Piña - La construcción del “sí mismo” en el relato autobiográfico

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7/31/2019 Piña - La construcción del “sí mismo” en el relato autobiográfico http://slidepdf.com/reader/full/pina-la-construccion-del-si-mismo-en-el-relato-autobiografico 1/37 CARLOS PIÑA. «L A CONSTRUCCIÓN DEL SÍ MISMOEN EL RELATO AUTOBIOGRÁFICO». (*)  Documento de Trabajo, Programa FLACSO-Chile, N° 383, septiembre de 1988. R ESUMEN  La hipótesis central que se argumenta en estas páginas sostiene que la naturaleza del llamado relato autobiográfico es la de un discurso específico de carácter interpretativo, que se define por construir y sostener una figura particular de «sí mismo»,  y tal construcción es realizada en términos de un «personaje». De esta forma, el relato autobiográfico alude más al caudal interpretativo del sujeto y a la imagen que construye  —para ser proyectada y consumida por su interlocutor y por él mismo—, que a una descripción de hechos históricos. La pregunta, entonces, desde un punto de vista metodológico, no puede estar referida a qué tan «verdadero» o «fiel» a los hechos es tal o cual relato, sino qué estructuras de atribución de sentido operan en él. En consecuencia, el estudio de los relatos de vida debe basarse en la existencia de un modelo consistente de análisis textual que desglose, describa y explique los procedimientos de generación y articulación de la categoría nuclear que compone ese tipo de narración: el personaje. En la primera parte se define y caracteriza la naturaleza del discurso autobiográfico en el contexto de las ciencias sociales. En la segunda y tercera se describen dos factores principales que influyen en el perfil final que asume cada relato de vida particular: la situación biográfica del narrador y las condiciones materiales y simbólicas en que tal narración es producida. En cuarto lugar, se propone una serie de categorías distintivas para analizar la estructura del relato autobiográfico y los principales mecanismos con los que el hablante construye su personaje. INTRODUCCIÓN «La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se vaponea...; una historia narrada por un idiota, con gran ruido y furia, pero vacía de significación...» (Macbeth) Lo usual en los textos más o menos especializados de estos últimos años, es postular que la riqueza del material documental que reside en el actual uso de las historias de vida, testimonios y relatos autobiográficos, se fundamenta en su capacidad para dar cuenta de la «subjetividad» de los protagonistas de la historia — los sujetos anónimos que son despreciados por los enfoques exclusivamente macrosociales—, permitiendo así el rescate de la «verdad» contenida en su punto de vista, en su óptica socialmente delimitada. En otra parte (Piña, 1986) he analizado las causas y características de este proceso, mediante el cual los sujetos anónimos  y la vida cotidiana se han convertido progresivamente en un objeto de conocimiento relevante para las ciencias sociales (y para la industria editorial), lo que ha contribuido a redescubir, revitalizar y difundir el —en palabras de Bertaux (1980)— «enfoque autobiográfico», por lo que no volveré aquí sobre tal cuestión. El objetivo (*) Una versión bastante más breve de este texto fue presentada como ponencia al Seminario «Autobiografía, testimonio y literatura documental», organizado por el Instituto Francés de Cultura de Santiago, septiembre-noviembre 1987. Agradezco los comentarios y sugerencias del profesor Guy Mercadier, que me permitieron ampliar y redefinir algunas de las cuestiones aquí planteadas.  También agradezco la generosa colaboración de Marisa Weinstein y Hernán Pozo.

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CARLOS PIÑA.«L A CONSTRUCCIÓN DEL “SÍ MISMO” EN EL RELATO AUTOBIOGRÁFICO».(*) 

Documento de Trabajo, Programa FLACSO-Chile, N° 383, septiembre de 1988.

RESUMEN 

La hipótesis central que se argumenta en estas páginas sostiene que la naturalezadel llamado relato autobiográfico es la de un discurso específico de carácterinterpretativo, que se define por construir y sostener una figura particular de «sí mismo», y tal construcción es realizada en términos de un «personaje». De esta forma, el relatoautobiográfico alude más al caudal interpretativo del sujeto y a la imagen que construye —para ser proyectada y consumida por su interlocutor y por él mismo—, que a unadescripción de hechos históricos. La pregunta, entonces, desde un punto de vistametodológico, no puede estar referida a qué tan «verdadero» o «fiel» a los hechos es tal o

cual relato, sino qué estructuras de atribución de sentido operan en él. En consecuencia,el estudio de los relatos de vida debe basarse en la existencia de un modelo consistentede análisis textual que desglose, describa y explique los procedimientos de generación y articulación de la categoría nuclear que compone ese tipo de narración: el personaje.

En la primera parte se define y caracteriza la naturaleza del discurso autobiográficoen el contexto de las ciencias sociales. En la segunda y tercera se describen dos factoresprincipales que influyen en el perfil final que asume cada relato de vida particular: lasituación biográfica del narrador y las condiciones materiales y simbólicas en que talnarración es producida. En cuarto lugar, se propone una serie de categorías distintivaspara analizar la estructura del relato autobiográfico y los principales mecanismos con losque el hablante construye su personaje.

INTRODUCCIÓN 

«La vida no es más que una sombra que pasa, unpobre cómico que se vaponea...; una historia narrada por unidiota, con gran ruido y furia, pero vacía de significación...»

(Macbeth)

Lo usual en los textos más o menos especializados de estos últimos años, espostular que la riqueza del material documental que reside en el actual uso de lashistorias de vida, testimonios y relatos autobiográficos, se fundamenta en sucapacidad para dar cuenta de la «subjetividad» de los protagonistas de la historia — los sujetos anónimos que son despreciados por los enfoques exclusivamentemacrosociales—, permitiendo así el rescate de la «verdad» contenida en su punto devista, en su óptica socialmente delimitada. En otra parte (Piña, 1986) he analizadolas causas y características de este proceso, mediante el cual los sujetos anónimos y la vida cotidiana se han convertido progresivamente en un objeto de conocimientorelevante para las ciencias sociales (y para la industria editorial), lo que hacontribuido a redescubir, revitalizar y difundir el —en palabras de Bertaux (1980)— «enfoque autobiográfico», por lo que no volveré aquí sobre tal cuestión. El objetivo

(*) Una versión bastante más breve de este texto fue presentada como ponencia al Seminario

«Autobiografía, testimonio y literatura documental», organizado por el Instituto Francés de Culturade Santiago, septiembre-noviembre 1987. Agradezco los comentarios y sugerencias del profesor Guy 

Mercadier, que me permitieron ampliar y redefinir algunas de las cuestiones aquí planteadas.

 También agradezco la generosa colaboración de Marisa Weinstein y Hernán Pozo.

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central de estas páginas, en cambio, es presentar y defender la siguiente hipótesis:la naturaleza del llamado relato autobiográfico es la de un discurso específico decarácter interpretativo, que se define por construir y sostener una imagen particulardel «sí mismo», y tal construcción es realizada en términos de un «personaje». Enconsecuencia, el estudio de los relatos de vida debe basarse en un modeloconsistente de análisis textual que desglose, describa y explique los procedimientos

de generación y articulación de la categoría nuclear que compone ese tipo denarración: el personaje.

Para avanzar en la hipótesis mencionada se aborda, en primer lugar, lanaturaleza del discurso autobiográfico en el contexto de las ciencias sociales. Esdecir, se especifica el tipo de conocimiento particular que tal género puede otorgar y se hacen algunas consideraciones respecto al tipo de validación metodológica deque debería ser objeto. En segundo y tercer lugar, se tratan dos de los principalesfactores que influyen en el perfil final que asume cada relato de vida particular,visto como proceso y como producto. A saber: 1) la situación biográfica del hablante y 2) las condiciones materiales y simbólicas en que tal narración es producida. En

cuarto lugar, se define el perfil del personaje-narrador, se propone, una serie decategorías distintivas para analizar la estructura del relato autobiográfico y sedefinen y caracterizan los principales mecanismos con los que, según mi opinión, elhablante construye su «sí mismo» en términos de un personaje.

Es necesario destacar que, en lo medular, este trabajo está referidoexclusivamente al género denominado «relato autobiográfico»; «relato de vida»,«discurso autobiográfico» o «autobiografía» (sinónimos, para los efectos de lo aquíplanteado). Aún más: al interior de tal género las afirmaciones aquí hechas sonespecialmente aplicables al discurso autobiográfico tal y como es usadoactualmente en las ciencias sociales, es decir, aquel cuya preocupación

preponderante son los sujetos «anónimos», y donde los relatos son obtenidosgeneralmente mediante el procedimiento de la entrevista o la escritura solicitada. Noobstante, acepto y percibo que muchas de las argumentaciones aquí vertidaspueden ser también aplicadas al texto autobiográfico de corte más tradicional,realizados por figuras públicas o sujetos de élite que voluntariamente escriben suvida o sus memorias. Del mismo modo, algunas de las cuestiones aquí planteadaspodrían discutirse, pero no aplicarse automáticamente, en relación a las historiasde vida, testimonios y otros géneros «menores» (biográficos o autobiográficos), talescomo las cartas de los condenados a muerte, los epitafios, las conversaciones dereencuentro, las presentaciones de los autores en las solapas de los libros, loscurrículum vitae y las necrologías, entre otros.

Estoy asumiendo así las distinciones, ya muy extendidas (pero,lamentablemente, no universalizadas aún) entre el «relato autobiográfico», por unaparte, la «historia de vida» o «biografía», por otra, y, por último, el «relato testimonial»o «testimonio».1 A pesar de tratarse de tres géneros intensamente relacionados y queempíricamente suelen sobreponerse y fundirse, me parece de vital importanciaresaltar sus diferencias, pues de ellas se deducen criterios metodológicosimportantes. La historia de vida, en primer lugar, se caracteriza por investigar enprofundidad y extensión el recorrido biográfico de uno o varios sujetos, para lo cualutiliza una gran cantidad y diversidad de materiales (archivos, relatos indirectos,

1 Denzin (1970) fue, casi con seguridad, quien primero estableció una distinción similar a la aquí

propuesta, entre lo que denominó «life history» y «life story». Para otras clasificaciones y definiciones

de este tipo de documentos ver: Plummer (1983) y Pineau y Michele (1983).

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cartas, reconstrucciones históricas, contratos, etc.). En segundo lugar, el relato devida, es un concepto reservado sólo para la versión (oral o escrita, en sus diferentesmodalidades y grados de estructuración) que un individuo da de su propia vida. Deeste modo, una historia de vida puede tener o no entre sus materiales el relato quehace el propio sujeto sobre sí mismo. En tercer lugar, el testimonio según mi puntode vista, será un nombre reservado al relato en el cual una persona se refiere, a

través de sus vivencias personales, a algún suceso histórico o medio social del cualfue testigo, sin que el eje de su narración sea necesariamente su propia evolución através del tiempo.

Como se argumentará en el próximo capítulo, son relevantes las consecuenciasmetodológicas implicadas en tales distinciones, pues tienen que ver con lasdiferentes potencialidades de cada género y los mecanismos de validación interna oexterna al cual deben ser sometidos en su recopilación y análisis. En las próximaspáginas no se harán mayores consideraciones respecto a las múltiples modalidadesconcretas que pueden adoptar las investigaciones que utilizan un enfoquebiográfico. Es así que en cada uno de los capítulos se habla como si se estuviese

frente a los problemas de análisis de una investigación basada en sólo un relato devida. Esta opción de redacción no debe hacer olvidar que, en general, lasinvestigaciones definen un diseño de acuerdo a interrogantes particulares, y en élpueden combinar el uso de diversos tipos de materiales. Además, por lo común seabarcan muestras más o menos homogéneas de grupos humanos específicos(campesinos; indígenas, mujeres, migrantes, etc.). Estas alternativas poseencomplejidades adicionales a las aquí enfrentadas, las que se refieren, básicamente,a la representatividad y a los criterios pertinentes en los procedimientoscomparativos.2 

1.  CARÁCTER INTERPRETATIVO DEL DISCURSO AUTOBIOGRÁFICO Como proposición inicial quiero afirmar que el relato autobiográfico no se

destaca especialmente por la calidad o cantidad específica de información históricao etnográfica que proporciona. El relato autobiográfico —a diferencia de unahistoria de vida o de un testimonio— puede (sin ninguna duda) aportar material deeste tipo y, eventualmente, ser útil en un estudio de reconstrucción de ciertoperíodo o suceso histórico, pero su potencialidad específica no reside en ser reflejofiel de lo que fue esa vida, nunca será la reconstrucción de los hechos y sucesos quela caracterizaron.

Supongo que definir qué es «la vida» de una persona constituye una laborespecialmente ardua. Para evadirla utilizaré el cómodo expediente de proponer queella consiste en la sucesión discontinua de acontecimientos, hechos, actitudes y sentimientos, referidos a una individualidad delimitada —a un nombre propio—,desde el momento de su nacimiento hasta el de su muerte. Esta definición debieraresaltar el que tal sucesión no es necesaria ni usualmente coherente, en el sentidoque su desenvolvimiento no corresponde a un «plan» trazado previamente por el

2 Es deseable la profusión de más estudios comparativos, pues en base a ellos sería posible postular

diferentes tipos de estructuras narrativas (o transformaciones de la misma estructura) a las cuales

podrían corresponder determinadas clases de personajes, según fuera el grupo social que las origina.

Con esto se contribuiría también a compensar el actual sesgo, según el cual la gran mayoría delmaterial recopilado pertenece a los grupos de más bajos ingresos o que reflejan algún tipo de

marginalidad social. Para una argumentación metodológica en torno a la posibilidad de

representatividad de los géneros biográficos ver: Saltalamacchia (1987).

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mismo sujeto o por otro, o por algo externo ni anterior al individuo. Tambiéndefiendo la posición según la cual se trata de emociones, relaciones y accionesentrelazadas, a través del tiempo, con las de otros individuos, en el contexto de unatotalidad social y cultural que no determina absolutamente, ni entrega, tampoco, uncampo de libertad absoluto. Esto último implica que hablar de la vida de unapersona obliga a situarse al interior de una ambigüedad que fluctúa entre la

representación de una individualidad consistente y, simultáneamente, elreconocimiento de un fenómeno supraindividual.

En cualquier caso, aunque restringiésemos más aún la definición de lo que esuna vida, siempre ella aludirá a un contenido demasiado amplio y difuso como parasuponer que se pueda recuperar o reproducir. No existe ningún archivo nimecanismo lo suficientemente poderoso —ni siquiera el cerebro humano, con todaslas mentadas potencialidades del inconsciente— que sea capaz de retener, paradespués reproducir, la casi infinita procesión de dimensiones y detalles quecomponen una vida.

 Tales consideraciones no dejan de tener cierta importancia, pues llevan a

reconocer que el relato autobiográfico —como método y como producto— no es, nopuede ser, el reflejo fiel de algo exterior a él. Es más, ni siquiera representa de modonecesario (estadística o simbólicamente) la vida de alguien. De lo que se trata es deun material relativamente autónomo, que posee un cuerpo propio y que seconstituye en algo «nuevo», en el sentido que no es la consecuencia directa, verbal y discursiva del acontecer histórico de un sujeto.

«Está bien —podrá exclamar algún fervoroso defensor de los relatos de vida,irritado al ver que se cuestiona su legitimidad como herramienta de reconstrucciónhistórica—, es verdad que las autobiografías no nos proporcionan la totalidad de loque ha sido la vida de alguien, pero se debe admitir que sí nos pueden entregar lo

más importante de ella». No podría estar más dispuesto a aprobar esta afirmación.No obstante, queda el incómodo problema de detectar qué es lo que se entiende porlo «más importante». Si nos arriesgáramos a citar a un foro-panel a dignatariosreligiosos de diferentes confesiones, un psicoanalista, un trabajador social, un ex-presidiario, un vegetariano y un reportero gráfico, para que entre todos debatieranel punto, sin duda no se llegaría a ninguna conclusión, pero sí sería altamenteilustrativo acerca de lo difícil que es proponer un criterio unánime respecto a lo queconstituye lo «importante» y lo «secundario» en la vida de alguien.

