Perfiles Angloamericanos

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Perfiles Angloamericanos Robinson Jeffers, el Simbolo Tragico F RENTE al mar Pacifico reconstruye Jeffers la tragedia antigua de las costas del mar Mediterrineo. Otro el escenario, aunque tambien olimpico, los personajes otros, aunque tambien parezcan arrancados al coraz6n de Esquilo, y veinticuatro siglos de distancia entre la California de Jeffers y la Atenas de Pericles. Pero el con- flicto identico. Todo ese horror que pasa como un escalofrio por los tr~gicos de Grecia pasa por los poemas dramiticos de Robinson Jeffers. Y era de esperarse porque este poeta de sonora alma pagana, nacido en California, viaj6 largamente por los siglos preteritos, vi- vi6 desde los afios mozos en trato familiar con los dioses y los heroes de las leyendas inmortales, y en su propia lengua dialog6 con ellos, no sabemos bien si sobre la validez de los or6aculos o sobre la belleza de un mancebo. El hecho es que, debido a ese trato familiar, f cil le fue reconstruir sobre sus playas de occidente y en un siglo en que se repite la lucha de griegos y de persas edificios nuevos sobre Aticos cimientos. Y si, en el largo recorrido que va desde Los tra- bajos y los dias hasta las decadencias de Bizancio se detuvo mis de lo mandado en la incestuosa casa de Agamen6n, fue porque en los pecados de esa casa hall6 ciertas afinidades con sus propias tendencias artisticas, conoci6 alli en la Tindirida progenie a gentes de su propia familia espiritual y busc6 alli los simbolos de que su obra est Ilena. En el palacio de Micenas Clitemnestra lo retiene, Orestes lo preocupa, Electra lo fascina. Sobre esos tres conflictos -que son un solo y inico conflicto- Robinson Jeffers fue bor- dando y rebordando, en el tiempo presente, su arte tragico y anti-

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Perfiles Angloamericanos

Robinson Jeffers, el Simbolo Tragico

F RENTE al mar Pacifico reconstruye Jeffers la tragedia antiguade las costas del mar Mediterrineo. Otro el escenario, aunque

tambien olimpico, los personajes otros, aunque tambien parezcanarrancados al coraz6n de Esquilo, y veinticuatro siglos de distanciaentre la California de Jeffers y la Atenas de Pericles. Pero el con-flicto identico. Todo ese horror que pasa como un escalofrio por lostr~gicos de Grecia pasa por los poemas dramiticos de RobinsonJeffers. Y era de esperarse porque este poeta de sonora alma pagana,nacido en California, viaj6 largamente por los siglos preteritos, vi-vi6 desde los afios mozos en trato familiar con los dioses y los heroesde las leyendas inmortales, y en su propia lengua dialog6 con ellos,no sabemos bien si sobre la validez de los or6aculos o sobre la bellezade un mancebo. El hecho es que, debido a ese trato familiar, f cille fue reconstruir sobre sus playas de occidente y en un siglo enque se repite la lucha de griegos y de persas edificios nuevos sobreAticos cimientos. Y si, en el largo recorrido que va desde Los tra-bajos y los dias hasta las decadencias de Bizancio se detuvo misde lo mandado en la incestuosa casa de Agamen6n, fue porque enlos pecados de esa casa hall6 ciertas afinidades con sus propiastendencias artisticas, conoci6 alli en la Tindirida progenie a gentesde su propia familia espiritual y busc6 alli los simbolos de que suobra est Ilena. En el palacio de Micenas Clitemnestra lo retiene,Orestes lo preocupa, Electra lo fascina. Sobre esos tres conflictos-que son un solo y inico conflicto- Robinson Jeffers fue bor-dando y rebordando, en el tiempo presente, su arte tragico y anti-

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guo. Cawdor, El semental ruano, Tamar, Caro Judas, Las mujeresde Punta Sur, La torre mds alld de la tragedia son todas variacionessobre un mismo tema. Y aunque la mayor parte de sus personajesse mueven en la soleada tierra de California, acttan y hablan, sinembargo, como si se hubiesen escapado de un drama de Euripides.

