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Pieza del Trimestre

ENERO-MARZO DE 2020

Manuscrito de El Duelo, de Mariano José de Larra

Sala XVII (Gabinete de Larra)

Mónica Rodríguez Subirana

Técnico del Museo Nacional del Romanticismo

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Catálogo de publicaciones del Ministerio: www.culturaydeporte.gob.es Catálogo general de publicaciones oficiales: https://publicacionesoficiales.boe.es/ Edición 2020

MINISTERIO DE CULTURA Y DEPORTE Edita: © SECRETARÍA GENERAL TÉCNICA Subdirección General de Atención al Ciudadano, Documentación y Publicaciones © De los textos e imágenes: sus autores NIPO: 822-20-015-3

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ÍNDICE ….

1. Ficha técnica

2. Breve biografía de Mariano José de Larra

3. El duelo: el artículo y el manuscrito

4. Sobre los duelos de Larra

5. El duelo en el siglo XIX: códigos y protocolos

6. El duelo en el siglo XIX como cuestión de honor

7. Duelos de artistas

8. Duelos políticos

9. El fin del duelo

10. Bibliografía

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1. FICHA TÉCNICA ….

Manuscrito del artículo El duelo

Mariano José de Larra (Fígaro)

Madrid, 1835

Cuatro páginas de papel plegadas, manuscritas a tinta negra

FD 3496

El artículo El duelo se publicó en el número 58, del 27 de abril de 1835, de la Revista Mensajero, firmado por Fígaro.

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2. BREVE BIOGRAFÍA DE MARIANO JOSÉ DE LARRA

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ariano José de Larra es uno de los literatos y periodistas más destacados del Romanticismo español. Nació en Madrid en plena guerra de la Independencia, el 24 de marzo de 1809, pero pronto se trasladó con su familia a Francia, ya que su

padre, médico de profesión, era afrancesado. De regreso a España en el año 1818, y tras realizar sus primeros estudios en Madrid y en las distintas ciudades a las que se trasladó su padre por cuestiones de trabajo, inició las carreras de leyes y medicina, las cuales abandonó para dedicarse a la literatura.

Así, con tan solo diecinueve años publicó sus primeros ensayos bajo el título de El duende satírico del día. Su carrera literaria se centrará tanto en el drama como en la poesía, el ensayo, la crítica teatral y los artículos satíricos y de costumbres, que publicará bajo varios seudónimos: Fígaro, el Pobrecito Hablador o Andrés Niporesas, entre otros. Estos artículos vieron la luz en diversos periódicos y revistas: El Observador, Revista Mensajero o La Revista Española, entre otros, y en 1834 se reunieron casi todos en un volumen titulado Fígaro.

En 1829 se casó con Josefa Wetoret, con la que tuvo tres hijos, aunque el matrimonio fue desgraciado y terminó separándose. Tuvo además Larra otra relación sentimental fundamental en su vida, la que mantuvo con Dolores Armijo, mujer casada también. Esta relación fue turbulenta desde el principio, con varias rupturas y reencuentros, hasta el punto de haber sido siempre identificada como el detonante que llevó a Larra a su suicidio, el 13 de febrero de 1837. Sin embargo, los últimos artículos del escritor antes de este aciago día conjugan tanto sus sentimientos por Dolores como el desencanto por la situación política y social de España, causas todas que desencadenarían el trágico final del escritor.

La relación con Dolores Armijo, por tanto, influyó en las obras de Larra y, según algunos autores, también se deja entrever en el artículo del que tratamos aquí: El duelo.

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José Gutiérrez de la Vega Mariano José de Larra Óleo/lienzo ca. 1835 CE 0098 Museo del Romanticismo

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3. EL DUELO: EL ARTÍCULO Y EL MANUSCRITO

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l artículo El duelo se publicó en el número 58, del 27 de abril de 1835, de la Revista Mensajero, firmado por Fígaro.

El manuscrito de este artículo que conserva el Museo del Romanticismo llegó a la institución en el año 2010, fruto del legado de Jesús Miranda de Larra, hijo de la tataranieta del escritor, junto con otros objetos relacionados con él, entre manuscritos de obras, notas, piezas de indumentaria (entre ellas, su levita o la camisa que llevaba el día que se suicidó) y objetos personales, como un mechón de cabello del escritor. Esta colección fue la que consultó Carmen de Burgos –Colombine– cuando en 1919 escribió la biografía del escritor, a la que nos referiremos en varias ocasiones.

El duelo, como forma de dirimir conflictos, fue una práctica común en la sociedad del siglo XIX, por lo que no debe extrañar que una de las plumas más destacadas de este siglo, como es el caso de Larra, le dedicara un artículo, sobre todo cuando una de las vertientes más características del periodismo de este momento es el artículo de costumbres y de crítica y sátira social. Larra, en su escrito, no hace por tanto más que poner el foco en una práctica asentada en su momento, haciendo, además, interesantes aportaciones en lo que a su opinión personal sobre los lances de honor se refiere.

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Mariano José de Larra (Fígaro) Manuscrito del artículo El duelo Tinta negra/papel 1835 FD 3496 Museo del Romanticismo

Grabado de J. Luis Pellicer que acompaña la edición impresa del artículo El duelo en Obras completas de D. Mariano José de Larra, Montaner y Simón, 1886. Biblioteca del Museo del Romanticismo

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Se ha relacionado el artículo El duelo de Larra con el que escribiera Étienne de Jouy1 sobre el mismo tema en 1818. Como en él, se hace crítica de esta costumbre, ligada al concepto del honor (que se critica también en ambos textos) durante el siglo XIX. Para enfatizar las opiniones personales de los autores sobre el tema, tanto Jouy como Larra relatan un supuesto duelo real. Mientras que ambos artículos coinciden en la crítica del concepto de honor y de los duelos en sí, sobre todo como forma de reparar ofensas contra la honorabilidad, los relatos supuestamente reales varían entre el autor francés y el español. Más adelante nos centraremos en la opinión personal que Larra refleja en el artículo sobre temas como el honor, los tipos de duelo, etc. Lo que nos interesa en este punto es ese supuesto relato de un caso real que hace Larra, ya que, entre la obra publicada en la Revista Mensajero y la que contiene el manuscrito del Museo del Romanticismo hay diferencias solo en este punto, puesto que el resto del artículo, tanto en el manuscrito como el de la versión impresa, es idéntico.

