Peronismo..[1] Julio Melon

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Melón Pirro, Julio César. El peronismo después del peronismo. Resistencia, sindicalismo y política luego del 55. Buenos Aires, Siglo XXI, 2009. CONCLUSIONES 1 Se pretenda hablar de la realidad como de las formas de definirla, no suele pasar mucho tiempo para que aparezca al observador cierta forma de conciencia que revela el carácter de constructo de su objeto. Como la evolución de los estudios sobre el particular induce a pensar, el peronismo no constituye al respecto una excepción. Si en tanto que tema ya no es un “enigma” a resolver mediante el ensayo o algo que deba ser clasificado en una complicada taxonomía de regímenes o movimientos políticos, quizá sea precisamente porque la perspectiva asumida en distintos momentos demostró, una vez más, que, hasta un punto importante, toda historia resulta “contemporánea”. Lo dicho, que en alguna medida explica los avances de la tendencia a la “normalización” historiográfica de los estudios sobre el primer peronismo, resulta por demás evidente cuando consideramos la “sobrevivencia” de un movimiento que, contrariando los pronósticos del tiempo de su caída, permaneció inextricablemente unido a los avatares de la historia nacional. Aunque después de 1955 el peronismo reapareció insistentemente en el escenario de los argentinos, su presencia en el universo de lo escrito fue, por así decirlo, frecuentemente periodística. Sólo con relativa tardanza los prometedores avances de la ciencia política y de la sociología cedieron un lugar al paso menos glorioso de los historiadores. Es que, mientras con las 1 (este texto es versión preliminar de la publicación citada)) 208

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Peronismo

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CONCLUSIONES

Meln Pirro, Julio Csar. El peronismo despus del peronismo. Resistencia, sindicalismo y poltica luego del 55. Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.

CONCLUSIONES

Se pretenda hablar de la realidad como de las formas de definirla, no suele pasar mucho tiempo para que aparezca al observador cierta forma de conciencia que revela el carcter de constructo de su objeto. Como la evolucin de los estudios sobre el particular induce a pensar, el peronismo no constituye al respecto una excepcin. Si en tanto que tema ya no es un enigma a resolver mediante el ensayo o algo que deba ser clasificado en una complicada taxonoma de regmenes o movimientos polticos, quiz sea precisamente porque la perspectiva asumida en distintos momentos demostr, una vez ms, que, hasta un punto importante, toda historia resulta contempornea. Lo dicho, que en alguna medida explica los avances de la tendencia a la normalizacin historiogrfica de los estudios sobre el primer peronismo, resulta por dems evidente cuando consideramos la sobrevivencia de un movimiento que, contrariando los pronsticos del tiempo de su cada, permaneci inextricablemente unido a los avatares de la historia nacional.

Aunque despus de 1955 el peronismo reapareci insistentemente en el escenario de los argentinos, su presencia en el universo de lo escrito fue, por as decirlo, frecuentemente periodstica. Slo con relativa tardanza los prometedores avances de la ciencia poltica y de la sociologa cedieron un lugar al paso menos glorioso de los historiadores. Es que, mientras con las dificultades del caso nadie dudaba de que deba hablarse del peronismo, se rehua contar una historia que en ltima instancia remita a la pregunta de qu fue el peronismo fuera del poder?. La respuesta, si se pensaba, redundara forzosamente en un relato distinto, y en principio opuesto, al de la manipulacin germaniana cuando todava se discuta sobre sta. Pese a que poda aportar al conocimiento de uno de los trminos que definan la imposibilidad del juego, interesaba menos que los sindicatos o en todo caso que los trabajadores como ncleo residual o dinmico del peronismo posterior a 1955. El problema de la violencia poltica, en tanto, era visto como un fenmeno asociado a factores que se desarrollaron con posterioridad a los primeros aos de la proscripcin, y si algunas organizaciones armadas buscaban filiarse en el surgimiento de una primigenia resistencia peronista, interesaban ellas mismas mucho ms a los acadmicos que la historia a la que las evocaciones de los protagonistas remita. De modo parecido comenz a ser estudiado el neoperonismo, ms en su materializacin de los aos sesenta que en el atisbo posterior a la cada. El relato de la proscripcin segua siendo, en consecuencia, un relato poltico, mientras que las aproximaciones acadmicas no se inclinaban a hacer del peronismo fuera del poder el tema y hasta la primera persona de una narracin histrica. La empresa de saber que haba sido del peronismo en esos primeros aos oscuros, pues, adems de probablemente extraa, se consideraba seguramente prematura, dado que no se haba completado la primera. Esta empresa es la que ha tenido como resultado las pginas que acaban de leerse y que ahora conviene recomponer.

Comenzamos este trabajo afirmando, precisamente, que la cada del peronismo en 1955 y su evolucin bajo la proscripcin encierran algunas de las claves de nuestra historia reciente. En el curso de su desarrollo nos encontramos con la emergencia de nuevos problemas en torno a las caractersticas de esas transformaciones y al significado que la historia les ha otorgado. Quiz sea justo finalizar, entonces recuperando una perspectiva ms general que no escatime la proyeccin de los hechos en el tiempo de la Argentina contempornea. Terminemos de contar, pues, porqu la historia del peronismo despus del peronismo merece ser contada como algo que transcurre entre la poltica de resistencia y la resistencia de la poltica, es decir, entre lo que los activistas protagonizaron y algunos alentaron y lo que los gobiernos bloquearon, condicionaron o suprimieron, en una ecuacin que no se plantea como un juego de opuestos sino que pretende incluir la actitud diferenciada de los proscriptos en relacin a cuestiones como el surgimiento de la violencia poltica, el desarrollo de un nuevo sindicalismo y las reservas y apuestas que generaba, tambin, la expectativa de reincorporacin del peronismo a un juego institucional. Como hemos visto, hacia el final del perodo peronista, el agotamiento de los recursos polticos tradicionales y las vacilaciones del gobierno lesionaron la credibilidad del rgimen afectando su capacidad para mantenerse en el poder. La atona de la dirigencia poltica y sindical, en la coyuntura del golpe de Estado, troc en manifestacin palmaria de pragmatismo durante el gobierno de Lonardi. Aunque se registraron protestas y manifestaciones espontneas en algunas ciudades del pas, en realidad esta etapa inaugur el primer experimento de "integracin" del sindicalismo bajo un gobierno no peronista. No obstante el anunciado lema lonardista de "ni vencedores ni vencidos" y una cierta voluntad de moderacin por parte del gobierno provisional, la irreconciliable polarizacin poltica de entonces elimin ese espacio de maniobra dado esencialmente por el reconocimiento social del peronismo en tanto identidad predominante entre los trabajadores -algo que comenzaba con un discurso conciliador pero segua con el respeto de la autoridad de los dirigentes en sus sindicatos- y que dejaba abierto el problema de la reconstitucin institucional del partido.

La profundizacin de la represin durante el gobierno de Aramburu bloque estas perspectivas que haban encontrado significativa receptividad en la dirigencia peronista y estuvo acompaada por la aparicin de diversas formas de lo que en el texto se reconoce como manifestaciones de la resistencia. Obviamente que las causas y los objetivos de este polifactico e inorgnico movimiento en el que deberan incluirse los enfrentamientos callejeros, el sabotaje en los lugares de trabajo, la realizacin de atentados, distintas formas de propaganda poltica clandestina y las conspiraciones cvico-militares, no se fundan en un solo molde.