A un historiador que busca reconstruir la vida cotidiana de principios de sigloen Santiago, le parecerá de vital importancia presionar a su anciano entrevistado

para que haga esfuerzos por recordar qué tipo de sistema de evacuación de excretasexistía en su casa de infancia, mientras, es probable, éste se empeña porfiadamenteen hablar de su fallecida madre. A riesgo de ser repetitivo, puedo aprovechar esteejemplo para insistir en la importante diferencia metodológica —no siempreapreciada— entre el testimonio y el relato autobiográfico. Quien recurre aantecedentes orales de tipo autobiográfico con el objetivo primordial de conocercuestiones relativas a un entorno, a un suceso o a una época, está estrictamentegenerando testimonios, es decir, buscando y haciendo hablar a testigos calificados,quienes pueden hacer un relato sobre cuestiones externas a ellos, pero en las quese vieron involucrados de un modo más o menos personal.

Según Bertaux (op. cit ., 206), la riqueza de los testimonios se define por supotencial capacidad informativa, la cual está en directa proporción a la ignoranciaprevia que el investigador o lector tenga sobre el tema. Lo «informativo»- es la

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esencia del testimonio; en él la versión acerca de la propia vida queda subordinadaa su función de ser «ventana» a un universo cultural o histórico desconocido para eldestinatario del relato: el testigo cuenta lo que su público no vio. Ello implica quemuchos textos denominados usualmente relatos autobiográficos o historias de vida,pueden ser enfocados o rescatados realmente (o simultáneamente) comotestimonios, en la medida en que el interés investigativo y el contenido mismo del

texto está más referido a lo que rodeó al sujeto que a la dimensión estrictamenteautobiográfica, centrada en su versión de lo que fue su propia trayectoria temporal.En definitiva, esta clasificación tiene tanto que ver con la naturaleza del relato y conlos intereses específicos de cada estudio, como con el papel que se le asigna a lanarración en estudio, como con el papel que se le asigna a la narración en unproceso de investigación. Consecuentemente, los criterios de validez y confiabilidadque operan en el uso de tal herramienta son diferentes a los que corresponden a losrelatos autobiográficos, sobre los que trata este trabajo.

El problema de decidir qué importa más y qué menos en la vida de alguien nose simplifica demasiado al plantear que lo relevante será aquello que el mismo

sujeto destaque en su relato. Aunque pueda parecer éticamente apropiado noimponer un criterio externo y metodológicamente acertado el concebir el relato comofluyendo sin ajustarse a expectativas externas previas, en la práctica (como se verámás adelante) tal presupuesto no pasa de ser un buen, pero variable, criteriooperativo que no soluciona gran cosa. Su pertinencia choca con que una narraciónautobiográfica está muy distante de parecerse a un monólogo desinteresado querealiza una persona frente a sí. Toda narración cuya motivación inicial es unasupuesta reconstrucción de la propia vida, es en realidad una construccióndiscursiva de tipo interpretativo, confeccionada para un público particular. Volverésobre este punto.

Es frecuente, sin embargo, el que numerosos y destacados autores definan,utilicen y analicen este tipo de material enfocándolo de un modo absolutamentedistante al aquí sostenido. En ocasiones se argumenta en torno a cuestionesabsolutamente irrelevantes, como si se estuviese frente a una indagaciónpsicológica o jurídica, como si el relato de esa persona fuese un camino para llegara conocer y desentrañar su historia pasada, como si se estuviera realmente frenteuna vida y no a palabras: ¿qué motivaciones tuvo «X» para actuar de tal manera?,¿visualizó «Y» la posibilidad de opciones diferentes?, ¿qué circunstancias o factoresinfluyeron en tal desenlace?, ¿qué rol jugó su relación con «Z»?, ¿por qué no sepercató «Q» de la consecuencia de su acción?, etc. Esta «ilusión biográfica» —segúnla expresión de Bourdieu (1986)— se apoya en cierta filosofía de la existencia de

corte historicista que está fuertemente arraigada en el sentido común, según la cualla vida puede ser comprendida, y en Consecuencia relatada, en tanto sucesiónarticulada de acontecimientos con sentido.

«Esa vida organizada como una historia se desarrolla, según un orden cronológico que estambién un orden lógico, desde un comienzo, un origen, en el doble sentido de punto departida, de principio, pero también de razón de ser, de causa primera, hasta su término, que estambién un fin. La narración, sea ella biográfica o autobiográfica... propone acontecimientosque, sin ser todos y siempre desarrollados según una estricta sucesión cronológica... tienden opretenden organizarse en secuencias ordenadas según relaciones inteligibles. El sujeto y elobjeto de la biografía... tienen de alguna manera el mismo interés en aceptar el postulado delsentido de la existencia contada e, implícitamente, de toda existencia... La narración

autobiográfica se inspira siempre, al menos en parte, en el deseo de dar sentido, de hacerinteligible, de expresar una lógica a la vez retrospectiva y prospectiva, una consistencia y unaconstancia, estableciendo relaciones inteligibles, como aquella que tiene el efecto en relación a

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la causa eficiente o final, entre los estados sucesivos, así constituidos en etapas de undesarrollo necesario» (Bourdieu, op. cit., 69. Destacados en el original).

El postulado central que resume mi punto de vista es que el objeto de estudiollamado relato autobiográfico, en rigor está constituido por ese discurso específico«otorgador de sentido», y no por aquello a lo cual inmediata y presuntamente taldiscurso se refiere: la vida de ese hablante. En cada «momento biográfico»

(entrevista, confesión, conversación, escritura, etc.) y en el texto mismo, el sujetoconstruye un «sí mismo»; esto es, una representación que hace, ante sí, de supropia identidad como persona. Esta definición del «sí mismo» se inscribe en latradición fundada por G. H. Mead, quien con ello buscaba destacar:3 

«...la característica de la persona como objeto para sí. Esta característica está representada porel término “sí mismo”, que es un reflexivo e indica lo que puede ser al propio tiempo sujeto y objeto. Este tipo de objeto es esencialmente distinto de otros objetos, y en el pasado ha sidodistinguido como consciente, término que indica una experiencia con la propia persona, unaexperiencia de la propia persona. Se suponía que la conciencia poseía de algún modo esacapacidad de ser un objeto para sí misma. Al proporcionar una explicación conductista de laconciencia tenemos que buscar alguna clase de experiencia en la que el organismo físico pueda

llegar un objeto para sí mismo» (Mead; 1934, 168-9).El «sí mismo» proyectado en un momento biográfico, y que se constituye como

protagonista del relato, es otro «sí mismo» que aquél de cuya vida supuestamente sehabla. Ese, o, mejor dicho, esos «sí mismos» ya no existen; residuos de ellossobreviven en la memoria propia y en la de los otros, sus sombras se proyectan enrutinarios papeles y descoloridas fotografías, la materialidad de los episodios máscaracterísticos de sus vidas hoy se plasman sólo a través de la articulación designos gráficos o fonéticos. Por otra parte, quien habla se torna narrador, cede a latentación de ser portavoz de la historia: relata, y a través de su relato cree revivir,reproducir, recrear, reflejar; aspira a la veracidad. Pero, mientras narra, se difuminaa cada instante, y cuando termina una frase para tomar aliento ya no existe, esparte de la historia, del pasado irrecuperable; luego, sus huellas son recogidas,recorridas y rehechas constantemente por su heredero: nuevamente el narrador.

Lo medular, entonces, en relación al enfrentamiento metodológico de un textoautobiográfico, no es preguntarse cómo transcurrió efectivamente la vida de alguien(validez externa que se obsesionará y frustrará en la corroboración de lo narrado.Cuestión nada de accesoria, a veces factible a veces no, pero que no «opera» parauna gran proporción del contenido del relato); sino cómo ese alguien se representa —ante sí y ante otros— el transcurrir de su vida y lo relata. Cuando se cuenta lavida, nunca tenemos entre manos la versión verbal de lo que ella fue, sino un«discurso interpretativo» —retazos de hechos dibujados por una perspectivapeculiar, selecciones, montajes, omisiones, encadenamientos, atribuciones decausalidad, etc.— cuya particularidad es estar estructurado en torno a la

3 3 Es conocida la notable influencia que ha tenido el pensamiento de Mead sobre importantes

autores y corrientes teóricos, más allá del posteriormente denominado «interaccionismo simbólico»

(Schutz, Goffman, Kardiner, Fromm, Berger, por nombrar sólo algunos). Uno de sus aportes más

significativos —y que está en el trasfondo de lo argumentado aquí, aunque no se profundice

especialmente en ello— dice relación con la definición del individuo y la sociedad, de acuerdo a la

cual Mead fue uno de los primeros que postuló sistemáticamente al interior de las ciencias socialesnorteamericanas de qué modo la autoconciencia de cada individuo es histórica, es decir socialmente

anterior a la personalidad individual. O, en palabras de Berger (1982, 356), tuvo la capacidad de

demostrar que: «la realidad subjetiva de la conciencia individual es algo construido socialmente».

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construcción de una figura que aquí denomino personaje.4 En otras palabras, elrelato construye una vida —recurriendo a una diversidad de materiales y mecanismos— y sólo en determinado sentido es esa vida: se ha extinguido —y sediluye a cada instante— cualquier otra existencia que la del texto. Para decirlo deuna forma poco rigurosa: si es interesante la dimensión autobiográfica que poseetoda novela, lo que aquí interesa es la dimensión «novelística» de toda autobiografía.

En consecuencia, la preocupación metodológica debe centrarse en generar unmodelo de análisis del relato autobiográfico,5 que permita precisar los presupuestos,mecanismos y condiciones que regulan la elaboración de la propia biografía. Laposibilidad de gestar un modelo de análisis tal, se basa en el supuesto de que lasformas de narrar una vida (y, por tanto, sus contenidos), no son ilimitadas niazarosas, sino al contrario, corresponden a estructuras de relato relativamenteacotadas y compartidas socialmente. Se trata de procesos de «semantificación» delpasado o, mejor dicho, de los recuerdos del pasado que afloran en una situaciónespecífica. El producto final indudablemente posee un sello personal, pero cadasujeto lo elabora y desarrolla a base de atribuciones de significado preexistentes en

su universo cultural.De allí que hablar hoy de relatos de vida posea una connotación muy diferente

a la de hace algunas décadas, cuando su potencialidad generalmente se aceptabasólo en el marco de las orientaciones psicológicas o, a lo más, como un recursonarrativo ejemplificador del efecto de las estructuras sobre los sujetos:representación gráfica («en carne y huesos») de aquellas cuestiones ya probadas porlos estudios de corte macrosocial. En la actualidad, en gran parte de los ambientesacadémicos se reconoce la validez relativa (como lo es toda validez) del enfoqueautobiográfico para las ciencias sociales, aceptando que a través del conocimiento y análisis de la versión que da una persona acerca de sí misma, es posible

aprehender ciertos procesos colectivos y compartidos de atribución de significado.En esta perspectiva es válido aceptar que al investigador no le interesa el relato sóloen cuanto relato, sino como manifestación de «otra cosa». En otras palabras, asícomo el historiador oral utiliza el testimonio para conocer sucesos relativos alentorno del testigo, cada texto autobiográfico particular puede concebirse como uncamino, un material para el conocimiento de las estructuras narrativas con que elhablante construye el «sí mismo» y sus procesos específicos de atribución desentido.

El discurso autobiográfico está compuesto —para usar la terminología deSchutz (1974, Cap. 2)— por «construcciones de primer nivel»: elaboraciones propias

del sentido común, plagadas de elementos subjetivos que reflejan el punto de vistadel actor. El problema y el desafío del modelo ya mencionado (pero ciertamente nosólo de él), es que el análisis científico debe necesariamente incorporar y dar cuentade esa dimensión subjetiva propia del discurso, pues en ella cristaliza la perspectiva

4 Un poco más adelante se definirán y diferenciarán más en detalle las nociones de personaje e

imagen en relación al «sí mismo».5 En reiteradas oportunidades a través de estas páginas se hace alusión a la necesidad de que las

ciencias sociales cuenten con un modelo de análisis del personaje, tal cual es construido en el relato

autobiográfico. Cabe advertir que el contenido aquí planteado no pretende ser ese modelo en

cuestión, sino sólo la proposición de algunos supuestos, criterios y puntos de vista que pueden

ayudar a construirlo. Por otra parte, no tengo noticia de que tal modelo se haya elaborado —en elsentido aquí propuesto— más allá de lo avanzado por el análisis semiológico del personaje literario,

aplicado a diferentes tipos de narraciones (mitos, folklore, cuentos maravillosos, etc.). Al respecto

ver: Hamon (1977), Córdoba (1984).

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del hablante y el fundamento de su acción. Sin embargo, simultáneamente seespera que el tratamiento analítico de tal relato satisfaga los requerimientos deobjetividad, en el sentido de que sus procedimientos y aseveraciones esténexpuestos a la verificación intersubjetiva. En palabras de Schutz (Ibid, 82-83):

«¿Cómo es posible reconciliar estos principios aparentemente contradictorios? Lapregunta más seria a la que debe responder la metodología de las ciencias sociales es, sin

duda, la siguiente: ¿cómo es posible elaborar conceptos objetivos y una teoría objetivamenteverificable de las estructuras subjetivas de sentido? La respuesta se halla en la idea según lacual los conceptos elaborados por el científico social son construcciones de las construccioneselaboradas en el pensamiento de sentido común por los actores de la escena social. Lasconstrucciones científicas elaboradas en el segundo nivel, de acuerdo con las reglas deprocedimiento válidas para todas las ciencias empíricas, son construcciones objetivas de tiposideales y, como tales, pertenecen a una especie diferente de las elaboradas en el primer nivel, el

del pensamiento de sentido común, que deben superar. Son sistemas teóricos que contienenhipótesis generalmente susceptibles de ser puestas a prueba...»

Las afirmaciones propias del análisis científico no son sinónimo de verdadabsoluta, eterna e inmodificable, sino «construcciones de segundo nivel»: verdadesrelativas, atribuciones de sentido históricas y en permanente autodestrucción, cuyavalidez se sustenta en el método, es decir, en ser una experiencia controlada, y nouna mera expresión del punto de vista momentáneo, íntimo e irreproducible delobservador.

Esta plena potencialidad del relato autobiográfico se revela cuando se asumesu naturaleza discursiva, esto es, como una estructura narrativa de tipo lingüísticoen la cual el contenido importa tanto y al mismo tiempo que su forma. Dicho de otromodo, y otra vez en contraste con el testimonio, la cantidad de información empíricaque el relato contiene no es tan importante como el caudal interpretativo que en élse asoma. Para concebir de este modo el género autobiográfico es preciso rompercon aquella tradición del pensamiento analítico que tiende a separar radicalmentela interpretación de la descripción, como si no fuese una clasificación confeccionadasobre la base de características atribuidas a un texto, sino propiedades inherentes y típicas de diferentes tipos de enunciados. Al hablar de «discurso interpretativo» noestoy haciendo referencia a un cuerpo lingüístico ad hoc de tipo calificativo ovalorativo, que por definición se opone a lo «descriptivo», a la enumeración de lascaracterísticas fenomenológicas con que un hablante da cuenta del mundo«objetivo». Lo interpretativo no hace alusión, en este caso al menos, a «una parte»del texto, en la cual el sujeto recapitula sobre lo que ha narrado y agrega susopiniones en torno a ello (aun cuando eso suele ocurrir), revelando de esta forma — para la culminación máxima del placer antropológico— lo más íntimo de su «visión

de mundo». Al contrario, el relato de vida constituye en sí mismo —como totalidadinseparable— una interpretación, o, mejor dicho, es un proceso en el cual fluye unconjunto organizado (aunque no necesariamente coherente) de interpretaciones, quese sobreponen, complementan, contradicen y oponen mutuamente.

Para aclarar lo anterior tomemos como ejemplo un enunciado aparentemente«descriptivo», que no contiene lo que usualmente se denomina una «interpretación»,típico del comienzo de una narración autobiográfica:

«Nací en un hogar modesto, mi madre trabajaba de costurera y mi padre era obrero». 6 

6 Todas las citas de textos autobiográficos que no contengan indicación acerca de su origen

corresponden a relatos no publicados, recogidos por mí mismo, o facilitados por Iris Stolz o Salomón

Magnenzo, a quienes agradezco su colaboración.

