Pironio Eduardo Renovacion de La Vida Consagrada

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    E N O V C I ODELf¡ VID

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    C OLE C C I ÓNC O M U N I D A D Y M I S I Ó Npara los Religiosose Institutos Secularesde  AméricaLaJijpf-

    Card. EDUARDO F. PIRONIOPrefecto de la S. C. para Los Rel igiosos

    e Ins t i tu tos Seculares

    R E N O V A C IÓN D E LA V ID AC O N S A G R A D ALos Religiosos Testigos de la

    esperanza   y  t)e la alegría pascual

    EDICIONES PAULINAS

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    V. 6+4(g) 1977 • by Ediciones Paulinas - Bogotá (Colom bia)

    ÍNDICE

    Presentación  7PRIMERA PARTE

    TESTIGOS DE LA ESPERANZA 13I. "D ispu esto s a dar la razón de la espe ranza " 18I I.   "C r ist o Jesús nuestra esperanza" 22

    III.  Pobreza y esperanz a 27IV. Esperanza y con tem plació n 30V. Fortaleza y esperan za 34Conclusión 40SEGUNDA PARTE

    TESTIGOS Y COMUNICADORES DE  CRISTO  RESUCITADO 43Com unicado res de la alegría pascual 45Testigos de Cris to mu erto y resucitad o 46Discíp ulos f iele s de un Dios f iel 47Profetas que anuncian la esperanza 49Segu ridad de la presen cia de Cris to 52Búsqueda con tinua, sufrida y laboriosa 53

    TERCERA PARTEMARÍA "SIGNO" DE LA PASCUA, MODELO DELOS CONSA GRAD OS 551.  Plenitud del Si y del "Ma gn íf icat" 582.  Imagen de la creac ión nueva 593. Signo de esperanza cierta 61

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    Presentación

    Eduardo F. Cardenal Pironio es uno de esos hombres de Iglesia cuya sola mención agrada. Particularmente a los religiosos. Y es que, con no haber profesado en ningún instituto religioso, dado que perteneceal clero secular, ha asumido su compromiso eclesialcon un espír i tu tan certero que, le jos de permit ir leconsiderarse como un funcionario más de oficina, seha hecho un verdadero religioso entre los religiosos,compartiendo con ellos lo más íntimo de su espiritualidad y lo más ardiente de su apostolado.No conocemos un caso en el que la elección para presidir un dicasterio romano haya producido   tanto agrado como la de Pironio a los religiosos. No hahabido publicación importante de la especialidad queno se haya hecho eco del entusiasmo con que fueacogido su nombramiento como Prefecto de la   Congregación para Reügiosos e Institutos Seculares. Y al

    tratars e del primer latinoam ericano que llega a tanalta posición, nos complacemos del regalo que Latinoamérica ha dado a la Iglesia Universal.Por lo demás, la f icha biográfica de Monseñor Pironio es estelar:— Nacido el 3 de dic iem bre de 1920 en la ciudadde Nueve de Julio, Argentina.— Sacerdote el 5 de diciem bre de 1943.— Obisp o a uxilia r de Plata en 1964.— Adm inistrador A postól ico de la Diócesis de Avellaneda.— Perito en la últ ima etapa del Concilio Vaticano II.— Miembro de las cuatro Asambleas del Sínodo delos Obispos.— Secre tario del CELAM desde a gosto de 1968, yPresidente desde 1972.— Obisp o de Mar de P lata desd e a bril de 1972.

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    porque sí, sino las que produce el nadar contra la corriente, el dar testimonio vivo y profético en un ambiente despreocupado u hostil, como tiene que hacerlo el religioso en la sociedad descrist ianizada. Esaesperanza que t iene como fundamento a Cristo Jesúsy por eso es tan f irme que se la puede llamar "esperanza f el iz " (cf. 1 Tm. 1,1). Esa esperanza que es virtud propia del pobre, disponible al Espíritu, puestoque a los que t ienen alma de pobres pertenece elreino de los c ielo s (cf. M t 5, 5). Esa esperanza que,al suponer y provocar un gran equilibrio interior, hacemás fact ib le la contemplación y más   fác i l ,  por la docilidad que da el Espíritu, desc ubrir perm anente men tea Jesucristo "nuestra feliz esperanza". Esa esperanza,en f in, que, al asegurarnos la amistad prometida ycumplida por el Señor, nos hace fuertes en la luchade los t iempos dif íc i les y a legres en el seguimientode Cristo, así como los primeros Apóstoles que iban"alegres por haber sido considerados dignos de sufriru l t ra jes por e l Nombre de Jesús" (Hch 5,41).

    La segunda meditación, sobre los religiosos comotest igos y comunicadores de Cristo Resucitado, t ieneun "añejísimo" sabor de actual idad —si vale la paradoja—   añejo, porque nos evoca el primerísimo   test i monio que daban los Apóstoles, con Pedro y Pablo ala cabeza, el de Cristo resucitado por quienes llevaron cadenas. Y actual, porque ahora más que nunca,al cabo de veinte siglos de historia de la Iglesia y delcr ist ianismo, con todas las luchas, quebrantos, aventuras y t r iunfos que el lo ha comportado, se necesitavivir e l test imonio a legre, no solamente de imitacióny seguimiento de un Cristo histórico con la cruz y hasta la muerte, sino también —y sobre todo— un   test i monio pascual de Cristo vivo, resucitado, presente ygarante de nuestras luchas, "testigo   f i e l " ,  que da seguridad a nuestra esperanza y anima a trabajar denodadamente por una genuina renovación de la vida   consagrada.

    La tercera meditación, sobre la Asunción de María,o María, "signo de la Pascua, modelo de los consagrados", evoca uno de los temas favori tos y más  sent idos de Monseñor Pironio. El mismo que t iene aquel la bonita p legaria a "Nuestra Señora de América" nospresenta ahora la consideración ref lexiva y contemplat iva de la Virgen qua, en su Asunción, realiza la Pascua

    que Cristo consuma en su Resurrección. La plenitudde ese "Si" de la Anunciación que manifestó desdeel principio de la Encarnación que " la vida no se nosdio para guardarla" sino para gloria del Padre y servicio de los hermanos, se realiza en la plenitud de vidaque reciba en le Pascua de su Asunción, cuando almismo t iempo "vuelve a dar su vida" para g lor ia delPadre y bien de toda la Iglesia, cuya Madre será porsiempre. En esta breve meditación nos invita el Cardenal Pironio a f i jar nuestra atención   en esa  imagende la nueva creación que, preservada sin mancha desde su Concepción, con el "Sí" de la Anunciación ysu mot ivación en el Magníf icat , "da comienzo a lost iempos últ imos y def in i t ivos" : es decir , a f i jarnos enlos tres momentos privilegiados de la historia de Mar ía:  su Concepción, la Anunciación y la Asunción, ytratar de plasmar en estos t res momentos paradigmáticos la vida consagrada, que "es también un signo denueva creación", y por lo mismo "un signo de esperanza cierta", cuyo ejemplar es la Asunción de María.

    Vienen con excelente oportunidad estas tres meditaciones tan espirituales, tan densas en contenido bíblico y eclesial, alrededor de la vida religiosa, ahoracuando tanto se la está desparramando en horizontalidad hacia afuera: cuando se propone al religioso como persona de acción social más que como testigo deCristo resucitado y de María disponible a la accióndivina; más como profeta denunciador y anunciadorque como profeta que forja su vida y testimonio en laintimidad y el desierto —que tanto lo uno como lootro son necesarios—; más como actuante en la realidad presente que como signo de los bienes futuros,más como   hombre de mundo que como hombre deDios.

    En estos t iempos nuestros, conclu ir íamos con elmismo Pironio, de excesiva euforia por los bienes  temporales o de trágico cansancio y pesimismo ante losproblemas de los hombres, cuánta falta nos hace laesperanza. Y qué bien nos hace pensar en el misteriode la Asunción de María —Pascua de Nuestra Señora —   como "signo de esperanza".Que estas meditaciones nos ayuden a comprenderlo importante en la vida que es "ser signo".

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    PRIMERA PARTETESTIGOS DE LA ESPERANZA

    Meditaciones para tiempos difíciles

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    gelii nuntiandi, 18). Pero la evangelizaron "no seríacompleta si no se tuviese en cuenta la íntima conexiónentre el Evangelio y la vida concreta, personal y soc ia l ,  del hombre (ib., 29).Indudablemente vivimos t iempos dif íc i les. Es inút i llamentarlo. Más inútil todavía, y más desastroso, querer ignorarlo como si todo marchara   bien,  o dejarsedefinit ivamente aplastar como si nada pudiera superarse.Cuando en el interior de todo esto —lo sabemosinfalible m ente por la fe — está Dios conduciendo lahisto ria, está Cris to presidiendo su Iglesia, está elEspíritu Santo engendrando en el dolor los t iemposnuevos para la creación definit iva. Aunque cuestecreerlo, es irreversib lemente cierto —tanto en lo personal como en la vida de nuestras comunidades— que

    "el que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguoha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente,y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió conEl por interm edio de C ris to " (2 Cor 5, 17-18).Por eso hace falta meditar otra vez sobre la esperanza. Pero muy sencillamente. Sin hacer ahora unanálisis demasiado técnico de la Palabra de Dios, nipretender estudiar a fondo —histór ica y socio lógicamente— la raíz de los males. Esto lo harán otros con

    mayor competencia; es necesario que lo hagan.Yo quiero simplemente ofrecer a lgunas ref lexiones,partiendo del dolor actual, a la luz de la Palabra deDios. Es decir, empezar una meditación sencilla queayude, por una parte a asumir la realidad actual, dolo-rosa y lacerante, y por otra a descubrir aquí la providencia del Padre, el paso del Señor por la historia yla act iv idad incesantemente  revi-,  adora del Esp írituSanto.Por eso no se hace aquí un estudio exhaustivo sobre la situación actual ni se analizan todos los textosde la Escritura Sagrada. Es sólo una meditación envoz alta —que ayude a todos a quitarnos un miedoque paraliza y a dejarnos invadir por el Espíritu de lafortaleza que nos hace testigos y mártires— sobre laesperanza cr ist iana para los t iempos dif íc i les.En def in i t iva es esto: ver cómo los t iempos dif íc iles pertenecen al designio del Padre y son esencial-

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    mente t iempos de gracia y salvación. Ver, además, cómo vivió Jesús los t iempos dif íc i les —esencia les asu misión redentora— y cómo los superó por el misterio de la Pascua. La Carta Magna de Jesús para   vencer los t iempos difíciles es el Sermón de la Montaña.El momento cumbre es su muerte en la cruz y su resurrección. Su exhortación principal es el l lamado alamor universal, al espíritu de las bienaventuranzas ya la fecundidad de la cruz. Así Jesús nos abre el camino para vivir con amor y gratitud los t iempos difíci les,  y convert ir los en providencia les t iempos de esperanza.

    Como se trata de una meditación, yo quisiera terminar esta introducción con t res textos claros y   s imples: del Profeta, del Apóstol, de Cristo.Isaías —Profeta de la esperanza— nos dice en nombre del Señor: " For talec ed las manos débile s, afianzad las rodillas vacilantes. Decid a los de corazón int ranqui lo: ánimo, no temáis, mirad que vuestro Diosvendrá y os s alv ar á" (Is 35, 3-4).