De mviles heterogneos, desde el primer momento su alcance aparece limitado por la falta de coordinacin operativa. Con finalidades diversas, no puede decirse que obedecieran a las rdenes de Pern, entrando algunas en franca contradiccin con ellas. Hasta donde hemos podido avanzar, apenas si puede reconocerse la existencia de "dirigentes" de esta clandestinidad, y los casos referidos alientan a pensar que se trat de personas que participaban o intentaban capitalizar la dinmica de un movimiento que era, y sigui siendo durante casi todo el perodo en estudio, esencialmente espontneo. Por otra parte y tal como se ha visto, las disputas por la "direccin" del peronismo clandestino superpusieron las pretensiones de los nuevos grupos a las viejas reyertas partidarias. Las directivas mismas de un conductor al que la geografa pareca alejar cada vez ms de la poltica abonaban esta posibilidad: "los dirigentes deben surgir espontneamente de las masas y su autoridad se afirmar en los hechos". No obstante, el poder -o la representatividad- en el movimiento proscripto no se dirimira sobre supuestos tan distintos a los que parecen haber caracterizado, particularmente, la dinmica partidaria del peronismo gobernante en la primera mitad de los aos cincuenta. Algunos grupos que se arrogaban la conduccin de la "resistencia" apelaban a la remisin de gruesos informes a Panam, Caracas o Ciudad Trujillo (Madrid despus) con la intencin de que -respuesta mediante- sus ttulos fuesen validados. La competencia entre estos grupos por recurrir a tal proceso de legitimacin hablaba tanto de la vigencia de Pern como referente como de la consecuencia en una tradicin poltica gregaria. La esperanza en un pronunciamiento militar pro-peronista parece haber representado un obstculo para todo intento de organizacin, como tambin lo fueron las carencias de tradicin y experiencia en la lucha clandestina. La gestacin del movimiento de junio concit la atencin de varios grupos peronistas, y sus caractersticas evolucionaron, debido a la situacin imperante en las fuerzas armadas, hacia una perspectiva golpista con connotaciones insurreccionales y participacin civil. Su fracaso y subsiguiente represin a todas luces significaron un punto de inflexin fundamental en las expectativas de la resistencia peronista.

Aunque en la mentalidad de los militantes el deus ex machina de una intervencin militar no vino a desplazar sino a articularse con la esperanza del regreso de Pern, el examen histrico sugiere -a la vez que la distancia que los separaba de la realidad- la recproca incompatibilidad que exista entre aquellos proyectos y estas expectativas. Como sabemos, el esperado retorno no se produjo ni en la forma ingenua en que era representado por entonces (entre las cuales la ms popular y recordada es la figura del "avin negro") ni en ninguna otra hasta casi dos dcadas despus, y no puede decirse que la fallida insurreccin, aunque fundamentalmente distinta de los movimientos militares que jalonaron los aos sucesivos, haya sido en primer lugar e inobjetablemente un pronunciamiento "peronista". La caracterizacin de dicho movimiento representa un problema que conviene deslindar de su presentacin posterior: entonces ni se proclam "peronista" ni cont con el apoyo del ex presidente, manteniendo una relacin difusa con algunos grupos de la resistencia (comandos) y lderes sindicales desplazados. Ms bien como proyecto fue percibido como una amenaza por la "conduccin desde el exilio", y el conocimiento de su trgico desenlace no elimin la animadversin de Pern hacia los jefes que lo haban encabezado. Fueron sectores de la prensa nacionalista y peronista (en este ltimo caso dirigida por quienes, desde una semi-legalidad, mantenan importantes diferencias con aquella "conduccin") los que procedieron a la pronta reivindicacin de un hecho que pronto se transform en una efemride y, como tal, ingres en las formas de conciencia del movimiento proscripto. Ello no obstante, la gesta de junio fue reconocida al comienzo sin mediaciones por las bases peronistas y pronto se impuso el recuerdo y la conmemoracin- de los cados. Los muertos fueron disputados, pues, desde varios lugares, por lo que el lder ausente debi finalmente participar de ese culto que termin reconociendo a los fusilados de junio un lugar de privilegio en el panten peronista.

Todo ello contribuy a que la fracasada insurreccin y, an ms, su represin, permanecieran asociada al perodo de la primitiva resistencia peronista como su smbolo ms prstino. Fue integrada por las bases a un historial que hasta haca poco prcticamente careca de mrtires, cuya versin oficial acentuaba el carcter pacfico de los fastos del movimiento, y que solo con posterioridad reconocera en el tmido antecedente de los primeros "caos", actos de sabotaje y rias callejeras de los aos 55-56 los comienzos de una mtica resistencia.

En realidad la principal corriente del movimiento clandestino discurri por senderos mucho ms espontneos que el de un difuso compromiso con una insurreccin militar. Por otra parte, y aunque se haya tendido a asociar las notas ms espectaculares de tal resistencia con los conflictos en el mundo del trabajo, lo cierto es que las agrupaciones, en algunos casos denominadas comandos, no slo fueron sumamente heterogneas en cuanto a su composicin sino que llevaron a cabo actividades que estuvieron alejadas de las prcticas sindicales, tendencia sta ltima que se acus durante el perodo analizado. El auge del "cao" en particular no parece haber sido protagonizado por un sindicalismo terrorista como tampoco puede decirse que fuera la prolongacin en la clandestinidad de la accin de agrupaciones polticas preexistentes o el resultado de las constituidas al efecto de acuerdo a algn modelo de "guerrilla urbana". Dicha forma de "resistencia" fue generalmente el fruto de la actividad de asociaciones espontneas de personas, por lo general jvenes, que compartan experiencias propias de un mbito definido por lo barrial (aunque esto frecuentemente connotara tambin una identidad de pertenencia social y a la vez poltica) ms que por el lugar de trabajo. Las personas y los grupos as considerados, refirindonos en especial a quienes ms alejados estaban de la superficie poltica, a quienes aparecan en un peridico a partir del descubrimiento de un "complot", de la realizacin de un hecho subversivo o de su participacin en un acto pblico, y mucho ms quienes nunca llegaron a ser nominados en aquellas pginas e informes, fueron actores histricos sui generis que ejercieron una influencia difcil de evaluar pero que no puede desconocerse. Las operaciones de la resistencia, por modestas e inarticuladas que fuesen, en potencia eran capaces de contribuir a bloquear las alternativas que en lo social-institucional (la participacin en los sindicatos) y sobre en lo poltico-electoral (la legalizacin del neoperonismo o los acuerdos con otras expresiones partidarias) planteaban la posibilidad de integracin o de absorcin de las fuerzas peronistas. Pero fundamentalmente, en la medida en que lo simblico forma parte de lo "real", no puede dejar de considerarse su influencia sobre los contemporneos (y no slo sobre el futuro), dado que sealaron la presencia de irreductibles del peronismo en un tiempo en que se daba por supuesto -aunque siempre deba hacerse un esfuerzo para imaginar las bases de tal presuncin- que este movimiento estaba en trance de rpida disolucin.

El hecho de que hayan sido reconocidos como tales indujo a que la misma Revolucin libertadora pensara al peronismo ms como una cuestin susceptible de ser resuelta mediante el control y/o la represin policial (y an militar) que como un problema de naturaleza -y por lo tanto de resolucin- poltica. En parte esto es lo que explica la no asuncin de dicho problema en todo caso pensado como una cuestin residual, algo a lo que contribuy decisivamente la falta de unidad del amplio espectro antiperonista cuya prueba ms evidente es el hecho de que, tal cual hemos afirmado, la Revolucin libertadora haya carecido de una ingeniera institucional capaz de resolverlo.

Los resultados electorales de 1957 demuestran, pese al fracaso de las dos expresiones "neoperonistas" que, entre las varias posibilidades que se barajaron, concursaron finalmente, que exista un amplio campo para fomentar la dispersin y neutralizacin de los seguidores de Pern. Dicho campo fue restringido, o mejor an, cerrado, por la fractura relativa del antiperonismo y por la fuerza de una inercia valorativa que todo lo permeaba.