Rebelde y remoto entre sus contemporineos, Robinson Jefferses el poeta trigico de la vida americana de este siglo. Ninguno misoriginal ni mis individual, ninguno de mis honda intuici6n y mis vivafantasia, ninguno que con mayor fuerza haya visto y proclamado labancarrota total de todos los valores del espiritu en su tiempo. Lastragedias de Jeffers son la tragedia del instinto primitivo mas allaidel bien y del mal, de gentes, primitivas tambien, y, ademis de pri-mitivas, tensas, deseq°uilibradas, subnormales, gentes de impetusviolentos y supersticiones arraigadas y pasiones sin freno. El sexo,el suicidio, la locura, las tres fuerzas brutales que recorren la tragediagriega y el drama elisabetico, palpitan en toda la obra poetica deJeffers. Y como los griegos, e1 sabe que el sufrimiento es necesariopara la creaci6n de la belleza. No es suyo el mofador realismo de LeeMasters, ni la misica triste de Frost, ni la frivolidad de EdnaMillay, ni la piedad humana de Carl Sandburg, ni el bizantinismo deMacLeish. Ni suya fue la literatura azul de la era victoriana, quecontagi6 de gazmofia virtud las letras de este lado del mar, ni suyoel arte de alcoba de postguerra - cinismo sin gusto, desplantesgrotescos. Suya era, puesto que 1l venia de otras 6pocas y de otrosconflictos, la soledad del cipris y del granito, suyo el hurgar des-piadado en los abismos del instinto, suyas las perversiones que

fascinan y matan, suya la contorsi6n de los titanes en trance de

agonia, suyas la introversi6n y el psicoanalisis y los estados m6rbidos,

suya la revuelta contra un materialismo que a si mismo se des-truye y suya, en fin, la antigiiedad pagana de ind6mitas pasiones.

Fija la vista en las remotas teogonias, esta ultracivilizaci6nque Jeffers atisba de soslayo no tiene interes alguno para l1. Y, silo hemos de juzgar por las palabras de su prof6tica Casandra, aun se

advierte un cierto desprecio, mezcla de odio y amor, por la raza de

los hombres, por sus disputillas, por su pequefiez. Hoy tiene el poeta

cincuenta y tres afios. Y desde hace veinte se ocupa, en su aisla-

miento de granito, en pulir un instrumento extrafio y migico,

suntuoso y melanc6licd, y a ratos de una violencia impidica y sober-

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bia, mas siempre un instrumento que fascina. Sus contemporineos,la critica sabia y los sabios doctores no lo han comprendido ni es deesperar que lo comprendan. Los grandes espiritus como las gran-des cumbres necesitan de la perspectiva para destacar su majestad.Los que vengan despus, libres ya de prejuicios, diran c6mo esteespiritu raro pas6 un dia por las calles de una ciudad ruidosa, quepudo ser Esparta, sin que la gente lo notara. Y era porque la gente,ocupada en los pequefios quehaceres del mercado, acaso ni sabia delmrrmol y la miisica de Atenas.

Alli en tierras de California, en ese Valle del Carmelo, de bi-blicas y liricas silabas, Robinson Jeffers se construy6 una torre.La torre que el poeta ha bautizado con el nombre simb61lico deHalcdn, no es de marfil sino de la dura piedra de sus costas. Desdealli ha ido entregando a la curiosidad incomprensiva de la gente suobra fiera: Manzanas y pomnos, 1912; Los californianos, 1916; Tamary otros poemnas, 1924; El semental ruano, 1925; Las mujeres dePunta Sur, 1927; Cazwdor, 1928; Caro Judas, 1929; Dad a loshalcones vuestro coraz6n, 1933.

