Pio Moa-Los Nacionalismos Vasco Y Catalan En La Historia De España

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http://www.libertaddigital.com/ http://www.lailustracionliberal.com/ Abril 2004 Los nacionalismos vasco y catalán en la Historia de España Por Pío Moa Este artículo es un anticipo de la obra Los nacionalismos catalán y vasco en la historia de España, de próxima aparición en Ediciones Encuentro, S.A. Nota Previa Aunque los nacionalismos vasco y catalán han influido considerablemente a lo largo del siglo XX en España, y ahora mismo constituyen el problema y el reto político más importantes para el futuro del país, sorprende el desconocimiento que existe de ellos —es decir, de sus planteamientos y trayectoria histórica— entre los ciudadanos corrientes y entre buena parte de los mismos que se dicen nacionalistas. Por lo común el tópico, a menudo falso, sustituye a un mediano conocimiento del asunto. Curiosamente, esta lamentable ignorancia no proviene de la falta de investigaciones y estudios, muchos de ellos excelentes. Baste citar los clásicos y prácticamente exhaustivos de J. Corcuera sobre la formación del ideario peneuvista, los en su momento muy valiosos de S. Payne, o el reciente de E. Ucelay sobre el “imperialismo catalán”, un aspecto poco examinado del ideario de Prat de la Riba. Abundan los estudios parciales sobre una u otra época de ambos nacionalismos, o sobre sus raíces, sus relaciones con los partidos obreristas, o sus vertientes terroristas, en particular sobre ETA, etc. Muchos de ellos traen el lastre de los métodos marxistas, dominantes en muchos ámbitos universitarios españoles durante largos años, que tantas investigaciones han esterilizado. En los últimos años han visto la luz ensayos tan notables como los de J. Juaristi, o, en sentido contrario, El péndulo patriótico, de S. de Pablo, L. Mees y J. A. Rodríguez, cuya agudeza de análisis queda embotada a menudo por su carga propagandística a favor del PNV. Notable aportación de datos y argumentos encontramos en el recién aparecido Adiós España, de J. Lainz. Como tendencia general se aprecia una desmitificación bastante concienzuda del nacionalismo vasco, y nada parecido, ni de lejos, en relación con el catalán. Pero la mayoría de estas obras apenas ha tenido difusión fuera del círculo de los especialistas o aficionados al tema: las de Juaristi y algunas de actualidad centradas en la ETA vienen a constituir la excepción. Parece dominar en la opinión pública la impresión de que, en el fondo, el problema no es acuciante, y que hay en él mucho de manía o de moda

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http://www.libertaddigital.com/ http://www.lailustracionliberal.com/ Abril 2004

Los nacionalismos vasco y catalán en laHistoria de EspañaPor Pío Moa

Este artículo es un anticipo de la obra Los nacionalismos catalán y vasco en la historia de España, depróxima aparición en Ediciones Encuentro, S.A.

Nota Previa

Aunque los nacionalismos vasco y catalán han influido considerablemente a lo largo delsiglo XX en España, y ahora mismo constituyen el problema y el reto político másimportantes para el futuro del país, sorprende el desconocimiento que existe de ellos —esdecir, de sus planteamientos y trayectoria histórica— entre los ciudadanos corrientes yentre buena parte de los mismos que se dicen nacionalistas. Por lo común el tópico, amenudo falso, sustituye a un mediano conocimiento del asunto.

Curiosamente, esta lamentable ignorancia no proviene de la falta de investigaciones yestudios, muchos de ellos excelentes. Baste citar los clásicos y prácticamente exhaustivosde J. Corcuera sobre la formación del ideario peneuvista, los en su momento muy valiososde S. Payne, o el reciente de E. Ucelay sobre el “imperialismo catalán”, un aspecto pocoexaminado del ideario de Prat de la Riba. Abundan los estudios parciales sobre una u otraépoca de ambos nacionalismos, o sobre sus raíces, sus relaciones con los partidosobreristas, o sus vertientes terroristas, en particular sobre ETA, etc.

Muchos de ellos traen el lastre de los métodos marxistas, dominantes en muchos ámbitosuniversitarios españoles durante largos años, que tantas investigaciones han esterilizado.En los últimos años han visto la luz ensayos tan notables como los de J. Juaristi, o, ensentido contrario, El péndulo patriótico, de S. de Pablo, L. Mees y J. A. Rodríguez, cuyaagudeza de análisis queda embotada a menudo por su carga propagandística a favor delPNV. Notable aportación de datos y argumentos encontramos en el recién aparecido AdiósEspaña, de J. Lainz. Como tendencia general se aprecia una desmitificación bastanteconcienzuda del nacionalismo vasco, y nada parecido, ni de lejos, en relación con elcatalán.

Pero la mayoría de estas obras apenas ha tenido difusión fuera del círculo de losespecialistas o aficionados al tema: las de Juaristi y algunas de actualidad centradas en laETA vienen a constituir la excepción. Parece dominar en la opinión pública la impresión deque, en el fondo, el problema no es acuciante, y que hay en él mucho de manía o de moda

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finalmente pasajera, sin mayor riesgo para la convivencia social o la democracia enEspaña.

Por otra parte, tampoco existe un estudio comparado de ambos nacionalismos, ni enrelación con el otro término fundamental de referencia: España. Pues el nacionalismovasco, como el catalán y otros, nacen tomando una postura esencial en doble sentido:hacia las respectivas regiones y hacia el conjunto de España, como un enfoque del pasadoy una promesa para el porvenir. Este ensayo tiene precisamente esa perspectiva, la de larelación entre dichos nacionalismos y España, incluyendo los diversos nacionalismosespañoles surgidos en el siglo XX. Tratándose de un enfoque poco habitual, va de suyo queintenta más bien desbrozar un camino que construir un edificio acabado en sus detalles. Ellector debe tener esto en cuenta.

El planteamiento de este ensayo puede resumirse así: a finales del siglo XIX surgieron enalgunas regiones españolas unos conceptos diferentes de la historia y la realidad del país,conceptos gobernados por la aspiración a separarse de España o de reducir ésta a unaconfederación sin verdaderos lazos nacionales. Pues bien, se trata aquí de observar losefectos históricos derivados de tales doctrinas, incluyendo las reacciones por ellasprovocadas.

No debe esperar el lector, por tanto, la aclaración teórica de la naturaleza delnacionalismo, ni tampoco de la verdadera historia de España o de sus regiones, a todo locual dedico sólo el espacio imprescindible. Aunque se trate de cuestiones en extremointeresantes, para el objeto de este estudio resultan marginales. Sean cuales fueran esanaturaleza y esa verdad histórica, el hecho indudable es que los nacionalismos han pesadocon fuerza en Cataluña y Vasconia y, por ello, en el devenir histórico de toda España en elsiglo XX. Desde ese punto de vista las examino aquí. Por la misma razón me extenderépoco en torno a los detalles del desarrollo orgánico o las luchas internas de los partidosnacionalistas, así como sus precedentes y raíces. Importa aquí, en cambio, exponer unaidea clara de los idearios nacionalistas tales como fueron desarrollados por los fundadoresde los partidos, pues ello facilita la comprensión de sus consecuencias y de la acciónpolítica a que dieron lugar.

Al encarar estos problemas, evito identificar los nacionalismos y sus concepciones con larealidad popular e histórica vasca o catalana, identificación ideológica muy común y hastainconsciente, que lleva a menudo a considerar “vascos” o “catalanes” por antonomasia alos nacionalistas. Esa identificación constituye el deseo, el programa y el lenguaje propiosde esos partidos, representantes privilegiados —en su propia opinión— de los vascos ocatalanes; aspiración que tal vez hagan realidad en el futuro, pero no lograda hasta ahora,ni mucho menos. Nadie con un mínimo sentido de la realidad puede confundir el pueblo ola historia de esas regiones con los respectivos partidos nacionalistas y sus historiasparticulares. Por la misma razón llamo regiones a Cataluña y Vascongadas, con unasignificación puramente técnica y objetiva, como partes que han sido y siguen siendo deEspaña. Los nacionalistas prefieren llamarlas naciones, implicando territorios distintos yajenos a España, lo cual es, nuevamente, una aspiración suya, acaso realizable algún día,pero no hasta la fecha, cuando los catalanes y los vascos, en su mayoría, siguensintiéndose españoles.

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La confusión terminológica dicha está presente, pese a su evidente arbitrariedad, en buenaparte de la historiografía contemporánea, y sólo puede producir una distorsión fundamentalen el relato histórico. Para entender esas distorsiones vale la pena compararlas con otrasanálogas, procedentes del marxismo, según las cuales existen unos partidos omovimientos “de clase”, representativos del “proletariado” o del “gran capital”, de la“pequeña burguesía”, etc.

Se trata de una verdadera superstición que ha hecho estragos en la historiografía, tantoespañola como de casi cualquier otro país, en nuestro caso a partir, sobre todo, de lasinterpretaciones de Tuñón de Lara. La “clase obrera” nunca ha tenido un partido propio,pues entre los obreros, como en cualquier otra capa social, han proliferado diversascorrientes y apoyos políticos, sin excluir las más conservadoras o las fascistas; y los variospartidos autoproclamados “obreros” han luchado entre sí, frecuentemente con afán deexterminio. Tiene su lógica que los socialistas, los anarquistas o los comunistas se vean así mismos como representantes exclusivos del “proletariado”, al igual que los nacionalistasde sus propios pueblos, pero no hay la menor razón para acompañarles en tal creencia. Enmuchos países, por unas u otras vías, algunos de esos partidos han logrado el poderabsoluto —su propia concepción implica un poder absoluto y no democrático—, dando lugara sistemas de privación de derechos y libertades nunca antes conocidos.

Entre sus víctimas se contaban, desde luego, los propios trabajadores manuales en cuyonombre actuaba el poder, inermes ante la explotación y la autoridad aplastante de lascastas burocráticas. Esta experiencia, bien constatable históricamente, indica la distanciaentre las pretensiones y los hechos.

Otra aclaración sobre algunos términos: emplearé las palabras Vascongadas o Vasconiapara nombrar al conjunto de Vizcaya, Álava y Guipúzcoa. Llamarlas “Vasconia” resultainexacto en un sentido, por cuanto la primitiva Vasconia se encontraba más bien en lamitad norte de Navarra; pero, llamativamente, y como constató el propio Sabino Arana, esdifícil encontrar un término plenamente satisfactorio, en castellano o en vascuence, y eldifundido “País Vasco”, tiene un matiz algo folklórico. No ocurre lo mismo con “Cataluña”,cuya etimología, se ha sostenido razonablemente, recuerda a la de Castilla: “Tierra decastillos”.

También utilizo “Usa” y “useño” de preferencia a Norteamérica, Estados Unidos,norteamericano, etc., expresiones claramente inadecuadas, por muy divulgadas que seencuentren. No tengo, desde luego, la pretensión de que los términos aquí empleadoscuajen popularmente, pero aun así el lector puede apreciar su brevedad, por una parte, ysu evitación del carácter en cierto modo mesiánico de los nombres hoy corrientes, no muyaceptables para españoles e hispanoamericanos.

Trataré aquí de sintetizar las ideas de estos movimientos, así como su actuación a travésde ciertos sucesos clave que manifiestan su carácter y papel político. Por la mismanecesidad de síntesis, prestaré atención a los partidos importantes, como el PNV, LligaCatalana o Esquerra Republicana, dejando de lado grupos menores, como Acció Catalana,

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Acción Nacionalista Vasca, Comunión Nacionalista, etc.

Tales nacionalismos se definen, lógicamente, en relación con España, tenida por elenemigo a destruir en el nacionalismo vasco, y negada simplemente en el catalán. Son unfenómeno históricamente reciente, pues nació en algunas regiones a finales del siglo XIX,cobró impulso con el "Desastre" de 1898 y desde entonces se configuró en Cataluña y enVasconia como un factor importante en la vida política española, excepto durante lasdictaduras, que ocupan casi la mitad del siglo.

Estos movimientos derivan de los regionalismos, productos del Romanticismo del siglo XIX,con su exaltación sentimental de algunas tradiciones, del "espíritu popular" y de la EdadMedia. Los regionalismos arraigaron en varias partes de España, pero sólo en Cataluña yVasconia originaron nacionalismos fuertes. La primera pregunta es por qué fue así, y porqué no prendió algo similar en Galicia --donde el nacionalismo ha tenido mucho menorempuje--, o en Valencia, las Baleares, Andalucía y otras regiones, donde el nacionalismopudo haber explotado motivos lingüísticos u otros. Una explicación suele hallarse en elempuje industrial vasco y catalán. Algo influyó, sin duda, el sentimiento de una riquezacreciente y superior. Como observa el nacionalista catalán Cambó, "El rápidoenriquecimiento de Cataluña (...) dio a los catalanes el orgullo de las riquezasimprovisadas, cosa que les hizo propicios a la acción de nuestras propagandas" (1) . Sinembargo la burguesía catalana solía mostrar celo españolista en pro del mercado para susproductos, y el nacionalismo vasco exaltó más bien una idealizada sociedad rural ybucólica. La industrialización, por tanto, tuvo alguna influencia, pero no decisiva.

