Pedro Moya de Contreras

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I. La Preparación de un Letrado Una mirada al mapa de relieve de España muestra una tierra dividida por varias cordilleras montañosas en un conjunto de mesetas y valles. Uno de los más planos y áridos de estos valles, ése el de Castilla en el área de la Mancha, se levanta hacia el sur dentro de la Sierra Morena, que separa a la Nueva Castilla de Andalucía. A medida que la sierra baja hacia la provincia de Córdoba, el suelo adquiere un color rojizo, y las colinas inclinadas, cubiertas con árboles de olivo, y más recientemente con campos de girasoles, alcanzan casi las murallas de la ciudad de Córdoba, que fuera una vez el corazón de la España árabe. En la esquina noroeste de la provincia, a un lado de la carretera hacia Pozoblanco y asentada sobre un promontorio expuesto a todos los vientos, se encuentra el pequeño pueblo de Pedroche. El nombre proviene del terreno rocoso sobre el que se asienta, Pedroche se ve muy similar a los otros pueblos del sur de España. Historias oscuras en pequeñas anotaciones dicen que en otras épocas el pueblo fue más importante de lo que es ahora. Pedroche es un pueblo antiguo que fue conquistado por los cristianos españoles en el año de 1130. En el siglo dieciséis era más extenso, tenía más habitantes que ahora, y algunos de sus hijos hicieron contribuciones importantes a la iglesia y al estado. Sin embargo, su mayor logro para la fama es que fue el lugar del nacimiento de Pedro Moya de Contreras, primer inquisidor de la Nueva España, tercer arzobispo de México, 1

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I. La Preparación de un Letrado

Una mirada al mapa de relieve de España muestra una tierra dividida por varias

cordilleras montañosas en un conjunto de mesetas y valles. Uno de los más planos y

áridos de estos valles, ése el de Castilla en el área de la Mancha, se levanta hacia el

sur dentro de la Sierra Morena, que separa a la Nueva Castilla de Andalucía. A

medida que la sierra baja hacia la provincia de Córdoba, el suelo adquiere un color

rojizo, y las colinas inclinadas, cubiertas con árboles de olivo, y más recientemente

con campos de girasoles, alcanzan casi las murallas de la ciudad de Córdoba, que

fuera una vez el corazón de la España árabe. En la esquina noroeste de la provincia,

a un lado de la carretera hacia Pozoblanco y asentada sobre un promontorio expuesto

a todos los vientos, se encuentra el pequeño pueblo de Pedroche. El nombre

proviene del terreno rocoso sobre el que se asienta, Pedroche se ve muy similar a los

otros pueblos del sur de España. Historias oscuras en pequeñas anotaciones dicen

que en otras épocas el pueblo fue más importante de lo que es ahora.

Pedroche es un pueblo antiguo que fue conquistado por los cristianos españoles

en el año de 1130. En el siglo dieciséis era más extenso, tenía más habitantes que

ahora, y algunos de sus hijos hicieron contribuciones importantes a la iglesia y al

estado. Sin embargo, su mayor logro para la fama es que fue el lugar del nacimiento

de Pedro Moya de Contreras, primer inquisidor de la Nueva España, tercer arzobispo

de México, visitador, capitán general y virrey de la Nueva España, y presidente del

Consejo de Indias.1

Aunque la fecha es incierta, Pedro nació probablemente cerca del año de 1530.

Ambos, su padre, Rodrigo de Moya, y su madre, Catalina de Contreras, pertenecían a

la baja nobleza, al grupo que se hacía llamar caballeros o hijosdalgo. Provenían de la

clase que fue la columna vertebral de la Reconquista, la lucha que España libró contra

el dominio árabe y que duró siglos. Fue una familia, que por ambas líneas, tenía sus

orígenes en la Edad Media y en los primeros años de la Reconquista. Los Moyas eran

de origen gallego y su nombre derivaba de Alvaro Marino, quien había participado en

la conquista del pueblo de Moya en Cuenca en el año 830, y había recibido ese

nombre como premio. La línea familiar de los Moscoso, de la cual el futuro arzobispo

pareció estar muy orgulloso, se ostentaba como descendiente de los Visigodos.2 Él

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uso frecuentemente el escudo de armas, aunque nunca el nombre. Como arzobispo

de México usó los símbolos del escudo de armas de los Moya, Contreras y Moscoso.3

No se sabe cómo o porqué la familia llegó a establecerse en un pueblo,

comparativamente hablando, poco conocido. Puede ser que como a muchos otros

nobles de baja alcurnia les llegaron los tiempos difíciles, después de la reconquista.

Los hidalgos fueron numerosos, muchos de ellos no tenían tierras, y eran

frecuentemente pobres.4 Moya algunas veces mencionó su parentesco con los

Mohedanos de Pedroche y Córdoba, una familia que incluyó entre sus miembros a un

virrey de Nápoles, Juan de Mohedano, y a un pintor local famoso, Antonio de

Mohedano, pero los únicos parientes conocidos con cierta certidumbre fueron una

hermana y un tío.

Su tío era Don Asisclo Moya de Contreras.5 Un nativo de Pedroche como su

sobrino, se graduó en leyes por la Universidad de Salamanca y tuvo una distinguida

carrera como diputado en las cortes aragonesas (parlamento) y en el obispado de

Vich en Cataluña. En 1561 atendió la sesión final del Concilio de Trento y en 1563 fue

nombrado arzobispo de Valencia, pero murió en 1565 antes de tomar posesión de su

puesto. En una época cuando contaban mucho las relaciones de sangre, parece poco

posible que un tío de tal importancia y puesto no tuviera alguna influencia en la

temprana carrera de su sobrino; todavía no existe evidencia que tal fuera el caso. En

toda su correspondencia conocida, Pedro Moya de Contreras hace solamente una

referencia a su tío. El joven Pedro encontraría un padrino en otra parte.

Quien quiere saber que vaya a Salamanca. Para un joven de la nobleza de baja

alcurnia, solamente existía un imán educacional en toda España: Salamanca. Con ya

tres siglos de antigüedad, la universidad disfrutaba de un crecimiento y prestigio sin

precedentes en el siglo dieciséis, con más de seis mil estudiantes y once cátedras de

teología al momento en que Moya llegó.

Donde sea que el escolasticismo había declinado hacia el formalismo y la lógica

dividía en el resto de Europa, Salamanca resonaba con los nombres de grandes

dominicos tales como Vitoria, Soto, y Cano. El renacimiento teológico dominico se

centró alrededor del convento y del colegio de San Esteban, donde el tomismo

tradicional de la orden fue revitalizado y llevó a discusión los problemas apremiantes

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de la época: derechos humanos, la ley internacional, la guerra justa, la libertad en los

mares, y el derecho de conquista.6

Si, conforme al aforismo medieval, la teología era la reina de las ciencias,

entonces en Salamanca existía un reino sin regla, ya que el estudio de la ley era el

que gobernaba. El derecho – ya sea canónico, civil o una combinación de ambas –

ofrecía a un joven de la España del siglo dieciséis ingresar en puestos de trabajo muy

bien pagados y prestigiosos en la iglesia y en el estado. El crecimiento del imperio

español y su maquinaria gubernamental crearon una demanda de letrados: hombres

de las clases medias de la sociedad, entrenados y educados en leyes, quienes

ocuparían las posiciones claves en la burocracia aburguesada y formarían una élite

gubernamental. Doctores y licenciados de Salamanca y de otras universidades

mayores podían ser encontrados en toda el Nuevo Mundo, donde ejercían puestos de

oídores, alcaldes, obispos, clérigos, profesores universitarios, y concejales de pueblo.7

En el siguiente siglo, la edad de oro de Salamanca se diluyó, pero en los tiempos de

Moya, fue el bastión del pensamiento regalista y de la Contrareforma, y una puerta de

acceso al letrado mundo del derecho, la administración, y el estatus – una auténtica

plaza de armas de letras.

Fue en Salamanca probablemente, que Pedro Moya de Contreras conoció a la

figura más influyente en su vida, a Juan de Ovando. Aunque Ovando fue uno de los

personajes más importantes de la administración civil y eclesiástica de la España del

siglo dieciséis, se lo conoce muy poco. Por lo general siempre ha recibido mucho

menos atención de los historiadores que su ilustre protegido, y todavía está en espera

de un digno biógrafo. Por un breve periodo, se situó en la cumbre del gobierno

colonial de Felipe II y fue reconocido por sus conocimientos jurídicos, su habilidad

administrativa, e ideas progresistas. Iba y venía rápidamente en comparación con

otros favoritos reales, pero en menos de diez años dejó una huella muy fuerte en la

política colonial de España.

Juan de Ovando nació en Cáceres, Extremadura, en 1514.8 Los Ovando fueron

una de las primeras familias de la provincia y estaban íntimamente relacionados y

casados entre ellos – Juan tuvo dos abuelos que se apellidaban Ovando. El famoso

Nicolás de Ovando, primer gobernador de la Española, fue su tío-abuelo. Su padre

fue un ilegítimo pero fue reconocido por uno de sus familiares y creció entre ellos. El

joven Juan fue alumno del Colegio Mayor de San Bartolomé, en Salamanca, donde

3

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recibió el grado de licenciado en derecho – tal vez canónico y civil, ya que él estaba

muy versado con ambas. Fue un clérigo, aunque no se sabe con certidumbre cuánto

avanzó en su orden.

Ovando enseñó en Salamanca hasta 1554, cuando partió hacia Sevilla. En el

transcurso de dos años se había convertido en el provisor de la arquidiócesis y en la

virtual cabeza de la jurisdicción en la ausencia de su arzobispo, Fernando de Valdés,

quien estaba muy relacionado con la corte, con la Inquisición, y en los conflictos con el

cabildo de su catedral. Ovando tenía sus propios problemas con el cabildo. En 1556

cierto Doctor Constantino solicitó una clerecía vacante y obtuvo el apoyo de una

mayoría del cabildo. Ovando se opuso a esta candidatura bajo los términos de que

Constantino era judío, poco ortodoxo en su doctrina, y casado. En la disputa que se

produjo, Ovando excomulgó a todo el cabildo. Se concedió el puesto a Constantino,

pero Ovando fue reivindicado cuando la Inquisición, más tarde, arrestó y encarceló a

Constantino por guardar las enseñanzas luteranas.9. El escándalo le ocasionó

enemigos a Ovando, y cuando hubo un intento para nombrarlo Inquisidor de Sevilla,

su nombramiento fue frustrado bajo las bases de que las oficinas de inquisidor y de

provisor eran incompatibles. Cerca de 1564 Ovando llegó bajo el patronazgo de

Diego de Espinosa, quien en ese año se convirtió en el presidente del consejo

supremo de la Inquisición. Espinosa fue el responsable para que Ovando destacara,

como también lo sería Ovando para con Moya.10

No se sabe con certeza como se conocieron Moya y Ovando. Algunos biógrafos

dan la impresión de que Moya se convirtió en el paje de Ovando cuando éste fue

nombrado presidente del Consejo de Indias – algo imposible, porque Moya ya tenía

rumbo en su propia carrera al momento cuando Ovando fue designado para ese

puesto. Otra fuente indica que Ovando conoció a Moya en una visita a Pedroche.11

Aunque esto sea una posibilidad, es más probable que Moya haya conocido a Ovando

y entrado a su servicio, en el Colegio Mayor de San Bartolomé cuando éste todavía

enseñaba en Salamanca. Parece que ambos tuvieron una relación muy cercana, si

bien su correspondencia tiene más tintes de negocios, ya que en la mayor parte es

imposible detectar cualquier muestra de afecto. Incluso como arzobispo de México,

Moya siempre mostró hacia su patrón gran admiración, mucha cortesía y total respeto.

Cualquiera que haya sido su relación personal, Ovando pensó lo suficiente en el joven

4

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para estar muy cercanamente relacionado con su educación, si no es que hasta

pagando por ella, tal como los biógrafos lo indican.