En El semental ruano teje Jeffers alrededor de un vulgar

episodio una intensa tragedia. Intensa no tanto por su desenlace,

que en si es tragico tambien, cuanto por el conflicto psicol6gico que

alli se desarrolla. Es, en sintesis, el drama de una mujer enamorada

de un caballo. El escenario es una granja pobre en el Valle del

Carmelo y el tiempo el presente. Los personajes, California, mestiza

de sangre india y espaiola, fuerte y recta como una torre nueva;

Johnny, su amante -holandes libertino-; Cristina, la hija pequefia

de los dos; un perro -Bruno-; Dora, la yegua de labor, y un caballo

padre. El escenario cuadra bien con el drama, porque esa costa de

California, que California simboliza, est4, segfin Jeffers, pidiendo a

gritos la tragedia.

Dos noches antes de la Nochebuena, Johnny, borracho como

de costumbre, reaparece en la granja. Trae consigo el hermoso se-

mental que ha ganado al juego el dia anterior, y que en adelante

sera en la misera estancia rica fuente de ingresos. Pero ha olvidado

el regalo de Navidad para Cristina. Y hay duras palabras entre los

amantes. Convienese al fin en que California vaya a Monterrey a

comprarle el regalo a la nifia y a Johnny unos frascos de whisky.

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Muy de mafiana, al otro dia, California, a medio vestir, salefurtivamente de la alcoba a enganchar la yegua al carromato parala larga travesia. Pero Johnny la ha visto - y aqui un episodio deun acre realismo, rico en apuntes psicol6gicos, cuando la mujer antelas furiosas urgencias del var6n se rinde a sus caricias, fingiendo undeseo que hace tiempo no siente con e1. Porque, para salir del pasohay que abreviar el acto y para abreviar el acto hay que fingir ardor.

Luego es el viaje arduo hasta el pueblo lejano en el carromatotirado por Dora, el regreso a lo largo del fosco camino invernal bajola violenta tempestad nocturna, el paso del rio en que por pocoperecen la muchacha y la bestia, las preces latinas contra la sombrade las rocas que atisban y amenazan, la llegada a la medianoche a lavieja casona somnolienta, tiritando de frio, envueltas en las ropasmojadas las mufiecas de la nifia...

Remoto, y, sin embargo, terriblemente pr6ximo, hay algo queremueve en California quien sabe que tenebrosas profundidades sub-conscientes: el bello bruto cuya virilidad la turba y la obsesiona.Porque ese bello bruto, de que ha hecho un simbolo el poeta, es elinstinto ciego, la libertad, la fuerza que atropella, la pasi6n que sesacia, el esplendido demonio cuya potencia trastorna los sentidos,el dios filico de la fecundidad. Y cuando el vecino trae la yeguapara los servicios del reproductor, California, que quiere y no quierever aquello, pugna por ocultar la lucha que sostienen en ella lassangres ancestrales, jugando con la nifia. Despues, la carrera alomos de la bestia por las anchas planicies blanqueadas de luna, laobsesi6n de aquel encuentro de impulsos primordiales, el deseo que

se aviva con el roce del muslo contra el flanco del bruto, la entrega

sofiada, la entrega imposible...

La escena final, cuando Johnny, tambale~ndose de vino, se pre-senta a la granja y obliga a la amante a que beba, y entre gestoslascivos y chistes soeces en que asoma el episodio del ruano conDora, y alrededor del episodio el acto brutal que se insinia y a cuyorecuerdo California se estremece de horror; la fuga de la mujerentre la noche tenebrosa, perseguida por el s6tiro borracho; el perroazuzado que corre tras ella; la nifia que le alarga a la madre elfusil; Johnny que muere destrozado bajo las pezufias del caballo, yCalifornia que mats al animal, como si con l hubiese matado al

propio Dios, es de un dramatismo birbaro y magnifico.