    En los Hechos leemos esta frase dicha por el Señora San Pablo, el Apóstol de la esperanza: Una noche,el Señor dijo a Pablo en una visión: "No temas: siguepredicando y no te calles. Yo estoy contigo. Nadiepondrá la mano sobre t i para dañarte" (Act 18,9-10).Finalmente Cristo —"nuestra fe l iz esperanza" (Tt2,   13)— nos recom ienda serenidad y fortaleza para losinevitables y providenc ia les t iempos d if íc i le s: "¿porqué t ienen miedo? ¿Cómo no t ienen fe? (Me 4,40)."Animo, soy Yo; no tengan miedo" (Me 6,50).IQué necesario, para los t iempos difíciles, es tenerseguridad de que Jesús es el Señor de la historia quepermanece en su Iglesia hasta el f inal y que va haciendo con noso tros la ruta hacia el Padre ¡Qué importante es recordar que precisamente para los t iempos dif íc i les Dios ha compromet ido su presencia

    "Vayan,  anuncien el Evangelio a toda la creación. Yoestaré siempre con ustedes hasta e l f inal del mundo"(Me 16,15; Mt 28,20). "Serán odiados por todos acausa de mi Nombre. Pero ni siquiera un cabello seles caerá de la cabeza" (Le 21,12-18).

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    I. Dispuestos a dar razón de la esperanza(1 Pe 3,15)

    El pueblo que andaba a oscurasvio una luz intensa. Sobre losque vivían en la tierra de sombras, brilló una luz. Acrecentasteel gozo, hiciste grande la alegría (Is 9, 1-2).

    En la Nochebuena la l iturgia nos invita así a la alegría y la esperanza. Así describe Isaías, en la oscuridad dolorosa de los t iempos di f íc i les, la venida deCristo que es la Luz, ia Paz, la Alianza. "Un Niño nosha nacido, un Hi jo se nos ha dado. . . Se l lamará   Principe de la paz' " (Is 9 , 5).Jesucristo vino para anunciarnos la paz: "PorqueCristo es nuestra Paz. . . El v ino a proclamar la Buena Noticia de la paz, paz para ustedes que estabanlejos, paz también para aquellos que estaban cerca"(Ef 2,14-18). Vino sobre todo, para traernos la paz como fruto de su Pascua: "les dejo la paz, les doy mipaz, pero no como la da el mundo. No se turbe su corazón ni tengan miedo" (Jn 14,27). La paz que nostrae Cr isto es s iempre f ruto de una cruz. Cr isto "pacif ica por la sangre de su cruz" (Col  1,20 .Todo el Evangelio es una invitación a la serenidadinterior, a la concordia ordenada de los pueblos, a laalegría de la caridad fraterna. "Lo que yo les mandoes que se amen unos a otros" (Jn 15,17).Pero el Señor s iempre anunció t iempos di f íc i les:para El y para nosotros. Nunca predijo a sus discípulos t iempos fáci les o cómodos. Al contrar io, les   exigió una opción muy clara por la pobreza, el amor  fraterno y la cruz. "Si alguno quiere venir en pos de mí,

    niegúese a sí mismo, tome su cruz cade día y sígam e "  (Le 9,23). Al escr iba que se s int ió superf ic ialmente tentado a seguir le, Jesús le respondió: "Loszorros t ienen sus cuevas y las aves del cielo sus nidos; pero el Hijo del Hombre no t iene dónde apoyarla cabeza" (Mt 8,19-20).

    Jesús es "s igno de contradicción" (Le 2,34). Elcr ist iano s igue su camino: "no es más el s iervo quesu amo, ni el enviado más que el que lo envía" (Jn13, 10). Por eso, la pasión d el Se ñor tene mo s necesar iamente que v iv ir la todos nosotros y asumir con serenidad y gozo las exigencias de nuestra entrega: "Siel mundo los odia, sepan que antes me ha odiado amí. . . Acuérdense de lo que les di je: el serv idor noes más grande que su Señor. Si me persiguieron amí,  tamb ién los perse guirán a usted es " (Jn 15, 18-20).

    Todo esto, sin embargo, queda iluminado con unanota de esperanza realista: "Les aseguro que van allorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, sealegrará. Ustedes estarán tr istes, pero esa tr isteza seconvert i rá en gozo" (Jn 16,20).Siempre fue út i l y necesar io que hubiera hombrespobres y fuertes —con capacidad de present ir en lanoche la proximidad de la aurora, porque viven abiertos a la comunicación de la Luz— que t ransmit ierana sus hermanos la seguridad de la presencia del Señor y de su inmediata venida: "Yo estaré s iemprecon ustedes hasta el f in del mu ndo " (M t 28, 20). "Sí ,voy a l legar enseguida" (Ap 22,20).Pero hoy hacen falta más que nunca profetas deesperanza. Verdaderos profetas —hombres enteramen te poseídos por el Esp íritu San to— de una espe

    ranza verdadera. Es decir, hombres desinstalados ycontemplativos que saben vivir en la pobreza, la fortaleza y el amor del Espíritu Santo, y que por eso seconvier ten en serenos y ardientes test igos de la Pascua.  Que nos hablan abiertamente del Padre, nosmuestran a Jesús y nos comunican el don de su Espíritu. Hombres que saben saborear la cruz como SanPablo (Gal 6,14; Col  1,24 ,  y por eso se arriesgan apredicar a sus hermanos que la única fuerza y  sabiduría de Dios está en Cristo crucif icado (1 Cor 1,23-24). La sabiduría y potencia de los hombres nocuentan:  sólo cuenta la fecundidad de la cruz. Todolo demás es necedad y f racaso en lo def ini t ivo deDios. Cristo se ha hecho para nosotros "sabiduría yjust ic ia, sant i f icación y redención" (1 Cor  1,30 .

    Cuando todo parece que se quiebra —en el inter iorde la Iglesia o en el corazón de la historia—, surgenpara el mundo la alegría y la esperanza. La esperanza18 19

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    crist iana nace de lo inevitable y providencialmenteabsurdo de la cruz. "Era necesario pasar todas estascosas para entra r en la glo ria " (Le 24, 26).Pero la esperanza crist iana es activa y exige paciencia y fortaleza. Sólo los pobres —los desposeídos ydesnudos, los desprovistos según el mundo, pero totalmente asegurados en el Dios que no falla— pueden

    esperar de veras.Los t iempos nuestros, en la Iglesia y en el mundo sonmuy difíciles. Por eso mismo son bien evangélicos.  Signif ica "que el reino de Dios está cerca" (Le 21,31).Es ahora cuando el crist iano verdadero está llamado"a dar razón de su e spera nza" (1 Pe 3, 15); es dec ir,a penetrar por la fe y el Espíritu Santo en el escándalo de la cruz y sacar de allí la certeza inconmoviblede la Pascua para comunicarla a otros.En los t iempos difíciles abunda el miedo, la tristeza ,  el desaliento. Entonces se mult iplica la violencia.La violencia es signo del oscurecimiento de la verdad,del olvido de la justicia, de la pérdida del amor. Losperíodos en que se mult iplica la violencia son los másmiserables y estériles. Revela claramente que faltala fuerza del espíritu; por eso se la intenta sustituircon la imposición absurda de la fuerza.Hoy vivimos t iempos de desencuentro y de vio len

    cia.  Tiempos, sobre todo, en que cada uno se sientecon derecho a hacer justicia por su propia cuenta,porque cree que es el único que posee la verdad absoluta,  que es enteramente f iel al Evangelio y el  único que lucha por los derechos humanos.Precisamente es éste, en los t iempos difíciles, unode los más graves riesgos: creer que uno ha alcanzado ya definit ivamente a Cristo. Lo cual es una negación de la esperanza, en la sicología y espiritualidad de San Pablo: "Esto no quiere decir que haya

    alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigomi camino con la esperanza de alcanzarla, habiendosido yo mismo alcanzado por Jesucristo. Hermanos,yo no pretendo haberlo alcanzado... corro para alcanzarlo"  (Flp 3, 12-14).Otra d if icu ltad ser ia, para los t iempos dif íc i les, es laconciencia derrotista de que es imposible superarlos.Es la pérdida fundamental de la esperanza. La tiene el

    polít ico y el religioso, el hombre maduro y el adolescente,  el joven obrero y el universitario. Santo Tomásdefine el objeto de la esperanza como un bien futuro,arduo pero posible de alcanzar (S. Th. 1, 2, 40, 1; 2, 2,17,   1).Por eso es más que nunca necesaria hoy una simplemeditación sobre la esperanza. No con ánimo de   con

    solar a los superficiales o adormecer su conciencia,sino con deseos de alentar a los audaces, particularmente a los jóvenes. Es a ellos, sobre todo, a quienescorresponde rescatar la tradición y construir el mundonuevo de la esperanza. "Jóvenes, les escribo porqueustedes son fuertes y la Palabra de Dios permaneceen ustedes, y ustedes vencieron al maligno" (1 Jn 2,14).Pienso, mientras escr ibo, en todos los cr ist ianos:

    los que por la misericordia del Padre, mediante laresurrección de Jesucristo de entre los muertos, hansido reengendrados a una esperanza viva (1 Pe 1,3).Particularmente en aquellos que han sido providencialmente marcados por la cruz y son llamados a dar test imonio de Jesús en pobreza extrema, en persecución,en cárceles y muerte. Pienso de modo especial en losobispos y sacerdotes que, por definición, son losprimarios testigos de la Pascua, (Act 1,8) y, por consiguiente, los esenciales profetas de la esperanza. Pienso part icularmente también en los re l ig iosos y re l ig iosas (en todas las almas consagradas) que por vocaciónespecíf ica anuncian el reino definit ivo. Ellos son, porelección divina, serenos y luminosos profetas de esperanza.

    No pienso exclusivamente en un país o continentedeterminado. Miro más ampliamente a l mundo y a laIglesia que sufren. Sufren el Papa y los obispos, lossacerdotes y los laicos, los religiosos jóvenes y losadultos, los pueblos hambrientos y agobiados, los estadistas y el hombre simple de la calle.Son t iempos difíciles y humanamente absurdos. Perohay que saber descubrir, saborear y vivir con intensidad la fecundidad providencial e irrepetible de estahora.  No es la hora de los débiles o cobardes —de losque han elegido a Cristo por seguridad de la salvacióno por la recompensa del premio—, sino de los fuertesy audaces en el Espíritu. De los que han elegido al20 21

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    Señor por el honor de su nombre, la alegría de sugloria y el servicio a los hermanos. Es la hora de lostest igos y los márt ires.Que no nos asusten los sufr imientos; quedan i luminados en la esperanza de los t iempos nuevos: "piensoque los sufr imientos del t iempo presente no puedencompararse con la gloria futura que se manifestará

    en nos otr os " (Rom 8, 18).Pero no se trata de vivir resignadamente en la espera ociosa de los t iempos nuevos, sino de irlos cotidianamente preparando en la caridad y la justicia.Tiempos de paz, cuya característica sea " la alegría delEspíritu Santo" (1 Tes 1,6). El Dios de todo consuelo"nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, paraque nosotros podamos dar a los que sufren el mismoconsuelo que recibimos de Dios. Porque así como part ic ipamos abundantemente de los sufr imientos de Cristo ,  también por medio de Cristo abunda nuestro   consuelo. .. Tenemos una esperanza bien fundada" (1 Cor1,3-7 .

