PersPectivAs AntroPolÓgicAs sobre lA AmAzoniA ......PersPectivAs AntroPolÓgicAs sobre lA AmAzoniA...

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| 15 | INTRODUCCIÓN PERSPECTIVAS ANTROPOLÓGICAS SOBRE LA AMAZONIA CONTEMPORÁNEA 1 E n el primer semestre de 2009, casi de manera simultánea se abrieron al público en Bogotá dos exposiciones cuyo tema central fue la Amazonia: la exposición de fotografías “La Amazonia perdida: el viaje fotográfico del legendario botánico Ri- chard Evans Schultes”, realizada en el Museo de Arte del Banco de la República, y la exposición temporal “Llegó el Amazonas a Bogotá”, en el Museo Nacional de Colom- bia. La primera de ellas la componían 38 fotografías reproducidas en gran formato, tomadas por el botánico norteamericano a lo largo de sus doce años de recorridos y convivencia con los indígenas de la región amazónica colombiana. En su mayoría, las hermosas fotografías representaban indígenas de diferentes regiones de la Amazonia, cuyos cuerpos desnudos o ataviados con plumas o sayos sobresalían en la exuberancia del paisaje, como reflejo de una humanidad casi imperturbable en juego armónico con la naturaleza. Estas imágenes evocaban ciertamente una “Amazonia perdida” –como la denominaron los curadores de la muestra– que, no obstante, continúa alimentando las representaciones sobre estas selvas y sus pobladores nativos. La segunda, en cambio, plasmaba por medio de fotografías, mapas, objetos, documentos, videos y voces, los diversos procesos históricos de apropiación económica y cultural de los recursos de la selva por grupos de pobladores, nativos y foráneos de la región. El concepto de frontera orientaba la curaduría de la exposición y del guión museográfico buscando resaltar las múltiples fronteras geográficas, políticas, ecológicas, económicas y culturales que caracterizan la región. Intentaba de este modo desligar la representación de la magni- ficencia del medio selvático de la presencia exclusiva y casi aislada de sus habitantes indígenas, para enseñar en cambio detalles de la intervención de actores prominentes de la dominación externa. Las representaciones sobre la Amazonia propuestas por las dos exposiciones casi a un mismo tiempo y la gran afluencia de público metropolitano que atrajeron sugieren que ella constituye un poderoso objeto de consumo cultural. En el caso de la exposición fotográfica de Schultes, las imágenes alimentaban el deseo del público 1 Agradecemos los comentarios críticos de Renato Athias, Juan Álvaro Echeverri, Jean Jackson, María Clemencia Ramírez y Marta Zambrano.

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    introducciÓn

    PersPectivAs AntroPolÓgicAs sobre lA AmAzoniA contemPoráneA1

    En el primer semestre de 2009, casi de manera simultánea se abrieron al público en Bogotá dos exposiciones cuyo tema central fue la Amazonia: la exposición de fotografías “La Amazonia perdida: el viaje fotográfico del legendario botánico Ri-chard Evans Schultes”, realizada en el Museo de Arte del Banco de la República, y la exposición temporal “Llegó el Amazonas a Bogotá”, en el Museo Nacional de Colom-bia. La primera de ellas la componían 38 fotografías reproducidas en gran formato, tomadas por el botánico norteamericano a lo largo de sus doce años de recorridos y convivencia con los indígenas de la región amazónica colombiana. En su mayoría, las hermosas fotografías representaban indígenas de diferentes regiones de la Amazonia, cuyos cuerpos desnudos o ataviados con plumas o sayos sobresalían en la exuberancia del paisaje, como reflejo de una humanidad casi imperturbable en juego armónico con la naturaleza. Estas imágenes evocaban ciertamente una “Amazonia perdida” –como la denominaron los curadores de la muestra– que, no obstante, continúa alimentando las representaciones sobre estas selvas y sus pobladores nativos. La segunda, en cambio, plasmaba por medio de fotografías, mapas, objetos, documentos, videos y voces, los diversos procesos históricos de apropiación económica y cultural de los recursos de la selva por grupos de pobladores, nativos y foráneos de la región. El concepto de frontera orientaba la curaduría de la exposición y del guión museográfico buscando resaltar las múltiples fronteras geográficas, políticas, ecológicas, económicas y culturales que caracterizan la región. Intentaba de este modo desligar la representación de la magni-ficencia del medio selvático de la presencia exclusiva y casi aislada de sus habitantes indígenas, para enseñar en cambio detalles de la intervención de actores prominentes de la dominación externa.

    Las representaciones sobre la Amazonia propuestas por las dos exposiciones casi a un mismo tiempo y la gran afluencia de público metropolitano que atrajeron sugieren que ella constituye un poderoso objeto de consumo cultural. En el caso de la exposición fotográfica de Schultes, las imágenes alimentaban el deseo del público

    1 Agradecemos los comentarios críticos de Renato Athias, Juan Álvaro Echeverri, Jean Jackson, María Clemencia Ramírez y Marta Zambrano.

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    por la preservación de los recursos bióticos y por la permanencia de las comunidades nativas como garantía de nuestro futuro. En el caso de la muestra “Llegó el Ama-zonas a Bogotá”, nos recordaban que, lejos de ser una región marginal y periférica, asiento por excelencia de la alteridad indígena y natural, la Amazonia es un espacio de encuentros y conflictos que amenazan constantemente su sostenibilidad.

    Más allá de estas representaciones institucionalizadas, las nuevas tecnologías de la comunicación nos remiten imágenes de eventos que están teniendo lugar en este espacio regional. Con diferencia de unas semanas desde la inauguración de las exposiciones mencionadas, circularon por el canal virtual de videos YouTube las impactantes imágenes de los indígenas de la Amazonia peruana, quienes “alzados en lanzas” protestaban contra la legislación reciente que permitía al estado peruano renegociar la explotación de recursos naturales y energéticos con el capital transna-cional, poniendo en riesgo la posibilidad de permanencia en sus territorios. Estas imágenes de consumo masivo difícilmente convergen con las visiones idílicas de pobladores nativos y relatos edénicos de la biodiversidad amazónica y nos trans-portan a un escenario en el que esta región es, por el contrario, lugar de apetencias transnacionales, capitales privados, conflictos sociales y políticos, y desigualdades estructurales.

    Con más frecuencia de la que podríamos imaginar, esas representaciones se nutren del conocimiento experto antropológico. Para hacer justicia con el mismo y con la com-plejidad sociocultural que alberga esta región, por medio de una selección de artículos escritos por antropólogos y antropólogas, buscamos resaltar la presencia de múltiples actores sociales, quienes con sus intervenciones pasadas y presentes le han dado ca-rácter a una región cuyo destino se define en el cruce de escalas locales y globales. Sobre esta base, el libro hace un aporte a la comprensión comparativa de los procesos regionales de la Amazonia colombiana con los que tienen lugar en la Panamazonia.

    Génesis del libro

    Los antecedentes de este volumen se remontan al simposio “Construyendo territo-rios: actores sociales y conflictos en la Amazonia colombiana” realizado en el marco del X Congreso de Antropología en Colombia. Preocupados por la intensificación de los paisajes de la guerra en la región amazónica, en dicha ocasión convocamos a investigadores de diferentes disciplinas a debatir sobre las proyecciones territoriales de los diversos actores allí presentes. Sorprendentemente, las ponencias inscritas no abordaron los temas de la convocatoria; en cambio, se refirieron a otros proce-sos regionales amazónicos, desde una óptica exclusivamente antropológica. Quienes respondieron a nuestro llamado buscaban, evidentemente, un espacio para debatir el avance de sus investigaciones con otros colegas con quienes compartían un mismo referente geográfico antes que temático. Ponían de manifiesto la sentida necesidad de quienes trabajamos en la Amazonia de generar una rápida sintonía obviando las especificidades geográficas, políticas y sociales regionales para discutir cuestiones que, si bien no son exclusivamente amazónicas, llevan la impronta de una región

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    que se ha construido como expresión de la diversidad biológica y cultural, lugar de la alteridad indígena y frontera nacional interna e internacional.

    Percibimos entonces la utilidad de ofrecer una compilación de artículos que, par-tiendo de los textos que se presentaron en el simposio, diera cuenta de procesos regionales amazónicos prominentes y sirviera para identificar líneas de trabajo an-tropológico en desarrollo en nuestro país. Para complementar los temas presenta-dos en el simposio invitamos a otros investigadores nacionales y para sopesar las particularidades que estos trabajos destacaban del contexto amazónico colombiano invitamos a algunos más, nacionales e internacionales, que trabajan en otros países de la cuenca amazónica. El resultado es la compilación de veinticuatro artículos de autores suramericanos, norteamericanos y europeos, que comparten su formación en antropología y su interés por la Amazonia, pero difieren en sus trayectorias ge-neracionales y profesionales. Su lectura brinda una variedad de perspectivas y un material accesible y estimulante para adentrarse en los procesos contemporáneos de las comunidades amazónicas. Estos se abordan desde la cotidianidad de los sujetos (Ruiz, Sánchez, Wilson, Tobón), desde dinámicas pasadas que afloran en el presente (Cabrera, López, Oliveira, Rozo, Santoyo), desde los procesos políticos en juego en períodos recientes (Chaves, Conklin y Graham, Del Cairo, Freire, Jackson, Micarelli), desde temporalidades míticas e históricas (Echeverri y Pereira, Londoño, Santos-Gra-nero, Turbay) y, finalmente, desde el encuadre de estas diferencias en procesos regio-nales más amplios (Franky, Goulard, Nugent, Ramírez e Iglesias y Sanabria). Todos enfatizan una perspectiva relacional y, aunque la mayoría se enfoca en las socieda-des indígenas, lo hacen incluyendo en su óptica la interacción con agentes externos que pueden ser colectivos, institucionales o pobladores amazónicos no indígenas.

