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Bilbao PERGOLA” " '"' ... ..... ....... Su libro La amante (1926) io escribió durante un viaje hacia Bilbao ,Norte de H Félix Maraña L primer libro publicado por Rafael Alberti es Ma- rinero en (ierra (1925), cu- yos poemas llamaron la atención de los más im- portantes escritores del momento, pues Alberti recibió por dicho poema- rio el Premio Nacional de Literatura, otorgado por un tribunal en el que esta- ba nada menos que Antonio Machado. En ese mismo año, Rafael Alberti inicia su primer viaje hacia el Norte, en com- pañía de su hermano Agustín, de cuyo Itinerario surgirá su übro La amante, que E ublicará en 1926 la editorial malagueña itoral. El recorrido de este joven de 23 años le hace dibujar otros paisajes y descubrir otros azules, otras luces, en su vidente expresión de pintor aún por decidir. La poesía habría de ganarle la partida, por de pronto, a la pmtura, aunque fueran con el tiempo dos lenguajes paralelos, cuando no lenguajes que se confundían, en la obra de Alberti. La amante es un estallido de expresión popular, pues Al- berti estaba entonces imbuido ae esa li- teratura. Así lo señala José Bergamín en el prologuillo que escribió para ese poe- mario en 1935. Desde Madrid, Guada- rrama, Aranda de Duero, Roa de Due- ro, Peñacerrada, Clunia, Salas de los In- fantes, Santo Domingo de Silos, Cova- rrubias, Lerma, Burgos, a cuya catedral Alberti dedica tres poemas, son los esce- narios de la primera parte del viaje. Los recuerdos sobre este itinerario los des- cribe Alberti en varios pasajes, y hace una especial dedicatoria a los monjes de Silos, celebrando su dedicación a la cul- tura con entereza liberal, como recuerda en La arboleda perdida. De Silos sale emocionado el joven poeta. Estando en Burgos se encuentra por casualidad con otro gran poeta, Pedro Salinas, a quien Alberti hace saber que su destino es Santander, y que va en bus- ca de ese otro mar al que no conoce. De Burgos a Villarcayo y a Medina de Po- mar, de allí a Limpias, ya en tierras de Santander, aventurando el mar que des- conoce, idealizando su retrato incluso. Hasta que por fin Uegó al Cantábrico, en Laredo, mar que le corunovió, como ve- remos. La emoción cantábrica Años después, en su libro La arboleda perdida, escribe Alberti a propósito de su viaje al Norte: «Grande fue mi emo- ción ante el Cantábrico, aquella masa fosca y brava tan diferente a la mansa y azul de mi bahía. Desde Laredo, recorrí toda la costa santanderina y vasca, hasta San Sebastián, dejando una canción en cada pueblo marinero. Nuevamente en Madnd, escribí la última -la número 70-, adiós a aquella amiga, más soñada que cierta, la ideal compañera de viaje por tierras españolas para mí antes descono- cidas». Ese poema a que alude Alberti, de título «Despedida» es realmente el úl- timo del libro, aunque no figura con esa numeración, sino con el número 68, en las distintas ediciones que conocemos de La amante, y tampoco en las obras com- pletas preparadas por Garría Montero en 1988, dado que el propio Alberti su- primió ima canción «Compañero, aman- te mío», anterior a esa despedida. Es en Laredo donde recoge la primera noción del Cantábrico: «¡Perdonadme, marineros^ sí, perdonadme que lloren/ mis mares chicas del sur/ ante los mares De Castro Urdíales a Portugalete ¡Nombradme lo que yo quiero! ¡Ponedme la banda azul de los mares, marineros! jY mueva el aire en mi gorra a cinta verde del viento! Santurce No, tu balandro, mañana, la lancha más bravia, ligera y más galana: la Capitanía. del norte!». Alberti parece ir abando- nando el recuerdo de aquel amor de mu- jer del Guadarrama, y sentirse unido al paisaje norteño. De Laredo a Castro Ur- díales, y a Portugalete, Santurce, Sestao, Bilbao. De vuelta del litoral, Alberti, por Or- duña, va a Miranda de Ebro, Belorado, Pradoluengo, de nuevo a Aranda y Ma- drid. Cuando llega a Madrid se encuen- tra con las galeradas del libro Marinero en tierra. Como no sabe cómo corregir- las, se inventa unos signos, que nadie en- tiende, pero en su euforia ante el libro, Alberti lo da por lenguaje apropiado. Alberti asegura posteriormente haber estado entonces en San Sebastián, pero no dejó escrito poema alguno al litoral guipuzcoano. Juan Larrea, vasco difícil y secreto Aparte del paisaje vasco, a Alberti le tocó rozar con algunos vascos, desde muy niño. Además del padre Zamarripa, encontró a muchos vascos en su camino. Zamarripa era el rector del colegio de Jesuitas en su niñez del Puerto de Santa María. Posteriormente, en la posguerra, y en un viaje a América, en 1951, se en- contró en el mismo barco