1. Rehabilitación en Hipoterapia Desde La Perpectiva Del Juego (Winnicott)
Perpectiva antropologica del conflicto
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BASADO EN:
Este trabajo se apoya literalmente en los siguientes documentos:
http://www.monografias.com/trabajos21/guerra-iran-irak/guerra-iran-irak.shtml
Y El tablero Iraquí, escrito por por Klen, Michel
http://www.revistacriterio.com.ar/politica-economia/el-tablero-iraqui/
FACTORES CULTURALES Y ETNICOS QUE
DETERMINAN EL CONFLICTO
Irak es un territorio configurado por vía de un acuerdo secreto
que Francia e Inglaterra produjeron durante la primera guerra
mundial. Ese acuerdo estableció las fronteras de la mayoría
de los países que hoy se encuentran en la Península Arábica.
Una vez derrotado el Imperio Otomano, Francia retuvo control
sobre lo que hoy es Siria y el Líbano; la Gran Bretaña mantuvo
el control sobre Palestina y ciertas ciudades y puertos del
Golfo Pérsico.
La resultante ha sido una sociedad dividida en tribus
que se deslindan por vertientes religiosas. Estas tres
tribus ( Chiítas, Sunitas y Kurdos ) están divididas en
clanes y estos en familias. Para colmo, etnias que se
odian han sido forzadas a convivir compartiendo
territorios y gobiernos que las oprimen. Turquía, Irak,
Arabia Saudita y otros territorios surgieron casi como
resultado de la geometría con que se dibujaron las
líneas sobre el papel en que trazaron los mapas.
DETERMINACIONES CULTURALES Y ETNICAS
QUE INCIDEN EN EL DESARROLLO DEL
CONFLICTO
Los estudiosos reconocen tres grupos étnicos en Irak:
una mayoría árabe (75 %), una entidad curda (20 %) y
un conjunto de minorías diversas, especialmente de
origen persa o turco. Sin embargo, el tablero de la
sociedad se complica al considerar su distribución
religiosa. Los musulmanes, que constituyen el 95 %
de la población, se reparten entre chiítas (60 %) y
sunitas (40 %).
De estos últimos, mitad son árabes de rito hanefita y
mitad curdos de rito chafeita. Estas dos escuelas se
diferencian en cuanto a su filosofía o sus formas de
oración. Para los sunitas, que constituyen la
abrumadora mayoría de los musulmanes en el mundo
(90 %), la legitimidad es garantizada por los
sucesores del profeta, en especial los califas cuya
designación fue objeto de procedimientos diferentes a
lo largo de la historia. Los chiítas, por el contrario,
ponen al frente de la comunidad a un imam
(literalmente “el que está delante”).
Esta alta personalidad es considerada como dotada de cualidades sobrenaturales que le confieren infalibilidad a sus decisiones. Además de su rol espiritual, este alto dignatario religioso ocupa una función política mayor, contrariamente al califa sunita que sólo posee un poder temporal: el de hacer respetar la ley islámica de acuerdo con la sunna (la tradición).
La línea “histórica” de los imames chiítas se detuvo en su duodécimo ciclo, siglo IX. Según la creencia colectiva, fue “ocultado” y volverá a la tierra al final de los tiempos. Los chiítas esperan como a un verdadero mesías el “retorno” de este último iman, el “Mahdi”. Esta teología, que ubica a los chiítas en situación de espera espiritual, es rechazada por los sunitas. El chiísmo se distingue igualmente del sunismo por la existencia de un clero compuesto por mollahs y ayatolahs particularmente influyentes.
La mayor concentración de chiítas en el mundo se
encuentra en Irán, donde la inmensa mayoría de la
población pertenece a esta corriente disidente del Islam. El
chiísmo está, pues, marcado por la mentalidad iraní; ella
misma trabajada por la cultura persa que siempre veló por
protegerse de una mayor arabización. De este parámetro
socio-histórico nacieron la desconfianza recíproca y hasta la
enemistad profunda entre árabes y persas. Irak es el único
Estado donde una masa importante de chiítas, influida por
los valores espirituales del vecino Irán, cohabita con un
número significativo de sunitas, más bien orientados hacia
referencias árabes.