Las mismas circunstancias operaron en favor de que la primera compulsa electoral luego de su derrocamiento haya constitudo un triunfo para Pern pese a que los resultados obtenidos entonces se opacan ante cualquier comparacin con los guarismos electorales de la dcada peronista. En las notablemente participativas elecciones de convencionales constituyentes de julio de 1957 los porcentajes de "voto peronista" (deducido el nivel histrico de la ltima dcada en cuanto a los sufragios anulados y emitidos en blanco) no alcanzaron a representar la cuarta parte del electorado. Esto ltimo es particularmente relevante si recordamos que (contrariando las primeras directivas de Pern en favor de la "abstencin") la concurrencia a los comicios seal directamente un rcord, por lo que no resulta arbitrario considerar a esta eleccin como un nuevo "plebiscito", esta vez en pugna con la figura de un lder carismtico ausente.

Si no oper finalmente como tal fue porque el caudal peronista, que proscripcin mediante podra considerarse reducido de un holgado 60 % hacia fines de los casi diez aos de gobierno a un escaso 22 % en la coyuntura, otorgaba entonces a su potencial administrador protagonismo de rbitro. Como es sabido, dicho protagonismo fue inmediatamente reconocido por un sector de la oposicin a la Revolucin libertadora, y el radicalismo intransigente y su lder Arturo Frondizi convalidaron la aritmtica electoral de la circunstancia mediante el "pacto" electoral con Pern para las elecciones de febrero de 1958. El remanido acuerdo dej en el camino otras alternativas que, como las que parecieron a punto de jugarse en vsperas de los comicios de constituyentes, tendan a reforzar el papel de los dirigentes peronistas locales en detrimento de la autoridad que se ejerca desde el exilio, un papel que en ltima instancia se manifiesta tambin a travs de la gran variabilidad de resultados obtenidos por el voto en blanco en los distintos distritos del pas.

Es este el momento de confirmar el ttulo que lleva este libro, ya que la poltica de resistencia al menos all donde lleg a formularse como tal- debe considerarse en relacin a la resistencia de la poltica en el sentido de que era esta ltima -entendida como la inhibicin a la participacin electoral- lo que legitimaba a la primera a los ojos del observador comn, pero tambin en el ms complejo de que el desarrollo de la poltica era un desafo que afectaba a una multiplicidad de actores. Para de alguna manera corresponder al afn simplificador de la poca podemos concluir que, desde el punto de vista antiperonista, apareci generalmente como un riesgo no asimilable por la cultura poltica de la cual formaban parte, mientras que para el peronismo fue tanto una oportunidad a la vez que un desafo al cual no estaban en condiciones de responder. A nuestro juicio lo caracterstico del funcionamiento y desarrollo de lo que hemos dado en llamar las redes de poder del peronismo es que el movimiento no contaba con un centro de racionalidad capaz de imponer un rumbo permanente al conjunto, e incluimos decididamente en esto al factor Pern. Lo ocurrido en las distintas coyunturas as lo sugiere, tanto si consideramos el triunfo del golpe militar de 1955, el fracaso de la insurreccin de Valle y la debilidad organizativa de la resistencia como el modo de enfrentar las alternativas polticas y la coyuntura electoral de 1957. En este sentido quiz pueda pensarse -como hasta cierto punto se reconoce a partir de la estructura organizativa del trabajo- en un tiempo de la resistencia al que vino a reemplazar el de la poltica. Si nos declaramos renuentes a ello no es slo porque el anlisis de los hechos haya conducido a relativizar el alcance y la profundidad de lo que caracterizara al primero, sino particularmente porque creemos que el segundo comenz a transcurrir, aunque cada vez ms aceleradamente, desde el mismo momento en que los peronistas pasaron a ocupar el llano.

En diversos tramos del texto hemos reconocido una deuda con una desarrollada bibliografa que afincada en los estudios sobre el sindicalismo argentino tiende a confirmarlo como el principal actor histrico del peronismo en la proscripcin. Convendra corregir aqu, por la va de la moderacin, algo de lo all dicho y afirmar, por otra parte, lo que se desprende de lo fundamentado en esos captulos. El sindicalismo no es, en nuestro contexto, tal cosa como la sealada en la medida de que no logra establecer una relacin de hegemona sobre el conjunto de las redes de poder reconocibles al interior del movimiento y si es peronista lo es fundamentalmente ms en relacin al reconocimiento de una identidad extendida en el conjunto del colectivo obrero que en la de la posibilidad o el inters de interpelar en el mismo sentido identitario al conjunto de los peronistas. No es difcil concluir por otra parte que aunque dicho sindicalismo opera frecuentemente como un mediador en ocasiones como un mediador beligerante- entre el Estado y los trabajadores y pese a la importancia que la identidad peronista parece haber tenido en el camino de quienes avanzaron posiciones en el seno del movimiento obrero, a los ojos de la opinin pblica los mismos actores que protagonizaban acuerdos y conflictos en el mundo del trabajo no eran reconocidos sin ms como los representantes o voceros del movimiento proscripto. Podra decirse que no eran reconocidos an, pese a la poltica ensayada de Lonardi y luego, en otro contexto socioeconmico, por la administracin frondicista, porque dichas formas de reconocimiento no estaban ligadas a la posibilidad de que los sindicatos gobernaran el peronismo en lo inmediato, entre otras cosas precisamente porque todava para los mismos dirigentes la poltica partidaria era una suerte de incomodidad y hasta un riesgo a sortear frente a la palpable realidad de la recuperacin de las organizaciones y de sus recursos. Aqu no hemos hablado, pues, de los sindicatos o de la clase trabajadora al modo en que ya lo han hecho las grandes obras de referencia sobre la materia, sino en un sentido subsidiario respecto a su articulacin con la resistencia y la poltica. La perspectiva, estimamos, no es antojadiza y en todo caso ser oportuno reafirmar una de las premisas con las que est construido el relato: si en ms de un lugar hemos aceptado y sealado que en muchos aspectos las historias del sindicalismo y la del peronismo se superponen, tambin es cierto, como aspiramos haber contribuido a demostrar, que ambas se exceden recprocamente. Tampoco constituye una circunstancia gratuita el hecho de que, como tantos relatos sobre el perodo ponen en evidencia y no escapa al comn de los observadores, resulte difcil escapar a la atraccin de la figura del ex presidente, por lo que hemos credo necesario proceder a una ponderacin ms precisa del lugar reconocido al "factor Pern" en relacin a la estructura discursiva de nuestra propia historia. Este aparece, como se terminar de explicar a continuacin, como un actor en muchos sentidos menos importante que lo que la historiografa y hasta el sentido comn sugieren, pero tambin, como se desprende de la lectura del texto, como la nica posibilidad de articular un relato. A nuestro juicio existe, como a continuacin explicaremos, una relacin ntima entre ambas cosas.

La resistencia es inorgnica, diversa y primaria, la poltica abarca desde las antiguas autoridades del partido hasta las designaciones posteriores a setiembre de 1955, pasando por los perfiles neoperonistas y la posibilidad de integracin a otras fuerzas, el sindicalismo peronista aparece subsumido en un complejo mosaico de representaciones y sus dirigentes, en buena medida hombres nuevos, deben operar en un contexto sustancialmente diferenciado. Conviene tener presente pues que tanto contempornea como retrospectivamente resistencia, poltica, y en medida menor, sindicalismo peronista se unen en un vrtice que no inspira sino indirectamente a los actores concretos de esas redes o factores de poder, y que ese vrtice es, precisamente, Pern. Se comprender entonces que aqu hayamos entendido que para el ex - presidente la resistencia constitua parte de la poltica ("tcticas y estrategias") y no al revs; es decir, que para entender su conducta no hayamos apostado a perfilar una figura que conceba la poltica en los trminos blicos con los que frecuentemente la expresaba, sino la de un poltico que contaba con un men de opciones sumamente restringido por las circunstancias. Con ello nos alejamos mucho de la idea de un conductor que juega la carta insurreccional o terrorista para pasar luego a buscar alguna forma de incidir o escapar a las lides electorales que se avecinaban. Tampoco le hemos otorgado -ni a l ni a su delfn, Cooke- un verdadero rol dirigente en el movimiento clandestino. Por el contrario, hemos considerado ms prudente ver en ellos a las figuras de dos dirigentes que ocupaban un lugar no central en la definicin de las polticas de este tiempo, as como la conveniencia de tener presente que soportaron durante buena parte de este perodo una verdadera situacin de aislamiento. La principal fuente dita sobre su relacin -la correspondencia Pern-Cooke- habitualmente considerada a partir de sus contenidos en clave de "resistencia", admite pues a nuestro juicio una lectura intencionista en el sentido de bsqueda de una salida a dicha situacin. En estas pginas hemos partido del presupuesto tan obvio como frecuentemente olvidado de que dicha correspondencia (como toda la generada en el exilio y de la cual solo se conoce una parte) no puede ser considerada en s misma, como serie documental aislada de un contexto sobre el que en rigor de verdad -y a contrapelo de lo sostenido por la prensa contempornea- el ex presidente y su prdica tenan una limitada influencia. Su anlisis, junto al de otros documentos, obliga en cierto sentido a asumir que el imperio de la poltica (en el sentido en que lo hemos considerado a partir del captulo as designado) subordina o subsume la prdica de la "resistencia". Dicha circunstancia de la que ya hay pruebas suficientes para los primeros tiempos que siguieron a la cada, se torna del todo evidente con posterioridad a la eleccin de 1957.