El mismo Larra explica en el texto que su intención a la hora de escribir el artículo no era disertar sobre el concepto del honor en la sociedad, sino la de narrar la historia de su amigo Carlos. Este era hijo de marqués, por lo tanto de buena posición, con talento, buena presencia y carácter. Al poco tiempo de entrar en sociedad se enamoró de una joven, Adela, que Larra califica como «de las picantes», adornada con todas las cualidades que una joven debe poseer para estar en sociedad; en definitiva, una coqueta. Se casaron al poco tiempo y al medio año Adela se enamoró de otro hombre, Eduardo, y como fuera que el asunto se hizo público y llegó a ser escandaloso, Carlos tuvo que retar al amante en duelo, lance en el que el propio Larra actuó como padrino: «Una mujer había faltado, y el “honor” exigía en reparación la muerte de dos hombres». Durante el duelo «Carlos había caído, pero habían quedado en pie su mujer y su honor». Larra termina aquí el relato, que escribe, según él dice, un año después de la muerte de su amigo, con tres exclamaciones que encierran la opinión del escritor sobre el asunto: «¡Hé aquí el mundo! ¡Hé aquí el honor! ¡Hé aquí el duelo!»

Sin embargo, el manuscrito conservado en el Museo del Romanticismo, antes de estas exclamaciones continúa el relato, de forma que resulta aún más dramático. Así, no solo Adela estaba embarazada en el momento de morir Carlos, sino que además, Larra narra cómo se encontró, el día anterior a escribir el texto, a la viuda en sociedad, «la joven más hermosa y más interesante que brilla en ella, la imagen de la alegría, de la felicidad». Además, el autor dice que a Eduardo, al que Adela terminó por rechazar, le sucedieron otros dos amantes y que está a punto de contraer matrimonio de nuevo: «va a dar puesto en sucesor al malogrado Carlos en su tálamo nupcial… y acaso en su tumba». A esta frase, que augura un nuevo duelo, Larra solo apostilla una de las exclamaciones que aparecieron en la versión impresa: «¡He aquí el duelo!».

Hay otra diferencia entre el artículo que se imprimió y el manuscrito original, y es en esta diferencia donde, según Carmen de Burgos, se deja sentir la influencia de Dolores Armijo. Para la autora, Larra habría escrito este artículo por el último despecho que le causara Dolores. Ve claramente esta influencia porque en él:

1 LARRA, Mariano José de (2016): Fígaro. Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres, edición, estudio y notas de Alejandro Pérez Vidal. Madrid: Real Academia Española –Barcelona: Espasa-Círculo de Lectores, pp. 932.

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«se vuelve contra la coqueta y dice: “He oído decir muchas veces que suele salir de una coqueta una buena madre de familia: también suele salir de una tormenta una cosecha: yo soy de opinión que la mujer que empieza mal, acaba peor”».2

Este párrafo es, curiosamente, el otro añadido que diferencia el artículo impreso y el manuscrito, y que no aparece en este último.

En realidad, fuera a causa de Dolores o no, las diferencias entre el texto impreso y el manuscrito inciden en el carácter voluble de Adela. Al eliminar en el texto que apareció impreso la historia de Adela tras la muerte de Carlos y el trágico desenlace que augura para otro joven, pero añadiendo la crítica a la coqueta, Larra está insistiendo en lo mismo: hacer hincapié en la crueldad del personaje de Adela, ya fuera antes de contraer matrimonio con Carlos (en el párrafo que aparece en la versión impresa) o bien después (la historia posterior que no se llegó a imprimir).

Seguramente, Carmen de Burgos ha querido ver en el personaje de Adela a Dolores Armijo porque, más adelante, en su biografía sobre Larra, habla y documenta un posible duelo que el escritor habría tenido a causa a su amante, cuestión que trataremos a continuación.

2 BURGOS, Carmen de (1919): Fígaro (revelaciones de «ella» descubierta, epistolario inédito). Madrid: Imprenta Alrededor del Mundo, p. 170.

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4. SOBRE LOS DUELOS DE LARRA ….

arias son las fuentes y las hipótesis sobre si Larra mantuvo o no duelos, cuándo y por qué razones.

Carmen de Burgos, a quien ya hemos citado como biógrafa del escritor, recoge algunos datos sobre un supuesto duelo de Larra poco antes de su suicidio, aunque ella misma reconoce no haber podido comprobar que realmente se llevara a cabo y desconocer el nombre del contrincante. Este duelo habría tenido como causa a Dolores Armijo y por oponente a algún otro pretendiente. Dice Colombine que para escribir la biografía de Larra habló con sus descendientes, quienes le manifestaron que «En la familia hay memoria de un duelo a pistola que tuvo “Fígaro” días antes de su suicidio»3. El problema con esta afirmación es que a renglón seguido relata que el conde de Cheste, íntimo amigo de Larra, habló de este mismo duelo a varias personas y señaló como adversario a un tal Bertodano, pero continúa diciendo que, según el conde, este duelo tuvo lugar cuando Fígaro era soltero. Por tanto, Cheste no podía estar hablando del mismo duelo, en el que además él mismo habría actuado como padrino, aunque Carmen de Burgos apunta la posibilidad de que el tiempo hubiese confundido la memoria del anciano conde y se trate efectivamente del mismo duelo, que, como dijimos, se habría producido poco antes de la muerte del escritor. Relata además otros detalles de este duelo recordado por el conde, en el que los contrincantes se batieron a pistola en condiciones tan terribles que los padrinos cambiaron las balas de plomo por otras inofensivas.

3 BURGOS, Carmen de (1919): op. cit. p. 235.

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José Gutiérrez de la Vega Dolores Armijo (?) Óleo/lienzo ca. 1840 CE 0041 Museo del Romanticismo

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Hay un último eslabón que encadena Carmen de Burgos para apoyar la existencia del duelo de Larra por causa de Dolores. Se trata de una carta que el tío de Larra, Eugenio, escribe a su hermano cuatro días después del suicidio del escritor relatando sus últimas horas. En esta carta dice Eugenio:

«En el reconocimiento practicado por los facultativos ha aparecido el papel cuya copia es adjunta, el que, según noticias y presunciones fundadas, fué escrito pocos días antes al tratar de un desafío a muerte por esa misma mujer que no llegó a verificarse».4

Por tanto, más que apoyar la teoría de Carmen de Burgos, siembra dudas de nuevo, ya que de ese papel no se realiza transcripción y el mismo tío de Larra apunta a «noticias y presunciones fundadas», por lo que duda de su relación con un duelo, que en cualquier caso también habría tenido como motivo a Dolores, pero que no llegó a llevarse a cabo.