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En esta frase, de una simpleza sólo superficial, el hablante describe lo quesupone una realidad externa a él, pero para ello la alternativa que se impone connaturalidad es servirse del lenguaje, lenguaje que incorpora en sí mismo unaestructura que significa y clasifica el entorno natural y social, tornándolo inteligiblepara quienes comparten dicha estructura. La narración de una vida es un suceso y un material estrictamente lingüístico, y cualquier enunciado en el momento de

materializarse es ya una interpretación de lo extradiscursivo, en el sentido que no lorefleja de modo inmediato —no se limita a describirlo—, sino que lo reconstruyemediante una estructura de significación y clasificación que posee existencia sociala priori . No existe otra forma de conocer sino a través del lenguaje; todo relato aludea otros relatos.

No obstante, cuando hablo de lo «extradiscursivo» me refiero a que estasproposiciones no debieran implicar que los sucesos que componen lo que llamamosuna vida no hayan existido, o que el universo del cientista social esté compuestosólo por discursos. A diferencia de ciertos análisis literarios, como el llamado«postestructuralismo» que critica Todorov (1987, 9) el cientista social que trabaja

con discursos tiene la posibilidad, y en ocasiones el imperativo, de hacer referenciaa lo extra discursivo, pues el texto se relaciona en su generación misma con unexterior explicativo y un antecedente causal a él:

«La tesis de que el mundo es inaccesible resulta igualmente forzada. Desde Kant es lugarcomún de la epistemología el reconocer el carácter construido del conocimiento, el no creer enuna percepción transparente de los objetos; se puede por tanto criticar a los empiristas o a lospositivistas. Pero de ahí a negarle todo contenido a la percepción hay un trecho que noconviene franquear sin haber meditado antes».

Volviendo al ejemplo anterior, allí no sólo se entrega un tipo de información(nivel socio-económico de la familia de origen, ocupación de los padres), sino quecristaliza ya una construcción interpretativa, pues entre todas las posibilidades dedistinción de origen se eligió esas palabras y no otras, fueron ordenadas de talforma y no de otra, se escogieron ciertos criterios y no otros, etc. Todo ello otorgauna connotación especial a la autodefinición del origen social que se opone a otras(En el Capítulo N° 4 se volverá sobre esto). Es verdad que ese tipo de frase esfactible de ser contrastada en alguna medida: tal vez se podría saber si la madre delsujeto efectivamente trabajaba en el oficio de costurera y de qué modo lo ejercía, sisu padre era obrero, en qué periodo y en qué rama de actividad, etc. Si tenemos talposibilidad no es porque las costureras, los obreros y los hogares modestos seanrealidades en sí universalmente evidentes, monosemánticas y tangibles, sino porqueentendemos (compartimos) el sentido con que el hablante ha clasificado a sus

progenitores y a su familia de origen. Ello se debe no a que podamos conocer y evaluar su experiencia sensible, sino, en primer. lugar, a que compartimos sulenguaje, es decir, sus categorías y procesos de interpretación. En otras palabras,comprensión e interpretación son un solo acto, inherente a toda comunicación.Según Gadamer (1977, 461 y ss. Destacados en el original):

«…la comprensión no se basa en un desplazarse al interior del otro, a una participacióninmediata de él. Comprender lo que alguien dice es (...) ponerse de acuerdo en la cosa, noponerse en el lugar del otro y reproducir sus vivencias... La experiencia de sentido que tienelugar en la comprensión encierra siempre un momento de aplicación. Ahora consideremos quetodo este proceso es lingüístico. No en vano la verdadera problemática de la comprensión y elintento de dominarla por arte —el tema de la hermenéutica— pertenece tradicionalmente alámbito de la gramática y de la retórica. El lenguaje es el medio en el que se realiza el acuerdode los interlocutores y el consenso sobre la cosa. (...) El problema hermenéutico no es pues unproblema de correcto dominio de una lengua, sino del correcto acuerdo sobre un asunto, quetiene lugar en el medio del lenguaje».

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Al ser la narración autobiográfica un suceso esencialmente lingüístico, unainterpretación que gira alrededor de la propia vida, es, a la vez, un texto que alcomprender se interpreta. El comprender y el interpretar, según se ha visto, son unmismo proceso. Estamos frente a dos fenómenos que se viven como simultáneos: lainterpretación del hablante (al hablar de su vida) y la interpretación de quienescucha o lee. En este punto es importante también establecer distancia con

quienes sostienen —Stanley Fisch y sus tesis, por ejemplo— que el texto nadasignifica, sino que es el lector quien le otorga un significado, o, según una posteriorversión algo atenuada del mismo Fisch (citado, por Todorov; Ibid , 10), el grupocultural e histórico al cual él pertenece:

«Antes que el texto o el lector son las comunidades interpretativas las que producen lassignificaciones».

 Todorov (Ibid .) ha refutado sólidamente tales conceptos, por lo que aquí sóloresta recordar que es efectivo que quien lee participa de la creación de sentido, perode un modo circunstancial e histórico. El lector participa del texto, desde unapostura determinada, más o menos cercana al universo cultural y lingüístico del

hablante. Que ambos interlocutores se comprendan no se refiere a una«comprensión histórica»: el punto de comprensión no se sitúa en los sucesos ni enlas vivencias, sino en el texto. Nuevamente en palabras de Gadamer (op. cit ., 467.Destacados en el original):

«Desde el romanticismo ya no cabe pensar como si los conceptos de la interpretaciónacudiesen a la comprensión, atraídos según las necesidades desde un reservorio lingüístico enel que se encontrarían ya dispuestos, en el caso de que la comprensión no sea inmediata. Porel contrario, el lenguaje es el medio universal en el que se realiza la comprensión misma. Laforma de realización de la comprensión es la interpretación. Esta constatación no quiere decirque no exista el problema particular de la expresión. (...) Todo comprender es interpretar, y toda interpretación se desarrolla en el medio de un lenguaje que pretende dejar hablar al objeto y es al mismo tiempo el lenguaje propio de su intérprete».

Es inadecuado, en consecuencia, referirse al relato autobiográfico sinconsiderar su naturaleza discursiva, sin tomar en cuenta el que su contenido nodescribe una historia particular, no se refiere directamente a hechos, sino que es unproceso comprensivo e interpretativo que se estructura lingüísticamente en torno ala construcción de una imagen que protagoniza la propia biografía. Como se haanticipado, dos factores decisivos influyen en el perfil final del relato autobiográfico y del personaje que es modelado en él: la situación biográfica concreta desde la cuales construido, y las condiciones materiales y simbólicas de generación de esediscurso. Hablar de «factores que inciden» lleva a considerarlos como aspectosexteriores al texto; si bien desde un punto de vista analítico ello es factible, enverdad «están» en el texto, forman parte constituyente de él.

2.  CONSTRUCCIÓN DEL RELATO: LA SITUACIÓN BIOGRÁFICA 

El primer factor que se debe considerar al enfrentar un discurso autobiográficolo llamaré —basándome en una expresión de Schutz— la «situación biográfica» delhablante, y se refiere a «desde dónde» cuenta la vida, desde qué ubicación temporal,social, espacial, etc., la relata. En definitiva, la situación biográfica está constituidapor la suma y combinación de todo aquello que en un instante en el tiempo posee(es) sólo ese individuo, lo que lo hace inasimilable a otro cualquiera. La perspectiva

desde la individualidad es algo que ningún recurso comunicacional nirepresentación colectiva pueden suplantar. En palabras del mismo Schutz (op. cit.,93):

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«En cualquier momento de mi situación biográficamente determinada, yo sólo meintereso por algunos elementos, o algunos aspectos, de ambos sectores del mundopresupuesto, el que está dentro de mi control y el que está fuera de él. Mi interés prevaleciente —o, con mayor precisión, el sistema prevaleciente de mis intereses, puesto que no existe un

interés aislado— determina la naturaleza de tal selección. Esta afirmación es válida, conindiferencia del significado preciso que se atribuya al término “interés” y también conindependencia de lo que se presuponga con respecto al origen del sistema de intereses. Sea

como fuere, existe una selección de cosas y aspectos de las cosas que son significativos paramí en cualquier momento dado, mientras que otras cosas y otros aspectos por ahora no meinteresan o están fuera de mi vista. Todo esto se halla biográficamente determinado; es decir,la situación actual del actor tiene su historia; es la sedimentación de todas sus experienciassubjetivas anteriores. No son experimentadas por el actor como anónimas, sino como únicas y dadas subjetivamente a él, y sólo a él».

La situación biográfica es un concepto que ubica sincrónicamente al individuo y, a la vez, hace referencia al proceso acumulativo precedente. La identidad del «símismo» está vinculada a una situación biográfica, no queda fijada de una vez y parasiempre: es un torrente en constante redefinición. Cada persona no incorporaelementos, a través del. tiempo, a la lectura que hace de la historia de su vida, como

quien construye una torre mediante el añadido de sucesivos bloques, conociendo deantemano los planos de su construcción. En cualquier momento la visión acerca delpasado y el diseño futuro de la vida de cada cual, mediato e inmediato, se estáhaciendo y destruyendo constantemente, pero nunca a partir de cero, sino sobre labase de, entre otras cosas, el significado que se le otorga al tiempo transcurrido y alos sucesos que conforman el presente. A medida que transcurren los diversosepisodios que componen la vida de alguien, el sujeto va modificandopermanentemente la identidad del «sí mismo», pero no sólo en lo que respecta a suubicación en relación al futuro, sino también al pasado. Ello alude a un procesocontinuo mediante el cual cada persona reinterpreta la totalidad de su existencia,reconstruye el «sí mismo» a partir de su actualidad.

 Todo existir no tiene otra residencia que la «actualidad», y el sentido comúnimpulsa a suponer el devenir como un puro y natural desenvolvimiento delpresente. Es desde la actualidad que se mira hacia atrás y hacia adelante; cada unode nosotros se autovisualiza a medio camino entre aquello que ya se fue y lo queaún no ha venido; preferimos definirnos más por la sólida acumulación del pasadoo por las generosas potencialidades del futuro, tendiendo a evitar la consideraciónsobre el origen de nuestra mirada: el presente. Pero, a pesar de no reconocerlofácilmente, es el presente, la actualidad, el lugar desde donde se explican losfracasos y fundamentan los proyectos, la posición desde donde se construye elpunto de vista legítimo que modela el «sí mismo»; el relato nace en el presente, lo

afirma y justifica.

El presente es la categoría de sentido común que opera como un sistemabásico de referencia. Según Heller (1977, 385. Destacados en el original):

«El presente “separa” el pasado del futuro: en la conciencia cotidiana las dimensionestemporales sirven también para la orientación práctica. En este sentido lo finito (lo que ya noactúa sobre el presente) se distingue del pasado (que actúa sobre el presente), siguen luego elpresente, por tanto lo incierto (hacia el que se mueven nuestros objetivos) y finalmente loimprevisible».

El presente de hoy es el futuro de ayer y el pasado de mañana, es una«posición volátil» desde la cual miramos hacia nuestro alrededor temporal (adelante,

atrás) y social (ellos, nosotros). Desde allí opera la memoria: traemos al presente losrecuerdos y así ordenamos el pasado. En tal tarea, el evitar severas frustraciones y poder experimentar la sensación de que el «camino» de nuestra vida está bajo

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control, son dos buenos motivos que explican el que todo relato sobre el propiopasado tienda a estilizarlo, lo simplifique y describa siempre a partir de un códigoque tiene pleno sentido sólo en la actualidad. En el relato autobiográfico el pasadosuele aparecer como articulado por una línea homogénea y comprensible, lejos detoda perturbación, desde el presente el pasado abandona ese estatuto desimultaneidad desconcertadora y polisémica que tuvo cuando aún no era pasado, y 

se convierte en algo inteligible, su sentido brota como evidente, la actualidad loordena, tornándolo tolerable y útil.

En rigor, lo inenarrable que son los momentos de la propia muerte, ilustra nosólo lo incompleto de toda autobiografía, sino también evidencia que unaretrospección de los hechos acontecidos (mis hechos), siempre es una versión desdeel presente circunstancial, que nunca puede ser superado, no existiendo otraposición temporal más sólida (inmodificable, no intercambiable, insoslayable) y, almismo tiempo, más efímera, que la actualidad.

La memoria, y sus productos esenciales (el recuerdo y el olvido), no opera comouna simple capacidad emocional, no es una característica psicológica uniforme:

«Retener, olvidar y recordar pertenecen a la constitución histórica del hombre y formanparte de su historia y de su formación. (...) La memoria tiene que ser formada; pues memoriano es memoria en general y para todo. Se tiene memoria para unas cosas, para otras no, y sequiere guardar en la memoria una cosas, mientras se prefiere excluir otras. Sería ya tiempo deliberar al fenómeno de la memoria de su nivelación dentro de la psicología de las capacidades,reconociéndolo como un rasgo esencial del ser histórico y limitado del hombre. A la relación deretener y acordarse pertenece también de una manera largo tiempo desatendida el olvido, queno es sólo omisión y defecto sino, como ha destacado sobre todo F. Nietzsche, una condición dela vida del espíritu» (Gadamer, op. cit., 45).

Cuando alguien habla de su vida trae hasta la actualidad, de un modoconciente o no, fragmentos de su pasado, tal y como los reconstruye desde el tiempo

presente. Al recordar, el hablante selecciona recuerdos que desde el presenteadquieren un sentido y una función al interior de la situación generadora de lanarración y del relato mismo. Lo que se recuerda es recordado desde el presente y está compuesto por aquello que para el hablante, o para su interrogador, hoy merece ser imperecedero. Lo que se olvida no sólo se niega, sino que también, en lapráctica, se anula como vivencia específica previa. Los ámbitos del olvido son — ¿qué falta hace decirlo?— más densos y numerosos que los del recuerdo: meacuerdo que de niño iba a tal colegio, pero no recuerdo cada una de los cientos deoportunidades en que crucé esa calle, todas las despedidas y saludos, no recuerdocada una de las veces en que caminé frente a ese edificio que hoy ya no existe. Pero

sí recuerdo con claridad el día en que presencié su incendio.«Pensar —dice el narrador del cuento de Borges “Funes el memorioso” (1981, 65)— es

olvidar diferencias, es generalizar, abstraer».

El pasado más rutinario es nombrado con facilidad, casi con indiferencia; lorecurrente es «tipificado» en torno a figuras de sentido común previamenteestereotipadas; al generalizar a través de esos estereotipos se olvida, se anula laexistencia experiencial única y múltiple. La repetición conduce a la generalización,la abstracción implica sepultar los detalles diferenciadores que reflejan la unicidad.Pero, aquello que se sale de lo común, lo extraordinario dentro de una rutinaparticular (ese accidente, esa frase) puede asumir inmediatamente en la memoria elrango de imperecedero; vale la pena conservar su unicidad y, en consecuencia,adquiere la forma de un recuerdo perspicuo. Pero no por ello ese recuerdo de loextraordinario es menos objeto de tipificación —aunque de otro tipo— que aquellos

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que se generalizan más rápidamente. A través del recuerdo el pasado eslingüísticamente reproducido, es «revivido», con todo lo artificial e inexacto quepueda haber en tales conceptos (más adelante —en el capítulo N° 4— volveré sobrealgunos de estos puntos).

«Entre todos los signos el que posee más cantidad de realidad propia es el objeto delrecuerdo. El recuerdo se refiere a lo pasado y es en esto un verdadero signo, pero para nosotros

es valioso por sí mismo, porque nos hace presente lo pasado como un fragmento que no pasódel todo. Al mismo tiempo es claro que esto no se funda en el ser mismo del objeto en cuestión.Un recuerdo sólo tiene valor como tal para aquél que de todos modos está pendiente delpasado, todavía. Los recuerdos pierden su valor en cuanto deja de tener significado el pasadoque nos recuerdan. Y a la inversa, cuando alguien no sólo cultiva estos recuerdos sino queincluso los hace objeto de un verdadero culto y vive con el pasado como si éste fuera elpresente, entendemos que su relación con la realidades está de algún modo distorsionada»

(Ibid , 204-5).