Otra explicación podría estar en la memoria de los antiguos fueros. Pero en realidad laabolición de las leyes particulares de Cataluña por Felipe V permitió la recuperacióneconómica catalana, al abrirle los mercados del resto de España y de América. En el PaísVasco, la abolición de los fueros en 1876, a causa de la guerra carlista, también facilitó laexpansión industrial vasca, y, como muestra Juaristi (2), la reivindicación de los fuerostuvo escaso eco inmediato. No obstante, como motivo sentimental y político invocado aposteriori, no dejó de tener también cierta relevancia.

Suele aludirse asimismo, a las peculiaridades culturales e históricas, a los "hechosdiferenciales". Pero esas diferencias preexistían de largo tiempo atrás, y también en otrasregiones, y no habían dado pie a tales movimientos. El catalán o el vasco corrientes,aunque conscientes de esas diferencias, se sentían españoles. Como recuerda Cambó,todavía en 1898, "cuando salíamos del Círculo de la Lliga de Catalunya, encendidos depatriotismo catalán, nos sentíamos en la calle como extranjeros, como si no noshallásemos en nuestra casa, porque no había nadie que compartiese nuestrasaspiraciones"(3). En cuando a Sabino Arana, sus textos abundan en imprecaciones yamenazas a los malos bizkaínos: "El yerro de los bizkaínos de fines del siglo pasado y delpresente (...) es el españolismo". "Nuestros padres vertieron su sangre en Padura (serefiere a una supuesta batalla de hace once siglos) para salvar a Bizkaya de la dominaciónespañola, por la libertad de la raza, por la independencia nacional. Nosotros ¡miserables!hemos vendido el fruto de esa sangre a los hijos de sus enemigos y hemos escupido alsepulcro de nuestros padres. ¡No sabían los bizkaínos del siglo noveno que con la sangreque derramaban por la Patria, engendraban hijos que habían de hacerle traición!"."Vosotros, cansados de ser libres, habéis acatado la dominación extraña" "Si no queréisabandonar esos caminos por donde os llevan los enemigos de Bizkaya; si os obstináis enayudar al verdugo de Bizkaya (...) ¡Que vuestros nietos os maldigan y os execren!" ."¡Cuándo llegarán los bizkaínos a mirar como a enemigos a todos los que les hermanan conlos que son extranjeros y enemigos naturales suyos!" Y así sucesivamente.

Importa señalar, además, que el ancestral sentimiento español de vascos y catalanesmarca una diferencia clave con nacionalismos como los de Europa central, donde lasminorías integradas en los imperios austríaco, turco o ruso, como los checos, los serbios,los búlgaros o los polacos nunca se sintieron austríacos, turcos o rusos. La integración delPaís Vasco o de Cataluña en España no procede de invasiones o conquistas, como las deaquellos pueblos centroeuropeos, o la de Irlanda, Quebec, etc.

Por tanto, los factores señalados no explican gran cosa. Los nacionalistas supieronutilizarlos a su favor, pero no conducían de por sí al separatismo. La idea de que existía uncaldo de cultivo muy favorable a los nacionalismos en Cataluña y Vasconia es falsa. Los

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apóstoles de las nuevas ideas trataban de oponer el sentimiento vasco o catalán alsentimiento español, cuando antes la gente no encontraba esas cosas contrarias, sinocomplementarias. En realidad, la expansión de esos movimientos requirió un esfuerzo muyarduo y una habilidad muy notable para desarraigar o debilitar en los vascos y loscatalanes, o en parte de ellos, el sentimiento hispano.

La tarea exigía dirigentes capaces y entregados, y creo que en buena medida el éxito deambos nacionalismos se debe precisamente a eso, a que encontraron sus profetas, suslíderes enfervorecidos e iluminados, por así decir, dispuestos a consagrarse en cuerpo yalma a una misión a su juicio redentora. No encontramos en el nacionalismo gallego uotros a personajes tan enérgicos y diestros como Arana, Prat de la Riba o Cambó. Unatradición ya larga explica la historia por causas materiales más o menos cuantificables,pero en cuanto indagamos los hechos topamos siempre con imponderables como elcarácter de los dirigentes. Por ejemplo, sin Lenin resulta inimaginable la revolución rusa,socialista en un país agrario y sumamente atrasado en el plano material, cuando lamayoría de los propios jefes bolcheviques vacilaba ante el golpe revolucionario, si es queno lo rechazaba. El caso tiene interés porque son precisamente los marxistas quienes máshan insistido en la primacía casi absoluta de las llamadas "condiciones materiales".

Tanto Arana en Vasconia como Prat de la Riba en Cataluña muestran en sus escritos laconvicción absorbente de haber descubierto una nueva luz que debía alumbrar en adelantela marcha de sus pueblos. Cambó resolvió siendo joven consagrar sus energías y sunotable inteligencia a la causa del nacionalismo catalán, al punto de renunciar almatrimonio en aras de ella. Ese espíritu exaltado lo sintetizará Prat de la Riba en sucélebre frase: "La religión catalanista tiene por Dios a la patria". Arana deploraba "cuándifícil y penosa es la labor que nos hemos impuesto, de soltar la venda que ciega los ojosde los bizkaínos!", pero advirtió en su discurso de Larrazábal que si fracasara, abandonaríael País Vasco, y "si tan triste caso llegara, juro, al dejar el suelo patrio, dejaros también unrecuerdo que jamás se borre de la memoria de los hombres". No sabemos qué recuerdosería, aunque en su intención debía de ser terrible. En cualquier caso no cabe dudar de sudeterminación.

Los métodos para desespañolizar a catalanes y vascos fueron parecidos. Por un lado, unataque inclemente a España o a Castilla, elaborando una historia de agravios, y por otra unhalago desmesurado a lo autóctono: "Había que saber que éramos catalanes y que noéramos más que catalanes", dice Prat, para lo cual debían combinarse "los transportes deadoración" a Cataluña con el odio a los supuestos causantes de sus males, los castellanos,pese a que Castilla, como reino o región, había dejado hacía mucho de representar unpoder hegemónico o director en España. "La fuerza del amor a Cataluña, al chocar contrael obstáculo, se transformó en odio, y dejándose de odas y elegías a las cosas de la tierra,la musa catalana, con trágico vuelo, maldijo, imprecó, amenazó". Había que "resarcirse" deuna imaginaria "esclavitud pasada". "Tanto como exageramos la apología de lo nuestro,rebajamos y menospreciamos todo lo castellano, a tuertas y a derechas, sin medida". O,como observa más sobriamente Cambó, "El rápido progreso del catalanismo fue debido auna propaganda a base de algunas exageraciones y de algunas injusticias: esto ha pasadosiempre y siempre pasará, porque los cambios en los sentimientos colectivos no seproducen nunca a base de juicios serenos y palabras justas y mesuradas" (4). En resumen,escribe Prat: "Son grandes, totales, irreductibles, las diferencias que separan a Castilla yCataluña, Cataluña y Galicia, Andalucía y Vasconia. Las separa, por no buscar nada más, loque más separa, lo que hace a los hombres extranjeros unos de otros, lo que según decíaSan Agustín en los tiempos de la gran unidad romana, nos hace preferir a la compañía deun extranjero la de nuestro perro, que al fin y al cabo, más o menos, nos entiende: lessepara la lengua". De creer a Prat, nadie entendía el español común fuera de Castilla, siacaso Andalucía o Canarias, y un catalán preferiría --o más bien debía preferir, de acuerdocon la nueva doctrina-- la compañía de su perro a la de un castellano, un gallego o unvasco. La distorsión histórica se aprecia en frases como la que opone "el gótico y elrománico de nuestros monumentos" a "la Alhambra o la Giralda", como si a Cataluña lacaracterizasen el gótico y el románico, y al resto de España los monumentos árabes. Paraél, "Bien mirados los hechos, no hay pueblos emigrados, ni bárbaros conquistadores, niunidad católica, ni España, ni nada".

Tanto Prat como Arana se consideraban católicos fervientes, pero Arana va más allá quePrat, y exclama indignado: "¡Católica España! Y ¡ afirmarlo ahora que cualquiera sabe leer

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y cualquiera lee periódicos y libros! (...) No es posible, en breve espacio, mencionarsiquiera concisamente los hechos pasados y presentes que prueban bien a las claras queEspaña, como pueblo o nación, no ha sido antes jamás ni es hoy católica". Arana decíahallar en la mayoría de los españoles "el testimonio irrecusable de la teoría de Darwin,pues más que hombres semejan simios poco menos bestias que el gorila: no busquéis ensus rostros la expresión de la inteligencia humana ni de virtud alguna; su mirada solorevela idiotismo y brutalidad". Ante este hecho, el inteligente y virtuoso Arana clamabaentre asombrado y furioso: "euskerianos y maketos ¿forman dos bandos contrarios? ¡Ca!Amigos son, se aman como hermanos, sin que haya quien pueda explicar esta unión de doscaracteres tan opuestos, de dos razas tan antagónicas". En estas frases se condensa todoel programa aranista: había que sustituir aquella amistad y fraternidad por una enemistadsin fisuras. Amenaza también al vascongado que olvidara la lengua vascuence: entonces,"si el maketo, penetrando en tu casa, te arrebata a tus hijos e hijas para quitar a aquellossu lozana vida y prostituir a éstas... entonces, no llores". O pintaba a "Bizkaya" como "lanación más noble y más libre del mundo", una raza "singular por sus bellas cualidades,pero más singular aún por no tener ningún punto de contacto o fraternidad ni con la razaespañola, ni con la francesa, que son sus vecinas, ni con raza alguna del mundo...". Esaraza sufría, sin embargo, "humillada, pisoteada y escarnecida por España, por esa naciónenteca y miserable". Y fulminaba a sus paisanos: "Habéis mezclado vuestra sangre con laespañola o maketa, os habéis hermanado y confundido con la raza más vil y despreciablede Europa". En fin, "Era antes vuestro carácter noble y altivo, a la vez que sencillo, franco ygeneroso; y hoy vais haciéndoos tan viles y pusilánimes, tan miserables, falsos y ruinescomo vuestros mismos dominadores", concluye con nobleza y generosidad peculiares.

Si España no existía, en palabras de Prat, o era tan irrisoriamente inepta y ruin como decíacreer Arana, la misión emancipadora que ambos se atribuían debía haber resultado muycómoda, aunque muy difícil, en cambio, explicar dónde había estado durante siglosCataluña, o cómo había sido posible la supuesta sumisión de los vascos. Pero estasincoherencias nunca les preocuparon demasiado. Sea como fuere, la mezcla del halago aun grupo social con el señalamiento de un enemigo claro, culpable de todos los males,sugestiona fácilmente a muchas personas, si se insiste en ella con tenacidad. Y así fue.

Estas campañas, aparte de la habilidad y energía derrochadas en ellas, recibieron granimpulso del "desastre" del 98, como recordaba Cambó. Si en el terreno económico aquelladerrota tuvo poco efecto, y el desarrollo español incluso se aceleró luego, supuso unaquiebra moral y psicológica, que dio alas a los movimientos radicales, desde el socialismorevolucionario y el anarquismo a los nacionalismos. Así fue posible que a los pocos añosPrat asegurase, con alguna razón: "Hoy ya, para muchos, España es sólo un nombreindicativo de una división geográfica".

No obstante las similitudes básicas, hay fuertes diferencias entre el programa nacionalistade Prat y el de Arana. El primero anhelaba "más que la libertad para mi patria. Yo quisieraque Cataluña (...) comprendiera la gloria eterna que conquistará la nacionalidad que seponga a la vanguardia del ejército de los pueblos oprimidos (...) Decidle que las nacionesesclavas esperan, como la humanidad en otro tiempo, que venga el redentor que rompasus cadenas. Haced que sea el genio de Cataluña el Mesías esperado de las naciones". Ellono le impedía al mismo tiempo proclamar una vocación imperialista, pues el imperialismo"es el período triunfal de un nacionalismo: del nacionalismo de un gran pueblo". Cataluñadebía convertirse en el elemento hegemónico de un imperio ibérico que se extenderíadesde Lisboa al Ródano, para luego "expandirse sobre las tierras bárbaras", especialmentelas africanas.