    Hemos estructurado el volumen en seis apartados que no pretenden inscribir los artículos en los márgenes exclusivos de los temas propuestos –pues de hecho la ma-yoría cruza varios de ellos– sino ordenarlos enfatizando alguna de las perspectivas analíticas o descriptivas que los identifican: 1. Las territorialidades y la intervención estatal; 2. Las representaciones de la alteridad y las políticas de la identidad; 3. Más allá de la etnización; 4. Las fronteras culturales y las fronteras nacionales; 5. Los discursos sobre el desarrollo y, finalmente, 6. El mito ante las encrucijadas indígenas contemporáneas. Además de los estudios sobre el contexto colombiano, cada una de las partes cuenta al menos con un artículo sobre otro de los países amazónicos: Brasil, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia y Guyana Francesa (véase mapa 1).

    Durante el proceso editorial, muchas veces nos preguntamos por los criterios que sustentaban una publicación que tenía como referente exclusivo la Amazonia y la antropología, justo en un momento en el que la globalización y la transnaciona-lización de los procesos políticos, económicos y culturales han puesto en entredicho la validez de los estudios de área especializados (Guyer, 2004; Slocum y Thomas, 2003) y cuando la comprensión de las dinámicas sociales contemporáneas demanda trascender los límites entre las disciplinas sociales (Wallerstein, 2003). Después de ponderar el conjunto de artículos, llegamos a dos conclusiones. Primero, que antes

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    que una debilidad, la exclusividad de la mirada antropológica de este libro permite poner en perspectiva la apertura y la flexibilidad que caracteriza las corrientes que se han desarrollado en la disciplina antropológica a partir de los años ochenta, para abordar temas tan diversos como el lugar del mito, las políticas públicas, la economía de la coca o las representaciones discursivas sobre la región y los agenciamientos de sus habitantes en los marcos cambiantes de estos procesos. Segundo, que la espe-cialización disciplinar no demerita los análisis producidos en otros campos del co-nocimiento, ni desconoce la apertura de las fronteras disciplinares; por el contrario, demuestra que es en el diálogo entre disciplinas donde los antropólogos que escriben

    mapa 1. localización de zonas de estudio/investigadores

    Río Orinoco

    VENEZUELA

    Caracas

    GeorgetownParamaribo

    CayenneGUYANASURINAME

    GUYANA FRANCESA15

    16

    COLOMBIA

    RíoMeta

    2345

    12

    6

    Bogotá

    Río Guaviare

    Río Negro

    PANAMA

    Panamá

    Mar Caribe OCÉANO ATLÁNTICO

    RíoMa

    gdale

    na

    78910

    QuitoECUADOR

    Río NapoRío Putumayo

    17

    RíoUcayali

    RíoPur

    us

    RíoTapajos

    Río Amazonas

    13

    14

    BRASILPERU 11

    Río X

    ingu

    Río A

    raguaia

    OCÉANOPACÍFICO

    Lima

    Lago Titicaca

    Río B

    eni Río GuaporeRío

    Mamore 12

    Brasilia

    BOLIVIA

    La Paz

    Asunción

    PARAGUAY

    Río S

    aoFrancisco

    Límite internacionalRíosCapitalInvestigador150 500 1,000 2,000km

    InvestigadoresCOLOMBIA

    1 Ruiz2 Del Cairo3 Rozo4 Cabrera5 Jackson

    6 Chaves7 Franky8 Londoño9 Echeverri y Pereira

    ECUADOR10 Wílson

    PERÚ11 Santos-G.

    BOLIVIA12 Sanabria

    GUYANA15 López

    VENEZUELA16 Freire

    BRASIL13 Conklin y Graham14 Nugent

    17 AMAZONIA COLOMBIANAFRONTERA: BRASIL-PERÚ-COLOMBIA

    70° W80° W 60° W 50° W 40° W

    20° S

    10° S

    10° N

    40° W50° W60° W70° W80° W

    10° N

    10° S

    20° S

    N

    TobónTurbaySánchez

    Pacheco de O.SantoyoGoulardMicarelli

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    en este libro nutren su proyecto intelectual. Así, el volumen puede inscribirse dentro de una “antropología amazónica”, pero no en el sentido clásico del término como estudio especializado de esta área geográfica, sino como una antropología contem-poránea que se hace en y sobre la Amazonia.

    Sin embargo, la aproximación metodológica y el lugar que en ella ocupan el trabajo de campo y la etnografía varían de un artículo a otro. Algunos de quienes escriben en este libro llevan más de tres décadas ligados con la región y tuvieron la oportunidad de desarrollar experiencias de trabajo de campo de duración prolongada (Conklin, Chaves, Echeverri, Goulard, Graham, Jackson, Nugent, Oliveira, Ramírez, Santos-Granero, Turbay). Otros, en cambio, se iniciaron en el trabajo de campo en un período en el que las condiciones sociopolíticas y de financiación limitan, aunque no excluyen, esa posibilidad (Franky, Freire, Londoño, Micarelli, Pereira, Ruiz, Sanabria, Tobón). Muchos han tenido un contacto directo más puntual con la Amazonia y sus pobladores, pero se interesan por la profundidad histórica de procesos que los han familiarizado con los fondos documentales especializados de los archivos históricos o con las producciones impresas sobre la región (Cabrera, López, Rozo, Santoyo). En lo que va de un extremo a otro, se encuentran quienes hacen trabajo de campo con indígenas amazónicos que habitan hoy en ciudades fuera de la región (Sánchez), quienes se desplazan entre centros urbanos amazónicos y allí recaban la información sobre procesos regionales (Del Cairo, Rozo) y quienes combinan varias de las estrate-gias anteriores de un modo original para responder preguntas que se formulan desde ángulos novedosos (Iglesias, López, Wilson).

    En cualquiera de los casos, es innegable que el trabajo de campo como “reso-cialización en una cultura extraña” (Guber, 2004) es hoy más la excepción que la norma, y que la práctica prolongada de trabajo de campo es menos un requisito indispensable para los antropólogos que trabajan en Amazonia que una opción per-sonal. En efecto, el volumen destaca que para hacer etnografía sobre la Amazonia no se requiere necesariamente “estar allí” (Geertz, 1989); las etnografías sobre la región pueden originarse en lugares por fuera de la Amazonia, bien sea por medio del análisis de objetos mediáticos, como la prensa escrita, las imágenes de video, los archivos históricos o las visitas a una de las oficinas del Ministerio del Medio Ambiente. Ahora bien, los artículos compilados en este libro, más que ejercicios de escritura innovadora, nos ofrecen lecturas sobre relaciones sociales, políticas y cultu-rales entre grupos diversos de pobladores de la región. El aparente empoderamiento que los discursos sobre diversidad biológica y cultural han dado a las poblaciones indígenas, con consecuencias para ellas y para otros grupos de la región, está en la mira de varios de quienes aquí escribimos. Bien sea para escudriñar los dispositivos culturales y de poder que se despliegan detrás de los discursos que los empoderan y de las maneras como se ponen en juego (Conklin y Graham, Del Cairo, Jackson, Mica-relli, Nugent, Wilson), bien para examinar los efectos de las políticas territoriales en las construcciones hegemónicas sobre la identidad indígena y el acceso a derechos territoriales (Chaves, Freire, Micarelli, Oliveira, Sánchez, Santos-Granero), para hacer

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    una etnografía del estado por medio del análisis de las políticas de desarrollo alter-nativo para la erradicación de cultivos de coca y sus consecuencias discriminatorias y criminalizadoras de los campesinos (Ramírez e Iglesias, Sanabria), o para debatir los marcos conceptuales (Nugent) y los posicionamientos políticos (Franky, Goulard, Ruiz) detrás de la corriente de etnización que domina el panorama de las relaciones interétnicas y que niega el espacio cultural de los no indígenas. Lo anterior va de la mano de quienes vuelven sobre el camino de las mediaciones de la dominación colo-nial y pasan examen a los flujos de la historia en procesos contemporáneos, bien sea encarando las fronteras internas e internacionales (Cabrera, López, Rozo, Santoyo) o las reactualizaciones del mito para narrar el pasado desde el presente (Echeverri y Pereira, Londoño, Micarelli, Santos-Granero, Turbay). El corte etnográfico de la mayoría de ellos brinda una rica descripción de escenarios geográficos y sociales, análisis e interpretaciones apoyados en perspectivas teóricas plurales (deconstruc-tivismo posestructuralista, estructuralismo perspectivista, antropología histórica, historiografía y análisis del discurso, por ejemplo).

    Ahora bien, muchos temas y perspectivas de análisis están ausentes o tangen-cialmente tratados en el libro, y los incluidos no agotan los existentes sobre la re-gión. Los efectos del conflicto armado, el género, las sexualidades y el parentesco, así como el impacto de la bioprospección y del turismo étnico y ecológico son, a nuestro modo de ver, las ausencias más notables sobre las cuales, sin embargo, desde que concluimos la selección, empezaron a aparecer trabajos que apuntan en ese sentido (Belaúnde, 2005; Espinosa, 2008; Greene, 2006; Lasmar, 2005; Nieto y Palacio, 2007; Ochoa, 2008; Reyes, 2009; Trejo, 2002). La especificidad regional que circunscribe los artículos nos invita a contextualizar esta compilación en los debates y las aproximaciones generados en la antropología amazónica en sus más de sesenta años de producción. Y si las teorías cambian pero las buenas etnografías permane-cen, como lo sugiere la trayectoria de esta antropología, la vigencia del volumen está garantizada.

    debates y trazos de la antropoloGía amazónica

    Convencionalmente, la antropología amazónica se define como el conjunto de estu-dios antropológicos especializados en las poblaciones indígenas que habitan la cuen-ca hidrográfica del río Amazonas. La trayectoria y los aportes de esta antropología regional se pueden rastrear a partir de los balances asociados con enfoques ecológi-cos (Crépeau, 1990; Roosevelt, 1994; Sponsel, 1995), históricos (Pineda, 2005; Whi-tehead, 2003) o, de manera genérica, etnológicos y socioantropológicos (Descola y Taylor, 1993; Henley, 1996; Jackson, 1975; Nugent y Harris, 2004; Overing y Passes, 2000; Santos-Granero, 1996; Taylor, 1996; Viveiros, 1996). Su revisión sugiere que la historia de la antropología amazónica converge con el curso de la antropología en general y su adecuación a los escenarios sociopolíticos que la han marcado. Sin em-bargo, para contextualizar los aportes de este libro, nos interesa identificar los efec-tos de las transiciones disciplinares en la producción antropológica sobre la región.

