Perashat Tetzavé

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Perashat Tetzavé — la torá es la luz que ilumina el mundo — “Y tú ordenarás al Pueblo de Israel. Y traerán hacia ti aceite de oliva puro, macerado para iluminar, para encender la luminaria constante” (27:20). Hashem ordena a Moshé la preparación del aceite de oliva para el candelabro (Menorá) y las ofrendas de harina (Menajot). El aceite para el Candelabro debía ser puro, que en ninguna etapa de su preparación contuvo sedimentos. El olivo era cosechado tres veces al año. La primera cosecha era de las olivas en la punta del árbol, que habían madurado primero gracias a haber recibido con fuerza los rayos del sol; la segunda, la de las olivas en las ramas intermedias, que maduraban después; finalmente, la tercera cosecha era la de las olivas inferiores, que maduraban tardíamente. Las olivas eran machacadas primero con un mortero; luego prensadas con un madero y finalmente molidas con piedras de molino. Únicamente el aceite de las olivas de estas tres cosechas y que habían sido machacadas con mortero era apto para el Candelabro. Los demás aceites eran para las ofrendas de harina.

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Perashat Tetzavé— la torá es la luz que ilumina el mundo —“Y tú ordenarás al Pueblo de Israel. Y traerán hacia ti aceite de oliva puro, macerado para iluminar, para encender la luminaria constante” (27:20).

Hashem ordena a Moshé la preparación del aceite de oliva para el candelabro (Menorá) y las ofrendas de harina (Menajot). El aceite para el Candelabro debía ser puro, que en ninguna etapa de su preparación contuvo sedimentos. El olivo era cosechado tres veces al año. La primera cosecha era de las olivas en la punta del árbol, que habían madurado primero gracias a haber recibido con fuerza los rayos del sol; la segunda, la de las olivas en las ramas intermedias, que maduraban después; finalmente, la tercera cosecha era la de las olivas inferiores, que maduraban tardíamente. Las olivas eran machacadas primero con un mortero; luego prensadas con un madero y finalmente molidas con piedras de molino. Únicamente el aceite de las olivas de estas tres cosechas y que habían sido machacadas con mortero era apto para el Candelabro. Los demás aceites eran para las ofrendas de harina.

Había anochecido en la ciudad de Trípoli, Libia, cuando en una de las casas del barrio judío se escucha el llanto de un niño. La madre se levanta para calmar su llanto y acerca a su hijo un vaso con agua. El niño bebe tan rápido que se atraganta. La madre lo levanta y lo acerca a la ventana. El niño aspira el aire fresco de la noche. Cuando se siente mejor, la madre lo acompaña a su cama. De repente, sobre el techo, frente a ella aparece una sombra por demás extraña. La madre, intrigada, ve nuevamente cómo la sombra se agacha, se levanta, alza los brazos frente a la luna sosteniendo una tabla cuadrada en sus manos. La sombra se agacha de nuevo. Corre la madre hacia su esposo que permanece estudiando a la luz de una vela. “Hay algo que se ve en la ventana. ¡De prisa, ven a verlo!”,

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grita desesperada la mujer.

El esposo cierra su libro, acompaña a su esposa y de repente ve cómo se levanta la sombra, se agacha; y él tampoco entiende qué es. Preocupado, dice a su mujer: “Voy a subir a la terraza, a ver de qué se trata”. La mujer le ruega: “¡No! ¡Por favor, no subas! ¡Quién sabe que es!”. El esposo, intrigado y asustado, sube a la azotea en plena oscuridad nocturna. Después de un rato regresa, ya más tranquilo, y explica a su mujer: “Lo que tú viste era la sombra del hijo de los vecinos. La vida de ese niño es la Torá. Desafortunadamente su padre es muy pobre y no puede pagar a un moré para que le enseñe Torá. El niño hace unos mandados todos los días; recibe unas cuantas monedas de propina y con ellas compra un poco de aceite, que emplea para encender su mecha, y de ese modo estudia un poco. Hoy no pudo juntar nada. Dijo que, como no pudo comprar aceite para leer, entonces se subió a la terraza y empezó a leer allí, a la luz de la luna. Cuando las nubes tapaban la luz de la luna, él se movía para poder leer con la poca luz que quedaba. Y ésa fue la sombra que tanto nos asustó”.