Ovando y Asisclo Moya de Contreras fueron colegiales, o alumnos, de San

Bartolomé. Éste era una de los cuatro colegios o colegios residencia en Salamanca

que fue fundada en 1401 por Diego de Anaya, arzobispo de Sevilla.12 Un colegio

mayor no era un college en el sentido moderno estadounidense, sino una combinación

de dormitorio, fraternidad, y servicio privado de asesoría, todo dentro del marco de la

universidad y algunas veces con privilegios especiales dentro de la misma. Los

colegiales tendían a ser elitistas y se apoyaban mutuamente, incluso después de

graduarse. Estas instituciones producían una larga lista de funcionarios públicos,

abogados, y eclesiásticos, quienes mantenían una red de “viejos muchachos” que

promovían sus carreras.

“El mundo entero está lleno de bartolomicos” era la frase de la época. San

Bartolomé tenía un gran prestigio por ser el más antiguo de los colegios mayores de

Salamanca y uno de los más unidos y cerrados.. Si los graduados de Salamanca eran

regalistas, los bartolomicos eran los más regalistas de todos. Ovando, el príncipe de

los letrados, era parte de esta red y formó su propio núcleo de protegidos, donde no

todos eran compañeros bartolomicos. Apadrino tempranamente a Mateo Vásquez

(1562) – quien más tarde sería secretario del Cardenal Espinosa y del rey Felipe II –

también a Benito Arias Montano, un escritor muy conocido y bibliotecario del Escorial.

El último caso es el más interesante porque Arias Montaño era un converso, un

“cristiano nuevo” de ancestros judíos.13 Ovando, sus protegidos, y los colegiales,

especialmente los de San Bartolomé, representaban una nueva generación de

funcionarios públicos españoles, alejados de la orientación flamenca de los primeros

años de Carlos V, y preocupados primordialmente por España y su imperio, y fieles

para reformar, la eficiencia y la organización.

Aunque no existe evidencia documental de que Moya haya sido un bartolomico,

parece difícil que hubiera sido de otra manera, dados los relatos de su tío y de

Ovando.14 Las listas de la universidad incluían su nombre como estudiante de de

derecho canónico para los años 1551-1554, aunque él pudo haber llegado más antes.

No estudió teología en Salamanca, pero se especializó en leyes. De acuerdo a sus

biógrafos, se graduó con un doctorado en derecho civil y derecho canónico, pero no

existe documentación contemporánea de que haya recibido tales grados. Ya que el

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doctorado frecuentemente requiere cerca de siete a ocho años de residencia, la

evidencia parece estar en contra de que obtuviera el grado en Salamanca y más a

favor de que lo haya completado en otra universidad – lo más probable Sevilla. Sus

primeras rúbricas, que fechan desde 1569, usan el título de doctor, y es poco creíble

que él haya rubricado sin que su grado no fuera válido. Un uso falso del título podría

haber dado cauce para acusaciones de los muchos enemigos que hizo más tarde en

su vida. Uno de los biógrafos de Moya establece que en un principio pretendió una

carrera literaria.15 Esto no era común para gente de su clase y de su edad; sin

embargo, tuvo marcados gustos e intereses literarios a lo largo de su vida.

Ovando dejó Salamanca por Sevilla en 1554, y significativamente, este fue el

último año en el que el apellido Moya está incluido en las listas de la universidad. Es

muy probable que Moya haya seguido a Ovando y actuado como su secretario

durante los siguientes años, e inclusive al tiempo que completaba su educación. Sus

cartas indican un conocimiento detallado de Sevilla, y especialmente de los trabajos

de la administración de la arquidiócesis, lo cual sólo pudo haber sido el resultado de

un contacto personal extenso.16 En una fecha desconocida, pero probablemente a

mediados o últimos días de 1560, fue designado para el puesto de maestrescuelas de

la catedral de las Islas Canarias. Fue el primer paso para una carrera eclesiástica,

aunque es seguro que no fuera un sacerdote, todavía.17 Un maestreescuelas era un

miembro del cabildo de clérigos de la catedral, pero el tipo del oficio y las costumbres

de aquellos tiempos permitían la posibilidad de que él lo fuera solamente en las

órdenes menores, o tal vez fuera un diácono.

Aunque no se sabe exactamente cuánto tiempo duró en este puesto, es seguro

que durante los años de 1567 a 1569 fue maestreescuelas y provisor de la diócesis,

en un principoio a las órdenes del obispo Bartolomé de Torres, quien llegó desde las

Canarias en 1567 pero murió al cabo de un año (el 1 de febrero de 1568). El obispo

había llevado consigo a Diego López, un jesuita bien conocido, quien se convirtió en

gran amigo de Moya. Bajo la dirección de López, Moya hizo los famosos ejercicios

espirituales de San Ignacio de Loyola. Este fue su primer contacto conocido con los

jesuitas, y su estima para esa orden, junto con su aprecio y respeto por sus miembros,

continuó por el resto de su vida.18

Es una tentación especular sobre la influencia que tuvo en las actitudes del joven

clérigo esta estancia en las Canarias. Las islas fueron la primera experiencia de

6

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España con la conquista y la colonización, y los primeros contactos con una población

no cristiana más primitiva. Esta situación fue similar a la después encontrada en las

Indias, y muchas de las disputas que se libraron a través del Atlántico, tales como la

encomienda y el tratamiento a los nativos, fueron primero peleadas en las Canarias.

Recuerdos de estas disputas y de la conquista española de las Canarias estaban

todavía frescas cuando Moya llegó y pudieron haber influenciado en sus actitudes,

tiempo después, hacia los indios de la Nueva España, aunque no existen referencias

explícitas a las islas en su correspondencia epistolar.

Mientras Moya estuvo en las Canarias, Ovando sirvió como miembro del consejo

supremo de la Inquisición. En 1556, por medio de la influencia del Cardenal Espinosa,

fue requerido para hacer una visita, es decir una investigación general, de la

Universidad de Alcalá. Algunos de sus amigos intentaron persuadirlo para que

permanezca en Sevilla, pero él reconoció en la oferta un punto de inflexión en su

carrera. Realizó la investigación exitosamente y casi inmediatamente fue requerido

para hacer otra investigación similar en el Consejo de Indias, la segunda, en la historia

de esa institución.19 Una serie de reportes, quejas y denuncias que llegaron a España

especialmente desde el Perú, habían dado cuenta del pésimo estado de las cosas en

la Indias y reflejaban pésimamente el conocimiento y la competencia del consejo tal

que Felipe II había decidido establecer una investigación detallada. Es muy probable

que fuera gentilmente propuesto para esto por el Cardenal Espinosa. La investigación

comenzó en los últimos meses de 1567 y estaba preocupada más con encontrar

soluciones a los problemas y remediar las deficiencias que en castigar a los

delincuentes – la mayoría de ellos, parece ser que murieron o se retiraron antes de

que el reporte final fuera enviado al rey en 1571. Aunque era poco frecuente para un

visitador participar en la implementación de las reformas que él recomendaba, Ovando

aparentemente lo hizo con el consentimiento de Felipe II. Se dedicó a una reforma

genuina de la iglesia y del estado, y como visitador fue responsable por la famosa

junta general de 1568, que ayudó a esquematizar un plan integral de reforma de las

Indias. En agosto de 1571, Felipe II lo nombró presidente del Consejo de Indias, un

cargo que había estado vacante por un año. También fue presidente del Consejo de

Finanzas, el único hombre en ese siglo que ocupó ambos puestos simultáneamente.

Inclusive como visitador, Ovando había intentado comenzar con la codificación de

las leyes y las ordenanzas de las Indias, y su intento continuó a lo largo de su periodo

7

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como presidente del consejo. Su trabajo de reformar y centralizar incluyó el

establecimiento de la Inquisición en la Nueva España y la emisión de la famosa

Ordenanza del Patronazgo de 1574 (se discutirá en el siguiente capítulo) que codificó

el derecho real del patronazgo y le dio la fuerza de la que carecía con anterioridad.

Ovando murió súbitamente el 8 de septiembre de 1575, poco después de que el rey lo

había nombrado como arzobispo de Santiago y presidente del Consejo de Castilla.

Mucho de su trabajo sobre el Consejo de las Indias que abarcó la recopilación, o

codificación, de las leyes de las Indias quedó inconcluso.21

El fervor de Ovando por imponer la ley y el orden en la caótica y difícil situación del

Nuevo Mundo, particularmente el Perú, no pudo haberse realizado sin la gente la

gente de confianza en la escena. Por esta razón los nombramientos de los altos

puestos oficiales en las colonias desde 1567 hacia adelante reflejaron su influencia.

En esto fue apoyado por Espinosa, quien usó su gran influencia con Felipe II para

asegurar la aprobación necesaria. Debido a esta influencia dual, Francisco de Toledo

fue nombrado virrey del Perú y Martín Enríquez de Almansa virrey de la Nueva

España.22 No existe la menor duda de que Moya tuvo su rápido ascenso gracias a

Ovando. Él se describía frecuentemente como la hechura de Ovando (cliente o

protegido) y en muchas ocasiones importantes repitió su cita del 24 de enero de 1575

a “esta dignidad en la que Su Muy Ilustre Excelencia me ha colocado”. Aunque no

existe una prueba documental, es obvio que el ascenso rápido de Moya de maestro

escolar provincial a ser arzobispo de México en el transcurso de cinco años fue parte

de un plan deliberado por parte de Ovando. La selección de Moya como primer

inquisidor de la Nueva España en 1570 fue sin duda para enviar un mensaje de que

todos los puestos importantes eran para gente de confianza de Ovando. No es que

Ovando haya sido ignorante del hecho que Alonso de Montúfar, entonces arzobispo

de México, estaba ya viejo y enfermo y que un sucesor muy pronto sería necesario.

A los ojos de Ovando, Moya probablemente ya vestía la mitra cuando embarcó hacia

el Nuevo Mundo. Moya estaba para ser una extensión de Ovando en la reformación,

organización, la supervisión y documentación.24 El presidente del Consejo de lndias

difícilmente pudo haber hecho una mejor selección.

De tal manera ocurrió que en 1569, cuando Ovando todavía era miembro del

consejo supremo de la Inquisición y llevaba a cabo su visita del Consejo de Indias,

Moya fue nombrado uno de los inquisidores de Murcia. Su carrera en ese puesto ha

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Page 9: Pedro Moya de Contreras

sido un tanto exagerada por sus biógrafos y por otros historiadores. No fue el único

inquisidor de Murcia, pero uno de tres, y su nombre siempre aparece al final de la lista.

Además, solamente estuvo cerca de seis meses en servicio activo en ese puesto.

Tomó posesión formal de su oficina el 30 de octubre de 1569, pero volvió casi

inmediatamente a Córdoba para empacar sus pertenencias. Su nombre no aparece

en ningún documento hasta el 9 de enero de 1570, y tampoco aparece hasta después

del 1 de julio del mismo año. La experiencia, sin embargo, debió haber sido valiosa,

porque la Inquisición de Murcia estaba plagada por la ineficiencia, la corrupción entre

sus familiares, y tenía una impopularidad general entre la población local.25 El 18 de

agosto de 1570, Moya fue nombrado inquisidor de la recién establecida Inquisición de

la Nueva España. La fase preparatoria de su vida ya estaba remontada. Ahora

asumía la primera de las oficinas en las cuales se volvería famoso.

La vida de Moya antes de 1571 puede ser estudiada en unas cuantas líneas.

Como se anotó, existen pocas fechas fehacientes para este periodo. Sobre la

suposición de que haya estado en sus tempraneros treintas durante su estancia en

Salamanca y de que tenía la misma edad que sus compañeros obispos de la Nueva

España, su fecha de nacimiento rondaría cerca del año de 1530. La mayor parte de

sus primeros años de vida, por lo menos antes de su salida de Salamanca, debió

haber sido ya sea al servicio de Ovando o en las Islas Canarias; y la mayoría de estos

años no están contabilizados.