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    Teniendo en cuenta el movimiento dialéctico entre los avances teórico-con-ceptuales de la antropología y las encrucijadas políticas y culturales en las que se desenvuelven las dinámicas regionales, podemos identificar tres tendencias en la producción de la antropología amazónica que, si bien no delimitan períodos preci-sos, permiten caracterizar momentos de su desarrollo, muchas veces sobrepuestos temporalmente. Al identificar estas tendencias, somos conscientes de que incurri-mos en una simplificación de las fricciones propias del campo disciplinar antropo-lógico; sin embargo, no desconocemos su relativa autonomía en relación con los cambios en la producción antropológica (cfr. Bourdieu y Wacquant, 1995). Después de enunciar estas tendencias, caracterizaremos brevemente sus desarrollos. La pri-mera tuvo su génesis a partir de los años cuarenta y se enmarcó en los estudios de área (area studies) impulsados por los intereses geopolíticos estadounidenses de la posguerra, que encontraron desarrollos importantes en la antropología cultural norteamericana (Guyer, 2004). Este momento inicial, que se proyectó hasta la déca-da de los ochenta, se caracterizó por las discusiones alrededor de las determinacio-nes del medio ambiente en la evolución de las culturas, y se asocia con la escuela de la ecología humana. La segunda tendencia comenzó a perfilarse hacia finales de los años sesenta e inicios de los setenta, y se caracteriza por el cuestionamiento de la historicidad de los modelos evolutivos y tecnoambientalistas que orientaron los estudios de la fase anterior. Mediante la comprensión sincrónica de las sociedades indígenas, y sin abandonar del todo los intereses por la búsqueda de regularidades que permitieran hablar de principios sociales y culturales generales, cuando no universales, la antropología amazónica de este período se concentró en el estudio del funcionamiento, la estructura y los comportamientos de las sociedades indí-genas (Goldman, 1968; Lévi-Strauss, 1968a, 1972, 1988). La tercera tendencia, condicionada en gran medida por la reestructuración del orden global, la irrupción del tercer mundo en el primero y la centralidad que adquirieron las afiliaciones étnico-raciales hacia finales de la década de los ochenta, condujo a los antropólo-gos que trabajaban en la región a enfatizar la historicidad y la (re)construcción de las identidades amazónicas y a examinar los procesos políticos que circunscribían los agenciamientos de los múltiples actores regionales, ya no exclusivamente indí-genas (Santos-Granero, 1996; Gow, 1991; Nugent, 1993).

    Legatarios de una tradición colonial, los estudios del primer momento agruparon y clasificaron las poblaciones humanas en áreas definidas a partir de la continuidad geográfica de los rasgos culturales que compartían. Tales modelos impactaron la regionalización cultural establecida en diferentes partes del mundo y, a medida que se fueron consolidando, estructuraron desarrollos teóricos adecuados a las exigen-cias y a los desafíos analíticos que imponía cada área. Así se comenzaron a perfilar antropologías regionales, como la africanista, la mesoamericana, la caribeña, la de los Andes, entre otras.

    Los inicios de formalización de la antropología amazónica coincidieron con la publicación del Handbook of South American Indians, a mediados del siglo pasado

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    (1943-1950). Julian Steward (1943), su editor, impulsó la clasificación sistemática de las poblaciones nativas suramericanas a través del modelo de las áreas culturales, dedicando el tercer volumen de esa colección a las comunidades de la selva tropi-cal amazónica. Para ello organizó información dispersa sobre las culturas del área siguiendo el criterio ecológico. Su clasificación, basada en la distinción canónica entre la tierra firme y la várzea, introducida por Donald Lathrap, fundamentó una supuesta uniformidad ecológica regional que no obstante era considerada por el mismo Lathrap (1970) como la distinción más importante en la Amazonia desde el punto de vista de la ecología humana, la cual representaba a la vez un desafío y un constreñimiento para la intervención humana (Knight y Rival, 1992). La regionalización que propuso el Handbook operó a partir de una hipótesis ecológica consistente en la determinación ambiental del desarrollo cultural. Esta proponía que, debido a determinantes ambien-tales como la pobreza de los suelos, entre otros, las culturas amazónicas solo alcanza-ron un cierto nivel de desarrollo caracterizado por “una adaptación milenaria al bosque húmedo tropical” consistente en una baja densidad de población, un patrón de asen-tamiento disperso y una agricultura de tumba y quema. Su desarrollo contrastaba con el alcanzado por las culturas andinas y caribeñas que habitaban regiones con menores constreñimientos ecológicos. Aunque significativa, su propuesta adolecía de una suer-te de amnesia histórica, debida en parte a las limitaciones de las reseñas etnográficas utilizadas en la elaboración del Handbook, que ignoraban los relatos etnohistóricos sobre grandes civilizaciones a orillas del Amazonas.

    La noción de tropical forest level of culture que introdujo Julian Steward en el Handbook experimentó, en los años sesenta y setenta, un florecimiento con el impac-to de los estudios de Betty Meggers (en los años cincuenta y sesenta), pasando por Carneiro y Gross (en los setenta), y cuyos rasgos se rastrean hasta Beckerman (en los ochenta). Los efectos de esta propuesta en la disciplina antropológica pueden iden-tificarse en los estudios sobre determinismos tecnoambientalistas de la ecología cul-tural (Meggers, 1981; Gross, 1985; Crépeau, 1990) y sobre diferencias tecnológicas y de producción simbólica del universalismo ecológico (White, 1975; Harris, 1979). Sin embargo, los estrechos vínculos que la naciente antropología amazónica mantuvo con la ecología cultural y con los modelos y debates de escuelas neoevolucionistas norteamericanas terminaron sobrevalorando las especificidades del medio selvático en la determinación de estados de evolución sociocultural, que muy poco aportaron a la explicación de la variabilidad cultural observada. Así, a pesar de sus aportes a la descripción y la clasificación lingüística y cultural de las poblaciones indígenas, al finalizar los años sesenta la antropología amazónica continuaba siendo marginal frente a las demás antropologías regionales.

    Hacia finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, en los que se con-figura el segundo momento de la antropología amazónica, el contexto político inter-nacional, marcado por el auge de los movimientos independentistas en contra de los regímenes coloniales, y las dispares consecuencias de la expansión del capitalismo moderno generaron un ambiente de cuestionamiento y crítica de la antropología

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    tradicional (Hymes, 1972; Asad, 1973, Leclerc, 1972). Los antropólogos británicos, franceses y norteamericanos que trabajaban sobre la Amazonia tuvieron que res-ponder a las demandas del nuevo contexto sociopolítico. Bajo el supuesto de que las sociedades indígenas constituían todos orgánicos limitados por culturas localizadas adaptadas a una naturaleza determinada y preexistente, la antropología amazónica de este nuevo período prestó una atención más cuidadosa a las especificidades culturales regionales, sin cuestionar el supuesto aislamiento de las sociedades indígenas que privilegiaba en sus estudios. Influenciada por las teorías estructural-funcionalistas y estructuralistas del momento (Vickers, 1993; Pineda, 2005), se concentró en las es-tructuras de parentesco (Århem, 1981; Correa, 1996; C. Hugh-Jones, 1983; Jackson, 1983; Kensinger, 1984), la estructura del mito y su eficacia simbólica (S. Hugh-Jones, 1979; Lévi-Strauss, 1968, 1968a, 1972; Reichel-Dolmatoff, 1968, 1996; Bidou, 1974, 1979), las cosmologías sociales y el manejo ecológico (E. Reichel, 1987; Reichel-Dol-matoff, 1978, 1978a, 1996a; Von Hildebrand, 1984) y las redes de intercambio social y cultural (Jackson, 1975; Silverwood-Cope, 1990; Whitten, 1976), que en conjunto se convirtieron en los temas privilegiados del momento. No obstante las críticas que hoy podamos formularles, los estudios de este período dejaron en un lugar destacado la producción antropológica sobre la Amazonia gracias a que el universo empírico de las sociedades indígenas se mantuvo en el centro de la teorización sobre el pa-rentesco y el mito (Lévi-Strauss, 1968a). Al mismo tiempo, marcaron el despegue de la producción antropológica suramericana sobre la región (Pineda, 2005). Aunque hubo notables excepciones (Llanos y Pineda, 1982; Hill, 1988), la preocupación por las discusiones eminentemente académicas alejó a algunos de estos antropólogos de la interpretación de los procesos políticos y de la consideración de la historia como medio para superar el aislamiento anacrónico de la antropología amazónica (Taylor, 1996). Cuando más, se interesaron por los procesos de cambio que a su parecer aten-taban contra la reproducción de la especificidad cultural de las sociedades indígenas, en lo que se conoce como monografías etnográficas y estudios de rescate sobre la aculturación, en muchos de los cuales se percibe una suerte de nostalgia por lo que se consideraba que se estaba perdiendo (Pineda, 2005).