Cuando este chico creció fue uno de los rabinos más importantes de Libia, cumpliéndose así el dicho: “Sean cuidadosos con los niños pobres, ya que de ellos saldrá la Torá”.175-176

Hay frutos de la naturaleza que deben ser transformados o mejorados para su buen uso, pero los hay cuya pureza y valor se encuentran en la naturaleza del propio fruto, y así el aceite de oliva encuentra su pureza en el prensado, sin cocinar, sin refinar, sin mezclar. La Torá se comparó con la luz: Ki ner mitzvá veTorá or (“La vela es como un precepto, pero la Torá es luz”).177 La vela (Precepto) es obligación y la Torá es la luz. Es interesante que, respecto a la mitzvá, antepusiera la vela, pero en la Torá se ante- puso la luz. La razón se encuentra en que la mitzvá es un medio para el comportamiento correcto de la persona, y esa es su misión. Al Shabat cada Yehudí le da la importancia según el nivel de su observancia, a diferencia de la Torá, en que su realidad no depende

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de nosotros, pues ella es luz por sí misma.

Aunque hay quienes consideran a la oscuridad como un ente independiente, la mayor parte del mundo entiende a la oscuridad como la falta de luz. Sin embargo, en el rezo de la mañana nosotros alabamos al Creador diciendo: Yotzer or uboré joshej (“Creó la luz e hizo la oscuridad”). La oscuridad no es falta de luz, sino que fue hecha. La Torá se compara con la luz: Ki ner mitzvá veTorá or, a lo que dijeron nuestros Sabios: “Así como una pequeña luz rechaza mucha oscuridad, un poco de Torá rechaza mucha maldad”.178

¿Cómo y con qué se iluminaba el Candelabro en el Mishkán? El Cohén utilizaba aceite de oiliva como combustible para mantener encendida la Menorá. Una de las propiedades que tiene este aceite es que no se mezcla con ningún otro líquido, sino que se separa y se eleva hasta arriba; y si el vaso está lleno, expulsa al agua y flota. Cuando el aceite cubre el vaso, cuando la Torá está en tu vida, en ti, en tu familia, en tu hogar, en tus ocupaciones, no podrá entrar ninguna cosa ajena a ella. Esa Torá flota e impregna todo lo que hagas. Al igual que la vela, la Torá ilumina a los judíos por el sendero adecuado. Sin ella nuestras vidas transcurren en la oscuridad. Cuando uno observa diferentes objetos, los vislumbra mejor con la ayuda de la luz; así también es con la Torá, que nos permite comprender aquello que la insensatez oculta.179 Asimismo su fruto —la aceituna— al principio es amargo, pero luego se endulza. Al igual que el estudio, al principio cuesta trabajo estudiar, retener, cumplir, pero finalmente se obtiene un fruto dulce: paz, tranquilidad, vida en este mundo y en el Mundo Venidero.180 Así como la luz es superior a la oscuridad, la Torá es superior a las cosas vanas.181

Podemos perdonar fácilmentea un niño que teme a la oscuridad. La verdadera tragedia es cuando los hombres temen a la Luz.

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— el mérito de la mujer judía —“...y tomarán para ti aceite de oliva puro, prensado, para

iluminación, para encender la vela continuamente” (27:20) Deborá HaNebiá (“la profetisa”) fue llamada también Eshet Lapidot, que significa “la Mujer de las Luces”. Ella condujo al pueblo de retorno a la Torá y a las mitzvot des-

pués de la muerte de Yehoshúa. También contribuyó a la derrota del ejército de Siserá de Yuvín, que oprimió a los yehudim en aquella época, a consecuencia de que se habían alejado del ser- vicio Divino. La llamaron Eshet Lapidot debido a que ella, al ver que su esposo era un hombre simple y piadoso, pero incapaz de aprender Torá, quiso buscar méritos para él y para su familia.