Sin embargo, debió correr por Madrid el rumor del duelo de Larra antes de su muerte, ya que en la prensa internacional aparecieron algunos artículos que narraban este trágico acontecimiento y relataban incluso que el duelo había tenido como razón no a Dolores, sino a la reina María Cristina, a cuyo favorito, Fernando Muñoz, Larra habría retado en duelo, aunque aquel no le había contestado5.

Además de este duelo pocos días antes de su muerte, algunos biógrafos del escritor, fundamentalmente Ismael Sánchez Estevan, hablan de otro más que habría ocurrido unos años antes y tendría como motivo a otra mujer, la cantante Giuditta Grisi. Sin embargo, este duelo podemos afirmar que no llegó a llevarse a cabo y que en ningún caso tuvo como motivo a la cantante italiana. En el año 1834, Larra publicó en la Revista Española varios artículos sobre las representaciones de ópera que llevó a cabo la famosa cantante italiana, en todos los cuales alababa las interpretaciones de la artista, hasta que, en la crónica de del drama Ana Bolena, los elogios antes vertidos se convirtieron en despecho y crítica, algo que explica Sánchez Estevan como el fin del romance entre el escritor y la cantante. Larra habría llegado a batirse en duelo con el actor y director de escena Agustín Azcona, el cual había publicado una quintilla

4 BURGOS, Carmen de (1919): op. cit. p. 258. Esta carta se encuentra actualmente entre los fondos del Museo Nacional del Romanticismo, fruto del legado de José Miranda de Larra (FD 3537). Entre los documentos fruto de este legado no se ha identificado la nota adjunta a la que se refiere Eugenio de Larra. 5 BURGOS, Carmen de (1919): op. cit. p. 257.

Carta de Eugenio de Larra a Mariano de Larra Tinta negra/lienzo 1837 FD 3537 Museo del Romanticismo

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arremetiendo contra el escritor, en la que Sánchez Estevan quiso ver una mofa del amor de Larra por la Grisi. Como José Escobar, Larra y Azcona tuvieron un enfrentamiento por cuestiones artísticas relacionadas con la forma en que debían organizarse los teatros de Madrid, no por Giuditta Grisi, que en realidad tampoco sabemos si fue amante de Larra o no. Este enfrentamiento se desarrolló a través de artículos en prensa donde Azcona atacó repetidamente a Larra, al que llegó a calificar de «escritorcillo sabandija, entrometido por naturaleza, maldiciente por costumbre, adulador por necesidad, y fabricante de suposiciones por inclinación; foliculario endeble, obligado de patillas […]»6

Larra narra en el artículo final de este enfrentamiento, publicado en la Revista Española7, cuál fue el desenlace. Habiéndose sentido el escritor profundamente injuriado por Azcona, fue a su casa a buscarlo, pero no lo encontró y no pudo hablar con él hasta días más tarde, momento en el que el actor adujo además que la visita debía ser breve porque estaba enfermo. Le pidió Larra durante el encuentro que le dijera si las duras palabras de su artículo que hemos reproducido más arriba se referían a él, cosa que Azcona negó, pero, como las ofensas no habían terminado allí, Larra le pidió que escribiera otro artículo retractándose. Azcona le contestó que lo haría si Larra escribía otro en los mismos términos, a lo que este se negó por considerar que él no le había ofendido. Puesto que Azcona no consiguió que se hiciera pública dicha retractación, le inquirió: «¿y no me da V. ninguna otra especie de satisfacción que pueda vindicar mi honor?...». A esta alusión explícita a un duelo, el actor adujo estar malo hacía días, por lo que Larra terminó planteando el asunto en los tribunales:

«En vista de esta conferencia en que no ha sido posible recabar del Sr. Azcona satisfacción ni reparación alguna que destruya las injurias dirigidas al Sr. De Larra, este ha tomado el único medio de vindicación que le quedaba con un sujeto de esta especie, acudiendo a los tribunales en querella contra el mencionado artículo».

Como vemos, son varios los duelos que planean sobre la figura de Larra, aunque ninguno de ellos ha podido confirmarse. Si tomamos en cuenta sus propias palabras, en alguna ocasión sí que debió batirse en duelo ya que en el artículo que es objeto de nuestro estudio escribe:

«Confieso que pensaré siempre en este particular como Rousseau y los más rígidos moralistas y legisladores, y obraré como el primer calavera de Madrid».

6 Semanario Teatral, n.º 7, 2 de junio de 1834. 7 «Personalidades». Revista Española, 5 de junio de 1834.

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5. EL DUELO EN EL SIGLO XIX: CÓDIGOS Y PROTOCOLOS

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unque hubo duelos mucho antes del siglo XIX, en este momento llegó a tal su proliferación que se crearon distintos códigos sobre la forma en que debían desarrollarse estos actos de reparación del honor, protocolos que los convertían en

cuestiones de caballeros y no en simples reyertas populares. De esta forma, se enmascaraba con cierta legalidad una práctica que era penada tanto por las leyes como por la Iglesia. El código más famoso de todo el siglo fue el escrito por el conde de Chateauvillard en 1836, Essai sur le duel, y que fue objeto de traducciones en toda Europa. En España se tradujo en la tardía fecha de 1890, con el título Ensayo sobre la jurisprudencia de los duelos por el Conde de Chateauvillard. Traducido del francés y seguido por comentarios y preceptos adicionales a dicha obra por D. Andrés Borrego.

En nuestro país, además, se redactaron otros códigos, entre los que destacan Ofensas y Desafíos, de Eusebio Yñiguez, de 1890, y Lances entre caballeros, de Julio Urbina y Ceballos-Escalera, marqués de Cabriñana del Monte, publicado en 1900. Teniendo en cuenta las tardías fechas de publicación de los códigos en español, ya bien pasado el Romanticismo, debemos tomarlos como fuentes que recogen la tradición anterior, no tanto como el manual que usaban los duelistas en el siglo XIX. Además, el código de Cabriñana tiene gran valor porque lo precede un extenso repaso histórico de los duelos, donde se contemplan asimismo algunos de los más destacados que tuvieron lugar durante el Romanticismo.