A Arana, en cambio, ni se le ocurría pensar en los catalanes como vanguardia de los"pueblos oprimidos" o de cualquier otra cosa. En realidad manifestaba desprecio haciaCataluña, a la que consideraba una región española sin remedio, como tal enemiga de losvascos y sin títulos propiamente de nación: "Nunca discutiremos si las regiones españolascomo Cataluña tienen o no derecho al regionalismo que defienden, porque nos preocupanmuy poco, nada por mejor decir, los asuntos internos de España". Su programa era casi elinverso de Prat, pues propugnaba para el "pueblo más noble y más libre del mundo" elencerramiento en sí mismo. La mayor distinción de los vascos, sería, después de la raza, eleuskera, "broquel de nuestra raza, y contrafuerte de la religiosidad y moralidad de nuestropueblo". Según él, "donde se pierde el uso del Euzkera, se gana en inmoralidad", por locual, "Tanto están obligados los bizkaínos a hablar su lengua nacional como a no

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enseñársela a los maketos o españoles". Nada, pues, de moralizar por vía lingüística a losmaketos: "Muchos son los euzkerianos que no saben euzkera. Malo es esto. Son varios losmaketos que lo hablan. Esto es peor" "Si nuestros invasores aprendieran el euzkera,tendríamos que abandonar éste, archivando cuidadosamente su gramática y su diccionario,y dedicarnos a hablar el ruso, el noruego" Etc.

Pese a su entusiasmo por el vascuence, la lengua materna de Arana era el castellano. Deella renegó, aunque, para hacerse entender, hubo de escribirlo, y con no mal estilo. Dadala dificultad del vascuence, no debió de llegar a dominarlo, como indica su creación de lapalabra Euzkadi, juzgada por sus seguidores como un hallazgo genial. El políticonacionalista Eguileor opina que "el anhelo" de la "raza más vieja de la tierra (...) secondensa maravillosamente en una sola palabra, la que no acertó a sacar durante cuarentasiglos nuestra raza del fondo de su alma, palabra mágica creada también por el genioinmortal de nuestro Maestro: ¡Euzkadi!". Pero el filólogo vasco Jon Juaristi, observa que eltérmino es un disparate, que "consta de una absurda raíz euzko, extraída de euskera,euskal, etc., a la que Arana hace significar "vasco", y del sufijo colectivizador -ti /-di, usadosólo para vegetales. Euzkadi se traduciría literalmente por algo parecido a "bosque deeuzkos", cualquier cosa que ello sea". Ya en su tiempo Unamuno criticaba la "grotesca ymiserable ocurrencia" de un "menor de edad mental", que equivaldría a cambiar la palabraEspaña por "la españoleda, al modo de pereda, robleda..." (5)

Y lejos del imperio ibérico de Prat, enseñaba Arana: "Si a esa nación latina la viésemosdespedazada por una conflagración intestina o una guerra internacional, nosotros locelebraríamos con fruición y verdadero júbilo". Deseo lógico porque "aborrecemos aEspaña no solamente por liberal, sino por cualquier lado que la miremos".

Otra diferencia importante es que el nacionalismo vasco será siempre muy derechista,salvo pequeñas variedades, hasta que en los años 60 del siglo XX se asiente una rama deizquierdas, en torno a ETA. En cambio el nacionalismo catalán, también de derechas alcomienzo, tendría antes un sector más izquierdista, violento y radical. Con el tiempo, elnacionalismo de Cambó encontraría "en el patriotismo español la ampliación natural ycomplemento necesario del patriotismo catalán", como decía Valls Taberner en 1934 (6).Por el contrario, la izquierda acentuaba el talante separatista o al menos exclusivista.

También difería el estilo de las propagandas: bronco el de Arana, más disimulado el dePrat, como él mismo advierte: "Evitábamos todavía usar abiertamente la nomenclaturapropia, pero íbamos destruyendo las preocupaciones, los prejuicios y, con calculadooportunismo, insinuábamos en sueltos y artículos las nuevas doctrinas". En Prat y susseguidores predominó un victimismo algo quejumbroso y sentimental, que conmemorabaderrotas históricas reales o supuestas, junto con un sentimiento de superioridad ultrajada.Este último sentimiento destacaba más en los sabinianos, con menos victimismo y mayoragresividad: Arana inició su predicación recordando supuestas victorias bélicas contra "elinvasor español", y llamando con más o menos claridad a renovar aquellas glorias.

Me he extendido en las citas porque las ideas básicas de estos nacionalismos son muyampliamente ignoradas, y de ello derivan serios equívocos. Comentaba a veces CaroBaroja que él había tenido a Arana por el doctrinario más tonto de España, hasta que leyóel "Catecismo catalanista" de Prat de la Riba. Esto, naturalmente, es una impresiónsubjetiva del ilustre investigador, pero lo cito porque revela cómo incluso una persona tancompetente en la etnología española, tardó en conocer los textos fundacionales delnacionalismo catalán. Cierto, de todos modos, que las elaboraciones de ambosnacionalismos nunca alcanzaron un nivel intelectual destacable.

Pese a los éxitos nacionalistas, el sentimiento español era y es muy persistente, porbasarse en una historia compartida de muchos siglos, en una larga mezcla demográfica ycultural, en el tronco católico de su cultura, en una profunda interrelación económica, y enla conciencia de que la lengua común española, pese a su origen castellano, no espatrimonio de ninguna región, pues todas han contribuido a darle forma. Además, lalengua común permitía y permite a las regiones comunicarse entre sí y ampliar a varioscontinentes las relaciones y empresas de todo tipo. No extrañará que el propio Aranaadmita: "Hemos convencido a muchas inteligencias; hemos persuadido a pocos corazones.Lo cual demuestra, en último término, que ya no hay corazones en Euskeria. ¡PobrePatria!". En cuanto a los nacionalistas catalanes, en momentos cruciales se demostrará lo

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mucho que tenían de pose sus maldiciones, imprecaciones y amenazas, que decía Prat,contra Castilla y España.

La consecuencia inmediata de estos nacionalismos es doble. Por una parte tienden aseparar y crear hostilidad entre los vascos o los catalanes, y el resto de los españoles, ypor otra dividen a vascos y catalanes en "buenos" y "malos", según acepten o no susdoctrinas. Los nacionalistas se proclaman automáticamente representantes del pueblo,piense lo que quiera la mayoría de él. Con tal enfoque, las elecciones, por ejemplo, son unmétodo aprovechable, pero nunca serán admitidas las votaciones adversas. Ocurre algoparecido con los comunistas, autoproclamados representantes del proletariado, voten loque voten los obreros, y que utilizan las elecciones de modo similar. Esto, desde luego,tiene poca relación con la democracia tal como normalmente se concibe.

Estos nacionalismos no sólo alientan un sentimiento contra España, sino también contra elliberalismo: "antiespañol y antiliberal es lo que todo bizkaíno debe ser", adoctrinaba Arana,y el nacionalismo catalán fraguó en buena medida en círculos eclesiales que veían en elliberalismo una amenaza. Hubo también una raíz más o menos carlista. Más o menos,porque el carlismo era muy españolista, y defendía los viejos fueros como propios de launidad española, en contraste con el centralismo traído de Francia. Pero tanto en lasVascongadas como en Cataluña tuvo el carlismo fuerte influencia, y ante el triunfo liberalen España, algunos derivaron hacia el nacionalismo como una forma de salvar lo salvabledel antiguo régimen. Arana evolucionó directamente desde el carlismo, y en loscatalanistas se mezclaba a veces el regionalismo con la defensa de la moral católica enpeligro, real o no. Claro que nunca se produjo tal evolución nacionalista en Navarra, Álavay otras regiones y provincias donde el carlismo tenía largas raíces.

También influyó en el antiliberalismo la llegada de trabajadores de otras regiones, amenudo desarraigados e ignorantes, a quienes alejaban de la religión el debilitamiento opérdida de lazos familiares, la explotación y las condiciones de vida, con frecuenciamiserables. En ellos prendieron las doctrinas socialistas y anarquistas que les prometían unmundo feliz y les señalaban un enemigo. Bastantes conservadores veían en esainmigración una fuente de inmoralidad, subversión y violencia, y, si bien se beneficiaban deella, le oponían un pasado ideal de catolicidad y moralidad estrictas, aún persistentes ensus regiones, pero supuestamente perdidas en el resto de España. Buena parte del clerodesempeñó un papel importante en el auge nacionalista en las dos comunidades.

En Vasconia, el PNV mantuvo siempre un intenso antiliberalismo, que, en una rama de él,la ETA, concluyó en un revolucionarismo de tipo marxista. En Cataluña la evolución siguióotro rumbo: el nacionalismo liderado por Cambó derivó lentamente a lo que en el fondoera un regionalismo españolista, y sus contradictorias aspiraciones, imperialistas yemancipadoras de los "pueblos esclavos", derivaron hacia un liberalismo templado.También hubo en Arana una evolución españolista hacia el final de su vida, pero fueocultada por sus seguidores. El nacionalismo catalán de izquierda, de irregular trayectoria,cuajará en 1931, al fusionarse tres partidos menores en la Esquerra Republicana deCatalunya. Durante la República, la Esquerra desbancó al catalanismo de derecha, conrespecto al cual acentuó su nacionalismo y a veces un separatismo abierto. La Esquerratuvo carácter jacobino, es decir, un liberalismo inspirado en la Revolución francesa,exaltadamente anticlerical y muy diferente del liberalismo conservador, de raíces más bienanglosajonas, por simplificar de algún modo.

Repasaremos ahora la historia de estos nacionalismos, repaso somero inevitablemente,pero espero que ilustrativo. Como esa historia ha transcurrido prácticamente a lo largo delsiglo XX, cabe distinguir en ella las cinco etapas generales atravesadas por el país: enprimer lugar, el régimen liberal de la Restauración, hasta 1923, luego la dictadura dePrimo, hasta 1930, poco después la República y la guerra, hasta 1939; a continuación ladictadura de Franco, hasta 1975, y finalmente la democracia actual.

La Restauración permitió el nacimiento, la expresión y la organización de losnacionalismos. Entonces cobró protagonismo sobre todo la Lliga catalana, liderada porCambó, con el programa de Prat de la Riba: dominar en Cataluña para convertir España enuna confederación ibérica e impulsarla a un nuevo imperialismo. Pero el programa semostró irrealizable. Lejos de dominar Cataluña, los nacionalistas se dividieron, y gran parte

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de la población apoyó a los anarquistas o a los republicanos. Se produjo una deriva haciaun imperialismo menor, el de los llamados països catalans. La participación en la políticageneral española apareció pronto como una opción necesaria para la derechista Lliga, lacual influyó con fuerza en la vida del país y participó en el gobierno. Alfonso XIII llegó a veren Cambó un posible salvador de la monarquía liberal.

Sin embargo, en conjunto el catalanismo jugó más bien como elemento de fractura dentrode la Restauración, a la que llevó a situaciones críticas, a veces en compañía de gruposrevolucionarios o antidemocráticos. A partir de la crisis revolucionaria de 1917, el régimensufrió un progresivo e imparable deterioro, acelerado por la derrota de Annual enMarruecos y el auge del terrorismo. Pero los enemigos de la Restauración, incluyendo alnacionalismo catalán, no ofrecían una verdadera alternativa a aquel régimen. Al final, comoreconocerá el mismo Cambó, "se había destruido un artificio y no se había creado ni unarealidad ni otro artificio que viniera a sustituirlo" (7).

En cuanto al nacionalismo vasco, desarrolló por entonces su propaganda y susorganizaciones, desentendiéndose de la política del resto de España e influyendo muy pocoen los acontecimientos. Su historia, en contraste con la del nacionalismo catalán, es másbien doméstica. En él aparecieron dos tendencias, una más autonomista, llamada"euzkalerriaca", que relegaba la secesión a un tiempo lejano, y otra más radical, llamada"sabiniana", pese a la última evolución españolista de Arana.

En 1923 la situación del régimen se hizo insostenible. Según Cambó, "toda la sociedadespañola vivía en plena indisciplina ", y los gobiernos y partidos habían perdido el respetode la población, porque no eran respetables. Fue la crisis definitiva, y dio entrada a unanueva época, la dictadura de Primo de Rivera. Esta dictadura, dice el líder catalanista, fuecausada "por la incapacidad de los poderes constitucionales para cumplir su misión". Másconcretamente: "La dictadura española nació en Barcelona, la creó el ambiente deBarcelona, donde la demagogia sindicalista tenía una intensidad y una cronicidadintolerables. Y ante la demagogia sindicalista fallaron todos los recursos normales delpoder, todas las defensas normales de la sociedad" (8). Quedó de manifiesto, pues, cómolos partidos antiliberales, incluyendo a los nacionalistas, habían tenido fuerza suficientepara hacer la vida imposible al régimen que les permitía desarrollarse, pero no para alzaruna alternativa frente a él.