¿Qué hacía? Se sentaba bajo la sombra de una palmera y allí preparaba con devoción las mechas que serían utilizadas en la Menorá del Mishkán. Retorcía las hebras entre sus dedos con dedicación y alegría, mientras pronunciaba plegarias y alaban- zas al Creador. Una vez que terminaba las mechas, las entrega- ba a su esposo para que las llevara al Mishkán. Hashem declaró: “Tú quieres incrementar la luz de Mi casa; a cambio, Yo incre- mentaré tu luz, hasta que seas famosa en todo Yehudá e Israel”. Deborá mereció recibir Inspiración Divina y fue conocida como una de las siete mujeres a lo largo de la historia judía que recibie- ron el don de la profecía. (Ellas fueron: Sará, Miriam, Deborá, Janá, Abigail, Juldá y Ester). Aun después de la derrota de Siserá, Deborá continuó guiando al pueblo y juzgándolo por muchos años... “Sentada bajo la misma palmera en la que una vez fabricó mechas para la Menorá”. 182

La Yeshibat Ponovitch es una de las yeshibot más reconoci- das, de donde salieron muchos Grandes rabanim. Hasta la fecha sigue siendo una de las instituciones más grandes y reconocidas del mundo. Rab Yosef Shelomó Kanheman contó cómo fue que tuvo el mérito de construir la Yeshibá, y cuál fue la “piedra fun- damental”

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de la misma: “Un abrigo viejo y un par de guantes”. Y relató una muy conmovedora historia de su niñez:

En una de las noches frías de invierno, en la aldea donde vivíamos, cuando el viento y el frío, acompañados por una fuerte nevada, penetraba en las casas de los habitantes, la madre de los seis pequeños niños de la familia Kanheman, muy preocupada, pensaba cuál de todos sus hijos tendría el mérito de ir al cole- gio al día siguiente, ya que en la casa había sólo un abrigo y un par de guantes, debido a la pobreza que sufrían. Después de lle- gar a la conclusión de que la Torá era de todos, y que desde el más grande hasta el más pequeño eran muy importantes, decidió levantar a sus hijos de madrugada, uno a la vez, y así los fue llevando, uno por uno, hasta el Talmud Torá. Todos usaron el mismo abrigo y el mismo par de guantes. Ella fue y vino en esa madrugada doce veces, seis de ida y seis de vuelta, pero todos participaron del Shiur de Torá, en el horario correspondiente.

La entrega de una madre por el estudio de Torá de sus hijos fue lo que incentivó a Rab Shelomó Kanheman para construir la Yeshibá en los momentos más difíciles, cuando nadie aposta- ba por el futuro que hoy conocemos. Similarmente, cuando las madres de Israel dedican su amor, su paciencia y su entrega a la fabricación de las “mechas”, que son los niños que en el futuro portarán la luz y harán alumbrar con su Torá al mundo entero, lo hacen debajo de la “sombra de la palmera”, dentro de su hogar, cuidando que el aceite se mantenga puro de la contaminación moral que impera en las calles. Ante la falta del Bet HaMikdash, la mesa en el hogar judío es equiparada con el Altar.183 Las velas de Shabat representan a las velas de la Menorá. Es costumbre que en los hogares judíos las madres e hijas enciendan las velas de Shabat. Ellas son las que mantienen encendida la Luz de la Divinidad en el hogar. Cuando la mujer cumple con su deber en el hogar, tiene el mérito de ver y disfrutar los frutos de sus actos, y Hashem las ilumina para que puedan tener la inteligencia para poder guiar a sus hijos por el camino verdadero, y de esta forma los verá crecer con rectitud

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(como la palmera, cuyo tronco es recto). También contará con la ayuda Celestial para poder ven- cer al enemigo, que lucha acérrimamente por alejar a sus hijos del Servicio Divino.184

Cuando Rabí Akibá regresó a casa, después de veinticua- tro años de estudios en la Yeshibá, acompañado por veinti- cuatro mil alumnos, una mujer se esforzaba por acercarse a él.

Los alumnos, sin saber de quién se trataba, intentaban apar- tarla. Cuando Rabí Akibá se percató de ello, les dijo: “¡Per- mitan que se acerque, pues toda mi Torá y la de ustedes es de ella!”. Se trataba de Rajel, la esposa de Rabí Akibá, quien había dedicado su vida para que su esposo pudiera consagrarse al estudio de la Torá.

