Percepción Del Color
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Joan Sebastián González Peña
Sara Jaramillo Serna
Percepción del color
“Los colores no existen en el mundo externo, ni los olores o sabores. (…)
Nuestro cerebro genera estos entes subjetivos como herramientas heurísticas que permiten
interactuar con el mundo externo”. Rodolfo Llinás
Cuando se habla de percepción es necesario entenderla como un
mecanismo que pone en marcha procesos en varios niveles que a su vez crean lo
que comprendemos del ambiente que nos rodea, cómo se forma la realidad en
nuestro cerebro. Son varios los niveles o etapas que componen el procesamiento
y la percepción de un fenómeno; el estímulo que activa los receptores, las señales
enviadas al cerebro como impulsos eléctricos al tálamo y a la corteza sensorial.
Dentro del proceso de la percepción, los sentidos juegan un papel importante junto
con los significados que le hemos asignado culturalmente a las cosas que
creemos tangibles o no.
Uno de los intentos más fructíferos para la explicación de cómo
comprendemos la realidad es la escuela de la Gestalt, la cual planteó algunas
leyes acerca de la percepción, entendiéndola como un producto de la
reestructuración articulada de información sensorial, y no sólo la sumatoria de los
datos. Es así como la percepción a pesar de dichas caracterizaciones, efectúa
representaciones visuales a partir del mundo exterior y aunque haya acuerdos y
rotulaciones a su vez esta permeado de la subjetividad de cada individuo.
Día a día la mayoría de los seres humanos nos enfrentamos a imágenes
constantes que representan “el mundo exterior”, y una de las características más
notables de estas son los colores. . Nos enfrentamos a ellos cuando elegimos qué
ropa ponernos, o si comernos una fruta o no. Como dice Goldstein, “[...] esta
capacidad es crucial para la supervivencia de muchas especies. Por ejemplo,
pensemos en un mono que hurga el follaje en busca de frutas. Si tiene una buena
visión cromática, detecta sin problemas las frutas en el fondo verde [...] Algunos
investigadores han llegado a postular que la visión cromática de los monos y los
seres humanos evolucionó debido a la necesidad de detectar la fruta en el follaje.”
(2005, pp. 186–187) , lo que en resumen permite a las especies alimentarse, y por
ende, sobrevivir.
Para entender el fenómeno del color, en primer lugar se debe tener en
cuenta que este no es un atributo propio de las cosas que nos rodean. En
realidad, vemos colores en los objetos porque estos son iluminados por la luz
(blanca, la cual contiene cantidades iguales de todas las longitudes de onda del
espectro de los colores), y dicho objeto refleja cierto espectro de ésta, que
corresponde a determinadas longitudes de onda, que a su vez se asocian con
diferentes colores (Goldstein, 2005). Por ejemplo, la longitud de onda del violeta
es de 450 nm, la del azul de 500 nm, la del verde de 530, del amarillo 580 nm, del
naranja 600 nm, y del rojo 700 nm (Lieury, 2008, p. 149).
Sin embargo, esta capacidad de reflectancia de los objetos no es
suficiente para que veamos los colores. En realidad los vemos porque la luz
(longitudes de onda reflejadas por los objetos) penetra el ojo a través de la córnea
(parte más exterior de los globos oculares), la que luego se refracta a través del
humor acuoso, el lente cristalino y el humor vítreo, lo que hace que se concentre
en la parte posterior del ojo -la retina-, que está compuesta por varias capas de
neuronas especializadas. La capa más importante para la visión del color es la
constituida por los fotorreceptores (receptores de luz) llamados conos y bastones,
los cuales contienen pigmentos diferentes que absorben longitudes de onda
“mejor” que otras. Por ejemplo, “Los bastones son responsables de nuestra
capacidad para ver con luz tenue, tipo de visión [...] carente por completo de color”
(Hubel, 2000, p. 162), y por el contrario, los conos son los responsables de
nuestra visión a color, los cuales se encuentran en mayor concentración en la
zona central de la parte posterior del ojo -llamada fóvea-, que es la encargada de
brindar una definición más precisa del color.