El trabajo de la memoria cambia según sea la situación biográfica desde dondese recuerde y se olvide. Es común que a medida que pasa el tiempo, el campo de lasopciones posibles de interpretación del pasado no sólo cambie, sino también se vaya

limitando o, en otras palabras, el diseño se torne cada vez más rígido y lastipificaciones más recurrentes. Paulatinamente los recuerdos se congelan y surevisión se vuelve cada vez más selectiva y esporádica, el campo de posiblesproyectos futuros se restringe y especializa; en suma, a través de los años y delcumplimiento de los «ciclos de vida» típicos, en general, la situación biográfica —y por ende la versión autobiográfica— va variando en menor medida.

Sin embargo, existen circunstancias muy especiales —que aquí he denominado«momentos biográficos»—, que actúan como estímulos poderosos para recuperar(rehacer) recuerdos, incluso algunos insospechados por el propio sujeto. Uninterrogatorio policial, una terapia psicológica, una enfermedad mortal, unaconfesión religiosa, el ser objeto de una investigación científica del tipo que aquí sehabla, etc., son todas experiencias que operan, de diferente manera, a modo degatillo detonador y seleccionador de recuerdos. Una mención especial merece la«conversación de reencuentro», en la cual dos personas que no se han visto enmuchos años se relatan mutuamente sus vidas desde el momento de su separación,buscando reconstruir aspectos característicos del período de tiempo en que surelación era más o menos estrecha. Se habla, entonces, de «evocar el pasado», de«recuerdos que afloran», etc. Es interesante notar cómo, desde un comienzo, lasmutuas preguntas suelen ir desde lo más típico y externo a lo más personal y único;en las conversaciones de este tipo cada episodio relatado, más o menos formal oíntimo, es retribuido y estimulado por uno semejante o equivalente de parte del

interlocutor, en un espiral que, eventualmente, puede terminar en la renovación y redefinición del vínculo. Tal proceso se desarrolla hasta que alguno de losinterlocutores —mediante recursos lingüísticos típicos— 7 inevitablemente opta pordetener y fijar esa evolución progresiva en punto determinado. Se está así acotandoel (nuevo) ámbito legítimo de confidencialidad, marcando un umbral muy específico,más allá del cual, por una parte, toda confesión excesiva se aprecia como de malgusto; o más acá del cual, por otra, toda reserva aparece como un signo de frialdado de «mala educación». Este tipo de conversaciones, por supuesto, posee un rangode variabilidad muy alto, en donde será de vital importancia el tipo de relación que

7 En el caso de las conversaciones de reencuentro, así como también de algunos otros génerosmenores, es evidente que su análisis sería más fructífero al interior de los conceptos y metodologías

que han desarrollado, precisamente, los teóricos de las conversaciones, como Sacks, Schegloff o

 Jefferson.

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anteriormente mantenían los dos sujetos, la situación social al interior de la cualtiene lugar el reencuentro, la imagen con que cada uno percibe al otro en laactualidad, los deseos que se tengan de identificarse con ese pasado común (lo cuales percibido como un signo de querer identificarse con el otro), etc.

Por otra parte, es notable de qué modo en algunos relatos autobiográficos quemencionan un pasado a primera vista no correspondiente con la imagen que de síproyecta el sujeto en el presente, o en contradicción abierta con ella, entran enoperación una serie de mecanismos que incorporan esa experiencia a laorganización general del relato. Es decir, la hacen coherente con el «sí mismo»actual, presentando o convirtiendo tal episodio, por ejemplo, en un requisitonecesario, en una prueba o desafío, en una señal premonitoria del posible y dañinodesvío del camino correcto, o, en fin, en un atisbo de esperanza y realización quefue finalmente abortado. En definitiva, el destino —que narrativamente en tododiscurso autobiográfico (real o literario) se vislumbra en un comienzo— es siempreuna construcción posterior a los hechos, un ropaje que sirve para que los sucesoshistóricos no aparezcan en toda su crudeza con su carácter de inutilidad o

sinsentido. Todas estas afirmaciones son independientes del hecho —que analizaremos

más adelante— que la mayoría de las personas efectivamente interpretan suexperiencia existencial como si estuviesen constantemente materializando un plantrazado con anterioridad, y ven el conjunto de su vida como la consecución de algúntipo de objetivos fijados desde un comienzo. En esto también se puede apreciarcierta variabilidad, en donde se combinan cuestiones de personalidad con lasposibilidades concretas que tiene un individuo de optar y otorgar un significadolegítimo a sus actos.

En relación al futuro, habría que decir que éste aparece como el lógico

desenlace de una trayectoria unilineal. Desde esa «posición volátil», desde elpresente fugaz suponemos planificar el porvenir, y ambos procesos —nuestramirada ordenando el ayer y soñando el mañana— se entienden sólo en recíprocafunción. Según palabras de Ramoneda (1987, 15):

«El futuro es el camino que conduce al orden: el orden de la utopía. Y el orden, pordefinición, es simple. Alcanzar esta simplicidad, que desde la filosofía más remota, y con bienpocas excepciones, es sinónimo de belleza, armonía y verdad, es el destino que la culturahistoricista ha atribuido a la civilización. Sólo, en el presente la complejidad se hace patente entoda su desnudez».

En este proceso en el cual los recuerdos son «leídos» y el futuro diseñado, la

subjetividad no opera como una interferencia exterior, sino que es la naturalezamisma de él. La subjetividad es el privilegio de todo narrador, más aún si el objetode la narración soy yo mismo. La situación biográfica resume y torna operativa lasubjetividad del presente. Nuevamente en palabras de Heller (op. cit., 393.Destacados en el original):

«El tiempo de la memoria es la más subjetiva de las experiencias interiores temporales.Lo que yo revivo, en efecto es irreversible; el recuerdo es simplemente un momento de esairreversibilidad, y objetivamente no es nada más. El tiempo vivido es por tanto, subjetivo

porque es mi tiempo; cada persona tiene un tiempo vivido distinto».

Esta subjetividad no debe entenderse como el pleno dominio de la fantasíaindividual: el relato autobiográfico no es la imaginación desbocada que inventa

quimeras gratuitas para deleite propio o ajeno; no es un género literario más. Estecriterio es importante, porque, a pesar de que el enfoque analítico aquí sustentadohace frecuentes referencias a conceptos teóricos y metodológicos propios de la

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crítica literaria, estoy lejos de asimilar sin más el discurso autobiográfico a lanovela. En primer lugar, no es un proceso donde aflore una subjetividadexclusivamente individual (en el sentido de incomparable y única), porque, como seha dicho, a pesar de que es un hablante individual quien narra desde una situaciónbiográfica irreproducible, las formas de contar la propia vida corresponden aestructuras narrativas y procesos de atribución de sentido que poseen existencia

previa a la experiencia individual, que están a disposición del sujeto en su contextocultural y semántico, y han sido objeto de su aprendizaje.

En segundo lugar, no es un proceso exclusivamente fantasioso, porque (comose verá en el siguiente capítulo) suele desarrollarse al interior de una relación social,de una interlocución en la cual el narrador no pretende erigirse en un individuodiferente al autor (aunque termina siéndolo); sus expresiones —como se ha dicho— tienen la ambición de la veracidad inmediata (no simbólica) y la relación generadoradel relato presupone un hablante en condiciones de proporcionar algún tipo deevidencia acerca de lo narrado. Tal como es expresado en este largo, peroesclarecedor pasaje de de Martínez Bonati (1972, 152 y ss. Paréntesis y destacados

en el original):«...la propia comunicación lingüística no puede ser concebida adecuadamente como efusióninmediata de lo individual, como expresión directa de la interioridad concreta. Median lasesferas semánticas generales. Ellas, precisamente, posibilitan toda clase de insinceridad, puesel hablante tiene conciencia de ellas, al utilizarlas para objetivar sus estados, y puede, en

consecuencia, utilizarlas para objetivar estados que no existen en él (o como suyos), es decir,para fingir. Lo que la verdad es en la dimensión semántica representativa, es la sinceridad enla dimensión semántica expresiva: una adecuación de estructuras generales inmanentes delsigno a estructuras generales de la cosa (de diverso modo) significada. Se desprende de lodicho, que también en el habla corriente hay algo así como un hablante ficticio, inmanente alsigno, que objetiva el carácter de nuestra intransferible mismidad.

(...) El hablante efectivo (real o ficticio), al comunicarse (en la realidad de nuestro mundo

o en el mundo literario de los personajes) se compromete a este hablante inmanente. Lo dichopor alguien es, pues, sincero o no, documento de su ser y actuar en cuanto que acto realizadocomo acto lingüístico, como manifestación comunicativo-lingüística de su ser.

(...) Nuestra distinción señala que la visión de la estructura y naturaleza de la obrapoética, no permite establecer relaciones lingüísticas entre la obra y la persona del autor enaspecto alguno de su ser; poesía no es discurso del poeta en cuanto hablante, ni en funciónpráctica ni en función teórica».

3.  CONSTRUCCIÓN DEL RELATO: LAS CONDICIONES MATERIALES Y SIMBÓLICAS DE SU

GENERACIÓN 

El segundo factor —las condiciones materiales y simbólicas de generación deldiscurso autobiográfico—, consiste en el conjunto de características propias delmomento en que surge el relato (como posibilidad y expectativa) y cuando sematerializa. En esto el margen de variabilidad es muy amplio: entrevista dirigida (enuna o muchas sesiones, con uno o varios entrevistadores, en uno u otro lugar, etc.),escritura solicitada o espontánea (orientada hacia un lector específico oindeterminado), diálogo con otro (con un objetivo biográfico explícito o no),conversación terapéutica, o confesional (más o menos ritualizada, eximiendo o node culpas), etc. A ello habría que añadir toda una serie de complementostecnológicos, que cada vez con mayor frecuencia y, poder rodean o inundan la

situación: máquinas fotográficas, grabadoras, filmadoras, etc.8

 

8 Para una caracterización y análisis de las posibilidades técnicas y los problemas derivados de ellas

en las entrevistas, ver: Ives (1987).

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 Todas estas variables poseen un rol condicionador, y en conjunto seamalgaman en lo que juega el rol decisivo: relación social al interior de la cual nace y se concreta el discurso autobiográfico. Todo relato de este género, y con mayorrazón aquel que posee una connotación confesional, en donde se juega la propiaidentidad, tiene que ver con la construcción y mantenimiento de una imagen, más omenos apropiada a las expectativas recíprocas a las que el sujeto se siente sometido

en determinada situación. Así, el relato autobiográfico es el producto de unarelación específica, y todo indica que no se expresaría de la misma manera si varíala relación que lo genera. Una de las concepciones básicas que caracterizaron elpensamiento de Mead, según postula Becker (1986, 108), es que:

«...la realidad de la vida social es una conversación de símbolos significantes, en el curso de lacual las personas realizan operaciones de tanteo para luego ajustar y reorientar su actividad ala luz de las respuestas (reales o imaginarias) que los demás dan a esas operaciones. Laformación del acto individual es un proceso en el cual la conducta es continuamenteremodelada a fin de tener en cuenta las expectativas de los otros, conforme éstas sonexpresadas».

En este momento tal vez sea importante introducir ciertas definiciones respecto

a algunos de los principales conceptos que hasta ahora he utilizado sin precisar nidiferenciar mayormente: las nociones de «imagen» y «personaje». La imagen de unhablante cualquiera,9 se refiere al perfil que asume el «sí mismo» en el momento dela interacción, y con el cual se presenta en una relación social específica,poseyendo, exhibiendo o pretendiendo proyectar una serie de atributos que tiendena sostener y otorgar credibilidad a esa imagen. La imagen es la faz visible del «símismo» en determinada circunstancia, es la representación que hace una persona abase de los caracteres que supone debe encarnar en ese momento. La imagen nace y muere en la relación social, sólo existe en escena, tiene corporalidad y existenciahistórica, se consume en el momento mismo en que la relación social se lleva a

cabo, es un producto situacional.El personaje, en cambio (cuyas características y recursos específicos trataré

con más profundidad más adelante) se refiere, desde esta perspectiva, al nombrepropio que protagoniza el discurso autobiográfico y que sólo vive en él, es elproducto lingüístico del relato. La óptica aquí asumida sostiene que el yo mismo talcual es proyectado en el relato autobiográfico no posee una existencia previa almomento de su generación, ni externa a él: es una construcción verbal. Noobstante, es evidente que es posible encontrar ciertas correspondencias entre el «símismo» proyectado en la imagen situacional y el personaje que se materializa en elrelato. Es razonable también pensar que las imágenes que cada persona construye

 y proyecta a otros en determinadas circunstancias no están absolutamenteescindidas del personaje que queda inscrito en el texto, ni de aquellas que el propio

9 No deseo ignorar las similitudes entre lo aquí planteado y las tesis de Goffman respecto a los

rituales de la interacción cotidiana. Sin embargo, prefiero no citarlo directamente en relación a las

nociones de imagen y personaje, pues en verdad no existe una correspondencia exacta entre los

conceptos tal y como los plantea ese autor y la forma en que son concebidos aquí. Goffman habla del

«actuante» y del «personaje» para referirse a diferentes conjuntos de atributos, con diferentes

funciones, que una persona debe sostener y expresar en función . de la representación que es

constitutiva de toda interacción social. El personaje, en cambio, como se verá, tal y como aquí es

tratado, corresponde sólo a la versión lingüística de un relato de vida. En cualquier caso, es evidenteque, en términos generales, se está aludiendo a perspectivas muy cercanas, en particular en lo

referido a la noción de imagen que es construida y mantenida por un actor y consumida por los

espectadores. Ver: Goffman (1971), en especial los capítulos I y VI.

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sujeto proyecta ante sí. Pero también es claro que ellas no son idénticas, cuestiónque no debiera perturbar el análisis, pero que sí se debe tener en cuenta.

Esta forma de plantear el problema, tal vez extremadamente lineal, no debellevarnos a pensar que cada individuo posee dos libretos que representa; uno parasí y otro para el público. En verdad, la construcción del «sí mismo» no sólo varía através del tiempo (dependiendo de la situación biográfica desde donde secomponga), sino que además posee, potencialmente, una variedad de identidadessimultáneas. El que se llegue a materializar una u otra de esas identidadesespecíficas dependerá, en parte, según hemos sostenido en este punto, de lascircunstancias de su generación. Aquí concurren una gran cantidad de factores,tales como el medio de expresión que se utiliza (escrito, verbal); el ambienteescénico, y, sobre todo, el tipo de interacción que se desarrolla con quien pregunta osolicita el texto: la propia imagen que el entrevistador o investigador social proyecta,el tipo de lenguaje utilizado, las expectativas recíprocas, las ataduras y características de la relación, los intereses y motivaciones de todos los actoresinvolucrados, el destino final del relato (explícito o supuesto, acordado o impuesto),

etc.10 En síntesis, las condiciones materiales y simbólicas en las cuales el relato

surge no son un mero canal de expresión de una vida, una neutra hoja en blancodonde se deposita el contenido del texto. Al contrario, ellas actúan como unconjunto de modeladores, altamente influyentes en su estructuración. Estaafirmación se basa en el supuesto ya mencionado de que al contar una vida, se estáconstruyendo una imagen dirigida a un público, más o menos particularizado.Hasta en la confesión más íntima, «espontánea» o «sin testigos», la narración de unavida será estructurada en términos de una imagen, para ser consumida por otros y por sí mismo. Aún al borde de la muerte, en la soledad del recogimiento culpable,

expectante, temoroso o sublime, usualmente se cuenta con la presencia de dospúblicos posibles: la presencia inminente de Dios y el futuro inmediato al que se lellama posteridad.