Cierta vez un Rab se encontraba impartiendo un curso a un grupo de mujeres. La mayoría de ellas tenía su propia fuente de ingresos y habían asistido a la conferencia porque el tema a im- partir era: “Las funciones que debe ejercer la mujer dentro del hogar”. Obviamente se mantenían escépticas respecto al tema. A la mitad de la conferencia, una de las mujeres preguntó al Rab: “¿Podría decirme a qué se dedica su esposa?”. Él, con mucho orgullo y de manera entusiasta, y por supuesto, sin escatimar detalles, respondió: “Ella es directora de un refugio para niños en edad escolar. Trabaja allí desde hace varios años y efectúa su labor de forma gratuita. Les ofrece educación; se encarga de que estén bien alimentados y resguardados del frío; se ocupa no sólo de su salud física, sino psicológica, ¿y por qué no?, de su desarrollo espiritual. Cuando es necesario baja de su rol de di- rectora y cumple los de chofer, enfermera, maestra, cocinera y todo lo que la situación le demande en el momento. Busca e invi- erte todos los recursos que sean necesarios para que esos niños, que de no ser por ella se encontrarían desamparados, tengan el desarrollo necesario para ser verdaderos hombres y mujeres de bien el día de mañana”.

Todas las mujeres, emocionadas y algunas con lágrimas en los ojos, aplaudieron y aprobaron esa labor tan abnegada, y felici- taron al

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Rab por tener una mujer tan bondadosa y caritativa, con tanto empuje y amor al prójimo. En ese momento el Rab añadió: “Por cierto, olvidé decirles que esos niños son nuestros ocho hi- jos”. ¡No hace falta decir cómo se sintieron estas mujeres ante esta acotación!

Hay quienes piensan que la mujer es relegada del cumpli- miento de las mitzvot por considerarla un ser inferior. ¡No hay idea más desacertada! El rol de la mujer en el Judaísmo es más importante que el del hombre. Cuando Hashem estaba por entregar la Torá al Pueblo de Israel, dijo a Moshé: Así di- rás a la Casa de Yaacob y anunciarás a los hijos de Israel...185 Los Jajamim explicaron que la Casa de Yaacob se refiere a las muje- res de Israel, y a ellas debía dirigirse en principio Moshé, pues son las encargadas de educar a los hijos en el camino de la Torá, para así obtener el futuro eterno del pueblo en todas las gene- raciones. La mujer judía es la fábrica de las almas del Pueblo Judío. Sobre ella recae la educación natural de sus hijos; con sus palabras cálidas, suaves y dulces muestra a sus hijos cómo amar a la Torá, cómo hacer el bien a los ojos de Hashem y del próji- mo. Una mujer virtuosa, ¿quién encontrará...? Confía en ella el corazón de su esposo y recompensa no le faltará.... Su boca habla con inteligencia y la Torá del favor está en su lengua... Se levantan sus hijos y la felicitan, su marido la alaba... Es mentira la gracia y vana la hermosura. La mujer temerosa de Dios es alabada.186 En nuestra generación estos conceptos han perdido vigencia. Pode- mos comprar comidas preparadas, enviar la ropa a la lavandería, la sirvienta limpia la casa, la niñera cuida a los hijos más peque- ños y las maestras los educan. ¿Y las madres? ¿Qué hacen mien- tras tanto?

No hay nada que suplante a la mujer en su hogar. En cada casa puede distinguirse la mano trabajadora de la mujer, o lo contrario, su pereza e indiferencia. La mujer que con alegría se dedica a su familia sin sentirse discriminada ni disminuida por la función para la que fue elegida por su Creador, no busca excu- sas para no cumplir con su tarea o exceptuarse del trabajo. No piensa que es despreciada

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dentro de las paredes de su hogar, ya que precisamente en él encuentra el lugar apropiado para desa- rrollar la fuerza espiritual de que dispone. ¿O acaso existe mayor felicidad para un hijo que encontrar a su madre en el hogar al regresar de la escuela?

Un hombre y una mujer que tuvieron mérito, la Shejiná se en- cuentra entre ellos; de lo contrario, el fuego los consume.187 Cuando la pareja se esfuerza para que la Presencia Divina los acompa- ñe y conducen su hogar con las bases de la Torá y el temor a Hashem, el shalom reina en ese hogar, ya que el objetivo que am- bos persiguen es hacer la voluntad del Creador. En este punto es fundamental el trabajo de la mujer, como bien lo atestiguan nuestros Sabios diciendo: “la casa... es la mujer”,188 lo cual signifi- ca que es digno de llamarse hogar de acuerdo con el nombre de la mujer, por el sentimiento puro que ella posee. Bienaventurada la mujer que sabe valorar el legado que Hashem depositó en sus manos y es la responsable de que la Shejiná se pose en su hogar, educando a las futuras generaciones en el camino de los preceptos y asegurando nuestra continuidad como pueblo.189

¿Cuál es el mérito de las mujeres? Que llevan a sus hijos al colegio a estudiar Torá y permiten a sus maridos ir a la yeshibáa estudiar Torá, y los esperan hasta que vuelvan de estudiar con el rab.190

— dime cómo vistes y te diré quién eres —“Harás vestimentas de santidad para tu hermano Aharón, para gloria y esplendor” (28:2).