Los distintos códigos comienzan estableciendo cuáles son las causas del duelo, es decir, qué se considera ofensa, que según Cabriñana es «toda acción u omisión que denote descortesía, burla o menosprecio hacia una persona o colectividad honrada [...] si se realiza con intención de perjudicar la buena opinión y fama del que se sienta ofendido».8 Por su parte, Yñiguez distingue entre ofensa e injuria. La primera constituye «toda palabra, escrito, dibujo y gesto que una persona dirige ó hace á otra ú otras, con ánimo deliberado de mortificarlas» y la segunda «todo golpe, empujón ó herida que se da, ó hace un individuo á otro, con premeditación».9

A continuación se jerarquizan las distintas clases (en el caso de Yñiguez) o grados de ofensa, que para Cabriñana son leves, graves o muy graves, según una escala que abarcaba desde los ataques al amor propio o la susceptibilidad del ofendido, pasando por el agravio a su honor hasta llegar a materializarse físicamente.

El desarrollo de los códigos, sobre todo el de Cabriñana, es prolijo en casuísticas que afectan a quiénes y cuándo pueden batirse, los privilegios del ofendido, las excepciones por causas diversas como enfermedad, incapacidad física o indignidad, etc.

En esta exhaustividad también cabe la descripción de los distintos tipos de duelo según el arma elegida, donde la más completa es la del duelo a pistola, el más característico del siglo XIX debido a los avances que en el campo armamentístico se venían produciendo ya desde la 8 CABRIÑANA DEL CAMPO, Marqués de (1900): Lances entre caballeros. Madrid: Sucesores de Rivadeneyra, p.267. 9 YÑIGUEZ, Eusebio (1890): Ofensas y desafíos. Recopilación de las leyes que rigen en el Duelo y causas originales de este, tomadas de los mejores tratadistas, con notas del autor. Madrid: establecimiento tipográfico de Evaristo Sánchez, p. 33.

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centuria anterior. Por ello, llegaron a fabricarse parejas de pistolas concebidas específicamente para batirse en duelo. Estas armas se presentaban en lujosos estuches que contenían, además de las pistolas, los utensilios necesarios para la carga, limpieza y mantenimiento de las mismas. El uso de pistolas en cierta forma igualaba las desiguales capacidades de los contrincantes frente a los duelos a espada o a sable, aunque en opinión de Larra la pistola era un «arma del cobarde, con que nada le queda que hacer al valor sino morir; en que la destreza es infame si hay superioridad, e inútil si hay igualdad».

El duelo, con cualquier arma, llevaba aparejado un complejo ritual que implicaba la elección de unos padrinos por parte de ofendido y ofensor, que actuaban como intermediarios entre ambas partes. Si durante las conversaciones entre estos no se llegaba a acuerdo que hiciera innecesario el duelo, se levantaba un acta en la que se detallaban las causas que habían llevado a esta situación y se establecía día, hora y lugar para el duelo, así como el arma con que se iba a desarrollar. El duelo a pistola podía resolverse de tres formas: al primer disparo, a primera sangre o a muerte. Ya que la finalidad del duelo no era tanto la pretensión de causar daño al oponente como una forma de resolver definitivamente las disputas y reparar así el honor, los lances solían resolverse al primer disparo, tras el cual volvían luego los oponentes a entablar relación y en muchas ocasiones, tal y como dicen literatos y cronistas, terminaban «con abrazo y almuerzo». Llegado el día y hora convenidos, los padrinos se encargaban de cargar las armas y sortearlas entre los duelistas, los cuales se colocaban a la distancia que se había convenido entre los padrinos en el primer encuentro y se procedía al disparo alternativo de las armas. Mejor que nosotros, Benito Pérez Galdós narró este momento en su España Trágica cuando escenificó uno de los duelos más famosos del siglo XIX, el que sostuvieron el duque de Montpensier y Enrique de Borbón:

«Tú no te has visto en estos lances, y desconoces la escrupulosidad con que se disponen –dijo Bravo al hijo de Lucila–. Yo he tenido tres, y en los tres acabamos con abrazo y almuerzo. Lo que importa es aparentar valor, sobreponer al peligro la idea de quedar bien, y ser caballeresco desde el principio al fin. ¿Ves? Ahora, después de elegir terreno, se cuidan de que ninguno de los dos combatientes reciba de cara los rayos del sol. Uno de ellos tendrá el sol a su derecha; el otro, a su izquierda… Inmediatamente medirán la distancia. Ya lo ves: miden nueve o diez metros con una cinta; luego echarán suertes para designar quién ha de tirar primero… Se sorteará también el punto que cada cual debe ocupar en los extremos de la línea. La rifa de vida o muerte va despacio, como ves, y los que han de batirse hacen de tripas corazón, mostrando una impavidez fría, etiqueta obligada de estos encuentros en la puerta de la Eternidad, que las más veces suele ser la puertecita de una fonda […]

Ya están en guardia…, los distingo claramente…, el brazo derecho doblado, la pistola a la altura de la cara, con el cañón apuntando al cielo… han alzado el cuello de la levita para ocultar el de la camisa, que hace blanco con su blancura».

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6. EL DUELO EN EL SIGLO XIX COMO CUESTIÓN DE HONOR

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«Una de las cosas sobre que está más fijada la pública opinión es el honor, quisicosa que, en el sentido que en el día le damos, no se encuentra nombrada en ninguna lengua antigua». (Larra, El duelo)

l duelo fue, durante el siglo XIX, una cuestión íntimamente ligada al concepto del honor. Como dice Larra en las palabras de su artículo citadas arriba, es un concepto que toma en ese momento unas características y connotaciones diferentes a las que se le

venían atribuyendo.

El honor se imbricó en la sociedad decimonónica, y más fuertemente en la del Romanticismo, porque era algo que afectaba directamente al individuo, al cual se empieza a tomar en consideración en este momento. Además, sentirse ofendido en el honor implicaba también la exaltación de las pasiones y emociones, algo propio de este movimiento cultural en contraposición al racionalismo ilustrado anterior al Romanticismo. Por otro lado, los duelos fueron practicados por la emergente clase burguesa, que de este modo asentaba su nuevo estatus, asimilando prácticas propias de la aristocracia.