Moya fue descrito por su primer biógrafo, Gutiérrez de Luna, como:

De cuerpo bien proporcionado, de una estatura más bien dentro del promedio, bien

formado y agraciado en todos sus miembros, sin ningún defecto natural. Su rostro

era tranquilo y guapo, su complexión rosada, su cabello de color claro mezclado

con gris, acompañado por una gravedad natural y compostura, de temperamento

amable y muy humilde en sus maneras, de tal forma que solamente por la autoridad

que marcaba su semblante, aquellos que le veían y le hablaban se ponían serenos y

estaban obligados a mostrarle un respeto decente. Era muy derecho y bien criado.

Hablaba a todos con gran civilidad y con mucha cortesía, con su bonete (gorro

eclesiástico) en su mano. Era muy limpio y ordenado en su ropa y en los muebles de

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su casa, no muy atento a la comida y más bien atemperado, porque sus gastos

ordinarios de la mesa no incluían alguna comida refinada.26

Existen dos retratos básicos de Moya, ambos fechados después de su

nombramiento como arzobispo (ver ilustraciones en la pág. 162) Uno lo muestra

como virrey, esta fechado en 1583, y se encuentra en el Museo del Castillo de

Chapultepec en la Ciudad de México. También lo muestra más o menos limpio y sin

barba. El otro se encuentra en el pasillo del capitel de la catedral metropolitana de la

Ciudad de México, donde se lo muestra con una pequeña barba conforme a la moda

de de los últimos años del siglo dieciséis. Moya era asmático, un hecho que podría

reflejarse en el aspecto más bien delgado, dibujado en estos retratos, pero existen

solamente pocos indicios de que esta enfermedad haya seriamente dificultado su

trabajo.27 Siempre consideró al Nuevo Mundo como dañino para su salud. A pesar de

lo que indica Gutiérrez de Luna sobre que él “no tenía defectos de ninguna

naturaleza,” estos retratos también muestran, en diferentes grados, que sufría de un

moderado a severo estrabismo en el ojo izquierdo.

Un tercer retrato está en el Museo de Oakland, Oakland, California. Su origen es

incierto pero muy bien podría ser una copia dibujada de segunda o tercer mano o de

alguna descripción oral o escrita. Solamente en la barba y la vestimenta se parecen a

lo otros retratos; las características faciales son completamente diferentes.

A pesar de la oscuridad de sus primeros años, algunos hechos sobresalen en la

preparación de Moya para su futura carrera. Proveniente de una familia de hidalgos,

herederos de una clase guerrera que había aguantado el sufrimiento de la

reconquista, y que en el desenlace muchas veces se encontraron ellos mismos sin

recursos. Los hidalgos contribuyeron en un número extenso a la creciente burocracia

y elite del gobierno. Los antecedentes de Moya, su educación y su formación, lo

prepararon para un papel entre esa elite, entre los letrados quienes estaban ganando

un monopolio en los puestos de la maquinaria de la iglesia y del estado. Como cliente

de Ovando, se lo asoció con la nueva generación de funcionarios civiles del imperio:

regalista, dedicado a reformar – ya sea eclesiásticamente o civilmente – y a la

centralización de la autoridad. De no haber elegido (o ser elegido para) el camino de

la iglesia. Moya podría muy bien haber vivido el resto de sus días como juez,

consejero legal, o inclusive como miembro de algún consejo real importante. Como

10

Page 11: Pedro Moya de Contreras

fue, al igual que otros letrados, se encontró consigo mismo en el Nuevo Mundo,

confrontando los retos y experimentado las oportunidades que no se encontraban en

el Viejo. Su esfera principal de actividades sería la ciudad y la arquidiócesis de

México, un lugar donde habría de tener una influencia perdurable y profunda.

11

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II. Una ciudad fundada sobre el agua

En 1585, catorce años después de que Moya de Contreras puso pie en la ciudad

de México, dos monjes franciscanos la describieron como la ciudad más poblada,

noble de toda la Nueva España, y por tal razón, más grande que cualquier otra del

Perú. Con algunas reservas esta descripción también era verdadera en 1571.

La capital Mexica (o Azteca) de Tenochtitlán fue casi totalmente destruida

en el transcurso del sitio español (1520- 1521). Una ciudad renacentista española

se levantó de sus ruinas, con el nuevo nombre de México-Tenochtitlán. Más tarde

se llamaría simplemente México. De igual manera que su predecesora, la nueva

ciudad estaba localizada sobre una isla pantanosa en medio de un lago – o, para

ser más exactos, en un conjunto de lagos – en la meseta central. Estaba

conectada con tierra firme por una serie de calzadas. “Por esta razón,” los dos

franciscanos informaron, “se dice que México está fundada sobre el agua, y por

esta razón es… y si los edificios son altos y pesados, estos se hunden

constantemente, poco a poco,” una observación que es verdadera hasta el día de

hoy tal como lo fue cuatro siglos atrás. El drenaje del valle (el famoso desagüe)

comenzó en 1608 y no se completó hasta el siglo diecinueve, con el terrible costo

en vidas y trabajo de los indios.

En 1571 la entrada principal a la ciudad era una calzada que venía desde

Guadalupe (Tepeyac) en el norte. Este era el punto acostumbrado de entrada,

inclusive para las carrozas y los viajeros que llegaban de Veracruz, quienes se

desviaban al norte, y luego se aproximaban por el camino de Guadalupe y

Tlatelolco. En los tiempos de Moya se acostumbraba encontrar a todos los

visitantes importantes de la ciudad en Guadalupe. Adicionalmente, otras dos

calzadas iban desde Xochimilco en el sur y Tacuba en el oeste. La ciudad estaba

también conectada con tierra firme por dos acueductos, uno que partía desde

Chapultepec, y el otro desde Santa Fe, distante a dos leguas de la ciudad. Como

en los tiempos de los Aztecas, el área general era un jardín, y el valle circundante

el legendario Valle de Anáhuac, que fue descrito consistentemente como fértil y

placentero, por lo menos hasta antes de que fuera deforestado por los españoles.

12

Page 13: Pedro Moya de Contreras

La ciudad colonial de México era agradable, especialmente para los españoles,

quienes consideraban que la vida citadina significaba el ápice de la civilización.

Las casas estaban bien construidas y las calles eran atractivas, limpias, y anchas

– lo suficientemente anchas como para que tres carros o nueve jinetes desfilarán –

aunque algunos contemporáneos las consideraban más bien muy uniformes, nada

igual a las calles estrechas y serpentinas tan comunes de España. El corazón de

la ciudad era una plaza central muy amplia, la Plaza Mayor, ahora llamada el

Zócalo, la cual colindaba con dos plazas más pequeñas. De cara se encontraba la

catedral original de México, detrás de la cual se comenzaba a construir la actual

catedral. Sobre el lado este de la plaza se establecieron las casas reales, que

incluían el palacio del virrey y las oficinas de la audiencia y de los oficiales de la

tesorería, el corazón en pleno del gobierno colonial. Una buena parte de la ciudad

todavía estaba comunicada por canales en vez de calles a pesar de los esfuerzos

españoles por rellenar los muchos canales originales. El canal principal pasaba

por la plaza principal donde la antigua catedral y las casas reales estaban

localizadas.5

En realidad la ciudad de México era dos ciudades, una española, la otra

indígena, con espacios mezclados entre ellas. El límite del distrito español se

llamaba la traza, un término que era más o menos equivalente a “pálido”.

Alrededor de la traza estaban los cuatro distritos indígenas en forma de L (barrios)

que provenían de las divisiones tribales antes de la conquista: San Juan

(Moyotlán) hacia el suroeste, Santa María (Talquechiuhcán) hacia el noroeste,

San Sebastián (Atzacualco) al noreste, y San Pablo (Teopán) hacia el sureste. La

razón original de esta división fue la defensiva: en los años previos a la conquista,

los españoles eran todavía una minoría rodeada por una mayoría indígena

potencialmente rebelde. El miedo a los levantamientos de los nativos en la ciudad

continuó hasta finales del siglo. Con el pasar del tiempo, la división se justificó

sobre las bases humanitarias y religiosas – por ejemplo: para hacer más fácil la

evangelización de los indios, o para separarlos de la influencia corrupta de los

españoles. Cuando México se pobló con más habitantes de sangre mezclada

(castas), se consideró necesario mantener a los indios separados de ellos

13

Page 14: Pedro Moya de Contreras

mismos, en parte debido al miedo de que la anarquía de las castas pudiera

resultar contagiosa. El resultado fue que las fronteras cambiaron muchas veces

durante el siglo, incluso por órdenes de Moya mismo, el 21 de agosto de 1585.

Con el tiempo los límites originales y bien definidos se volvieron tenues y las

fronteras entre los varios distritos más difíciles de determinarse. 6 Los distritos

indios tenías sus propios gobernadores y consejos y hasta cierto grado existía un

autogobierno.

Conforme fueran los prejuicios de algún observador, los habitantes de la

ciudad de México podían bien ser ya elogiados como corteses, de buena

conversación, y cultos, o condenados como extravagantes, borrachos, e

inmorales. Muchos de ellos pertenecían a la nobleza inferior y eran gente de

respeto, mientras que un número aún mayor pretendía serlo. Aunque con el paso

del tiempo y el asentamiento en las tierras, la rudeza inicial de los colonizadores

se suavizaba constantemente por la sociedad en desarrollo. Tal vez sea por esto

que a la gente le gustaba exhibirse y alardear la riqueza que tenían con todo el

entusiasmo y la vulgaridad de los nuevos ricos. A pesar de las estrictas leyes de

la corona, las apuestas para juegos de azar con apuestas altas e imprudentes

eran rampantes. Los ricos eran muchos, pero, como los dos franciscanos

anotaron tristemente, los pobres se volvían día a día más numerosos. Los niños

de la ciudad eran un regocijo especial para los visitantes, y el dicho de la época

era que México tenía cuatros cosas que eran valiosas de alabar: sus calles, sus

casas, los caballos y las criaturas.

En la cima de la sociedad local se encontraban los españoles peninsulares,

quienes monopolizaban los puestos más altos de la iglesia y del estado y eran

llamados popularmente por su apodo oprobioso de gachupines. Debajo de ellos

estaban los criollos, personas nacidas en el Nuevo Mundo y de sangre europea,

quienes eran cada vez más hostiles a los peninsulares y resentidos de lo que ellos

consideraban tener una ciudadanía de segunda clase. Ya con presencia en el

siglo dieciséis estaban los indicios de la identidad y la conciencia del criollo, el

14

Page 15: Pedro Moya de Contreras

despertar de aquellos en quienes el sentimiento de alineación iba a jugar una

parte importante en el movimiento por la independencia.8

Debajo de los criollos en la escala social estaban los indios, los negros, y

los diversos grupos de sangre mezclada, de los cuales los más importantes eran

los mestizos – personas de descendencia mixta española e indígena. Ellos se

sentían marginados y rechazados de las sociedades española e indígena, y se

volvían un serio problema social. Estaban los esclavos africanos, que fueron

importados para trabajar en las minas ya que los indios eran frágiles para ese

trabajo, y también había aquellos que eran la mezcla de blancos y negros, los

llamados mulatos. Estos grupos raciales constituyeron la mayoría de los

habitantes de los tugurios y vagabundos de la Nueva España, y que conformaban

una mezcla social volátil.9

Los españoles de ese siglo no podían vivir sin alguna forma de organización

municipal o vida citadina. Para ellos tal organización era la única forma de que

una persona pudiese vivir de una manera civilizada (políticamente, que es más

cercano a su raíz griega polis, o ciudad, que al inglés moderno politica**l). Se

regocijaban de que su ciudad, no importara cuan pequeña o colonial fuera, tenía

toda la estructura, las autoridades, y las oficinas que cualquier ciudad de España

pudiera jactarse. El panorama se intensificó en el Nuevo Mundo, debido al deseo

de compensar cualquier sentimiento de inferioridad con la península, y debido a la

nostalgia por el estilo de vida que se tenía en el viejo terruño. Los nuevos

españoles querían ser más españoles que en España.