A lo ms, y como hemos tenido oportunidad de desarrollar extensamente, en lugar de la insurreccin cvico-militar que pareca latir en los sucesivos descubrimientos de "complots" y "conspiraciones" por parte del gobierno, Pern plante lo que desde el comienzo defini como una "guerra de desgaste". No puede desconocerse, tampoco, que existe adems una considerable distancia entre esos difusos y generalizados planteos que se enviaban desde el exilio, y las prcticas concretas y las caractersticas del movimiento clandestino. Contrariamente a lo que por entonces muchos crean, en realidad, "Directivas" y "Recomendaciones" parecen haber seguido de lejos lo que se saba estaba ocurriendo en distintos puntos del pas, aunque sus caractersticas propagandsticas colocasen por momentos a este discurso varios pasos ms all de esas circunstancias y del realismo poltico. La cuestin no puede encaminarse pues a sealar las inconsistencias programticas y a enjuiciar las recomendaciones aberrantes que aparecen en este discurso del exilio. Tampoco puede el historiador cribarlas para considerar slo un programa de estrategias y tcticas cuya amplitud y evolucin -junto precisamente a sus notas ms discordantes- permitiran entender algo que frecuentemente se olvida y sobre lo que en estas conclusiones quiero insistir: el Pern del exilio es, en este tiempo, un hombre cuya soledad personal est a punto de proyectarse en una situacin de aislamiento y prdida de centralidad poltica. Hasta donde puede descubrirse una lgica en su discurso, no puede suponrselo un actor que cree y desea un retorno violento al poder persuadido luego (sobre todo despus de anunciado y sustanciado el ensayo electoral de 1957) de que debe y puede jugar un papel en la poltica de su tiempo. Se reconocer entonces que la dimensin de la poltica, incluso acotada tal cual hemos hecho desde el tercer captulo, a la "poltica electoral", estuvo presente desde un comienzo. Incluso en un anlisis ms inmanente ese mismo discurso resistente demuestra, contrariamente a lo que suele recogerse como primer dato y como hemos sugerido en el texto, que sta constitua sobre todo una enunciacin que tena objetivos movilizadores pero no finalistas. Como podramos especular ahora, si lo consideramos en su conjunto, quiz de tratase inclusive de un discurso en ltima instancia desmovilizador en el sentido de que su finalidad ulterior es la de bloquear las posibilidades de construccin de un movimiento que pudiera estar en situacin de prescindir de su fundador.

En concordancia con esto ltimo, otro factor que hemos tenido en cuenta en el desarrollo de este trabajo es que los mayores peligros para el liderazgo del mismo Pern emanaban, ciertamente, de un golpe militar o de una apertura poltica restringida respecto de su persona. No casualmente durante todo este perodo sus anatemas se dirigen hacia las conspiraciones de militares "nacionalistas", y en segundo orden a los intentos de gestar variantes polticas "neoperonistas". Con la emergencia de un gobierno constitucional cuya victoria haba sido reforzada sustancialmente con el aporte electoral peronista, la cuestin apareci como ms compleja, colocando a los actores ms relevantes del movimiento frente a una situacin muy diferenciada respecto de la que haba sobrevenido a poco de la cada .

Prrafo aparte merece la compleja pero discernible relacin entre "sindicalismo" y "violencia". Tal cual hemos afirmado en varios tramos del texto, dado que los sectores sindicales se desinteresaron progresivamente de las actividades de una resistencia, toda hiptesis que los asocie quedara menoscabada o, al menos, se vera erosionada en el avance de una narracin analtica. Esto fue as aunque, como suele ocurrir en la historia, slo en una medida parcial y cambiante. En primer lugar queda claro que no puede establecerse una correspondencia directa entre las luchas de los trabajadores y el ejercicio de la violencia. El sabotaje en los lugares de trabajo fue pronto abandonado y a medida que el sindicalismo peronista fue recuperando niveles de representatividad ocurri lo mismo con la colocacin de explosivos. En cuanto a esta prctica que hemos analizado al final del segundo y a lo largo del noveno captulo, resulta significativo sealar dos cosas ms; una sobre el progresivo deslinde de la relacin mencionada, otra sobre sus caractersticas concretas. Resulta a nuestro entender interesante el hecho de que a lo largo del perodo los picos de manifestacin de la actividad clandestina -definidos en una segunda etapa a partir de la colocacin de explosivos- coincidan menos con las grandes huelgas que con las efemrides ms significativas del peronismo, las celebraciones patrias de las que este movimiento se consideraba legtimo heredero y las conmemoraciones de la historia ms reciente que comenzaban a integrarse en su historial. Estas aseveraciones no pretenden por cierto negar que el conflicto que se expresa mediante el ejercicio de la violencia poltica y lo que hemos considerado resistencia en sentido estricto encubre (e incluso potencia) una sustantiva dimensin social sino que sta subsume a la experiencia del sindicalismo. A su vez creemos que sta es excedida por la adscripcin de los actores a un conflicto cultural que empieza y termina teniendo una naturaleza definidamente poltica: la Revolucin libertadora fue, pues, un lugar histrico de reformulacin pero siempre de refuerzo de identidades polticas preconstitudas. Con todo, si como se ha afirmado no puede hablarse, o, mejor dicho no convendra hacerlo todava, del movimiento obrero como la principal fuerza del peronismo en los 18 aos que siguieron al golpe militar de 1955, es claro que durante el perodo que analizamos se trata de la red de poder ms institucionalizada y organizada medida al menos contra la desarticulada debilidad del neoperonismo temprano, la fungibilidad, complejidad pero sobre todo la funcionalidad, de las organizaciones polticas ortodoxas y la extrema labilidad del movimiento de la resistencia. Por las mismas circunstancias el sindicalismo peronista era, sin que medie paradoja, el actor ms dinmico y poderoso, pero, precisamente por ello y como demostraran an ms claramente los tiempos por venir, el menos interesado en que las encrespadas aguas del conflicto social en el que se alimentaba su poder salieran de su cauce para mal de todos. Si pensamos por un momento en la pobreza de esta "cultura material de la clandestinidad", en la resemantizacin de que fue objeto la insurreccin de junio y todo el movimiento de la resistencia que a su fracaso sobrevivi, as como en la celeridad con la que las fuerzas represivas se preocuparon por obstaculizar la recuperacin de un movimiento sindical que resultaba intolerable por su impacto pero no por su capacidad subversiva, tendremos una idea de conjunto sobre las limitaciones de un movimiento que se repeta espasmdicamente desde 1955.