Tal estrecha relación entre duelo y honor se pone de manifiesto en la obra que Armengol Font Sanmartí escribió en 1884 y que tituló El duelo bajo el punto de vista del honor, de la religión y de la humanidad. En ella no defiende el duelo, sino que por el contrario establece la inutilidad del mismo para defender el honor. Aun así, son interesantes algunas definiciones y juicios que sobre el honor expone:

«El honor es un sentimiento, porque afecta directamente el alma, porque es propio de ella ya que constituye una cualidad moral. Cualidad la más apreciada del hombre por ser vital […]».10

«El hombre que ha perdido su honor, no solamente queda anulado, sinó que es un ser despreciable del cual huye todo el mundo, á quien nadie presta apoyo, y al que la sociedad arroja de su seno».11

El duelo, por tanto, era una cuestión de honor y estaba ligado a determinada clase social. El mismo Larra, años después de publicar El duelo, dejó patentes las diferencias de clase que existían entre el duelo, una cuestión entre caballeros, susceptible de eludir la justicia, y una reyerta mantenida entre miembros de clases inferiores, y por tanto punible por la justicia. Esta reflexión la vertió en otro artículo de costumbres titulado Los barateros o el desafío y la pena de muerte, publicado en El Español el 19 de abril de 1836, tan solo un año después de publicar El duelo. El artículo comienza con una reflexión sobre el barateo como delito y el derecho de la sociedad a declararlo un crimen, con la consiguiente reclusión de los acusados en cárceles,

10 FONT SANMARTÍ, Armengol (1884): El duelo bajo el punto de vista del honor, de la religión y de la humanidad. Barcelona: Tipografía española, p. 7. 11 op cit. p. 9.

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donde se les separa de la sociedad y se les incluye en otra diferente, en la que impera la ley del más fuerte. Relata entonces cómo en una cárcel había dos hombres que se dedicaban al barateo y, tras una discusión, uno de ellos muere, condenándose al otro al garrote vil. Mediante el recurso de un diálogo ficticio entre el baratero condenado y la sociedad, Larra hace patente la injusta y diferenciada pena que se daba a este delito, que el acusado considera debería ser tratado como los duelos llevados a cabo por miembros de clases respetables, los cuales quedaban sin castigo:

«Mi día llegará, oh falsa sociedad, oh sociedad incompleta y usurpadora, y llegará más pronto por tu culpa; porque mi cadáver será un libro, y un libro ese garrote vil, donde los míos, que ahora le miran estúpidamente sin comprenderle, aprenderán a leer. ¡Hágase, en el ínterin, la voluntad de la fuerza: ahorca a los plebeyos que se baten en duelo, colma de honores a los señores que se baten en duelo, y, en tanto que el pueblo cobra su barato, cobra tú el tuyo, y date prisa!»

En cualquier caso, Larra también discute en el artículo que el duelo deba ser una cuestión punible, desarrollando las ideas de Eugène Lerminier en su Philosophie du droit, publicado en París en 1835, donde el autor expone que el suicidio y el duelo no deberían ser objeto de legislación, ya que esta no debería modificar las costumbres, a riesgo de eliminar resortes importantes para la autorregulación de la sociedad.

Esta relación entre duelo y clase social también está presente en otro artículo de Larra, Los calaveras, publicado en dos partes pocos meses después que El duelo en la misma Revista Mensajero12. En estos artículos Larra describe todas las clases diferentes de calaveras que se podían encontrar en la sociedad española del momento, todos los cuales tienen como una de sus características definitorias la de batirse en duelo. No en vano, recordemos que en el artículo que es objeto de nuestro estudio, Larra se calificaba a sí mismo como calavera.

Por tanto, como elemento imbricado en la sociedad decimonónica, son muchos y variados los ejemplos de personajes del Romanticismo que se batieron en duelo. Las causas fueron varias, los protagonistas también. A continuación relatamos algunos de los duelos mantenidos por personajes ilustres del Romanticismo español, algunos de los cuales acompañan a Larra en las salas del Museo del Romanticismo.

12 Publicado en dos partes, el 2 de junio y el 5 de junio de 1835.

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7. DUELOS DE ARTISTAS ….

demás del supuesto duelo en el que tomara parte el autor de nuestra Pieza del Trimestre, Mariano José de Larra, otros muchos literatos y artistas del siglo XIX se vieron envueltos en estos lances. No es de extrañar, ya que, como hemos visto, era

una práctica común.

Uno de los más relevantes, no por los datos que tenemos sobre él sino por la huella perpetua que dejó en el físico del duelista, es el que mantuvo el dramaturgo, poeta y periodista Manuel Bretón de los Herreros (1796-1873). Poco conocemos de las circunstancias de este duelo, de sus causas o del oponente; solo sabemos que tuvo lugar en 1818 en Jerez de la Frontera, cuando don Manuel era todavía militar, antes de dedicarse enteramente a la literatura. Él mismo dejó constancia del duelo en esta quintilla:

«Dejome el sumo poder por gracia particular lo que había menester dos ojos para llorar... y uno solo para ver».

De esta forma, la de Bretón de los Herreros es una de las fisonomías del Romanticismo más reconocibles, ya que en todas las representaciones que de él poseemos luce el ojo izquierdo entrecerrado.

Otro de los grandes literatos del Romanticismo español, José de Espronceda (1808-1842), también se batió en duelo. El suyo fue además un lance que no podemos calificar sino de rocambolesco, ya que nació a su vez de otro duelo, dejando así de manifiesto el arraigado concepto del honor y la ofensa durante el siglo XIX.

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Antonio Gómez y Cross Manuel Bretón de los Herreros Óleo/lienzo 1839 CE 0134 Museo del Romanticismo

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Santiago Llanta y Guerín Espronceda Litografía 1864-1871 CE 4268 Museo del Romanticismo

Los acontecimientos, narrados por el marqués de Cabriñana,13 fueron como siguen. Espronceda fue padrino de Luis González Bravo, que había sido ofendido por el periodista Andrés Borrego de resultas de un artículo publicado por este en el año 1837. Se retaron pues en duelo a pistola, apuntando y avanzando, tomando como padrinos Andrés Borrego a Juan de Pezuela (conde de Cheste) y el Sr. Bienvenga, mientras que a González Bravo lo apadrinaron el conde de las Navas y Espronceda, como hemos dicho. Llegados al terreno elegido para el duelo, este hubo de suspenderse porque una de las pistolas estaba inutilizada, de forma que Luis González Bravo dio el duelo por concluido, tras lo cual los padrinos de Borrego redactaron una carta en la que narraban los hechos. Esta narración fue realizada en unos términos que Espronceda consideró ofensivos, por lo que «exigió con violencia una reparación por las armas a Pezuela»14. Se citaron ambos detrás de las tapias del cementerio de San Martín en un duelo a sable que tuvo como único testigo al general Ros de Olano.