    En un ámbito más regional, algunos antropólogos de los países de la cuenca se vieron compelidos a contrastar los modelos estructuralistas y funcionalistas con los procesos acelerados de cambio que experimentaban las poblaciones indígenas amazónicas. Imbuidos de la “fe estructuralista”, como la denomina el antropólogo Roberto Pineda Camacho (2009), pionero de los estudios de la antropología histórica en la Amazonia colombiana, los antropólogos colombianos de los años setenta tuvie-ron que ponerla a prueba al corroborar empíricamente que los análisis sincrónicos de escenarios y problemas debían integrar el curso de la historia infame que los produ-cía. Quienes atendieron a este dilema produjeron etnografías que pueden clasificarse entre las que tuvieron parcialmente en cuenta los contextos y las articulaciones que propiciaban el cambio, pero se enfocaron en el funcionamiento sincrónico de las sociedades (Reichel-Dolmatoff, 1968), y aquellas que hicieron del cambio su objeto

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    de análisis y derivaron hacia modelos para comprender el contacto interétnico entre indígenas y agentes nacionales (Bonilla, 1968; Calle, 1981; Pinzón, 1979; Guzmán, 1971, 1971a; Jimeno, 1979). En muchos casos, estas últimas dieron lugar a denun-cias de la dominación sobre las sociedades indígenas amazónicas y acerca del riesgo de su desaparición como consecuencia de relaciones de producción y de ocupación del espacio amazónico articuladas con el avance del capitalismo. La ausencia de una perspectiva global que ampliara la teorización sobre los agenciamientos propios de las sociedades amazónicas frente a las fuerzas externas limitó en los dos casos la comprensión de la historicidad de estas sociedades y el alcance y la validez de muchos de los supuestos de la antropología amazónica de este segundo período (Santos-Granero, 1996), cuyo foco, sin embargo, continuó privilegiando a las socie-dades nativas sobre las sociedades mestizas o campesinas.

    Hacia comienzos de los años noventa, las nuevas condiciones de estructura-ción del orden global condujeron progresivamente a los antropólogos a enfatizar la historicidad y la (re)construcción de las identidades amazónicas, con lo cual se inaugura el tercer momento de esta antropología regional. Abiertos a la influencia de propuestas teóricas y metodológicas como la de Eric Wolf en su libro Europe and the People Without History (1982), que enfatizaba las complejas relaciones entre cultura y poder, rescataba la historicidad de las sociedades no europeas y de las dinámicas que las vinculaban con agentes institucionales, estos antropólogos reconocieron que la antropología amazónica había estado dominada por los estudios sobre sociedades amerindias y que, en más de una ocasión, había ofrecido una visión de ellas como aisladas y congeladas en el tiempo. Este es el caso de los análisis sobre el mito que con-tinúan siendo un tema recurrente en la antropología amazónica, pero que asumieron una perspectiva histórica que destacó la capacidad de las sociedades indígenas para interpretar por medio del mito su inserción en procesos locales y globales relaciona-dos con la modernidad (Descola y Taylor, 1993; Echeverri, 1997; Fausto y Hecken-berger, 2007; Pineda, 2005; Santos-Granero, 1996;). En el plano teórico, el grupo de investigadores amazónicos liderados por Eduardo Viveiros de Castro, heredero y a la vez crítico de la tradición estructuralista francesa, promueve el perspectivismo para potenciar el análisis del mito, en el marco de una escuela que ha denominado de “economía simbólica de la alteridad”. En diálogo con las tradiciones anglosajonas circunscritas en la comprensión de la socialidad y la economía moral de los pueblos amazónicos (Belaúnde, 2005; Londoño, 2004; Overing y Passes, 2000; Vilaça, 2000) propusieron el examen de las relaciones entre seres humanos y animales argumen-tando la arbitrariedad de las fronteras que la racionalidad capitalista moderna ha establecido entre naturaleza y cultura. Para ello, rescataron la vertiente mítica del pensamiento indígena en el que las entidades humanas y animales dialogan, mutan y se transforman, y que refleja la complejidad de modos de vida en los que esquemas de percepción se traducen en pautas de ordenamiento práctico.

    Por otra parte, se consolidó una corriente heterodoxa que replanteó la aproxi-mación a las sociedades indígenas enfocándose en las construcciones de etnicidad

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    en el marco de procesos políticos de diferente escala y en las rupturas epistemológicas de las ciencias sociales. La trayectoria de más de tres décadas de la antropóloga esta-dounidense Jean Jackson ilustra bien esta tendencia. En un artículo sobre su trabajo antropológico en el noroeste amazónico colombiano, Jackson (2001) atribuye la ruptu-ra con las teorías estructuralistas que sustentaron sus primeros trabajos, en los años setenta, a dos factores: por un lado, las transformaciones del escenario político local, y por otro, la irrupción de la crítica posmoderna en la teoría social, en cuatro sentidos: 1. la aceptación de la premisa derrideana de que la identidad no se puede pensar por fuera de la diferencia; 2. el impacto del giro lingüístico para examinar la modelación de la realidad a través del discurso; 3. la incidencia de la política de la cultura y sus impli-caciones para la conceptualización de la cultura; y 4. la vinculación inexorable de las sociedades de pequeña escala ubicadas en periferias, como la Amazonia, con el resto del mundo (Jackson, 2001). En conjunto, estas transformaciones pusieron en entredi-cho los principios básicos del método etnográfico canónico, intensivo y comprehensivo, centrado en una localidad delimitada, y demandaron metodologías de recolección de información más flexibles tanto en la localización como en las fuentes.

    Desplazando el énfasis analítico, de la estructura hacia el proceso, a partir de en-tonces la antropología amazónica se enfocó en el análisis de las coyunturas sociales, políticas y económicas a las que se veían abocados no solo los indígenas, sino otras sociedades amazónicas como los caboclos, los mestizos, los campesinos colonos y los crecientes núcleos de población urbana, frente a la expansión del mercado, el impacto de las tecnologías de comunicación y la movilidad espacial que estas pro-piciaban (cfr. Taylor, 1996). Se generó, entonces, un movimiento de revaloración de las etnografías producidas hasta el momento. La corriente renovadora cuestionó las categorías discretas e inmutables para aproximarse a las identidades amazónicas, adoptó el constructivismo como marco de análisis sobre la naturaleza relacional y negociada de las identificaciones, a la vez que rescató el papel político de la memoria y de la capacidad de agenciamiento (agency) de los pobladores amazónicos (Brown y Fernández, 1991; Taussig, 1987; Whitten, 1985).

    Uno de los aspectos que continuó siendo problemático en la antropología amazó-nica de este período fue la posición marginal que ocuparon los sujetos y colectivos no indígenas como objeto de análisis. A este respecto es sintomático que solo hasta 2004 se publicó en Inglaterra la primera compilación de trabajos antropológicos dedicada exclu-sivamente a pobladores amazónicos no indígenas, bajo el sugestivo título de Some other amazonians (Nugent y Harris, 2004). Esto, por supuesto, no quiere decir que el tema haya estado completamente ausente del debate antropológico regional, ya que desde hace un buen tiempo se han publicado importantes trabajos sobre el tema (por ejemplo, Gow, 1991; Nugent, 1993; Parker, 1985; Ramírez, 2001; Wagley, 1953; Wagley y Galvão, 1949), ni que otras disciplinas sociales no hubieran prestado atención a este tipo de poblaciones (Domínguez y Gómez, 1994; González, 1988a, 1988b, 1992; Molano, 1987, 1989, 1992). Sin embargo, entre estos trabajos y los análisis antropológicos sobre pobla-ciones étnicas existe un desbalance significativo a favor de estas últimas.

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    Este libro se inscribe en el contexto de estas transformaciones. A la luz de los artículos aquí reunidos podemos además identificar algunas tendencias en el abor-daje de temas y problemas de investigación. Los estudios monográficos sobre grupos étnicos particulares han perdido vigencia y en su lugar cobran centralidad las pers-pectivas interétnicas que atienden a las múltiples relaciones que vinculan indígenas de diferentes etnias y a estos con campesinos y agentes del estado, de las ONG, aca-démicos e investigadores, entre otros. Por otra parte, antes que estudios monográfi-cos localizados, las investigaciones se enfocan hacia la movilidad espacial indígena, dentro y fuera de sus áreas “tradicionales” de asiento, cuestionando la asociación unívoca entre cultura, identidad y lugar (cfr. Gupta y Ferguson, 1992). También se privilegia el estudio sobre dinámicas generadas en la interacción con agentes ex-ternos, por medio de la ejecución de políticas públicas, programas de desarrollo, políticas electorales y relaciones económicas, entre otras. En este sentido, el análisis de las estrategias y los efectos de la penetración del estado moderno en la Amazonia constituye otro de los temas que concentran la atención de los antropólogos y de la antropología regional. Su estudio se realiza por medio de etnografías sobre formas contemporáneas de institucionalización de relaciones entre pobladores locales, esta-do y agencias no gubernamentales, de acuerdo con estrategias que promueven racio-nalidades burocráticas y que giran en torno a los discursos sobre cultura, identidad, derechos, participación y desarrollo. Finalmente, las perspectivas que predominan en la mayoría de los artículos involucran dinámicas locales y externas a la región, pasadas y presentes. Para contextualizar las dinámicas que son objeto de análisis en este libro, ofreceremos una síntesis de las tendencias sociales, políticas, culturales y económicas más relevantes en las que estas se insertan.

    procesos sociopolíticos y culturales

    en la amazonia contemporánea

    A nuestro modo de ver, tres son los procesos socioculturales más importantes en curso en la Amazonia colombiana, los cuales tienen su correspondiente desarrollo en la Pana-mazonia. El primero se relaciona con el surgimiento de una esfera pública transnacio-nal en la que se debaten asuntos relacionados con el manejo de la diversidad biológica y cultural regional. Como espacio de producción y circulación de discursos, esta esfera tiene su origen en las preocupaciones ambientalistas y multiculturalistas noratlánti-cas que, simultánea y contradictoriamente con la promoción de visiones idealizadas de relaciones armónicas entre sociedades nativas y medio amazónico, aparentemente cuestionan la expansión global de los mercados (Chaves, 2010; Conklin y Graham, en este volumen; Hale, 2006; Martínez, 2009). La configuración de esta esfera en los años ochenta ha consolidado una tendencia de análisis histórico sobre la dependencia de la Amazonia frente a centros de poder de decisión ubicados fuera de ella.