    Para los t iempos difíciles hace falta la esperanza.Pero la esperanza f irme y creadora de los crist ianosque se apoya en "el amor del Padre, manifestado enCris to Jesús , nuestro Señ or" (Rom 8, 39) y que exigeen nosotros la pobreza, la contemplación y la fortalezadel Espíritu Santo.San Pedro exhorta a los crist ianos de su t iempo:"¿Quién puede hacerles daño si se dedican a practicarel bien? Felices ustedes, sí t ienen que sufrir por lajust ic ia. No teman ni se inquieten: por e l contrar io,glorif iquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Esténsiempre dispuestos a defender delante de cualquieraque les pida razón de su esperanza" (1 Pe 3, 13-15).

    II .  Cristo Jesús, nuestra esperanza(1 Tím  1,1)Una sencilla meditación sobre la esperanza t iene queempezar siendo una simple conte mp lación de Jesucr isto "nuestra fe l iz esperanza" (Tí t 2,13). Sobre todoen su misterio pascual; es allí donde Jesús superódefinit ivamente los t iempos difíciles. Por eso ahora la

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    Iglesia vive apoyándose en la cruz y canta la seguridadde su esperanza: "Salve, oh cruz, nuestra única esperanza"  (Himno de Vísperas en la Pasión). Porque lacruz nos l leva def in i t ivamente a la resurección: "Resucitó Cristo, mi esperanza" (Secuencia de Pascua).Interesa, sobre todo, ver cómo Cristo venció lostiempos difíciles. Porque lo importante en El es que

    no vino a suprimir los t iempos dif íc i les, sino a enseñarnos a superarlos con serenidad, fortaleza y alegría.Como no vino a suprimir la cruz, sino a darle sentido.Cristo nace en la plenitud de los t iempos difíciles.Allí está María. Viene para traernos la libertad y hacernos hijos del Padre en el Espíritu (Gal 4,4-7). Laplenitud de los t iempos, en el plan del Padre, estámarcada por la plenitud de lo difícil: conciencia agudadel pecado, la opresión y la miseria, deseo y esperanza da la salvación. Es cuando nace Jesús.Lo primero que nos revela Jesús —como caminopara superar los t iempos difíciles— es el amor delPadre y el sentido de su venida: "Tanto amó Dios almundo, que le dio a su Hijo único para que todo el quecree en el no muera, sino que tenga la vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo,sino para que el mundo se salve por El" (Jn 3,16-17).Por eso, cuando nace Jesús, el Ángel anuncia la alegría y la esperanza: "No tengan miedo, porque lesanuncio una gran alegría para ustedes y para todo elpueblo: hoy, en la ciudad de David, les ha nacido unSalvador, que es e Me sías, el Señor " (Le 2,10-11).Cristo vino para hablarnos abiertamente del Padre(Jn 16,25), introducirnos en los misterios del reino(M t 13, 11) e indicarnos el camino para la fe licida dverdadera (Mt 5,1-12). Las bienaventuranzas son ahorael único modo de cambiar el mundo y la manifestación más clara de que los t iempos difíciles pueden

    convert irse en t iempos de gracia: "Este es e l t iempofavorable, este es el día de la salvación" (2 Cor 6,2).Cuando Jesús quiere enseñarnos a vivir en la esperanza y a superar así los t iempos difíciles siemprenos señala tres actitudes fundamentales: la oración, lacruz, la caridad fraterna. Son tres modos de entrar encomunión gozosa con el Padre. Por eso son tres modosde sentirnos fuertes en El y experimentar la alegría

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    de servir a nuestros hermanos. Pero, en definitiva, laactitud primera y esencial para vivir y superar lostiempos difíci les es la confianza en el amor del Padre:"El mismo Padre los ama" (Jn 16,27).El   camino para  los t iempos di f íc i les,  en   Jesús, no esel miedo, la insensibil idad o la violencia. Al contrario:es la alegría del amor ("amen a sus enemigos, rueguenpor sus perseguidores", Mt 5,44) , es e l equi l ibr io yfortaleza de la oración ("recen para no caer en la   tentac ión" ,   Mt 26,41), es la serenidad fecunda de la cruz("si el grano de tr igo muere, da mucho fruto", Jn 12,24).La historia marcaba la plenitud de los tiempos difíciles cuando nació Jesús. Su encarnación redentora fuela realización de la esperanza antigua y el principiode la esperanza nueva y definitiva. Desde que nació

    Jesús —sobre todo, desde que glorif icado a la derecha del Padre envió sobre el mundo su Espír itu— vivimos nosotros el tiempo de la esperanza. Será definitivamente consumado cuando Jesús vuelva paraentregar el reino al Padre (1 Cor 15,25-28).San Pablo lo resume admirablemente en un textoque leemos, muy s igni f icat ivamente, en la l i turg ia deNochebuena: "Se manifestó la gracia de Dios, fuentede salvación para todos los hombres, que nos enseñaa que, renunciando a la impiedad y a las pasiones

    mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad enel tiempo presente, aguardando la feliz esperanza y lamanifestación de la gloria del gran Dios y SalvadorNuestro Señor Jesucristo el cual se entregó por nosot r o s "  (Tt 2,11-14).Es decir, que la esperanza bri l la para el mundocuando Jesús nace y muere por los hombres. El camino y la seguridad de la esperanza son muy distintosen el plan de Dios y en los cálculos humanos. La esperanza, en el misterio de Cristo, empieza siendo humil lación, anonadamiento y muerte; por eso el Padrelo glorif icará y le dará un nombre superior a todonom bre (Flp 2, 7-9).Cristo sintió miedo, tr isteza y angustia, ante la inminencia de los t iempos di f íc i les. "Comenzó a entr istecerse y a angu st iarse" (M t 26, 37) . "Comenzó a  sent i r temor y a angust iarse" (Me 14,33) . Es un temor,una angustia, una tr isteza de muerte. Busca superar el

    momento difíci l en la intensidad serena de la oracióncomo comunión gozosa con la voluntad del Padre: "Enmedio de la angustia, El oraba intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta elsu elo " (Le 22, 39-44).Pero el Señor siente la importancia, la fecundidady el gozo de los tiempos difíci les: "Mi alma está turbada,  ¿y qué diré? ¿Padre líbrame de esta hora? (Jn12,27). ¡Si para eso he l legado a esta ho ra ".Lo cual no quiere decir que el Señor busque meterse inúti lmente en lo difíci l o anticipar por propia cuenta su hora. "Enton ces tom aron piedras para tirárs elas ,pero Jesús se e scondió y salió del tem plo " (Jn 8, 59).Esto no lo hizo para escapar a los tiempos difíci les yporque quisiera sacar el hombro a la cruz; lo hizo   s implemente "porque todavía no había l legado su hora"

    (Jn 7,30).La misma generosidad y sabiduría ante la cruz aconsejará a sus discípulos. No les anticipa caminos fáciles. Les anuncia tiempos difíci les, pero recomiendaprudencia evangélica: "Yo les envío como ovejas enmedio de lobos; sean entonces astutos como serpientes y sencil los como pa lom as" ( M t 10, 16).Hay momentos par t icularmente di f íc i les en la v idade Jesús, por ejemplo, el rechazo de los suyos: "Vino

    a los suyos y los suyos no lo recibieron" (Jn  1,11 .  Talla división entre sus discípulos y el abandono de algunos de ellos porque les resultaba "duro su lenguaj e " .  Debió ser este uno de los momentos más dolorosos en la vida del Señor: "Desde ese momento,muchos de sus discípulos se alejaron de El y dejaronde acompañar lo" (Jn 6,66) .Pero indudablemente la hora difíci l de Jesús es lahora de su pasión. Fue deseada ardientemente por El,anunciada tres veces a sus discípulos fuertemente te

    mida, pero intensamente amada y asumida. "Ya ha   llegado la hora en que el Hijo del Hombre será glorif icado .  Les aseguro que si el grano de tr igo no cae entierra y muere, queda solo; pero si muere, da muchofruto" (Jn 12,23-24).Así nos enseña Jesús a superar los tiempos difíciles.  Por su entrega incondicional al Padre en la cruzconvierte la muerte en vida, la tr isteza en alegría, la

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    servidumbre en libertad, las t inieblas en luz, la   división en unidad, el pecado en gracia, la violencia enpaz, la desesperación en esperanza.Jesús no anula los t iempos difíciles. Tampoco loshace fáciles. Simplemente los convierte en gracia.Hace que en ellos se manifieste el Padre y nos invitaa asumirlos en la esperanza que nace de la cruz.Para entender cómo Jesús vivió y superó, por elmisterio de la cruz pascual, los t iempos difíciles, hace falta meditar con sencillez y amor el famoso   himno de San Pablo sobre la glorif icación de Cristo porsu anonadamiento de la encarnación, su obedienciahasta la muerte de cruz y su exaltación como Señorde todas las cosas (Flp 2,6-11).Este es el Cristo que vive hoy en la Iglesia. Por esola Iglesia —sacramento de Cristo Pascual— es en el

    mundo de hoy el verdadero signo de esperanza. La hizoasí el Señor cuando, desde el seno del Padre, envióel Espíritu Santo prometido que inhabita, vivif ica yunif ica a la Iglesia. Pentecostés, plenitud de Pascua,es la manifestación del señorío de Jesús y la seguridad de que la Iglesia, penetrada por el Espíritu,  vencerá los t iempos difíciles.La Iglesia prolonga en el t iempo la pasión de Cristoa f in de darle acabamiento (Col  1,24 .  El Señor lo había predicho: "Llegará la hora en que los mismos que

    le den muerte creerán que tributan culto a Dios" (Jn16, 2). Lo doloroso es esto en la Iglesia: cuando seenfrentan violentamente los hermanos, se persiguen,se encarcelan y se matan en nombre del Señor.No es el momento de desesperar. Es el caso de recordar la frase del Señor: "En el mundo tendrán quesufrir; pero tengan coraje: yo he vencido al mundo"(Jn 16,33).Los t iempos difíciles se vencen siempre con la plenitud del amor, la fecundidad de la cruz y la fuerzatransformadora de las bienaventuranzas evangélicas.