Según Cabriñana, Pezuela tenía mayor dominio del sable que el escritor, por lo que durante el duelo este sufrió una fuerte contusión en el dedo pulgar, queriendo entonces Ros de Olano dar por concluido el lance. Sin embargo, Espronceda, «furioso […] seguía arremetiéndole […] y entonces su adversario le descargó una tremenda cuchillada, que dio con él en tierra, rompiéndole una clavícula»15. Concluyó entonces el duelo, pero no la amistad que había unido siempre a Pezuela y Espronceda, y «el ilustre Conde de Cheste lamentó siempre este duelo, al que fue llevado, más que por su propia voluntad, por los sentimientos de honor y dignidad que son innatos en todo buen militar y caballero»16.

No podemos dejar sin comentar estas últimas palabras de Cabriñana, que abunda en la consideración del honor como sentimiento y deber que rige el siglo XIX, incluso por encima de la voluntad.

El último duelo literario que vamos a destacar aquí está relacionado con la importancia que el periodismo y los periodistas cobran durante este siglo. Como ya vimos en el caso del duelo anterior, algunos eran consecuencia de las ofensas producidas por las opiniones versadas en los artículos periodísticos. Así ocurrió en el caso que glosamos a continuación, duelo que además de a un periodista –el crítico teatral y redactor de El Corresponsal Ignacio Escobar (1823-

13 CABRIÑANA, marqués de, op. cit. pp. 167-170. 14 op. cit. p. 169. 15 Ibídem. 16 Ibídem.

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1887)– envolvió a otro personaje destacado del Romanticismo español, el actor Julián Romea (1813-1868).

Corría el año 1843 y por aquel entonces Romea era el director del Teatro del Príncipe de Madrid. El 16 de marzo se estrenó allí la obra de Romero Larrañaga Misterios de honra y venganza, que glosaba la vida del artista granadino Alonso Cano en una producción dirigida por Romea e interpretada por el elenco del Teatro del Príncipe, formado entre otros por nuestro protagonista y su esposa, Matilde Díez. El 19 de marzo, Ignacio Escobar publicó en El Corresponsal una crítica de esta obra, a la que tachaba de poco entusiasta, con papeles mal aprendidos y peor ensayados, dichos sin fervor ni interés17. Romea contestó en el mismo diario y a estos artículos siguieron varios más, publicados también en El Corresponsal y en El Heraldo, los cuales terminaron el 27 de marzo con uno en el que Escobar cesaba en su cargo y decía saber bien cómo resolver aquella desagradable polémica. Aunque desde el diario se llamó a serenar los ánimos y buscar la conciliación, parece ser que finalmente el asunto se resolvió en un duelo18. Actuaron como padrinos de Romea Juan Prim y Francisco Navarro Villoslada, mientras que desconocemos los nombres de los de su contendiente. El resultado del duelo fue turbio, ya que, si bien la mayoría de las fuentes (al menos las más informadas que se han consultado) le daban fin sin que ninguno de los contendientes sufriera daños de consideración, circulaban otros finales en los que Romea habría disparado sin querer a uno de los padrinos. No creemos, sin embargo, que este fuera el verdadero final del duelo, ya que, por curioso, consideramos que habría trascendido hasta hoy.

17 El Corresponsal, 19 de marzo de 1843. 18 Las referencias a este duelo son por fuentes indirectas y según comentarios de segundos que han visto los documentos originales. El primero que ha tratado el tema ha sido José Luis Varela en Vida y obra literaria de Gregorio Romero Larrañaga, de 1948. Al relatar la vida del escritor de la obra teatral que habría originado todo el incidente, transcribe las cartas que se cruzaron Romea y Escobar en los periódicos y, como fuente para corroborar el duelo, se refiere a la aparición, cuando ya había finalizado la edición de su trabajo, del índice de la revista Liceo Artístico y Literario, de José Simón Díaz, dentro de la Colección de Índices de Publicaciones Periódicas, editada por el CSIC. En dicho índice se publica una carta de Julián Romea a Navarro Villoslada en la que le ruega se entreviste en su camerino del teatro con el general Prim y un tal Álvarez. Según nota que aparece en la carta, se refiere al duelo en el que el actor se iba a batir con Escobar y en el que Prim y Navarro Villoslada actuarían de padrinos.

Federico de Madrazo El actor Julián Romea Óleo/lienzo 1845-1850 CE 1577 Museo del Romanticismo

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8. DUELOS POLÍTICOS: DUQUE DE MONTPENSIER Y ENRIQUE DE BORBÓN

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in duda uno de los duelos más famosos del XIX español, tanto por la talla pública de sus contendientes como por las consecuencias que de él se derivaron, fue el mantenido por Antonio de Orleans, duque de Montpensier (1824-1890), y el infante Enrique de Borbón

(1823-1870).

Dicho duelo tuvo como origen, como varios de los que hemos relatado y muchos durante el siglo XIX, una ofensa derivada de la publicación de un artículo en la prensa. Así, Enrique de Borbón, hermano de Francisco de Asís, consorte de la reina Isabel II, era enemigo natural de Antonio de Orleans, duque de Montpensier y esposo de Luisa Fernanda, la hermana de la reina, por las pretensiones de este último al trono de su cuñada. En el año 1870, cuando Isabel II había dejado España tras el triunfo de la revolución de la Gloriosa, su cuñado Enrique publicó un artículo el 7 de mayo en el diario La Época, en el que se dirigía a los partidarios del duque de Montpensier bajo el título: «A los montpensieristas». En él, tras declararse desde el principio como el más decidido enemigo del duque francés, atacaba al Orleans política pero también personalmente cuando terminaba calificándolo de «hinchado pastelero francés».

A partir de aquí conocemos todos los detalles y documentos que se cruzaron sus protagonistas gracias a que el marqués de Cabriñana reproduce las minuciosas actas del duelo en su libro Lances entre caballeros19, documento que le fue facilitado según él mismo indica, por Andrés Mellado.