Ellos podían estar especialmente orgullosos de la ciudad de México. Era

primero la sede del virrey, del señor y gobernante de toda la Nueva España. Era

literalmente el alter ego del rey, porque Felipe II no solamente vivía en España

pero también de manera vicarial en la ciudad de México por medio del virrey, cuya

residencia se llamaba real e igualmente, en muchas ocasiones formales, “La

residencia real de su Majestad.” Sin embargo, el poder que iba con el título no era

regalista y tampoco absoluto. La corona española, que no confiaba en ninguno de

sus funcionarios civiles en el Nuevo Mundo, era cuidadosa de balancear la

15

Page 16: Pedro Moya de Contreras

autoridad de uno contra otro y dejaba deliberadamente traslapes y líneas vagas de

jurisdicción para prevenir el acumulamiento del poder.

La persona del rey también estaba representada como entidad corporal, en

la audiencia, que de acuerdo a los rangos se encontraba justo debajo del virrey y

en algunas circunstancias era su igual. Aunque modelada sobre los antecedentes

peninsulares, la audiencia en el Nuevo Mundo era realmente una institución

distinta de la de España. Cada distrito de audiencia era considerada como un

reino del imperio español. Consistía de cuatro a seis jueces, llamados oidores,

que combinaban dos funciones: la de corte suprema y la de consejo administrativo

del virrey, y por medio de él, la del rey. Como consejo, la audiencia estaba sujeta

al virrey, quien actuaba como su presidente. Como corte de leyes era

independiente de él y respondía solamente al Consejo de Indias y al rey. La

audiencia de México, como la de Lima, distinguían las jurisdicciones civiles y las

criminales en tribunales separados (salas). Los oidores actuaban como jueces

solamente en los casos civiles. Los casos criminales eran juzgados por los

alcaldes del crimen, quienes también eran independientes del virrey: Él no presidía

sus reuniones o veía su correspondencia con el rey. La audiencia era una corte

apelativa y tenia su jurisdicción original solamente para casos específicos.10

Ya sea como consejo o como un buró del gobierno, se suponía que la

audiencia tenía que trabajar con el virrey en los asuntos que afectaban al tesoro,

la guerra, y las operaciones rutinarias gubernamentales. Regía en el distrito

durante la ausencia del virrey. Las funciones ejecutivas y judiciales no estaban

separadas, y la audiencia vino a ejercer algo parecido a un poder legislativo.

Como muchas instituciones importadas de España, la audiencia era más fuerte en

el Nuevo Mundo que en el Viejo.

Debajo de la audiencia estaban los funcionarios menores, de los cuales los

más importantes eran los oficiales reales, quienes manejaban las ganancias y las

finanzas de la corona y que vivían en las casas reales, como símbolo de su

estatus y como medio de vigilancia.

16

Page 17: Pedro Moya de Contreras

Estos funcionarios civiles no eran burócratas grises y sin rostro, sino que

eran los directos descendientes espirituales de los conquistadores. Muchos eran

turbulentos, agresivos y ambiciosos. Al igual que muchos españoles, habían

llegado al Nuevo Mundo para hacer fortuna y establecer un lugar para ellos

mismos en una sociedad emergente. Eran fuertes, asertivos, y frecuentemente

tenían personalidades combativas, con una inclinación a doblegar o violar las

leyes convenidas en un gobierno que se encontraba a miles de millas lejos, y

determinados para aprovechar todas las oportunidades que ofrecía la vida en el

nuevo territorio.

Teóricamente, todos los oficiales locales desde el virrey hacia abajo

estaban sujetos a la reglamentación que limitaba de manera importante su libertad

de acción. El gobierno de Felipe II está popularmente considerado como

altamente centralizado y absoluto. Un rey español, sin embargo, era visto más

como un dispensador de justicia que como alguien que otorgaba leyes, y en la

práctica del gobierno había un cuidadoso balance entre los distintos, y muchas

veces opuestos, grupos de interés especiales. El resultado era una vacilación

sorprendente en el proceso de toma de decisiones y en un deseo

sorprendentemente igual para el cambio en la política o la alteración de los

decretos bajo la presión de los intereses coloniales.12

La centralización del gobierno y el ejercicio de la autoridad absoluta fueron

templados en una forma especial debido al problema de la comunicación que era

lenta por la vasta distancia que separaba a España del Nuevo Mundo.

Adicionalmente, la corona española – reaccionando a la actividad de la piratería –

había adoptado el sistema de flota, mediante el cual todos los envíos y la

correspondencia eran transportados por solamente dos flotas por año. La

correspondencia era llevada por un transporte especial, el navío de aviso, y las

distancias involucradas, junto con la infrecuencia de las flotas, significó que las

transacciones entre las colonias y la metrópoli tardaran hasta años en realizarse.

Esta lentitud agonizante permitió a los oficiales locales tener mayor dominio de lo

que la letra de la ley les permitía.

17

Page 18: Pedro Moya de Contreras

Si había otra profesión, además que la de clérigo, para ejercer en el siglo

dieciséis en México, era la del derecho. La colonia parecía ser un enjambre de

abogados, jueces, notarios, y todo el aparato del sistema legal. Los españoles de

ese siglo eran gente litigante que recurría a la corte con una frecuencia

asombrosa. Sin embargo, la profesión de la ley no era popular, tampoco bien

estimada; por el contrario, como ocurría en otras sociedades, a los abogados se

los veía como parásitos, o, en el mejor de los casos, como un mal necesario. La

justicia no era ecuánime, tampoco barata: Los coloniales cautos sabían que el

dinero costearía tanto los honorarios como los sobornos, estos últimos no

solamente aceleraban el proceso legal sino que también ayudaban para asegurar

los veredictos favorables.

Solamente una figura en la ciudad se igualaba a la del virrey en poder y

prestigio, ese era la del arzobispo. Como primer hombre de la iglesia en el Nuevo

Mundo, presidía sobre la estructura eclesiástica que permeaba casi todo los

aspectos de la vida colonial. Asociado a él y teóricamente bajo su liderazgo

estaban los nueve o diez obispos sufragáneos, que gobernaban las diócesis que

se extendían desde Guadalajara hasta Guatemala.

La iglesia había llegado de forma definitiva al Nuevo Mundo con “Los doce,”

los primeros franciscanos quienes en 1524 comenzaron la evangelización

sistemática de las tierras recientemente conquistadas. A partir de entonces, y por

casi dos décadas la iglesia de la Nueva España estaba en las manos de las

órdenes religiosas – franciscanas, dominicas, y agustinas – con los resultados que

serán detallados en el capítulo V. No fue hasta 1530 que México hizo una

diócesis. Su primer obispo, Fray Juan de Zumárraga (1476 – 1548), un

franciscano vasco, fue consagrado en España en 1533. México fue elevado al

rango de sede metropolitana en 1546. Sus fronteras, cruzaban y traslapaban

jurisdicciones civiles, se extendían desde la costa del golfo hasta el Pacífico. Por

1571 se habían añadido las diócesis de Yucatán, Chiapas, Nueva Galicia, (que

incluían lo que es ahora Jalisco y Zacatecas), Antequera (ahora Oaxaca), Tlaxcala

(que realmente precedió a México), Michoacán, Guatemala, Vera Paz en

18

Page 19: Pedro Moya de Contreras

Guatemala, y, aparentemente, Comayagua en Honduras, a las que se unió Manila

en 1579.13

La influencia de la iglesia era penetrante. Desde el bautismo hasta el funeral,

desde el nacimiento hasta la muerte, las vidas de los colonizadores españoles, los

indios conversos, los esclavos negros, y las diversas castas estaban afectados –

aunque sea remotamente – por sus ceremonias, y ministerios. Las celebraciones

y los rituales elaborados no solamente elevaban la mente y los corazones al culto

divino pero también aliviaban la monotonía de la vida colonial. Varios festejos de

obligación, junto con las fiestas patronales de las escuelas, las órdenes religiosas,

las iglesias, y las confraternidades, daban un respiro de bienvenida a aquellos que

tenían que trabajar para su subsistencia. Algunas veces el efecto de la religión

era superficial, sus ceremonias se convertían en observancias externas que

buscaban un consuelo ocasional o un favor en las devociones externas del culto

popular o en las prácticas casi supersticiosas.14 En otros tiempos la religión

colonial era más profunda y más comprometida, expresándose asimismo en un

misticismo ibérico o en empresas educativas o caritativas.

El promedio de los habitantes de la Nueva España no parecían estar bien

instruidos en su religión. El cristianismo de los indios estaba fuertemente

mezclado con el sincretismo y la superstición, y los archivos de la Inquisición

muestran que muchos españoles rayaban en el analfabetismo religioso, con el

conocimiento de su fe confinado a la recitación mecánica de unas cuantas

plegarias. El jesuita Juan de la Plaza dijo a los obispos del Tercer Concilio

Mexicano que las creencias religiosas de la gente de la Nueva España eran muy a

menudo nada más que opiniones heredadas, y nada igual a la religión del

musulmán promedio, una posición apoyada por el tenor general de la legislación

conciliar. Adicionalmente, el extenso número de gente vagabunda y sin raíces –

mulatos, mestizos y españoles, todos lo cuales eran invariablemente descritos en

términos despectivos por sus contemporáneos – no estaban fuertemente

afectados por la influencia religiosa.

19

Page 20: Pedro Moya de Contreras

El poder de la iglesia no era extenso, aunque su influencia si. Paradójicamente, el

gobierno español, que era responsable por mucho de la influencia de la iglesia,

era también igualmente responsable en la restricción de su libertad. Las

relaciones ente la iglesia y el estado estaban gobernadas por una compleja serie

de leyes y privilegios llamados colectivamente como el patronato real, y descritos

por un escritor español como “la perla más preciosa en la diadema real.”

Originado en la Edad Media como una forma de apoyar a las iglesias mediante

una dotación, el patronato había llegado a incorporar el concepto de la iglesia

estado, con el estado teniendo el papel principal. Los derechos y privilegios

habían sido adquiridos por más de un siglo mediante la diplomacia, las amenazas,

la extorsión, y una devoción sincera para reformar. Como pasó con muchas

instituciones transplantadas de la madre patria a las colonias, los derechos del

patronato fueron más fuertes y más profundamente protegidos en el Nuevo Mundo

que en el Viejo.

El papado no fue exitoso, al final, en resistir estas usurpaciones en la

libertad eclesiástica. El papa San Pío V (1556-1572) buscó prevenir la extensión

de patronato. Gregorio XIII (1572-1585) ofreció mayor resistencia. En parte por

esta oposición y en parte por la urgencia de Ovando para reformar y regularizar

todos los aspectos de la vida en la Indias, Felipe II emitió su famosa Ordenanza

del Patronazgo el 1 de junio de 1574. Un documento importante y perentorio, que

codificó los derechos del patronazgo real como existieron hasta entonces y los

extendió.16

Estos derechos cortaron profundamente en la jurisdicción de los obispos

sobre sus propias diócesis. Ninguna iglesia o monasterio pudo ser fundado o

dotado sin un permiso real. El rey tenía el derecho para fundar todas las oficinas

eclesiásticas y marcar las líneas divisorias de las diócesis. Arzobispos y obispos

eran designados por el rey, quien presentaba sus nombres al Papa. Aunque el

Papa en realidad otorgaba la oficina, la nominación real era equivalente a la

designación directa. De igual manera, los oficiales eclesiásticos de menor rango

tales como los canónigos y los capellanes eran designados por el rey, aunque la

20

Page 21: Pedro Moya de Contreras

colación canónica era dada por el obispo. El poder de los obispos para nombrar a

los oficiales eclesiásticos de menor rango era pequeño y temporal. Disposiciones

provisionales afectaban a las órdenes religiosas (estas serán detalladas en el

capitulo V).