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ESTUDIos

Narrado asi, el poema carece de belleza. Otra cosa es, leido enel suelto verso libre de Robinson Jeffers. Moderno es por su lengua-je y su factura, antiguo por la fuerza violenta de instintos primitivosque laten en el. Y aqui, como en la mayoria de sus poemas, Jefferses, por turnos, poeta, novelador y moralista. Mas cuando emergeen e1 el moralista con sus largas y un tanto tediosas homilias, elverso se hace obscuro y pierde en hondura lo que gana en exten-si6n. En cambio, el narrador es estupendo. Y mas que el narradorel artifice que crea los personajes, y los hace vivir y sangrar ypalpitar de calurosa humanidad, el artifice que desdefia los f ciles re-cursos y se adentra hasta los mis obscuros fondos psicol6gicos, sinparar mientes en los aspavientos de la timorata mesocracia que pideoptimismo y moral donde no hay ni moral ni optimismo, el artificeque amorosamente le entrega a la palabra la sangre de su espiritu.

El pagano de coraz6n profundo que adora la belleza donde-quiera que la belleza se halle, se detuvo un dia por entre los yermosversiculos biblicos ante el lirico pasaje del libro de Samuel: teniendoAbsalom hijo.de David una hermana hermosa que se ilamaba Tamar,enamor6se de ella Amn6n hijo de David. Y record6 que tambien enPunta Lobos teniendo el viejo David Cauldwell una hija hermosaque se llamaba Tamar, enamor6se de ella su hijo Lee Cauldwell. Yvolvemos a la California pecadora y familiar, con toda su tragicaurdimbre de incestos, perversiones sexuales, an6malos impulsos,

corrientes medit'mnicas, demonios que a la medianoche tejen zara-

bandas en los fiords roquefios, muertos -legiones de muertos- quepueblan las tenebrosas soledades y gritan y apostrofan por las bocas

ajadas de los vivos, videntes aue sondean los arcanos de las almasy destierran de los pretiritos remotos horrendos y dulces secretos de

amor. No es un mundo nuevo el que el poeta nos descubre, sino un

mundo viejo como el mundo, donde las fuerzas sobrenaturales y lasfuerzas primitivas encauzan o desvian los destinos de los hombres.

Ni es esta historia una historia fantastica a lo Poe ni a lo Hoffman

ni a lo Madame Blavatsky. El espiritu tragico de Jeffers sabe, con el

espiritu tragico de Hamlet, que hay mnuchas cosas en los cielos y

en la tierra que no hemos penetrado, y que no por impalpables dejan

de ser tan reales comb el medio tangible en que vivimos. Lo real,

dijo Byron, es el suefio, no es el sofiador.

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El simbolo que exorna la obra entera de Robinson Jeffers, comolas gemas raras exornan una mitra, recorre aqui, para quien quierahallarlo, las ptginas todas del poema. Tamar y sus amantes em-blema son de la lujuria, la pasi6n, la guerra sempiterna que, comoen el Fedro de Plat6n, sostienen la carne y el espiritut, el auriga ysus corceles, el negro, ind6mito, resabiado corcel de los deseos, queha menester del latigo y la espuela, y el noble y blanco ymajestuoso corcel, que sin necesidad del acicate trota como un ritmode homricos "exametros. Y termina el poema, como en la 6pera deWagner, con el fuego, aceptador de sacrificios, hendiendo las tinieblas.

Vive el viudo David Cauldwell con sus hijos Lee y Tamar, sucufiada Stella Moreland y su hermana la idiota Jinny Cauldwellen una vieja casona en Punta Lobos, casona que recorre un terrortragico y que los espiritus suelen visitar. Nada alli estr sujeto a lasleyes que gobiernan las vidas normales y aun el mismo escenario-yermo, majestuoso, granitico, cruzado por halcones- cuadra biencon el drama cotidiano de esas vidas. Es Lee Cauldwell mozo fuertey bien plantado, sin otras inquietudes que las de satisfacer sus se-xuales apetitos, y es Tamar fogosa y bella'y pervertida, a quientortura la curiosidad de lo prohibido, y una vez satisfecha esta,