Lo primero resulta evidente en los continuos accidentes de que eran vctimas los involucrados en las operaciones de terrorismo, y en el hallazgo de los materiales utilizados. Fue, en verdad, el fruto de la espontnea participacin de quienes hallaron en la accin directa un camino ms atractivo y en todo caso opuesto al de la incorporacin a otras fuerzas. Llam la atencin, no obstante, sobre la vigencia del peronismo en una poca en la que pocos dudaban de que su descabezamiento acabara erradicndolo de la poltica, y aunque en gran medida se desarroll por cauces autnomos y sin una estrategia comn, contribuy indirecta aunque modestamente al bloqueo de las alternativas "neoperonistas" que implicaban el desconocimiento del liderazgo del ex-presidente.

Hemos afirmado pues las caractersticas "polticas" de estas actividades aunque ellas no fueran ms all de la afirmacin de una impronta identitaria. Quiz resulte pertinente sealar que aquel terrorismo amateur, "inocente" al punto que en un comienzo prcticamente carece de vctimas, suele aparecer en el recuerdo de los militantes que se empean en oponer esta "primera resistencia" a otra, menos discriminada y menos inocente sobre cuya filiacin y sentido mucho se ha escrito y se ha de escribir todava. Entre ellas lleg a postularse sin embargo una interesante y atrayente vinculacin semntica. Muy pronto, mucho antes de la llegada de los violentos setenta, las compuertas de una violencia poltica de nuevo tipo, aquella que haba comenzado con el bombardeo a la multitud en plaza de mayo y que haba seguido con la funesta serie de fusilamientos un ao despus, se ensancharan con la prctica de un terrorismo menos inocente y, digmoslo sin que medie idealismo en ello, seguramente menos legtimo a partir de sus consecuencias. Muy pronto tambin, mucho ms de lo que se lo ha supuesto, lo sembrado en estos aos de odio poltico comenz a florecer en la forma de un resentimiento que se solap con otros, tampoco resueltos en la historia nacional.

Lo ocurrido en relacin al 9 de junio de 1956 el nico momento en que se habl, con fundamento o sin l, de la posibilidad de la reinstauracin en el poder de los vencidos- ha sido como dijimos una oportunidad para entender que en la nueva situacin el liderazgo de Pern reconoca lmites concretos y exiga la aceptacin de situaciones generadas por los actores locales del peronismo. Al mismo tiempo, ilustra cabalmente lo que acabamos de insinuar ms arriba. Como en uno de los captulos se ha sealado, a un ao de los trgicos sucesos los nacionalistas de Cerruti Costa, entre otros, haban tomado las banderas de junio, y un peronista con una vieja historia de disidente estaba a punto de transformar la reivindicacin en un hecho masivo. Si efectivamente el hecho demostr cuanto deba acomodarse el ex presidente a un nuevo modo de conduccin poltica o de "cabalgar" la historia como gustaba afirmar-, la demora en plegarse a la reivindicacin de los mrtires haca evidente los riesgos de la tozudez cuando se ejerce a miles de kilmetros de distancia. El cambio de actitud represent, pues, a nuestro juicio, no slo la ductilidad del presidente exiliado, sino la primera demostracin de que era posible imponerle cosas a ese liderazgo remoto. Esa fue precisamente una de las primeras pruebas de que dicho liderazgo slo poda confiar en la capacidad para administrar un porcentaje menor al que sus propias enseanzas sugeran, y que para sostener su condicin debera aceptar frecuentemente decisiones sobre las que no poda influir y a las que slo caba sumarse.

Pero la historia es enemiga de las versiones definitivas, y si cada visin del pasado constituye una genealoga del presente -y en ocasiones una visin del porvenir- no ha de extraar que cada hoy formule las propias. En lo sucesivo la alusin a la primera resistencia peronista se constituira en un tema central a la hora de apelar a los vencidos de 1955. La secuencia, pues, no se detuvo con la referida y forzada bendicin de Pern a un acontecimiento que inicialmente haba generado su antipata (y sobre el cual conservara una funcional ambivalencia). Sigui un curso propio y lleg a integrarse con la actuacin de las formaciones armadas de los aos '60 y '70. Quiz no est de ms recordar al lector que el 29 de mayo de 1970 un comando montonero secuestr en su domicilio al teniente general Aramburu, que dos das despus esa organizacin lo conden a muerte en nombre del pueblo peronista por "la matanza de 27 argentinos sin juicio previo ni causa justificada" el 9 de junio de 1956, y que dicho comando llevaba el nombre, precisamente, del fusilado general Valle.

En 1971, un ao despus de ese otro episodio que sacudi al pas, Dardo Cabo presentaba la narracin de Juan Carlos Brid, ya citada en nuestro texto, en trminos que expresan el proyecto de constitucin legitimante de un nuevo peronismo: "La resistencia peronista, ha de ser tratada con el tiempo... como una de las epopeyas ms importantes del pueblo argentino en su lucha por la liberacin. Fue una guerra cruel, sorda y terrible donde muchos hombres y mujeres pagaron con persecusin, crcel y muerte el empeo de portar las banderas levantadas el 17 de octubre. Tuvieron enfrente un enemigo fro y poderoso. Tan soberbio como imbcil: cometi el error de subestimar el valor y la potencia que otorga la lucha por un ideal, y la piedra se les volvi alud. Gobierno tras gobierno fueron cayendo desde 1955 hasta hoy...; el estruendo de sus crmenes y el entreguismo sacuda al pas entero y tuvo cada da una nueva respuesta: la resistencia dura y tenaz".

En 1972, la versin cinematogrfica de Operacin Masacre ilustraba esta resemantizacin en la sobreimpresin de imgenes, acompaadas de un elocuente texto.

ImagenTexto

Jos Len Surez Voz de Troxler (off).- Yo volv de Bolivia, me metieron preso, conoc la picana elctrica

AmanecerMentalmente regres muchas veces a este lugar. Quera encontrar la respuesta a esa pregunta: qu significaba ser peronista.

Cadveres en el basural Qu significaba este odio, porqu nos mataban as. Tardamos mucho en comprenderlo, en darnos cuenta que el peronismo era algo ms permanente que un gobierno que puede ser derrotado, que un partido que puede ser proscripto.

Masas en Movimiento El peronismo era una clase, era la clase trabajadora que no puede ser destruda, el eje de un movimiento de liberacin que no puede ser derrotado, y el odio que ellos nos tenan era el odio de los explotadores por los explotados

(...)(...)

Retoma documental del cordobazo Estas verdades se aprendieron con sangre

El pueblo rechaza a la caballera pero por primera vez hicieron retroceder a los verdugos,

Aramburu Los que haban firmado penas de muerte

Entierro de Aramburu sufran la pena de muerte

Fusilamiento de Lizaso Los nombres de nuestros muertos

Pintada: "Descamisados.

Comando Carlos Lizaso".revivan en nuestros combatientes

Troxler aferra los fusiles de dos vigilantes en Jos Len Surez. Lo que nosotros habamos improvisado en nuestra desesperacin,

otros aprendieron a organizarlo con rigor

Documental: masas en accin a articularlo con las necesidades de la clase trabajadora, que en el silencio y el anonimato va forjando su organizacin

Vandor independiente de traidores

Alonso y burcratas,

Muchedumbrela larga guerra del pueblo

Muchedumbre avanza el largo camino

Muchedumbre avanza la larga marcha

Muchedumbre avanza hacia la Patria Socialista.

Probablemente se trate de una de las versiones ms acabadas del mito de la resistencia. Formulado adems en un momento clave de disputa por los smbolos al interior del peronismo, seala el ms franco enfrentamiento con la mitologa antiperonista a la vez que, sin proponer una colisin establece un relato fundacional para un peronismo que no parece nacer de las festivas jornadas del 17 de octubre sino de la aciaga represin que sobrevino una dcada despus. La fuerza de las imgenes y del texto, pues, invita menos a una especulacin sobre su correspondencia con los hechos tal cual acontecieron que a percatarnos de los resultados de un proceso en el que a una historia de negacin de la "aberracin" antidemocrtica se opuso una elaboracin de tono populista y radicalizado, nutrida de una perspectiva cuasi romntica y referida no ya a la evocacin de una era de justicia social inaugurada por el peronismo sino a las luchas que sobrevinieron luego de su cada en cuya elaboracin y consumo llegaron a tener una importante participacin los sectores medios radicalizados

La semntica de la "resistencia", que como vimos tampoco es una mera construccin oportunista de un momento de radicalizacin posterior, contribuy desde entonces en una medida sobre la que slo cabra especular, a la complicacin de un problema que, dadas sus caractersticas, slo admita una solucin poltica.