En práctica, el patronato significó el dominio sobre la iglesia, un dominio

que se incrementó con el correr del tiempo. La libertad de los obispos para actuar

sobre su clerecía, y de aquí sobre la corrección de los abusos, fue frustrado

constantemente por el entrometimiento gubernamental y por la necesidad de

referirse hasta en los asuntos más triviales al Consejo de Indias. Cuando los

derechos del patronato eran bien usados, el resultado era, ciertamente, una iglesia

apostólica y próspera con obispos de alta calidad. Cuando estos eran mal usados,

el resultado era asfixiante.

Aquellos que aceptaban el patronato y lo defendían teóricamente, eran

llamados regalistas. Ellos creían que los derechos del patronato eran inherentes

en soberanía y les pertenecía por definición. Moya mismo era un regalista; sus

antecedentes, educación y temperamento lo hicieron así. Su posición no siempre

era popular con sus sufragantes y en momentos lo pondrían en dificultades al

respecto.

La iglesia estaba completamente apoyada por el estado por medio de un

sistema de diezmos, colectados por la corona y reembolsados de acuerdo a una

fórmula compleja.17 Este sistema, del cual supuestamente los indios estaban

exentos, incrementó la dependencia de la iglesia con el estado. La privación de

los ingresos era la forma favorita para obligar a los hombres de la iglesia a seguir

las órdenes civiles. Sin embargo, la iglesia era una entidad que crecía

económicamente en su propio derecho a través de la acumulación de tierras y

edificaciones. Este proceso, ampliado por las donaciones y los legados, estaba

todavía en su etapa temprana en 1571, pero ya habia encontrado una oposición

de los círculos laicos, junto con demandas para que se las limite. La retribución

total de este enriquecimiento sería exigido después de la independencia.

21

Page 22: Pedro Moya de Contreras

En la mayoría de los ámbitos de la vida, la distinción entre la iglesia y el

estado, lo legal y lo moral, lo religioso y lo civil, era muchas veces confuso. El

derecho canónico de la iglesia también era la ley pública. No es sorprendente

entonces que durante el Tercer Concilio Provincial Mexicano el consejo de la

ciudad de México hiciera recomendaciones sobre la vida de los sacerdotes (y citó

al Concilio de Trento como fundamento para de sus sugerencias) o que los

obispos aprobasen una legislación sobre la venta de esclavos y de la plata. Los

oficiales civiles estaban teóricamente obligados a apoyar las censuras y otros

castigos eclesiásticos impuestos por los obispos, aunque en la práctica, las

obstaculizaban con frecuencia. Mediante la ley universal de la iglesia, los clérigos

eran independientes de la jurisdicción civil y estaban sujetos solamente a las

cortes eclesiásticas. Inclusive, el palacio del arzobispado de la ciudad de México

tenía su propio calabozo para clérigos.

Existían constantes intrusiones dentro de esta exención, por parte de las

autoridades civiles; especialmente por parte de los virreyes y las audiencias, que

clamaban representar el patronato real en las Indias. Esto fue una fuente

recurrente de conflictos durante el siglo dieciséis, tal como lo sería después en el

diecinueve. Estos conflictos eran inevitables; virreyes y arzobispos fueron rivales

naturales. Cada quien clamaba la lealtad del ciudadano común, por lo que la

coexistencia de los dos sistemas con jurisdicciones traslapadas y opuestas

(situación favorecida por la corona española como una forma de verificación) no

podía ser pacífica. El resultado fue una actitud creciente que dentro de un

contexto posterior sería llamado anticlericalismo. En el periodo nacional, el

anticlericalismo buscó mantener a la iglesia y a la clerecía fuera de la vida pública

y restringir su papel al culto y al ministerio. En el siglo dieciséis el lugar de la

iglesia en la vida pública estaba consagrado en el derecho, lo cual fue aceptado

generalmente, pero muchos creían que su papel debía limitarse de una manera

decisiva en la práctica. Ambas actitudes tenían el mismo objetivo. la restricción

de la iglesia como una fuerza en la sociedad. Visto de esta manera el patronato

por si mismo era fundamentalmente anticlerical. En los tiempos de Moya este

proceso estaba todavía inmaduro pero ganaba terreno. La iglesia había perdido

22

Page 23: Pedro Moya de Contreras

mucho de su independencia y estaba en el camino de perder más todavía. La

queja de Moya, de que las jurisdicciones de los obispos se hicieron con tal

desprecio que los hermanos laicos en las órdenes religiosas eran tratados como

más respeto, era tal vez exagerada, pero de todas manera estaba firmemente

basada en la realidad.

La iglesia fue todavía más debilitada por el disentimiento en su propio

interior. Los obispos no solamente luchaban contra las autoridades civiles pero

también peleaban entre ellos. La enemistad entre las órdenes religiosas y la

clerecía diocesana, incluyendo los obispos (algunos de ellos fueron sacerdotes

anteriormente), era tan venenosa que llegaba hasta la violencia. Los sacerdotes

diocesanos muchas veces estaban en desacuerdo con sus obispos. Los obispos

resentían a la Inquisición y a sus oficiales. El estereotipo de una iglesia española

monolítica debió ceder el paso a un espectáculo muchas veces impropio o poco

edificante de pequeñas disputas, querellas jurisdiccionales, honor manchado, y

petulancia infantil.

La ciudad de México tenía cuatro distritos parroquiales: la catedral ( o

parroquia mayor), Santa Catalina, Vera Cruz, y San Pablo. Adicionalmente, las

diversas órdenes religiosas tenían sus iglesias junto a sus escuelas y conventos,

pero éstas no eran iglesias parroquiales en el sentido técnico del término. La ley

canónica daba el permiso para construir una casa religiosa y automáticamente

llevaba consigo el permiso para construir una iglesia o una capilla donde los fieles

pudiesen cumplir con sus obligaciones dominicales (excepto el de domingo de

pascua). La mayoría de las parroquias también incluían capillas de descanso

(ermitas), las cuales estaban localizadas dentro de los límites de las parroquias y

algunas veces ofrecían ministerios regulares, y otras veces no. Además de los

sacerdotes parroquiales comunes anexados a estas iglesias, también existían

diversas capellanías financiadas o fundadas para la recitación de un número

determinado de misas por un sacerdote cuyo salario era pagado por dicha

fundación.

23

Page 24: Pedro Moya de Contreras

La iglesia era una fuente de identidad de los españoles y la fuerza principal

educacional en la colonia. Cuando Moya llegó, la institución educativa más

importante era la Universidad Real y Pontificia, el orgullo de la ciudad, que

mantenía el monopolio de los grados universitarios. Los franciscanos tenían un

colegio en Tlatelolco, llamado Santa Cruz, el cual originalmente había sido

instalado como una escuela educativa para la élite indígena. Su cierre fue una de

las tragedias de la historia de México. Durante el episcopado de Moya, y contra

su fuerte oposición, los agustinos, bajo Alonso de la Vera Cruz, abrieron el famoso

colegio de San Pablo, localizado en la parroquia del mismo nombre.

También existían una buena cantidad de escuelas preparatorias. Para

resolver el problema creciente de los niños huérfanos (casi siempre mestizos

ilegítimos quienes no eran reconocidos por sus padres). El arzobispo Zumárraga

y Antonio de Mendoza, el primer virrey de la Nueva España, habían fundado una

escuela en San Juan Letrán. Su principal patrón era el rey, pero su administración

rotaba anualmente entre los oidores de la audiencia. Alrededor de 1570, Moya

recomendó seriamente de que la escuela debería ser confiada a los jesuitas,

debido a que ésta pasaba por tiempos difíciles, pero los oidores rechazaron la

oferta y no la aceptaron. Una escuela llamada Nuestra Señora de la Caridad fue

fundada para las niñas huérfanas y estaba dirigida por la Confraternidad de la

Caridad, con cuatro o cinco capellanías adjuntas. Al igual que la escuela de San

Juan, había sido originalmente establecida para las mestizas, pero luego comenzó

a aceptar a las niñas peninsulares y criollas ya que ninguna institución educacional

existía, todavía, para ellas.

La población europea de la Nueva España para el año de 1570 estaba

estimada en sesenta y tres mil habitantes, de los cuales doce mil vivían en la

ciudad de México. Uno de cada veinticinco era un clérigo, una proporción que se

incrementaría con el tiempo. Esta población europea era minúscula en

comparación con la inmensa cantidad de indios quienes todavía vivían en lo que

una vez había sido su tierra. En la actualidad no parece existir una buena razón

para dudar de que un declive catastrófico en la población nativa ocurrió en el siglo

24

Page 25: Pedro Moya de Contreras

siguiente a la conquista. Aunque existe un debate intenso entre los historiadores

sobre este punto, los reclamos de aquellos que sostienen el declive en la

población no han sido refutados de manera satisfactoria. Enfermedades de origen

europeo como la viruela, la tifoidea, la gripe, y el sarampión devastaron a la

altamente vulnerable e inmunológicamente débil población nativa.

Una de las peores epidemias, el temido matlazáhuatl de 1576, ocurrió

durante el episcopado de Moya y podría haber matado hasta a dos millones de

indios. El mismo Moya atestiguó la devastación y el despoblamiento de provincias

enteras y dio un heroico ejemplo de ministerio con los nativos afectados. Además

de la epidemia, los indios sufrieron de la explotación económica y del choque

cultural causado por el impacto de la transferencia del estilo de vida nativo al

europeo, con el consiguiente aumento del alcoholismo.

La pérdida de tal cantidad de nativos tuvo un impacto económico en la

Nueva España, ya que ellos eran la base de la economía. La era de la mano de

obra barata y abundante había llegado a su fin. A pesar de la molesta legislación

mercantilista de la corona, la Nueva España tenía un comercio creciente y

floreciente basado en la minería y la agricultura, y por lo tanto en el trabajo de los

nativos. Tal como Moya le escribe a Ovando, “Este país entero es un negocio.”

La minería de la plata era la columna vertebral de la economía, junto con la

ganadería y la agricultura, especialmente la siembra del maíz. Todo esto

dependía del trabajo de los indios, lo cual para 1570 había tomado una forma

obligatoria en el repartimiento, un sistema de reclutamiento de mano de obra que

fue denunciado universalmente por los reformadores de la iglesia y del estado.

Teóricamente, los indios eran libres, o, para ser más exactos,

estaban sujetos a la tutela de la corona española, protegidos por la elaborada red

de leyes y decretos reales. Estaban exentos de la jurisdicción de los españoles,

en contraste con los episcopales, de la Inquisición, y de pagar los diezmos. Sin

embargo, en la realidad, fueron explotados y oprimidos. Aunque no

exclusivamente, su principal defensor fue la iglesia, o, si uno prefiere, los hombres

de la iglesia, especialmente los obispos y los mendicantes. Los franciscanos

25

Page 26: Pedro Moya de Contreras

hicieron una cruzada a favor de los indios de una manera personal, carismática y

apocalíptica, mientras que los dominicos preferían el racionalismo frio de la

teología y de la ley. Pero fue durante todo el siglo dieciséis que la condición y el

estatus de los indios fue un tema que agitó e interrumpió ocasionalmente al

sistema colonial entero. Era un tema que preocupaba profundamente a Pedro

Moya de Contreras y al gran consejo al cual él convocó en 1585.

Así era entonces el mundo al que Moya ingresó al final de 1571, en

el cual iba a vivir los quince años más importantes de su vida. Era un mundo que

ya había comenzado a sentir el impacto de las reformas de Ovando. Con la

llegada de Moya también comenzó a sentirse el impacto de la Reforma Católica.

Los dos movimientos, el civil y el religioso, trabajarían y crecerían en conjunto, y

Moya de Contreras estaría al frente de ambos.