La reacción de Montpensier no se hizo esperar, y al día siguiente escribió una carta a Enrique de Borbón en la que le pedía que confirmara la autoría de dicho artículo y dijera si estaba dispuesto a responder de él. Ante la respuesta afirmativa del infante, Fernando Fernández de Córdova y Felipe Solís, a quienes el duque había nombrado como padrinos, fueron a verlo a su casa y, al no encontrarlo, le dejaron una nota en la que le indicaban que habían ido a verlo

19 CABRIÑANA, marqués de, op. cit. pp. 197-212.

S Tomás Padró (dib.) y Tomás Carlos Capuz (grab.) Desafío entre el Duque de Montpensier y D. Enrique de Borbón. Xilografía/papel 1870 CE 10123 Museo del Romanticismo.

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porque tenían una «misión de honra» encomendada. El siguiente documento es una carta de Enrique de Borbón en la que se refiere a un encuentro con Fernández de Córdova, Felipe Solís y el general Alaminos (tercer padrino de Montpensier), en la que se excusa por no poder nombrar padrinos al no encontrarse en Madrid las personas de su confianza que deseaba lo representasen. Ante la insistencia de los padrinos, que exigen «con premura y sin dilación una satisfacción», el infante nombra finalmente a Federico Rubio y Emigdio Santamaría como sus representantes.

Nombrados ya todos los padrinos de ambas partes, se reúnen el día 11 de marzo en casa de Fernando Fernández de Córdova para intentar encontrar una solución, la cual, para los padrinos de Montpensier pasaba indiscutiblemente por la retirada del manifiesto por parte del infante, a lo que uno de los padrinos de este hizo notar que dicho documento estaba inspirado por sentimientos políticos y por tanto no tenía carácter personal. Puesto que los padrinos del duque de Orleans no lo consideraron así, se procedió a fijar las condiciones del duelo, que el ofendido eligió se celebrara a pistola por varias consideraciones encaminadas a igualar la suerte. A continuación se fijaron el resto de acuerdos, que incluían, entre otros, la distancia a la que se colocarían, la cual se acortaría si al primer disparo no se obtenía resultado; que los disparos serían sucesivos entre ambos contendiente, eligiéndose el primero a suerte, y quefinalizaría cuando alguno de ellos resultara herido. El duelo tendría lugar al día siguiente, a lasdiez de la mañana, en el exportazgo de las ventas de Alcorcón. Ese mismo día se compraron las pistolas que se utilizarían en el duelo en la casa Hormaechea, situada en la calle de Alcalá n.º 5.20

El acta reproducida por Cabriñana continúa con el informe del duelo que escribieron los padrinos en la tarde del 12 de marzo, tras haber finalizado el lance. Dicho informe relata cómo, tras encontrarse los duelistas con sus padrinos y los doctores José Sumsi y Luis Leira en el exportazgo de las ventas de Alcorcón, se dirigieron a la escuela de tiro de la Dehesa de los Carabancheles21, donde obtuvieron del comandante en jefe del puesto militar una licencia para probar unas pistolas. Se eligió entonces un lugar dentro del campo de tiro, cercano a aquel destinado al blanco de los tiros de cañón, y se acordó aumentar la distancia entre los duelistas en un metro más de lo que se había convenido, aunque no se acortaría con cada disparo. Se procedió entonces a cargar las pistolas, con intervención de ambas partes y se sorteó después quién dispararía primero, lo que correspondió al infante. El primer disparo de ambos contendientes resultó sin heridos, con lo que se procedió al segundo, con igual resultado en el caso del efectuado por Enrique de Borbón pero no así por el del duque de Montpensier, que hirió, aunque sin derramamiento de sangre, a su contendiente. Los padrinos procedieron entonces a conferenciar sobre si aquel incidente era suficiente para dar por finalizado el duelo, pero resolvieron que al no haberse producido derramamiento de sangre, tal y como se establecía en los acuerdos, debían continuar. Fue esa tercera tanda de disparos la que resultó fatal, ya que tras errar de nuevo Enrique de Borbón, Antonio de Orleans realizó su disparo, que terminó con la vida de su contrincante:

20 Estas pistolas, se conservan hoy en el Museo del Ejército de Toledo. 21 La Dehesa de los Carabancheles era un terreno de 139 hectáreas en las proximidades de la carretera de Extremadura, antiguamente en el término de Carabanchel Alto, que hoy corresponde al distrito de la Latina. El terreno fue comprado por el Ministerio de la Guerra para establecer allí una escuela de tiro.

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«resultó tener una herida penetrante en la región temporal derecha; las arterias temporales estaban rotas; la masa cerebral, perforada; la vida de relación y de sensibilidad, abolida; la respiración estertorosa».22

Enrique de Borbón fue enterrado en el cementerio de San Isidro de Madrid, a pesar de que la Iglesia condenaba el duelo y negaba el entierro en campo sagrado a los fallecidos en estos lances. En cuanto al duque de Montpensier, finalmente fue sometido a un consejo de guerra, por lo que juzgó el caso la jurisdicción militar y no la civil, la cual, según el Código Civil vigente en ese momento, podía condenar a pena de prisión a aquellos que asesinaran durante un duelo. La jurisdicción militar, sin embargo, resultaba más benevolente, ya que disponía de amplia capacidad discrecional gracias a una pragmática otorgada en época de Carlos III y además el estamento militar, dado a practicar duelos, era más comprensivo en estos temas.23

El juicio contra el duque comenzó el 12 de abril de 1870, un mes después del duelo. Ejercía la acusación el brigadier Vargas y la defensa de Montpensier el general Messina. Al día siguiente, 13 de abril, se produjo el veredicto, que acataba la pena propuesta por la fiscalía: destierro en el pueblo que eligiera el acusado, siempre que este estuviera a una distancia mínima de diez leguas de la capital, e indemnización de 30 000 pesetas para la familia de la víctima.

22 CABRIÑANA, marqués de, op. cit. p. 212. 23 ESPERÓN FERNÁNDEZ, Alberto José (2019): «Honor y escándalo en la encrucijada del Sexenio Democrático: la opinión pública ante el duelo de Montpensier y Enrique de Borbón», La cultura de la espada. De honor, duelos y otros lances. Madrid: Dyckinson, pp. 245-285; p. 264.