    El segundo proceso –en parte una consecuencia del anterior– está relacionado con la instauración de un nuevo régimen de representación sobre las poblaciones y

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    el medio amazónico (cfr. Rojas, 2001). En concordancia con las preocupaciones sobre la diversidad biológica y cultural, este nuevo régimen ha revertido la valoración ne-gativa de las poblaciones indígenas y del medio selvático, que predominó hasta bien entrados los años setenta (Chaves, 1998; Del Cairo, 2006). Al enaltecer a los indíge-nas como nativos ecológicos, el nuevo régimen de representación ha degradado a los pobladores no indígenas como desecho de relaciones capitalistas de producción, que no encuentran asidero en las retóricas de la conservación del patrimonio cultural y natural del nuevo ordenamiento (véanse Conklin y Graham en este volumen; Nugent y Harris, 2004; Redford, 1990).

    Estos dos procesos se ven reflejados en un tercero que, a su vez, se conecta con los anteriores. Se trata de la ejecución de políticas de ordenamiento territorial y de desarrollo que les han permitido a los estados afianzar su hegemonía en la periferia, responder a las directrices de instituciones multilaterales y transnacionales interesadas en la explotación de recursos naturales y energéticos, y establecer controles represivos a la expansión de cultivos de uso ilícito, en el caso de los países andino-amazónicos, muchas veces asociados con el fortalecimiento de los movimientos armados insurgen-tes, particularmente en Colombia (Fontaine, 2003, 2006; Houghton, 2008; Léons y Sanabria, 1997; Ramírez, 2001; Sanabria y Ramírez e Iglesias, en este volumen).

    En la práctica, estos procesos no se presentan independientemente sino en entre-lazamientos múltiples, complejos y contradictorios, que han sido aprovechados por grupos de poder político y económico, nacional y transnacional, para recomponer hegemonías sirviéndose de este régimen de representación. Al mismo tiempo, des-pejan el camino para la intervención de capitales privados que, vía la adjudicación de derechos territoriales y licencias de exploración y explotación, negocian con los estados las formas más convenientes para apropiarse de los recursos y llevar el “pro-greso” a la región.

    La configuración de la esfera pública global amazónica alrededor de las preocu-paciones ambientales y culturales ha promovido políticas multiculturales en las que los nativos indígenas se empoderan y a la vez se subordinan a las lógicas de los discursos que los empoderan (véanse los trabajos de Wilson y de Conklin y Graham en este volumen). En la base de estas políticas se encuentra el régimen de reconoci-miento de derechos territoriales para los pueblos indígenas amazónicos, sustentado sobre dos premisas interdependientes: por una parte, que los indígenas constituyen colectividades culturalmente diferenciadas que hay que proteger, dado su uso susten-table del medio amazónico. Por otra, que este medio es frágil y hay que preservarlo en virtud de su papel regulador de las dinámicas ambientales y climáticas globales. En la confluencia de estas premisas gira la puesta en práctica del reconocimiento de la au-tonomía para los pueblos indígenas, bajo el supuesto de que la delimitación de territorios les permite recuperar o afianzar sus prácticas tradicionales de producción y las estructuras organizativas tradicionales que las garantizan.

    Acorde con el régimen de representación, los estados y las agencias internacio-nales de cooperación, por su lado, han redefinido los discursos sobre el desarrollo

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    en términos que supuestamente velan por los intereses de la conservación dentro de modelos capitalistas de explotación de recursos naturales (Hall, 2000; O’Connor, 2001). Sin embargo, la posibilidad de que los derechos territoriales puedan represen-tar una estrategia efectiva que sirva para los fines de conservación y de seguridad para los pueblos indígenas siempre queda en entredicho una vez se subordina a los intereses del capital. Este es el caso de la vulneración de derechos territoriales para las comunidades indígenas en las áreas de explotación petrolera en Colombia y Ecua-dor (cfr. Chaves, en este volumen; Fontaine, 2006; Sawyer, 2004).

    El desarrollo sostenible, ecológico, alternativo, étnico o local pone el foco en dinámicas que, si bien son relevantes, nunca abordan los problemas que afectan a los productores locales y tienen que ver precisamente con la articulación económica desigual de la región con los mercados mundiales hacia los cuales históricamente se han dirigido los recursos y la producción regional (Fontaine, 2003; Hall, 2000; Goodman y Hall, 1990; Sawyer, 2004). Caucho, resinas, pieles, maderas, petróleo, oro y bancos genéticos (Greene, 2006; Posey y Balick, 2006), así como pasta de hoja de coca, para mencionar solo algunos, son recursos y productos que han ali-mentado intereses globales sobre la Amazonia (Domínguez y Gómez, 1990, 1994; Hecht y Cockburn, 1989). Hoy, la explotación de recursos naturales (Posey y Balick, 2006), la expansión de la agroindustria con miras a la producción de biocombusti-bles (Fontaine, 2003) y la demanda de pasta de coca para la producción de cocaína (Léons y Sanabria, 1997) con destino a los mercados del primer mundo son los procesos que jalonan la economía regional y, por tanto, las políticas de gobierno en los países de la región.

    No obstante la intención ambientalista que dicen tener, las políticas que alientan estos procesos económicos son en su conjunto responsables de la deforestación del bosque amazónico a ritmos nunca antes sospechados (Carrere et ál., 2002). Así, al tiempo que propenden por la preservación de los bosques amazónicos, los estados impulsan hoy la integración regional desestimulando la colonización campesina y estimulando la producción agrícola empresarial y los proyectos extractivos de índole minera, forestal, etc. (Fontaine, 2003; Houghton, 2008). Estas actividades han acele-rado la concentración de la propiedad de la tierra, acentuado la inequidad social, ali-mentado el conflicto entre grupos de poder y marginado a los pequeños productores campesinos e indígenas. En el caso colombiano, además, las políticas antinarcóticos que intentan frenar la expansión de la producción de hoja y pasta de coca que da sustento a muchos campesinos de las áreas de colonización, utilizan métodos de mi-litarización y de fumigación altamente nocivos para el ambiente y las poblaciones humanas (véanse Puyana, 2004; Ramírez e Iglesias, en este volumen).

    A las anteriores estrategias de intervención capitalista se suman recientemente las empresas destinadas al turismo cultural y ecológico que, en la mayoría de los casos, están en manos de capitales externos que se benefician de los escenarios na-turales, promueven la exotización de las poblaciones indígenas y se aprovechan de la oferta de trabajo local (Hutchins, 2007; Stronza, 2005; Vásquez, 2008). En conjunto,

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    los procesos arriba descritos muestran una vez más las promesas incumplidas del desarrollo (cfr. Escobar, 1996).

    Finalmente, la gobernabilidad de los estados en la mayoría de los países de la cuenca se ha afianzado por medio de planes de ordenamiento espacial en los que se superponen figuras administrativas como las de resguardo indígena, reserva de la biósfera, parque natural, bloques de explotación petrolera, concesiones mineras y municipios, a las que podríamos añadir la de territorios bajo el control de grupos in-surgentes o narcotraficantes en el caso colombiano. Esta superposición de figuras te-rritoriales ha generado escenarios de disputa y confrontación en los que los problemas administrativos y legales que de ella se derivan acentúan los conflictos relacionados con la ocupación y el uso de territorios, en detrimento de las poblaciones locales. Por ejemplo, el otorgamiento de derechos territoriales a las comunidades indígenas no ha ido aparejado con derechos de propiedad para otros grupos de población regional y, a la vez, los derechos territoriales de indígenas y campesinos están siendo vulne-rados por las concesiones a grupos privados. De este modo, la política de protección territorial indígena queda en entredicho, dado que se privilegian los intereses de compañías privadas para la exploración y explotación de recursos biogenéticos o no renovables (Sawyer, 2004) y no se materializan los supuestos intereses públicos que sustentaban la delimitación de áreas de reserva natural. Aunque la superposición de jurisdicciones territoriales sugiere que el ordenamiento espacial es paradójico porque justamente no ordena, la misma le permite al estado sustraerse como parte en la negociación de los conflictos y ubicarse como árbitro para satisfacer los intereses del capital, al ubicar a los grupos económicos como interlocutores directos con las pobla-ciones locales en las negociaciones para la explotación de recursos. Ahora veamos lo que al respecto de estos procesos plantean los autores de esta obra.

    el contenido del libro

    El tratamiento diferencial de las políticas territoriales en la Amazonia está fuerte-mente enraizado en las construcciones de diversidad cultural. En conjunto, los artí-culos del libro sugieren que esta diversidad no es estrictamente una realidad empíri-ca, conformada por grupos sociales diferenciados. Más bien, permiten inferir que es el resultado parcial de los discursos y las miradas de los antropólogos sobre sujetos más o menos legítimos del análisis antropológico; por tanto, quedan excluidos de esa diversidad aquellos que no encuadran en el régimen de representación de la alteridad que históricamente ha delimitado el campo de análisis antropológico. En este senti-do, quienes lean este libro podrán identificar diferentes construcciones de diversidad, de acuerdo con las conceptualizaciones y los posicionamientos sobre la diferencia cultural y los procesos en los que ella se inserta.

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    las territorialidades

    La demarcación legal de territorios constituye un momento culminante en el proceso de estabilización de las relaciones entre el estado y las comunidades locales. Varios de los artículos en este volumen nos invitan a reflexionar sobre sus implicaciones en el caso de las comunidades indígenas. Oliveira, por ejemplo, señala que la demarcación de te-rritorios para los ticuna del alto Solimões, en cercanías de Tabatinga, a mediados del siglo pasado, fue un proceso muy importante en la definición del espacio político que instituyó la identidad colectiva de ese grupo. La intervención de los agentes estatales generó una “faja de biculturalidad” que vinculó dialécticamente a los indígenas como tutelados y a los funcionarios indigenistas como tutores, y produjo sentidos cultu-rales interdependientes que moldearon las representaciones y expectativas mutuas en el marco de relaciones de poder. La perspectiva histórica de este artículo pone en entredicho las percepciones generalizadas que ven en la demarcación de territorios la culminación de un proceso de empoderamiento de las comunidades indígenas. Sugiere que lo que existe es una vinculación de alteridades en doble vía, entre tu-tor y tutelado, que permite apreciar cómo la institucionalización de los territorios indígenas en Brasil encarnó una estrategia que le permitió al estado disputar a los caucheros el control de las poblaciones indígenas.