Lo anterior no debiera ser entendido como si el narrador de una historia devida explícita y concientemente buscara engañar a su interlocutor o público.Siempre hay engaño, al menos en el sentido mínimo de seleccionar los hechos y otorgarles una perspectiva a través de la versión lingüística (e «punto de vista»,sobre el que se volverá más adelante). Si un profesor se presenta a sus nuevosalumnos, sin duda alguna hará un recuento de su trayectoria diferente a aquel quehaga quien expone su caso frente a un gerente financiero en busca de un préstamo;

 y ambas exposiciones serán muy distintas de la presentación de sí que haga unsospechoso ante la policía. Se puede o no mentir, ocasional o frecuentemente, peroeso ya ha sido observado antes y no debe sobredimensionarse un fenómeno quecorresponde al tipo de relación social que se establece. Sin embargo, lo que no debeolvidarse es que el relatar la propia vida es una situación de por sí tensa y crítica,en la cual los sujetos pueden llegar a involucrarse fuertemente en lo sentimental y afectivo:

«A mí me gusta bien poco hacer estos recordatorios porque me viene la rabia. Tengo unatía que está viejita y cuando conversamos y nos acordamos de otros tiempos me dice: «tú tienes

10 Por supuesto, no es en la expresión de una narración autobiográfica la única situación que puedeser analizada en términos de construcción de una imagen. De hecho, notorias corrientes sociológicas

 y antropológicas conciben el conjunto de las relaciones sociales en tales términos. Al respecto ver:

Wolf (1979).

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mucha alegría por fuera, pero mucha amargura por dentro». Soy rabiosa. Cuando empiezo arecordar me da rabia» (SUR, 1984, 23).

Una fuerte involucración sentimental generalmente es recibida como positivapor el investigador, ya que «destraba» muchas auto-represiones y permite laexpresión de dimensiones poco planificadas del «sí mismo».

Destacar la importancia de la situación en la cual es generado el relatoautobiográfico obliga a reconocer que todo curioso que pregunta por relatos de vida(cualquiera sea la forma que adopte su indagación), se convierte en un coautor: esun participante que posee un grado apreciable de responsabilidad en la generación y la modalidad del relato. Paradojalmente, esta apreciación se revela en toda supertinencia cuando el investigador social más busca ocultarse: en ocasiones sólonos permite conocer el producto final del discurso autobiográfico, ya sometido adeterminado proceso de montaje, escondiendo o subexponiendo —para usar unanoción fotográfica— su presencia. De esta forma, el investigador, inevitablemente,se convierte en un coautor en busca del anonimato, pero que suele dejar rastrosevidentes en el texto: lo prologa, otorga y quita la palabra al narrador, explica con

notas o paréntesis el significado de ciertos conceptos o frases, titula, subtitula,formatea, divide y ordena el texto de acuerdo a cortes temporales o temáticos, etc.

No creo que esto deba ser enfocado como un simple problema técnico quepueda y deba ser solucionado: es ilusorio pensar que existe «un» relato o versión«pura» que es preciso encontrar y dejar fluir sin presión ni contaminación externa.Sin embargo, desde el punto de vista metodológico es posible minimizar estasituación y ponderar su influencia, aclarando lo más nítidamente posible lascondiciones en que el relato fue gestado. Lo anterior suele ser objeto de frecuentesdiscusiones entre los especialistas, quienes buscan determinar qué tipo de relacióncon el entrevistado es la más conveniente, hasta qué punto es recomendable dirigir

el relato, qué medio de expresión es el más adecuado, etc. Para terminar este puntoplantearé algunos criterios sobre estas cuestiones.

Si se acepta la proposición anterior, esto es, que el relato autobiográfico «puro»no existe, sino una potencial —y personal— gama más o menos diferenciada deimágenes susceptibles de materializarse, debe concluirse que es necesarioconsiderar tales discursos en relación a las circunstancias concretas en que fuerongenerados. Pero eso ya fue suficientemente planteado, Como principio general meparece que mientras más cerca se esté de la búsqueda de testimonios (modalidadque pretende recoger información específica contextual al sujeto a través de surelato de vida. Por ejemplo: flujos migratorios, relaciones de trabajo, ciclos de

reproductividad, etc.), más directiva será la relación que convenga establecer con él.En consecuencia se hará un número considerable de preguntas específicas,buscando datos previamente determinados sin que importe mayormente cómo sehilvana el texto. Pero, si el punto de atención es el relato de vida en sí, porqueinteresa, por ejemplo, conocer las formas y procedimientos de autorrepresentaciónde la infancia, importará mucho dejar que el relato fluya lo más libremente posible.Según Bertaux, qué tan directivo debe ser el proceso de elaboración de un relatoautobiográfico, es algo que conviene ir solucionando en el transcurso de lainvestigación. En efecto, según este autor, cuando se considera conseguir variosrelatos de vida para investigar un aspecto específico de ellos, al enfrentar cada uno

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se debe ir confeccionando preguntas de acuerdo a qué zonas temáticas oinformativas han ido quedando más claras y más oscuras en los anteriores.11 

Que el investigador intente ser poco directivo con su sujeto de indagación, noimplica que la relación entre ambos deba ser poco intensa, estrecha o personal. Porlo general los textos autobiográficos más ricos producidos en el contexto de unainvestigación social, han sido elaborados al interior de una relación tremendamentepersonal, en donde el investigador puede ser relativamente poco directivo,precisamente porque ha establecido una relación de tal profundidad que el discursode su entrevistado surge, en una medida apreciable, bajo los cánones de su propiaestructuración. Esta última frase no debería llevarnos a suponer que es posiblehablar con propiedad de relatos espontáneos cuando existe presencia o la simplesolicitud de un investigador, sino sólo de un margen mayor o menor de libertad. Eneste sentido, es posible pensar en un «continuo de determinación externa» deldiscurso autobiográfico, en uno de cuyos polos estaría la máxima espontaneidad(posible) en su generación y estructuración. Por ejemplo, cuando el relato surge y sematerializa por la propia motivación del sujeto y no en el contexto de una relación

indagatoria. Esta alternativa no implica que el relato resultante sea necesariamentemás «auténtico» que otro construido en el contexto de una entrevista. Piénsese, porejemplo, en las autobiografías de los personajes de élite, verdaderas edificaciones deautojustificación histórica, en donde la vida privada, las dudas y los temores casi notienen lugar.

En el polo opuesto está la determinación externa extrema, cuando laparticipación del interlocutor (investigador) condiciona fuertemente, a través de suspreguntas o de la relación misma, los temas abordados, su enfoque, secuencia, etc. Tal vez el sacramento de la confesión y algún tipo de sesiones terapéuticas sean lasconversaciones biográficas más ritualizadas, en las que el peso de la determinación

externa del relato se hace más evidente. Permítaseme decir algo similar en relacióna los «concursos de autobiografías», reutilizados con frecuencia en nuestro medio.12 Sin duda toda indagación biográfica crea una relación donde las expectativas delentrevistado suelen ser subestimadas; sin embargo, en un concurso queexplícitamente ofrece un premio para los «mejores» relatos, es dable suponer que laimagen allí vertida estará excesivamente elaborada en función del tipo de atributosque el sujeto suponga serán más valorados por el convocante. Esto queda reflejadode un modo casi excesivo en la siguiente expresión de un narrador de un concursode autobiografías al terminar su relato (GIA, 1986, 128).

«Espero les haya gustado la historia que ya conté».

Este continuo de determinación externa no implica, repito, un juicio acerca dela «autenticidad» del relato, sino una apreciación respecto a las diferentescircunstancias en que él se construye, de modo tal que la forma del discurso, pordecirlo de alguna manera, obedece en mayor o menor medida a factores externos.En consecuencia, un relato producido en condiciones de extrema determinaciónexterna es igualmente apto de ser analizado, porque también en él, en definitiva

11 Para los detalles de esta argumentación y el concepto de «saturación» que este autor postula,

remito al lector interesado al texto ya citado, páginas 207-10.

12 Hablo de reutilización ya que en la «época de oro» del género autobiográfico, este recurso era muy utilizado. También se solía ofrecer retribución económica a cambio de cartas y archivos familiares,

cuestión esta última que desde el punto de vista del método no implica problema alguno, siempre y 

cuando se pruebe la autenticidad de los documentos.

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(aunque de un modo particular), se construye un texto en el cual el «sí mismo» eselaborado en términos de un personaje.

Por último, cabe recordar que, según algunos autores, el relato autobiográficoescrito supera con creces al oral, ya que en el primero se desarrollaría con másfuerza la «conciencia reflexiva» del narrador. La entrevista oral, en cambió, a pesarde ser más fácil de conseguir, por su rapidez y sociabilidad no permitiría que elsujeto tome distancia con los hechos narrados, limitándose a exponerlos sin poderreflexionar acabadamente sobre ellos. A estas alturas el lector comprenderá porqué estoy en desacuerdo con esta posición: se trata de estructuras narrativasdiferentes, formas de articulación de lenguaje muy distintas, condiciones degeneración del relato casi antagónicas, márgenes de determinación externa delrelato desiguales, etc. Pero, en definitiva, ambos procedimientos generan discursosque giran alrededor del mismo eje: el personaje.

Sin embargo, las diferencias reseñadas entre el relato oral y el escrito sonrelevantes y pueden dar lugar a interesantes investigaciones. Desde el punto devista de la «función social» del producto final, se trata evidentemente de dos cuerpos

narrativos con muy variadas posibilidades de irradiación. Por otra parte, el textoescrito adquiere una suerte de autonomía e inmortalidad que, para efectos delanálisis, incide en que aparece como desligado de sus condiciones de generación e,incluso, de su autor. Según Gadamer (op. cit., 468 y ss.):

«En la escritura se engendra la liberación del lenguaje respecto a su realización. Bajo laforma de escritura todo lo trasmitido se da simultáneamente para cualquier presente. En ellase da una coexistencia de pasado y presente única en su género, pues la conciencia presentetiene la posibilidad de un acceso libre a todo cuanto se ha trasmitido por escrito. (...) En laescritura el sentido de lo hablado está ahí por sí mismo, enteramente libre de todos losmomentos emocionales de la expresión y comunicación. Un texto no quiere ser entendido comomanifestación vital, sino únicamente respecto a lo que dice. El carácter escrito es la idealidad

abstracta del lenguaje. Por eso el sentido de una plasmación por escrito es básicamenteidentificable y repetible. (...) La ventaja metodológica del texto escrito es que en él el problemahermenéutico aparece en forma pura y libre de todo lo psicológico. Pero naturalmente lo que anuestros ojos y para nuestra atención representa una ventaja metodológica es al mismo tiempouna expresión de una debilidad específica que caracteriza mucho más a lo escrito que allenguaje mismo. (...) A la inversa de lo que ocurre con la palabra hablada, la interpretación delo escrito no dispone de otra ayuda. Por eso es aquí tan importante el «arte» de escribir. Esasombroso hasta qué punto la palabra hablada se interpreta a sí misma, por el modo de

hablar, el tono, la velocidad, etc., así como por las circunstancias en las que se habla».

Es efectivo que el narrador oral no planifica ni reflexiona sobre su relato aligual que quien escribe sobre su vida, pero no reside allí el principal obstáculo deese tipo de discurso. El relato oral se da en el contexto de la entrevista, que no esmás que una versión muy especial de una conversación. En una situación cara acara la involucración con el otro es mayor, su presencia es inolvidable, elpredominio de su mirada y de su pregunta tiene un peso específico ineludible. En laconversación biográfica el narrador suele buscar más explícitamente la aprobacióndel otro, espera sus señales de comprensión, busca más inmediatamente gestos deaceptación y su discurso se afirma allí donde se le estimula más, o en donde creeser más valorado. La dinámica propia de las conversaciones llevan el diálogo conmás facilidad hacia las zonas temáticas o estilísticas que se suponen máscompartidas; se persigue superar lo incómodo de tan asimétrica situación y paraello se atenúan las posibles vetas de conflicto, o se subestiman aquellas expresiones

que no parecen despertar auténticamente la adhesión del otro. Puede decirse que lanarración oral es más frágil que la escrita, su peso y densidad son menores; la

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riqueza de su espontaneidad lingüística, propia de la situación social en que esgenerada, es también su principal debilidad.

Por otra parte, el relato oral es visto con mayor desconfianza por los cánonestradicionales del conocimiento científico, ya que lo escrito aparece —de por sí— revestido con un carácter de objetividad y universalidad que está lejos de poseer. Dehecho, los materiales, fuentes y procedimientos de legitimación propios de lasciencias sociales operan a través de la palabra escrita. Ello explica que la mayorparte de los relatos orales sean transcritos para su análisis y divulgación, perdiendocon ello su peculiaridad que constituye, a la vez, su riqueza potencial. La palabraoral no se ve plenamente reflejada en la escritura, ya que muchos de sus rasgosparticulares portadores de sentido, no tienen un equivalente gráfico. La entonación,el ritmo, el volumen, las pausas, los énfasis, la desenvoltura y todos sus cambios através de la conversación, no pueden ser simplemente trasladados al lenguajeescrito, perdiéndose así no sólo información, sino también alterándosenotablemente su significado.13 En cualquier caso, no debe olvidarse que todas estasconsideraciones poseen un carácter muy genérico, ya que el grado de variabilidad

del tipo y calidad de las relaciones sociales en que se generan los relatos de vida — escritos u orales— es muy grande.

4.  ELABORACIÓN DEL PRSONAJE-NARRADOR: ESTRUCTURA Y MECANISMOS 

Como se ha sugerido antes, utilizando una jerga propia del análisis literario esposible recapitular sobre parte de lo planteado, diciendo que el hablante en unrelato de vida es el equivalente al autor del texto, mientras que el narrador —quienrealiza su función al interior de una relación social específica— actúa,simultáneamente, como el propio personaje central que elabora el relato en primerapersona en torno a sí mismo. En este último capítulo me abocaré, en primer lugar,a definir este personaje-narrador, examinando las implicancias del enunciadoanterior. En segundo lugar, propondré algunas categorías distintivas para elanálisis de la estructura de la narración y de los mecanismos con que aquel esconstruido. En tercer lugar trataré de las posibilidades del análisis semántico delpersonaje.14 En lo que sigue haré escasas referencias a los factores endógenos altexto (la situación de la entrevista, el contexto social, las alternativas deenfrentamiento de cada lector, etc.), centrándome preferentemente en el universolingüístico del relato.

13 Para una argumentación detallada respecto a las particularidades del relato hablado y su valor en

la llamada historia oral, ver: Portelli (1987).14 Pocos son los teóricos de la crítica literaria que no se han preocupado del «personaje» como

categoría de análisis del relato, en particular de la novela. Ello ha dado lugar a intensos debates en

torno a la pertinencia y utilidad de tal concepto. A pesar de que en estas páginas extraeré algunos

enfoques y términos propios del análisis semiótico del relato, no me detendré en tales polémicas, por

ser ellas demasiado especializadas y poco relevantes para lo aquí planteado (al menos en este primer

esbozo). Las posiciones van desde despreciarlo absolutamente como un concepto válido, aceptando a

los protagonistas sólo como meros agentes de secuencias (Greimas, Robbe-Grillet), hasta definirlo ensu concepción tradicional de corte psicológico (Bennet), considerarlo como un signo o morfema

discontinuo (Hamon), como una función narrativa particular (Propp), un asemantéma (Guillaume), o,

en fin, un referente semántico (Todorov).

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a) EL PERSONAJE-NARRADOR 

Según Córdoba (op. cit., 33) la definición más breve, simple y posiblemente lamás exacta del personaje es:

«el referente real o ficticio de un nombre propio y/o de sus sustitutos».15 

Según este autor, el sentido original con que fue utilizada la palabra en francés

data de 1250 y se empleaba como sinónimo de «dignatario eclesiástico». De allí quehoy se recurra a ella en el lenguaje cotidiano para referirse a una notabilidadcualquiera («todo un personaje»); es decir, una característica o conjunto decaracterísticas que otorgan notoriedad, superioridad o poder de sobresalir. A partirdel comienzo del siglo XV el concepto habría comenzado a migrar hacia los terrenosque hoy le son propios: el teatro, luego la novela y, posteriormente, el cine. En estoscampos la noción es equivalente a la antigua «máscara» del teatro ritual: unaapariencia o rol sobrepuesto al del actor (el ser «real»), con el cual éste representa enescena una serie de rasgos y funciones. El concepto también es definidofrecuentemente en oposición al de persona, para hacer referencia a un producto

estilizado que reúne o sintetiza ciertas cualidades ideales.A pesar de las muy diferentes corrientes que coexisten en la crítica literaria, es

casi unánime hoy día la visión según la cual el personaje debe ser concebido sólocomo un fenómeno lingüístico,16 que no posee existencia previa, posterior o exterioral texto. Ya he afirmado que para efecto del análisis del relato autobiográfico estaconsideración también es válida y necesaria: el personaje que lo protagoniza no esimaginario en el mismo sentido que los personajes literarios, pero tampoco esequivalente al hablante y, sobre todo, su relato no es reflejo de la vida de aquél. Elpersonaje está constituido por unidades de sentido, palabras y frases dichas por él,o por otros personajes a través de él; no existe más que en el texto, es un puro serde lenguaje. En expresión de Córdoba (Ibid , 35):

«En cualquier relato, sea ficticio o no, los personajes se vuelven seres de lenguaje, unaseguidilla de fonemas o de letras, según si es oral o escrito... He allí el destino común de todacosa desde que ella entra, a cualquier título que sea, en un discurso».