La negativa de los actores antiperonistas a considerar una alternativa inclusiva que por la va de la integracin social o la legalizacin poltica contribuyese a consumar un proceso que por entonces se descontaba -la posibilidad de "dispersin" del carisma- es un dato de la poca. La permanencia y el fortalecimiento de la inercia valorativa sobre el peronismo termin de constituir a este movimiento en la oposicin, distorsion la entidad de prcticamente todas las fuerzas polticas y retorn a la democracia bajo la forma de una fuerte deslegitimacin del liberalismo poltico. La democracia liberal, entre otras cosas porque proscriptiva y porque incapaz de recoger el desafo del hecho social y cultural peronista, perdi prestigio frente a la pretensin de instaurar una "democracia real" capaz de tener en cuenta los intereses de la sociedad.NO ES LO UNICO (LA DA LIB ESTABA DEBILITADA EN TODA AMERICA LATINA DONDE NO HABIA PERONISMO Seguramente en dicha situacin se fortalecieron las posiciones de los sindicalistas, que durante mucho tiempo administraron la nica estructura legal de identidad peronista, aunque la organizacin poltica no parece haber constituido una prioridad para los sindicatos durante el perodo analizado y, como lo demuestra la historia ms trabajada de los primeros aos sesenta tampoco el sistema poltico se mostr luego dispuesto a flexibilizarse ante la posibilidad de aceptar una versin predominantemente "sindical" del movimiento proscripto. Como es sabido la dimensin prctica de la "resistencia" podra ser evocada en cada demostracin de fuerza de la dirigencia sindical, aunque la veda a la participacin electoral del peronismo colocaba a esos mismos dirigentes en situacin de "negociar" con el poder poltico estatal. Esta misma combinacin de circunstancias operara sobre vastos sectores de una juventud que asumi luego posturas y metodologas radicales a la vez que descubra "otro" peronismo, pero no debe forzarse la identificacin, en la poca analizada, de determinados signos que pautaran una radicalizacin ideolgica que florecera diez aos ms tarde .

Difcilmente la proyeccin de la experiencia de la Revolucin libertadora poda contribuir a aminorar dichas identidades excluyentes y abonar el camino de una "restauracin" liberal ideal. Ms bien permaneci durante mucho tiempo como el punto de concentracin de referencias antitticas tan fuerte como el de la experiencia peronista.

En el texto sealbamos que si probablemente las elecciones no haban representado durante el peronismo el primer criterio de legitimidad sino que el creciente caudal de votos fue ms bien interpretado y presentado pblicamente como expresin del consenso plebiscitario que suscitaban las reformas sociales y econmicas en curso, esto no quiere decir que el gobierno de Pern no haya seguido desde muy cerca los resultados electorales. As lo indican distintos estudios y seguimientos de dichos resultados realizados por el Ministerio del Interior durante aquella poca al punto de que si de establecer ponderaciones en base a volumen de informacin se tratara, deberamos concluir que las elecciones importaban al rgimen bastante ms de lo que se ha dicho, observado o presupuesto. Si esto era as durante el peronismo, lo fue mucho ms despus de su derrocamiento, cuando los guarismos electorales eran, para propios y extraos, una clave esencial para la resolucin del problema poltico argentino y, para los peronistas en particular, una medida sensible del capital poltico de que disponan. La no resolucin del problema Pern -bsicamente la imposibilidad entre los actores polticos de la poca para consensuar una alternativa de incorporacin del electorado de dicho origen- ha aparecido pues en el relato, quiz justamente, como una oportunidad perdida para las fuerzas no-peronistas. Resulta ciertamente difcil escapar entonces a las sugerencias de una contrafactualidad que plantea varias posibilidades de desarrollos alternativos, conduciendo todos ellos a la estabilidad institucional y sus beneficios anejos. No ocurri de esa manera en estos aos clave, pero esto no debe explicarse slo como un relato capaz de dar cuenta de las sucesivas "victorias" de un lder ausente sino mediante la ponderacin de una inercia valorativa que era constituyente del conflicto.

Lejos de diluirse, dichas identidades terminaron de afirmarse mutuamente en el perodo. Es cierto que el antiperonismo extraa sus argumentos del examen de la dcada pasada, pero tambin lo es que ahora pudo expresarlos plenamente y an empearse en el ejercicio de una verdadera pedagoga "antitotalitaria" cuyos excesos operaran por contraste y en favor de una reafirmacin de la identidad peronista.

Profundizar en la bsqueda de la mecnica de esta interaccin constitutiva exigira ir bastante ms atrs en el tiempo, pero no podemos dejar de sealar que, como sabemos ocurre an en el campo del ensayo, la historiografa y las ciencias sociales, las interpretaciones ms difundidas del peronismo resultan ser elaboraciones de un talante difcil de escindir del espritu de la poca. Gino Germani, figura rectora de la naciente sociologa y numen de lo que la historiografa denomin interpretacin "ortodoxa" del peronismo, escribe en estos aos durante los cuales la recreacin de una cultura democrtica se confunda en la urgencia de una explicacin que enfatizaba el carcter "aberrante" de la participacin de las masas en la dcada que acababa de finalizar. Tambin es cierto que varios ensayistas de entonces -Abelardo Ramos, Hernndez Arregui- postularon ensayos novedosos y perdurables, los cuales partan de una valoracin opuesta sobre el fenmeno en cuestin. Lo que uno reconoca como resultado ("aberrante" y explicativo a la vez) de la "estructura social de la Argentina" otros lo saludaron como una forma de participacin democrtica y hasta como una posibilidad de celebrar en el anlisis y en la historia, un vnculo entre nacionalismo y marxismo. Posiblemente el peronismo no haya sido ninguna de estas cosas y sin duda que la nueva historiografia sobre el particular, en la medida en que trabajo sobre la complejidad y la diversidad, contribuye a alejarnos an ms de tales percepciones. No obstante, an aceptando los yerros y simplificaciones en que frecuentemente redunda el transitado camino de la historia de las ideas, una historia poltica como la que intentamos construir no puede dejar de reparar en un elemento sustantivo que ampli la voz del peronismo, y sobre todo sobre el peronismo, en la opinin pblica.

En lugar de su refundacin en un sentido "democrtico" del cual estaran cercenados los vicios demaggicos y manipuladores de la democracia de masas, la recreacin de la esfera pblica durante las administraciones que siguieron a la cada del peronismo implic, en definitiva, el triunfo ms rotundo y la extensin ms inesperada de las ideas populistas que en lugar de implosionar al interior del movimiento que las sustentara hasta 1955 se expandieron no slo a partir de las resignificaciones intelectuales o literarias del peronismo que de inmediato se emprendieron, sino de una realidad poltica cuyo mismo dato esencial -la proscripcin de aquel movimiento- otorgaba la posibilidad (casi la necesidad) de que ese juego de referencias al "pueblo" (cuando no a la "nacin" y a la "clase trabajadora") se proyectara en las interpelaciones de distintos sectores polticos que, con tanta pasin como los intelectuales de ese tiempo pero con un prstino sentido de la oportunidad, multiplicaran en lo sucesivo.

