porque el marqués de Pombal, déspota ilustrado de Portugal era enemigo de los jesuitas. Los pobres indios, pobres diablos primitivos eran burlados por los jesuitas y encontrarían en el paternal conde Bobadela y el marqués de Pombal, y de Portugal, finalmente el estado que los sacaría de la miseria en que vivían en la naturaleza. Este es el tema, pero el resultado es diferente, porque en la descripción el poeta adhiere profundamente a la realidad natural del indígena. De allí que resulta una especie de honor ante la razón de estado que lleva a los ejércitos a des­truir a esta pobre gente. Esto, estructuralmente, se ve de una manera muy curiosa. En el Canto II él describe el desfile de las tropas luso-brasileñas, portuguesas: los uniformes de los dragones, de los granaderos, el oro y el azul, el rojo y el negro, el verde y el blanco, el cañón que es arrastrado, el “rauco sol de la airada artillería” que se va. En el Canto III él describe el desfile de los indios en su aldea: el blanco y el verde de los indios, el azul, el dorado, el negro y el ro jo .. . Cuando pasa la caballería portuguesa dice: “el tropel de los velocísimos caballos” . Cuando describe la caballería india dice: “tropel confuso de caballería que combate desordenadamente” . La caballería organizada y la caballería desorganizada: el tropel confuso de caballería que combate desordenadamente y el tropel de los velocísimos caballos. Entonces resulta que de la oposición, del tratamiento de las dos realidades, estructuralmente el mundo indígena está valorizado contra el mundo luso-brasileño. La belleza de los uniformes es compensada por la belleza de las plumas. El caso más curioso es el de Caramurú, un poema muy largo que tiene trozos magníficos, allí el portugués —Caramurú— que fue el descubridor de la capitanía de Bahía se casó con una india, Paraguazú. En este casamiento se basó el rey de Portugal para decir que tenía derechos porque Paraguazú, como princesa indígena, había hecho donación al portugués de las tierras. Allí el caso está profundamente an­clado en la estructura. Toda la glorificación es de la conquista portuguesa. Toda la organización del poema es la valorización de la naturaleza local del indio. Lo más curioso es que cuando este matrimonio se va a Francia, lo que es un hecho —son los indios que estuvieron con Montaigne y de los que habla en el capítulo XXX del primer libro de los Ensayos, “Des Can- nibales”, el ensayo famoso— fueron recibidos por Enrique II de Francia, y

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él bautizó a la india, y le dio el nombre de Catalina, por Catalina de Mé- dicis, su esposa.

En el poema portugués, Diego Alvarez Correa, Caramurú, narra a los franceses la belleza del mundo brasileño y la organización perfecta de la vida de los indios, como si dijera que no son salvajes y que tienen una organización natural equivalente a la de ellos. Mientras, la historia de la conquista, los hechos de armas portugueses, es narrada por la india. Hay un cruce, en que el europeo se identifica con el local y la india con el europeo.

Esto solamente para decir que yo creo que la utilización aparentemen­te mecánica y servil de los modelos europeos fue nuestra manera de crear a nuestra literatura y de transformarla en una expresión propia. De tal ma­nera que del indianismo, por ejemplo,'tendencia romántica brasileña de los años 1830-1860 copiada en gran parte de Chateaubriand, un comparatista podría decir que es una copia de Chateaubriand, pero la verdad es que aun­que en el Brasil hubiera una especie de Chateaubriand, el indianismo sería completamente diferente, porque el indianismo no funcionó en Francia como apoyo para desarrollar la conciencia nacional. En realidad, el india­nismo, no en la apariencia estética sino en la función histórica es algo com­pletamente diferente, y es una creación nuestra, no europea.

Y yo creo que esto de la función histórica deja claro el compromiso con la historia. Hay que decir, como una parte complementaria que estas tendencias nos llevaron a excesos de nacionalismo y ahora estamos intere­sados en otra etapa, que es construir otras visiones globales que no sean las visiones globales nacionales, sino las visiones continentales. Por eso estamos acá. Ahora —y esto es sobre todo autocrítica— yo temo que nuestra ten­dencia globalizadora lleve a un desinterés simultáneo por el análisis particu­lar de los textos. Nosotros estamos desarrollando cada vez más teorías lite­rarias de América Latina —y hay ejemplos brillantes— que son visiones de conjunto que nos ponen en el estado en que están Brasil y las historias nacionales de literaturas en el siglo pasado. Así, como estas historias, quizás este esfuerzo nos lleve a escribir y a esclarecer lo esencial que es el análisis específico de los textos, a superar las clásicas dicotomías de formalismo y contenidismo y en América Latina las de nacional y cosmopolita.

Finalmente, diría que quizás no tengamos todavía los elementos para organizar una historia literaria global latinoamericana, como decíamos, pero esto es un esfuerzo de parte de nuestra voluntad. Hay un voluntaris­mo muy grande en la creación de un punto de vista a propósito de una lite­ratura. Creo que también el pasado de nuestras literaturas nos puede ayudar. Porque los poetas de los siglos XVIII y XIX decían: nosotros queremos crear una literatura de nuestros países, y la crearon; queremos que exprese a nuestro país, y lo consiguieron, con instrumentos importados, lo que no les quita originalidad. Nosotros podemos, quizás, hacer lo mismo. Yo les pido disculpa por haber excedido en el tiempo y por el español.

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LITERATURA E HISTÓRIA NA AMÉRICA LATINA (DO ÂNGULO BRASILEIRO)

A n ton io Cándido

1. 0 estudo da literatura na América Latina lucra com o emprego de um ponto de vista histórico, inclusive como preparação para outros tipos de in­vestigação. Isto, porque na América Latina, a partir de certa altura, a litera­tura foi muito consciente do seu papel de instrumento para adquirir cons­ciência dos problemas sociais.

Estes traços lhe dão um caracter que não existe com o mesmo grau de intensidade nas literaturas matrizes da Europa, pois são próprios de países novos, ou de países que estão definindo a sua entidade nacional.

2. Por isso, a literatura na América Latina sempre foi “comprometi­da” , mas em sentido especial. Uso aqui este termo para indicar, não tanto um desígnio ideológico, mas o empenho em contribuir para a construção da nacionalidade através da cultura. Sob este aspecto, o “compromisso” central foi a constituição de uma linguagem culta, que desde o tempo da Colônia permitiu incorporar a expressão da terra nova ao universo cultural dos países colonizadores. Ao mesmo tempo, usar a linguagem do coloni­zador foi adquirir armas para definir a identidade do colonizado e reivin­dicar a sua autonomia.

No século XVIII as tendências da Ilustração favoreceram aqui este sentido da literatura, destacando nela a capacidade de “esclarecer” e o cunho nobilitante da cultura. Para os nossos “ilustrados” , a escrita parecia um instrumento de elevação e dignidade do país politicamente subordina­do, por meio da ação das suas elites. Isto contribuiu para que na América a literatura adquirisse um acentuado cunho de “casticismo” e refinamento, perdendo qualquer conexão mais funda com possíveis contribuições popu­lares. (Embora os críticos do século XIX tenham criado, a partir do Roman­tismo, a explicação ilusória de uma literatura formada pela convergência da contribuição européia com as indígenas e, nalguns casos, africanas.)