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9. EL FIN DEL DUELO ….

finales del siglo XIX la práctica del duelo fue erradicándose en toda Europa. En España, sin embargo, cruzó la frontera del siglo XX, hasta que fue completamente eliminado, ya en 1920. Varias fueron las causas que llevaron a que los duelosquedaran

obsoletos, una de las cuales, no carente de importancia, la constituyó un cambio en el concepto del honor, tal y como refleja la entrada del término duelo en la Enciclopedia Universal Ilustrada de 1908:

«El duelo o desafío es una institución que, si bien llamada a desaparecer por carecer de fundamento racional, ha gozado y goza todavía en la opinión publica de gran predicamento, debido a un concepto equivocado del honor».24

Entre las causas que llevaron a la desaparición del duelo, además de este cambio en el concepto del honor y la confianza en la jurisprudencia a la hora de defender los derechos de los ciudadanos, destaca también la creación de ligas antiduelistas, no solo en España sino en toda Europa, gracias al impulso del rey Alfonso de Borbón y de Austria-Este. Además, los trágicos desenlaces de algunos duelos, como el sostenido en Sevilla el 11 de octubre de 1904 por el marqués de Pickman y el periodista Juan Pedro Barcelona, y que terminó con la muerte del primero, llevó a un sentimiento colectivo de reconocimiento de la inutilidad de esta práctica, que se hizo patente en la publicación de un manifiesto por parte de la prensa el 25 de febrero de 1905, el cual suscribieron 200 personalidades.

24 Citado por MATEOS FERNÁNDEZ, Juan Carlos (1998): «Cuestión de honor. Los periodistas se baten en duelo», Historia y Comunicación Social, nº 3, pp. 323-341; p.323.

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10. BIBLIOGRAFÍA ….

BARCELÓ JIMÉNEZ, Juan (1979): «Historia de dos duelos famosos: Romea-Escobar y Balart-Goicoerrotea», Monteagudo: Revista de literatura española, hispanoamericana y teoría de la literatura, n.º 64, pp. 5-16.

BURGOS, Carmen de (1919): Fígaro (revelaciones de “ella” descubierta, epistolario inédito). Madrid: Imprenta de "Alrededor del Mundo".

CABRIÑANA DEL CAMPO, marqués de (1900): Lances entre caballeros. Madrid: Sucesores de Rivadeneyra.

CHATEAUVILLARD, conde de (1836): Essai sur le duel. París: Bohaire.

CHATEAUVILLARD, conde de (1891): Ensayo sobre la jurisprudencia de los duelos por el Conde de Chateauvillard. Traducido del francés y seguido por comentarios y preceptos adicionales a dicha obra por D. Andrés Borrego. Madrid: Juan Iglesia Sánchez.

ESCOBAR, José (1976): «Un episodio biográfico de Larra, crítico teatral, en la temporada de 1834», Nueva revista de Filología Hispánica, nº 25, pp. 45-72.

ESPERÓN FERNÁNDEZ, Alberto José (2019): «Honor y escándalo en la encrucijada del Sexenio Democrático: la opinión pública ante el duelo de Montpensier y Enrique de Borbón», La cultura de la espada. De honor, duelos y otros lances. Madrid: Dyckinson, pp. 245-285

FONT SANMARTÍ, Armengol (1884): El duelo bajo el punto de vista del honor, de la religión y de la humanidad. Barcelona: Tipografía española.

LARRA, Mariano José de (2016): Fígaro. Colección de artículos dramáticos, literarios, políticos y de costumbres, edición, estudio y notas de Alejandro Pérez Vidal. Madrid: Real Academia Española, Barcelona: Espasa-Círculo de Lectores.

MATEOS FERNÁNDEZ, Juan Carlos (1998): «Cuestión de honor. Los periodistas se baten en duelo», Historia y Comunicación Social, nº 3, pp. 323-341.

PAJARÍN DOMINGUEZ, Jorge (2019): «Duelo, honor y masculinidad en la literatura española del siglo XIX», La cultura de la espada. De honor, duelos y otros lances. Madrid: Dyckinson, pp. 353-412.

PÉREZ GALDÓS, Benito (1909): España trágica. Madrid: Perlado, Páez y Compañía (Sucesores de Hernando).

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SÁNCHEZ, Raquel y GUILLÉN BERRENDERO, José Antonio (Coords.) (2019): La cultura de la espada. De honor, duelos y otros lances. Madrid: Dyckinson.

SÁNCHEZ ESTEVAN, Ismael (1917): «De una vida romántica, Larra y la Grissi», Ilustración Española y Americana, 11 de febrero de 1917.

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SÁNCHEZ ESTEVAN, Ismael (1934): Mariano José de Larra (Fígaro). Ensayo biográfico redactado en presencia de numerosos antecedentes desconocidos y acompañado de un catálogo completo de sus obras, Madrid: Editorial Hernando.

VARELA, José Luis (1948): Vida y obra literaria de Gregorio Romero Larrañaga. Madrid: CSIC.

YÑIGUEZ, Eusebio (1890): Ofensas y desafíos. Recopilación de las leyes que rigen en el Duelo y causas originales de este, tomadas de los mejores tratadistas, con notas del autor. Madrid: establecimiento tipográfico de Evaristo Sánchez.

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LA PIEZA DEL TRIMESTRE

Ciclo 2020

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Primer trimestre: enero-marzo Mónica Rodríguez Subirana MANUSCRITO DE EL DUELO, DE MARIANO JOSÉ DE LARRA (FÍGARO) (SALA XVII, GABINETE DE LARRA)

Segundo trimestre: abril-junio Diego Cameno Mayo ABANICO CONMEMORATIVO DE LA LLEGADA DE AMADEO I A ESPAÑA (SALA V, ANTESALÓN)

Tercer trimestre: julio-septiembre Ainhoa Gilarranz RECIBIMIENTO DEL EJÉRCITO DE ÁFRICA EN LA PUERTA DEL SOL, DE JOAQUÍN SIGÜENZA (SALA V, ANTESALÓN)

Cuarto trimestre: octubre-diciembre Sandra Gómez Todó RETRATO DE CECILIA RODRÍGUEZ PRIETO Y SU HIJA MARGARITA DE LA SOTILLA, DE ANTONIO GÓMEZ Y CROSS (SALA XVI, ALCOBA FEMENINA)

Coordinación y maquetación: Lucía Gómez Burgaz

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