Siempre ha habido gran sospecha de que la propia Lliga catalanista impulsó o alentó elgolpe de Primo. Pero después Cambó se negó a colaborar con la dictadura, aunquetampoco se le opuso, y el dictador reprimió los nacionalismos. Fue una represión muysuave, como la realizada contra otros partidos, salvo el comunista. El PSOE colaboró conPrimo. Éste admitió una amplia libertad de expresión, y no puso obstáculos a la publicaciónen catalán. Bajo la dictadura, se pasó de siete a diez diarios en catalán y aumentóconsiderablemente la publicación de libros en ese idioma. La célebre institución del "día deSant Jordi", con el libro y la rosa, data también de la dictadura. En Madrid se produjo unmovimiento de apoyo a la literatura y el idioma catalán. En el País Vasco fue proscrito elPNV, pero no la Comunión nacionalista, escindida de aquél (9).

La resistencia u oposición nacionalista a la dictadura de Primo fue prácticamente nula,aunque hubo en Cataluña lo que algunos, exagerando mucho, han llamado "nacionalismoinsurreccional", materializado en algún proyecto de atentado contra el rey, fácilmentedesarticulado, y, sobre todo, en el suceso de Prats de Molló, preparado por Macià. Éste eraun personaje apasionado y teatral, antiguo coronel muy españolista, convertido alsecesionismo. Formó el partido Estat Catalá, y buscó apoyo en Moscú. Pero protestaronvarios ricos catalanes emigrados en América, que le pasaban fondos, y el fogoso ex coronelhubo de distanciarse de los comunistas. Reclutó entonces un grupo de nacionalistas,anarquistas e italianos, a quienes concentró en noviembre de 1926 en Prats de Molló, cercade la frontera, con el supuesto fin de invadir Cataluña y arrastrar a la población a la lucha.Arrestados sin el menor problema por los guardias franceses, el juicio subsiguiente en Paríssirvió para promover un escándalo contra la España "negra" e "inquisitorial". En conjuntopuede decirse que el nacionalismo en Cataluña, o en el País Vasco, apenas molestó a ladictadura y ésta tampoco lo reprimió gran cosa.

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Al marcharse el dictador, en 1930, se produjo en toda España una carrera entre los grupospolíticos por reorganizarse y conquistar posiciones. El movimiento principal fue la unidaden torno a la alternativa republicana, encabezada por los conservadores y ex monárquicosAlcalá-Zamora y Miguel Maura. La unidad tomó forma en el Pacto de San Sebastián, enagosto de 1930, suceso muy significativo, porque marca el comportamiento básico deambos nacionalismos. El PNV permaneció al margen del Pacto, quizás por influjo del pocorepublicano obispo de Vitoria, Mateo Múgica. También se abstuvo Cambó, tras pronosticara Ortega y Gasset que la república solo traería convulsiones.

Quienes sí asistieron fueron tres grupos catalanistas de izquierda, entre ellos Estat Català,de Macià, y dieron lugar a un primer encontronazo. Un enviado nacionalista, Carrasco iFormiguera, planteó una inmediata autodeterminación de Cataluña en cuanto la repúblicase instaurase. Maura trató de demostrar a los nacionalistas "algo que estoy seguro quetenían bien sabido: que por tal camino se iba derecho a la guerra civil" (10) . El acuerdofinal, un "pacto entre caballeros", preveía un estatuto autonómico a través de las Cortes ytras un referendum en la región. En realidad, los catalanistas apenas creían que del pactosaliera la república.

Sin embargo la república llegó, un tanto por sorpresa, en abril de 1931. Y de inmediato losnacionalistas vulneraron los acuerdos. Macià se había convertido en una especie de héroepopular. por efecto de una hábil propaganda, de redoblada eficacia en momentos de vuelcopolítico. Su aventura en Prats de Molló no había tenido la menor repercusión en Cataluña,pero de pronto, dice Cambó, "Macià, a quien nadie tomaba en serio cuando hacía ridículasmaniobras en Francia se convirtió en un símbolo. La ida a Prats de Molló, que consistió enembarcar un día unas docenas de jóvenes uniformados en París, debidamente vigilados porla policía, para hacerse detener en Perpiñán, se presentaba como una gesta heroica a lascabezas calenturientas y las masas revoltosas" (11). Y fue Macià, cuyo partido se habíaunido a otros dos para formar la Esquerra, quien tomó el poder en Barcelona al caer lamonarquía. Entonces, aprovechando el vacío de poder y la emocionalidad del momento,rompió el Pacto de San Sebastián y proclamó la República Catalana dentro de unaimaginaria Federación Ibérica, se arrogó poderes de jefe de estado y nombró autoridadesafectas. Tras nerviosas idas y venidas desde Madrid, el héroe de Prats de Molló renunció ala República Catalana, pero no a las medidas para imponer allí su poder efectivo. Prieto yotros sintieron el hecho como una grave deslealtad.

Un apoyo fundamental del nuevo poder en Cataluña fue la CNT, a la cual, a cambio, le fuepermitido aplicar una sangrienta persecución contra obreros de otras ideologías. Sinembargo la luna de miel entre la CNT y la Esquerra se trocaría en odio y persecuciones almostrarse los anarquistas inmanejables.

Las primeras elecciones republicanas dieron una gran victoria a la Esquerra. La Lliga deCambó sufrió una dura derrota, y aunque dos años después, en 1933, logrará superar a laEsquerra en las elecciones generales, ya no tuvo oportunidad de representar un papeldecisivo en Cataluña.

El nacionalismo vasco siguió entonces una vía contraria al catalán, virulentamente jacobinoy anticristiano. El PNV reforzó su clericalismo ante los ataques a la religión comenzadosapenas instaurada la república. Ello le atrajo el voto de muchos vascos de conviccionescatólicas, pero no especialmente nacionalistas, que vieron en aquel partido una defensa desus convicciones más eficaz que en la dispersa derecha tradicional.

En el País Vasco la población se dividió en tres sectores, aproximadamente iguales: losnacionalistas, la derecha tradicional y los socialistas, con grupos menores republicanos,carlistas, ácratas, etc. El equilibrio entre los tres sectores principales permaneció estableen los años siguientes. En Cataluña hubo también una triple división, entre el nacionalismomoderado y proespañol de la Lliga, el nacionalismo mucho más extremo de la Esquerra, yuna masa de población ácrata. Los viejos partidos republicanos perdieron la mayor partede su influjo, y los socialistas apenas lograron afianzarse. Entre los partidos menores, unode ellos daría lugar al semitrotskista POUM.

La República provocó, en suma, un auge repentino de los nacionalismos catalán y vasco,por razones que no analizaremos aquí, pero muy relacionados, evidentemente, con laemocionalidad del momento y el descalabro moral y político de las derechas tradicionales.

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A ese auge le correspondió en el resto de España el de los republicanos de izquierda y eldel PSOE. Este último resultó el verdadero árbitro del régimen, el partido más fuerte yestructurado, gracias, paradójicamente, a su colaboración con Primo de Rivera. Fuetambién un período de expansión del anarquismo.

La situación inicial de la república cambió en solo dos años y medio. En las elecciones denoviembre de 1933 las nuevas derechas, agrupadas en torno a la CEDA, y los republicanosmoderados de Lerroux, ganaron ampliamente las elecciones. También la Lliga se rehízo ysuperó en diputados a la Esquerra. Sin embargo, la victoria derechista no fue aceptada porla izquierda. Azaña y otros propiciaron un golpe de estado para impedir la reunión de lasnuevas Cortes. La Esquerra, en retroceso frente a la Lliga, se colocó "en pie de guerra",como decía un editorial de su diario La Humanitat (12).

En los meses siguientes el PSOE y la Esquerra organizaron un golpe de fuerza contra elpoder legítimo. El golpe se produjo a principios de octubre de 1934, al entrar en elgobierno tres ministros de la CEDA. La CEDA, como partido más votado, tenía derecho noya a participar, sino a presidir el gobierno, pero hasta entonces había renunciado, a fin decalmar las tensiones políticas. Solo decidió entrar cuando la situación se volvió crítica ypreinsurreccional, y aun entonces lo hizo en tres ministerios secundarios y con políticos quepudieran tranquilizar a las izquierdas. Sin embargo éstas pretextaron que la entrada de laCEDA constituía un "golpe fascista", cosa falsa como ellos sabían perfectamente, y selanzaron a una sangrienta rebelión, que, antes de fracasar, causó más de 1.300 muertos,sobre todo en Asturias, y también un número considerable en Barcelona, Madrid y otroslugares. Para desencanto de la Esquerra, la casi totalidad de los catalanes ignoró susapasionados llamamientos a las armas y apoyó de hecho la legalidad constitucional.

Esa rebelión marcó la ruina de la república. Fue la ruptura del orden democrático y de laconvivencia social, es decir, fue el comienzo de la guerra civil, como bien vio G. Brenan.Tras la derrota, tanto la Esquerra como el PSOE pretendieron que se había tratado de unarebelión popular espontánea, en la que ellos habían desempeñado un papel secundario.Esa versión invertía la realidad, pues había sido la población la que espontáneamente habíadesoído el llamamiento bélico de los partidos. Hoy conocemos bastante bien los minuciosospreparativos insurreccionales de unos y otros. La Esquerra, en particular, utilizófraudulentamente las instituciones autonómicas para organizar una larga serie de accionessubversivas, y provocar entre la población un estado de ánimo propicio a la revuelta.También el PNV colaboró en las maniobras de desestabilización previas a octubre,formándose una extraña alianza entre un partido en extremo clerical y otros dosextremadamente antirreligiosos. Esa alianza se reproduciría en 1936, al recomenzar laguerra. En conclusión, hay pocas dudas de que la Esquerra contribuyó decisivamente a ladestrucción del orden democrático y republicano, y que el PNV participó en esa destrucciónde modo significativo.

Pese a su derrota, ni la Esquerra ni el PSOE cambiaron en lo fundamental losplanteamientos que les habían llevado a la rebelión de octubre del 34. Al ganar el FrentePopular las elecciones de febrero de 1936, los partidos de izquierda trataron de suprimirpolíticamente a la derecha, aunque cada uno con objetivos diferentes. Los republicanos deAzaña y los socialistas de Prieto querían reducir a la CEDA a la impotencia, a un papeltestimonial y seudolegitimador del sistema, mientras los comunistas presionaban algobierno para que aplastasen definitivamente a la derecha, lo que abriría las compuertasde la revolución. Por su parte, los socialistas de Largo Caballero veían en el Frente Popularuna palanca para imponer cuanto antes la llamada dictadura proletaria. Estas actitudes setradujeron en oleadas de asesinatos, asaltos a locales políticos y periódicos conservadores,quema de iglesias, etc. Los líderes derechistas Gil-Robles y Calvo Sotelo fueronamenazados de muerte en pleno Parlamento cuando exigieron que el gobierno controlaseel orden público. Todo ello rompía la legalidad y la convivencia. Un sector del ejército fuepreparando una rebelión. El 13 de julio, un equipo de policías y milicianos socialistasasesinó a Calvo Sotelo, escapando Gil-Robles por los pelos. Unos días después la derechase sublevó, reanudándose la guerra. España quedó dividida en dos zonas, en las dos sevino abajo la república y en las dos hubo que poner en pie sendos estados y ejércitosnuevos. El Frente Popular se proclamó republicano, por motivos de oportunismo político,pero nada tenía en común con la república del 14 de abril (13).

Como el golpe iniciado el 17 de julio dejó a los sublevados en pésima situación, las fuerzas

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izquierdistas y nacionalistas, dando por segura la victoria, comenzaron una pugna entreellas por asegurarse cada una posiciones de poder frente a sus socios. Azaña narra en susdiarios cómo la Esquerra, nuevamente aliada con los anarquistas, usurpó todos los órganosdel poder, rompiendo el estatuto e implantando una semiindependencia de hecho, y el 29de julio del 37 resume en su diario: "Los abusos, rapacerías, locuras y fracasos de laGeneralidad y consortes, aunque no en todos sus detalles de insolencia, han pasado aldominio público". Algunos nacionalistas han presentado estos actos como un modo desalvar la legalidad republicana, pretensión tan improbable como sus explicaciones, yaaludidas, sobre la rebelión de octubre de 1934.

Al PNV se le presentó un dilema: apoyar a los rebeldes, católicos como él, o al FrentePopular, que había desatado la más sangrienta persecución contra el cristianismo desde elImperio romano. Un sector del partido optó por los rebeldes, pero la mayoría, creyendo enla victoria del Frente Popular, aceptó el estatuto de autonomía ofrecido por éste. Acontinuación pasó por encima del estatuto con el mismo entusiasmo que la Esquerra. Loreconocía el PNV, algo brutalmente, ante las protestas del gobierno, establecido enValencia: "Es ciertamente ocioso hablar de una legalidad, porque ésta ha sido superada, nosolo en el terreno autonómico, sino en tantos aspectos distintos". Prieto, angustiado yfurioso, escribía a Aguirre, presidente del gobierno de Vizcaya: "No llame usted coneufemismo abogadesco superación constitucional a lo que son vulneracionesconstitucionales.", y criticaba " esos pujos a que se sienten ustedes tan inclinados deadquirir internacionalmente una personalidad como Estado".