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3. Para estudar a literatura na América Latina há dois ângulos que podem gerar dois tipos de teorias e metodologias. Ambos são válidos e não devem ser considerados mutuamente exclusivos; e sim que correspon­dem a dois “momentos” dialéticos do processo global:

a) a literatura como prolongamento das literaturas metropolitanas —eb) como ruptura em relação a elas.As nossas literaturas são “prolongamento” porque se ligam organica­

mente às do Ocidente, transplantadas para aqui já constituídas (singulari­dade que deve ser levada em conta). Umas e outras formam um todo cultu­ralmente afim, quando comparado com as de ciclos diferentes. No entanto, esta verdade era política e afetivamente incômoda para as jovens nações, tornadas independentes no século XIX. Daí o esforço para afirmar uma peculiaridade extrema, que reforçava as razões da Independencia, mas não deve hoje obliterar a visão do estudioso.

Ao mesmo tempo, as nossas literatura são “ruptura” , tanto politica­mente (como consciência de separação), quanto esteticamente (como pro­cura de originalidade). Neste sentido não são mais literaturas européias praticadas no Novo Mundo, pois ganharam timbre próprio, não apenas devido à sua maturação interna, mas ao esforço de modificar a influência permanente das metrópoles, a fim de se ajustar às novas necessidades ex­pressivas.

Sendo assim, o nacionalismo é válido enquanto tendência, mas nocivo quando se nutre da ilusão de insularidade, ou quando procura reduzir a literatura ao pitoresco provinciano. Por motivos políticos, forçamos fre­quentemente o ponto de vista nacionalista, que, levado ao extremo, toma inexplicável o processo literário na América Latina, na sua dielática de pro­longamento e ruptura.

4. O caráter “comprometido” da literatura na América Latina se evi­dencia quando estudamos as suas funções históricas. Uma delas: mais do que na Europa, nas colônias, onde gestavam futuras nações, a literatura foi um instrumento de dominação. Por meio dela o colonizador forçou o pre­domínio da sua língua (que se tornou critério de classificação social), suge­riu e impôs a celebração das autoridades, o respeito à sua religião, o culto dos seus valores morais e estéticos. Foi uma literatura praticada por cléri­gos, capitães, funcionários, letrados que, ou pertenciam à classe dominante, * ou se identificavam a ela, exprimindo a visão de mundo transplantada. Isto acentuou a tendência (já assinalada) para o refinamento, o eruditismo, o jargão esotérico que restringia a comunicabilidade à minoria de partici­pantes do tipo de cultura que predominava.

Mas simultaneamente ela foi incorporando a realidade local e manifes­tando sentimentos novos, como o nativismo, que chegaria mais tarde ao nacionalismo e, afinal, à consciência dos problemas sociais. E como os instru­mentos expressivos iam tambén sofrendo alterações e adaptações, gerou-se

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no movimento contraditório de um processo coeso a expressão ambígua, capaz de expressar a ambígua realidade. De tal maneira que em muitos casos a literatura celebrativa e conformista deslizou para a literatura reivi- dincatória, e o preito ao colonizador se tormou rebeldia do colonizado.

O mais interessante é que isto ocorreu às vezes na mesma obra, -que podia apresentar um plano ostensivo de louvor da colonização e, nos planos profundos, a presença virtual do ponto de vista “americano” contra a im­posição política. É o que aparece, por exemplo, em dois poemas épicos brasileiros, o Uraguai, de José Basilio da Gama (1769), e o Caramuru, de José de Santa Rita Durão (1781), nos quais se percebe o conflito latente entre enunciado e estrutura.

5. Assim, o movimento de reforço das posições de domínio podia suscitar, como contrário, um fermento que as rejeitava. Daí, nas literaturas da América Latina, a alienação aparente ser por vezes ingrediente de liber­tação. Forçando um verso famoso, poderíamos dizer —“Sur des pensers nouveaux faisons des vers antiques” , para sugerir como o emprego de for­mas européias estabilizadas pôde servir com êxito para exprimir sociedades novas.

Um dos traços próprios do nosso processo literário é este vínculo entre modelos estéticos impostos e a preocupação de exprimir o “sentimento nacional” , configurando um processo bem diferente do que ocorreu na Europa. Mesmo quando a nossa literatura não era essencialmente diversa das metropolitanas na aparência estética, era-o na função histórica. Por exemplo: a descrição da paisagem foi aqui reivindicação de identidade nacional, afirmação de uma peculiaridade que se desejava ressaltar, mesmo quando encarnada em recursos expressivos iguais aos europeus. Um dos poemas mais populares do Brasil, a “Canção do exílio” do poeta românti­co Gonçalves Dias, manifesta esse desejo de dizer algo novo com recursos herdados; e isto o tornou uma espécie de hino nacional do sentimentalis­mo patriótico.

6. Literaturas como estas, profundamente “comprometidas” (no sen­tido amplo de contrução de uma cultura), deven ser encaradas no seu mo­vimento dialético, essencialmente integrador, para poderse avaliar a sua função histórica nas diferentes etapas. Neste nivel surge o problema dos periodos, os “momentos” ao longo dos quais elas se constituem e diferen­ciam. Problema que tem sido um terreno fértil de debates, pois cada época e cada crítico costumam selecionar os que lhes parecem “mais” , ou “menos” nacionais; “mais” , ou “menos” alienados; “mais” , ou “menos” caracterís­ticos do país. Assim, para alguns o Barroco seria congenial à América Lati­na; ou o Romantismo, que selou a libertação política; ou os regionalismos, manifestações “tipicamente” nacionais; ou as correntes modernas de vanguarda, que teriam pela primeira vez produzido obras capazes de pro­jeção universal.

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Mas em todos estes juízos de valor, talvez o estudioso se deixe levar por ilusões, devido ao fato de náo analisar devidamente a função histórica. E claro que as preferências estéticas são legítimas, mas devem ser associa­das a esta análise, a fim de se chegar a um resultado mais objetivo. A afir­mação costumeira que este ou aquele “momento” possue maoir ou menor autenticidade nacional pode trazer no subsolo o pressuposto (super-idea- lista) de uma espécie de “alma nacional” , mais patente em dado momento literário (o latinoamericano sendo “barroco” , ou “lírico”, ou “melancóli­co”, ou “primitivo”). E acaba-se numa busca de essências.. .

Exemplo: as tendencias arcádicas e neoclássicas da literatura brasilei­ra, na segunda metade do século XVIII e começo do XIX, foram e ainda são muitas vezes encaradas como manifestações de artificialismo alienador, expressões da situação colonial, subserviência à Metrópole. O corretivo teria vindo com o Romantismo, que exprimiu valores locais e revelou a paisagem e o homem do Brasil. No entanto, ambos os períodos são igual­mente tributários dos modelos europeus, e a poesia bucólica é tão artificial na América quanto na França ou na Espanha. Adotar esta convenção, era instalar aqui um tipo de manifestação cultural que elevava a Colônia ao universo da Metrópole; e graças à forças de ambigüidade já referidas, permi­tiu exprimir uma situação político-cultural igualmente ambígua. Vistas as coisas deste modo, Arcadismo e Romantismo formam um contínuo, no qual a ruptura estética coexiste com a unidade do projeto histórico-cultural, que era construir na Colônia, e depois na jovem Nação, uma literatura que provasse a sua capacidade de integrar-se no concerto dos países civilizados.