la pasi6n que no conoce ni limites ni trabas. Y como la juventudndgica es y turbadora, un dia Lee y Tamar, despues de haber cabalga-do durante toda una mafiana al sol de California, se detienen delantede un arroyo. Tamar quiere bafiarse. Y como, despues de todo,Lee es su hermano, bien puede ella bafiarse cerca de 1l, siempre que1 no la mire. La Eva eterna calcula, pesa, inventa, pone la red

blanca de su cuerpo en llamas para que caiga en ella el cuerpo delhermano. Y sucumben. El viejo pecado de la Biblia se consuma unavez mis en playas del Pacifico. Los cuadros que anteceden son deun calido erotismo que conturba:

Tamar entretanto

temerosa sumergi6 las mufiecas, e inclinadaen la orilla que cubre el follajevi6 sus pechos en el negro cristal,

y tembl6 dando un paso hacia atris

porque luenga una onda venia,

y vadeando, turbada, se hundi6 hasta los muslos

en la limpia quietud,

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delgada y bruiiida,alba y virgen columna,deseo no escondido en el agua,que al cruzarse copiaban a medias las ondas...

Los dos hermanos serin desde ahora dos amantes. Hermanoy hermana desde ahora conocerin a diario, en las purpfireas mediasnoches, cuando la casa duerme y velan los fantasmas, el acre re-gusto del mas prohibido - y en el arte el mits fascinador de lospecados. Pero Ilevan, porque asi lo mandan las leyes inmutables,en su mismo pecado su castigo. Tamar, devorada por los celos, sebusca otro amante a quien achacar el hijo que viene del amor in-cestuoso. En su inmensa desaz6n, y no pudiendo hallar entre losvivos una tregua a su inquietud, quiere saber de los muertos la ver-dad. El cuadro de las tres mujeres, Tamar, tia Stella la vidente yJinny la medium idiota, sobre el fiord roquefio, es inolvidable. Unprehist6rico jefe indio ha tornado posesi6n del cuerpo de Tamar, ydesnuda la obliga a danzar en la playa la ritual danza antigua de lasmujeres prefiadas de su tribu. Y ese ritmo de danza sobre el ritmodel verso, contra el ritmo del oceano, en la noche profunda pobladade fantasmas, esas dos mujeres que mas que seres reales parecenefigies de desencarnados, musitando incoherentes y a ratos terrificascosas, ese cuerpo

moreno y esbeltocontra el palido destello marino, virgineo y esbeltodanzando y liorando...

le dan al poema toda la hispida grandeza de los trigicos autinticos.El final episodio -los dialogos de vivos y muertos, las tenebrosasconfidencias, el encuentro en la alcoba del padre y la hija, la escenade terror y lujuria que alli tiene lugar, y la catistrofe que sobre-viene luego- es de una horrenda belleza insuperable.

Pasan por 6ste, como por la mayoria de los poemas del ciclotrgico de Robinson Jeffers, al lado de los dramas mats reales ysiniestros, al lado de autenticas criaturas de instinto y de pasi6n,al lado de un mundo que Ilora y peca y en su propia carne esticrucificado, ese otro mundo de lo desconocido, de los fen6menosdesconcertantes, de los huespedes inc6gnitos,' de presentimientosaciagos, de reminiscencias remotas, de ritos diab61licos, de largas y

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tristes mascaradas mis ally de la vida, un mundo, en fin, de tan ex-trafias cosas, que dijrase la creaci6n enferma de un alucinado.Pero ya sabemos que Robinson Jeffers no es un alucinado, y que,si bien se asoma con frecuencia al pozo turbador de lo inconsciente,sus pies se mantienen contra el brocal del pozo, sin que pierdancontacto con la tierra. Y el verso, 4spero, eliptico, descoyuntado enpartes, salpicado en partes de violentas im6genes fastuosas, y en par-tes arrullado por broncas melopeyas como los biblicos versiculos,que bien cuadra con la trigica urdimbre del poema.