Claro que las izquierdas también obtenían beneficios, como les recordaba el PNV: el tratopermitía mantener el culto en las iglesias vizcaínas, y "la República se ha valido en suspropagandas exteriores" de este hecho "para demostrar en frente de la propagandatendenciosa extendida en el extranjero" que la persecución religiosa tenía pocaimportancia. Llamar propaganda tendenciosa a la denuncia del asesinato masivo declérigos y creyentes era sorprendente en un partido católico. Otro dato significativo: alocupar Guipúzcoa, los navarros fusilaron a 14 sacerdotes por su actividad separatista. ElPNV desató al respecto una gran campaña internacional de protestas y denuncias, apoyadapor las izquierdas. Sin embargo también hubo en Vizcaya una cierta persecución religiosa,y cayeron allí 45 sacerdotes, aparte de otros cientos de curas vascos masacrados en elresto del país. Sobre todos ellos el PNV mantuvo notable discreción, en prueba de lealtad asus aliados (14).

Pero la actitud del PNV fue cambiando conforme percibió que el vencedor no iba a ser elFrente Popular. Cuando Franco tomó Bilbao, los nacionalistas garantizaron la entrega alenemigo, intacta, de la industria pesada, esencial para el esfuerzo de guerra. Los "gudaris"impidieron a las izquierdas destruirla. Poco después, los dirigentes del partido trataron conFranco a través de los italianos, pidiendo una rendición por separado. Con ello dejaban enposición insostenible a los izquierdistas que habían defendido Vizcaya codo a codo con losnacionalistas. Y fueron más allá: indicaron a los italianos vías de ataque contra losasturianos y santanderinos, sus camaradas de armas de la víspera, ignorantes, claro está,de tales tratos (15).

En el Frente Popular terminaron imponiéndose las tesis disciplinarias y centralizadoras delPartido Comunista, el cual derribó del gobierno a Largo Caballero. Le sucedió Negrín,totalmente compenetrado con las posiciones de Stalin y del PCE. Casi simultáneamente conla caída de Vizcaya, el poder central se afianzó en Cataluña, tras las jornadas de mayo de1937, que constituyeron una pequeña guerra civil entre los mismos izquierdistas. En ellaperdieron los anarquistas y el POUM, cuyos militantes fueron perseguidos, a menudotorturados y asesinados por los comunistas. A las vulneraciones del estatuto cataláncometidas por la Esquerra sucedieron entonces vulneraciones en sentido contrario porparte del gobierno de Negrín. La Esquerra pasó a refugiarse en una resistencia pasiva yresentida.

Durante la batalla del Ebro, en otoño de 1938, los nacionalistas catalanes y vascos, dandola guerra por perdida, recurrieron a Londres, a espaldas del gobierno presentándose comojefes de estado. Proponían crear un estado vasco y otro catalán o catalanoaragonés, bajoprotección británica el primero, y francesa el otro. Se trataba de una traición en toda reglaal régimen a cuyo lado se mantenían exteriormente, y no prosperó porque Londres hizocaso omiso de ellos (16).

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Desde el principio Negrín se había quejado a Azaña: "Aguirre no puede resistir que sehable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sidonunca (...) españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentesvan a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos las entenderemosnosotros, o nuestros hijos (...) Pero estos hombres son inaguantables. Acabarían por dar larazón a Franco" (17). El balance de la aportación de estos nacionalismos a la defensa delFrente Popular fue, con toda probabilidad, negativo.

El final de la guerra condujo a un ocaso del PNV y la Esquerra. Como los demás partidos dela república, quedaron desprestigiados, debido, entre otras razones, a los odios mutuos,capaces de encender dos guerras civiles entre ellos, dentro de la guerra civil general. EnCataluña y Vasconia no existió resistencia nacionalista durante la etapa más dura delfranquismo. Sólo los comunistas, y en menor grado algunos anarquistas, lucharon contra elnuevo régimen. Ya en los años sesenta, cuando el régimen se había liberalizadonotablemente, surgió en España el fenómeno del diálogo y colaboración entre comunistas ygrupos influyentes de la Iglesia católica. Fenómeno históricamente nuevo, aunque el PNVse adelantó a él durante la guerra. Esa colaboración remozó algo al PNV e hizo surgirnuevos nacionalismos de orientación cristiana, muy comprensivos, y a veces muypróximos, a los totalitarismos de izquierdas. Sectores eclesiásticos jugaron un papel muyimportante de apoyo a partidos comunistas y a la ETA. En Cataluña, los nuevosnacionalistas aprovecharon la creciente tolerancia del régimen para practicar lo que,exagerando, llamarían luego "resistencia cultural". Resistencia molesta para el franquismo,aunque no demasiado, y en general consentida, salvo por golpes represivos menores. Lapreocupación básica del régimen eran los comunistas, mucho más efectivos y organizados,y el nacionalismo catalán se articuló en buena medida, ya en los años 70, en torno a laAsamblea de Cataluña, dirigida por el PSUC, la sección más stalinista del PCE, la másreacia a abandonar el leninismo.

El fenómeno de la colaboración de católicos y totalitarios marxistas, crucial en el desarrollopolítico posterior de España, siguió un camino especial en el País Vasco. La resistencia delPNV al franquismo tuvo tan poca relevancia como la de los nacionalistas catalanes, pero allíla colaboración no siguió el modelo de Cataluña, sino que se plasmó en la formación deETA, también en la época aperturista de la dictadura. La ETA tenía una doble raíz,peneuvista (cristiana) y marxista, y optó enseguida por el terrorismo, como medio paraprovocar un incremento de la represión que movilizara a las masas, según la conocidaespiral "acción-represión-más acción". La ETA gozó durante muchos años, incluso bienentrada la democracia, del apoyo, o al menos la simpatía, de casi toda la izquierda, deamplios grupos del clero, no solo en Vasconia --donde continúa--, y de la muy importanteprotección de hecho dispensada por el estado francés. El PNV, aunque renuente en unosmomentos y temeroso en otros, vio en el terrorismo un instrumento útil para sus fines, ysu política general al respecto puede definirse como de connivencia cautelosa. Esteconjunto de circunstancias favorables ha hecho de la ETA un factor de considerable peso enla historia española reciente.

Por lo tanto, bajo el régimen de Franco los nacionalismos tradicionales fueron básicamenteinoperantes, sus raíces con el pasado se debilitaron en Vasconia y casi desaparecieron enCataluña. Los nuevos nacionalismos surgieron en buena medida de la colaboracióncristiano-marxista, o tomaron de ella rasgos novedosos, incluyendo el terrorismo o elrespaldo a éste. Novedad en parte, pues ya antes de la guerra el nacionalismo catalánapoyó en varios momentos al terrorismo ácrata, recibiendo a cambio el apoyo de la CNT enmomentos decisivos como las elecciones de 1931 y 1936.

Muerto Franco en 1975, los partidos se reorganizaron a toda prisa y, al calor del cambio,varios lograron fuerza de masas. Quedaron hundidos muchos grupos definitorios de larepública, como los republicanos, la Esquerra o los anarquistas, y los comunistas ysocialistas hubieron de abandonar sus postulados marxistas o leninistas. La transicióndemocrática salió del propio franquismo, mediante la reforma, opuesta a la rupturapretendida por la oposición. El nuevo poder ofreció a los nacionalistas estatutos muysuperiores a los de la república, esperando diluir así sus rasgos separatistas. Esa esperanzano se ha cumplido, y el problema se ha agravado progresivamente.

Así, en el País Vasco existe hoy una situación próxima a la deseada por Sabino Arana, de

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creciente fractura social y enemistad entre los "buenos vascos", dóciles a una intensapropaganda no replicada durante veinte años, y los demás vascos y españoles. Gran partede la población se siente amenazada, habiéndose cometido cientos de asesinatos yviéndose forzados a emigrar miles de malos vascos. El terrorismo, en simbiosis con lapolítica del PNV (expresada en la célebre "recogida de nueces", de Arzallus), ha creado unasituación que limita o anula en la práctica las libertades y el estado de derecho.

En cuanto a Cataluña, el objetivo de hacer de España un simple nombre geográfico haavanzado. La propaganda nacionalista, no menos omnipresente que la del PNV enVasconia, y flanqueada a veces por la violencia, ha difundido sentimientos de fractura quepueden conducir a serias crisis en los próximos años. Los nuevos nacionalistas, de origenmás o menos democristiano, parecen más próximos a la tradición de la Esquerra que a lade la Lliga. Han procurado imbuir a las nuevas generaciones una psicología victimista yexclusivista, minimizando o desacreditando el carácter y la tradición española de Cataluña,y aplicando una política similar a la del franquismo, aunque al revés: proscribir el españolcomún de los ámbitos oficiales o reducirlo al máximo posible en la enseñanza, con elpretexto de que "el catalán es el idioma propio de Cataluña", pese a que el castellano eshablado normalmente por la mitad de la población. Etc. En ambas comunidades se haconstruido un fuerte entramado de intereses económicos y políticos que neutralizan oamenguan la pluralidad y la libertad de los ciudadanos.

Aunque una síntesis como ésta no permite entrar en detalles y matices, puede afirmarse,como resumen, que los nacionalismos vasco y catalán han crecido aprovechando las etapasde democracia o de libertades. Este hecho no significa que hayan contribuido a la libertadpolítica en el conjunto de España o en sus respectivas comunidades, pues sus concepcionesy teorías básicas lo hacían muy difícil o imposible. Al contrario, fomentaron en todomomento la fractura y el resentimiento social, y socavaron el régimen de la Restauraciónprimero, y luego la República, mientras que bajo la actual democracia han establecidosistemas clientelares y aplicado políticas cuyo peligro para las libertades crece de año enaño.

Por otra parte, aunque han utilizado siempre en su provecho el sistema de libertades,tampoco han ayudado a traerlo mediante una oposición seria a las dictaduras. En realidad,al socavar la Restauración y la legalidad republicana, contribuyeron poderosamente a traerlas dictaduras de Primo y de Franco, y, una vez instaladas éstas, nunca les ofrecieron unaresistencia digna de ese nombre. La excepción de la ETA, durante la época más suave delfranquismo, no es tal, puesto que el objetivo de esta organización, de ideas abiertamentetotalitarias, en ningún momento fue asentar la democracia, sino, por el contrario,sabotearla, como por lo demás ha comprobado la historia.

Desde un punto de vista histórico general cabe interpretar estos nacionalismos comointentos de invertir la tendencia unitaria española prevaleciente desde hace 500 años --una vez superada la fragmentación impuesta por la invasión islámica--, y de establecersistemas no democráticos. En cierto sentido los nacionalismos son un intento de vuelta a laEdad Media, que redundaría en una especie de balcanización de España.

NOTAS

(1), F. Cambó, Memorias, Madrid, 1987, p. 41

(2) J. Juaristi, El bucle melancólico, Madrid, 1998, p. 52

(3) Cambó, Memorias, p. 38

(4) Ib., p. 41

(5) J. Juaristi, El bucle, p. 154. M. de Unamuno, en rev. Nuevo mundo, 1-III-1918 y Ahora,9-10-1933, ambas de Madrid

(6) Citado en Arrarás, Historia de la Segunda República, II, p. 435

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(7) Cambó, Memorias, p. 266

(8) Ib., Les dictadures, Barcelona, 1929, p 137

(9) A. Balcells, El nacionalismo catalán, Madrid, 1999, p. 87-8

(10) M. Maura, Así cayó Alfonso XIII, Barcelona, 1995, p. 72

(11) Cambó, Memorias, p. 420

(12) La Humanitat, 22-XI.1933

(13) Para la época del Frente Popular, P. Moa, El derrumbe de la Segunda República y laguerra civil, Madrid, 2001, tercera parte, "El primer Frente Popular desmantela larepública".

(14) Sobre la actitud del PNV, ver P. Moa El derrumbe..., cuarta parte, capít. V, VI y VII

(15) G. Morán, Los españoles que dejaron de serlo, Barcelona, 1981, p. 185 y ss.

(16) A. Bahamonde y J. Cervera, Así terminó la guerra de España, Madrid, 1999, p. 287 yss.

(17) M. Azaña, Memorias de guerra, Barcelona, Grijalbo, 1987, p. 176

Las citas de Prat de la Riba están extraídas de su opúsculo "La nacionalidad catalana". Nocito las páginas, porque dada la pequeña extensión de la obra, son fáciles de encontrar.Para las citas de Sabino Arana me he valido del resumen Páginas de Sabino Arana,fundador del nacionalismo vasco, fácilmente encontrables en sus 128 páginas,seleccionadas por Adolfo Careaga, que a su vez reproduce en gran parte otra seleccióntitulada De su alma y de su pluma, hecha por el ferviente nacionalista Manuel de Eguileor.El libro Páginas... está en la editorial Criterio-Libros, Madrid, 1998. La cita sobre la nocatolicidad de España procede de las Obras Completas del prócer, tomo tercero, p. 2.009.