    III.  Pobreza y esperanza

    Felices los que tienen alma depobres, porque a ellos les pertenece el reino de los cielos (Mt5,3).Para afrontar los t iempos difíciles —para superarlosen la fecundidad y la fuerza transformadora de la esperanza— hace falta ser pobres.Habíamos confiado excesivamente en la técnica, laciencia y la fuerza de los hombres. Descubrimos alhombre y su historia, el t iempo y el mundo, pero nosolvidamos de Dios y perdimos la perspectiva de loeterno. Nos hemos sentido demasiado seguros en nosotros mismos.Por eso, la primera condición para esperar de verases ser pobre. Sólo los pobres —que se sienten inseguros en sí mismos, sin derecho a nada, ni ambiciónde nada— saben esperar. Porque ponen sólo en Diostoda su confianza. Están contentos con lo que t ienen.Los verdaderos pobres no son nunca violentos, peroson los únicos que poseen el secreto de las transformaciones profundas. Tal vez esto parezca una ilusión.No lo es si nos ponemos en la perspectiva del plan

    del Padre, incomprensible para nosotros, y de la acción del Espíritu. No olvidemos que los frutos del Espíritu son amor, alegría, paz (Gal 5, 22).Los t iempos difíciles se manif iestan cuando las cosas o los hombres nos aprisionan, limitan nuestra libertad,  oscurecen el horizonte o nos impiden ser f ielesal designio del Padre y a la realización de nuestravocación divina. Los t iempos difíciles comenzaron cuando el demonio les hizo perder a los hombres la libertadcon el pretexto de que iban a ser como dioses (Gen3,5). Por eso, el tiempo de la esperanza comienzacuando el Hijo de Dios se despoja de la manifestaciónde su gloria y se hace siervo, obediente hasta lamuerte y muerte de cruz (Flp 2,8). El desposeimientode Cristo —su anonadamiento y su muerte— nos abrelos caminos de la riqueza y la libertad. "Siendo ricose hizo pobre por nosotros a f in de enriquecernos consu pobre za" (2 Cor 8, 9). As í C risto nos libera del pe-

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    cado y de la muerte (Rm 8,2). Vino para hacernos libres (Gal 5,1), quitando por su muerte "el pecadodel mundo" (Jn  1,29 .Una manifestación clara de la falta de pobreza es laseguridad de sí mismo y el desprecio de los otros."Te doy gracias, Señor, porque yo no soy como losdemás hombres (Le 18,11). Es el mismo pecado deexcesiva seguridad personal que, aun en medio de lasinceridad de su amor por el Maestro, le hace peligrar y caer a San Pedro: "Aunque todos se escandalicen de Ti, yo nunca me escandalizaré" (Mt 26,33).  En definit iva, el r ico, el que se siente seguro desí mismo, no necesita del Señor. Por eso nunca podrácreer de veras en Dios, cuya esencia es la bondad yla misericordia del perdón. Es interesante, por eso. lasolemne confesión de fe de San Pablo: "Es cierta ydigna de ser aceptada por todos la siguiente af irmac ión :  Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los peca

    dores: y el primero de ellos soy yo" (1 Tim   1,15 .Cuando uno se siente pobre y miserable, Dios se hacepart icularmente cercano e ínt imo. La conciencia c laray serena de la propia l imitación y miseria hace queentre en nosotros Jesucristo el Salvador. En María, lapobre, hizo maravil las el Todopoderoso, Aquel cuyonombre es santo (Le 1,48-49). Por eso María, la humilde servidora del Señor, cambió la historia.Es interesante comprobar que los t iempos se   vuel

    ven part icularmente dif íciles cuando cada uno cree tener la clave infalible para la solución de todos losproblemas. Cuando, por ejemplo, en la Iglesia algunoscreen que son los únicos pobres y que han entendidoel Evangelio, que han descubierto el secreto para hacer más transp aren te y cercano a Jesu cristo o queson los únicos verdaderamente compromet idos con lal iberación del hombre, mientras ot ros s ienten que sonlos únicos f ieles a la r iqueza de la tradición o se   sienten maestros infal ibles de sus hermanos. O tambiénen la sociedad   c iv i l ,  cuando se piensa superf ic ialmente que los otros no hicieron nada y que la única fórmula para transformar el mundo la posee uno. El  fracaso sucesivo de los hembres —con la consiguientedesi lusión para los jóvenes— tendría que ser un l lamado a la pobreza. La pobreza no es sólo una virtudcrist iana; es actitud necesaria y primerísima para loshombres grandes. Las tensiones se originan con   frecuencia por el pretendido derecho a la exclusividad28

    de la verdad y de la santidad. La paz sólo se da entrecorazones disponibles; y la disponibil idad supone lapobreza.La esperanza crist iana se apoya en la omnipotenciay bondad de Dios. Para apoyarse en Dios hace faltaser pobre. La pobreza crist iana es total desposeimientode sí mismo, de las cosas, de los hombres. Es ham

    bre de Dios, necesidad de oración y humilde confianza en los hermanos. Por eso María, la pobre, confiótanto en el Señor y comprometió su f idelidad a la Palabra (Le  1,38 .  El canto de María es el grito de esperanza de los pobres.Esta misma meditación sobre la esperanza para lost iempos di f íc i les t iene necesar iamente que mantenerse en una línea de pobreza. Por eso es extremadamente simple. Si pretendiera ser técnica y agotar eltema o enseñar a otros o corregirlos, dejaría de seruna manifestación de Dios a los pobres. Dejaría deser pobre. Sólo t iene que ser una sencil la comunicación de Dios para despertar las verdades profundassembradas en el corazón del hombre y una preparación para recibir la Verdad completa, que es Cristo(Jn 16,33).La esperanza es una virtud fuerte, pero gozosa yserena. Hay aquí un parentesco con la pobreza. La pobreza real es fuerte, pero no agresiva; en algunas cir

    cunstancias es muy doiorosa, pero nunca deja de serserena y alegre. El pobre espera al Señor más que elcentinela la aurora (Sal 130,5-6), y t iene f i jos sus ojosen el Señor, como la esclava en manos de su señora(Sal 123,2).La pobreza y la esperanza hacen centrar nuestrosdeseos y seguridad en Jesucristo. La pobreza nos abrea Jesucristo nuestro Salvador. La esperanza nos hacetender hacia su encuentro. Nos hace pensar tambiénen María, que s intet iza el "pequeño resto" de " los pob r e s "  que en Israel esperaban la salvación. En María,la pobre, se cumplieron la plenitud de los t iempos.Por eso es la Madre de la Santa Esperanza.

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    IV. Esperanza y contemp lación

    Sed a legres en la esperanzapacientes en la tribulación, perseverantes en la oración (Rm12,  12).Únicamente sabe esperar bien el contemplativo. Porque la i lusión de lo inmediato puede hacernos perde-la realidad de lo profundo y la presencia de lo dcfinit ivo.  La esperanza es eso: la fruic ión anticipada celo futuro. Como la eternidad será la fruició n defin nva de lo esperado. Aquí también encontramos aplicadas las bienaventuranzas: sólo los l impios de corazoit ienen capacidad para ver a Dios ( M t 5, 8).La esperanza supone mucho equil ibrio interior. Lngeneral nos angustiamos y desesperamos cuando notenemos t iempo y tranquil idad para rezar. Los monje. ',no sólo nos pacif ican porque son un signo de lo quoha de venir (de los bienes futuros que esperamos),sino porque nos introducen en lo invisible de Dios y noshacen expe rimen tar ahora su presen cia. La experiencia de Dios en la oración nos inunda de "la alegríade la e speran za" (Rm 12,12 ). Por eso es treme r IÍ Jcuando un monje deja la contemplación atraído pe;  ¡ei lus ión de t ransformar el mundo por una ac t iv id sj i

    me diata. Su modo espe cíf ico de cambiar el mu ero .'construir la historia y de salvar al hombre, es :-?: i :s iendo profundamente contemplat ivo. Verdadera   i i i-bre de Dios y mae stro de ora ción . Es decir, un ,)i 1 ; it ico vidente.La con tem plac ión, sin embarg o, no es olvido ie '.historia ni evasión de la problemática del mundo. £ ?ría un modo absurdo de complacerse en sí mísrr dejando siempre en la penumbra al Señor. La conta i

    plación verdadera es don del Espíritu Santo. Sólo ¡ela consigue con limpieza de corazón y con hambre depobres.La contemplación nos hace descubrir el plan deDios y el paso del Señor por la historia, la actividadincesantemente recreadora del Espíritu. Un verdaderccontemplativo nos hace comprender tres cosas: quelo único que importa es Dios, que Jesús vive entre

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    los hombres y peregrina con nosotros hacia el Padre,que la eternidad está empezada y marchamos conCristo hacia la consumación del reino (1 Cor 15,24).La contemplación nos descubre permanentemente aJesucristo "nuestra esperanza" (1 Tim 1,1). Nos hacepresente al Señor en los momentos di f íc i les: "Soyyo ,  no tengan m ied o" (Me 6, 50). Nos abre a los her

    manos: "Todo lo que a ellos hicieren, me lo hacen am í"  (Mt 25,40).Hay aspectos que interesan esencialmente a la esperanza y que son fácilmente captables por los  contemplat ivos: la penetración en los bienes invis ibles,la pregustación de los bienes eternos, la cercanía einhabitación del Dios omnipotente y bueno, la valorización del t iempo y del hombre, la presencia de Jesucristo en la historia, el dinamismo de la creaciónhacia su def ini t iva recapitulación en Cr isto (Rm 8,18-

    25 ;  Ef  1,10 ,  la actividad incesantemente recreadoradel Espíritu Santo que habita en nosotros y que resucitará nuestros cuerpos mortales (Rom 8,11),  conf igurándolos al cuerpo de gloria de Nuestro SeñorJesucristo (Flp 3,21). La esperanza es esencialmenteun camino hacia el encuentro definit ivo con el Señor(1 Tes 4,17), apoyándonos en el Dios que nos ha sidodado en Jesucristo.Pero hace falta vivir en comunión para esperar de

    veras;  la caridad es, por eso, esencial a la esperanzacrist iana (Santo Tomás, 2, 2, 17, 3). Hay veces,  incluso ,  en que nos hace falta esperar con la esperanzade los amigos. Cuando el cansancio o el desalientonos hacen desfal lecer —como a El ias en el desier to—siempre hay alguien que nos grita en nombre del Señor: "Levántate y come, que aún te queda un largoca mi no " (1 Re 19, 7).La contemplación es esa capacidad para descubrirenseguida la presencia del Señor en los amigos como

    instrumentos de Dios. Como los cansados discípulosde Emaús lo conocieron en la fracción del pan (Le24 , 35).Los t iempos dif íciles t ienen que ser penetrados, poreso desde la profundidad de la contemplación. Nos hace ver lejos y a lo hondo. También noscausas del mal: por qué suceden talestodo,  nos hace descubrir a cada rato el,

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    de Dios en medio de los desconcertantes y absurdosacontecimientos humanos. Por la contemplación nosaseguramos que lo imposible de los hombres se haceposible sólo en  Dios.Es importante comprender que los caminos de Diosson misteriosos y no coinciden con frecuencia con loscaminos de los hombres. Si las cosas se vuelven difíci les es porque los hombres tuercen o cambian loscaminos de Dios. Siempre me impresiona en los Hechos la actitud de Pablo: "se lo prohibió el Espír ituSanto" (Act 16,7) .Pero, sobre todo, la contemplación nos pone a laescucha humilde y dócil de la Palabra de Dios: allíse nos comunica, siempre en el claroscuro de la fe,qué quiere Dios de nosotros, por qué suceden ciertascosas, qué tenemos que hacer para cambiar la histo

    ria.  María cambió la historia de esclavitud en historia de l ibertad con aquella l ibertad con que nos l iberó Cristo: (Gal 5,1), por su humilde disponibil idadde esclava del Señor.La contemplación nos pone en contacto vivo con laPalabra de Dios; y allí saboreamos la historia de lasalvación y aprendemos a gustar cómo D ios "ha  visitado y redimido a su pueblo" (Le   1,68 .  En la contemplación de la Palabra de Dios entendemos en concretocómo Dios puede separar las aguas para que pasen

    los e legidos (Ex 14, 21-23), y luego junta rlas para sepultar a los que los persiguen, cómo un pequeño pastor sin armadura puede derribar de un hondazo al gigante que amenaza al pueblo (1 Sam 17,49). Comprendemos, sobre todo, cómo no hay momentos imposibles para Dios; que hay que saber aguardar conpaciencia; y que la salvación nos viene de lo más humanamente inesperado ("¿de Nazaret puede salir algobue no? ", Jn 1,46; cf. 1 Cor 1,27-28).Los contemplativos tienen una gran capacidad derecrear continuamente la Palabra de Dios por el Espír i tu ,  haciéndola prodigiosamente actual. Para que nopensemos con pesimismo que "ya no hay remedio",que los tiempos nuestros son "los más oscuros y dif íc i les de la h is tor ia" .San Juan, el contemplativo, escribía en tiemposdifíci les a los jóvenes de su tiempo: "Les escribo,jóve nes , porque s on fu erte s y la Palabra de Dios