26

Page 27: Pedro Moya de Contreras

III. El Inquisidor de la Nueva España

¿Qué era exactamente la Inquisición? En el sentido más amplio era una corte

eclesiástica de investigación con jurisdicción sobre los casos relacionados con

desviaciones a las doctrinas y a las normas morales. Específicamente, el término

puede referirse a cualquiera de los tres diferentes tribunales descritos a

continuación. El episcopal, en el que las funciones inquisitoriales habían sido

parte de la oficina de cada obispo, quienes eran muy comúnmente llamados

inquisidores ordinarios porque el poder venia con el puesto. El tribunal

internacional, establecido en el siglo trece por el papado, independiente de los

obispos y comúnmente llamado Inquisición Romana, cuyos jueces eran

frecuentemente dominicos. Después de dos siglos este tribunal entró en

descenso, y casi estaba extinto hasta que fue resucitado por los papas de la

Contrarreforma. Nunca existió en el Nuevo Mundo. Por último el de la Inquisición

Española, fundada a solicitud de los reyes católicos Fernando e Isabel en 1480, la

cual era distinta de los otros dos tribunales.

Hasta la llegada de Moya de Contreras la Inquisición episcopal era la única

forma conocida en la Nueva España, aunque en los anteriores años del gobierno

español sus funciones fueron algunas veces realizadas por las órdenes religiosas

por razones de privilegios otorgados por Roma. Inevitablemente, la eficiencia de

los procedimientos inquisitoriales de obispo a obispo variaban de acuerdo a las

circunstancias. Esta desigualdad tendió a hacerla por lo general una institución

más benigna que el rígido y centralizado Santo Oficio de la madre patria. Los

obispos mismos, siempre celosos de sus poderes, veían con recelo al nuevo

tribunal, del cual ellos mismos eran frecuentemente muy críticos. Así, la razón

para el establecimiento del Santo Oficio en el Nuevo Mundo fue el hecho de que la

Inquisición episcopal no había sido efectiva – por lo menos no lo suficientemente

efectiva para satisfacer a Felipe II. A esto se puede añadir el hecho de que la

influencia de la Contrarreforma era sentida en todo el mundo católico. Había

contribuido a la revitalización de la previamente moribunda Inquisición Romana en

Europa y había ayudado a renovar con entusiasmo el sello distintivo de cruzados

27

Page 28: Pedro Moya de Contreras

de los católicos en todas partes. Y, claro, se adecuaba en los planes de Ovando

para reformar, centralizar y controlar las dependencias españolas.

El 25 de enero de 1569, Felipe II emitió la cédula real que estableció el

tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en la Nueva España. Un decreto

subsecuente del 16 de agosto de 1570 elaboró la jurisdicción territorial de la

Inquisición, nombrando los distritos de las audiencias de México, Guatemala,

Nueva Galicia, y Manila. Otras órdenes reales instruyeron al virrey y a las

audiencias a cooperar con y a favor del nuevo tribunal. Una cédula del 16 de

agosto de 1570 nombró a Pedro Moya de Contreras como el primer inquisidor de

la Nueva España. En una segunda cédula, dos días más tarde, la designación fue

hecha en el nombre del Cardenal Espinosa, el gran inquisidor, con la aprobación

de Felipe II.

La influencia de Ovando en la designación es fácil de suponerse. A pesar

de esto, y a pesar del hecho de que era un claro avance, Moya intentó rechazarlo.

Una oferta de 3,000 pesos al año en salario y una canonía en la catedral de la

Ciudad de México no detuvo sus protestas. Él informó sobre los efectos

debilitantes de su asma y el hecho de que estaba muy ocupado en el intento de

arreglar un matrimonio adecuado para su hermana, quien vivía en un convento en

Córdoba. Ya sea que él no quería ir al Nuevo Mundo o estaba solamente

siguiendo un conjunto de fórmulas de humildad, sus ruegos fueron en vano.

Ovando se encargó de los arreglos para la hermana, y Moya no tuvo otra opción

más que aceptar. El licenciado Alonso de Cervantes, a quien Moya había

conocido en las Islas Canarias, fue designado como fiscal, y a Pedro de los Ríos

se le asignó el puesto de secretario. Los tres hombres eran sacerdotes o clérigos

diocesanos, no dominicos o religiosos, ya que lo religioso jugaba un papel

tangencial, solamente en el nuevo tribunal. Sin nada más, Ovando, quien buscaba

reducir los inmensos poderes de las órdenes, habría convenido para ello.

El 29 de agosto de 1570 Moya estaba en Sevilla y fue a la Casa de

Contratación, donde recibió el dinero para sus gastos, algo como 300 ducados.

28

Page 29: Pedro Moya de Contreras

Sin embargo, él y sus compañeros no estuvieron posibilitados de salir desde

Sanlúcar de Barrameda sino hasta el 13 de noviembre.

En el siglo dieciséis los viajes al Nuevo Mundo no eran algo que se

anticipaba con entusiasmo. Eran frecuentemente largos, molestos y siempre

peligrosos. Los pasajeros tenían que suministrarse su propia comida, aunque los

mares bravos casi siempre los reducían a tal estado de mareos que poco apetito

les daba. Adicionalmente a los peligros de las tormentas y los naufragios, había

un riesgo constante e inminente de ataques piratas ingleses o franceses. La vida

en el barco podía ser claustrofóbica, aburrida y aparentemente infinita.

El viaje de Moya fue calmado al comienzo. Los tres hombres hicieron su

primera parada en Santa Cruz de Tenerife en las Canarias el 20 de noviembre.

Cervantes era un nativo de las islas, y Moya, por supuesto, las conocía de sus

viajes como maestrescuelas. No pudieron hace sus conexiones planeadas con el

convoy comandado por Pedro Menéndez de Avilés (quien pocos años antes había

fundado Saint Augustine, Florida). En consecuencia estuvieron varados por seis

meses antes de que pudieran tomar pasaje el 2 de junio de 1571, en uno de los

seis barcos que salían para la Española y para la Nueva España. El viaje fue sin

contratiempos hasta el arribo a Cuba, donde Cervantes contrajo una fiebre y

murió. Más tarde, el 1 de agosto, el barco encalló, Moya y Ríos escaparon en un

pequeño bote con los archivos de la inquisición. Muy poco después tuvieron éxito

en encontrar un lugar en un pequeño barco que también había salido desde

Tenerife, y en éste llegaron a San Juan de Ulúa el 18 de agosto, sin duda con un

gran sentimiento de alivio.

El grupo inquisitorial entonces marchó hacia la Ciudad de México. El Virrey

Martín Enríquez de Almansa había enviado órdenes de que fueran recibidos y

tratados como sus estatus los demandaban, y por eso el viaje por tierra fue más

que todo una procesión triunfal. A diez leguas de la ciudad, tres canónigos del

capítulo diocesano los encontraron y pagaron sus respetos en el nombre de aquel

cuerpo. Poco después, Moya envío a Ríos en avance para informar al Virrey de

su llegada, presentar sus credenciales, y preguntar por la manera apropiada de

29

Page 30: Pedro Moya de Contreras

entrar a la ciudad, como también sobre las instalaciones que habían sido

preparadas para ellos. A cuatro leguas de la ciudad, fue recibido por los

delegados del consejo de la ciudad. Finalmente, el miércoles 12 de septiembre de

1571, a la una de la tarde – nueve meses después de su salida desde España –

Moya de Contreras entró en la Ciudad de México. Fue recibido por todos los

dignatarios de la ciudad y de la iglesia, con la notable excepción del Virrey y la

Audiencia. El vió esas ausencias como un mal augurio. La excusa del Virrey fue

que esperaba el día de la toma de juramento de la inquisición para pagar los

respetos acostumbrados.

Moya y Ríos fueron alojados en la casa de los Dominicos y ahí fue donde

abrieron la primera oficina de la Inquisición. Más tarde, después de algunos

altercados con el Virrey, se trasladaron a las oficinas centrales permanentes

seleccionadas por Enríquez, un casa rentada por el tribunal a Juan Velázquez de

Salazar, un regidor quien en ese tiempo estaba en España en negocios de la

ciudad. Había suficiente lugar para todas las actividades de la inquisición,

incluyendo la instalación de las celdas carceleras. Moya estaba a gusto con la

selección del Virrey, sin embargo, ésta iba a ser casi la última acción de Enríquez

que lo había a complacer.

Martín Enríquez de Almansa, Señor de Valderrábano, fue el Virrey de la

Nueva España de 1568 a 1580. No fue un primogénito y por lo tanto no heredó el

título familiar, pero era descendiente de la realeza castellana por ambos lados de

sus padres y estaba conectado con la más alta nobleza de España. Aunque

epitomizaba el concepto español del honor y el servicio, Enríquez fue un Virrey

reluctante. Tenía sesenta años cuando llegó a la Nueva España e

inmediatamente sufrió de mala salud. Fue un administrador capaz, un católico de

fuertes convicciones, y un humanista, especialmente en su preocupación por los

indios. Se dedicó asiduamente al trabajo en su oficina y raramente salió de la

Ciudad de México. Su devoción única hacia el deber causó que dejara a su

familia en España, y en 1574 quedó viudo. Como su rey, atendió personalmente

los detalles más pequeños del gobierno. Sus muchas y excelentes cualidades, sin

30

Page 31: Pedro Moya de Contreras

embargo, fueron borradas por los estallidos de ira y una brusquedad decidida en el

trato con otros. Su fuerte sentido de posición y honor una vez lo condujo a revocar

a Ovando por no haberse dirigido hacia él con el debido respeto. Esta misma

actitud determinó su actitud hacia la oficina virreinal, y universalmente elogiado por

haber elevado su prestigio a nuevos posiciones.

Si Moya había estado, al principio, molesto porque el Virrey no lo había

recibido en las cercanías de la ciudad, tampoco se sintió animado cuando tuvieron

su primera reunión. Como Moya, Martín Enríquez era puntilloso sobre los detalles

de la ceremonia. Tampoco veía con buenos ojos la intrusión de una jurisdicción

nueva y extraña dentro de su territorio. La llegada de la Inquisición Española

trastornaba el delicado y bien balanceado arreglo del poder local. También, como

muchos virreyes, se encontró en un conflicto frecuente con su contraparte

eclesiástica. En su primera entrevista, Moya notó un grupo grande de

espectadores, quienes se habían reunido para presenciar este primer encuentro.

Moya se quejó fuertemente a Ovando de que se le había dejado de pie y que no

se le pidió cubrirse la cabeza, como si él fuera cualquier otro retenedor virreinal.

Escribe Moya que el Virrey le habló “con mucha autoridad y brusquedad,” y que

Moya rápidamente tomó la salida, diciendo que él había ido solamente para

cumplir con su obligación. En una segunda reunión, al día siguiente, Enríquez fue

más cortés, pero eso tampoco ayudó. Moya pensó que el Virrey había ganado la

primera justa. Las relaciones entre ambos hombres habían comenzado mal y

permanecerían así de mal mientras ambos estuvieran juntos en la Nueva España.

Las causas de las rencillas eran muchas. Las autoridades civiles se

irritaban por el protocolo y las ceremonias de la Inquisición, ya que las

encontraban molestas y degradantes. Se les requería participar en los autos de

fé, pero sus prioridades y responsabilidades les eran asignadas por el tribunal.

Los inquisidores indicaban donde el Virrey y la Audiencia tenían que sentarse y

permanecer durante las ceremonias, y los oficiales civiles tenían que acompañar a

los inquisidores de vuelta a sus oficinas principales al finalizar el auto de fe.

Preocuparse de las ceremonias y las prioridades eran características de todos los

31

Page 32: Pedro Moya de Contreras

españoles de aquella época, por lo que las ocasiones para el conflicto eran

muchas y variadas. Las relaciones con la audiencia eran complicadas por el

hecho de que este cuerpo también era una corte de leyes, y existían muchas

disputas sobre su jurisdicción.

El enfrentamiento entre el Virrey y el nuevo inquisidor era interminable y

algunas veces se rebajaba a pequeñeces. Moya llevó consigo una cédula real de

1571 que le daba a la Inquisición la autoridad sobre los oficiales del gobierno.