Los nacionalismos y el caso español: lo cultural y lo natural

Durante las campañas del Gran Capitán en Italia, a principios del siglo XVI, un tal “Guerri”,probablemente Aguirre, militar al servicio de Francia, desafió a aquel con esta jactancia:“Acuérdese de que todos somos españoles, y que no la ha [la batalla] con franceses, sinocon español, y no castellano, sino vizcaíno”. Años más tarde, en su célebre carta a FelipeII, el tirano Lope de Aguirre anuncia su decisión de “desnaturarse de nuestras tierras, quees España”. Estos ejemplos, entre tantos como pudieran ponerse, indican que, durantesiglos, los vascos peninsulares se identificaban como españoles, a veces como castellanoso cántabros. Incluso como los españoles más auténticos, al no haber sido, presuntamente,colonizados por Roma. Algo así cabe decir de los catalanes.

En el siglo XIX, por influjo del romanticismo alemán, surgieron en España corrientesregionalistas, pero no antiespañolas, por lo común, y vistas con simpatía o sin antipatía enel conjunto del país (1). Se aceptaba como cosa natural la comunidad de nación, y el

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castellano como idioma común. La importancia del castellano se debía a obvias razonesgeográficas (su posición central), demográficas (el idioma más hablado, con mucho, aunsin contar América y otros puntos del planeta), culturales (por su prestigio desde finalesdel siglo XV, cuando España se convirtió en una potencia cultural, si bien decaída desde elsiglo XVII), y políticas (idioma de la Corte). Era también el idioma más cultivadoliterariamente en todas las regiones desde siglos atrás. En el XIX, los políticos eintelectuales de esas regiones, de Zumalacárregui a Prim, de Balmes a Unamuno, al igualque el pueblo llano, habrían mostrado extrañeza o irritación si alguien les negase sucarácter de españoles. El regionalista catalán Joan Maragall dedicó una sentida “Oda aEspanya” inspirada por el “desastre” del 98 (aunque termina con un ambiguo “AdeuEspanya”), y el bardo vasco Iparraguirre, vuelto de un destierro, compuso en vascuenceunos célebres versos: “Ahí están los campos y montes queridos, los bellos caseríos, fuentesy ríos. Estoy en Hendaya con los ojos bien abiertos: ahí está España, no hay en Europamejor tierra”.

La composición de Iparraguirre tiene interés, en primer lugar, porque el poeta se sentíamuy vasco —compuso el himno Gernikako Arbola, convertido en pieza tradicional—, perono encontraba ese sentimiento contradictorio con el español. Vale la pena constatar cómosus versos están escritos desde la frontera francesa, tierra vasca también, pero con la queél no se sentía tan identificado. Si le preguntaran, diría probablemente que su nación eraEspaña y su región la vasca. El propio Sabino Arana, fundador del separatismo vasco,cuenta las dificultades de un seguidor suyo para convencer de su idea a un aristócratainglés, conocedor de Guipúzcoa, donde la gente le decía que estaba en España y que elloseran españoles.

Este sentimiento corriente ha ido cambiando desde hace unos cien años, hasta el punto deque un sector importante de catalanes y vascos, entre una sexta y una cuarta parte, segúnencuestas, encuentran hoy oposición entre ser españoles y ser vascos o catalanes (2). Elloha generado un conflicto persistente a lo largo del siglo XX y que es ahora mismo el demayor gravedad para el futuro del país. Lo cual nos conduce a la cuestión básica de quépuede entenderse por nación y por nacionalismo, y nos ofrece de paso algunas claves parainterpretar esos conceptos.

Las naciones y los nacionalismos tienen peso primordial en la historia, pero su evidencia,como ocurre con otras como la propia naturaleza humana, no ha impedido interminablesdiscusiones sobre su definición. El enfoque del problema ha dado un giro desde hace 30años, como resume Álvarez Junco en Mater Dolorosa. Antes pasaba la nación por un hecho“natural”, objetivo, constituido por rasgos como el idioma, el territorio, tradiciones,creencias, etc. del cual derivaba una subjetiva voluntad de autogobierno: el nacionalismosería la consecuencia política de la nación. Pero el caso de los vascos y catalanes indica queno tiene por qué ser así, pues esos nacionalismos surgen en tiempos muy recientes,mientras que datan de muy atrás las particularidades en que se apoyan o dicen apoyarse.A partir de hechos como éstos, hoy muchos tratadistas invierten la relación: es el elementopolítico subjetivo, el nacionalismo, el creador de la nación, la cual se convierte también ensubjetiva. Diversas elites, utilizando la propaganda, la enseñanza o la acción política,inventarían los elementos “nacionales”: creencias sobre el pasado, tradiciones,costumbres, etc.

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En alguna medida ese enfoque venía prefigurado en el marxismo, para el cual losnacionalismos obedecían a necesidades de las burguesías de asegurarse unos mercados, yconstituían una ideología en el mismo sentido que pudiera serlo la religión: una seudoexplicación del mundo movida subterráneamente por intereses económicos. El historiadormarxista británico Hobsbawm considera las naciones puros inventos de las clasesexplotadoras para compensar y desviar el malestar de las clases populares. Esta visión,con matices diversos, ha cundido mucho en ámbitos intelectuales no marxistas, aunque yacasi nadie contraponga al nacionalismo el “internacionalismo proletario” (3).

Sin embargo la explicación no es convincente. Se hace difícil creer, por ejemplo, que eldominio de la enseñanza y de la propaganda estatal desde Londres lograra convencer a losescoceses de ser ingleses, o, por poner un caso menos especulativo, esa teoría no explicael brusco resurgir de los nacionalismos en la Europa del este, tras varias generaciones deférreo adoctrinamiento en el “internacionalismo proletario”. Podríamos ver a Cataluña yVasconia como una pura invención de ciertos burgueses de finales del siglo XIX, destinadaa crear un sentir popular favorable a sus intereses, y ya veremos que en parte así fue;pero difícilmente habrían tenido éxito esos burgueses si no se apoyaran en realidadeshistóricas y sociales preexistentes.

Desde un punto de vista presuntamente racional, han sido fuertemente criticados lossentimientos de identidad comunitaria, de los que el nacionalismo sería una forma peculiar.Esos sentimiento suelen ser, además, muy intensos, de los pocos capaces de arrastrar alos hombres, en ciertos momentos, a dar la vida o a quitarla a otros. Pues bien, pese a talintensidad, se trataría de ilusiones arbitrarias, autoengaños guiados, en última instancia,por el ansia de “ser” más de lo que realmente se es: “Al ser humano le resulta difícilresistir la tentación de anclar su pobre y finita vida en una identidad que la trascienda”,señala Álvarez Junco, para citar de Gregory Jordanis cómo el nacionalismo permite a losindividuos “olvidar su contingencia, olvidar que son parte del flujo de la historia, que suvida personal es sólo una entre muchas, y ciertamente no la más grandiosa, y que sucultura, la más intrínseca experiencia de sí mismos como seres sociales, no es natural, sinoinventada” (17).

Expresiones confusas y menos racionales de lo supuesto. Anclar la “pobre y finita vida” enuna trascendencia es quizá una tentación, pero también una evidencia primaria. La vida decada individuo trasciende largamente en el pasado por la serie interminable de susancestros, y en el futuro por la de su descendencia, tanto biológica como culturalmente.Nadie nace por propia elección, ni decide sobre el tiempo o lugar de su vida, la cual serápara siempre inseparable de esos datos. El individuo absorbe desde la cuna un bagajecultural variadísimo —lengua, utensilios, creencias, costumbres, arte, actitudes…— tanesencial como la misma leche materna para su supervivencia. Esa cultura, creada alegre openosamente a lo largo de generaciones, no le debe nada cuando es niño, y le deberá muypoco cuando crezca; él, en cambio, le debe casi todo. No son difíciles de entenderracionalmente los profundos afectos que, de modo más o menos consciente y elaborado,suscita el entorno sociocultural en las personas: el entorno que Iparraguirre proyectapoéticamente en el paisaje.

Si evitamos el error de considerar la vida individual como un todo aislado y autosuficiente,salta a la vista la racionalidad del “sentimiento patriótico”. Los elementos culturales, tantocomo los naturales, conforman el medio de la vida humana. Suele decirse que ellos nos

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condicionan o moldean, como si se tratase de algo externo, pero en realidad forman parteconstitucional, íntima, de nuestra vida personal. El individuo puede renegar de su cultura—y también de su propia vida— pues sus efectos son a menudo contradictorios ydolorosos, pero más comúnmente se identificará con ella, con su “patria”, como seidentifica con sus padres, que le trascienden en el pasado, y con sus hijos, que lo hacen enel futuro, y en quienes siente una básica continuidad histórica, cultural y biológica cuyaperduración normalmente desea, y cuya posible ruina percibe como un trauma, a menudocomo un trauma insufrible.

Así, en general nos sentiremos más identificados con los afines por lengua, creencias,costumbres, etc., y valoraremos éstas sobre las ajenas. Y aunque ese sentimiento, comotodos, puede volverse enfermizo, cursi, arrogante o criminal, tacharlo de “irracional” es tanabsurdo como exigir a un niño que ame igualmente a su madre y a las de sus amigos,invocando la “razón” de que todas, “objetivamente”, son madres.

Por otra parte, ¿qué debe entenderse por “inventada” como opuesta a “natural”? ¿Quizáque la cultura inspiradora del sentimiento nacional es arbitraria, fundada en la imaginacióno la voluntad más o menos caprichosa de algunos personajes? A lo largo del siglo XX hahabido una tendencia a sostener esta oposición en unos términos peculiares. La culturasería básicamente “invención ideológica”, formas de conducta, organización social yrepresentación del mundo sin base real más allá de los intereses de algunos gruposprivilegiados; o bien fantasmagorías nacidas de una necesidad psicológica de autoengaño ode represión de la sexualidad por razones dudosas, etc. Algunos posmodernos llegan anegarle el basamento último en el estómago o en el sexo que les atribuían Marx o Freud, yreducen la cultura, incluida la ciencia, a modas o convenciones aceptadas por la gente opor los medios académicos. Bajo tales convenciones no habría nada, y su valorcomparativo dependería de su capacidad adaptativa en clave darwinista, carente desentido o de finalidad.

Pero si tenemos las construcciones del nacionalismo por un “invento” sin más, valdría lomismo —muy poco— acusarlo de contrario a la libertad que exaltarlo como liberador,llamarlo revolucionario o reaccionario, etc. Y deberíamos calificar también como invento lasideas antinacionalistas: ¿sería más “natural” el internacionalismo proletario, el idealmundialista o globalista, o el cosmopolitismo, etc., cargados de supuesta lógica oracionalidad, pero muy vulnerables a la misma crítica? Sólo podríamos enjuiciar unas uotras ideas desde el punto de vista de su triunfo o fracaso político en la “lucha por la vida”.Que es como no enjuiciarlas.

Por otra parte, considerar la cultura un “invento” no natural suena un poco extraño. Alsurgir de, o más bien expresar, la naturaleza humana, la cultura resulta tan natural comoel comportamiento instintivo de un mono o el de una pulga, aunque infinitamente máscomplejo, variado y variable. Esa complejidad nace, probablemente, tanto de la extremaindividuación del ser humano como de su esencial socialización. Sin lo primero sería difícilde concebir la inmensa variación cultural, y sin lo segundo, simplemente no existiría lacultura. Dos factores en parte contradictorios, pero necesarios. Esa duplicidad nos dejainsatisfechos, pues cierta necesidad psicológica de simplificación nos impulsa a reducirsucesivamente lo complejo hasta un solo factor capaz de explicarlo todo, al menos enorigen. Pero, fuera de la idea de Dios, siempre encontramos más de un factor inicial alanalizar las complejidades del mundo.

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La enorme variabilidad de la cultura en el tiempo y en el espacio nos crea la ilusión de queella es arbitraria o “inventada”. Todas las manifestaciones culturales tendrían el mismovalor, por discrepantes u opuestas que fueran entre sí. En tal caso, el ser humano estaríaal margen de la naturaleza, pues sería capaz de sobrevivir fueran cuales fueren sus ideas yconductas, al contrario que los animales, condenados a perecer si su comportamientoinstintivo les falla o resulta inadecuado. Esto es claramente imposible, y debemos admitirque bajo las diferencias culturales ha de haber un sentido o una lógica común, y que notodas pueden valer lo mismo. Hay algo misterioso u oscuro en todo ello, pero misterioso uoscuro no equivale a arbitrario.

(1) Pero asoman, como en la poetisa gallega Rosalía de Castro, algunos dejesocasionales, incitando a Galicia a “no llamarse española, que España de ti se olvida”, de loque resultaría un tradicional tono lastimero en el nacionalismo gallego. De todas manerasllamar nacionalista a Rosalía es exagerar muchísimo. El nacionalismo gallego no ha tenidoverdadera importancia política —sí literaria, aunque de tono más bien regionalista— hastamuy recientemente, por lo que apenas lo abordo en este estudio.