con Miguel de Amilibia, diputado y escritor, director de la Caja de Ahorros Provincial de Gui- púzcoa en la República, a quien entregó un poema que guardamos, con sus inicia- les. El poema tiene el título original «Frente a los litorales españoles», y está escrito en «La Florida», el barco que les lleva ppa Argentina, el 1 de enero de 1951. El poema lo publicó Alberti luego en su übro Retornos de lo vivo lejano (1952), en Losada, pero por la anotación del original regalado a Amilibia se pue- de comprobar la fecha. Cuando Alberti redbe el Premio Cer- vantes en 1983 pronuncia un discurso en- tre solemne y discreto, pero, en sus pri- meros compases invoca el nombre de Juan Larrea, el poeta de Bilbao, a quien Alberti reconoce como «aquel vasco di- fícil y secreto». Muchos fueron quienes se preguntaron entonces por qué Alber- ti hacia esa invocación tan temprana en su discurso, tan inesperada para algunos. Quien conozca la génesis, el discurso, la floración de esa llamada generación del 27, a la que Alberti prestó gracia, acento, y, sobre todo, duende y poesía, no duda- rá en entender que sin el magisterio y el fervor creativo de Larrea las cosas hu- bieran sido de otra manera. Larrea dijo muchas cosas a su tiempo, pero, ante to- do recogió aquel sentir único y explosivo de las vanguardias, no sólo del surrealis- mo y comunicó a los grandes poetas del mundo (Huidobro, Vallejo, etc.) con los jóvenes poetas españoles. Para Alberti no quedaría al margen, en esta valora- ción de Larrea, el papel fundamental que en la creación del «Guemica», de su amigo Pablo Picasso, tuvo el autor vasco de Versión celeste. Gabriel Celaya, el otro Rafael De entre todos los poetas vascos de su tiempo, tuvo especial relación con Ga- briel Celaya, a pesar de la relación críti- ca que mantuvo éste con determinadas expresiones de la cultura andaluza. Y no só o por su afinidad ideológica, como se ha creído siempre. Ya desde la aparición del primer libro de poemas de Celaya, Marea del silencio, en 1935, Alberti supo de la existencia del poeta vasco, a través de Lorca y Neruda, quienes hicieron elo- gios de este libro entre los muchos ami- gos y visitantes de la residencia de estu- diantes. Hay un testimonio de Lorca en el que afirma haber hablado a Neruda y Alberti del libro de Celaya. Andando el tiempo, un gran número de cartas, la vi- sita de Celaya a Roma, en los años se- senta, y el poema de Alberti para Cela- ya, certifican esa relación. Dicno poema, un soneto, se titula precisamente «Por •estao ^ an alegre el marinero. Tan triste, amante, el minero. Tan azul el marinero. Tan negro, amante, el minero. Bilbao ¡Fiera cigala del mar! Del mar que yo te robé, al agua gris de la ría, al agua gris te arrojé. ¡Y el agua tan gris, amante, tan gris, que murió de sed! (De La amante (1926)) encima del mar», y dice en su primer cuarteto: «Amparo dulce y buen Ga- briel, hermanos/ por encima del mar, y >or encima/ de lo que tanto y tanto nos astima,/ cada día más míos, más cerca- nos». El donostiarra le contestará a Ra- fael Alberti en su poema «Muchas gra- das», de 1953: «... de la mar hecha tes- tuzy somos uno, todos juntos/ en el Nor- te y en el Sur». Én 1977, con ocasión de la campaña electoral de las primeras elecciones de- mocráticas, Alberti visitó San Sebastián, haciéndose distintas foto^afías con su amigo y compañero, Celaya, que era candidato por el Partido Comunista para el Senado. Alberti lo fue para el Congre- so, saliendo elegido diputado. Cierto es que Alberti volvió en distin- tas ocasiones al País Vasco, después de su regreso del exilio en 1977. Así, en 1989, con motivo de un homenaje y un ciclo dedicado por el Festival Internacio- nal de Cine de San Sebastián a Joris Ivens, Alberti, que había colaborado con el gran cineasta y documentalista, volvió a pasear su dignidad por las calles donos- tiarras, acompañado de nueva compañe- ra, María Asunción Mateo. Alberti reco- rrió la Parte Vieja donostiarra, alegrán- dose de ver en los escaparates de las li- brerías libros propios, pero echando en falta, somos testigos, de que en las mis- mas no hubiera versos del otro Rafael, su amigo Gabriel Celaya. En 1991, y en los Cursos de Verano del Escorial, Al- berti participó en el homenaje tributado a Celaya, recitando el ya recordado so- neto y naciendo un elo^o de la poesía en su amigo, muerto en ese mismo año. Ayudado por la brisa de los bosques de EÍ Escorial, Alberti nos recordabas en- tonces cómo su viaje al Norte, aquel Norte de 1925, fue determinante en su creadón literaria y en su visión estética del paisaje. Aquel viaje que le hidera, incluso, olvidar a su amante. V.