Aharón y sus hijos, Nadab, Abihú, Elazar e Itamar, fueron elegidos para actuar como Cohanim en el Mishkán. Mien- tras oficiaban, debían usar cuatro vestimentas especiales, confeccionadas por hábiles artesanos. Aharón, como Cohén Gadol (Sumo Sacerdote),

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debía vestir ocho. Una de estas vestimentas era el mitznéfet, una especie de turbante. Está escrito que este turban- te se usaba para perdonar el pecado de la soberbia y la vanidad. Por ser la cabeza donde residen los sentimientos de vanidad, se coloca allí para recordar a la persona que sobre ella sólo debe exis- tir la conciencia de la existencia de Hashem, y por medio de esto adquirir la cualidad de la humildad.191

Moshé recibió la orden de hacer vestimentas “para gloria y esplendor” de los Cohanim. La Torá nos muestra que la ropa, aparte de cubrir a la persona de su vergüenza y de las inclemen- cias del tiempo, también le sirve como distinción y status. Rabí Yojanán llamaba a su ropa: las que me honran.192 Si vas caminan- do por la calle y te encuentras con una persona vestida de verde y botas negras, y portando un rifle; o si ves a una persona con bata blanca y un estetoscopio colgando de su cuello, ¿acaso ne- cesitas preguntar cuál es su oficio? Si ves a una persona vestida de negro, sombrero y kipá, ¿preguntas a qué se dedica?

Tú eres un yehudí. ¡Representas el Reinado del Creador! Tie- nes que vestir acorde con tu misión. La persona está formada de cuerpo y alma. El alma quiere distinción y el cuerpo va detrás de otros deleites y placeres. Al cuerpo no le interesa el honor, debido a que esto implica responsabilidad. Si las personas nos consideran dignos de ser honrados como hijos del Rey, nosotros sentiremos la responsabilidad de estar a la altura de las circuns- tancias. El cuerpo quiere la libertad de gratificarse sin pensar en las consecuencias. Nuestra alma pide arropar al cuerpo a la usanza yehudí.

El rey envió proclamas a varias naciones invitándolas a entab- lar relaciones culturales y comerciales. Comisionó a su único hijo para que se fuera de gira por el mundo para esta importante mis- ión. Los países se apresuraron a aceptar la invitación y enviaron responsas confirmando con agrado la bienvenida del soberbio personaje. El avión del príncipe despegó hacia su primer destino. Arribó al hangar presidencial, donde aguardaba una comitiva

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formada por los representantes más prominentes de la sociedad. Por la escalinata bajaron primero los secretarios de Estado, se- guidos por todo el cuerpo de seguridad. La escolta presentaba las

banderas mientras la filarmónica entonaba el himno del reino. Bajaron los pajes y otros miembros del gabinete. Todos aguarda- ban expectantes. Nadie quería perderse la oportunidad de estar tan cerca de la realeza. ¡Silencio! El vocero anuncia la proximi- dad de hijo del rey. Todos miran emocionados hacia la puerta del avión, aguardando su salida. De repente, ¡aparece! Los pe- riodistas levantan sus cámaras tratando de captar hasta el últi- mo detalle. Comienza a salir; se ve una figura ataviada con unos decolorados y raspados pantalones vaqueros, camisa a cuadros, tenis... ¡en lugar de corona, una cachucha con el emblema de un afamado equipo de futbol! La gente se queda anonadada. “¿Es una broma? ¿Quién es ese impostor? ¿Quién habrá osado pre- sentarse con semejante facha en nombre del rey? ¡Esto es una ofensa al reinado...!”

Así es la imagen que refleja un yehudí “vestido a la moda”. La persona que busca llamar la atención de los demás, tanto en su forma de vestir, de caminar, de hablar, de comer, significa que no confía en su propia valía, o tal vez desconoce su linaje. Aquel que se siente orgulloso de su origen y pertenencia buscará identifi- carse con ellos.