Como hemos sealado, desde el comienzo el Comando Superior Peronista tuvo desde 1955 serios inconvenientes para subordinar al conjunto de los peronistas y hasta para hacer llegar su voz a quienes seguan considerndola el principal argumento de autoridad. En este sentido, conviene que Pern sea concebido apenas como vrtice de una estructura de funcionamiento difuso, en un proceso sumamente dinmico y en el cual el umbral de certeza a partir del cual se tomaban las decisiones polticas era, generalmente, muy bajo. El ex presidente multiplic las apuestas aunque convenga subordinar toda lectura intencionista a un anlisis funcional de dichos y actos. Si al comienzo el problema consisti menos en esperar los resultados de la resistencia civil que en deslegitimar el concurso de los peronistas en un eventual golpe militar exitoso y en descalificar al neoperonismo, con el tiempo el trabajo comenz a consistir tambin en el arduo pero conveniente arbitraje entre las distintas redes que, con dismil grado de densidad y poder, operaban dentro del peronismo. Consecuentemente, si en una primera instancia el interlocutor privilegiado y casi exclusivo fue Cooke, la insercin de dichos sectores en un margen ms amplio de legalidad constitucional exigi decisiones que se perfilaron ntidamente, ya fuera de nuestro estudio, a poco de comenzada la administracin de Frondizi. Con la disolucin del Comando Tctico, la formacin de la Delegacin y, posteriormente, el Consejo Coordinador y Supervisor del peronismo, la conduccin formal del movimiento en el pas se transform en un organismo deliberativo con ms posibilidades de hacer or la multiplicidad de sus voces que de constituirse en un efectivo poder organizado. Dicha caracterstica formal poda justificarse segn el punto de vista desde el que la complejidad del movimiento no poda ya expresarse, en la inminencia de la legalidad, de un modo centralista, pero precisamente por ello los interlocutores y las voces de autoridad crecieron en nmero lo que, en definitiva, comenz a erosionar rpidamente la base del poder que detentara John William Cooke desde 1956.

Desde otro punto de vista y aunque la situacin no resista una comparacin con los aos peronistas, la pugna de los polticos y Pern al interior del movimiento proscripto implicaba la reaparicin de cierta tensin, en un contexto sustancialmente diferenciado, entre un polo democrtico y otro carismtico que habra existido desde el comienzo. La primera de las denominaciones puede resultar equvoca para los primeros pues la consumacin de tales formas democrticas (si aceptamos como tales el desidertum de la creacin de un partido y la participacin electoral) exiga (dadas las estrictas reglas del juego poltico) el mantenimiento de la proscripcin para quien se esmeraba, en vida, en soportar la erosin del carisma (lo que tcnicamente se ha denominado su dispersin). El mantenimiento formal de una estructura en ramas, parecida a la que hacia 1950 haba contribuido a licuar las diferencias iniciales entre renovadores y laboristas, o entre polticos y sindicalistas despus, era evidentemente ms funcional al ejercicio de la autoridad del Jefe que lo que hubiera sido la puesta en prctica de un sistema electivo interno que terminara generando una burocracia partidaria capaz de usufructuar de sus propias bases de poder. No faltaron candidatos para ocupar ese lugar, tal como expres cada vez que pudo el ltimo presidente en ejercicio del partido, Alejandro Leloir, o como los mercantistas que concibieron que las nuevas circunstancias brindaban una oportunidad para la salida de un ostracismo al que haban sido empujados desde el reemplazo de la administracin Mercante en la provincia de Buenos Aires, como demostraron desde el primer momento Atilio Bramuglia gestor del primer partido neoperonista y, en medida menor, Vicente Saadi y Alejandro Olmos. La mayora de ellos deban enfrentar, no obstante, el incmodo handicap de haber sido rprobos del peronismo en el pasado y ninguno pudo sobrellevar, huelga sealarlo, el todava ms insalvable anatema de Pern.

La recomposicin en condiciones tan particulares de la dimensin carismtica en el seno del peronismo se vera favorecida, por una parte, por los obstculos legales y polticos que toda forma de organizacin partidaria encontraba o encontrara para avanzar, pero el propio Pern contribuy decididamente a ello mediante el ejercicio de una relacin pendular con los distintos sectores del movimiento. Debe notarse, pues, que dicha relacin, sobre la que con razn se ha insistido en el anlisis de la poltica de los aos setenta, fue tambin una caracterstica de los primeros aos de la proscripcin y el exilio. El fortalecimiento de la dimensin carismtica poda as realimentarse tras el ejercicio de una funcin de arbitraje, sobre los restos de los involucrados en liza, por ejemplo, nutrirse de la neutralizacin recproca que podan ejercer las distintas redes de poder reconocidas en los siempre incipientes organismos de conduccin, tambin, y sobre todo afirmarse mediante la utilizacin de todos los medios posibles para recrear, en las particulares condiciones del momento, un vnculo directo con las masas. De all el inters en considerar especialmente no solo los modos, sino los medios a partir de los cuales ese vnculo con las masas que ha sido esencial para la poca del gobierno peronista se recompuso en los primeros aos del exilio.

Si la multiplicacin de la correspondencia pudo haber contribuido tanto a debilitar agregaciones de poder como a alentar expectativas dentro del peronismo, la distribucin de mensajes grabados y la aparicin del tirano en la primera pgina de los semanarios peronistas ambas cosas propias de los ltimos tiempos analizados ms que de los primeros- deben haber contribuido decisivamente a tal recomposicin del carisma. Un dato merece ser considerado como prueba de lo dicho desde aquel primer reportaje que hiciera subir las ventas de una publicacin sensacionalista. Los semanarios peronistas de la segunda poca, como Lnea Dura y Norte tuvieron tanta continuidad e importancia como los primeros medios semiclandestinos de orientacin peronista, como Rebelda o Palabra Argentina, pero a diferencia de stos que se consideraban a s mismos expresin del nuevo peronismo y que pugnaban por intervenir en las decisiones polticas en base a una agenda propia, no dudaron en presentarse ante la ciudadana en general y ante los peronistas en particular, como voceros autorizados de la ortodoxia. Esto hablaba, pues, como otras cosas, de la medida en que Pern haba revalidado sus ttulos contra toda alternativa al interior del movimiento peronista. De todos modos, cuando en el ocaso de su coyuntural primaca Cooke imagin la organizacin de un partido, estuvo ms cerca del PURN de la primera poca y de las experiencias del ltimo peronismo en el poder que de los ensayos bonaerenses que, en los primeros aos del peronismo, parecieron perfilar un modelo distinto y hasta una alternativa poltica. Una especulacin de este tenor, no obstante, dada la situacin de ilegalidad, sera probablemente tan poco valiosa como la atribucin de dichos planeamientos centralistas a razones en ltima instancia no tan alejadas de aquellas que alguna vez llevaron a Lenin a diferenciarse del modelo de partido abierto representado por la socialdemocracia alemana.

A medida que cambiaban las condiciones polticas en el pas, Pern fue introduciendo sucesivas modificaciones en organismos de conduccin del movimiento. Dichos organismos eran, en definitiva, creados y recreados por l pero atendan no slo al cambio en aquellas condiciones sino al equilibrio de fuerzas interno. La convivencia formal, forzada y a juzgar por sus resultados, inoperante, de hombres y mujeres provenientes de la poltica, el sindicalismo y la resistencia en un mismo espacio de representacin el Comando Tctico, la Delegacin Nacional, luego El Consejo Coordinador..., etc.- es el mejor ejemplo del tipo de relaciones que podan mantener entre s aquellas representaciones del peronismo como de su relativa dependencia del vrtice: en el mejor de los casos los rganos de conduccin local podan fungir como una suerte de instancia deliberativa que, dotada de sus propios contrapesos internos, terminaba reforzando la capacidad de arbitraje del Jefe. La prensa peronista, que se haba desarrollado con significativa independencia en las duras condiciones represivas que siguieron al golpe de estado de 1955, fue utilizada por Pern, particularmente desde 1958, para acceder a un contacto ms directo con las bases, al punto de que varias de las directivas que afectaban las funciones de aquellos rganos de conduccin fueron publicadas antes o al mismo tiempo hasta donde sabemos- en las pginas de aquellos semanarios cuyos directores aspiraban a devenir en dirigentes polticos de primer orden. Si los interlocutores eran, pues, mltiples, y los organismos de conduccin, efmeros, la relacin con los delegados no poda dejar de ser pasajera ni de estar sujeta a las mismas variaciones de contexto. Aunque la relacin con Cooke fue por cierto especial entre todas haba en ella un ingrediente de confianza que no se revelaba en las dems- estuvo sujeta a las generales de la ley que han sido enunciadas en el texto. Pern lo desautoriz en sus iniciativas para organizar el Partido porque la cohesin centralista que el delegado reclamaba era resistida por los dems peronistas pero, sobre todo, porque en verdad tampoco estaba interesado en la organizacin de partido alguno. An en el momento inmediato a su desplazamiento no dej de considerarlo un interlocutor vlido y sigui dirigindose a l como la primera espada del peronismo en su enfrentamiento con el rgimen, papel en el que su delegado permaneci afincado para siempre.