7. Assim, o “compromisso com a história” , por parte dos estudiosos, é devido à consciência do caráter “comprometido” das literaturas latino- americanas, que leva a encará-las do ângulo da sua “função”. Daí derivam alguns perigos, para os quais o estudioso deve estar atento, mas que é difícil evitar no estado atual dos nossos trabalhos e conhecimentos: a hipertrofia do político e o descaso pela análise do texto. Na verdade, reconhecer a im­portância do ponto de vista histórico, para ver a literatura como elemento do processo de construção da cultura e da sociedade na América Latina, não deve levar a desconhecer que os pontos de vista formais (não formalis­tas) compõem com ele a atitude integradora, que permite estudar a litera­tura sem mutilar a sua realidade, que é estética.

8. Quanto à hipertrofia do político, lembremos que a posição nacio­nalista pode ser devida a um intuito mais ideológico do que estético. Preso à necessidade de afirmar e reafirmar a independencia, neste continente sem­pre dominado por interesses e froças estranhs, o estudioso procura ressal­tar os conteúdos locais, o ânimo de rebeldia, a rejeição dos imperialismos. E esta atitute justa o faz muitas vezes desinteressar-se*da performance propriamente literária.

9. De maiores consequências talvez seja uma tendência que estáse

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acentuando entre estudiosos latinoamericanos, à medida que se procura pensar as literaturas do continente como um conjunto: refiro-me às visões globalizadoras.

E notorio atualmente o esforço para elaborar uma teoria literaria da América Latina. Sendo um traço importante do nosso pensamento crítico, isto pode nao obstante favorecer outro traço, este, bastante negativo: a falta de interesse simultâneo pela análise particular dos textos, de maneira con­dizente com o ângulo das visões teóricas e históricas globais. O que temos visto quase sempre sáo, de um lado, as interpretações gerais; de outro, as análises particulares de cunho formalista, desvinculadas delas.

Assim, constituem-se duas famílias de estudiosos: os interesados pelo ângulo histórico-social, que tendem às visões globais ou às análises particu­lares esteticamente insatisfatórias; e os interessados na economia dos tex­tos, que tendem às soluções formalistas. Náo sei bem quais seriam as so­luções adequadas, e apenas vejo aqui e ali indícios de interesse por análises particularizadas do texto que procurem investigar a estrutura literária por meio de categorias interpretativas que levem em conta a sua face socio- cultural.

Tais estudos pertenceriam a um tipo integrador, capaz de correspon­der à natureza do processo literário na América Latina, como se procurou caracteriza-lo nestas notas. Eles permitiriam levar em conta a ambigüidade dos textos, náo apenas no nivel das tensões do discurso (tão ressaltadas pela crítica anglo-norteamericana dos anos 30 e 40), mas das tensões de estrutura, gerando significados complexos que só podem ser entendidos se levarmos em conta os elementos da personalidade e da sociedade, transfor­mados em substância “específica” da obra. Isto talvez ajudasse a superar as dicotomias do tipo “ formalismo” x “ conteudismo” no tocante aos textos, como ajudaria, nas visões globais, a superar as dicotomias do tipo “nacio­nal” X “ cosmopolita” , que seriam vistas integradamente no funcionamen­to do processo.

10. O “ cosmopolitismo” pode ser perigoso quando corresponde a uma atitude alienadora, que nos afasta do nosso país, fazendo desconhecer os seus valores e a,sua realidade; e em consequência, náo perceber quais sáo os seus problemas. Mas será construtivo se for uma penetraçáo em profundi­dade nas obras universais que ajudam a sermos “cidadãos do mundo” . Ángel Rama mostrou como, no Uruguai, a “geração crítica” desenvolveu a sua consciência pela assimilação das obras estrangeiras e descobriu a Amé­rica Latina como dimensão intermédia, acima da nacional, mas abaixo da universal, o que lhe permitiu ao mesmo tempo rejeitar a acusação de estran­geirismo e tomar conhecimento da realidade do continente.

Reciprocamente, o regionalismo não é grave quando leva a procurar os traços peculiares do país, para definir a nossa identidade; mas será perigoso se gerar um provincianismo que compromete a visão universal. Estes casos

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ajudam a entender a importância de se pesquisar a função dos movimentos, das tendencias e das obras, e nos levam a perceber que nos estudos literá­rios deve haver um sentimento de oportunidade histórica: quando podere­mos dispensar a mediação mais ou menos intensa das culturas estrangeiras, sem perder a posibilidade de construir a visão do mundo?

11. Na fase atual, talvez ainda não tenhamos um sistema organizado de conhecimentos para elaborar uma história global das literautras latino- americanas, que seja esteticamente satisfatória e atenda aos requisitos da\ visão histórico-social. Por isso fazemos tentativas, que no fundo são mais per­tinentes do ponto de vista político (digamos assim em sentido bem amplo). Trata-se de um momento inicial que suscita uma modalidade peculiar de literatura comparada, porque o seu objeto é um conjunto de países que de­sejam salientar os seus pontos de afinidade. Não devemos descurar a pesquisa desta unidade, por mais relativa que seja e por mais limitações que tenha.

Talvez haja nisto o risco (fecundo) de “inventar” de modo meio arbi­trário uma visão integrada que não se justifique plenamente de maneira objetiva, dada a importância das diferenças. Mas esta “ invenção” é huma­namente mais válida do que a capitulação céptica, que, ao acentuar exces­sivamente a diversidade, transforma a diferença em incompatibilidade. Ora, a unidade depende também da vontade consciente; no caso, dos escritores e estudiosos. Assim, os nossos românticos quiseram criar uma literatura na­cional e afirmaram tê-lo feito. Descontando a quota de ilusão, foi um pro­gresso, não apenas histórico, mas estético, porque desenvolveu a atitude de pesquisa e liberdade.

Assim como as jovens nações latino-americanas lutaram no tempo da Independencia para afirmar a sua identidade, hoje é todo o continente que procura definir a sua. Inclusive no terreno literário. O melhor esforço dfeve ser neste sentido, avaliando o peso do político no estético (dadas as pecu­liaridades do continente) e tecendo uma teoria literária da América Latina, que reflita o movimento da sua história, - lu ta constante e contraditória, primeiro para se diferenciar internamente em nações; depois, para construir uma unidade continental que respeite a força criadora da‘diversidade.