PROYECCIONES DEL CONFLICTO EN EL ARTE, LA
CULTURA Y LA COTIDIANIDAD.
De esta manera, el país del Tigris y del Éufrates se encuentra ubicado en el corazón de una contradicción espinosa, hasta explosiva, que guarda un antagonismo entre dos universos culturales. La fractura entre el sunismo y el chiísmo en el seno de la religión musulmana toma entonces, en Irak, una dimensión que va mucho más allá de las divergencias confesionales entre dos corrientes del Islam.
Esta dimensión reviste, por una parte, un aspecto social –en razón de las implicancias de esta desgarradura de la sociedad iraquí, fractura que se traduce notablemente por la cuasi ausencia de matrimonios entre sunitas y chiítas– y, por otra parte, un mirador político por el hecho de la posición dominante de Irán en el pensamiento chiíta.
ROLES QUE DESEMPEÑAN LOS DIFERENTES
ACTORES QUE PARTICIPAN EN EL CONFLICTO.
Para entender lo acontecido en ese momento es
necesario partir de algunas explicaciones previas. El
chiismo es, ante todo, un legitimismo que juzga que la
comunidad de los creyentes en el Islam sólo puede
ser dirigida por los descendientes del profeta. Sin
embargo, también en otro aspecto, los chiítas difieren
de los sunnitas, la otra gran tendencia en el seno de
unas mismas creencias.
Para éstos el sucesor de Mahoma lo representa en su
calidad política de jefe de la comunidad mientras que para
los chiítas lo debe suceder en su autoridad religiosa, incluso
prolongando la misión profética de Mahoma.
Para el chiismo es obligada la necesidad de presencia de los
"hombres de religión" en la vida política: aunque en el Islam
no exista un clero son los versados en teología o ciencias
sagradas quienes tienen que cumplir una misión de
supervisión controlando e inspirando al menos la vida
pública.
Para los sunnitas, en cambio, las autoridades religiosas
nacidas de la política desempeñan un papel conformista y
de sumisión al orden establecido. El chiismo, convertido en
fórmula religiosa en Irán desde el siglo XV, constituye, dados
sus planteamientos, un potencial contrapoder frente al
mundo oficial. Eso no excluyó que la Monarquía iraní
pretendiera desde los años veinte una laicización,
semejante a la producida en la Turquía de Kemal Attaturk. y,
al mismo tiempo, una alianza.
En tiempos de Mohamed Reza Pahlevi la laicización
prosiguió pero siempre manteniendo una personal
vinculación religiosa del monarca que así procuraba
de forma indirecta la estabilidad del país y la propia.
ACONTECIMIENTOS QUE GENERAN CAMBIOS EN
LAS DINÁMICAS CULTURALES A PARTIR DE LA
APARICIÓN DEL CONFLICTO.
La guerra, que en realidad vino a reproducir un choque muy
frecuente entre dos civilizaciones competitivas, desde la
óptica de los observadores occidentales fue, como ha escrito
un especialista, un conflicto entre dos países difíciles de
distinguir, de cuatro letras, combatida con las armas de
1980, las tácticas de la Primera Guerra Mundial y las
pasiones de los tiempos de las Cruzadas.
La guerra se debio a que Después del derrocamiento del Sha en 1979, Irán no
consideró ni respeto los acuerdos firmados por el Sha. Los incidentes
fronterizos se multiplicaron. El gobierno de Bagdad sostuvo que como el
Acuerdo de Argel ya no existía, tenía soberanía exclusiva sobre la totalidad del
canal Shatt-al-Arab, dejando a Irán sin salida al mar.
El 22 de septiembre de 1980 el Consejo de mando de la Revolución, el
supremo órgano del Partido Baas y del Estado iraquí, dio la orden de "dar
golpes disuasorios a los objetivos militares iraníes". Pese a conseguir avances
en tornom a 80-120 kilómetros, no fue suficiente para doblegar la resistencia
de las milicias iraníes formadas por los Guardianes de la Revolución. Con ello
comenzó una guerra que acabó por complicar la situación en el Medio Oriente.