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BilbaoPERGOLA” " '"'........ .......

Su libro La amante (1926) io escribió durante un viaje hacia Bilbao

, Norte deHFélix Maraña

L primer libro publicado por Rafael Alberti es Ma­rinero en (ierra (1925), cu­yos poemas llamaron la atención de los más im­portantes escritores del momento, pues Alberti recibió por dicho poema-

rio el Premio Nacional de Literatura, otorgado por un tribunal en el que esta­ba nada menos que Antonio Machado. En ese mismo año, Rafael Alberti inicia su primer viaje hacia el Norte, en com­pañía de su hermano Agustín, de cuyo Itinerario surgirá su übro La amante, que

Eublicará en 1926 la editorial malagueña itoral.El recorrido de este joven de 23 años

le hace dibujar otros paisajes y descubrir otros azules, otras luces, en su vidente expresión de pintor aún por decidir. La poesía habría de ganarle la partida, por de pronto, a la pmtura, aunque fueran con el tiempo dos lenguajes paralelos, cuando no lenguajes que se confundían, en la obra de Alberti. La amante es un estallido de expresión popular, pues Al­berti estaba entonces imbuido ae esa li­teratura. Así lo señala José Bergamín en el prologuillo que escribió para ese poe­mario en 1935. Desde Madrid, Guada­rrama, Aranda de Duero, Roa de Due­ro, Peñacerrada, Clunia, Salas de los In­fantes, Santo Domingo de Silos, Cova- rrubias, Lerma, Burgos, a cuya catedral Alberti dedica tres poemas, son los esce­narios de la primera parte del viaje. Los recuerdos sobre este itinerario los des­cribe Alberti en varios pasajes, y hace una especial dedicatoria a los monjes de Silos, celebrando su dedicación a la cul­tura con entereza liberal, como recuerda en La arboleda perdida. De Silos sale emocionado el joven poeta.