Es cierto entonces que a poco de su cada, el ex presidente comenz a ejercer con plenitud, aunque no sin dificultad, el papel de rbitroPODER DE VETO? como ms adelante ejercera el poder de veto, es decir: en 1958 su papel de rbitro se superpone al de la necesidad de vetar opciones neoperonistas de la situacin poltica argentina, papel que retendra durante sus 18 aos de exilio. Pero si dicho arbitraje de la situacin poltica argentina era compartido con las fuerzas armadas, su condicin de posibilidad era que deba ser ejercido al mismo tiempo al interior de un movimiento proscripto, complejo y desorganizado. El peronismo de la proscripcin aparece como un complejo difuso de intereses y voluntades que slo coyuntural y aleatoriamente pueden vertebrarse polticamente al punto de que durante todo el perodo considerado fue Pern, el nico actor en capacidad no ya de inducir, sino de operar, en nombre del peronismo en su conjunto.

Es posible reconocer pues en el perodo la presencia de varios peronismos paralelos o, ms concretamente, de varios factores que coexisten y que constituyen en el mejor de los casos redes de poder fludas y capaces de maximizar beneficios en las oportunidades que se les presentan, pero no de sumar esfuerzos y/o agregar intereses a favor de la acumulacin de una fuente de poder poltico alternativo. Si tuviramos que recomponerlas en una sola imagen consideraramos:

-Una en proceso de adaptacin, reconstitucin y potencial autonomizacin: los sindicatos, o particularmente, los nuevos sindicalistas.

-Otra en franca decadencia y creciente aislamiento: los militares peronistas o nacionalistas que participan de los complots

-Una tercera en proceso de emergencia: los lderes polticos del viejo peronismo que intentan capitalizar en su favor la vacancia de una jefatura carismtica expectativa sobre todo presente en los seguidores de Leloir y Mercante en la Provincia de Buenos Aires- parcialmente articulados con el fenmeno del neoperonismo temprano ms presente, aunque aislada y dbilmente, en el resto del pas-

-Los grupos resistentes en sentido estricto, que aparecen como los menos capaces de entrar en compatibilidad con los otros sectores del peronismo y que tienen el menor grado de organicidad (o que constituyen, por oposicin a las estructuras sindicales, redes sumamente segmentadas y de escasa densidad organizativa)

-Pern, entendido como el vrtice que reconstituye su liderazgo sobre nuevas bases e instrumentos polticos y que se somete a la necesidad de construir nuevas relaciones de poder, arbitrando entre pero tambin subordinndose a- la presencia de fuerzas y alternativas que signan el reconocimiento del peronismo como un actor poltico polimorfo.

Ensaybamos pocas pginas atrs una suerte de anlisis, o, mejor an, de comentario, basado en la conviccin de que era ste, el captulo referido a las conclusiones, el lugar adecuado para sealar la existencia de una tensin entre las cosas tal cual sucedieron y las cosas tal como fueron contadas. No ser el que escribe, sin embargo, aquel que se ocupe se establecer un criterio de verdad objetiva entre dichas perspectivas, entre otras cosas porque la correspondencia entre distintas pocas, tan reclamada por el sentido comn, tan frecuente en las presentaciones pblicas, tan funcional a la elaboracin de los discursos de identidad, es una de las dimensiones ante las cuales ms sanamente se revela el escepticismo profesional. Ambas cosas, tanto lo que sucedi como lo que se cont, en la medida que integran la falsa pero operativa conciencia del historiador, merecen no obstante ser tenidas en cuenta a los efectos de en la medida posible liberarnos o al menos liberar al lector- de los riesgos implcitos en la funcin del narrador omnisciente.

A modo de colofn, pues, deseo expresar que en la elaboracin de esta tesis he tratado de conciliar dos presupuestos elementales de nuestro trabajo, pues si tanto el conocimiento de la posteridad como los sucesivos presentes contribuyen a focalizar la atencin sobre determinados temas y hasta influyen en su tratamiento, un sano canon historiogrfico nos impone la necesidad de adoptar, tanto en la investigacin como en la exposicin de sus resultados, un punto de vista "indeterminista" o, como dijera un clebre historiador, contar la batalla como si los persas an pudieran ganar . No estar dems recordar, para recomponer a los actores segn la propia visin de su poca, que en setiembre de 1955, cuando se crea que terminaba una historia cuando en realidad comenzaba otra nueva, hubiese sido difcil imaginar otro destino que el de la desaparicin del peronismo, o presuponer otra cosa que el ocaso de la influencia de Pern sobre la vida poltica argentina.

.

Julio Csar Melon Pirro, Mar del Plata, 26 de abril de 2008

(este texto es versin preliminar de la publicacin citada))

Nuevo Hombre, 4-10 de agosto de 1971.

. Dirigida por Jorge Cedrn, la pelcula cont con la actuacin de Julio Troxler, sobreviviente de los fusilamientos.

Hablo de mito en sentido dbil. No en el de relato opuesto a lo verdadero, sino en todo caso como una creacin que, como deca Vico, ofrece una verdad diferente de la intelectual, esto es, una verdad potica cuya eficacia reside en la posibilidad de transmitir un mundo bien definido de representaciones en el sentido apuntado por Cassirer. Entiendo pues que la condensacin escrita de esas miradas afectivas y volitivas merecen ser tenidas en cuenta por el historiador en la medida en que fueron efectivamente formuladas como tales, esto es, eludiendo por un lado la confrontacin con lo realmente acontecido a la Ranke y rehuyendo por el otro todo inters por traer, al terreno de la historia poltica, los ecos de las discusiones antropolgicas sobre el carcter (lgico, irracional, etc.) del mito en s mismo.

Melon Pirro, Julio Csar: Lo que se dice de lo que es, art. Cit.

Melon Pirro, Julio Csar: El peronismo despus del peronismo, Tesis doctoral, citada.

Melon Pirro, Julio Csar: Informe sobre la prensa clandestina, en Da Orden, Mara Liliana y Julio Csar Melon Pirro (comps.) Peronismo y periodismo: fuentes, problemas, debates. Editorial Prohistoria, Rosario, 2007.

. Entre los prerrequisitos del xito se contara, pues, no solo la honestidad intelectual, sino la capacidad -el oficio- para "ubicarse en un punto del pasado en el cual los factores ya establecidos permitan esperar un resultado diferente. Si habla de Salamis debe hacerlo como si los persas an pudieran ganar. Si escribe sobre el golpe de Estado de Brumario debe hacerlo como si todava fuera posible que Bonaparte no estuviera por ser ignominiosamente rechazado por sus compatriotas". J. Huizinga, "The Idea of History", citado por Ezequiel Gallo en "Lo inevitable y lo accidental en la historia", en Oscar Cornblit (comp.), Dilemas del conocimiento histrico: argumentaciones y controversias), Ed. Sudamericana, ITDT, Buenos Aires, 1992, p. 158.

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