Irak encontró apoyo de Arabia Saudita y Jordania en un frente destinado a
frenar la "exportación" de la revolución iraní a todo el Golfo Pérsico. Por otro
lado, Siria (permanente opositor de Irak) y Libia apoyaron a Irán.
El alto mando iraquí -en concreto Sadam Hussein- hizo, como le
sucedería más adelante en 1990, un planteamiento muy
errado debido a una interpretación poco informada de la
realidad. En una primera etapa, confiados en la supuesta
debilidad del Ejército iraní como consecuencia de la etapa
revolucionaria, los iraquíes parecieron penetrar sin dificultad
en territorio enemigo. En ese momento pensaron, por un lado,
en una incorporación de territorio adversario a su nación y
especularon incluso con la posibilidad de, así, triplicar su
producción petrolífera hasta convertirla en equivalente en
Arabia Saudí y, por otra, en dividir al adversario en diversas
unidades políticas.
Pero a partir de los primeros meses de 1982 no solamente el Ejercito
iraquí había demostrado menor agilidad de la prevista haciendo
imposible una guerra relámpago, sino que los combates parecieron
convertirse en una guerra de posiciones como la de 1914-1918 en
Francia. Por más que el Ejército iraní estuviera parcialmente
desarticulado como consecuencia de la revolución el hecho fue que
empezó a pesar la superioridad demográfica del adversario (40 millones
de iraníes frente a sólo 14 de iraquíes) y también la movilización
provocada por el sentimiento religioso. En efecto, las unidades regulares
se vieron acompañadas, incluso por razones políticas, de "guardias
islámicos de la revolución" o "pasdarans", que no temían lanzar ataques
en oleadas casi suicidas.
Irán no sólo no se hundió sino que la guerra contra el adversario fronterizo
le sirvió para trasladar su Ejército contra él, entrenar sus milicias políticas y
alejar la atención de las dificultades propias. En cambio, Irak empezó a
conocer las consecuencias de su imprudencia. No sólo su Ejército se
descubrió mucho menos efectivo de lo previsto sino que provocó un
realineamiento de la política internacional del Oriente Medio por completo
contraria a sus intereses. Irán fue sostenido por las potencias árabes más
radicales como Libia y Siria; esta última era esencial para Irak puesto que el
oleoducto que pasaba por ella fue cerrado y por lo tanto la exportación de
petróleo iraquí se redujo a menos de un tercio. Incluso Israel acabó
apoyando a Irán de forma indirecta proporcionándole armas. Claro está que
Irak también tuvo aliados, las potencias árabes más conservadoras, para
las que la expansión de la Revolución islámica constituía no ya un problema
grave sino de mera supervivencia.
Finalmente, después de que los ataques del Ejército iraní sobre las posiciones iraquíes resultaran, durante los primeros meses de 1988, tan carentes de efectividad como los realizados por Irak en 1980, Jomeini acabó aceptando una resolución de la ONU que imponía la paz. Pero ésta fue precaria en grado sumo: la posterior Guerra del Golfo no puede entenderse sin estos antecedentes El derrumbe del régimen de Saddam Hussein ha reanimado, pues, las brasas de los resentimientos, acumuladas por los chiítas desde hace casi un siglo. Relegada, menospreciada, hasta perseguida, esta comunidad frustrada quiere hoy cobrarse un desquite con la historia. Marginada de la sociedad iraquí por los viejos maestros de Bagdad, la población chiíta puede enorgullecerse no sólo del prestigio regional de sus dirigentes religiosos, sino también de poseer capas sociales educadas y abiertas al mundo. Este parámetro es debido a las relaciones mantenidas entre los intelectuales chiítas dispersos por los Estados del Cercano y del Medio Oriente.
CULTURA DE LA GUERRA, CULTURA DE LA PAZ,
QUE ELEMENTOS O FACTORES INCIDEN EN SU
DETERMINACIÓN Y DESARROLLO HISTÓRICO.