Discusión

Franco Meregalli:Otra observación respecto del voluntarismo. Yo creo que hay una vo­luntad política. Es perfectamente comprensible, inevitable y positivo. Ahora hay problemas en compaginar la voluntad política con la obje­tividad científica. Claro, la objetividad científica es una utopía porque cada persona, cada empresa se realiza desde una óptica y en una deter-

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minada situación histórica. Sin embargo, creo que tenemos la obliga­ción de aspirar a una objetividad científica. ¿Cómo? Con una actitud epistemológica muy crítica. Desde luego la objetividad científica se puede realizar más específicamente en las ciencias experimentales. El hecho de tener una voluntad política puede ser peligroso, puede llevar­nos a una imagen falsificada de la realidad histórica. Por lo tanto, tenemos que volver, en cierto modo, a un método positivo.

Mario Valdés:El profesor Cándido empieza señalando el carácter comprometido de la literatura en América Latina y señala que esto se puede apreciar al estudiar sus funciones históricas. Estoy totalmente de acuerdo. Aquí tenemos claramente expuesto un punto de partida para el trabajo. La función histórica es una forma de entrar al trabajo, al que hacer de la historia literaria. Y como dice el profesor Cándido, el punto de partida tiene que ser el estudio del texto literario, a partir del cual el texto se puede generalizar. Yo quería preguntarle al profesor Cándido, ¿cómo se pudiera elaborar brevemente lo que él entiende por la función histórica?

Antonio Cándido:No sé si seré capaz. Aquí por función histórica estoy interesado en crear una eventual discrepancia entre la apariencia estética y la función que la obra desarrolla o ejerce. Así, por ejemplo, en el caso extremo resulta curioso cómo a veces en América Latina hay que estudiar obras que son artísticamente poco valiosas, pero que son históricamente muy respetables. En Europa no creo que sea el caso. Un escritor francés, como Proust, por ejemplo, no está pensando que está contribuyendo al progreso de su país al escribir. Mallarmé no piensa que ahora con él Francia va a entrar a un nivel superior de civilización. Mientras que un escritor brasileño, por ejemplo, siente que tiene explícita o implícita­mente la idea que su obra posee una función específica. En este caso estaba pensando, sobre todo, en las fases formativas, donde la litera­tura tiene la función de crear la nación porque está haciendo su aporte en el sector de la cultura. Esto puede extenderse mucho más, la fun­ción depende de un análisis más profundo de la estructura de la obra. Por ejemplo, si yo tomo el poema que cité, Caramurú, este poema fue siempre considerado un logro de la colonización portuguesa, con el nativismo normal que todos los escritores americanos tenían y tienen, hay una referencia a la tierra, a la naturaleza, pero la estructura pro­funda de organización muestra un dilaceramiento de la personalidad literaria. Esto se revela en el análisis de las estructuras profundas del texto, cuando se ven las contradicciones entre el papel de Portugal y la visión de un americano, donde se ve la función que el indio ejerce expresado en Europa y la función que ejerce el portugués expresado en América. Este estudio estructural demuestra que además del nivel semántico ostensivo del texto hay una función que puede desempeñar,

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y que se desempeña, y que está basada en la ambigüedad. A fines del siglo XVIII fue considerado un logro de la colonización y cuando llegó el nacionalismo fue considerado como el precursor de la idea de pa­tria. Fue considerado legítimamente las dos cosas: cuando se era colo­nia, socialmente el lector de la colonia fijaba un aspecto del poema, y cuando las condiciones del país cambian, y a medida que se torna independiente, cambiaron las lecturas del texto. Pero esto fue posible porque esto estaba latente en la estructura profunda del texto. La estructura se lo permitió, porque hay otros poemas donde eso no era posible. V

Luego, cuando los románticos dijeron: éste es nuestro precursor porque hablaba de los indios, el crítico moderno dice: éste es nuestro precursor, no porque habla de los indios, sino porque creó una estruc­tura ambigua que refleja, de cierta manera, la ambigüedad del mundo colonial y q\ie hace que el verbo castizo de Europa —separado de la to­talidad de la nación, funcionando como instrumento de dominación de una pequeña clase todavía en la medida que es un texto literario válido- recoja posibilidades de revelación de la realidad, que se van manifestando según las posibilidades de lectura que se van desarrollan­do en el suceder de la historia.

Hugo Achugar:¿Sería válido como descripción de la noción de la función histórica, el decir que es el modo como la situación de enunciación organiza el dis­curso, es decir, como la organización del discurso está conformada, en parte, por la situación desde la que se enuncia la obra?

Antonio Cándido:Quizás sea posible. Es una manera muy eficiente de decirlo. La situa­ción ofrece al escritor un conjunto de estímulos que lo llevan a escoger un asunto, un tema, pero al mismo tiempo, su hacer recoge en profun­didad la verdad que allí está. Debo decir que es muy difícil.

Desgraciadamente, como señaló el amigo Miliani, soy sociólogo de formación y, por lo tanto, tengo una ignorancia lingüística increíble. Creo, sinceramente, que sin una buena formación lingüística es impo­sible hacer el tipo de análisis que preconizo. Un estudiante me dijo hace varios años: “Profesor, antes que usted empiece, quería decir que considero su curso en este año, 1975, como un completo fracaso, por­que usted no fue capaz de realizar nada de lo que se propuso. Usted quiso mostrar de qué manera las condiciones de situación interesan en la medida en que se forman estructuras diferentes, no presencias parale­las entre literatura y sociedad”. Que aquello que situaciona la creación del texto, se vuelve texto mismo. “El texto —cabe la distinción entre lo estético» documental, etc.—, es una singularidad donde la realidad es transformada en algo completamente diferente, que ya no es la rea­lidad, pero que expresa esta realidad”. Entonces, digo, aquello que es externo, ya no es más externo, es interno. Mi curso era de literatura e

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ideología, entonces mi alumno señaló: “Usted fracasó completamente, no sé si tiene conciencia de esto.” Yo respondí simplemente: “ Lo que me dice usted me demuestra dos cosas. Primero, que usted es un mu­chacho de buen carácter porque le voy a dar la nota ahora. Segundo, no me gusta oírlo, pero en parte tiene usted razón, esto viene de mi falta de formación lingüística. Soy como Moisés, que vio la tierra pro­metida, pero no pudo entrar.” Creo, inmodestamente, que si tuviera los instrumentos lingüísticos y semióticos necesarios, yo y los que tam­poco conocen la lingüística, seríamos capaces de hacer esta tentativa de mostrar que lo interno y lo externo desaparecen.

Ana Pizarro:Yo quería referirme a la intervención del profesor Meregalli. Quiero entender que cuando el profesor Meregalli plantea que a nosotros nos anima una voluntad política, evidentemente no se trata de una volun­tad político-partidista, sino de la concepción de voluntad política que desarrollaba ayer el profesor Cándido. Es decir, una voluntad política que apunta a buscar una coherencia, a buscar una unidad orgánica de similitudes y contradicciones en el discurso literario que finalmente nos entregaría esa imagen de América Latina que queremos aprehender conceptualmente, es decir una voluntad política, una función política que es esencialmente comparativa.