(2) Según una encuesta publicada en El Mundo el 2 de enero de 2004, un 16% de loscatalanes y un 25% de los vascos dicen sentirse únicamente catalanes o vascos. Estasencuestas ofrecen un indicio del éxito nacionalista, aunque sean discutibles su validezcientífica o la estabilidad del retrato social que dibujan.

(3) Por otra parte, en el marxismo también se encuentra la aceptación de la nación comoun hecho “natural” u “objetivo”, definido por diversos rasgos de los que derivarían unos“derechos” políticos, sobre todo el llamado de autodeterminación. Con su habilidaddialéctica, las revoluciones comunistas utilizaron mucho más el sentimiento nacionalistaque el “internacionalismo proletario”, invocado éste un tanto retóricamente, y pocomovilizador en la práctica.

Concepciones del nacionalismo

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El planteamiento de los nacionalismos desde la disyuntiva natural-cultural sólo lleva, alparecer a un callejón sin salida. Dejo en esa constatación el problema, pues su desarrollosobra en esta introducción. A efectos de nuestro estudio bastará señalar que nación ynacionalismo constituyen manifestaciones históricamente tardías de una tendencia,aparentemente universal en el hombre, a organizarse en grupos particulares y a ocupar unterritorio propio. Incluso los pueblos errantes disputan a otros la tierra donde se instalanpor un tiempo, o la que recorren con cierta regularidad, y no creo que excepciones comolas de los gitanos o los judíos desmientan la regla. Ese impulso diferenciador en lo culturaly político marcha junto con otro, opuesto y complementario, a tomar préstamos ogeneralizar elementos culturales, o a construir poderes supranacionales, como losimperios. Encontramos siempre las dos tendencias, pues ni siquiera la frontal hostilidad yguerra entre dos grupos impide un grado de interpenetración entre ellos, ni, a la inversa, lamáxima generalización de una cultura, por imposición u otros medios, deja de sufrir unapermanente tensión diferenciadora. El predominio de una u otra tendencia varía segúnépocas y lugares. Así por ejemplo, en buena parte de América prevaleció durante tressiglos la presión homogeneizadora española, y más tarde salieron a primer plano losimpulsos diferenciadores, sobre todo en lo político. Poco interés tiene, a mi juicio, calificarde reaccionarias o progresistas, o revolucionarias, a esas tendencias siempre presentes.

Aunque, para evitar discusiones por palabras, podemos llamar nación y nacionalismoexclusivamente al concepto de nación y a la doctrina surgidos de la Revolución francesa,ello nos haría perder el entronque de esos fenómenos con el más universal arribaesbozado. El sentimiento comunitario patriótico tiene muchas formas, y puede apoyarsecon preferencia en rasgos culturales muy diversos. Podemos llamarlo nacional cuandoaspira a la independencia política. No existen, sin embargo, rasgos objetivos generalizablesa todas las comunidades que se sienten naciones. Entre los diversos rasgos posibles, unasveces el decisivo es la lengua, otras la religión, o tradiciones peculiares, o la economía, o lamemoria de algún hecho histórico considerado fundacional, etc.

Ciñéndonos a Europa, por distintas que veamos a las actuales naciones de lasinnumerables “naciones” vencidas por Roma para construir su imperio, está claro queaquellas antiguas comunidades rechazaban la ley y la cultura latinas, admitiéndolas sólopor la fuerza de las armas o la amenaza de ellas. Y aun el éxito militar no evitó a Romaadmitir las peculiaridades de los pueblos sometidos, a las que procuró adaptar suadministración. Luego, sobre las ruinas del imperio rebrotaron algunas de las viejascomunidades, modificadas en mayor o menor grado, o aparecieron otras nuevas. A su vez,la extrema fragmentación política medieval no impidió la expansión de corrientes culturalesgeneralizadoras o unificadoras por buena parte de Europa, manifiestas en el románico o elgótico; o la principal de ellas, subyacente a las demás, el cristianismo. Al terminar la EdadMedia, nuevos procesos de reorganización y generalización política originaron los primerosestados nacionales y nuevos imperios. Más tarde, al hundirse el Antiguo Régimen, surgen ose refuerzan, o toman otras formas, las naciones de hoy y, sobre todo, las doctrinasnacionalistas. Este resumen, aunque groseramente esquemático, puede ilustrar la idea.

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Sin duda hay mucho de cierto en las concepciones de Herder sobre el volksgeist, el espírituo alma popular, como lo hay en las concepciones cosmopolitas sobre la universalidad devalores básicos. El problema surge de las consecuencias políticas a extraer de esos hechos.¿Debe imponerse, por la fuerza o por la prédica, una cultura y política general,cosmopolita, para todos los pueblos, o bien debe cada uno de éstos cerrarse más o menosen sus propios valores o manera de vivirlos, y buscar su propio camino? Como lasrelaciones entre las verdades generales y sus manifestaciones particulares son muy fluidasy cambiantes, el dilema es falso, y la historia lo ha resuelto en la práctica de formas muyvarias: con el comercio, la guerra, los préstamos culturales, las rivalidades, la evolución deideas y costumbres… Mediante una mezcla de lucha y cooperación, de universalización ydiferenciación continuas.

A menudo se condena a los nacionalismos como principales factores de guerra, pero hastahace poco las guerras solían achacarse a intereses económicos, a imperialismos, etc. Lasguerras más devastadoras del siglo XX nacieron de ideologías internacionalistas conpretensiones científicas, mezcladas inextricablemente con sentimientos particularistas. Enrealidad, la condición humana es inevitablemente conflictiva, y mantener el conflicto almargen de la guerra abierta impone una gran tensión moral y acciones coherentes, lejanasde las invocaciones abstractas o utópicas, o de imaginarias localizaciones de “la piedra dela locura” (1)* que resolverían físicamente el problema.

Abordaré aquí el nacionalismo prescindiendo de divisiones entre nacionalismos culturales ypolíticos, así como de los diversos tipos de doctrinas nacionalistas, no porque carezcan deinterés, sino porque en la práctica la cuestión nacional se ha manifestado de una maneramuy simple: como la idea de que los pueblos, las naciones, tienen un derecho colectivo ala autodeterminación, esto es, a la independencia política. Esta concepción ha originadootro problema, el de definir qué comunidades disfrutan de los rasgos adecuados para sersujetos de ese derecho, los rasgos que las constituyen en naciones (como estabilidad,idioma, territorio, economía y psicología manifestada en la cultura, según el esquemapopularizado por Stalin). Las discusiones sobre esos aspectos son interminables y a vecescómicas, y las dejaremos aquí de lado repitiendo la observación de que diversascomunidades basan su aspiración nacional en rasgos diversos. En definitiva es la fuerzaque adquiera esa voluntad colectiva, se apoye en unos u otros rasgos, lo que puedeconfigurar a una comunidad como nación.

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Antes de las formulaciones nacionalistas, la tendencia de las comunidades a laindependencia, a la “libertad”, existía como impulso espontáneo y confuso. En la edadmedia o en la moderna, el sentimiento patriótico o nacional solía reflejarse en la fidelidadpolítica al rey o a poderes personales, o en muchos casos a una religión, y no como idea ydoctrina claras. Al caer el Antiguo Régimen esas fidelidades cayeron con él, y fuerontransferidas a la “nación”, el “pueblo”, abstracción concebida como una suma de individuoslibres y sin otras ataduras, pero dotada de una especie de “voluntad general”. Y lo que hadado al nacionalismo su extraordinario influjo en el siglo XX ha sido precisamente lasistematización del impulso espontáneo a la independencia de grupo, su concepción comoun derecho de validez general: el particularismo se trocaba en verdad universal. Esa idea,paradójicamente cosmopolita y surgida de la experiencia europea, ha levantado pasiones ymovido a grandes masas en todos los continentes.

Durante la mayor parte del siglo XIX, nacionalismo y liberalismo aparecieron unidos por elcomún ataque a los lazos feudales o imperiales. Pese a ello, pensadores como lord Acton,percibieron una contradicción entre el principio de la libertad del individuo y el de la unidadnacional: esta última impondría exigencias y ataduras arduas de conciliar con la primera. Elestado, concebido como expresión de la “voluntad general” o de la “libertad nacional”,podía anular la libertad individual en un grado nunca antes conocido, totalitario. Tambiéncabe observar, a la inversa, que la concepción de unos individuos ajenos a cualquier lazocomunitario, guiados sólo por presuntas exigencias de una “razón” universalista ycosmopolita, socava la nación y el estado. ¿Debía prevalecer el interés del individuo o eldel estado representante del conjunto de los ciudadanos, su expresión jurídica y política,en palabras de Renan? ¿O los derechos del individuo debían primar sobre los atribuidos a lacolectividad y sus instituciones? ¿Ganaría el nacionalismo o el individualismo, o habríaequilibrio entre ambos?

En la práctica, estas discrepancias y dilemas han dado lugar a estados más o menosnacionales, más o menos liberales o más o menos totalitarios, en procesos a vecesterriblemente sangrientos. La vida parece depender de difíciles equilibrios, y romper éstospor un lado u otro, con la idea de lograr una estabilidad perfecta, suele acarrear malasconsecuencias.

Por contra sigue inédita la experiencia de una anarquía liberal, por así llamarla. Laaplicación de la máxima libertad individual por encima de cualesquiera condicionantesculturales o comunitarios, presupone la “inclinación al bien” en los individuos, la

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predisposición de éstos a adquirir entre sí compromisos libres y equitativos, y noperjudiciales para terceros. En última instancia, no habría siquiera otra ley que losacuerdos mutuos entre individuos para sus necesidades particulares, de donde surgiría unasociedad prácticamente anarquista pero espontáneamente funcional y bien organizada. Sinembargo, no siendo tan inclinado al bien el individuo, no tan propenso a cumplir susacuerdos o a evitar pactos leoninos o fraudes, o a abstenerse de acuerdos perjudicialespara terceros, parece inevitable establecer leyes generales y un poder capaz de hacerlascumplir. Las libertades individuales sólo resultan garantizables, en aparente contradicción,por un estado fuerte. Se concebían, no obstante, reglas y normas capaces de contener elpoder del estado, su inclinación a avasallar los derechos individuales.

Ese estado liberal funcionaría mejor, también en principio, sobre bases nacionales. La ideade unos individuos sujetos de derechos, pero sin lazos culturales o nacionales, chocaba conla evidencia de que la inmensa mayoría de la gente de carne y hueso persistía en susafectos patrióticos. Teniendo en cuenta ese hecho, quizá lamentable, pero ineludible, unestado asentado en una comunidad nacional ofrecía mayor garantía de estabilidad que unestado mirado como intruso por una parte de la población. Es más, dado que las guerrassuelen presentarse como conflictos entre naciones, la formación de estados liberales entodas las comunidades definibles como nacionales podría ser la varita mágica que trajera lapaz definitiva al continente europeo y al mundo entero: cada nación con su estado, en unámbito general de igualdad, libertad e interrelación comercial y cultural, debía excluirtentaciones bélicas.

Al concluir la I Guerra Mundial, las democracias vencedoras intentaron aplicar la receta delderecho a la autodeterminación, cuya víctima principal fue el Imperio Austrohúngaro. Sinembargo los resultados no han sido brillantes. En la práctica proliferaron las hostilidades ydisputas fronterizas. A ellas se añadía la inestabilidad interna en cada país, producida porideologías revolucionarias como el comunismo y los fascismos, y la crisis de las ideasliberales y democráticas. El imperio había sido un factor de estabilidad en Europa central, ysu disolución, probablemente inevitable de todos modos, trajo consigo infinidad deconflictos, que, ahogados después de 1945 por el nuevo imperio soviético, han renacidoluego. En los últimos años está en marcha un nuevo intento de normalización a partir de laUnión Europea. En este panorama general, aunque con muchas particularidades, seinscribe la historia de los nacionalismos periféricos españoles.

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(1) Las invocaciones abstractas suelen estar vacías. Así Renan cuando se oponía alconcepto “alemán” de nacionalismo, cuya proclividad a la guerra le angustiaba: “El hombreno pertenece a su lengua ni a su raza: no se pertenece más que a sí mismo, puesto que esun ser libre, un ser moral”. Un nacionalista alemán podría replicarle: “Yo, como ser libre ymoral, estoy convencido de que la raza y la lengua son elementos constitutivos yfundamentales de mi nación y de mí mismo, y obro en consecuencia”.