Estos intercambios alimentan un crisol de conocimientos particularmente
fecundo. Para el conflicto Los chiítas representan el 90% de los 70 millones de habitantes de Irán, el 60 % de la población de Bahrein, el tercio de la población del Líbano, el cuarto de la de Kuwait, el 10 % de la de Katar y de Arabia Saudita. A ellos hay que agregar las minorías establecidas en Siria (2 %) y en Jordania (3 %). Toda esta diáspora chiíta experimenta una gran sed por saber, una búsqueda de conocimientos destinada a nutrir el fermento cultural que sigue siendo guiado por los discursos movilizadores de los dignatarios chiítas. Es estimulada por el profundo sentimiento de veneración que los oyentes demuestran por estos predicadores, considerados sembradores de los gérmenes de la educación. Este verdadero culto dado a los responsables religiosos desembocó en una búsqueda permanente de erudición, por lo tanto también en intercambios culturales transnacionales entre los chiítas.
La comunidad sunita obtuvo, así, una posición
predominante en todos los resortes de la sociedad, a
despecho de una situación demográfica que le era
desfavorable.
REPERCUSIONES DEL CONFLICTO SOBRE LA
ESTRUCTURA SOCIAL EN TÉRMINOS DE ROLES
Y JERARQUÍAS
A pesar de ser mayoría en Irak, los chiítas siempre fueron
descartados del poder político y de las grandes instancias de
decisión del país. Esta situación de injusticia comenzó después de
la primera guerra mundial y del desmembramiento del Imperio
otomano que la siguió, cuando la región fue puesta bajo el mando
británico por la Sociedad de las Naciones en abril de 1920. Para
sofocar la rebelión de las poblaciones chiítas opositoras a la
potencia ocupante, los británicos se apoyaron en un círculo
restringido de oficiales sunitas.
CÓMO EVOLUCIONA O VARÍA LA RELACIÓN DE
FUERZAS.
Los acontecimientos trágicos de julio de 1958 (el golpe de Estado del
general Kassem, la proclamación de la República, el asesinato de Faisal), los de febrero de 1963 (el golpe de Estado del coronel Aref y del partido Baas, la ejecución de Kassem) y de julio de 1968 (un nuevo putsch de un grupo de oficiales del partido Baas), estuvieron marcados por una despiadada represión, siendo la comunidad chiíta la principal víctima.
Esta última quedó pegada al cadalso durante la larga fase de absolutismo de Saddam Hussein. Las masacres en el sur del país para sofocar la revuelta de los chiítas, en marzo de 1991 después de la guerra del Golfo, escribieron una nueva página negra en la historia dramática de esta población golpeada por exclusiones y desgracias.
El partido Baas siempre consideró el factor chiíta como un contra-
poder potencial y una amenaza a su influencia en el país. Siempre
estuvo dedicado a reducir, incluso a aniquilar, el poder de las
autoridades chiítas, especialmente la del clero, cuyo prestigio y
ascendiente sobrepasaron largamente las fronteras de Irak.
El renombre considerable de las personalidades religiosas chiítas
les es conferido, especialmente, por su status de marja. Esta
denominación define la pertenencia a la máxima dirección
espiritual que tiene su sede en las ciudades santas de Nadjaf
(donde se encuentra el instituto Al-Hawza, la asamblea de los
imames chiítas de Irak) y en Kerbala, situadas al sur de Bagdad.
Ante la existencia de esta clase media educada y
frente a las elites sunitas desacreditadas, los chiítas
reclaman hoy su participación en el poder central.
Esta exigencia ha sido expresada enérgicamente con
ocasión de la peregrinación a Kerbala en abril de
2003, manifestación de la cual habían sido privados
durante tres décadas por el régimen de Saddam
Hussein.
Pero la voluntad de los chiítas por tomar en sus
manos el destino político del país se topa con grandes
contradicciones. Las controversias revisten dos
aspectos.
Están ante todo las contradicciones que hacen a la política
interna de Irak. Por una parte, los chiítas tienen
conciencia de que su recobrada libertad se la deben a los
Estados Unidos y, por otra parte, reclaman la salida del
ocupante americano lo más pronto posible.
Ahora bien, los americanos pretenden quedarse en Irak
“el tiempo que sea necesario” para reconstruir el país y
colocar un gobierno favorable a sus intereses.
IMPACTO DEL CONFLICTO EN EL HORIZONTE
HISTÓRICO Y CULTURAL DE LOS PUEBLOS.