Cazwdor es, nuevamente, la exaltaci6n dramitica del mundoprimitivo sobre las costas claras del Valle del Carmelo. Con quemano segura, con que aspera energia, con cuanta piedad y cuantocarifio el maestro traz6 sus personajes. Alma adentro van estostorturando las horas del lector. Y despues que la lectura ha termina-do persiste su recuerdo como un terco repique de campana. Eseranchero noble y rudo y cruel que recuerda en sus rasgos esencia-les, en los motivos que lo impulsan, y aun en el mismo bravio ymajestuoso escenario en que se mueve, aquel don Juan Manuelvalleinclanesco de las Comedias bdrbaras; esa Fera, llama en la pasi6n

y hielo en la venganza, que se enamora del hijo de su esposo, y eseHood honradote y viril, que perece injustamente a manos de su padre,acusado por Fera, son seres veridicos y humanos, de tan calurosay recia humanidad que para el juego de todas sus pasiones estrechales queda la ancha tierra. Sinfonia acre este rudo poema de Cawdor.Sinfonia hecha de lIgrimas y de ayes, mas ayes ahogados y ligrimasfurtivas, de piedades que son como el acero que infiere las heridasy al inferirlas se quejara, del grito del alma en la circel del cuerpoque, como el espiritu del 4guila de Michal la hija del ranchero, quiereser libre y volar mas alla de todos los picachos hasta confundirsecon el sol.

Y que cuadros soberbios! La agonia del pobre ciego en mediode la noche zebrada de relampagos, los golpes del granizo en lasvidrieras de la alcoba, el rugir de la tormenta sobre el valle, y abajoel mar rabioso rompiendo su iracundia contra las rocas de la playa.La oferta implorante en el momento en que el padre, que ya tienesospechas del hijo y de la esposa, entra y pasea por el cuarto esamirada antigua del hombre que espia su deshonor. La desclavada

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de la piel del le6n en medio de aquel grupo de mujeres tocadas detragedia:

La escena del cuarto en penumbra debajo el alerodespierta en el alma lejanos sonidos...La escena es un descendimiento de la cruz.Trepa el hombre y desclava los clavos tiranosque traspasan las garras;abajo, ilorosas mujeres para asir la reliquia,despojo colgante y pesado del cazador solitarioque los cazadores ultiman gozosos...ese hacedor de imagenes, icuan pr6digo en metiforas!

La siiplica amorosa en el bosque de robles y laurel que, a cambiode un pequefio pecado promete una gran felicidad, y el rechazoviolento que inicia la venganza. La muerte de Hood, muerto porsu padre y sepultado entre la boca del abismo. Y la expiaci6ntremenda de Cawdor, que se arranca los ojos al saber la inocenciadel hijo, como Edipo al saber que se habia desposado con su madre.La grandeza trigica del drama de S6focles en el drama de RobinsonJeffers.

En La torre mris alld de la tragedia abandona Jeffers el es-cenario pecador y favorito de California por el no menos pecadory favorito escenario de Micenas. Porque en la ciudad antigua, quela mitologia pobl6 de dioses y los trigicos de horrores, Jeffers semueve como en su propia casa. Sobre el tema electrano reconstruyeJeffers la tragedia clisica. Pero hay alli algo mas que la venganzaque Electra toma de su madre y que ya en Esquilo y S6focles yEuripides ha quedado, aunque en cada uno de modo diferente, trata-da para siempre. La muerte y el incesto, incesto que, sin embargo,no llega a consumarse, se siguen paso a paso por la tr~gica urdim-bre del poema. La mano maestra que traz6 tan vigorosamentetanto recio personaje traza aqui un fiel retrato de la reina de losperfidos prestigios, la hermana de Helena de Troya:

Esta Clitemnestra que vibraisdebajo los pliegues del manto de plirpura realsu hermana era:estatura escasa, boca- rencorosa,ni blonda ni bruna,verdegris los ojos, musculosa y fuerte,

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mis que reina astuta,erguida en las gradas de piedray en medio los Aureos pilares del p6rtico,esperando al rey.