Ahora bien, ¿qué tipo de personaje es éste que surge en el discursoautobiográfico? Lo primero que habría que notar es, que se trata de un personajeque, además de protagonizar muy centralmente el relato, lo narra, imponiendo conellos su «punto de vista». Es decir, cualquier lector-auditor conoce el universodesplegado en el texto a través de los ojos (palabras) del narrador; asume,queriéndolo o no, de un modo inmediato su perspectiva particular. Aquí entra enoperación el primer y básico mecanismo con el que se estructura un relato

autobiográfico: la «selección». Ella se refiere a la especial articulación que realiza elhablante —de un modo inconsciente o no— entre el recuerdo y el olvido; aquello que

15 Al hablar de «sustitutos», este autor se refiere a las denominaciones gramaticales directas o

indirectas con que se hace referencia al personaje sin nombrarlo: «aquél», «él», «ese muchacho

ingenuo de entonces», etc.16 Unanimidad que se opone a la anterior y tradicional concertación romántica en torno a la validez

del personaje, «que había constituido, en una tradición plurisecular, la llave de voluntad del edificio

novelesco, el lugar geométrico de todas las identificaciones y todas las proyecciones psicologistas. [La

muerte del personaje] tuvo un efecto saludable, y se puede esperar que hayan sido desterradas para

siempre de los pupitres de nuestras escuelas esas ridículas divagaciones sobre los sentimientos del

Cid o de Aricia, que han hecho palidecer en pura pérdida a generaciones de estudiantes. (...) Ensíntesis el personaje no es una persona, creo que estamos todos de acuerdo en eso hoy día y me

parece inútil continuar más tiempo empujando estas puertas ya abiertas o clavando clavos ya

sólidamente remachados» (Córdoba, op. cit., 34).

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hace que la narración contenga tales sucesos o detalle, mientras que otros sondesplazados a la ignorancia o relegados a la mortalidad. Sin embargo, la selecciónno debe entenderse sólo como el rescate y enumeración de ciertos hechos a los quese le da importancia, en oposición a otros que no se mencionan, sino también —y por ello se habla de «punto de vista»— a la perspectiva o enfoque con que funcionael recuerdo, a la forma como es articulado y presentado. El punto de vista se revela

en el texto; allí sus limites y orientaciones pueden ser dimensionados; pero, suorigen se remonta a «antes» y «fuera» del texto, en el sentido que se ha queridoexplicitar en los capítulos anteriores. El punto de vista muestra una faceta y, alhacerlo, oculta otras; en la imposibilidad de ser intercambiable radican sus riquezas y limitaciones. El punto de vista actúa en el discurso autobiográfico —según unaimagen de Yourcenar (1985, 338)— de modo similar a la definitiva elección que haceel pintor de un ángulo específico en el horizonte, después de haber estadoincesantemente desplazando su caballete de un lado a otro.

Por otra parle, más allá de la intervención del investigador, lo normal y predecible es que el texto entero gire en torno al propio personaje-narrador,

apoyándose en su figura y siendo:«el soporte de transformaciones y conservaciones del relato» (Hamon, op. cit., 125).

Esta particularidad del discurso autobiográfico —que el narrador hable enprimera persona y estructure el desarrollo del texto en torno a sí mismo como elpersonaje central— presenta una compleja situación que tiene interesantesimplicancias.

La principal: el relato autobiográfico funda y sostiene la exclusiva perspectiva opunto de vista del propio personaje-narrador mediante su posición de hablante enprimera persona, contando con los poderes de un narrador omnisciente: sedesplaza de un modo envidiable entre los acontecimientos, existe como talsimultáneamente a través de los tiempos y espacios en donde transcurre lanarración, con pleno conocimiento de su propia interioridad y, en la mayoría de loscasos, de la de sus semejantes. Es un narrador que designa, adjetiva, nombra,interpreta y explica, da a conocer motivaciones y deseos, trae a nuestra presencia,califica y caracteriza a los demás protagonistas del texto. El lector se encuentra amerced de sus intereses y caprichos. En el ejemplo siguiente una mujer ya madurase refiere a su madre:

«Ella sabía que a mí me tiraba la ciudad, Pero nunca aprobó mi vida ni mis gustos; tenía

envidia de lo que yo pudiera llegar a ser... nunca me tuvo confianza, y educó a mis hermanoshaciéndoles creer que yo era una empleada suya. Cuando se dio cuenta que yo igual no más

iba a hacer mi vida, torció todo para que yo me tuviera que ir y ninguno de la casa me defendióporque les interesaban las tierras».

Pero la posición narrativa del personaje no es consistente, ni tiene obligaciónde serlo, posee la flexibilidad necesaria para cambiar de estilo y «alejarse» de loshechos que narra. La misma mujer del ejemplo anterior, conocedora de lainterioridad de los otros personajes, un poco más adelante habla como un narrador«objetivo» propio de la mejor tradición «naturalista», el cual se limita a describir loque ve, sin atribuir motivos ni sentimientos:

«En esa época la gente andaba de un lado pa’a otro buscando trabajo, golpeaban cuanta

puerta encontraban, hablaban con quien conocían, se las arreglaban como podían. Los cabrosamanecían tirados en las veredas, y la gente bien vestida no se les acercaba; cuando tenían

que pasar delante de un chiquillo, cruzaban antes la calle y era muy raro que alguien dierauna limosna».

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A pesar de ese potente y artificioso efecto de identidad entre hablante, narrador y personaje, que confunde y tienta a concebirlo y tratarlo como un solo «él», no hay que olvidar que no es quien vivió la vida quien la cuenta, sino un narradorconstruido ad hoc y que tiene existencia sólo para efectos del relato y dentro de él.Según Todorov (1971a, 125):

«El personaje-narrador no es un personaje como los otros; pero tampoco se parece al

narrador desde afuera... Esto sería confundir el “yo” con el verdadero sujeto de laenunciación... Desde el momento en que el sujeto de la enunciación se convierte en sujeto del

enunciado, ya no es el mismo sujeto quien enuncia. Hablar de sí mismo significa no ser ya elmismo “sí mismo”».

Sin embargo, el personaje central no sólo predomina sobre los demás, sino quetambién, al ser consistentemente el eje explícito u oculto de todos los episodiosconstitutivos del texto, le da solidez a la ilusión de fidelidad e integridad del relato.En efecto, el narrador del texto autobiográfico aparece con una autoridad natural,puede permitirse no argumentar en exceso, dar saltos cronológicos espectaculares;no recurrir a demasiados detalles. «Después de todo —imagino que podría decir—,es de mí de quien hablo, ¿quién podría hacerlo mejor que yo, que estuve allí, que lovi, que lo viví?» Esta autoridad natural (frente a la cual el investigador se cuidamucho de expresar sospecha), esta presencia imponente y totalizante del personaje-narrador no ayuda por sí misma a evidenciarlo. Al contrario; su imagen se diluyetras la aparente legitimidad de su posición. También son aplicables aquí lasconsideraciones de Todorov (Ibid , 126) en relación a la identificación entre narrador y personaje en la literatura:

«El verdadero narrador, el sujeto de la enunciación de un texto en el cual un personaje

dice “yo”, sólo resulta con esto aún más disimulado. El relato en primera persona no explícitala imagen de su narrador, sino que por el contrario la hace aún más implícita. Y todo, intentode explicación sólo puede conducir a una disimulación cada vez más perfecta del sujeto de laenunciación; este discurso que se confiesa discurso no hace más que ocultar pudorosamente

su propiedad de discurso».

La simple enunciación del «yo» y/o de su nombre propio, entonces, no dicenada acerca de la significación específica del personaje; por el contrario, oculta y camufla su identidad. Hamon (op. cit., 126 y ss.) habla, al referirse al personaje, desu «etiqueta semántica», la cual —a diferencia del morfema lingüístico, que contieneen sí mismo, desde el momento de su enunciación, un significado compartido— noes un signo conocido de antemano que se trataría de reconocer, sino unaconstrucción que se efectúa progresivamente. El significado del personaje, suetiqueta semántica, es un misterio en el comienzo del texto, un «morfema enblanco», sólo se conoce y reconoce a través de la narración, en una operación

gradual, en la cual participan no sólo entrevistador y entrevistado, sino tambiéntodo lector o auditor posterior, por medio de la memorización, reconstrucción y asociación. Entre principio y fin del relato este morfema vacío de significación se vallenando con predicados, acciones contenidas en sus respectivos verbos,adjetivaciones, etc. Esta es la diferencia, en ningún caso secundaria, entre el relatoautobiográfico y una indagación sobre ciertas características escogidas en latrayectoria temporal de un individuo, las que son recolectadas y/o expuestas através de una secuencia temporal —como, por nombrar un ejemplo, la investigaciónllevada a cabo por Balán (1974)—: el relato de vida tiene un carácter discursivo y acumulativo en su expresión y en su lectura. Ello significa que el personaje

presentado va siendo construido en el transcurso del discurso, en el texto el eselaborado, de tal modo que su significado está determinado progresivamente por el

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contexto semántico que lo precede y acompaña, contexto que escoge y actualiza unsentido entre muchos teóricamente posibles.

A continuación —y antes de describir los pasos pertinentes para el análisis dela etiqueta semántica— trataré de la estructura general que organiza un relatoautobiográfico, de los principales elementos que la componen y de sus relaciones.

b) L A ESTRUCTURA DEL TEXTO 

Afirmar que el relato autobiográfico posee una estructura —al igual que poseenla suya el discurso político, la confesión terapéutica o la declaración amorosa— noimplica asumir que todos los textos que componen tal categoría sean formalmenteidénticos. Ni siquiera significa que ellos sean exhaustivamente analizables deacuerdo a un modelo similar. Al hablar de la estructura del texto autobiográfico merefiero a la posibilidad de tener acceso a la existencia de una regularidad observable y deducible en sus componentes, en la organización y distribución de ellos y, porúltimo, en las relaciones que establecen entre sí. En tal sentido, el relato

autobiográfico no «posee» una estructura, «es» un tipo de estructura. Se ha discutidodemasiado acerca de si la estructura es una propiedad de los objetos que seanalizan científicamente, o es exclusivamente un concepto, una herramienta propiadel análisis.17 Pouillon (1971, 12), afirma que:

«[La estructura] siendo subyacente a la organización, también la desborda, puesto que laconvierte en una variante cuyas transformaciones explica, y ésta es la razón de que se hayacomenzado por definir la estructura como una sintaxis. De hecho, la estructura es a la vez una

realidad —esta configuración que el análisis descubre— y una herramienta intelectual —la ley de su variabilidad».

Se trata, por tanto, de una estructura que no es equivalente, estrictamente a laforma, en oposición al contenido, esto es, que su significado no es entendible sinoen relación al sentido que denotan sus elementos y sus relaciones. En palabras deLévi-Strauss (1972, 9. Destacados en el original) al escribir su célebre crítica alanálisis «formalista» de los cuentos maravillosos rusos que realizara Propp:

«La forma se define por oposición a una materia que le es extraña, pero la estructura notiene distinto contenido: es el mismo contenido, recogido en una organización lógica concebida

como propiedad de lo real».

Es a través de esta estructura y de sus relaciones que el discursoautobiográfico relata una vida y —a diferencia de ella— la presenta como siestuviese dotada de sentido: es contada, a alguien, como la sucesión de tiempos,actos y hechos articulados por motivos y causas inteligibles. Se trata, entonces, de

una construcción que a posteriori elabora un «sí mismo» atribuyendo significación asu trayectoria. Para desentrañar la estructura general que organiza el relatoautobiográfico, es necesario asumir el supuesto que este tipo de narracióncorresponde a un texto posible de ser descompuesto en unidades mínimas, lascuales mantienen entre sí diferentes tipos de relaciones. Algunas de esas unidades

17 A pesar de lo aparentemente fácil que es proponer una concepción ecléctica, según la cual la

estructura es, a la vez, un modelo analítico y un rasgo constitutivo de los fenómenos que se conocen,

no se debe pasar por alto el hecho de que las consecuencias epistemológicas y filosóficas de ambas

posiciones son, en última instancia, irreductibles. Eco ha analizado en profundidad las diferentesposiciones existentes al respecto, comparando críticamente los enfoques de sus más importantes

exponentes (Lévi-Strauss, Hjelmslev, Chomsky) y, las consecuencias últimas de sus proposiciones.

Ver: Eco (1981; 397-414).

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 y relaciones —aunque sobrepuestas y de límites difusos—, pueden presentarse de lasiguiente manera.

1) Las secuencias. Los relatos autobiográficos están construidos en torno a unnúmero variable de secuencias o episodios, aunque este último término no esapropiado pues remite instantáneamente a la regularidad o equivalencia entre laspartes de una novela o los capítulos de un texto científico. En éstos últimos casos eltexto está dividido de forma equilibrada de acuerdo a un plan expositivopreviamente trazado, a base del cual se busca conseguir ciertos efectos dramáticos,lógicos o cognitivos. Las secuencias de la narración autobiográfica, en cambio, sondivisiones al interior del texto, que poseen un alto grado de variabilidad eimprevisibilidad, en las que no siempre se distingue fácilmente los puntos departida y final. En verdad, raras veces comienzan o terminan del mismo modo quelos episodios o capítulos literarios. El concepto de secuencia es relevante y útilporque la evolución de la narración casi nunca sigue un orden lineal (inicioproblematizador, trama dramática, desenlace más o menos inesperado) nicronológico (niñez, juventud, madurez, vejez), sino que se asemeja más a una novela

«moderna», en donde abundan las superposiciones, racontos, proyecciones, cambiossúbitos de énfasis, etc.

Por otra parte, las diferentes secuencias de un relato autobiográfico no sonsemejantes entre sí por el número de acontecimientos, relatados en su interior, nipor el tipo de sucesos narrados, ni por el tiempo real o imaginario que consumen,ni, en fin, porque cada una de ellas hable de una época diferente. Es posible quealguna, o algunas de esas equivalencias se puedan dar, pero por lo general lassecuencias son muy desiguales entre sí. A pesar de todo es necesario distinguirlas, y ello es viable a través de la identificación de los cortes (temporales, temáticos,geográficos, por la introducción de un personaje nuevo, etc.) que hace el narrador.

Para pasar de una secuencia a otra se utilizan recursos gramaticales como «desdeentonces», «a partir de ese momento», «después», «ahí yo comencé...», etc., aunqueen rigor ese punto del relato puede no implicar un cambio de, escenario temporal nifísico en la narración.

2) Los hitos. Son estrictamente ciertos sucesos externos o internos narradospor el personaje, que son presentados como cruciales en el curso de su vida.Aunque suele hacerlo, no es necesario que el narrador se detenga mucho en ellos nientregue demasiados detalles, pero no deja de subrayarlos por sus tonos de voz,volumen, silencios, encubrimiento. real o fingido, u otros recursos de énfasis. Loshitos pueden definirse como los momentos claves de la vida relatada, que poseen al

interior del relato capacidad explicativa o referencial. En el ejemplo siguiente elpersonaje-narrador hace referencia a su juventud, cuando el dueño del fundo dondevivía no permitía que los inquilinos usaran los senderos interiores:

«Recuerdo una vez, yo venía con un grupo de trabajadores atravesando el potrero. Ahíocurrió que nuevamente el patrón, como en muchas otras ocasiones, salió al paso de nosotrosdiciéndonos que teníamos que devolvernos y venirnos por el camino. Los trabajadores quevenían conmigo quisieron devolverse y yo les increpé diciéndoles que no. El patrón, al ver miactitud decidida, me manifestó que él era el dueño y que los potreros eran para los animales y el camino para que traficara la gente. Yo le manifesté que muy dueño sería pero él no me iba aobligar a cambiar de parecer. De los diez trabajadores que veníamos solamente tres nosdecidimos a seguir adelante, avanzamos. El resto que eran siete se devolvieron seguidos delpatrón igual como si estuvieran arriando animales. Los tres que atravesamos nos suspendieron

del trabajo por una semana como castigo ejemplificador, según manifestó el dueño. A partir deahí la gente, en forma paulatina, ya no utilizaba el camino... Vencieron el miedo y el temor».