    El planteamiento del empoderamiento indígena vía la titulación de territorios se sustenta hoy en los principios de la conservación biológica y cultural. Sin embargo, como lo muestra Freire, los discursos ambientalistas que favorecen el acceso a dere-chos territoriales para los indígenas revelan contradicciones cuando, por un lado, dicen promover el reconocimiento de las perspectivas locales del manejo de los recursos, pero, por el otro, ignoran las formas actuales de tenencia y usufructo de la tierra en un momento en el que muchas de estas comunidades se han visto compelidas a migrar hacia las cercanías de centros urbanos, en la búsqueda de oportunidades económicas y de otra índole. En Venezuela, el reconocimiento de tierras a los indígenas ha sido un proceso tardío, en comparación con otros países de la cuenca. En este caso, Freire sugiere que la rigidez de las nociones territoriales del estado, en lugar de plegarse a las expectativas indígenas, se impone a través de la fijación de límites y lugares que refor-mulan sus convenciones tradicionales de demarcación territorial, evidenciando que el otorgamiento de derechos territoriales a los pueblos indígenas es una estrategia que busca su alineamiento con los intereses del estado bajo la promesa de la autonomía.

    De otra parte, las comunidades indígenas que se encuentran por fuera de los territorios delimitados por el estado continúan siendo uno de los grandes desafíos tanto para este último como para los antropólogos que trabajan en la Amazonia. Lo anterior, porque las representaciones sobre las sociedades indígenas siguen reprodu-ciendo la idea de que ellas constituyen una forma de humanidad única y extraña a la vez, que se desliza hacia dentro y hacia fuera de modos de vida supuestamente “tra-dicionales” y radicalmente diferentes de los de nuestra sociedad. Esta visión suele acompañarse del discurso sobre su inherente necesidad de tierra, no como un medio fundamental para su reproducción social, sino como la condición sine qua non de su

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    indianidad. Incluso acuerdos internacionales como el Convenio 169 de la OIT asocian las identidades indígenas con territorialidades discretas y “tradicionales” que niegan los procesos contemporáneos de movilidad y urbanización y, sin embargo, constituyen uno de los instrumentos políticos más utilizados por los movimientos indígenas para legitimar sus reclamos territoriales ante los estados.

    Siguiendo este planteamiento, en Colombia, como en los demás países amazóni-cos, el otorgamiento de derechos territoriales a los indígenas se ha dado sobre la base de la titulación de territorios colectivos como forma privilegiada de la territorialidad indígena. Este es el problema en el que se enfoca Chaves al contraponer la visión normativa de la política territorial estatal y las visiones estratégicas de las territo-rialidades indígenas en su movilidad espacial e identitaria. A partir del análisis de los agenciamientos indígenas que desbordan la localización y la permanencia en el lugar, cuestiona la fijación de la identidad en el territorio –que les atribuye el discurso estatal y antropológico– y la definición de derechos particulares para los indígenas como base para edificar los poderes administrativos y proteccionistas del estado.

    La crítica a la fijación de la identidad en el territorio adquiere otras connotaciones en el trabajo de Micarelli. Según esta autora, la concepción institucional estatal de los resguardos indígenas como habitados por comunidades homogéneas discretas se contradice con las dinámicas de movilidad y la historia de cruces interétnicos de estas poblaciones. El “enjambre” que configura el tejido de redes indígenas entre asenta-mientos caracterizados por mezclas, alianzas y cruces interétnicos, producto de los procesos de poblamiento regional, contesta el modelo segregacionista del estado.

    Los cambios en la espacialidad y la territorialidad indígena también quedan plas-mados en el mito. Así lo señala Santos-Granero, quien en su artículo destaca la versa-tilidad del mito para enfrentar los cambios rememorando y reinventando los espacios asociados con localidades que han sufrido procesos drásticos de transformación de su paisaje. Conectando el mito con los debates actuales sobre la relación entre cultura, lu-gar e identidad, Santos-Granero ofrece elementos etnográficos para comprender la (re)producción de localidades a través de la creación de lugares simbólicos y los ritos que los celebran en el contexto de la Selva Central peruana (cfr. Appadurai, 1996; Gupta y Ferguson, 1992).

    La migración indígena amazónica hacia centros urbanos es el proceso contempo-ráneo más importante que está transformando las territorialidades “tradicionales”. En su artículo sobre los migrantes amazónicos en Bogotá, Sánchez cuestiona la po-sibilidad de asir la identidad étnica como una mera derivación de la territorialidad, como si quienes viajaran afuera de la región dejaran atrás sus lazos ancestrales para iniciar un proceso de mestizaje. Demuestra, por el contrario, que lejos de debilitar la vinculación con el territorio y la sociedad de origen los migrantes amazónicos reconstruyen efectivamente su identidad en el medio urbano a partir de mezclas propiciadas por su aspiración a insertarse en dinámicas “modernas urbanas”, pero la añoranza por el lugar de origen permanece y se traduce en un deseo persistente por el retorno y constantes contactos y viajes a la Amazonia.

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    Este grupo de autores propone que el otorgamiento de derechos territoriales se sustenta en una situación de dominio, en la cual la voluntad (individual y colectiva) de los potenciales beneficiarios indígenas de las políticas territoriales se suprime para dar lugar a una serie de consensos provisionales alrededor de lo que propone el estado. Sin embargo, como señala Oliveira (2006), estos derechos no legitiman de manera definitiva el control de los aparatos de poder estatal sobre los indígenas, ni significan el punto final de las demandas de los dominados.

    las políticas de la identidad

    El cambio en el régimen de representación no solo tiene que ver con las imágenes de la Amazonia como despensa de recursos naturales y minerales y de los indígenas como ecologistas por naturaleza (cfr. Ulloa, 2004). También se relaciona con las presuncio-nes hegemónicas sobre “la” identidad indígena que promueven visiones idealizadas de comunidades armónicas y homogéneas en cuanto a sus destinos e intereses políticos (Graham, 2002). Estas imágenes otorgan un poder relativo a los indígenas a la hora de negociar sus intereses en la escala nacional e internacional; sin embargo, como lo señalan Conklin y Graham, en la medida en que ese poder se soporta en estereotipos externos queda supeditado a intereses ajenos a los de las comunidades indígenas. Por otra parte, aunque el régimen de representación construye la idea de un empo-deramiento distribuido de manera uniforme entre todos los indígenas, el estudio de escenarios concretos muestra la producción de un terreno desigual de distinciones, jerarquías y diferenciaciones entre ellos, generando nuevas dinámicas de inclusión/exclusión entre actores étnicos, no suficientemente étnicos o no étnicos.

    En esta línea de argumentación, Jackson cuestiona y al mismo tiempo resalta el empoderamiento desigual y la politización parcial de los indígenas que concentran los beneficios de la representación. En ese sentido, los artículos de Tobón, Del Cairo y Wilson muestran cómo los discursos globales de celebración de las comunidades indígenas amazónicas generan una política de la identidad que articula, en el plano local, escenarios cotidianos en los que se dirime la legitimidad de la representación indígena unificada, por medio de luchas y negociaciones, por la representación de los asentamientos, la política regional o el lucro de los proyectos culturales.

    En el primer caso, Tobón analiza los conflictos entre facciones indígenas en tor-no a las representaciones canónicas de la identidad en un mismo resguardo y las concepciones acerca de la autenticidad y el estatus social y político, asociados con los estilos de vida urbana o rural. En el segundo, Del Cairo muestra cómo el régimen de representación enmarca las experiencias electorales de dos organizaciones locali-zadas en regiones amazónicas altamente contrastantes. En las dos organizaciones, la eficacia de las estrategias políticas está relacionada con el seguimiento del canon del “más indio”, el cual tiene vicisitudes para aquellos grupos distantes del mismo, pero que se pliegan a él con el fin de hacer prevalecer sus intereses frente a otros grupos políticos. En ambos casos, el surgimiento de jerarquías étnicas y sociales se alimenta de las representaciones normativas de indígenas amazónicos “hiperreales”

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    (Ramos, 1994), que al mismo tiempo producen indígenas “imperfectos” o “mestizos” (Chaves, 2005). Esta oposición encuentra eco en las pugnas que con frecuencia se presentan entre las ONG y las organizaciones indígenas en la ejecución de proyectos de desarrollo asociados con la representación cultural. Este es el caso que analiza Wilson en su artículo sobre el museo Mundos Amazónicos en la selva ecuatoriana, el cual enfrentó a los miembros de la ONG que financiaba el proyecto y a los indígenas que lo ejecutaron. Sin embargo, el conflicto se dio por la apropiación de las ganancias económicas antes que por la representación de lo indígena dentro del museo. Lejos de ser un proceso horizontal y concertado, este caso muestra la desigualdad que prima en la negociación de planes “alternativos” para las comunidades locales y la diversidad de agendas en las organizaciones indígenas. Sobre la base de esa tensión, Wilson controvierte el papel que desempeñan las ONG en la promoción del discurso del etnodesarrollo y pone la mercantilización de la cultura en el centro del debate.