Antonio Cándido:Ayer había aclarado lo que entiendo por política. Porque yo creo sin­ceramente que nosotros podemos hacer dos cosas. Así como podemos estudiar las literaturas brasileña, uruguaya, argentina, etc., como conti­nuidad en relación con Europa y como ruptura, así también podemos escribir una historia de las literaturas latinoamericanas acentuando su universalidad. Esto es posible. Entonces un peruano diría por ejemplo: la literatura peruana no tiene nada que ver con la brasileña, mire las diferencias. Allí hay una actitud voluntarista que es política. Es claro que hay diferencias, y a nosotros nos gusta cultivar las diferencias, pero acá, nuestro proyecto es político en el sentido de que vamos —no a inventar— pero a acentuar las afinidades. Lo que sí vamos a inventar es la interpretación general.

Hay una‘verificación. Yo creo, por ejemplo, que el hecho de que la literatura sea un factor de dominación es evidente para toda Améri­ca Latina. El hecho que en América Latina la literatura funcione de una manera comprometida es un hecho real y concreto. El hecho de que la parafernalia clásica del arcadisino se transformó, en América Latina, en un nacionalismo es curioso para un europeo, porque en Europa sim­plemente el arcadismo se terminó, mientras que en Brasil el indio fue, de cierto modo, la continuación brasileña del pastor bucólico. En Europa no hubo el aprovechamiento de lo artificial clásico para trans­formarlo en lo nacional americano. Entonces, vamos a descubrir esos rasgos. Por eso estoy muy interesado en lo que dice el profesor Leen-

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hardt. Él puso el dedo sobre el punto fundamental, sobre los aspectos en que el ensayo en América no es lo mismo que en Europa. La novela en América puede no ser lo mismo. Hay una serie de cuestiones que ya muestran afinidades por encima de las diferencias, y al mismo tiem­po demuestran la diferencia esencial con Europa, con la cual, por otra parte, estamos vinculados orgánicamente. Porque si yo pienso en la literatura brasileña y la literatura italiana, ellas son completamente diferentes. Pero si yo pienso en la literatura japonesa o birmana, la lite-

siglo de cultura, nosotros seguimocultura europeo. Es cosa de niveles, y yo creo que de la misma mane­ra como nosotros en Brasil somos tan diferentes regionalmente —Angel Rama decía que no había un Brasil sino diversos, y que la literatura de Rio Grande do Sul es más cercana de la literatura de Argentina que la literatura de Pernambuco, del Nordeste— y hacemos un esfuerzo para crear la unidad de su literatura así vamos a hacer nosotros acá. Un crí­tico de Rio Grande do Sul dice que no hay una literatura en Brasil, que hay diversas variaciones literarias regionales, pero reconocemos, al mismo tiempo, que es una misma literatura. Este esfuerzo hay que hacerlo, y es un esfuerzo político en este sentido. Es un esfuerzo en la medida que afirma la unidad sin ignorar las diferencias, en la medida que no quiere subordinarse servilmente a patrones importados desde Europa y reconoce su afinidad orgánica con Europa. Es cosa de niveles.

K. Ramchand:Deseo hablar sobre la relación metrópoli-colonia en las Indias Occi­dentales, relación que, sin ser idéntica, se asemaja a la de los países latinoamericanos. Por siglos leimos la literatura inglesa. Hoy reconoce­mos que ella y todo el sistema educacional funcionaron como elemen­tos colonizadores y factores de control político. Hoy vemos también el poder descolonizador de la literatura de las Indias Occidentales.

Pienso que el profesor Cándido estaba refiriéndose a ese proceso de descolonización. Evidentemente no se trata de uña tarea guiada por una línea de objetividad científica o por parámetros universales. Sin embargo, sentimos que había una realidad que nos era necesaria y de­bíamos buscar a toda costa. Un libro sobre la subjetividad de la crítica me ayudó a resolver este complejo de subjetividad que pesa sobre no­sotros. Al leerlo, advertí que lo que había sido impuesto sobre nosotros como objetivo universal y clásico era tan subjetivo para otras personas. ¿Existe entonces una verdad científica absoluta? La “objetividad” tiene algo que ver con un consenso cultural que valida premisas* que tienen algo subjetivo. Consecuentemente, el interés de nuestra litera­tura en una revaluación de nuestro mundo, no es un proceso que puede ser descalificado por subjetivo. El consenso del grupo pensante de nuestros países valida este proyecto. Podemos tomarlo como una hipótesis científica.

ratura brasileña es casi lo mismo

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Por otra parte, veo una preocupación por una crítica formal, una crítica que preste atención al lenguaje y a la estructuración de la obra, es un interés que creo debe ser absolutamente respetado.

Antonio Cándido:Es una observación personal muy interesante. Creo que usted está planteando el problema de cómo ve usted esta especie de correlación entre enfoque a través de la forma para llegar a lo importante, diga­mos, de los significados. En la primera parte, cuando usted dice que reconoció muchas afinidades entre el proceso que yo describí y el que describió usted, sí, sin duda, pero, también me llamó la atención lo contrario: cómo el proceso que yo describí para la formación de las literaturas en el siglo XVIII es lo contrario de lo que describió usted para las Indias Occidentales. Ahora, en las Indias Occidentales -y eso es muy importante— los escritores, los hombres conscientes están crean­do estructuras significativas, están de cierta manera creando una len­gua diferente de la inglesa, están incorporando, dando dignidad, status a las formas dialectales, al patois, pidgin english, todas esas cosas, de manera que la literatura que se crea, me parece, es una literatura muy anclada en la vida de la totalidad de la población. Mientras que el pro­ceso que yo describí en Brasil fue lo contrario. El proceso en Brasil fue obra de una élite que rechazó lo más posible las formas populares, rechazó los aportes indígenas y se creó un lenguaje culto, ese famoso casticismo que todos nosotros tenemos y que llega al ridículo: las for­mas de la correspondencia, del discurso, del trato personal es muy solemne en América Latina. Por supuesto en Brasil, hasta la vanguardia de los años veinte —lo que nosotros llamamos modernismo— imperaba en toda la literatura. Es lo contrario. Entonces, me parece mucho más simpático el proceso de las Indias Occidentales. El proceso es actual —en el siglo XX, en donde hay una conciencia democrática mucho más desarrollada— y la literatura se hace incorporando lo popular, mientras que nuestras literaturas lo conquistaron posteriormente con una lucha terrible que todavía sigue, porque son literaturas tremendamente aris­tocráticas, ésa es la verdad.

Jacques teenhardt:Quisiera agradecer al profesor Cándido por haber desarrollado lo que nosotros necesitábamos, esto es, por desarrollar la voluntad política en una voluntad teórica y metodológica. Por eso me parece importan­te tomar uno de esos conceptos que él nos propone para leer a la lite­ratura latinoamericana en el marco de lo que se ha llamado aquí el comparatismo contrastivo. Por eso me parece que habría que apuntar a esas funciones históricas de la literatura. Mi alusión al ensayo parece entrar totalmente en este tipo de tratamiento de la materia literaria en el marco de América Latina. En segundo lugar, me parece que el con­cepto de discrepancia entre lo estético y la función social también es

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para nosotros una noción de base para la descripción de la literatura. Me parece, a propósito de esto, que habría que distinguir la ambigüe­dad —que se produce en el proceso de producción estética— de la ambivalencia, de la polisemia, que se refiere al proceso histórico de la lectura.