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A cada secuencia no corresponde necesariamente un hito; éstos, más bien,suelen encontrarse al interior del relato en forma diseminada. Muchas veces loshitos se refieren a sucesos propios de los ciclos de vida; acontecimientos que para elsujeto no son indiferentes, que se salen de la rutina cotidiana o corresponden ademarcaciones autobiográficas legítimas (aunque pertenecen a la rutina social):abandono del hogar, matrimonio, maternidad, viaje, cesantía, enfermedad, muerte

de la madre o del padre, etc. Pero ello no es suficiente. Para que un hito sea tal esnecesario que aparezca revestido de un carácter extraordinario y generador denuevas circunstancias; es decir, hechos hasta cierto punto dramáticos a los cualesel narrador les otorga capacidad explicativa, explícita o implícitamente. Un hechocotidiano, que para un narrador no vale la pena siquiera relatar, para otro bienpuede transformarse en un hito por la particular forma que se dio y es recordado.Como en el ejemplo siguiente:

«Yo nunca fui al colegio, fui un día (sic ), por eso sé como es un colegio. Me senté y unaseñorita me llamó, me dio un silabario y yo leí una lección que se llamaba “La cabra”. Entoncesella me dio un canasto y me mandó a recoger unos bellotos que caen de los árboles. En esopasó mi padrino y me vio recogiendo bellotos; entró a la escuela, habló con la señorita, me

tomó, me echó al caballo y nunca más me mandaron a la escuela. No sé, de ahí se decidiótodo» (SUR, op. cit ., 4-5).

En relatos fuertemente articulados y de una coherencia forzada, en donde sehace evidente cierta reflexión previa y la construcción de una imagen muy sólida del«sí mismo», puede presentarse sólo un hito básico, desencadenante de la acción. Esel suceso de la «revelación» en las biografías o autobiografías de santos y mártires,por ejemplo; o en las que se refieren a la infancia de genios, en donde un hechoparticular habría revelado, orientado y legitimado su talento extraordinario. Enotros casos, los hitos más marcadores están centrados en la infancia o adolescencia y, en ocasiones, corresponden a sucesos que no se presenciaron directamente o que

acontecieron a nivel contextual (local, nacional, político, etc.).«Los primeros recuerdos que tengo son de ahí, de esa época en Valparaíso. (...) A mí el

puerto me gustaba y siempre he querido volver al mar. Yo estaba por entrar al colegio cuandovino el levantamiento de los marinos; ahí se supo lo que era una ciudad casi en guerra, aunqueno duró ni dos días. Pero a algunos los colgaron en el mismo barco y de puro miedo mi madrepartió pa’Santiago y dejamos todo botado».

Por último, también es frecuente que los hitos adquieran la connotación deuna prueba o desafío, cuya eventual superación confirmará algunos rasgos, o elsentido general que el personaje busca para sí mismo, o con el que se identificaactualmente y desea proyectarse.

«Ahí fue cuando yo me dije que no se podía seguir aguantando tanto. Si le dejo pasaresta, pensé pa’mí, le tengo que dejar pasar todas. Así es que me le encaché y le dije: “a tumamá le podís pegar si querís, pero lo que es a mí éste es el primer y último charchazo que medai”. Entonces, agarré el cuchillo cocinero y me quedé plantada esperándolo. De ahí se fue

quedando más tranquilo, y yo siempre cuento esto en las reuniones porque hay muchasmujeres que no se dan cuenta que haciéndose las tranquilas lo único que consiguen es que lashumillen más».

3) Las etapas. Si las secuencias son las gruesas divisiones propias del texto, lasetapas corresponden a los fragmentos temporales con que es presentada la vida. Enla edición de los relatos de vida esta cuestión muchas veces se ha «solucionado» conanterioridad, y el lector puede conocer el discurso autobiográfico ya segmentado entemas, o en «edades» típicas: nacimiento (familia de origen), niñez, juventud,matrimonio, etc. Sin embargo, los relatos autobiográficos no sólo raramente siguenun curso cronológico estricto, sino que además sus etapas no siempre correspondenal esquema de clasificación cronológica usualmente utilizado.

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Lo importante es que la vida de un personaje inevitablemente es relatada comosi él transitara por un pasaje, recorriera o realizara una línea con sentido, confinalidad, una misión, un itinerario coherente entre un antes y un ahora; se trata deun personaje que cumple algún tipo de destino. Para la introducción y finalizaciónde las etapas también existen fórmulas gramaticales recurrentes, y al interior de unmismo relato las etapas generalmente son variables en cuanto a su duración. Esto

último queda dicho en dos sentidos: es variable la cantidad de años que puedenquedar contenidos en una etapa, y es variable la cantidad de texto que se le dedica(tiempo narrado y tiempo narrativo). Cada etapa contiene o va asociada a un«referente histórico», o anclaje. Ello significa que por lo común está más atada a laubicación geográfica del hablante, a un estado civil, trabajo, etc., que al estrictopaso de los años. Las alusiones gramaticales para pasar de una etapa a otra tienenque ver con ese anclaje o referente. Frases como «ahí empecé yo a ganar mi plata»,«partí con ella...», «en la capital todo fue diferente», etc., pueden anunciar elcomienzo de una etapa cronológica distinta. Por supuesto, una misma frase puedeconstituirse, a la vez, en la introducción de una secuencia, de un hito y de unaetapa; pero ello es más propio de la narrativa dramática y de ficción que,precisamente, basa gran parte de sus efectos en tales recursos.

4) Los motivos. Los motivos son afirmaciones, directas o indirectas, quetienden a explicar conductas del propio personaje-narrador o de otros personajesdel relato. El narrador puede reconocer que está sólo suponiendo el porqué de lasconductas de otro, o puede simplemente designar los motivos, dando por hecho quesus deducciones son ciertas. En otros casos, se suele dar argumentos detallados enlos que se fundamenta algún tipo de información calificada que justifica laexplicación aludida. Como en el ejemplo siguiente, en donde una mujer explica lasrazones que tuvo su hijo para casarse:

«Leandro con la Marina no fueron nunca felices desde el día que se casaron, porqueLeandro nunca quiso a la Marina. Se casó puramente de verme que yo tanto sufría con mimarido, y entonces una vez me dijo: “mire mamá —me dijo— por qué no se aparta de él”; “Ypa’dónde me voy a ir, qué voy a hacer”. “Váyase —me dijo— p’allá p’a Curacautín —me dijo— y  yo me quedo con mis hermanas”. “¡Pero cómo te vas a quedar tu solo hombre!”. Entonces medijo: “me voy a casar, me caso —dijo— pa’poder quedarme con mis hermanos, pa’que usteddeje solo a mi papá, ¡está güeno ya!”» (De León, 1986, 104).

Es evidente que la cantidad de argumentos o información entregados no esprueba de que los motivos atribuidos sean más creíbles o certeros que otros. Porotra parte, es frecuente que a una misma acción se le atribuyan, en diferentespartes del relato, motivos distintos y hasta opuestos. Además, en ocasiones es difícilseparar la narración o reconstrucción teatral de la conducta de la atribución de susrespectivos motivos. Como en el ejemplo siguiente, en donde una mujer del sectorforestal se refiere a su antiguo marido y a su actual conviviente:

«Reconozco que fue malo lo que hice [al abandonar al marido], pero es que también teníaque buscar otro ambiente mejor. Era muy borracho, muy tomador. No era un hombre quesabía responder y además me sacaba las cosas y las vendía. Sobre todo a los niños no lostrataba bien, no los tenía bien arreglados, a pata pelá y pobres. (...)

Me daba la vida muy mal.

Con éste estoy como cuatro años. Conmigo nunca se ha portado mal, siempre se haportado bien» (De León, op. cit., 130).

En otros casos el narrador declara abiertamente no conocer los motivos dedeterminada acción de un personaje, o de sí mismo (aunque en ocasiones esprevisible que a medida que la narración se torna más desenvuelta, vuelva sobre

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hitos importantes y comience a atribuir motivos más o menos hipotéticos a losmismos cuya explicación antes afirmó desconocer).

«Nunca supe por qué me echó el patrón. Dicen que fue porque andábamos formando unsindicato. Pero yo nunca me metí en eso. Dicen que el patrón siempre cambiaba la gente pa’notener que pagar vacaciones, pero yo no sé, porque otros habían durado años ahí. La cuestiónes que me cortaron y nunca supe por qué».

«De trece años me fui a trabajar a Santiago, sola. Una amiga me fue a dejar y después melas arreglé sola. Salí del lado de mi mamá, hasta el día de hoy, de pasadita iba a visitarla,porque ella nunca me quiso como hija. La sencilla razón nunca la supe, ni hasta el día de hoy 

la sé» (De León, op. cit ., 129).

«No tengo idea por qué lo hice. Hasta el día de hoy me acuerdo y no le puedo jurar queahora no haría lo mismo. Pero no puedo decirle por qué».

Schutz (op. cit ., 88 y ss.) ha establecido una útil diferenciación entre losmotivos «para» y los motivos «porque», que puede ser aplicada con fructíferosresultados al análisis de los relatos autobiográficos. Cuando el narrador se sitúamuy vívidamente en el momento o la época en que sucedieron los hechos que estánarrando, afloran los motivos «para», aquellos que desde su punto de vista serelacionaron, en su momento, con su futuro previsible o deseable, con el proyectoque hoy día supone haber tenido. En los motivos «porque», en cambio, se hace unaclara alusión a las experiencias pasadas, otorgando una explicaciónconscientemente desde la actualidad. Los motivos «porque» suelen ser de tiporeflexivo, en los que se toma distancia de la acción, evaluando un mayor número deantecedentes y buscando irradiar un rango de «objetividad». En el comienzo de unanarración, por ejemplo, un sujeto dice haber abandonado los estudios escolares ensu infancia para ganar dinero y, en consecuencia, independencia. Sin embargo, másadelante, desde una perspectiva más de conjunto, en la cual se expresan susactuales, juicios acerca de la cuestión expresa:

«¡Lo que es no haber tenido educación! Son muchas las puertas que se le cierran a uno y todo porque aún siendo muy cabro tuve que ayudar a mantener a mi familia. Usted sabe, yoera el mayor y ya de chiquillo tuve que ponerme en la casa porque si no, no se comía».

Lo que primero era un motivo «para» (el ganar dinero e independencia,expresión que claramente formulada desde la acción misma casi posee unaconnotación explícitamente positiva) se convierte —vía actitud reflexiva desde elpresente— en un motivo «porque» (la escasez de recursos familiares). Lo que desdeuna enunciación aparece casi como una opción, en la otra deviene obligación. Esimportante aclarar que la enunciación de motivos «para» no implica que se estéreviviendo la acción ni siendo necesariamente más fiel a los motivos válidos en el

momento del suceso. Siendo consecuente con lo hasta aquí planteado, he habladode revivir la acción en un sentido figurado, esto es, los motivos «para» también sonatribuidos desde el presente, pero sin duda se trata de un recurso narrativo quecorresponde a un estado afectivo diferente en la narración. Por otra parte, ladiferenciación entre ambos tipos de motivos no debe buscarse textualmente en lasafirmaciones del narrador, ya que suelen ser presentadas bajo otrasdenominaciones. Según Schutz (Ibid ):

«Con frecuencia, la distinción entre motivos “para” y motivos “porque” es omitida en ellenguaje común, lo cual permite expresar la mayoría de los motivos “para” mediante oracionesdel tipo “porque”, aunque no a la inversa. (...) El análisis lógico debe penetrar por debajo delmanto del lenguaje e investigar cómo es posible esta curiosa traducción de relaciones del tipo

“para” a oraciones del tipo “porque”».

5) La causalidad. Intimamente ligado a los motivos aparecen las relaciones decausalidad que establece el narrador. Las atribuciones de causalidad son un

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importante encadenador que relaciona, une y explica (más o menos explícitamente)tanto las sucesos como las etapas y los hitos. La diferencia entre las relaciones decausalidad y los 'motivos radica en que éstos sólo son aplicables a las conductas depersonas y aquellas son utilizadas para establecer vínculos entre unidades dediferente categoría, como las mencionadas más arriba (sucesos, etapas, hitos). Esde primera importancia detectar el por qué se afirma que ocurrió lo que ocurrió, ya

que el sentido general que se atribuye a la propia existencia se fundamenta en elencadenamiento necesario entre las diferentes etapas, y la causalidad suele ser elprincipal modelo de relación invocada. La causalidad no queda expresada en sólouna frase; en general se trata de enunciados de variada naturaleza, que seencuentran intercalados a través de todo el discurso; ellos deben ser analizados enconjunto, observando los momentos de su aplicación, sus semejanzas y diferencias.

Existen diferentes órdenes de causalidad, y en el relato se sobreponen y enuncian sin mayores rupturas de continuidad. No obstante, cada narrador, por logeneral, utiliza preferentemente una más que otras. Se puede hablar, en tal caso, dela «predominancia» de un tipo de causalidad, tanto desde el punto de vista

cuantitativo (la frecuencia de esa clase de encadenamiento) como cualitativo (el pesoo influencia privilegiada que se le otorga).

Las causalidades más recurrentes —pero con seguridad no las únicas— son lasde tipo «histórico», «psicológico», «natural» y «mítico». Ellas deben ser conocidasglobalmente, es decir, tomando en cuenta las diferencias y contrastes que seestablecen entre ellas.

La causalidad de tipo histórico se produce cuando el narrador pone énfasis enlos acontecimientos referidos o en el contexto en cual ellos se dieron; los sucesosson productos de otros sucesos precedentes y dan origen, a su vez, a sucesosposteriores. La causa del objeto específico de la narración es histórica o

circunstancial, en el sentido de que hay que buscarla o se declara que reside en lalógica y propiedades de los hechos narrados. Los acontecimientos aparecen, de estemodo, revestidos de cierta impersonalidad; es el contexto factual, más que laspersonas, el que determina los hechos.

La causalidad de tipo psicológico se manifiesta cuando el narrador no invocalas acciones o acontecimientos para explicar otro suceso, sino que alude a rasgos decarácter de algunos de los personajes intervinientes. En este caso, las etapasquedan encadenadas de modo altamente personalizado; es decir, los hechossuceden más por efecto de cómo son los individuos que participaron en ellas, quepor aspectos sociales, estructurales, o exteriores a las características individuales

de los involucrados. Es más, los protagonistas materializan determinadasconductas por sus rasgos personales, de modo que la acción aparece comoprefigurada en su interioridad y no como resultado de factores determinantesexternos.

La causalidad de tipo natural es, en algún sentido, casi la no causalidad: loshechos narrados sucedieron porque tenían que suceder, y las etapas estánencadenadas del único modo que podrían estarlo. El devenir se ve como natural, enel sentido que corresponde no a una lógica de los hechos ni de las personas, sino dela naturaleza de la vida. Por supuesto, cuando este tipo de causalidad esfuertemente aludida, el narrador no visualiza otras opciones que las que se dieron y 

se está ante una imagen cercana al típico «destino» prefigurado o a la fatalidad.La causalidad de tipo mítico alude a toda referencia a explicaciones que están

fuera del dominio humano. En este terreno son frecuentes las alusiones religiosas,

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mágicas o simplemente simbólicas. Ello no implica necesariamente que el sujetocomparta tales esquemas en sus aspectos doctrinarios ni costumbristas, sino querecurre a ellos como explicaciones a mano. Este tipo de atribución de causalidad,que puede confundirse, fundirse o acercarse mucho a la causalidad natural, pasapor la capacidad del personaje-narrador de leer o interpretar algunos signos ciertosde esa explicación extrahumana. Tales signos pueden ser meras señales del

entorno, formas de comunicación extrasensorial, invocaciones a la tradición o alfolklore, etc.