    Ahora bien, las ambivalencias generadas en la pugna por la representación in-dígena trascienden al campo de la política de la práctica etnográfica. En su artículo sobre este tema, Jackson reflexiona sobre los dilemas que ella como antropóloga ha enfrentado para hacer sostenible su relación con las comunidades indígenas objeto de su trabajo, quienes participan de las nuevas relaciones políticas que describimos en este contexto. Estos dilemas se sintetizan en la decisión sobre qué decir y qué omitir de las dinámicas políticas y culturales de los líderes indígenas y cómo responder a las exigencias de los grupos y de los agentes externos sobre su trabajo antropológico. Es decir, nos encontramos frente a los dilemas que plantea la representación antropológi-ca. Siguiendo a Nugent –en este volumen–, estos pueden trasladarse a los relacionados con la responsabilidad de los antropólogos en la ausencia de discursos sobre la iden-tidad cultural de los pobladores amazónicos no indígenas. En este caso, el patronazgo conceptual antropológico que asocia la fuente de riqueza y diversidad cultural de la Amazonia con los grupos emblemáticos del régimen de la alteridad debe cuestionarse confrontando el poder, la verdad y la autoridad de esta representación antropológica y las consecuencias que genera en escenarios políticos específicos.

    más allá de la etnización

    No cabe la menor duda que la Amazonia, como espacio exclusivamente indígena, configura una de las representaciones externas más fuertemente enraizadas sobre la región. Esto se traduce, en primer lugar, en que existan ciertas resistencias a reconocer la presencia de actores sociales amazónicos no indígenas y, en caso de reconocerlos, se les atribuya una condición de agentes externos, transitorios y, en no pocos casos, amenazantes para los ecosistemas y los indígenas amazónicos; en segundo lugar, en que los rasgos y las prácticas culturales de las sociedades indígenas contemporáneas se conciban como idénticos a los de las sociedades prehispánicas. Las dificultades de estas dos apreciaciones demandan el cuestionamiento de cómo se entienden la iden-tidad y la cultura en la Amazonia contemporánea. Los artículos de Nugent, Goulard,

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    Franky, Ruiz y Londoño ofrecen elementos para repensar las identidades étnicas indí-genas y la génesis de esta forma de clasificación social en el medio amazónico.

    Para Nugent, la renuencia a reconocer otros actores amazónicos más allá de los indígenas se relaciona con las limitaciones del concepto de cultura con el cual la antropología ha construido su objeto. En su acepción más general, la cultura ha sido utilizada como un marcador que se asigna a los grupos humanos que se per-ciben como unidades culturales diferenciadas de la sociedad occidental moderna. En la medida en que las poblaciones amazónicas no indígenas, como los caboclos, los campesinos o los ribereños, son partícipes de relaciones sociales modernas de producción económica, han sido tradicionalmente descritas como carentes de cul-tura. De ello se deriva el problema político del concepto de cultura. Como lo sugiere Nugent, con este concepto sucede algo similar que con el de identidad: a pesar de sus deficiencias para representar adecuadamente a las sociedades que hacen parte de la cultura occidental moderna, o que son resultado de relaciones capitalistas, no puede ser reemplazado por uno más adecuado y debe ser utilizado en tachadura, ya no en la acepción que describe una cosa objetivada y delimitada, sino como parte esencial del discurso que construye la representación de la identidad de ese otro dentro de límites discretos.

    En esta línea argumentativa, Ruiz también cuestiona el sesgo empobrecedor de la representación de la identidad y de la agencia de los colonos cuando se piensa la cultura como la capacidad humana para simbolizar, pero se priva a los colonos de tal capacidad una vez están frente a la naturaleza. Sobre esta base, rescata sus dimen-siones culturales por medio del análisis de sus relaciones con el entorno selvático y las diferentes significaciones con las que lo organizan. Desvirtuando las insalvables distancias que algunos analistas establecen entre los colonos y los indígenas, de-muestra que aquellos construyen simbólicamente la naturaleza de acuerdo con las lógicas imperantes en cada una de sus actividades económicas. Cuando sus prácticas económicas responden a las expectativas de su participación en el mercado, la selva es apenas un medio de producción que hay que utilizar y explotar para obtener el ma-yor rendimiento posible. En este caso, las particularidades del medio amazónico se traducen en desventajas en relación con sus expectativas de producción. Sin embar-go, cuando la actividad se orienta a la satisfacción de autoconsumo, como en el caso de la cacería, ellos y la selva son parte de un continuum que los lleva a establecer pautas de interacción con sus presas, en las que prevalecen representaciones simbó-licas, alimentadas por cosmologías que les adjudican agencias cuasihumanas a las entidades animales de la selva, de manera muy similar a como lo hacen los indíge-nas. Si atendemos a la interdependencia empírica entre las nociones de clase y etni-cidad indígena, podemos avanzar en desvirtuar la disyuntiva, bastante generalizada en los estudios amazónicos, según la cual los indígenas tienen cultura mientras que los mestizos, campesinos o caboclos son apenas una clase social carente de ella.

    Otra salida a la dificultad de representación de los grupos que han quedado por fuera del régimen de representación de alteridades culturales es la que sugiere

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    Goulard por medio del concepto de “común identitario”. Este engloba las experiencias de grupos diferenciados étnica y socialmente que habitan en una región determinada. Aplicado al caso del Trapecio Amazónico, donde conviven indígenas adscritos a nu-merosas filiaciones étnicas con pobladores mestizos y “blancos” como resultado de procesos históricos diversos, revela un horizonte en el que los sujetos disponen de una variada gama de posibilidades de identificación, conforme a sus prácticas culturales y económicas, y permite que “lo propiamente amazónico” trascienda el componente étnico indígena.

    Esta interpretación tiene puntos de coincidencia con la propuesta de las comuni-dades del bajo Apaporis, quienes construyen horizontes identitarios de confluencia antes que de diferencia, sobre la base de los elementos que la memoria histórica y el mito les ofrecen para pensar los dilemas políticos del presente. La consigna “el camino del pensamiento es uno solo, lo que cambia es la lengua” que orienta sus intervenciones en las negociaciones con el estado, objeto del estudio de Franky, opera como un discurso que construye un “sentido de unidad que matiza las particulari-dades étnicas y reestructura las redes de convivencia”. En el sistema político que las engloba –regentado por los derechos étnicos que el estado colombiano les ha otorgado–, la premisa constituye un modelo supraétnico organizativo para la acción política que permite armonizar y recomponer, en cierto grado, las relaciones entre grupos étnicos que en el pasado fueron antagónicos.

    Existen otras maneras de clasificar a las poblaciones amazónicas por fuera de los marcos exclusivos de la etnicidad. Basado en el perspectivismo estructuralista, Londoño atiende ya no a la diferenciación entre pares humanos, sino a la división jerárquica entre humanos y animales. De acuerdo con la habilidad exclusiva de la perspectiva visual propia de los humanos, que se acompaña de nociones de cuida-do mutuo, los indígenas elaboran evaluaciones cotidianas con el fin de establecer estándares morales de sus propios comportamientos. De allí que las relaciones de alteridad operen en el análisis entre entidades humanas y animales y no en términos de diferencias étnicas culturales.

    Aunque para algunos antropólogos la corriente de estudios perspectivistas corre el riesgo de reificar los contornos de la alteridad indígena al sustraerla de las rela-ciones sociales y de poder que la determinan (Oliveira, 2006), es indudable que este marco conceptual ofrece una alternativa de aproximación al pensamiento indígena y al mito que ha abierto horizontes fecundos de investigación. Este debate tiene mucha vigencia en la antropología brasilera (véanse Grimson y Semán, 2006) y entre los an-tropólogos noratlánticos que cuestionan la posibilidad que el perspectivismo encarna para criticar el dualismo naturaleza-cultura en la base del pensamiento moderno (Descola y Pálsson, 2001: 17-18). Sin embargo, la crítica se desvirtuaría teniendo presente que la perspectiva etnográfica sobre el pensamiento indígena es necesaria-mente sincrónica y que es responsabilidad del lector evitar su esencialización.

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    Fronteras culturales y nacionales

    En los debates sobre el régimen de representación imperante en el contexto amazóni-co, abordar la diferencia cultural desde la perspectiva de las fronteras también puede ser una salida al problema del reduccionismo de las categorías étnicas esencializa-das. Como sugieren varios de los artículos de este libro (Echeverri y Pereira, Franky, López), las fronteras que marcan la diferencia entre grupos étnicos son construidas y negociadas, de tal suerte que lo esencial, como lo planteó Barth (1976), no son los rasgos culturales sino los recursos que están en juego y los contextos políticos en los que se negocia la diferencia. Ahora bien, aunque el concepto de frontera resulta efectivo para disolver las diferencias a veces infranqueables que términos como iden-tidad y cultura construyen entre pobladores amazónicos, también lo es para edificar hegemonías de diferenciación tan poderosas como las de los estados-nación. En este contexto, los análisis que miran en retrospectiva el lugar de las fronteras culturales y de los imaginarios nacionales en la región amazónica tienen mucha relevancia.

    Varios artículos en este libro estudian algunas de las estrategias utilizadas para disolver fronteras culturales y demarcar fronteras nacionales y regionales en la Ama-zonia. Entre estas estrategias se destacan la utilización de lenguas vehiculares para facilitar procesos de colonización en áreas indígenas con alta variedad lingüística y cultural, la conversión religiosa para redefinir fronteras culturales de acuerdo con los preceptos de las doctrinas protestantes, la demarcación de fronteras nacionales en re-giones donde las culturas indígenas y los estados nacionales en contacto muestran un alto contraste y, por último, las representaciones periodísticas del lugar que ocupa la Amazonia en la afirmación de la conciencia nacional que lideran las élites ilustradas.

    En el primero de los casos, la teoría antropológica ha establecido una relación de determinación entre la cultura y la lengua, hecho que supuso que la definición de la identidad cultural estuviera en gran medida ligada y, muchas veces, exclusivamente circunscrita a la presencia o ausencia de una lengua. Cabrera debate esta asociación y narra el proceso por el cual el geral –una lengua vehicular de origen Tupí que sirvió a los objetivos imperiales españoles y lusitanos de posicionamiento geopolítico en el área del alto río Negro-Vaupés– sirve hoy a un agregado social para reclamar una identidad indígena. A partir de este dato, Cabrera problematiza las implicaciones de la economía de los intercambios lingüísticos en la definición de unidades culturales discretas y sobre esa base cuestiona el criterio lingüístico como diacrítico por exce-lencia de la etnicidad.