En una oportunidad, la reina de Inglaterra paseaba en su car- ruaje. Miraba distraídamente a los transeúntes por su ventana, hasta que vio a un joven que llamó su atención. Aquellas peot y kipá, las ropas que vestía, mostraban que era un yehudí. La rei- na se impresionó al ver a este joven tan especial y distinto de los demás y sintió curiosidad de conocerlo mejor. Pidió a sus sirvi- entes que detuvieran la carroza e invitaran al joven a su palacio, para poder verlo más de cerca. Cuando el joven supo de la invi- tación, se emocionó tanto que esa noche no pudo dormir. Al día siguiente, al verse en el espejo, pensó: “¿Cómo me voy a presen- tar ante la reina con esta apariencia? Será mejor aparentar que soy un ciudadano fiel a la corona”. Entonces se quitó las peot y la kipá, y

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su vestimenta. Se miró de nuevo en el espejo y también se cortó el cabello a la forma de los goyim. Quería encontrarse ante la reina, según él, “lo más presentable posible”.

Cuando llegó al palacio y estuvo frente a la reina, la soberana preguntó: “¿Dónde está el muchacho que vi en la calle? ¿Dónde

está aquel que usaba peot y una kipá?”. El joven se enderezó y respondió con seguridad: “¡A sus órdenes, Majestad! Yo soy aquel joven. ¿Acaso no me recuerda?”. La reina respondió: “Yo veo frente a mí a un muchacho común, de los que sobran en el país. Yo quería ver a ése que tenía una apariencia tan diferente...”.

El Cohén era el transmisor de las órdenes Divinas (por medio de los Urim VeTumim); además generaba la paz entre las personas y también intercedía y buscaba el indulto ante sus hermanos y el Creador (por medio de los sacrificios en el Mizbeaj).

Al observar el atuendo majestuoso que portaba, comprendía la responsabilidad que llevaba encima, y esto lo motivaba a cum- plir con presteza su sagrada labor. También le ayudaba a mante- ner su mente concentrada en el servicio Divino.

Al comienzo de los años treinta, un judío no observante que viajaba en un tren se enteró de que el Jafetz Jaim estaba sentado en el último vagón. Ansioso por verlo, el caballero se apresuró hacia el lugar, donde encontró al Gaón concentrado en un libro y ni siquiera se percató del hombre que lo observaba de arriba abajo. Cuando levantó la vista notó al espectador y le preguntó si había alguna forma en que pudiera ayudarlo. El caballero, dis- culpándose, dijo: “Sólo vine a ver qué apariencia tenía usted”. Con una plácida sonrisa, el Jafetz Jaim preguntó: “¿Y qué vio usted?”. El hombre respondió: “Francamente, estoy muy decep- cionado. Yo esperaba ver a una persona elegantemente vestida a la moda, y usted está vestido al viejo estilo. Usted no llena mis expectativas de ninguna manera”.

El Jafetz Jaim lo miró y replicó: “Ante todo, yo soy quien está de

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acuerdo con la última moda y usted es quien no está de ac- uerdo con los tiempos”. El caballero arrogantemente dijo: “Rabí, ¿en qué se basa para hacer esa afirmación? ¡Mi vestuario es a la última moda; el suyo es el anticuado!”. El Jafetz Jaim respondió: “En la Hagadá de Pésaj leemos: ‘En el comienzo nuestros padres sirvieron a ídolos’. Este fue el antiguo estilo. Sin embargo, con- tinúa relatando la Hagadá: ‘Pero ahora Hashem nos aproximó a Su servicio’. Esto quiere decir que el ‘estilo actual’ es aproxima- rse al Servicio de Hashem. Los judíos ultrarreligiosos que sirven a Hashem con todo su corazón y su alma son los que están de acuerdo con la última moda....”.

Es nuestra obligación comprender que somos “Hijos del Rey”. Nuestra conducta y manera de vestir deben ser acordes con nuestra investidura. Vestir como yehudí compromete, pero a la vez debe incentivarnos a tener un comportamiento ético, mo- desto y educado; debemos dirigirnos hacia las persona y en todo lugar con recato, respeto y buenos modales, y así mostraremos con hechos lo que se espera de nosotros.