Nacionalismos: circunstancias y líderes

En las circunstancias dichas nacieron los nacionalismos españoles. El siglo XIX fue enEspaña muy convulso hasta 1875, debido a la tensión entre liberales y carlistas otradicionalistas (que daría lugar a tres guerras civiles, si bien sólo la primera, de 1833 a1840 tendría gran envergadura), y a la rivalidad entre los propios y victoriosos liberales,divididos entre moderados y exaltados (los nombres cambiarían a lo largo del siglo). Estarivalidad, causa de pronunciamientos y golpes, y culminada en la catastrófica I República,se zanjó a partir de 1875 mediante la Restauración borbónica. El llamado régimen de laRestauración tuvo carácter liberal y progresivamente democrático, aunque sin llegar acuajar en una democracia completa. Tras vencer en la última guerra carlista, desbaratarlos últimos pronunciamientos militares republicanos y lograr una momentánea pacificaciónen Cuba, abrió, por primera vez desde la invasión napoleónica, una época prolongada derelativa estabilidad interna y progreso económico sostenido, que duraría hasta el golpe dePrimo de Rivera, en 1923.

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Los nacionalismos vasco y catalán fueron incubándose bajo la Restauración, en la segundamitad del siglo XIX, cuando todavía nacionalismo y liberalismo parecían marchar unidos,salvo en Alemania. Sin embargo, en España tardaron mucho los regionalismos románticosen convertirse en nacionalismos, no ocurriendo ello hasta la última década del siglo,tardíamente con respecto a otros nacionalismos europeos, y con un tinte antiliberal.

Tanto en la población vasca como en la catalana había tenido mucha aceptación elcarlismo. Sin embargo fueron sus regiones las más beneficiadas por el triunfo liberal, puesen ellas —en Barcelona y Bilbao— surgieron las minorías emprendedoras que mejoraprovecharon la estabilidad y el mercado nacional abierto por la Restauración. Por tantocabía esperar que sus burguesías y la gente común hubieran reforzado sus sentimientosunitarios, y simpatizado con el liberalismo. En parte así ocurrió, desde luego, pero laprosperidad incluyó un fenómeno más alarmante: atrajo a Bilbao y a Barcelona a decenasde miles de trabajadores de otras regiones, mano de obra en su mayoría analfabeta, pocoreligiosa, a menudo desarraigada, explotada y proclive a actitudes revolucionarias. Ellodespertaba en las crecientes clases medias autóctonas una sensación de peligro ydesorden, mezclada, a menudo, con la añoranza por un idealizado ayer de tranquilidad yarmonía.

El descontento con algunos efectos del liberalismo anclaba también en la tradición carlista,una de cuyas reivindicaciones había sido los fueros regionales o provinciales, leyesparticulares de origen medieval que, entre otras cosas, fragmentaban el mercado único.Los fueros de Cataluña habían sido abolidos en 1716, tras la guerra de Sucesión, por haberapoyado la mayoría de los catalanes a la dinastía austriaca, en lugar de a la triunfanteborbónica; y los vascos en 1876, después de la última guerra carlista.

Por otra parte el dinamismo de Bilbao y Barcelona provocaba roces con una administraciónmadrileña plagada de viejas rutinas semirrurales y oligárquicas, deploradas por laspujantes capas industriales y comerciales. Se extendió la idea en medios populares ymenos populares de que “catalanes y vascos” eran los únicos que trabajaban, viviendo lasdemás a su costa. Por supuesto, la situación podía presentarse también al revés: Cataluñay Vasconia no sólo se beneficiaban del mercado nacional (más el colonial), sino queprácticamente lo tenían cautivo merced a unos aranceles muy altos, impuestos por Madridpara proteger, precisamente, sus industrias, las industrias españolas, en definitiva.

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Los nacionalismos iban a crecer, pues, en ese ambiente, explotando el orgullo por laprosperidad económica, el descontento con la pesada administración central, la inseguridadintroducida por la inmigración, el miedo a los brotes revolucionarios, la aversión tradicionalal liberalismo, y la nostalgia por un pasado ideal concretado en los fueros, en cuyaabolición veían o querían ver el fin de la “libertad” catalana y vasca.

Sentimientos un tanto contradictorios, porque el progreso material se asentaba,precisamente, en la mano de obra barata llegada del resto del país y en la eliminación delos fueros, que, al ampliar los mercados, había dado alas a la industria textil catalana y lametalúrgica vizcaína. Volver a los fueros habría traído la ruina económica, por lo que suinvocación funcionaba más bien como una querencia sentimental del pasado, justificadoradel disgusto con las dificultades del presente. Y los defectos de la administración centralpodían verse como productos irremediables de una institución a destruir, o como malestransitorios, superables mediante reformas.

Peculiaridad importante de estos nacionalismos fue la impronta clerical en su gestación. Elnacionalismo catalán tuvo una raíz fundamental en medios de la Iglesia, aunque alprincipio no pasara en ellos de regionalismo. En Vascongadas se trató más bien de unacogimiento eclesiástico de las doctrinas, de matiz teocrático, elaboradas por SabinoArana. En ambas regiones diversos seminarios, monasterios y parroquias llegaron aconvertirse en focos de separatismo. Y mucho más tarde, por los años 60 del siglo XX, bajoel régimen de Franco, el clero iba a desempeñar de nuevo un papel crucial en elresurgimiento de los nacionalismos, aunque en un contexto muy diferente y por causastambién diferentes.

Choca a primera vista el nacionalismo clerical, pues España había desempeñado durantesiglos el papel de adalid del catolicismo en Europa y en medio mundo. ¿Cómo, de pronto,unos católicos fervientes desvalorizaban esa tradición y pugnaban por romper la viejaunidad hispana? Una explicación reside en las quiebras sociales y políticas del siglo XIX, yen el triunfo final del liberalismo. Esta ideología había llegado con la invasión napoleónica,

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inspirándose en la revolución francesa y con un componente antirreligioso y violento muypronunciado, alzando contra ella un frontal rechazo en los ambientes más católicos, quepor reacción se anclaron en una ortodoxia anquilosada. Al triunfar el liberalismo, diversosclérigos pensaron salvar lo salvable en sus propias regiones, donde tan fuerte había sido lainfluencia carlista. No insinúo una continuidad entre carlismo y nacionalismo. Por elcontrario, el carlismo había defendido firmemente la unidad española, aun si la concebía almodo descentralizado del antiguo régimen; por lo tanto el nacionalismo suponía unaruptura con él. La relación es más bien indirecta y producto del ambiente. Las repetidasderrotas carlistas dejaban a finales del siglo poca esperanza de volver al antiguo régimen,y el nacionalismo clerical, considerando a Cataluña y Vasconia regiones privilegiadamentecatólicas, quería salvarlas de la general degradación. Hasta cierto punto los nacionalismosvasco y catalán nacieron como reacción regional contra el liberalismo triunfante en elconjunto del país.

Esta explicación resulta, no obstante, insuficiente, por cuanto la Restauración había creadoun sistema moderado, ajeno a las antiguas exaltaciones, pronunciamientos militares yataques a la religión, haciendo posible una convivencia espinosa, pero aceptable, entre laIglesia y el estado. Pero fue precisamente entonces cuando tomaron cuerpo losmovimientos anarquistas y marxistas, confirmando en apariencia la vieja crítica alliberalismo como puerta abierta a esas ideologías, que irrumpían prometiendotextualmente la sangrienta abolición de la religión, la propiedad privada y la familia.

El paso del regionalismo al nacionalismo entrañaba otro cambio radical. Como en todos lospaíses, había existido siempre una rivalidad entre las regiones. El “contrario”, en Cataluñay, en menor medida en el País Vasco, había sido Castilla. Sin embargo la decadenciacastellana en el siglo XIX era manifiesta, y su hegemonía en la política y la cultura se habíadesvanecido de mucho tiempo atrás. Los nacionalistas vascos y catalanes mostrabananimadversión hacia Castilla, cuya historia y hegemonía pasadas zaherían ymenospreciaban, pero considerarla una “nación opresora” sonaba por lo menos exagerado.Aunque la unidad española bajo los Reyes Católicos había mantenido una considerablediferenciación entre los reinos, especialmente el de Castilla y el del Aragón, esa diferenciase había ido diluyendo desde el siglo XVIII, como también la antigua preeminenciademográfica y económica castellana. Aun así, los nacionalismos vasco y catalánexacerbaron las quejas y diferencias, y dieron el paso de la tensión con Castilla a laoposición a España.

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De todas formas, durante el último decenio del siglo XIX, ambos nacionalismos atraían amuy poca gente. Quedaban en cosa de algunos intelectuales y clérigos y, sobre todo enCataluña, se confundía con el mero regionalismo cultural. Pero a finales de esa década, en1898, ocurrió uno de los sucesos psicológica y políticamente más determinantes de lahistoria contemporánea española: la derrota frente a Usa, y la pérdida de las últimascolonias. Como se ha resaltado a menudo, el “desastre” no lo fue en el terreno económico—resultó incluso beneficioso desde ese punto de vista— pero sí en el orden moral: quebróla confianza y la seguridad de España en mayor grado todavía que las de Francia por suderrota frente a Alemania en 1870. Inundó el país una marea de autodesprecio y fueronpuestas en cuestión la historia y la cultura españolas, y el valor mismo de su unidad. Esemomento psicológico marca el auge y consolidación de los nacionalismos catalán y vasco.

Siendo así, cabe preguntarse por qué cobró impulso el nacionalismo en esas dos regiones,y no en otras tan diferenciadas como Valencia, Baleares, Navarra, Galicia o Andalucía.Algunos encuentran la causa en la industrialización, la “burguesía”. Quizá, pero ambosnacionalismos tuvieron mucho de reacción a la industrialización, o más bien a uno de susefectos principales: la llegada de una masa de inmigrantes. Y ambos enraizaron más bienen capas medias y campesinas que en el medio empresarial, sobre todo en el caso vasco.Además el progreso industrial fue previo al nacionalismo y no debió nada a éste, del cualsólo podía esperar peligros, al implicar una fuerte restricción del mercado para lasempresas regionales.

A mi juicio, no basta con la existencia de condiciones generales u “objetivas” más o menosfavorables para que una idea política cuaje. Hace falta un liderazgo lo bastante hábil yempeñado para explotar esas condiciones y superar los obstáculos. Y la presencia delíderes inspirados, enérgicos y tenaces no es algo previsible o automático en unascircunstancias económicas, sociales o culturales dadas. Es un producto azaroso de milcircunstancias, muchas de ellas estrictamente personales e impronosticables. Ese liderazgono surgió en la mayoría de las regiones, pero sí en Vasconia con Sabino Arana, y enCataluña con Prat de la Riba y Cambó. Los dos primeros elaboraron sendas teorizacionessobre sus respectivas regiones, así como, más o menos explícitamente, sobre España. Y,no menos importante, combinaban con su dedicación teórica una completa devoción a lacausa y la verdad que creyeron descubrir. El cambio real de regionalismo a nacionalismo seproduce ya a finales del siglo XIX, y muy ligado a la obra de Arana y de Prat de la Riba, ypor ello le daré en este ensayo mayor relieve que a disquisiciones eruditas sobre losantecedentes, inspiraciones o variantes de sus doctrinas.

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No porque tales disquisiciones y estudios sean vanos, ni mucho menos. Al contrario, amenudo —aunque no siempre— clarifican las cosas, pero por no ser indispensables alobjeto de este libro, me extenderé poco sobre ellas. Así, apenas trataré temas como laactual polémica dentro del nacionalismo catalán sobre la importancia relativa de Almirall yde Prat, o las implicaciones demo-orgánicas de las Bases de Manresa, o las raíces delmesianismo vasquista “limpiador de la tierra” desde Larramendi, estudiadas por M.Azurmendi, etc. Dicho en otros términos, parto del supuesto, a mi juicio evidente, de quefueron las ideas y fuertes personalidades de Arana y Prat, enfrentadas a un medio pocopropicio, las fundadoras e impulsoras de ambos nacionalismos; y de que atendiendo a ellaspodemos entender suficientemente —no exhaustivamente, claro, si eso fuera posible— losrasgos de cada uno y muchas claves de su desarrollo y repercusiones a lo largo del sigloXX.

Los dos personajes fueron prácticamente coetáneos, con diferencia de cinco años. Los dosmurieron prematuramente, Arana con 38 años, en 1903, y Prat con 46, en 1917. Habíaentre ellos otras muchas semejanzas. Si, desde el punto de vista intelectual, nadie podríaconsiderarlos brillantes, suplían esa deficiencia con el instinto, por así llamarlo, de losfundadores; con la convicción sin fisuras en sus ideas, cuya verdad redentora para suspueblos tenían por irrefutable; y con una tenacidad extraordinaria, nacida de esaconvicción. Ambos poseían dotes de organización y propaganda muy notables, y,considerando la unidad española perjudicial para vascos y catalanes, retrotraían a tiempospasados, a veces un tanto brumosos, el ideal de plenitud nacional, para cuya recuperaciónhabría sonado la hora. Eran, además, muy católicos.