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    permanece en ustedes y han vencido al maligno" (1Jn 2,14). ¿No será por eso que los jóvenes aman hoymás que nunca la contemplación y buscan el desiertoy la fecundidad de la Palabra? ¿No será porque   sienten en carne viva lo difíci l de los tiempos que vivimosy que el único modo de superarlos es armarse defortaleza en el Espíritu y dejar que la Palabra de Diosinhabite por la contemplación en sus corazones? Lostiempos difíci les son los tiempos aptos para la pobreza,  la contemplación y fortaleza de los jóvenes. Poreso son los más aptos para su esperanza.La contemplación nos ayuda a descifrar el misteriode la cruz, a superar su escándalo y su locura (1 Cor1,23 ;  nos hace vencer el miedo y la desesperación,porque nos ayuda a gustar la alegría y la fecundidadde los sufr imientos (Gal 6,14; Col 1,24; Jn 12,24).

    El miedo, la angustia y la tr isteza, pueden coexistirt rans i tor iamente con la contemplac ión. Coexis t ieronen la profundidad dolorosamente serena de la oraciónde Cristo en el H uerto (Le 22,3 9 ss). Pero todo seresuelve enseguida en la entrega incondicional, absoluta y enteramente  f i l i a l ,  a la voluntad del Padre; "nose haga mi voluntad sino la tuya" (Mt 26,39). Aprendemos así que la oración es muy simple y serena,que la oración es entrar sencil lamente en comunióncon la voluntad adorable del Padre: "Sí, Padre, porqueésta ha sido tu voluntad" (Le 10,21).La contemplación nos equil ibra interiormente porque nos pone en contacto inmediato con Jesucristo"nuestra Paz" (Ef 2,14), y por su Espír itu, que gritaen nuestro si lencio con gemidos inexpresables (Rm8, 26), nos hace saborear los secreto s del Padre. Noshunde en la profundidad del amor; y el amor echafuera e l tem or (1 Jn 4, 18).Una de las experiencia s más hondam ente humanases el miedo. Pero Jesucristo vino a l ibrarnos del miedo;  por eso El mismo se sujetó trans i tor iamente ala experiencia del miedo (Me 14,33).Pero nos pidió que no tuviéramos miedo (Jn 14, 1 y27).  La experien cia del miedo es fu ndam entalm entebuena, cr istiana, propia de los pobres. Lo que no escristiano es la angustia de un miedo que destruye yparaliza, que cierra a la comunicación de los hermanos y a la confianza sencil la en el Dios Padre.

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    Por eso el Evangelio de la salvación y de la gracia es una continua invitación de la serenidad, unapermanente exhortación a que no tengamos miedo- laAnunciación (Le  1,30 ,  el Nacim iento (Le 2,10) laResurección (Mt 28,10). "No tengas miedo". "No   tengan miedo".

    V. Fortaleza y esperanzaNos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación producela constancia; la constancia, lavirtud probada, y la virtud pro

    bada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada,  por-que el amor de Dios ha sidoderamado en nuestros corazonespor el Espíritu Santo, que nos hasido dado (Rm 5,3-5).San Pablo siente, como Jesucristo, la gloria y fecundidad del sufrimiento. "Yo sólo me gloriaré en lacru z" (Gal 6, 14). Es la cruz, interna y externa , asumida con gozo por la Iglesia y ei mundo: "ahora mealegro de poder sufrir por ustedes y completo en micarne lo que falta a la pasión de Cristo, para bien desu Cuerpo, que es la Iglesia" (Col  1,24 .  Esa mismadicha de sufrir por Cristo la desea de corazón a sushijos a quienes p ide que sigan siendo "d igno s segu idores del Evangel io de Cristo. . . s in dejarse int imidarpara nada por los adve rsarios. D ios les ha conce didola gracia, no solamente de creer en Cristo, sino   también de sufrir por El" (Flp 1,27-30).

    Pero esta felicidad honda del sufrimiento se conecta con la firme za de la esperanza . Y la esperan za, asu vez, toma su fuerza en el amor del Padre manifestado en Cristo Jesús (Rm 8,39) y comunicado acada uno por el Espíritu Santo que nos fue dado.La esperanza exige fo rtaleza : para superar las  d i f i cultades, para asumir la cruz con alegría, para   conservar la paz y contagiarla, para ir serenos al m artir io.

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    Nunca ha sido virtud de los débiles o privilegio delos insensibles, ociosos o cobardes. La esperanza esfuerte, activa y creadora. La esperanza supone lo arduo,  lo difícil, aunque posible (S. Tomás). No existeesperanza de lo fácil o evidente. "Cuando se ve loque se espera, ya no se espera más, pues ¿cómo esposible esperar una cosa que se ve? En cam bio, siesperamos lo que no vemos, lo esperamos con constan cia " (Rm 8, 24-25).Los t iempos difíciles exigen fortaleza. En dos sentidos:  como f irmeza, constancia, perseverancia, y como compromiso activo, audaz y creador. Para cambiarel mundo con el espíritu de las bienaventuranzas, para construirlo en la paz, hace falta la fortaleza delEspíritu. "Recibirán la fuerza del Espíritu Santo quevendrá sobre ustedes y serán mis test igos" (Act 1,8).La primera condición para un testigo de la Pascua

    —es decir, de la esperanza— es la contemplación (haber visto y oído, haber palpado la Palabra de la Vida,1 Jn   1,1-5 ;  la segunda es la cruz (ser hondamenteincorporado a la muerte y resurrección del Señor, Rm6, 3-6); la tercera es la fortaleza (la capacidad parair prontos y a legres a l mart ir io). —En los t iempos difíciles hay una fácil tentación   contra la esperanza: ponerse inútilmente a pensar en lostiempos idos o soñar pasivamente en que pase pron

    to la tormenta, sin que nosotros hagamos nada paracrear los t iempos nuevos. La esperanza es una virtudesencialmente creadora; por eso cesará cuando, al f inal,  todo esté hecho y acabado. El cielo será el reposo conseguido por la búsqueda de la fe, la constanciade la esperanza y la actividad del amor (1 Tes 1,3).La felicidad eterna será eso: saborear en Dios parasiempre la posesión de un Bien intuido por la fe,perseguido en la esperanza y alcanzado por el amor.Pero la fortaleza no es poderío ni agresividad. Haypueblos que no t ienen nada, que esperan todo, y soninmensamente fe l ices. Porque son providencia lmentefuertes en el espíritu. Poseen a Dios y gustan en elsilencio de la cruz su adorable presencia.Para ser hombre de paz hay que ser fuerte: sólolos que poseen la fortaleza del Espíritu pueden   convertirse en operadores de la paz (Mt 5,5).

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    La fortaleza es necesaria para asumir la cruz conalegría, como el gran don del Padre, que prepara lafecundidad para los t iempos nuevos. Hay un modo devivir la cruz con amargura, resent imiento o t r isteza.Entonces la cruz nos despedaza. Pero la cruz es inevitable en nuestra vida y, para los crist ianos, es  condición esencia l del seguimiento de Jesús. No fu imoshechos para la cruz, pero es necesario pasarla parapoder entra r en la glor ia fLc 24, 26). Hay almas   pr iv ilegiadas que sufren mucho; más todavía, su gran   privilegio es la cruz, Los amigos, como en el caso deJob,  quisieran evitársela. También Pedro, cuando noentiende el anuncio de la pasión (Mt 16,22). O comoen la crucif ixión del Señor, los judíos quisieron verlodescender de la cruz para creer en El (M t 27, 42). Hoymás vale creemos a un hombre que nos habla desdela cruz un lenguaje de alegría y de esperanza. Porquesu testimonio nace de una profunda experiencia deDios.

    Un pueblo que sufre puede caer en la resignaciónpasiva y fatalista o en la agresividad de la violencia.Hay que armarlo entonces con la fortaleza del Espíritu para hacerlo entrar por el camino de la esperanza.Aunque parezca que la t ierra prometida está muy lejos y que la esperanza de los Profetas —que anunciacast igos y exige conversión— sea una i lusión inút i l .¿Cómo puede hablarse de esperanza cuando tantos niños mueren cotidianamente de hambre, cuando tantospueblos padecen miseria y opresión? ¿Cómo puedehablarse de esperanza cuando se mult iplican las injusticias, las acusaciones falsas, los secuestros, lasprisiones y las muertes? ¿Cómo puede hablarse deesperanza cuando la Iglesia es herida adentro y cuestionada la persona y autoridad del Papa y los Obispos?Sin embargo, es entonces cuando los crist ianos verdaderos tocan la esencia de su f idelidad a la Palabra,creen de veras en el Dios que nunca falla y arrancandel corazón de la cruz la esperanza que necesitan comunicar a sus hermanos. Los hombres t ienen derechoa que nosotros esperemos contra toda esperanza, seamos constructores posit ivos de la paz, comunicadoresde alegría y verdaderos profetas de esperanza.

    Hay que preparase para el martirio. Hubo unt iempo en que leíamos con veneración, como histor ia

    que nos conmovía y alentaba, el relato de los mártires.  Hoy, quien se decide a vivir a fondo el Evangelio,debe prepararse para el martirio. Lo peor es que, enmuchos casos, se apedrea y se mata "en nombre deJesucristo". Es el cumplimiento de la Palabra del Señor: "Les he dicho esto a f in de que no sucumban ala prue ba. .. Llega la hora en que quien les m ate   tendrá el sentimiento de estar presentando un sacrif icioa D ios. Se lo digo ahora a f in de q ue, cuando llegueel momento, se acuerden de que yo se los había yad icho "  (Jn 16,1-4).