Los cien millones de bastones y seis millones de conos que existen
aproximadamente en cada uno de nuestros ojos (Zelanski & Fisher, 2001) se
comunican con el cerebro a través del nervio óptico por medio de mensajes
electroquímicos, los cuales llegan al núcleo geniculado lateral, el cual es una parte
del tálamo que recibe las señales de la retina y luego las transmite a la corteza
estriada, que es el área receptora visual del cerebro (Goldstein, 2005) junto con la
corteza visual de asociación. Luego, “Las neuronas de la corteza estriada envían
axones a la corteza extraestriada, la región de la corteza visual que rodea la
corteza estriada.”(Bueno García et al., 2006, p. 7), región donde existe una
subárea específica, V4, de la cual sus neuronas están implicadas en el análisis de
forma y color. Adicionalmente, “[…] estudios de RM funcional en humanos
(Hadjikhani y cols, 1998) revelan que hay una región sensible al color en la corteza
temporal inferior, llamada V8. Las lesiones que provocan acromatopsia lesionan el
área V8 […]” (Bueno García et al., 2006, p. 8)
Sin embargo, al entender que el proceso de la percepción visual no se
limita únicamente al estímulo ambiental y la subsecuente respuesta
neurofisiológica, sino que implica más mecanismos y procesos, es necesario
ahondar en uno de ellos en particular. El habla, o en general el lenguaje, es la
herramienta que nos permite comunicar y darle nombres, caracterizaciones o en
general una organización a la información que percibimos. El lenguaje juega un
papel fundamental en la creación y modificación de las representaciones visuales,
y es este factor uno de los que sirve de base para entender las diferencias
culturales y sus repercusiones en la construcción y desarrollo de la percepción.
“El pueblo Dani de Papua Nueva Guinea habla un idioma con sólo dos
términos básicos para colores: Distinguen entre blanco y negro […]” (Gerrig, 2005,
p. 259). También en Botswana se encuentran 5 términos a diferencia de culturas
occidentales donde las variables cromáticas básicas rodean de 8 a 11 términos
como el negro, blanco, gris, marrón, verde, azul, morado, rosado, rojo, amarillo, y
naranja. En nuestro continente y en las culturas encontramos ejemplos de estos
fenómenos de variantes en percepción visual del color. Por ejemplo, en la lengua
Tarahumara no hay distinción entre el color verde y el color azul, diferencia que en
nuestras sociedades reproducida y representada con términos propios, si bien
este tipo de diferencias en las construcciones y lenguaje según las culturas nos
aproximan a comprender que aquello que observamos y que nos rodea, no se
toma como una realidad determinada y que las distinciones en como nombramos
el mundo y el valor, significado dan algunas versiones e interpretaciones de lo que
podemos llamar “realidad”.
Podemos ver entonces cómo la percepción se constituye de una serie de
procesos psicológicos simples y complejos, que por medio de diversas fuentes
como los sentidos alimentan el sistema nervioso de información constantemente,
sin embargo, no somos un receptor pasivo de información. Nuestra propia
condición de seres biológicos y sociales, dotados de experiencias y memoria nos
brinda una capacidad de agenciamiento sobre la información que recibimos, a
veces sin tener plena conciencia de ello. Nuestro cerebro opera con el fin de tener
“el mundo en nuestra cabeza” y ayudarnos a sobrevivir y perpetuar la especie, y
modifica la realidad que vemos, olemos y tocamos con el fin de que se adapte a
esa visión de realidad que ha creado.
Referencias
Bueno García, M., López Tapia, F., Martínez Palomares, C., & Moreno Álvarez, P.
(2006). Neuropsicología del color. Granada: Universidad de Granada.
Retrieved from
http://www.ugr.es/~setchift/docs/cualia/neuropsicologia_del_color.pdf
Gerrig, R. (2005). Psicología y vida. Pearson Educación.
Goldstein, B. (2005). Sensación y percepción (6th ed.). México: Thomson.
Hadjikhani, N., Liu, A. K., Dale, A. M., Cavanagh, P., & Tootell, R. B. H. (1998).
Retinotopy and color sensitivity in human visual cortical area V8. Nature
Neuroscience, 1(3), 235–241.
Hubel, D. (2000). Ojo, cerebro y visión (2nd ed.). Murcia: Universidad de Murcia.
Lieury, A. (2008). ¿A qué juega mi cerebro? Barcelona: Robinbook.
Zelanski, P., & Fisher, M. P. (2001). Color (3rd ed.). Madrid: Blume.