Antonio Cándido:Me permito una aclaración, además, sobre el problema de la función. Cuando se me preguntó por la ponencia, olvidé mencionar lo que res­pecta a los periodos. Yo hablo de un caso que trabajé personalmente: el estudio de la fundón permite rectificar el estudio meramente esté­tico-formal. Por ejemplo tradicionalmente en la literatura brasileña hay una gran ruptura que es la literatura colonial y la literatura inde­pendiente. La literatura colonial marcada por algo artificial, importa­do, europeo, portugúes, que es el arcadismo, el bucolismo, el neocla­sicismo. La literatura nacional, marcada por el romanticismo. Ahora bien, si apunto no al aspecto puramente estético-formal, sino a la fun­ción histórica, veo que el romanticismo se opone estéticamente al neoclasicismo, pero históricamente lo continúa. Digo más, el neocla­sicismo, gracias a la ilustración, llevó a los románticos la visión ilustra­da, que los románticos continuaron. Ello les permitió incluso reforzar el proceso político de la independencia que fue en el fondo independen­cia política, manteniendo la oligarquía tradicional. Así que las mino­rías ilustradas que saben los doctores y hombres de leyes, formaron aquello que la ilustración decía que era normal, es Federico II, es Catalina de Rusia, toda esa gente. Como dice en un romance portugués un señor que está hablando con un hombre pobre: “cállese usted, yo soy doctor de Coimbra; yo sé, usted no sabe nada. Hablo yo, usted se calla”. Y él se calla. Ésta es un poco, caricaturizando, la posición de la ilustración, una élite que sabe. Esta posición que fue muy fuertemente definida en América, servía muchísimo a la oligarquía y se transmitió independientemente del romanticismo. Lös románticos continuaron con la misma tarea ilustrada, la misma tarea d e ja cultura para las élites, de lenta difusión de la cultura popular. Entonces, en la función histórica de los periodos, veo en el caso del Brasil que más profunda­mente hay una continuidad funcional sobre la ruptura estética. Así que la cuestión de la función, para América, me parece fundamental.

Domingo Miliani:Agradezco al profesor Cándido la tarea de clarificación metodológica de la crítica y de la historiografía, que me parece-muy fecunda, sobre todo, cuando en el caso de América Latina se han ido dando, no sólo una concepción nacionalista, sino que hemos hablado hasta de un au- toctonismo, de un amerindianismo de la crítica literaria muchas veces, una lectura evidentemente literal del texto. Creo que es un aspecto de coincidencias metodológicas interesantes las que se dan entre el plan­teamiento del maestro Cándido y muchas "de las cosas que se han ido

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debatiendo a nivel tentativo en el grupo de Ruffinelli en Veracruz, de Cornejo en su revista, etc. Y otra conclusión interesante desde el pun­to de vista del comparatismo contrastivo. En los planteamientos de fijación conceptual que hace el profesor Cándido, en cuanto a ciertos periodos literarios brasileños, tengo la impresión de que hay casi más bien una variación terminológica en cuanto a la designación de los pro­cesos, que en cuanto al proceso mismo de producción literaria. Por ejemplo, cuando habla del arcadismo, neoclásico por la época, barroco por su discurso y connotativo por la estructura subyacente, aquí hay una conceptualización lingüística clara y precisa. Es la conceptualiza- ción metodologizante de la naturaleza, de la utilización de estructuras métricas clásicas italianas como la égloga, que se da en las églogas juve­niles de Bello, que se da en El Camero colombiano, que se da en Velasco en Ecuador. El cortesanismo de los autores se da en los virreinatos —México y Perú— con Lunarejo, con Sor Juana, con Sigüenza y Gón­gora, y con todo ese grupo de escritores de epitalamios, de sonetos barrocos, pero que connotan la realidad. Ahí veo un modelo interesan­te de estudio por efecto de contraste de un periodo literario preciso: el caso del romanticismo lírico sentimental de Chateaubriand. Usted lo designa como un indianismo en el caso de la literatura brasileña y que se da en toda América a través de una traducción de Atala, que se hace el mismo año en que se publica la edición en francés en 1801. La realizan dos hispanoamericanos radicados en un arrabal de París: un mexicano, Fray Servando Teresa de Mier, y un venezolano, Simón Ro­dríguez. Esa Atala termina por convertirse en un paradigma literario de imitación europea, pero donde hay una connotación de la realidad latinoamericana. Incluso una denotación, en cuanto a un idilio que se expresa en un estado de inocencia y en un paisajismo que va a ser ras­go caracterizador del romanticismo. El caso de La Cautiva de Esteban Echeverría, de los mismos años treinta, el caso de Cumandáy de Juan León Mera, el caso de El solitario de las catacumbas, de Fermín Toro, el caso de una novela indianista cubana muy curiosa de Gertrudis Gómez de Avellaneda, el caso de Anaida e Iguaraya, de un romántico venezo­lano, José Ramón Yepes. Entonces, eso nos indica cómo hay efectiva­mente una relación serial de tipos literarios que, más allá de la diferen­cia lingüística, se corresponde analógicamente y es comparable, desde el punto de vista de la diégesis. Sólo quería señalar estos detalles que me llaman la atención.

Antonio Cándido:Me parece muy interesante, y aprovecho la oportunidad para decir que usted tiene razón con la terminología. Cuando hablo del barroco, ro­manticismo, está todo señalado sin ningún rigor. Prefiero para Brasil la definición “arcadismo”, justamente porque arcadismo no compro­mete, porque conserva lo barroco y también acoge lo neoclásico. Si yo hablo de neoclasicismo, desconozco lo que hay de mejor en el arcadis­mo brasileño, que es la supervivencia barroca; si yo digo barroco, des-

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conozco las prolongaciones neoclásicas. Arcadismo, por lo tanto, no compromete.

Creo que lo que usted dice comprueba que es posible extrapolar un poco de esto que tengo miedo de extrapolar. Una cosa que a noso­tros, los brasileños, nos deja en inferioridad en estas circunstancias es que los críticos latinoamericanos de habla española conocen muy bien toda la literatura de habla española, de Perú, de Cuba, de su país, mien­tras que nosotros conocemos sólo al Brasil. Ustedes conocen más a Brasil que nosotros al resto de América Latina.

En toda la poesía bucólica de los países, uno no puede olvidarse de las circunstancias. Creo que eso en particular es la intensidad del proceso en América, por eso, cuando los críticos románticos decían “el arcadismo, las expresiones bucólicas son artificiales”., se suponía que en Francia eran naturales, como si hubiera pastores con ovejas y pastoras en Chateau-sur-Marne y Versalles. El artificio es el mismo, pero yo creo que la cuota de funcionalidad social era mayor acá.

Beatriz Garza:Para caracterizar el comportamiento de la literatura latinoamericana que desarrolló el profesor Cándido, la categoría de la “ambigüedad” ¿no podría llamarse “de doble comportamiento”?

