Pérez Reverte. La Tumba Olvidada
description
Transcript of Pérez Reverte. La Tumba Olvidada
La tumba olvidada
Por Arturo Pérez Reverte – XL Semanal - 19 / 11 / 2012.
Hay un proyecto, apoyado por la Real Academia Española, para localizar los
restos de Miguel de Cervantes en el subsuelo del convento de las Trinitarias,
en Madrid. El convento está en el corazón del barrio de las Letras, cerca de la
casa en la que vivió Lope de Vega y del lugar donde estuvo la que habitaron
Góngora y Quevedo -éste, tan español como el que más, compró la vivienda
del poeta cordobés para darse el gusto de echarlo a la calle-. Respecto a
Cervantes, la cosa estriba en que el autor del Quijote, que murió viejo y pobre,
recibió sepultura en un sitio que el tiempo transformó en fosa común, y sus
huesos están en algún lugar de ahí abajo, revueltos con otros sin nombre y sin
historia. La idea de quienes impulsan el asunto es utilizar las modernas
técnicas de rastreo basadas en el georradar para, combinadas con los
adecuados estudios forenses, determinar cuáles de los huesos que se localicen
corresponderían a un varón de setenta años que en su juventud hubiera
recibido, como fue el caso de Cervantes en Lepanto, lesiones que le dejaron
huellas en el pecho y estropeado el brazo izquierdo: heridas y manquedad
recibidas peleando a bordo de la galera Marquesa, en aquella batalla que, en
palabras -justificadamente orgullosas- del propio interesado, fue «la más alta
ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los
venideros».
El proyecto es caro, naturalmente. Los expertos lo estiman en unos 100.000
euros; así que Cervantes y sus huesos sin identificar seguirán durmiendo
tranquilos su modorra de siglos, porque dudo que en estos tiempos difíciles de
austeridad y recortes alguien invierta un céntimo en removerlos. Esto no es
Inglaterra con su Shakespeare, ni Francia con su Montaigne, ni Alemania con
su Goethe. Para tales cosas, ni siquiera somos Italia -que ya nos gustaría, a
algunos- con su patriotismo cultural y su dilatado panteón de mármol y gloria.
En España, o como se llame esta descojonación de Espronceda en la que
habitamos, la cultura, la memoria y la vergüenza torera siempre fueron los
primeros rehenes a ejecutar por parte de los golfos, los fanáticos, los idiotas y
los indiferentes. Las prioridades -léase clase política y su propio estado del
bienestar- son las prioridades. Aparte el hecho de que rescatar a estas alturas
1
del putiferio los restos del hombre que fijó el canon del castellano, también
llamado español -Franco firmaba sus sentencias de muerte en esa lengua
opresora y fascista-, sería considerado un acto de provocación intolerable y
una agresión a las sensibilidades y lenguas periféricas; tan nobles, o incluso
más, todas ellas. Desde cualquier punto de vista, por tanto, éstos no son
tiempos simpáticos para gastar dinero removiendo huesos; y mucho menos con
las incertidumbres de una búsqueda que tiene altas probabilidades de fracaso.
Sin embargo, la idea de encontrar y honrar los restos de Cervantes sigue
siendo hermosa. Y la Academia, entre cuyos fines se cuenta «mantener vivo el
recuerdo de quienes, en España o en América, han cultivado con gloria nuestra
lengua», seguirá atenta a ello, por si algún día un mecenazgo adecuado, un
ministerio de Cultura quijotesco -y nunca sería tan adecuado el adjetivo-, una
universidad extranjera o un inesperado golpe de suerte permitiesen emprender
los trabajos. Algún día. Quizá. Tal vez. Puede ser. Quién sabe.
De todas formas, cuando lo pienso un poco, concluyo que tal vez sea mejor
así. El autor de la novela más grande e inmortal, el escritor modernísimo que
marcó para siempre la literatura universal, el soldado que nos enseñó a hablar
y a escribir una lengua bellísima y eficaz que comparten casi 500 millones de
seres humanos, fue toda su vida víctima de la ingratitud, la calumnia, la mala
suerte y la envidia, vivió de fracaso en fracaso, murió anciano, pobre y casi
ignorado por sus compatriotas, y recibió sepultura en la humilde fosa común de
un convento de Madrid. Había nacido en España, y eso lo resume todo. Así
que, bien mirado, no hay para don Miguel de Cervantes túmulo más simbólico e
inequívocamente español que ese viejo convento de ladrillo perdido en el
centro de Madrid -hasta la calle, ironía póstuma, se llama Lope de Vega-, bajo
cuyos muros, revueltos con otros huesos, duermen los suyos nobilísimos en el
polvo de los siglos. Y los pocos que conocen y recuerdan, los escasos
transeúntes que pasan junto a las Trinitarias y se detienen un momento para
apoyar una mano en el muro de ladrillo mientras dedican una sonrisa triste y
agradecida a la memoria del autor del Quijote, saben que, para un hombre
como él, en patria tan miserable e ingrata como la suya, no es posible imaginar
monumento funerario más perfecto que ése.
2