6) La adhesión a un orden moral. Un mecanismo recurrente en laestructuración del relato autobiográfico es la adhesión más o menos explícita a uncierto orden moral, superior o ideal. Esta tendencia es especialmente reiterativa enel comienzo del relato, cuando el hablante se encuentra en una posición másdefensiva. Frases del tipo: «a mí no me gusta andar con mentiras», «lo que se dicehay que hacerlo, porque yo no confío en quien no cumple», «yo no me meto connadie que no pueda mostrar su vida limpia», «habremos pasado hambre, peronunca hemos robado», etc., generalmente son fórmulas de presentación que tienden

a inducir la confianza del interlocutor y cuya frecuencia va disminuyendo a medidaque el relato avanza. La construcción de los enunciado que implican la adhesión,defensa o identificación con un orden moral toman generalmente la forma de «fraseshechas», es decir tipificaciones preestructuradas a las que el sujeto recurre.

Esta tendencia, sin embargo, obviamente se verá reforzada en la medida en quela narración se haga en el contexto de una relación con connotaciones morales. Esel caso, por ejemplo, del uso de la autobiografía en las sesiones terapéuticas, en lostrabajos educativos, de denuncia política, etc., en donde el narrador se siente dealgún moda enjuiciado, presionado o estimulado a demostrar su pertenencia a unparticular grupo de personas, sector de la sociedad, credo ideológico, etc. La

expresión máxima de este mecanismo se produce cuando alguno de losparticipantes (investigador, entrevistador, hablante) concibe el relato de vida comoun texto edificante, del cual es preciso que el narrador o el lector extraiga unaenseñanza vía la ejemplificación o una conclusión estilo moraleja.

«Aquí donde usted me ve siempre hemos sido pobres. Mi abuelo fue pobre, mis papástambién y yo sigo siendo pobre. Pero, eso sí, nadie puede decir que no hemos sido honrados.Me crié en el trabajo y la honradez y así vamos a morir».

«Hoy día vivo, gracias a Dios, con mi señora en una casita modesta, pero como es frutode mi empeño y trabajo, puchas que la quiero. Mis hijos todos están vivos y trabajando, de vezen cuando nos juntamos (en verano), y pasamos unos días agradables, recordando todo lo quefue el pasado y proyectándonos para el futuro» (GIA, op. cit ., 178).

«Yo lo único que pretendo es un cambio dentro de mi población, que haya más amor, quehaya más unidad, que haya más comprensión. No busco nada para mí. No es una satisfacciónpersonal. Yo he visto los cambios. (...) Como mujer, una es bien importante porque aparte deser mujer soy persona. No basta con ser dueña de casa, esposa, madre, no, sino que tambiéntenía que cumplir otra función, social. Tenía una responsabilidad frente a las otras mujeres»(SUR, op. cit ., 288).

Estos ejemplos —que podrían multiplicarse hasta lo insoportable— no debenllevar a suponer que la adhesión a un orden moral se presenta homogéneamente através del relato. En efecto, es frecuente encontrar fuertes contradicciones no sóloentre los enunciados morales y los hechos relatados, sino también al interior mismodel universo moral al cual se adhiere. Es importante destacar que tal adhesión no

debe entenderse como el substrato orientador de la conducta pasada, ni aún comoel universo valórico con el que actualmente se identifica el hablante. Se trata de unrecurso narrativo, que cumple funciones propias de apoyo, justificación, reiteración,

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explicación, etc. al interior del texto. Por último, tal recurso no sólo se expresa através de los enunciados' que explícitamente expongan un programa moral, sinotambién existen fórmulas de adhesión veladas o muy indirectas. En este últimocaso, el investigador tiene la sensación de estar frente a un umbral de significadosambiguos, pero no menos consistentes; un discurso moral poco estructurado, frágil y que no se relaciona de un modo equivalente con cánones morales públicamente

codificados. Es el terreno del choque entre las pautas ideales y los límites de lo real,es el campo de las incertidumbres, de las contradicciones y de la culpa. Como en elejemplo siguiente, en donde una mujer relata cómo su hija fue enviada al extranjeropor su hermano, después que murió su madre a quien ella la entregara.

«...hubo un problema allá en la casa; porque yo tengo una niñita mujer de mi tiempo de casada —a mí no me gusta andar con mentiras—. Fui casada y mi mamá me pidió la niñita de dosaños. (...) ...cuando me mandaron a decir que fuera a Lirquén, yo pregunté por la niña, que sellama María. “Y la niña —les dije—, la María”. “No está na” —dijeron—. “Bah, que raro —lesdije yo—, ¿a dónde está?” Me dijeron: “tu hermano la dio pa’otro país”. Fui al juzgado y medijeron que la niña estaba dada. Se la habían llevado pa’l extranjero. Dijeron que el joven habíadado la niña porque la situación estaba mala donde mi familia y que a la niña la trataban mal.

Les dije que yo no estaba ahí y que no sabía que la trataban mal. Yo no puedo decir que si mimamá o mis hermanos... porque yo no los he visto. Cuando yo iba a Lirquén, siempre latrataban bien. Desde que llegó al lado de mi mamá nunca la niña se había salido de ahí. Claroque cuando murió mi mamá, mi hermana la dejaba encargada donde una vecina. Algunasveces la mandaban a buscar vino y la misma gente de Lirquén —muchos años conocida denosotros— le dijeron a mi hermano que a la niña la tenían para andar acarreando vino y por

eso mi hermano hizo todo lo posible...

Digo yo, si va a ser otra niña, que sea otra, educada, no va a ser la misma que estaba enla familia. Ahí en la casa de mi mamá no se iba a criar tan educada, porque no alcanzaba parala educación. Eso es lo que le dije a mi hermano. Pero en ese sentido fue malo, porque a mí nome tomó parecer. A mí no me dijo: “Silvia, yo voy a internar a la niña”, o “voy a pedir tu firma”.Nada, ni una cosa.

Cuando llegó al lado de mi mamá tenía dos años. Ahora tiene siete años...» (De León, op.cit., 129-30).

Existen, además de los ya mencionados, otros componentes de la estructura delos relatos autobiográficos, de menor importancia y que aquí sólo me limitaré amencionar. Se trata de mecanismos y recursos narrativos que, en general, nocumplen papeles tan vitales como los explicados anteriormente, pero que endeterminados relatos pueden jugar una función central. Se trata de las «síntesis»,las «repeticiones», las «metáforas» y «comparaciones», las «fantasías», las«negaciones» y el «uso connotativo de los pronombres».

c) L A «ETIQUETA SEMÁNTICA» DEL PERSONAJE Ahora bien, suponiendo que se ha identificado la estructura del texto a través

del análisis de los componentes señalados y de sus relaciones, es posible avanzaren el conocimiento del significado del personaje (su etiqueta semántica, y la detodos los personajes de la narración) a través de sus rasgos y funciones, y susrespectivas relaciones y variaciones que ocurren en el curso de la narración. Alrespecto es indispensable precisar que el «sí mismo» construido en el relato entérminos de un personaje no significa que él quede definido sólo por una simpleenumeración de características y valores, por su desarrollo lineal, repetición ocambio a través del relato, sino también, y principalmente, por la oposición y 

relación que establece con otros personajes. Oposiciones y relaciones que tambiénpueden ir variando en el transcurso del discurso. Según Lévi-Strauss (op. cit., 34-5):

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«...cada personaje no es dado en forma de elemento opaco, ante el cual el análisis estructuraldeba detenerse diciendo: “no irá más allá”. ...el personaje es parangonable a una palabraencontrada en un documento pero que no figura en el diccionario, o también a un nombrepropio, o sea a un término carente de contexto... [El universo del relato es] analizable en

parejas de oposiciones combinadas de manera distinta en cada personaje, el cual, lejos deconstituir una unidad es, como el fonema según lo concibe Roman Jakobson, un «haz deelementos diferenciales».

El análisis del relato autobiográfico deberá entonces desplazarse desde eldescubrimiento de su estructura al conocimiento de la etiqueta semántica,precisando y clasificando los ejes semánticos básicos que concurren aestructurarla.18 Esta etiqueta semántica —no está de más insistir en ello— eventualmente se modifica a través del relato, no sólo en el sentido de evoluciónprogresiva, sino también hasta el punto de entrar en contradicción de significaciónconsigo misma. Una vez más según las palabras de Todorov (1971b, 15):

«...una mirada superficial sobre cualquier relato, muestra que tal personaje se opone a tal otro.Sin embargo, una oposición inmediata de los personajes simplificaría esas relaciones sinacercarnos a nuestro fin. Vale la pena descomponer cada imagen en rasgos distintivos y ponerestos en relación de oposición o identidad con los rasgos distintivos de los otros personajes delmismo relato. Se obtendrá así un número reducido de ejes de oposición, cuyas diversascombinaciones reagruparían esos trazos en haces representativos de personajes».

En síntesis, los pasos necesarios para conocer la etiqueta semántica de lospersonajes son los siguientes.

En primer lugar, se deberán detectar los ejes semánticos con los que esdefinido el personaje y, al interior de ellos, sus rasgos pertinentes. Estos ejespueden aprehenderse a través del examen de su recurrencia en los enunciadospertenecientes a los diferentes componentes de la estructura ya tratada.Supongamos, recurriendo a un ejemplo simple, que un narrador se define a travésdel texto en función de los siguientes rasgos: «hombre», «anciano», «pobre»,«campesino», «religioso». Cada uno de esos rasgos significa ocupar una posición enun eje determinado; a saber: «sexo», «edad», «condición social», «habitat», «ideología».Después de determinar los ejes semánticos con que es definido el personaje-narrador, se someterá a similar escrutinio a los otros personajes del texto.

El segundo paso será establecer una jerarquía entre los ejes pertinentes y susrasgos. Esta jerarquía se establecerá sobre el supuesto de que cada eje posee unrendimiento narrativo diferencial, esto es, su capacidad para discriminar entrediferentes tipos de personajes. Del mismo modo, será preciso establecer si ellossirven para identificar sólo al personaje-narrador, a un grupo de personajes o atodos ellos.

Siguiendo con el ejemplo de más arriba, supongamos que el narrador-personaje sea definido por ocupar una posición sobre los ejes mencionados: sexo,edad, condición social, habitat, ideología, entre otros. Sin duda (y esa es unacaracterística inherente al relato autobiográfico) él será el personaje más «complejo»de todos los que figuran en el texto; no en el sentido psicológico de la palabra(riqueza caracterológica), sino porque estará definido siempre por una mayorcantidad de ejes semánticos que el resto. En el cuadro de más abajo aparece unarepresentación esquemática de lo dicho, en la cual PN es el personaje-narrador,protagonista de la autobiografía, y P1, P2, etc., son los otros personajes queaparecen mencionados en el transcurso de las secuencias, hitos, etapas, etc. El

18 Tanto el concepto de «etiqueta semántica» como los pasos metodológicos presentes en las

próximas páginas, han sido tomados de la argumentación de Hamon (op. cit.).

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signo «+» significa presencia en el eje, y «–» significa ausencia. Por supuesto, lospasos aquí presentados sólo deben tomarse en un sentido esquemático, pues elanálisis puede y debe ser más detallado. Por ejemplo, el estar ubicado positivamenteen un eje, no significa que todo su contenido sea similar. En otras palabras, dospersonajes diferentes pueden tener una representación positiva en el eje «ideología»,es decir, el texto los define de acuerdo a ella, pero no de la misma manera pues uno

es católico y el otro protestante.

Ejes Sexo Edad Condición Social Habitat Ideología

PN + + + + +

P1 + + + + +

P2 + – + – – 

P3 + + – – – 

P4 + + – – – 

P5 + + – – +

P6 + + – + +

De este modo, será posible definir los grados de acercamiento o semejanzaentre el personaje-narrador y los otros protagonistas del relato. Será también viableestablecer «familias» o «clases» de personajes, definidos de acuerdo a su pertenenciao no a determinado eje. El personaje-narrador y P1, por ejemplo, pertenecerán a lamisma familia; P3 y P4 pertenecerán a otra familia distinta, P5 y P6 serán cercanosentre sí y P2 será más lejano a todos.

En tercer lugar, se establecerá una comparación entre las posicionesrespectivas en los ejes semánticos de los personajes (que se han puesto en contrastecon el personaje-narrador) y las funciones pertinentes que ellos realizan en losdistintos tipos de acción que llevan a cabo al interior del relato. En la

representación siguiente, al igual que en el esquema anterior, se puede apreciar unalto grado de generalización en la definición de las funciones. El análisis específico —según sean los requerimientos del tipo de estudio realizado y el universo humanoque involucre— puede definir las funciones a un mayor nivel de especificidad.Además, aquí también deberán establecerse los niveles da semejanza, oposición y cercanía.

Función Otorgaayuda

Persigue Establece alianza Abandona Rompevínculos

PN + – + + – 

P1 + – + + – 

P2 + – + – – P3 – + – – – 

P4 – + – – – 

P5 + + – – +

P6 + + – + +

Por último, al interior de cada clase o familia de personajes que se establezcan,será posible llevar el análisis a un nivel de detalle extremo, intentando escapar atodo binarismo elemental y descomponiendo cada eje y cada función en subclases.Por ejemplo, el eje edad puede descomponerse en niñez vs. juventud, adultez vs.vejez, etc.; el eje habitat puede ser descompuesto en natural vs. cultural, rural vs.

urbano, etc. Asimismo, la función de «perseguir» puede ser descompuesta en«persecución física» vs. «asedio psicológico», etc. Una vez establecidas estassubclases de ejes y funciones se deberán determinar las relaciones entre ellas, esto

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es, los personajes que pertenecen a determinada subclase realizan necesariamentecierto tipo de función, en relación a personajes que ocupan otras posiciones. Lasrelaciones más destacadas serán las de determinación, contradicción, oposición,implicación y complementariedad. De fundamental importancia será detectartambién las trayectorias o transformaciones experimentadas por los personajes enel transcurso de un texto: sus movilidades de una subclase a otra en cada etapa,

los tipos de funciones que asumen y abandonan, y el realineamiento de lasrelaciones mencionadas a partir de esas transformaciones.

Un esquema metodológico como el aquí planteado —cuyos primeros pasos sólose han insinuado y que esperan un posterior desarrollo— permitirá avanzar en elconocimiento del relato autobiográfico en tanto texto, enfrentando su análisis anivel semántico, ya que —reitero— su naturaleza es discursiva. En definitiva —y valga lo que sigue como conclusión de este trabajo—, el relato de una vida es unproceso narrativo, en el cual el hablante se debate con su memoria, recuerdos,intereses e imágenes; no pudiendo escapar del universo de las palabras y de lasnarraciones, las que provienen de sistemas culturalmente compartidos de

representación del sí mismo. Como dice Ionesco (1973, 102-3):«...cada nuevo sistema de expresión, una vez adoptado por los otros, una vez que se

convierte en convención, en adquirido, en cliché, o ideología, pierde su verdad esencial. La vidase vuelve palabras. (...)

Cuando quiero contar mi vida, es de una errancia que hablo. Es de un bosque ilimitadoque hablo, o de una errancia en un bosque ilimitado. No es de mi que hablo, ya que me buscocon palabras que están hechas para que no me encuentre ahí, y que hacen crecer el extravío.(...) En el canto inefable se substituye ya sea la palabra abstracta, ya sean las realidadesconcretas de los actos que nos han fallado, que nos han alejado de nosotros mismos. Estamos

todos en la búsqueda de alguna cosa de una importancia extraordinaria, de la cual hemosolvidado lo que era, escribo las memorias de un hombre que ha perdido la memoria. Mequedará la conciencia que todas las cosas que estoy tratando de decir no son sino

substituciones. Me dejo, sin embargo, llevar por el flujo de las palabras.

La substancia no aparece sino un segundo, raramente.

Solamente el grito puede escucharse en esta bruma espesa».

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