Antonio Cándido:En muchos casos ni siquiera se puede decir que son actitudes conscien- * tes. El papel inconsciente es innegable. Yo creo que se podría hablar de doble referencia.

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APENDICE INFORME FINAL

La reunión de expertos en problemas historiográficos que bajo la deno­minación de Para una historia de la literatura latinoamericana, se reunió en Caracas entre los días 26 y 29 de noviembre de 1982, tuvo a su considera­ción, discutió y dio su opinión sobre los problemas que a continuación se señalan.

En primer lugar, y luego del análisis detallado de la situación de la his­toriografía literaria latinoamericana, por una parte, así como de la específi­ca caracterización del diseño históríco-literario de América por otra, se consignó que las posibilidades de realización de esta empresa intelectual tendrían dos opciones: o bien mantenerse dentro de lo que tradicionalmen­te se ha considerado como literatura,* es decir la literatura culta, escrita, y en lenguas europeas, o bien, realizar una historia general del imaginario latinoamericano, que articule los distintos sistemas literarios en una unidad orgánica que, advirtiendo las contradicciones, apunte a la constitución de una coherencia totalizadora latinoamericana. Señalando que ésta es la idea de lo que se llamó “ la historia posible” de la literatura latinoamericana, y dado que si bien existen trabajos pioneros que contribuirían a avanzar en esta dirección, y que también existen limitaciones prácticas*en los logros actuales de la investigación, se concluyó en la necesidad de proponer una tercera opción. Esta opción atendería al diseño de una historia de la litera­tura culta, escrita y en lenguas europeas, pero sin dejar de lado los avan­ces específicos que se han logrado en el estudio de las literaturas populares e indígenas.

Los problemas debatidos pn relación con la configuración de la periodización de esa historia fueron:

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1. Delimitación del área

Se consideró que para delimitar el área de lo que es la literatura latinoame­ricana no son suficientes los criterios geográficos o lingüísticos, y se propu­so un criterio que superara sus limitaciones, esto es, un criterio sernántico- cultural. En este sentido, además de los parámetros configuradores del universo histórico-cultural que permiten delimitar el concepto de América Latina se señaló como importante el factor de autopertenencia consensual de los habitantes del área.

Pareciera que dentro del concepto evolutivo de América Latina, una de las últimas áreas de integración está constituida por el Caribe no latino, por lo que aún genera dudas como pertenencia. Atendiendo a una perspec­tiva estructural de los procesos culturales e históricos y a la organización de los sistemas literarios respectivos, se consideró la existencia de dos nive­les de integración del Caribe a América Latina, por diferente comunidad de desarrollo histórico: el Caribe latino primero, el Caribe no latino luego. Se constataron en este sentido diferencias y semejanzas entre estas literaturas y las propias del continente. Se reconoció sin embargo, que la aprehensión conceptual de América Latina y el Caribe no existe en la actualidad como una construcción. Lo que existe y se plantea como necesario y válido, es una voluntad de aprehender conceptualmente esa identidad.

Más allá del área geográfica se considera que la crítica y la historiogra­fía han venido restringiendo el corpus de la literatura latinoamericana al atender sólo al sistema culto. Se establece la necesidad de atender también a los sistemas literarios populares y a los sistemas literarios en lenguas nati­vas. Sobre las formas de integración de estos últimos sistemas en el proyec­to, se consideró que de alguna manera se debiera integrar en el todo cuando menos el avance que la reflexión crítica ha desarrollado al respecto en los casos en que sea significativo. Sobre las formas de integración de los siste­mas literarios populares se realizó una consideración similar.

Asimismo, la delimitación del área atendió a la especificidad del con­cepto de literatura. En este sentido se consideró que ella forma parte de la formalización estético-cultural de la misma manera que rasgos estético- culturales de otra$ formas ideológicas, como religión, derecho, filosofía, cultura en general. Esta interrelación permite ampliar la noción de la litera­tura hasta incluir en su ámbito discursos como la oratoria, los sermones, el discurso histórico, político, filosófico, etc. Ante el riesgo de una inclusión indiscriminada pareció de utilidad manejar el concepto de recepción, entendido como la percepción social que en el momento que éste surge se tiene de lo literario. Es el lector social del texto en su situación histórica, pues, el que determina los límites de su literariedad. Esta percepción social tiene una dinámina histórica.

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2. La perspectiva comparatista y el problemade la transculturación

Se consideró respecto de este punto, y en primer lugar, que la perspecti­va comparatista es intrínseca a la noción de literatura latinoamericana, por una parte, por cuanto ella es la abstracción de las relaciones no sólo entre las literaturas de los países del continente, sino también por cuanto alude a la literatura de un continente de relación histórico-social dependiente, es decir que genera específicas formas de apropiación de las literaturas me­tropolitanas. Se consideró, por otra parte, que la perspectiva comparatista es incluso útil en el análisis interno de las literaturas nacionales por cuan­to ellas implican lina configuración heterogénea de sistemas literarios diferenciados.

Se constató asimismo la escasa utilización que se ha dado al compara- tismo en el continente, destacando la necesidad de generar categorías de análisis comparativo que suijan de la configuración prbpia de los fenó­menos de América Latina. En este sentido se apuntó que la noción de com- paratismo para el continente debería rechazar la noción de “ influencia” para utilizar más bien un “comparatismo contrastivo” . Éste debería, funda­mentalmente, atender a la realidad heterogénea de las literaturas latinoame­ricanas, ya que esta situación constituye un aspecto fundamental de un comparatismo continental. En esta línea, sus direcciones fundamentales serían:

a) Las literaturas latinoamericanas internamente en función de sus se­mejanzas y diferencias.

b) Las específicas formas de apropiación que la literatura latinoameri­cana desarrolla en tanto que expresión de una historia de continente colo­nial y dependiente, de las literaturas europeas, así como la forma en que se inserta en la evolución literaria de las literaturas en otras lenguas.

Se apuntaron, como propios del desarrollo de una perspectiva compara­tista en el continente, los procesos transculturales que son los que van a dise­ñar una gran línea del discurso literario de América en el sentido de subver­tir las estructuras del lenguaje de origen europeo a partir de estructuras de lenguaje insertas en otros procesos culturales (indígenas, africanos, etc.) o de núcleos míticos generadores de textualidad, configuradores también de procesos intertextuales propios de la literatura continental. Esto impli­có, desde luego, el señalamiento acerca de la conformación étnico-cultural de América Latina en el sentido de considerarla como una realidad rica y variada de carácter mestizo. Este mestizaje general reconoce la existencia de sectores predominantemente afro-americanos, indo-americanos y euro- americanos.

Se señalaron además elementos comparatistas a tener én cuenta como:

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a) Consideración de los procesos, atendiendo a la dialéctica específica entre los rasgos colectivos y la especificidad de los autores.

b) Problemas de recepción, incluyendo en ellos la traducción.c) Como relación a privilegiar en el estudio interno de las literaturas

latinoamericanas, la de la literatura brasileña con las literaturas hispano­americanas.