    Pero el poder de las lenguas en la imposición de la dominación colonial es in-discutible. Muestra de ello es el éxito de las estrategias de los misioneros católicos para facilitar los procesos de evangelización por medio de la homogenización de la diversidad lingüística indígena, como lo señala también Cabrera en el caso del geral, o mediante el aprendizaje de las lenguas nativas para el adoctrinamiento cristiano que estudia Rozo. En su artículo, este autor explora la hipótesis según la cual el éxito evangelizador de Sofía Muller, una misionera protestante estadounidense, obedeció a un proceso complejo y a veces contradictorio de traducción en doble vía de cosmo-

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    logías indígenas y cristianas. El trabajo de Muller se concentraba en la promoción de una subjetividad puritana singular (responsable, laboriosa y autodisciplinada) entre indígenas de la región del Guainía, que debía servir para la implantación de proyec-tos nacionales y supranacionales de transformación cívica y económica.

    La “traducción en doble vía” y los complejos procesos de significación que se generan en la expansión de la nueva religión comparten elementos con la noción de “fajas de biculturalidad” propuesta por Oliveira para entender las formas de penetra-ción de relaciones institucionales de gobierno estatal. Tanto en un caso como en otro, no es solo la sistematicidad de la dominación sino las posibles lecturas de ambos lados las que producen el éxito relativo de los evangelizadores y de los indigenistas.

    Estas lógicas que operan en los espacios de negociación simbólica señalan la porosidad de las fronteras. Así lo plantea López, al estudiar las dinámicas que con-dicionan los flujos culturales, políticos y económicos en la frontera entre un estado suramericano y una porción del territorio de un estado europeo, con el estatus de de-partamento ultramarino (Brasil y Guyana Francesa). La perspectiva histórica acerca de cómo se configuró esta frontera desde finales del siglo XV y la manera como ha funcionado en la administración de las poblaciones a lado y lado de la misma per-miten identificar los mecanismos que, dependiendo de las circunstancias históricas, han hecho apetecible la migración hacia un lado y otro y, por ende, los cambios en la definición misma de sus poblaciones indígenas.

    En todos los países amazónicos, sin embargo, la nacionalización de la periferia representada por la Amazonia ha generado espacios de debate que reflejan su lugar prominente en la construcción de las naciones. Por medio del análisis del papel que jugó la prensa en la construcción de una esfera pública nacional, Santoyo sugiere que los debates sobre el desarrollo y la soberanía nacional en la Amazonia colombiana, an-tes que una ilustración sobre el pensamiento de las élites de la primera mitad del siglo pasado sobre la región permiten una aproximación al proceso mismo de construcción de la nación. La estructura discursiva que se plasmó en el periodismo de ese entonces para hablar de la Amazonia es similar a la que orienta la construcción de las alterida-des indígenas y naturales asociadas tradicionalmente con ella: el centro nacional (de-sarrollado, urbano, educado y moderno) se contrapone y se afirma en el contraste con una periferia regional (atrasada, rural, sin educación y premoderna). Así, los debates que anunciaban la nacionalización de la Amazonia a comienzos del siglo XX resultan sugerentes para examinar los debates contemporáneos sobre la sostenibilidad ambien-tal y cultural que hoy nos advierten sobre su transnacionalización.

    Políticas de desarrollo y dominio estatal

    La cara más visible de la transnacionalización de las políticas estatales en la Ama-zonia la constituyen las políticas de desarrollo. Su entrada en la región no se cir-cunscribe a los pobladores indígenas, pero, evidentemente, en los últimos años ellos han concentrado buena parte de la intervención de instituciones públicas y priva-das de diversa escala, que ha propuesto proyectos cuya relevancia para mejorar

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    la situación de sus comunidades está por demostrarse. Tal es el caso de proyectos conservacionistas como el que aborda Turbay, aquellos enfocados hacia la gestión de políticas públicas, como el que estudia Micarelli, o de proyectos culturales, como el que analiza Wilson.

    Al comparar las percepciones que indígenas ticuna y biólogos ambientalistas tienen sobre la restricción de la pesca de delfines de agua dulce, en un área del Trapecio Amazónico, Turbay encuentra que, a pesar de perseguir fines similares, la prohibición de los indígenas se sustenta en las características sociales que su pensamiento mítico les atribuye a los delfines. Los biólogos de la ONG, en cambio, sustentan la protección de los delfines basándose en el discurso científico y legal. En el desarrollo de los proyectos de conservación, sin embargo, es este conocimiento, respaldado por el establecimiento científico, el que más se valora. El caso de análisis revela, sin embargo, que más que una subordinación del conocimiento ticuna frente al de los biólogos lo que existe son jerarquías ambivalentes y poco analizadas entre saberes indígenas y conocimiento experto, que impiden determinar la preeminencia de un saber sobre otro. Esta situación se ha generado, en parte, como consecuencia de la ideologización del saber y de las prácticas indígenas.

    En este sentido, Micarelli hace un llamado a prestar atención a la capacidad de respuesta de las poblaciones indígenas que se insertan en los márgenes de la moder-nidad. A partir del análisis de las reacciones indígenas a los planes y programas de desarrollo de las ONG y del estado enfocados a mejorar la gobernabilidad en los territo-rios indígenas, la autora identifica el sesgo esencialista y aislacionista que se esconde detrás de los conceptos de cultura y la comunidad que generalmente los articulan. Rescata, en cambio, los conceptos de red y enjambre propuestos por intelectuales o líderes indígenas locales, que además los utilizan para comprender las concepciones de estatalidad que el estado intenta introyectar por medio de estos planes y, a la vez, para analizar los esfuerzos fallidos de la articulación estatal y evaluar las experiencias locales con el estado.

    El caso más patente de determinación de intereses transnacionales en las políti-cas de desarrollo es el de las políticas antinarcóticos y de erradicación de cultivos de uso ilícito. Desde los años ochenta, la ampliación de la demanda de cocaína en los países del primer mundo y la ausencia de alternativas económicas para los campe-sinos de los piedemontes amazónicos de Colombia, Perú y Bolivia propiciaron la ex-pansión de las áreas sembradas con coca. Los estados andino-amazónicos optaron por alinearse con las políticas policivas promovidas por Estados Unidos antes que hacer frente a la situación por medio de políticas sociales y económicas ajustadas a las necesidades de los productores campesinos. Contradiciendo los principios de conservación de la selva amazónica pregonados por el establecimiento ambiental transnacional, las políticas antidrogas emprendieron la fumigación con glifosato, lo que tuvo un impacto mucho mayor que el que causan los cultivos de hoja de coca. No obstante, persisten en responsabilizar a los campesinos de la devastación del medio, condenándolos como criminales y terroristas.

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    Los artículos de Ramírez e Iglesias y de Sanabria examinan cómo en décadas recientes los estados colombiano y boliviano adoptaron las políticas de desarrollo alternativo promovidas por la usaid. En el caso colombiano, el punto de partida de Ramírez e Iglesias es el examen de las múltiples escalas que intervienen en la evolución de las políticas antinarcóticos, que van desde la sustitución de cultivos en los marcos del desarrollo alternativo hasta la erradicación manual por medio de ejércitos de erradicadores que obedecen a una política de tierra arrasada, similar a la que se utiliza para combatir a la guerrilla. En el segundo caso, Sanabria analiza el agenciamiento de los campesinos frente a las medidas antinarcóticos del estado boliviano que, encubiertas en el discurso del desarrollo alternativo y la erradicación voluntaria, han generado un juego de represión y resistencia.

    En el caso boliviano, a diferencia del colombiano analizado por Ramírez (2001), los cultivadores encuentran en su condición étnica un punto de apoyo para reclamar su derecho a un cultivo que es soporte de su identidad cultural. En la Amazonia co-lombiana, por el contrario, los mayores cultivadores no son indígenas y, por tanto, el discurso de reivindicación étnica no resulta pertinente. Así, mientras a los indíge-nas les está permitido el uso tradicional y ceremonial de la coca, las políticas anti-narcóticos que propenden por el desarrollo alternativo satanizan a los cultivadores campesinos y persisten en desconocer la ausencia de oportunidades, por lo cual se han visto abocados a cultivar la hoja y a transitar la franja liminal de legalidad/ilegalidad instituida por los estados.

    Sorprende, sin embargo, reconocer que el cultivo de hoja de coca por las comu-nidades indígenas amazónicas fue incorporado solo dos siglos atrás. Así lo sugieren Echeverri y Pereira, quienes al aproximarse a la cultura amazónica del mambeo de coca encuentran que esta es una tradición reciente inscrita en prácticas culturales cuya antigüedad no se cuestiona y, por ende, cae bajo un marco temporal “milena-rio”. Por medio del examen de los mitos en los que se narra la adaptación del cultivo, rescatan las reflexiones indígenas sobre el papel de la coca en la regulación de sus relaciones interétnicas, de género e intergeneracionales, que sirve además para eva-luar conductas sociales entre pares.

    Ahora bien, en el caso de las políticas antidrogas, tanto Ramírez e Iglesias como Sanabria son enfáticos en mostrar que su superposición con los discursos del desa-rrollo alternativo oculta intereses geopolíticos y de control en países donde la presen-cia de guerrillas o la amenaza latente de protestas sociales están a la orden del día.

    ***

    Desde diferentes ángulos de observación, y con el estudio de múltiples escalas de integración regional sobre la complejidad del agenciamiento de diversos actores regionales y su creatividad para responder a las demandas de los contextos socio-políticos que los afectan, este libro aspira a ofrecer una mirada crítica y a estimular la pluralidad de perspectivas antropológicas sobre la Amazonia. Esperamos que la

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    lectura de los artículos permita ponderar que la antropología amazónica no se en-cuentra anclada en las sociedades indígenas como objeto de conocimiento, pero que incluso cuando ellas lo constituyen, su lente se enfoca en procesos y relaciones que la antropología más clásica no había vislumbrado en toda su complejidad.

    margarita cHaves | Instituto Colombiano de Antropología e Historia

    carlos del cairo | Pontificia Universidad Javeriana

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