Enríquez se quejó de que tal cosa nunca se había hecho en España. El nuevo

inquisidor también emitió una orden que decía que nadie podía salir de la Nueva

España sin una licencia de la Inquisición. Para sorpresa de todos, Enríquez no

protestó. Sin embargo, intentó evitar tomar el juramento en apoyo a la Inquisición,

aunque eventualmente tuvo que ceder. También quiso decretar personalmente el

día de la toma de juramento antes de asignar una residencia permanente a la

Inquisición. Moya mantuvo su posición y también ganó. El Virrey a su vez, se

negó rotundamente permitir que el alguacil de la Inquisición lleve la batuta de la

oficina cuando entró en la presencia del Virrey, sosteniendo que le correspondía al

Santo Oficio reconocerlo a él como su igual, sino es que su superior. Enríquez no

cedería en este punto, incluso cuando Moya apuntó al precedente de la propia

corte de Felipe II. El Virrey también rechazó permitir que los notarios de la

Inquisición le lleven cédulas reales personalmente, y demandó que se sometan a

la maquinaria rutinaria del gobierno. Debido a que Moya no quería que los

documentos de la Inquisición pasaran por las manos de burócratas de bajo rango,

se resistió a esta demanda y aparentemente ganó en este punto.

El nuevo Inquisidor fue igualmente exitoso en prevenir que el Virrey tenga

jurisdicción sobre la audiencia de casos que tenían que ver con apelaciones a

España. A su vez, Enríquez rechazó estar de acuerdo con la selección de Moya

de los candidatos a ser oficiales de la Inquisición e intentó imponer a dos

miembros de su bando como alguaciles. Moya se enfureció, por la intrusión en su

jurisdicción y porque uno de ellos no cumplía con el requisito de limpieza de

sangre (prueba de que no tenían ancestros judíos o árabes). Martín Enríquez a su

32

Page 33: Pedro Moya de Contreras

vez se quejó de que Moya esta designando solamente a encomenderos ricos

como familiares. Estos hombres, dijo, estaban convenciendo a los indios de que

la Inquisición tenía jurisdicción sobre ellos. La indignidad (humillación) final fue

que el Virrey no permitió que los oficiales de la Inquisición tuvieran un lugar en el

santuario de la catedral e intentó expulsarlos de la sillería del coro. Moya

gestionó, sin embargo, asegurar una orden real (13 de marzo de 1572) que

mandaba que los inquisidores debían tener buenos asientos en la catedral los

domingos y los días festivos “como corresponde a los ministros de tan santo

oficio.”

Debido a la formidable reputación que la Inquisición Española siempre tuvo

en la literatura y la ficción es sorprendente encontrar que las autoridades civiles la

trataron tan arbitrariamente. Moya se quejó vehementemente a Ovando de que el

Virrey, a pesar de sus protestas, trató definitivamente a la Inquisición “con

desprecio.” Por esto, Enríquez sería más tarde reprendido por Ovando, pero el

regaño parece que solamente incrementó su disgusto hacia Moya. Las disputas

eran pequeñas superficialmente, pero también eran sintomáticas. El Inquisidor y

el Virrey sabían que los primeros días de este nuevo tribunal determinarían su

posición eventual en la estructura de poder colonial. Cada uno era celoso de su

propia jurisdicción y tenía ideas fuertes sobre la importancia de su cargo. Se las

estaban jugando por su posición. Eventualmente la Corona tuvo que intervenir y

restringir la autoridad de ambos.

Finalmente los dos tuvieron que acordar una fecha para tomar el juramento

oficial y la instalación del Santo Oficio en la Nueva España. El 2 de noviembre de

1571 una procesión salió desde las oficinas inquisitoriales, completa con oficiales,

un heraldo, y una banda de chirimías, trompetas, sacabuches y tambores. Se leyó

una proclamación siete veces, que resumía “todas las personas de cualesquiera

… ambos hombres y mujeres, de cualquier condición y calidad puedan ser ellos,

desde los doce años para adelante” se presentarán en la catedral el siguiente

domingo para oír el juramento y persignarse ante ello.

33

Page 34: Pedro Moya de Contreras

El domingo, 4 de noviembre, la ceremonia comenzó con una solemne

procesión desde las oficinas centrales de la Inquisición hacia la catedral. Moya

estaba acompañado por el Virrey y el Oidor más antiguo de la audiencia,

precedidos por los portadores de los estandartes, los oficiales de la iglesia y el

estado, y los profesores de la universidad. En la puerta de la catedral les

esperaba el capítulo diocesano y los representantes de las tres órdenes religiosas

más importantes, los franciscanos, los dominicos y los agustinos. La misa

comenzó con un sermón predicado por el padre dominico Bartolomé de Ledesma,

administrador de la arquidiócesis del enfermo arzobispo, Alfonso de Montúfar.

Antes de la elevación de la ostia, Pedro de los Ríos fue al púlpito y leyó una

instrucción del rey de que la Inquisición estaba bajo la protección del “brazo real.”

El título de Moya como inquisidor fue leído junto con el juramento que él había

hecho el 26 de octubre para llevar a cabo su oficio justo y fiel y guardar la secrecía

requerida por el tribunal. Después, leyó el edicto del nuevo inquisidor de que

nadie que estuviese presente admitiría o consentiría admitir entre ellos a cualquier

hereje sin denunciarlo al Santo Oficio. A la conclusión del edicto leyó las palabras

del juramento y la multitud allí reunida le dio su consentimiento. Después, bajó

hacia una mesa cubierta de terciopelo puesto en el santuario, con el libro de los

evangelios y una cruz de plata cubierta de oro encima. Martín Enríquez puso su

mano derecha en uno de los evangelios e hizo el juramento, aunque de mala

gana. Después, se leyó el edicto de gracia por el que a todo la gente se le dio

sesenta días( en vez de los treinta acostumbrados) en los cuales debían decidir si

habían o no cometido cualquiera de los varios actos que habían sido explicados

en detalle y hacerlo saber a ellos. Más tarde Moya expresó su satisfacción sobre

la ceremonia y sus resultados.

Aunque Moya había ganado la escaramuza sobre la toma de juramento,

sufrió un revés cuando Enríquez no le permitió la lectura del catálogo de los libros

prohibidos en la catedral. El resultado fue que esto tuvo que hacerse en la capilla

de un convento franciscano, probablemente en el de San Francisco. Moya

también emitió un edicto contra los libros prohibidos y comandó una visitación e

inspección a todas las librerías. Todos fueron advertidos de no leer los textos

34

Page 35: Pedro Moya de Contreras

prohibidos, y ningún vendedor de libros podía tenerlos o venderlos so pena del

castigo de la excomunión. El mismo edicto también llamó para una inspección de

todos los libros en los monasterios y casas religiosas, y fue tan lejos que requirió

la inspección de imágenes y pinturas religiosas que podrían tener escritos en ellos.

En el contexto de la Contrareforma la censura y la prohibición de libros fue

de extrema importancia y vino a ser una de las mayores funciones de la

Inquisición. En 1573 Moya emitió un índice oficial de libros prohibidos para la

Nueva España. El tribunal también fue muy vigilante de los impresores,

especialmente porque muchos de estos eran extranjeros. En 1571 Moya procesó

a Pedro Ocharte o también llamado Ochart, un francés, por haber leído y elogiado

un libro que contenía las ideas del Protestantismo. Ocharte fue absuelto después

de ser torturado, pero otro impresor, Juan Ortíz, fue reconciliado en un auto de fe

de 1574, multado con 200 pesos, y desterrado de la Nueva España.

Además de todo esto, Moya arregló para que nadie salga del país sin haber

obtenido un permiso del Santo Oficio como también las licencias rutinarias del

gobierno.

Muchos casos y denuncias llegaron al Santo Oficio. Un biógrafo dice que

muchos de los obispos se apresuraron a entregar casos que habían sido iniciados

antes de la Inquisición episcopal, pero esta declaración debe ser tratada con

precaución. Muchos obispos fueron al igual menos entusiastas que Enríquez

sobre el Santo Oficio.

En los primeros años de su funcionamiento la Inquisición condujo más de

170 juicios e investigaciones. Se levantaron inventarios, investigaciones fueron

hechas de casos previos, documentos fueron reclamados de particulares, y listas

de herejes penitentes y reconciliados fueron levantadas e indexadas. El tribunal

funcionó con un alto grado de rapidez y eficiencia. En todo esto Moya parece

haber sido el primer articulador y haber mostrado el mismo sentido de

organización y administración que lo marcó más tarde como arzobispo, visitador y

Virrey.

35

Page 36: Pedro Moya de Contreras

Durante la primera década de su existencia en la Nueva España, la

Inquisición se concentró en su mayoría, aunque no exclusivamente, sobre los

Protestantes, especialmente los corsarios franceses e ingleses. Muchos de estos

últimos eran sobrevivientes de las fallida visita de Sir John Hawkins a las costas

mexicanas en 1568, cuando la expedición inglesa fue destruida por Enríquez.

Más de cien sobrevivientes estaban dispersos en toda la Nueva España y eran

vistos por la Inquisición como una avanzada del luteranismo, el término referencial

del protestantismo, y por lo tanto un peligro para el catolicismo,. Aunque muchos

vivieron en un área grande de la colonia, la mayoría de ellos fueron eventualmente

detenidos y arrestados por la policía de la inquisición.

El tribunal también tuvo que ver con los corsarios franceses. El más

famoso de estos fue Pierre Sanfoy, quien con sus cuatros compañeros fueron

llevados a la Ciudad de México en 1571 para ser enjuiciados. El incidente de

Sanfoy es importante porque él había sido protegido por un tiempo por Enríquez,

quien reclamó que su caso caía más en la jurisdicción civil que en la inquisitorial.

Fue necesario que el rey delineara los procedimientos legales para que el Virrey

asegurara que Sanfoy sea devuelto a la Inquisición. Ya que el Virrey había sido

regañado por la corona por ser irrespetuoso a Moya (el 24 de marzo de 1572),

entonces cedió el prisionero a la Inquisición. El rey enfatizó la necesidad de que

las autoridades civiles y religiosas presentaran un frente común.

Los piratas franceses e ingleses formaron la mayoría de los casos del

primer auto de fe que se llevó a cabo en el Nuevo Mundo, y que tomó lugar el 28

de febrero de 1574. El 8 de febrero una proclamación pública fue hecha del

evento. El Virrey y los cabildos civiles y eclesiásticos fueron notificados.

Mensajes fueron enviados a lugares tan distantes como Oaxaca y Veracruz. La

multitud que eventualmente se reunió fue la más grande vista hasta esa fecha en

todas las colonias, y el auto de fe resultante fue el más grande que tuvo lugar en

todas partes. Se colocó una plataforma en una de las esquinas de la catedral que

juntaba el equivalente a dos cuadras de tal manera que mucha gente pudiera ser

acomodada. El obispo de Tlaxcala, Gómez Carvajal, dirigió el sermón. La

36

Page 37: Pedro Moya de Contreras

procesión de penitentes llegó desde las oficinas de la Inquisición, seguida a la

mitad por Moya de Contreras, con el Virrey a su derecha, y los oidores en orden

de antigüedad. Los oficiales tomaron sus lugares en la plataforma. El Virrey, la

audiencia, y los oficiales del Santo Oficio se sentaron bajo el dosel. Como una

señal de su rango, el Virrey tenía una sillón de terciopelo y dos almohadones del

mismo material sobre al asiento a sus pies; los inquisidores y la audiencia tenían

sus asientos de piel ( cuero)

Los inquisidores y los oidores probablemente se dieron cuenta muy bien de

sus sillones de piel antes de que finalizara el día, porque la lectura de las causas

duró desde las siete de la mañana hasta las seis de la tarde. Los acusados

vestían sambenitos, trajes especiales que los identificaban como penitentes.

También vestían collares en sus cuellos y llevaban velas en la mano derecha. En

este auto de fe se impusieron sentencias a Sanfoy, Juan Ortíz y a siete piratas

ingleses. Sanfoy fue sentenciado a doscientos latigazos y a seis años en las

galeras, casi el equivalente a una sentencia de muerte. De los ingleses, uno fue

quemado vivo, otro murió por garrote, y dos fueron enviados a las galeras, otro fue

enviado a prisión (aunque aparentemente se le permitió vivir en libertad más

tarde), y dos, incluyendo su cronista, Miles Philips, fueron sentenciados a tres

años de trabajo en las casas religiosas. Además de los piratas, otros tantos

fueron castigados por ofensas morales, tales como la bigamia.