Cuando el judío se pone kipá, se transforma en embajador de Hashem. Cada uno de sus actos es sometido al riguroso escruti- nio de todos los que lo observan. Y si comete una estafa finan- ciera, no van a llamarlo sólo “estafador”, sino “judío estafador”. Pero si es honrado, es Hashem el que se queda con el crédito.

El Midrash cuenta de un árabe que vendió un burro a Rabí Shimón ben Shataj. Poco después de la compra, Rabí Shimón descubrió una piedra preciosa oculta bajo la montura del burro. “Yo pagué por el burro, no por la gema”, dijo, y enseguida fue a devolvérsela al árabe, quien exclamó: “Bendito es Hashem, el Dios de Shimón ben Shataj”.

Yehudí: tienes una gran responsabilidad con Hashem y con el mundo. ¡Comienza a vestir como un auténtico yehudí, y esto te será de gran ayuda para que tu comportamiento sea acorde con la forma

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en que estás vestido! También te será de gran ayuda para que no olvides quién eres y Quién está encima de ti. Ante Él rendirás cuentas cuando Él lo decida. Hashem observa y con- trola todos tus movimientos. La vestimenta te mantendrá siem- pre consciente de esto y evitará que la vanidad se apodere de tus actos. Porque honro a los que me honran.193

Habla, viste, come, duerme, compórtate como un yehudí. Finalmente verás que tu apariencia exterior influirá en tu interior.194

— la humildad es la mejor de las cualidades —

“Y harás un Mitznéfet (Cofia) de lino” (28:39).

En esta Perashá, Hashem ordena a Moshé consagrar a los Cohanim con vestimentas especiales. La indumentaria del Cohén Gadol constaba de ocho prendas. Cada una de ellas

expiaba por un pecado particular del Pueblo Judío. Por ejemplo, el mitznéfet, que era una especie de turbante, expiaba el pecado de la soberbia y la vanidad.195 El motivo que ofrece el Talmud es que en la cabeza residen los sentimientos de altivez y pre- sunción; se coloca allí para recordar a la persona que sobre él sólo debe existir la conciencia de la existencia de Hashem, y así adquirir la cualidad de la humildad.

La humildad es la mejor cualidad.196 Es el fundamento de la Torá y de las buenas cualidades. Sus compañeras la siguen: amor, hermandad, paz y amistad. El humilde no se enoja nunca; deja pasar su honor. Mantiene un perfil bajo. Nada le molesta. No busca la grandeza. No se considera apto de lo propio... ¡Cuán- tas cualidades emanan de la humildad verdadera! Debido a lo correcta y buena que es, resulta muy difícil encontrarla. La per- sona debe dominar su natural tendencia a sentirse poseedor de todo lo que le rodea y llenar su mente de pensamientos puros y constantes, pensando siempre:

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“¿Qué soy? En realidad nada me pertenece”. Como dice el Rambán en su epístola: “¿Y qué tiene el pobre para enorgullecerse con vestidos que le dieron en préstamo y que no son de él?”.

Un rey nombró a uno de sus ministros como gobernador in- terino en una de las ciudades principales. El gobernador abusó de su puesto obligando a los súbditos a honrarlo. Cierta vez, fue el rey a la ciudad a atender un asunto y pidió que lo llevaran a hacer un recorrido por las calles de la ciudad. ¡Grande fue su sorpresa y enojo cuando encontró al gobernador vistiendo las ropas reales! Todos hacían honores a su investidura, con lo cual usurpaba el honor que pertenecía al Rey.

Imaginemos la vergüenza del gobernador al ser descubier- to por el Monarca... Dijo el Rey David: Hashem se viste de orgullo.197 El orgullo sólo pertenece a Hashem. ¡Pobre de todos aquellos que tratan de “vestir” la indumentaria real, sintiendo que todo lo existente les pertenece...! Cuanto más posee la per- sona, menos arrogante debería ser. Solamente abrir sus ojos y mirar las maravillas que se encuentran a su rededor, debería ser suficiente para decir: “¿Cómo puedo acercarme ante el Creador de todo el hermoso universo que nos rodea? ¿Cómo puedo incli- narme ante Él, que está en las alturas?198 ¿Cómo me atrevo a le- vantar el rostro ante su magnificencia?”. Cada uno de nosotros ha recibido la Piedad de Hashem en abundancia. Nos ha agraciado con un poco de entendimiento y nos ha auxiliado para hacer el bien. Todo lo que hagamos no será suficiente para pagar siquiera un solo respiro de los millones que damos en nuestra vida. Me he empequeñecido por todos los favores y toda la verdad.199