    Para esta disponibilidad gozosa para el martirio hace falta sobre todo la fortaleza del Espíritu. Jesúsprometió el Espíritu a sus Apóstoles para predicarlo"con potencia" —como fruto de una experiencia ocontemplación palpable y sabrosa— y para ir gozososal mart ir io .Estamos en el puro corazón del Evangelio. Jesúsfue rechazado por los suyos, perseguido y calumniado,  encarcelado, crucif icado y muerto. También losApóstoles. Pero vivieron con alegría su part ic ipaciónen la cruz de Cristo y se prepararon con paz a sumart ir io . "Alegres por haber sido sonsiderados   dignos de sufr ir u l t ra jes por e l Nombre de Jesús" (Act5,41).Pablo sigue predicando desde la cárcel; su gran título es éste: "y o, el pris ioner o de C ris to " (Ef 4, 1).Hay en los Hechos un pasaje hermosísimo, t ierno yfuerte al mismo tiempo, que nos revela la honda ygozosa disponibilidad de Pablo para el martirio; escuando se despide de los presbíteros de Efeso: "Miren que ahora yo, encadenado por el Espíritu, me dirijo a Jerusalén, sin saber lo que allí me sucederá;solamente sé que en cada ciudad el Espíritu Santo metest i f ica que me aguardan pr isiones y t r ibulaciones"

    (Ac t 20,22-23). Pero Pablo se siente inmens amen tefeliz —e s lo único que cuenta para él — con ser f iela l minister io recib ido de dar test imonio del Evangel iode la gracia de Dios.Hoy sufren martirio las personas, las comunidadescrist ianas y los pueblos. Hay una tentación fácil y peligrosa de polit izar el Evangelio. Pero también hay undeseo evidente de acallar el Evangelio o de reducirloa esquemas intemporales. Se acepta fáci lmente un

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    Evangelio que proclama la venida de Jesús en el t iem

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    po y anuncia su retorno, pero molesta el Evangelioque nos dice que Jesús sigue viviendo con nosotroshasta el f inal del mundo y nos exige cotidianamentecompromisos de just ic ia, de car idad f raterna, de inmolación al Padre o de servicio a los hermanos. "LaIglesia t iene el deber de anunciar  la  l iberación de millones de seres humanos, de ayudar a que esta liberación nazca, de dar testimonio de la misma, de hacerque sea verdaderamente  total .  Todo esto no es extraño a la evangelización" ÍEvangelii nuntiandi, 30).Todo lo que hace al compromiso evangélico delcr ist iano — glor i f icado r del Padre, servidor de loshombres y constructor de la historia— es considerado como peligroso y subversivo. Y sin embargo, elEvangelio t iene algo que decir en todo esto y t ieneque ser fermento de paz y salvación para el mundoconcreto de la h istor ia —orden económico y socia l,

    orden polít ico— en que se mueven los hombres. Paraser f iel a la totalidad del Evangelio hace falta fortaleza.Finalmente hay algo que exige particular fortaleza:es el equilibrio del Espíritu para los t iempos difíciles.Puede haber el riesgo de evadirnos en la indiferencia,la insensibilidad o el miedo. Puede haber también elriesgo de dejarnos arrastrar por la tormenta o por laeuforia fácil del éxito inmediato. No querer cambiarnada,  para no romper el orden o perder la unidad. Oquererlo cambiar todo, desde afuera y enseguida.

    Una de las características fundamentales —tal vezla pr imera, según el Conci l io Vat icano I I y Medell ín—de los t iempos nuevos es el cambio. Cambios acelerados, profundos y universales. Precisamente poreso los t iempos nuevos resultan enseguida los t iempos difíciles. Cambiarlo todo desde adentro, con laluz de la Palabra y la acción del Espíritu, no es cosafáci l .  El cambio  no  es una sim^.e sust i tución; muchomenos, la rápida destrucción de lo antiguo. El cambioes creación y crecimiento; es decir, desde la riquezade lo antiguo, ir creando el presente y preparar elfuturo.

    Los t iempos difíciles pueden perder el equilibrio.Pero Ja falta de equilibrio agrava todavía más la di- r ¡cuitad de los t iem pos nuevos. Porque se pierde lo38

    serenidad interior, la capacidad contemplativa de verlejos y la audacia creadora de los hombres del Espíritu cuando falta el equilibrio aumenta la pasividaddel miedo o la agresividad de la violencia.Los t iempos dif íc i les exigen hombres fuertes; esdecir, que viven en la f irmeza y perseverancia de laesperanza. Para ello hacen falta hombres pobres ycontemplat ivos, tota lmente desposeídos de la seguridad personal para confiar solamente en Dios, con unagran capacidad para descubrir cotidianamente el pasodel Señor en la historia y para entregarse con alegríaal servicio de los hombres en la constitución de unmundo más fraterno y más cr ist iano.Es decir, nacen falta "hombres nuevos, capaces desaborear la cruz y contagiar el gozo de la resurrecc ión,  capaces de amar a Dios sobre todas las cosasy al prójimo como a sí mismos, capaces de experi

    mentar la cercanía de Jesús y de contagiar al mundola esperanza. Capaces de experimentar que "el Señorestá cerca" ÍFIp 4,4), y por eso son Imperturbablemente alegres, y de gritar a los hombres que "el Señor viene" (1 Cor 16,22), y por eso viven en la inquebrantable solidez de la esperanza.Hombres que han experimentado a Dios en el desierto y han aprendido a saborear la cruz. Por esoahora saben leer en la noche los signos de los t iempos,  están decididos a dar la vida por sus amigos y,  *•sobre todo, se sienten fe l ices de sufr ir por e l Nombrede Jesús y de participar así hondamente en el misterio de su Pascua. Porque, en la fidelidad a la Palabra,  han comprendido que los t iempos dif íc i les sonlos más providenciales y evangélicos y que es necesario vivirlos desde la profundidad de la contemplación y la serenidad de la cruz. De allí surge para elmundo la victoria de la fe (1 Jn 5,4), que se conviertepara todos en fuente de paz, de alegría y de esperanza.

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    Concl us iónCuando llegó la plenitud de lostiempos, Dios envió a su Hijo,nacido de una mujer y sometidoa la ley, a fin de rescatar a losque se hallan bajo la ley. a finde que recibiéramos la filiaciónadoptiva (Gal 4, 4-7).

    La plenitud evangélica de los t iempos difíciles estámarcada por la presencia de María "de la que nacióJesús, llamado C ris to " (M t 1, 16). Cuando los t iem posdifíciles irrumpieron en la historia por el pecado delhombre, María Santísima fue anunciada proféticamen-te (Gen 3,15) como partícipe en la salvación del hombre.  Cuando "la llena de gracia" (Le 1,28) dijo que Sí,los t iempos dif íc i les se convir t ieron en t iempo de   salvac ión.  Siguieron siendo dif íc i les —más marcados conla cruz que antes: "será signo de contradicción y unaespada traspasará tu alma" (Le 2,34-45)—. pero noimposibles. Porque "para Dios nada hay imposible" (Le1,37 .  Comenzó entonces el cambio de la tristeza engozo,  de la angustia en serenidad, de la desespera-* ción en esperanza. Las tre s frases del Áng el de laAnunciación a María son signif icat ivas: "Alégrate" ."No tengas miedo", "Para Dios nada es imposib le" .

    Continúa en la historia esta profunda invitación deDios a la alegría, la serenidad y la esperanza.¿Cómo serán los t iempos nuevos que el Espírituha reservado para nosotros? ¿Cómo serán los t iemposnuevos que nosotros mismos, como instrumentos delEspír i tu,  prepararemos para el futuro? Todo dependedel plan de Dios, descubierto en la contemplación,aceptado en la pobreza y realizado en la fortaleza dela disponibilidad.

    María nos acompaña. Ciertamente son momentosduros y difíciles, pero claramente providenciales yfecundos, adorablemente momentos de gracia extraordinaria. Humanamente absurdos e imposibles. Pero lo imposible para el hombre se hace posible enD¡os.  Así lo aseguró Jesús: "Para los hombres,(MÍO  es imposible, pero para Dios todo es posible"(Mt 19,26). Así se lo manifestó el Señor a Abraham40

    (Gen.  18, 14) y lo re piti ó e l Á nge l a María (Le  1,37 .Así también lo comprendió Job, en la fecunda experiencia del dolor, y lo manifestó en su últ ima respuesta al Señor: "Sé que eres todopoderoso y que ningúnplan es irrealizable para t i" (Job 42,2).Sólo hace falta que vivamos en la esperanza; poreso mismo en la pobreza, la contemplación y la for

    taleza del Espíritu. Más concretamente aún, en la humilde,  gozosa y total disponibilidad de María, la Virge n  f ie l ,  que dijo al Padre que Sí y cambió la historia.Por eso ahora —alumbrada por el Espíritu y Madredel Salvador— es para nosotros Causa de la alegríay Madre de la Santa Esperanza.En María y con María, la Iglesia —que acoge en lapobreza la Palabra de Dios y la realiza (Le 11,28)—vive silenciosa y fuerte al pie de la cruz pascual deJesús (Jn 19,25) y canta felicísima la f idelidad de unDios que siempre sigue obrando maravillas en la pequenez de su servidores.Y espera en vigil ia de oración al Señor que llega(Mt 25,6). "Sí , pronto vend ré" . ¡Amé n "¡Ve n, SeñorJes ús " (Ap 22,20).

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    SEGUNDA PARTETESTIGOS Y COMUNICADORESDE CRISTO RESUCITADO

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     Sed alegres en la esperanza,constantes en la tribulación,  per-severantes en la oración (Rm12,9-12).

    Comunicadores de la alegría pascualPorque es una existencia radicalmente consagradaal reino, la v ida re l igiosa es ese ncialmente un anuncio profét ico de esperanza y una comunicación   sencil la de alegría pascual. La vida religiosa es unaexper iencia cot idiana de la resurrección de Jesús. Losjóvenes se sienten atraídos por una vida profunda yaustera, vivida en la alegría desbordante de la comunión f raterna y compromet ida en el serv ic io de esperanza a los hermanos.Quizá sea esto lo que más convenza a las generaciones nuevas:  comunicar la alegría y engendrar enlos hombres la esperanza.  San Pablo lo ubica todo enun contexto de car idad  Vuestra caridad sea sin fingimiento. Sed alegres en la esperanza, constantes enla tribulación, perseverantes en la oración (Rm 12,9-12). Alegría del amor sincero, de la esperanza pro

    bada,  de la oración continua.Es  \a  alegría  de la donación total  al reino. La alegría de los sencil los, a quienes el Padre revela lossecretos escondidos a los sabios y prudentes (Le 10,21).  La alegría  de los pobres  y pacientes, de los quesufren y t ienen hambre de just ic ia, de los miser icordiosos y l impios de corazón, de los que trabajan porla paz y son perseguidos por causa de la just icia(Mt 5,3-10).Es  la felicidad profunda del reino,  reservada a lasalmas que han compromet ido generosamente su v idaen   la fidelidad absoluta a la Palabra   (Le 1,45; 11 , 27),y cuya existencia es un " inest imable test imonio deque el mundo no puede ser t ransformad o ni o f recidoa Dios s ino en el espír i tu de las Bienaventuranzas"(Lumen gentium, 31).

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    Los que poseen el reino y lo test i f ican son fel ices.Porque poseen a Dios, lo manif iestan y lo comunican.Pero sólo los pobres y l impios de corazón, los queviven de cara a Dios y a los hermanos,   los que senutren de la contemplación de la cruz,  pueden saborear esta fel ic idad y t ransmit i r la.Por eso las almas hondas —las que, como María,

    v iven s i lenciosas al pie de la cruz— son imperturbablemente serenas y comunicadoras de una alegría profunda, equi l ibrada y contagiosa.Es,  en definit iva, la alegría de la salvación que seanuncia, en la l legada del reino, a María: "Alégrate,la l lena de gracia, el Señor está contigo (Le   1,28 .