Y cuando el rey aparece por entre una floresta de lanzas, forradode bronce y rodeado de esclavos, ya se siente palpitar la tragedia.Porque, diez afios antes, para obtener de los dioses vientos favorables

a las naves helknicas cautivas en el puerto de Aulis, ese rey que re-gresa vencedor y soberbio, sacrific6 a Ifigenia su propia hija y la

hija de su esposa Clitemnestra. Y desde hace diez afios, dia por

dia, hora por hora, con el cilculo frio del estratega que estudia

sobre un piano una batalla y la crueldad de la tigresa en celo, Clitem-

nestra prepara su venganza. Y una vez que la consuma respira a

pulm6n pleio, regocij indose en su obra. Y aunque el espiritu del

muerto Agamen6n, que ha tornado posesi6n del cuerpo de Casandra,y por boca de 6sta reclama justicia en metiforas que se enroscan

como sierpes por las cantantes silabas del verso, y pronostica a la

asesina el fin sangriento que le espera, Clitemnestra se burla del

muerto y del pron6stico y amenaza con la tortura a la vidente. Por-

que Casandra, la cautiva hija de reyes, ha visto el desmorona-

miento de los imperios carcomidos, el desastre de Troya y los in-

fortunios de su raza. Y ahora, maldita por el d6n prof tico, d6n

que comparte con ella el poeta y que cobra actualidad tremenda

ante los acontecimientos que estamos presenciando, pronostica la

caida de imperios mis altos y mns fuertes, cuando a fuerza de cono-

cerse y de temerse unos a otros los pueblos se destruyan. Pero

Clitemnestra, atenta s6lo a sus prop6sitos, le hace ver al populacho

congregado, valiindose de todas las ret6ricas argucias en que ella

es maestra, que ese rey que lamenta no fue el protegido de los dioses,

sino, por el contrario, fue quien trajo a la tierra de Grecia muchas

veces muchos males, quien desat6 contra el ej ercito la c61lera de

Aquiles, quien propal6 la plaga entre la gente, quien le trajo a las

naves tempestades sin cuento, quien mat6, henchido de orgullo y

de insolencia, el cervatillo sagrado de Artemisa, y quien, para aplacar

a las deidades, sacrific6 a Ifigenia. Y en versos que retumban como

un metal guerrero, la reina desgrana sus sarcasmos sobre la clamo-

rosa muchedumbre que pide ver al rey:

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Ciudadanos, sed cautos. Y en cuanto al rey: lo vereis luego.Los esclavos os 1o traerin cuando salga del bafio.En litera lo traerin los esclavos, modales asiiticosaprendi6 el rey en Asia; no cumple a tan grande monarcacaminar como burdo lancero.

Pero como los clamores de la turba continian, los clamores sealargan en un vasto rugido que parece 11enara el Ambito todo de laArg61lide, Clitemnestra que retiene a los leones con los ojos, mientrasIlega Egisto su amante y su rival, recuerda y amenaza:

No hay tumulto que devuelva los muertos.El fin es el fin. Ah, isoldados! i Abajo las lanzas!

Y ante la majestad caida que los esclavos han traido sobre un lechode oro, Clitemnestra, que teme los desmanes de la soldadesca, quiereganar tiempo entreteniendola con burlas insultantes, cual si de re-pente la reina de Micenas se hubiese convertido en cortesana:

Aqui estoy, ladrones,mi pecho niveo es y profundocomo para blanco de cobardes:sobre eI reposaron los reyes.

iY aun no hay una lanza, oh, heroes, oh, heroes?Mirad soy deseable, mis brazos, mis pechosalbos y hondos, toda yo soy sin micula:aburridos os tienen vuestras brunas mujeres,echad suertes conmigo, gentuza,los dados, ladrones, que un botin hay aqui,ain un juego.Uno ganari el bronce, la plata otro,uno el oro, y otro me ganara a mi,a mi Clitemnestra, despojo digno de tenerse:los reyes me han besado, rey fue este can muertoy a la puerta hay otro rey.