Estando en Burgos se encuentra por casualidad con otro gran poeta, Pedro Salinas, a quien Alberti hace saber que su destino es Santander, y que va en bus­ca de ese otro mar al que no conoce. De Burgos a Villarcayo y a Medina de Po­mar, de allí a Limpias, ya en tierras de Santander, aventurando el mar que des­conoce, idealizando su retrato incluso. Hasta que por fin Uegó al Cantábrico, en Laredo, mar que le corunovió, como ve­remos.

La emoción cantábricaAños después, en su libro La arboleda

perdida, escribe Alberti a propósito de su viaje al Norte: «Grande fue mi emo­ción ante el Cantábrico, aquella masa fosca y brava tan diferente a la mansa y azul de mi bahía. Desde Laredo, recorrí toda la costa santanderina y vasca, hasta San Sebastián, dejando una canción en cada pueblo marinero. Nuevamente en Madnd, escribí la última -la número 70-, adiós a aquella amiga, más soñada que cierta, la ideal compañera de viaje por tierras españolas para mí antes descono­cidas». Ese poema a que alude Alberti, de título «Despedida» es realmente el úl­timo del libro, aunque no figura con esa numeración, sino con el número 68, en las distintas ediciones que conocemos de La amante, y tampoco en las obras com­pletas preparadas por Garría Montero en 1988, dado que el propio Alberti su­primió ima canción «Compañero, aman­te mío», anterior a esa despedida.

Es en Laredo donde recoge la primera noción del Cantábrico: «¡Perdonadme, marineros^ sí, perdonadme que lloren/ mis mares chicas del sur/ ante los mares

De Castro Urdíales a Portugalete¡Nombradme lo que yo quiero!

¡Ponedme la banda azul de los mares, marineros!

jY mueva el aire en mi gorra a cinta verde del viento!

SanturceNo, tu balandro, mañana,

la lancha más bravia, ligera y más galana: la Capitanía.

del norte!». Alberti parece ir abando­nando el recuerdo de aquel amor de mu­jer del Guadarrama, y sentirse unido al paisaje norteño. De Laredo a Castro Ur­díales, y a Portugalete, Santurce, Sestao, Bilbao.

De vuelta del litoral, Alberti, por Or- duña, va a Miranda de Ebro, Belorado, Pradoluengo, de nuevo a Aranda y Ma­drid. Cuando llega a Madrid se encuen­tra con las galeradas del libro Marinero en tierra. Como no sabe cómo corregir­las, se inventa unos signos, que nadie en­tiende, pero en su euforia ante el libro, Alberti lo da por lenguaje apropiado. Alberti asegura posteriormente haber estado entonces en San Sebastián, pero no dejó escrito poema alguno al litoral guipuzcoano.

Juan Larrea, vasco difícil y secretoAparte del paisaje vasco, a Alberti le

tocó rozar con algunos vascos, desde muy niño. Además del padre Zamarripa, encontró a muchos vascos en su camino. Zamarripa era el rector del colegio de Jesuitas en su niñez del Puerto de Santa María. Posteriormente, en la posguerra, y en un viaje a América, en 1951, se en­contró en el mismo barco con Miguel de Amilibia, diputado y escritor, director de la Caja de Ahorros Provincial de Gui­púzcoa en la República, a quien entregó un poema que guardamos, con sus inicia­les. El poema tiene el título original «Frente a los litorales españoles», y está escrito en «La Florida», el barco que les lleva p p a Argentina, el 1 de enero de 1951. El poema lo publicó Alberti luego en su übro Retornos de lo vivo lejano (1952), en Losada, pero por la anotación del original regalado a Amilibia se pue-de comprobar la fecha.