    Testigos de Cristo muerto y resucitadoEl Evangelio —porque es la Buena Noticia de la   salvación— es una invi tación a la alegría: "Os anunciouna gran alegría que lo será para todo el pueblo: osha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador,que es el Cristo Señor" (Le 2,10-11). Porque la vidarel igiosa es un test imonio profet ice de la salvación yuna radical entrega al Evangelio, por eso es esencialmente un anuncio y comunicación de alegría. Con

    tal que se v iva, repet imos,  en la profundidad del silencio y en la fecundidad serena de la cruz.A veces fal ta en la v ida consagrada el test imoniopascual de la resurección de Jesús. Se busca conangustia la identidad de la vida religiosa. Es un modo de expresar la angustia de las mujeres del sepulc ro :  "Se han llevado al Señor y no sabemos dóndelo han pu esto " (Jn 20, 2) . O el pesimism o y la t r is te za de los discípulos de Emaús: "Nosotros esperába

    mos que El fuera el l iberador de Israel" (Le 24,21).Se v ive, con f recuencia, en las comunidades un vacío: el del Cristo resucitado. Falta también la experiencia gozosa del Espíritu del amor. Pareciera que laconsagración religiosa no ha logrado infundir todavíauna mayor conciencia de la f i l iación adoptiva, de laf raternidad universal, de la presencia t ransformadoradel Cristo de la Pascua. "Hemos perdido al Señor".46

    En algunos casos para sus titu ir la ausencia del"C r isto cruc i f icad o", hemos ido a beber en "c istern asrotas" (Jer 2,13), con lo   cual ,  en poco t iempo aumentó la amargura, la desor ientación y el desal iento.  Sehan perdido muchas vocaciones   — se ha cerrado elcamino a vocaciones estupendas—   porque se ha  per-dido la alegría de la cruz y la esperanza en el Resucitado.  O nuestra vida consagrada es una experienciay un test imonio de que "hemos encontrado al Mesías(Cr is to) " (Jn  1,41 ,  o somos " los más desgraciadosde tos hom br es " (1 Cor 15, 19).

    Una comunidad que vive hondamente al Cristo anonadado —un Cristo pobre y cruci f icado, un Cr isto enoración y glor i f icador del Padre— es una comunidadque irradia la alegría invencible de la Pascua. Y es unsigno de credibi l idad. Porque test i f ica la presenciaclara y t ransformadora de Jesucr isto, Hi jo de Dios ySeñor de la historia, y la acción vivif icadora del Es-pír i tu Santo que es espír i tu de comunión. El s ignomás legible de una comunidad autént ica, que v ive enla s incer idad del amor y en la profundidad de la orac ión,  es la alegría.

    La alegría es fruto interno de la caridad. Cuantomás intensa es la inmolación al Padre en la consagración rel igiosa —cuanto más def ini t ivo es el seguimiento de Cr isto— y cuanto más verdadera y s implees la entrega en el servicio a los hermanos, tantomás se transparenta y comunica el gozo de la Pascuaen una comunidad rel igiosa.

    Discípulos fieles de un Dios fielLa alegría de la vida consagrada supone todavíados cosas: tener certeza de la f idelidad de Dios yclara conciencia de la propia ident idad.Si no sabemos qué somos en la Iglesia —si perdemos nuestra f isonomía para confundirnos con losotros o añoramos car ismas y misiones di ferentes—viviremos en la angustia y la tr isteza. Habremos perdido el gozo irreemplazable de lo nuestro (el gozo,quizás, de lo sencil lo del niño que ofrece su ingenui-

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    dad para desarmar la preocupación y la tristeza de tu (Gá 5,22) que nos introduce hondamente en la

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    los grandes].Buscamos modos de realización personal por caminos que no son específ ica y providencialmente losnuestros. Y entonces no seremos nunca felices. Porque nuestro modo de real izarnos en plenitud —comocrist ianos y re l ig iosos— es nuestra def in i t iva opciónpor Jesucristo crucif icado. Y es el único lenguaje desalvación que todavía hoy —quizá pr incipalmentehoy— espera el mundo de los religiosos. Aunque enalgunos momentos puede parecemos a nosotros mismos "escándalo y locura" (1 Cor 1,18-25).Hemos de buscar adentro, muy hondamente la f idelidad de Dios a sus promesas "Dios, que nos hallamado, es f ie l y El lo ha rá" (1 Tes 5, 24).Puede metérsenos en el corazón la tristeza de algoque habíamos deseado y que nunca alcanzarem os.Porque no es el bien de Dios para nosotros; o al menos no es su hora. Puede contagiársenos el pesimismo de un cambio que esperábamos, de una renovaciónen la comunidad o el instituto, que nos parecía urgente y que vemos humanamente irrealizable. Podemos sentir el dolor y la tristeza por la división absurda de una congregación o por el éxodo casi masivode elementos jóvenes y val iosos. Podemos, tambiénsentir el hambre y la miseria, el abandono y la mar-ginaclón, la injusticia y la soledad de tantos hermanosnuestros que sufren. ¡Cuántos motivos para quitarnosla alegría o apagar el dinamismo de la esperanzaSin embargo, más que nunca, si queremos ser  f ieles discípulos del reino y auténticos servidores de loshombres, tenemos que abrazarnos alocadamente a lacruz y arrancar de allí —de su sabiduría y su fuerza—el testimonio pascual de una alegría y una esperanzaque los hombres t ienen derecho a reclamarnos porqueCristo resucitó y nosotros somos los profesionales de

    su reino de verdad y de justicia, de santidad y degracia, de amor y de paz. Nuestro grito debe ser éste:"Hemos visto a l Señor y nos ha dicho ta les cosas"(Jn 20, 18). "Es verd ad: ha resuc itado el Señor y seha aparecido a Simón" (Le 24,34).En síntesis, la alegría de la vida religiosa es la alegría de una experiencia fuerte de Dios que t iende acomunicarse a los hermanos. Es la alegría del Espíri

    verda d de J es ucr isto (Jn 16, 13) y nos hace sa borearen la oración el encuentro silencioso con el Padre "queestá en lo secr eto " (M t 6, 6), nos com unica el gozodel sufrimiento (Col 1,24) y la gloria exclusiva de lacruz (Gal 6, 14).Es la alegría de la Palabra recibida, "aun en mediode muchas dif icultades, en el gozo del Espíritu   San

    t o "  (1 Tes 1,7) y anunciada a los homb res, por eltest imonio de la vida, como "una carta de Cristo, escr i ta no con t inta, sino con el Espír i tu del Dios viviente ,  no en tablas de piedra, sino en corazones decarne" (2 Cor 3,3). Es la alegría de " la caridad perf ec ta "  que nos hace vivir exclusivamente "para Dios,en Cristo Jesús (Rm 6,11) y en humilde actitud deservicio hasta dar la vida por los hermanos (Jn 15, 12)Es la alegría del amor hecho ofrenda y donación en

    la vida consagrada. Es la alegría del Espíritu que habita en nosotros para la contemplación, nos revistecon su fuerza para e l test imonio profét ico, nos impulsa con su dinamismo en fuego para la misión apostó l ica.

    Profetas que anuncian la esperanzaFalta todavía algo, más explícita y concretamente,sobre la esperanza pascual com o exige ncia y sign ode una vida religiosa renovada en el Espíritu.Toda vida consagrada —toda comunidad re l ig iosa—es un grito profético de esperanza. Esto es más necesario que nunca en el mundo oscurecido y quebradoen que vivimos. Una vida exclusiva y radicalmenteentregada al Evangelio necesariamente anuncia que lasalvación llegó, que el reino de Dios ya está en medio de nosotros, que Jesús resucitó y es el Señor dela h istor ia, que vivimos "aguardando la fe l iz esperanza y la manifes tación de la gloria de nues tro granDios y Salvador, Cristo Jesús" (Tit 2,13).Hay algo en el proceso de renovación de la vidareligiosa que es preciso tener en cuenta y gritar almundo, es la esperanza. Este es un punto de encuen-

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    tro indispensable con las generaciones jóvenes. An rra.  Estáis muertos, y vuestra vida está escondida

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    tes los jóvenes aguardaban simplemente el futuro;ahora lo prepararan y realizan ya en el presente. Poreso el presente —desde la perspectiva de la Iglesiaen general, y de la vida religiosa en especial— tieneque estar tan cargado de la fecundidad de la esperanza.¿Qué entendemos por "esperanza" cuando habla

    mos de renovación de la vida religiosa? Porque hoylos jóvenes no aguantan la espera pasiva de unacomunidad que aguarda simplemente " la venida delSeñor". Esto es esencial y actualísimo. "El Señor vien e"  (1 Cor 16,22]. Es el grito esperanzado de lacomunidad crist iana: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20).Es,  también, la aspiración anhelante y dolorosa de lacreación entera, l iberada en esperanza, que esperaansiosamente la manifestación de la gloria de Diosen la redención de nuestros cuerpos, en la plenitudconsumada de nu estra adopc ión fin al (Rm 8, 19-24).Pero no basta. La esperanza es algo más. Y los jóvenes t ienen ansias de algo más pleno y dinámico.La vida religiosa t iene que expresar claramente estos tres aspectos de la esperanza crist iana; la búsqueda de lo definit ivo (tensión escatológica), el compromiso cotidiano con la historia y la seguridad en elCristo resucitado.

    Una vida religiosa es siempre un anuncio y unaprofecía; un anuncio del reino ya iniciado y una   anticipación del reino consumado. Por eso la vida religiosa —en la totaldiad de sus signos y palabras, en laexistencia personal o en la vida comunitaria— tieneque anunciar la vida eterna y proclamarla. Tiene quemeter en el corazón de los hombres y los pueblosel sentido y el deseo de lo eterno. "No tenemos aquíciudad permanente, sino que buscamos la futura" (Hb13,  14).Hay algo en la existencia personal de los religiososy en el estilo de vida de sus comunidades que es unaapremiante invitación a lo definit ivamente consumado.   Aun enseñándoles a los hombres a amar la vida,transformar el mundo y realizar la historia, la vida religiosa es esencialm ente un llamado a ¡a interior idady a la trascendencia: "Si habéis resucitado con Cristo,buscad lo de arriba, donde está Cristo sentado a laderecha de Dios; estad centrados arriba, no en la   tie

    con Cristo en Dios; cuando se manif ieste Cristo, quees vuestra vida, os manifestaréis también vosotroscon El en la gloria" (Col 3, 1-4).Las comunidades anténticamente renovadas,, porcomprender profundamente e l mister io del hombre ysu historia, anticipan el reino consumado y anuncianproféticamente " los cielos nuevos y la t ierra nuevadonde habitará la justicia" (2 Pe 3,13).Pero la esperanza crist iana es esencialmente activay creadora. Supone, también en los religiosos y sobretodo en ellos, un compromiso concreto con la histor ia.  También valen para ellos las palabras del Concil io:  " la esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino que más bienproporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercic i o "  (Gaudium et spes, 21).Surge aquí el problema del compromiso socio-económico y polít ico de ios religiosos. Es decir, su ubicación en la historia, su participación activa en la transformación del mundo y en la creación de una sociedad nueva, su solidaridad con los que sufren y luchan,mueren y esperan. Sólo desde el interior de la esperanza crist iana, concebida como dinamismo de una feque desemboca en la caridad, se ubica bien el compromiso de los religiosos y su presencia evangélica

    en el mundo. Seguirán siendo exclusivamente testigosde lo absoluto de Dios, signos de su santidad y profetas del reino consumado. Habrá que evitar los dosextremos: evadirse de la h istor ia o ident i f icarse   s implemente con el mundo.¿Cómo hacer para compartir plenamente la suertede los hombres —la vida de los pueblos— sin perder" lo or ig inal" del cr ist ianismo ni " lo especí f ico" de lavida religiosa? Sólo es posible desde el interior deuna esperanza que, por una parte, pone a los hombresen camino y, por otra, les manda cult ivar la t ierra. Esdecir, les recuerda que "somos ciudadanos del cieloy esperamos ardientemente que venga de allí comoSalvador el Señor Jesucristo" (Flp 3,20); pero al mismo tiempo les prohibe que permanezcan exclusivamente "mirando al cielo" (Act 1,11) y los manda aque "vayan por todo el mundo, anunciando a todos loshom bres la alegre n oticia de la salv ació n ( M t 16, 15).