La Revolución islámica, que en 1979 supuso el final del
régimen del sha y estableció un nuevo régimen en Irán, fue
un acontecimiento inédito y sorprendente en la Historia del
siglo XX. En primer lugar, verdaderamente fue una revolución,
en el sentido de un movimiento subversivo popular que fue
capaz de derribar un régimen establecido, a diferencia de
tantos golpes militares que, en naciones subdesarrolladas o
semidesarrolladas, tuvieron un resultado semejante pero sin
la participación de las masas ni consecuencias tan radicales.
Por otro lado, fue la primera ocasión en que el uso político del
Islam desempeñó un papel absolutamente primordial y aun
exclusivo superando con mucho al que pudo tener en otro
tiempo el nacionalismo de los países que habían superado el
colonialismo,
Pero los Estados Unidos están siempre obsesionados por el
mirador “extremista” que empaña la imagen del chiísmo.
Porque la corriente islámica, mayoritaria en Irán y en Irak, no
es solamente un espacio cultural donde se expresa una clase
media educada; es también, a los ojos de los Estados Unidos,
el abono de una minoría fundamentalista que sostiene a los
movimientos terroristas activos en Israel y opuestos a los
intereses americanos en el mundo.
El diálogo entre la nueva potencia ocupante y los chiítas se
advierte, entonces, particularmente delicado. Las dificultades
son amplificadas por las divisiones en el seno mismo de la
sociedad chiíta. A este respecto, han sido publicados muchos
análisis. Entre los más interesantes, conviene mencionar el de
Antoine Sfeir, director de los Cahiers de l´Orient, que distingue
cuatro facciones: en primer lugar la del ayatolá Al Hakim, la más
cercana a Irán; luego viene el grupo de la fundación Al-Khoï2,
que tiene su sede en Londres y que dispone de
representaciones en el mundo entero y ya no mantiene sus
vínculos con Irán, lo que le confiere un status aceptable como
interlocutor;
la tercera facción está representada por el
movimiento de Ahmed Chalabi, un hombre de
negocios que dirige desde hace largo tiempo un polo
de oposición iraquí en el extranjero, pero de
reputación controvertida debido a una condena en
Jordania por estafa; finalmente está la corriente del
ayatolá Mohammed Baqr al Sadr3, muy influyente en
el lugar, en particular en las ciudades santas de
Nadjaf y Kerbala.
En este laberinto de contradicciones, la ecuación chiíta tiene aún muchas incógnitas. Ahora bien, resolver esta ecuación es una condición necesaria para garantizar la estabilidad de la región. Una condición necesaria pero no suficiente, pues el fenómeno chiíta no constituye sino uno de los parámetros explosivos de la sociedad iraquí. El otro parámetro que taladra las estrategias americanas está representado por la extraordinaria complejidad del problema curdo.
IDEAS IMPORTANTES
Los conflictos políticos se agravan radicalmente cuando están
atravesados por procesos de índole étnica y religiosa. En
primera instancia porque las diferencias étnicas tienden a
hacerse irreconciliables y por lo general suponen la total
extinción del contrario, situación que se hace aún más grave
cuando se atraviesa además el problema religioso que en el
caso del fundamentalismo islámico lleva la situación a un punto
aún más critico, pues plantea la Yijad donde el uso de la
violencia en defensa de la fe es una salida totalmente valida.
Esta situación de por si critica se agrava aún más cuando se
habla de territorios estratégicamente importantes no solo por su
localización geográfica, sino también por los recursos
petrolíferos que poseen, los que pueden generar desequilibrios
económicos a alto nivel que han presionado la intervención
permanente de las grandes potencias occidentales.
Es difícil pensar en una mediación acertada de conflictos
como los de Irán e Irak, y aunque las potencias
occidentales plantean obrar guiándose por las «mejores
intenciones» y en casos de necesidad extrema , la realidad
es que su presencia no ha hecho más que incrementar
los niveles de violencia en la región. Una solución
probablemente requiera de otra clase de mediación
proveniente de los países que hacen parte del mundo
islámico, mediadores que no partan de descalificar las
creencias religiosas y que por lo mismo sean capaces de
lograr un mayor nivel de dialogo.