Cuando Alberti redbe el Premio Cer­vantes en 1983 pronuncia un discurso en­tre solemne y discreto, pero, en sus pri­meros compases invoca el nombre de

Juan Larrea, el poeta de Bilbao, a quien Alberti reconoce como «aquel vasco di­fícil y secreto». Muchos fueron quienes se preguntaron entonces por qué Alber­ti hacia esa invocación tan temprana en su discurso, tan inesperada para algunos. Quien conozca la génesis, el discurso, la floración de esa llamada generación del 27, a la que Alberti prestó gracia, acento, y, sobre todo, duende y poesía, no duda­rá en entender que sin el magisterio y el fervor creativo de Larrea las cosas hu­bieran sido de otra manera. Larrea dijo muchas cosas a su tiempo, pero, ante to­do recogió aquel sentir único y explosivo de las vanguardias, no sólo del surrealis­mo y comunicó a los grandes poetas del mundo (Huidobro, Vallejo, etc.) con los jóvenes poetas españoles. Para Alberti no quedaría al margen, en esta valora­ción de Larrea, el papel fundamental que en la creación del «Guemica», de su amigo Pablo Picasso, tuvo el autor vasco de Versión celeste.

Gabriel Celaya, el otro RafaelDe entre todos los poetas vascos de su

tiempo, tuvo especial relación con Ga­briel Celaya, a pesar de la relación críti­ca que mantuvo éste con determinadas expresiones de la cultura andaluza. Y no só o por su afinidad ideológica, como se ha creído siempre. Ya desde la aparición del primer libro de poemas de Celaya, Marea del silencio, en 1935, Alberti supo de la existencia del poeta vasco, a través de Lorca y Neruda, quienes hicieron elo­gios de este libro entre los muchos ami­gos y visitantes de la residencia de estu­diantes. Hay un testimonio de Lorca en el que afirma haber hablado a Neruda y Alberti del libro de Celaya. Andando el tiempo, un gran número de cartas, la vi­sita de Celaya a Roma, en los años se­senta, y el poema de Alberti para Cela­ya, certifican esa relación. Dicno poema, un soneto, se titula precisamente «Por

•estao ̂ an alegre el marinero.Tan triste, amante, el minero. Tan azul el marinero.Tan negro, amante, el minero.

Bilbao¡Fiera cigala del mar!

Del mar que yo te robé, al agua gris de la ría, al agua gris te arrojé.

¡Y el agua tan gris, amante, tan gris, que murió de sed!

(De La amante (1926))

encima del mar», y dice en su primer cuarteto: «Amparo dulce y buen Ga­briel, hermanos/ por encima del mar, y >or encima/ de lo que tanto y tanto nos astima,/ cada día más míos, más cerca­

nos». El donostiarra le contestará a Ra­fael Alberti en su poema «Muchas gra­das», de 1953: «... de la mar hecha tes- tuzy somos uno, todos juntos/ en el Nor-te y en el Sur».

Én 1977, con ocasión de la campaña electoral de las primeras elecciones de­mocráticas, Alberti visitó San Sebastián, haciéndose distintas foto^afías con su amigo y compañero, Celaya, que era candidato por el Partido Comunista para el Senado. Alberti lo fue para el Congre­so, saliendo elegido diputado.

Cierto es que Alberti volvió en distin­tas ocasiones al País Vasco, después de su regreso del exilio en 1977. Así, en 1989, con motivo de un homenaje y un ciclo dedicado por el Festival Internacio­nal de Cine de San Sebastián a Joris Ivens, Alberti, que había colaborado con el gran cineasta y documentalista, volvió a pasear su dignidad por las calles donos­tiarras, acompañado de nueva compañe­ra, María Asunción Mateo. Alberti reco­rrió la Parte Vieja donostiarra, alegrán­dose de ver en los escaparates de las li­brerías libros propios, pero echando en falta, somos testigos, de que en las mis­mas no hubiera versos del otro Rafael, su amigo Gabriel Celaya. En 1991, y en los Cursos de Verano del Escorial, Al­berti participó en el homenaje tributado a Celaya, recitando el ya recordado so­neto y naciendo un elo^o de la poesía en su amigo, muerto en ese mismo año. Ayudado por la brisa de los bosques de EÍ Escorial, Alberti nos recordabas en­tonces cómo su viaje al Norte, aquel Norte de 1925, fue determinante en su creadón literaria y en su visión estética del paisaje. Aquel viaje que le hidera, incluso, olvidar a su amante.

V.