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    Seguridad de la presencia de Cristo Búsqueda continua, sufrida y laboriosa

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    La vida religiosa no puede permanecer extraña a lahistoria de los hombres. Ante todo porque forma parte activa de esa misma historia. Pero, además, porquetiene que entregarle la fecundidad transformadora delas bienaventuranzas evangélicas. Pero entonces quiere decir que sólo es posible una inserción real en elmundo, un compromiso verdadero con la realidad socio-económica y polít ica de los hombres, desde laplenitud interior del misterio pascual. Es decir, desdeel dinam ismo de la esperanza. Sólo quien ha aprendido a renunciarse totalmente en Cristo y a morir, escapaz de servir plenamente a sus hermanos y de resucitar en ellos como un don que da la vida, lescomunica libertad y paz, los consolida en la justicia yel amor. El total seguimiento de Cristo en la vidareligiosa obliga "a despertar las conciencias frente aldrama de la miseria y a las exigencias de justicia social del Evangelio y de la Iglesia"   (Evangélica testificado,  18).Para ello, la esperanza tiene que ser una inquebrantable seguridad en la presencia de Cristo resucitado.Creer en la resurrección de Jesús no es simplementecelebrar un acontecimiento que nos dio la vida. Es,sobre todo, tener experiencia de que Cristo vive, sigue haciendo el camino con nosotros y es el Señor

    de la historia.En este sentido la vida religiosa es la fuerte afirmación de la llegada de Jesús y su presencia, de laacción vivif icadora del Espíritu Santo en la construcción progresiva del reino que ha de ser entregado alPadre, de la seguridad que da el saber que somos unpueblo que solidariamente camina "entre las persecuciones del m undo y los consuelos de Dios, anunciando la cruz del Señor hasta que venga"   (Lumen gen-tium,  8).La esperanza es, por eso, confianza en Dios "paraquien nada es imposible" (Le  1,27 .  Es infalible certeza en "el amor de Dios, manifestado en CristoJesús, nuestro Señ or" (Rm 8, 39). Es en defi nit i va , unacto de fe en la fidelidad del Padre, en la obra redentora del Hijo, en la comunicación santif icadora delEspíritu Santo.

    La renovación de la vida religiosa —esperada porlos hombres, impulsada por la Iglesia y exigida porel Espíritu— se realiza siempre en la novedad pascualde la inserción progresiva en la muerte y resurreccióndel S eñor (Rm 6, 4). Supone un continu o proceso deconversión. Exige vivir a fondo la cruz y la contemplación,  estar atentos a las llamadas cotidianamentenuevas del Señor y ser generosamente fíeles a suPalabra, formar comunidades orantes, fraternas y misioneras, servir a los hombres y compartir sus   suf r i mientos, expresar al Señor en la sencillez y la alegría,  gritar a todo el mundo la esperanza.

    Todo lo cual significa hacer juntos la Iglesia de laPascua. Es decir, la Iglesia de la  Kénosis:  la Iglesiade la pobreza y el servicio, de la contemplación y lapalabra, de la cruz y la esperanza. La Iglesia comunión.  La Iglesia misión. La Iglesia sacramento deCristo pascual: "Cristo en medio de vosotros esperanza de la gloria" (Col  1,27 .En el interior de esta Iglesia de la Pascua vivimosel don del Espíritu en la vida religiosa. Más que   nunca experimentamos el gozo de su presencia y la fecundidad de su misión. Los jóvenes miran con esperanza:  desean algo nuevo que los interprete en su

    hambre de inmolación  to ta l ,  de auténtica vida de comunión de profundidad contemplativa, de donaciónsincera, sencilla y alegre.Por allí —por los caminos del Espíritu que son losverdaderos caminos del Cristo de la Pascua— va laauténtica renovación de la vida religiosa. Buscamoscon dolor sus fórmulas. Quizá las encontremos sisomos más humildes y sinceros, si oramos más y«conmayor confianza, si nos abrimos al Padre   y  al herma

    no con más hambre de verdad y menos seguridad denuestros ta lentos.Que María Santísima, la humilde servidora del Señor, nos haga a todos más f ieles y felices (Le   1,45 .Que nos enseñe el gozo de la contemplación (Le 2,19-51), y la fortaleza de la cruz (Jn 19,25). Que nosprepare en la oración y la comunión para el dinamismo misio nero del E spíritu (Ac t 1, 14) Que cante en

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    nosotros al Padre el cántico de los pobres: "se ale

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    gra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha mirado la pequenez de su servidora" (Le 1,47-48). Pero,sobre todo, que a las almas consagradas les abra elcamino de la novedad pascual en Jesucristo, les comun ique la alegría honda de la f ide lidad al Padre(Le 28) y les enseñe que no hay otro modo de satisfacer la esperanza de los jóvenes, cambiar la historiay sin tet izar todas las cosas en C risto (Ef 1, 10), que esrealizar con alegría lo siguiente: "Haced lo que Elos diga" (Jn 2,5). Será esta, sin duda, la esperanzade los jóvenes. Hubo en efecto, una joven que en laplenitud de los t iempos, sint ió el ansia de los pueblos y el amor del Padre, creyó en El y se consagróa su plan de salvación. Su f idelidad cambió la histor ia.  Es, por eso, "Causa de nuestra alegría" y Madrede la santa esperanza". Su "nombre era María" (Le1.27).

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    TERCERA PARTEMARÍA SIGN O DE LA PASCUA.MODELO DE LOS CONSAGRADOS

     Apareció en el cielo una mag

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    nifica señal: una mujer envueltaen el sol, con la luna bajo suspies y en la cabeza una coronade doce estrellas (Ap 12, 1).¡Qué importan te en la vida es ser signo Pero noun signo vacío o de muerte, sino un signo de luz co-

    municador de esperanza. El mundo de hoy necesitade estos s ignos: presencia y comunicación del Cr istode la Pascua. Por eso es importante bril lar "comolumbreras del mundo portadoras de la Palabra de vid a "  (Flp 2, 15-16).La Asunción de María —¡Pascua de Nuestra Señora —   nos pone otra vez ante e tema de la novedadpascual y de la esperanza. "La Madre de Jesús, de lamisma manera que, glor i f icada ya en los c ielos encuerpo y alma, es imagen y principio de la Iglesia que

    había de tener su cumplimiento en la vida futura, asíen la t ierra precede con su luz al peregrinante Pueblode Dios como signo de esperanza cierta y de   consuelo hasta que llegue el día del Señor"  (Lumen gen-tium, 68).Estas ref lexiones son válidas para toda existenciacr ist iana. Pero, al escr ibir las, yo pienso part icularmente en la vida consagrada: ella constituye en la Iglesiauna especial manifestación de la novedad pascual y

    un signo del reino ya presente en la historia, y queserá consumado cuando Jesús vuelva. Por eso, unaserena y permanente invitación a la esperanza.La Asunción es en María lo que la Pascua en elmister io de Jesús: consumación de la obra redentora,conf iguración de su cuerpo f rági l en el cuerpo glor ioso del Señor, plenitud del misterio comenzado en Ellaen la Concepción Inmaculada. El centro del misteriode María es la Encarnación en Ella del Verbo de Dios.Pero la culminación es su Pascua en ia Asunción. Poreso la Asunción, como la Pascua en Cristo, es laf iesta de la plenitud: plenitud de la f idel idad gozosay agradecida, plenitud de la nueva creación, plenitudde esperanza cierta y de consuelo.

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    1.  Plenitud del Sí y del Ma gnífica tToda la vida de María fue un Sí al Padre y un   Magníficat.  Hubo mo men tos fuerte s en el gozo de su entrega: la Anunciación, la Cruz, Pentecostés. Pero loverdaderamente grande en Ella fue la f idelidad   cot i diana al plan del Padre, su radical entrega al Evangel io,  vivido con sencil lez y alegría de corazón. Su pobreza fue, ante todo, conciencia serena de su condición de servidora, hambre de la Palabra de Dios y desu reino, inconmovible segur idad en Aquel para Quiennada  es  imposible, pronta disponibil idad para el serv ic io.La v ida de María fue s imple. Y s in embargo,  indudablemente, su Sí cambió la historia, y su   Magníficathizo desbordar sobre el mundo la alegría de la reden

    c ión.  Hoy hemos complicado innecesar iamente las cosas (aun dentro de la Iglesia y en el in terior de lascomunidades rel igiosas). Se dirá que " los t iemposhan cambiado". Es cierto. Pero no olvidemos que   también nosotros —siendo f ieles a nuestra ident idad específ ica y viviendo a fondo la novedad en el Espíritu —   tenemos que ir cambiando las cosas y haciendonuevos t iempos. A cada uno le toca escribir una página inédita, totalmente suya, en la historia de la   salvación. Con frecuencia perdemos el t iempo en ver cómo la escriben los otros o, peor aún, en juzgar cómoy por qué la escr ibieron mal. Y nosotros, entre tanto,dejamos de escribir la nuestra. En definit iva, lo esencial no es sabe r qué pasa en la his tori a, sino en discernir por dónde pasa el Señor y qué quiere de nosotros.

    La vida no se nos dio para guardarla. Se nos diopara la gloria del Padre y el servicio a los hermanos.Sólo así seremos capaces de ganarla   (Me 8, 35).  Estoexige  de nosotros que vivamos, con sencil lez y alegría de corazón" (Act 2, 46),  nuestro  Fiat  cot idiano: ala voluntad del Padre y a la expectativa de los hombresal s i lencio de la contemplación, a la fecundidad de lacruz, a la alegría de la caridad fraterna.Esto es válido para todo bautizado. Pero es, sobretodo,  exigencia de Dios para los consagrados. La grandeza

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    t iva.  Con tal que se la viva en plenitud como seguimiento radical de Jesucristo y en el gozo sereno dela inmolación al Padre y el servicio a los hermanos.Es el sentido hondo de la consagración: una ofrendatotal con sabor a cruz. La novedad pascual del bautismo se hace particularm ente transparente y densa enla vida consagrada. La vida consagrada es un   test imonio claro y entusiasta de la Pascua. Por eso, susola presencia en el mundo