Empero, la vibora regia que el poeta americano, basado en losclisicos modelos, nos presenta, tiene un momento que diriamos hu-mano porque se aproxima a la flaqueza, cuando, ante la espadadesnuda del hijo que va a vengar en ella la muerte de su padre, leimplora cayendo de rodillas, presa de terror:

Hijo,i dejame vivir, hijo, perd6name!

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Pero Orestes es el destino ciego. Orestes encarna la Nemesis

que rige toda la tragedia griega y a la cual ningun hombre puede

substraerse porque todos los hombres han pecado. La diosa de ojos

espantables que pasa sobre los hombros, gigantes como el Atlas,

del mas grande de los trigicos, exigiendole en ligrimas y sangre a

cada uno su tributo. La que en el Prometeo encadenado, pormandato de Jtipiter, mantiene al titan contra la roca, mientras un

buitre le devora el higado, en castigo de haberse robado el fuegodel cielo para animar al hombre que creara con el barro de la tierra;

la que en Agamnendn hace perecer a Clitemnestra a manos de suhijo, por sus culpas y todas las culpas de su casa; la que en Los

Persas humilla y aniquila al vencedor por su impiedad y por su

orgullo, porque ningin hombre debe atreverse a levantar su coraz6n

demasiado alto, que J~piter domeiia al coraz6n que se levanta. Ores-tes es, ademis del personaje trigico, el simbolo de redenci6n que atravis de toda su obra de arcano simbolismo va buscando el poeta.

Su crimen lo ha puesto mais ally del bien y del mal, con su crimenha expiado todos los pecados y ha roto todas las cadenas. Y Electra,despues que lo incita al asesinato de su madre, lo urge a que asciendaal trono de Agamen6n. Cuando Orestes rehusa, la hermana magnificay perversa, lo tienta con la oferta de su cuerpo virginal y liibrico ala vez, el cuerpo que ningln hombre ha conocido y que guarda,como una infora, exquisitas embriagueces. Pero Orestes la rechazaporque la visi6n horrenda del crimen de su estirpe lo persigue, la

visi6n del incesto, de la humana familia -hombre y mujer- acosin-

dose en la obscuridad de sus conflictos y entre las redes del deseo

a travis de los tiempos. Y huye de ella y del genero humano. Y

errante y demente y vagabundo va al fin, con la muerte, a integrar-

se a la existencia universal, a disolverse en los primitivos elementos,

que son la fuente de la vida. Y termina el poema con el lirico pasajesobre la nieve larga que ha de traer la paz final sobre la tierra:

oh, limpida, limpida,alba y limpida, incolora quietud,sin vestigio ni huella ni manchaen el manto que tiendesedel polo al zodiaco...

En La torre inds alld de la tragedia vaci6 Robinson Jefferstoda su angustia y todo su tormento. Coraz6n melanc61lico, espiritu

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profundo, maduro de sapiencia, en cuyos jardines, de un amplio es-plendor otofial, cultivase con m6rbido carifio la flor del desencanto.Por su altura y su hondura y su fuerza dramitica, por la riqueza ynovedad de sus metiforas, por su estilo directo y ritmico y potente,al cual bien pudiera aplic~rsele la linea de Shakespeare-- the proud,full sail of his great verse-, La torre mrds alld de la tragedia cons-tituye uno de los mis grandes aciertos en las modernas letras anglo-americanas. Ah, maestro de la tragica locura, ya sabemos que enCalifornia y en Micenas la vida de los hombres es una larga angustia;pero tambien en California y en Micenas, de rosedales y vifiedos,canta la vida locamente, y los satiros alegres y lascivos persiguena las ninfas en los bosques rumorosos, y cuando Pan tafie su flautapastoril los besos se desgranan, y entre las rosas y las uvas sondulces los pecados.

A. ORTIZ-VARGAS,

Newburyport.

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