Como aproximación metodológica se recomendó atender a las formas de la textualidad, tanto en cuanto a enunciado como a enunciación, cuyo análisis necesita desbordar un primer nivel histórico-estético hacia un mar­co más amplio, histórico-cultural, que encontraría articulación a su vez con una estructura social e histórica.

3. Literatura nacional, regional, latinoamericana

Se planteó la necesidad de observar el proceso de la literatura latinoameri­cana como parte integrante del proceso social de América Latina. Se puso en evidencia en este sentido que la crítica y la historiografía han venido restringiendo el corpus de la literatura latinoamericana al atender sólo al sistema*literario culto. Se consideró que, de acuerdo cori las posibilidades dadas por el desarrollo de los estudios en esas áreas los distintos sistemas deben ser estudiados como una totalidad en donde se respete la diversidad real de los distintos sistemas literarios. En este sentido la categoría de totalidad contradictoria es la categoría válida tanto para las literaturas nacionales, para las regionales, como para la literatura latinoamericana ín­tegra. En este sentido se consideró fundamental que el criterio lingüístico en su sentido de escritura no es válido de modo excluyente para el proyec­to de una historia de las literaturas latinoamericanas, en donde lo oral de la producción literaria es una realidad relevante.

Frente a la dificultad práctica inmediata que surge de este análisis, dado que el campo de estudio está sólo parcialmente cubierto, surgió en la reunión una conciencia general de la necesidad de incluir el estado actual de la reflexión en estas direcciones. Se propuso en este sentido, como una posibilidad de realización práctica, la construcción de un modelo explicati­vo de la matriz cultural de la oralidad que perneta apuntar en términos de desarrollo específico a aquellas áreas que están cubiertas por la investiga­ción en ese campo. Se consideró que un desarrollo integral de un proyecto de este tipo constituiría propiamente la historia literaria del futuro en Amé­rica Latina.

4. Crítica de la historiografia latinoamericana

La reunión realizó una crítica ampliamente documentada de la historiogra­fía tradicional latinoamericana, llegando a la conclusión de que distintas

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concepciones reductivas han constituido las fuentes de esterilidad y limita­ción de las historias de la literatura latinoamericana. Estos reduccionismos han consistido en nacionalismos, mecanicismos, provincianismos, criterio generacional, algunos criterios geográficos y genéricos. Se expuso un balan­ce sintetizador de la historiografía y se concluyó en la necesidad imperiosa de justificar el presente proyecto.

A partir de esta negación de la historiografía y de sus carencias, surgió la noción de “la historia posible” , en tanto que la historia que podría dar cuenta de la dinámica continental como estructura de una totalidad. Esta “historia posible” habría rescatado las siguientes líneas de desarrollo: ser una historia verbal, transverbal, social, conceptual, una historia de la lectu­ra literaria, una historia con derecho a la. universalidad. Postula esta propo­sición la necesidad de un trabajo inter disciplinario a un doble nivel:

a) Dentro del campo de la literatura latinoamericana (con especialis­tas en literaturas orales, populares, indígenas, etcétera).

b) Solicitando la colaboración de disciplinas auxiliares, como la histo­ria social, la antropología, la sociología, la lingüística, etcétera.

Hay un acuerdo en los miembros de la reunión en el sentido de que la realización de esa historia total pareciera desbordar las posibilidades con­cretas; sin embargo, el sentimiento general se*da en ef sentido de entregar el estado actual de la reflexión, así como proyectar un desarrollo de inves­tigación que logre articular una historia literaria de América visualizando esa dirección.

• »

S. Periodos, movimientos y escuelasm

La noción de periodo fue concebida también como una categoría que sur­ge como instrumento del desarrollo específico que estructura la realidad americana.

La revisión de la historiografía literaria latinoamericana permite obser­var que se ha trabajado con un modelo ideal de periodo, en términos de un sistema en donde la coherencia está dada en función de elementos perfec- - tamente confluyentes y homólogos de la literatura, la sociedad y la histo­ria. Se destaca la imposibilidad de utilizar un modelo de periodo en estos términos para América Latina, por cuanto su condición dependiente orga­niza una coherencia en sentido diferente, esto es con base en la desarticu­lación de lo social, lo histórico y por lo tarito de lo literario. Frente a este problema se fiace la proposición metodológica de:

a) Poner en evidencia esta desarticulación.b) Considerar la forma más generalizada del proceso creativo.c) Considerar al escritor y al pensador, a falta de un sistema concep­

tual de referencia, como constructores de su propio espacio intelectual.

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Se reconoce en este sentido la “ inorganicidad” de la cultura latino­americana en un enfoque contrastivo con la cultura europea.

Se considera que el concepto de periodo surge a partir del dato histó­rico y que la denominación de movimiento es relevante al desarrollo litera­rio mismo. Se trata en este proyecto de poner pues, la función estética en una trayectoria histórica.

Se sugiere tomar en cuenta, para el comparatismo contrastivo, Ja espe­cificidad de las formas genéricas en Latinoamérica, y a partir de sus cam­bios históricos, ver la posibilidad de establecer las etapas de su transforma­ción. Como ejemplo de esto, se propone tomar en cuenta el ensayo, la no­vela, entre otras formas que en América Latina adquieren funciones propias.

6. Literatura e historia

Se consideró que es importante partir de un punto de vista histórico por­que la literatura latinoamericana fue siempre muy “comprometida” , en un sentido específico: no como designio ideológico, sino como un empeño en contribuir a la construcción de las nacionalidades a través de la cultura. Ella se ubica entre dos ángulos:

a) Como prolongación de las literaturas metropolitanas.b) Como ruptura en relación con ellas.Su función histórica consiste en que ha sido aquí, entre otras cosas un

instrumento de dominación y simultáneamente un medio de reaccionar contra esa dominación, incluso dentro de la percepción que el continente tiene de sí mismo. Se introduce la categoría de la “doble referencia” para caracterizar este comportamiento. En este sentido, la situación de enuncia­ción es un elemento de estructuración discursiva. El concepto de función histórica apunta a la resolución de la dicotomía historia-literatura. Esta dualidad de la función histórica tiene que ver con el problema de la perio­dización. En efecto, allí donde se parte de la exclusiva consideración de lo estético-formal y pareciera haber un2 clara división en periodos, tomar en cuenta lo histórico-funcional podrá mostrar una continuidad subyacente. Esta perspectiva pone en evidencia el carácter contradictorio no sólo de la historia, sino del discurso mismo que integra la historicidad tanto en su sin­taxis interna como en la heterogénea unidad de su dinamismo.

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Hacia una historia de la lit era tara latinoamericana se terminó de imprimir en junio de 1987,

en los talleres de Programas Educativos, S.A. de C.V. Chabacano 65-A, 06850 México, D.F.

•Composición tipográfica.y formación:Grupo Edición, S.A. de'C.V. i

Moras 543-bis, Col. del Valle, 03100 México, D.F. Se tiraron 1 000 ejemplares, más sobrantes para

reposición. Diseñó la portada Mónica Diez-Martinez. La edición estuvo al cuidado de Joel Palazuelos.