El Gaón de Vilna estaba estudiando un pasaje difícil del Talmud. Estaba tan concentrado en el tema que no advirtió que uno de sus alumnos había entrado al Midrash y se acercó a saludarlo. El joven extendió su mano, pero el Gaón no respond- ió. El alumno sintió que su maestro tenía algún motivo para desairarlo y se retiró con desánimo del lugar. Mientras salía se encontró con el Rab Jaim de

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Volozhin, uno de los más destacados discípulos del Gaón, y desahogó su pena.

Rab Jaim trató de consolar al estudiante, pero fue inútil. “Se- guramente encontró algún hecho pecaminoso que habré cometi- do”, dijo tristemente el alumno. Rab Jaim se despidió del joven y entró en el estudio del Gaón. Al ver a su discípulo, el Gaón lo saludó alegremente. “¿Pero por qué estás tan abatido?”, pre- guntó. “Acabo de encontrar en el pasillo a un muchacho que se siente ofendido porque usted lo ignoró cuando vino a saludarlo hace unos minutos”. El gaón exclamo: “¿Cómo pude hacer algo así? En ningún momento percibí su presencia, quizá porque es- taba muy absorto en mis pensamientos. ¿Dónde está ese joven? Debo ir a buscarlo”. El Gaón de Vilna salió rápidamente del Midrash, salió a la calle y alcanzó a ver al muchacho. Éste es- cuchó que alguien lo llamaba por su nombre, volteó y vio al gi- gante de la generación corriendo para alcanzarlo. El estudiante miraba con sorpresa como el Gaón se acercaba, lo abrazaba y decía: “Hijo mío, perdóname si te causé angustia. Créeme, no quise ofenderte. Te amo tanto como a todos mis queridos es- tudiantes. Si no advertí tu presencia, fue solamente porque mis pensamientos estaban en otra parte. ¿Quisieras por favor perdonarme?”.

Si tal era el sentimiento de los sabios de las generaciones ante- riores, ¿qué nos queda a nosotros, que vivimos en una generación huérfana? ¡Los grandes se están yendo! No se requiere conoci- miento para percatarnos de nuestra pequeñez y poco valor, así como nuestro poco entendimiento y nuestra gran escasez respec- to al Servicio Divino. El yo, el egoísmo, es la cortina que separa al hombre de su Creador.200

El orgullo y la presunción causan tristeza. La persona que padece estos defectos cree que todo le corresponde. El sentimiento de satisfacción es temporal; la vida se encarga de desilusionarlo...201 Si razonamos por lo menos un momento cada día sobre este tema, someteremos al corazón y estaremos más conscientes de este grave pecado.

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No debemos confundir el hecho de vivir con humildad con vivir engañados por una autoimagen desvalorizada. Hay una línea muy delgada entre la humildad y el auto desprecio... Nunca de- bemos negar nuestros aspectos positivos y ver las aptitudes con las que fuimos creados. Éstas nos fueron otorgadas con un fin espe- cífico. ¡Debemos explotarlas al máximo! Si el Jafetz Jaim hubiese pensado que él no era competente para escribir las numerosas obras halájicas y los principios éticos que nos legó, ¿qué sería hoy de Am Israel? ¡Estaríamos caminando como ciegos en la oscuri- dad! Quienes lo conocieron pueden atestiguar sobre la profunda humildad que poseía. Él escribió sus obras porque sabía que po- día hacerlo, pero también sabía que no debe esperarse gloria y honores por lo que uno hace; sólo pensaba en lo que le faltaba por hacer. Sólo con sencillez e integridad puede llegarse a la verdad. Si has estudiado mucha Torá, no te jactes, porque para ello has sido creado.202 Tomar conciencia verdadera de la naturaleza de las habilidades y las capacidades propias no es, en modo alguno, incompatible con la humildad. Uno puede medir su verdadera grandeza sin asumir orgullo ni vanidad. El corazón de un sabio es como un espejo: refleja cada objeto sin empañarse.

¿Quién es meritorio del Mundo Venidero?El humilde que agachado entra y agachado sale, se ocupa de la Torá siempre y no se enorgullece.203