Bajo el liderazgo de Moya, el Santo Oficio también tuvo que ver con las

infracciones morales tales como la bigamia y la blasfemia. Los juicios de los

judaizantes – es decir, de aquellos acusados de continuar con las prácticas de la

religión judía – realmente comenzaron después de este periodo. El auto de fe de

1574 fue el primero y el último en el que Moya participó personalmente. Debido a

su designación como arzobispo de México, concluyó en su función de inquisidor

en octubre de 1574. Por lo tanto no participó como inquisidor en el auto de fe de

1575, sino como arzobispo. Es irónico que como arzobispo rechazara tomar parte

en el auto de fe de 1577 sobre las bases de que no le gustó el lugar que los

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Page 38: Pedro Moya de Contreras

inquisidores le habían asignado. Realmente, se sentía molesto porque el tribunal

había tomado uno de los casos de su jurisdicción.

No es fácil resumir las actividades de Moya como inquisidor o evaluarlas en

un contexto histórico o igualmente humano. Ciertamente él era un hombre de la

ley, y su atención a la ley y los procedimientos apropiados ayudaron a exonerar a

gente que había sido acusada falsamente. Bajo su guía la Inquisición de la Nueva

España era un tribunal legal, no una cacería de brujas. Si uno acepta que la

Inquisición puede ser justificada de alguna manera, Moya surge como uno de los

mejores inquisidores. Él era un hombre de sus tiempos. Como español y clérigo

de la Contrarreforma, estaba horrorizado por la herejía, a la cual vería como un

peligro hacia la esencia misma de la sociedad. Tales consideraciones, sin

embargo, cambian cuando se leen las minutas que describen las torturas sufridas

por hombres tales como Ocharte y Ortiz, mientras Moya se sentaba en espera de

sus confesiones, ordenando verter más jarras de agua en sus gargantas. Había

una cierta sangre fría en su carácter que reaparecería durante la visita. Tal vez

este sea un problema que los historiadores modernos, como Bravo Ugarte antes

que ellos, nunca lo resuelvan.

La detección y el seguimiento de lo heterodoxo no era la única razón para la

existencia de la Inquisición en la Nueva España. Su introducción en una etapa

tardía en el desarrollo de las instituciones coloniales no solamente afectó el

balance político del poder pero también fue un cambio de la autoridad eclesiástica

hacia la corona y la madre patria. Significó la remoción de uno de los poderes de

los obispos que había sido tradicionalmente identificado con su oficio y que ellos lo

habían usado libremente por medio siglo. Aunque los indígenas permanecieron

bajo la Inquisición episcopal, el Santo Oficio era ahora el instrumento maestro del

control moral y doctrinal. Era un paso más, como muchos otros que seguirían en

los próximos años, en dirección de la centralización y consolidación de la

autoridad civil y religiosa.

La hostilidad de Moya hacia Martín Enriquez, en sus tres años como

inquisidor, tuvo un efecto duradero En cierto sentido los dos hombres jugaban los

38

Page 39: Pedro Moya de Contreras

papeles que la corona les asignó: una lucha en equilibrio entre ellos en la

estructura del poder del Imperio español. En otro sentido representaban dos

puntos de vista diferentes de la estructura de poder. Básicamente eran dos

fuertes personalidades de creencias divergentes y estaciones, encuadrándose

sobre ciertos temas y edificando una enemistad que duraría toda la vida. Los

temas cambiarían durante los ocho años de asociación, pero los antagonismos

personales permanecerían.

Cualquiera sea el veredicto final sobre el periodo de Moya de Contreras

como inquisidor, realmente es pequeño, porque rápidamente ascendió a una

posición más alta y con más responsabilidad, la de ser arzobispo de México.

.

39

Page 40: Pedro Moya de Contreras

IV. El Arzobispo de México

Cristóbal Gutiérrez de Luna primer biógrafo de Moya de Contreras, y

también amigo personal, y que fue testigo de una buena parte de los hechos de su

vida relata muy claramente que Moya no fue ordenado sacerdote hasta el año de

1571. Dadas las condiciones de la época, es posible que haya ocupado la

mayoría de los puestos eclesiásticos mientras todavía estaba en las órdenes

menores, o tal vez en las órdenes mayores del diaconato o el subdiaconato.

Podría muy bien haber sido diácono antes de venir a la Nueva España, porque

Gutiérrez de Luna no hace ninguna mención a que Moya haya recibido algúna

orden mayor en la Ciudad de México. Adicionalmente, su rápida ordenación al

sacerdocio después de su llegada podría haber indicado que recibió las órdenes

mayores y por eso no tuvo que observar la interstitia, o los intervalos entre la

recepción de las varias órdenes, requeridas por la ley canónica. (Estas, sin

embargo, no siempre eran observadas en la práctica, y las dispensas podían ser

fácilmente obtenidas). Cualquiera haya sido la orden precisa en la cual fue

ordenado, Moya fue rápidamente nombrado arzobispo de México y fue el primer

sacerdote diocesano en ocupar tal posición. En un tiempo de tres años, había

escalado desde una oscura posición provincial a uno de los puestos eclesiásticos

más importantes en el Nuevo Mundo. Su ascenso fue rápido, pero difícilmente fue

accidental.

Desde 1554 el arzobispo de México fue Alonso de Montúfar, un dominico

nacido cerca de Granada por el año de 1489 y que ingresó en esa orden a la edad

de quince años. Después de ocupar varios puestos de enseñanza e

inquisitoriales, Montúfar fue designado al arzobispado mexicano y consagrado en

1553, pero no tomó posesión de su jurisdicción – la cual había estado vacante

desde la muerte de Zumárraga en 1548 –hasta el año siguiente. Montúfar tuvo

que trabajar bajo condiciones difíciles. Convocó y presidió sobre las dos primeros

Concilios Provinciales Mexicanos (1555 y 1565) y jugó un papel muy importante

en la apertura de la Universidad Real y Pontificia. Al igual que muchos obispos de

la época, se encontró inmerso en un conflicto crónico con los sacerdotes de su

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Page 41: Pedro Moya de Contreras

arquidiócesis, especialmente los del capítulo, y con las órdenes religiosas,

especialmente los franciscanos. El capítulo, bajo el liderazgo de su arcediano,

Juan Zurnero, fue particularmente problemático e incluso en algún momento éstos

intentaron que se declarara a Montúfar como un incompetente. Estas dificultades,

junto con su avanzada edad y las muchas enfermedades que padecía, hicieron

que los últimos años de Montúfar fueran infelices, y una buena parte de su tiempo

la dirección real de la arquidiócesis fuera confiada a un administrador, Bartolomé

de Ledesma, más tarde obispo de Oaxaca. La acusación de que Montufar era

mediocre, y que lo parecía más en comparación con Zumárraga, no es justa, no

solamente en vista de los enormes problemas que el segundo arzobispo tuvo que

encarar pero también debido a que recibió el puesto a una edad avanzada.

En 1572 Felipe II nombró a Moya como obispo coadjutor de México cum

iure successionis ( con derecho a sucesión). Muy poco después Montúfar murió y

fue enterrado en el priorato de Santo Domingo entre los hombres de la orden a la

que pertenecía. El 22 de junio de 1573 el rey notificó al Virrey Enríquez que

ordenara al capitulo para dejar la administración de la arquidiócesis en manos de

Moya mientras esperaban por el arribo de las bulas del nombramiento. Se había

vuelto una costumbre para un obispo-elegido asumir el control de la diócesis antes

de su confirmación o consagracion, en parte por los largos retardos que

involucraba la solicitud a Roma por las bulas del nombramiento. Los sentimientos

de Ovando ante el ascenso de su adversario solo quedan para la imaginación.

Ovando ya había escrito a Moya el 15 de junio para solicitarle continuar como

inquisidor, por lo menos hasta que los casos pendientes estuviesen finalizados.

Moya hizo sus primer aparición ante el capitulo arquidiocesano el 30 de

octubre de 1573, en ese momento Zurnero le transfirió la administración del

arzobispado en nombre de ese cuerpo. Las bulas papales del nombramiento

fueron despachadas desde España en abril de 1574, pero se retrasaron en el

viaje. En agosto Moya recibió algunas copias autorizadas desde La Habana y

sobre esas premisas decidió ir adelante con la consagración, aunque hubiera

preferido tener las originales. Estas copias fueron presentadas al capítulo el 27 de

41

Page 42: Pedro Moya de Contreras

agosto, y en el siguiente 8 de septiembre el arzobispo-electo tomó posesión de su

puesto en una ceremonia oficial. Más temprano había recibido un mensaje del

inquisidor general en el sentido de que como ya no podía ser miembro del Santo

Oficio, iba a ser reemplazado por Alonso Ganero de Avalos, el procurador de la

Inquisición. El 28 de septiembre personalmente presentó los documentos

originales de la bula papal (fechada el 15 de junio de 1573) al capítulo e hizo la

profesión de fé requerida de todos los obispos electos. Ya que el palio tambien

había llegado desde Roma para ese momento, dispuso su consagración para el

21 de noviembre.

Por alguna razón la consagración fue diferida y no tomó lugar hasta el 5 de

diciembre de 1574. El obispo consagrador fue Antonio de Morales de Puebla, y

Chiapas también estuvieron presentes los obispos de Tlaxcala, Nueva Galicia,

Yucatán. El 8 de diciembre, durante la fiesta de la Concepción Inmaculada, otra

ceremonia tomó lugar para el otorgamiento formal del palio.

Estas ceremonias fueron grandes eventos públicos, celebrados con toda la

pompa civil y religiosa. Uno de los prinicipales sucesos de tal ocasión fue la

presentación en la Nueva España, de uno de los primeros dramas escritos por un

criollo, algo como un hito en la historia literaria mexicana. Se llamaba Desposorio

espiritual entre el Pastor Pedro y la Iglesia Mexicana y fue escrito por Juan Pérez y

Ramírez, descendiente de un conquistador. El drama era una alegoría pastoral

del tipo favorito de los escritores y el público de esos tiempos y muy agotador para

los lectores modernos. Los actores estaban vestidos como pastores y pastoras,

con nombres como Fe, Esperanza, Caridad, Gracia, Prudencia, y Modestia.

También había una figura que representaba al Divino Amor, y el inevitable payaso

fue incluido como un alivio cómico. Todo el texto era un extenso elogio al nuevo

arzobispo.

Alégrese la tierra, el mar y el cielo,

de donde tanto bien nos ha venido,

y al alma tanta gloria y tal consuelo.

42

Page 43: Pedro Moya de Contreras

Bendita sea la tierra do ha nacido,

y bendita la mar que lo ha pasado

a la tierra que tanto ha merecido

En medio del regocijo general Moya detectó un nota amarga: Enríquez y la

audiencia completa se levantaron y salieron de la catedral antes de que

comenzara el espectáculo. Además, cuando Moya desfiló delante del virrey en la

procesión y lo bendijo, Enríquez no tomó en cuenta el hecho y trató al arzobispo

como un “simple clérigo”. Enriquez aún estaba dolido por la reprimenda hecha por

la corona por la falta de respeto que había mostrado a Moya cuando éste arribó a

la Nueva España.

No hubo más puntos de fricción. Obedeciendo las órdenes reales, Enríquez

introdujo la alcabala (un impuesto general a las ventas) a la Nueva España, una

acción que había alineado no solamente a los comerciantes pero también a

algunos de sus más devotos seguidores. A pesar de lo que después escribió

Moya, el impuesto fue impopular en la colonia. La mayoría de los comerciantes

temían que el porcentaje subiera y sentían que estaban siendo desangrados por

las diversas exacciones de la corona. Al virrey no le gustó introducir el impuesto,

pero como representante en jefe del rey, no tuvo otra alternativa. Moya fue

indiferente a la alcabala, parcialmente porque sentía simpatía por los criollos, pero

no estaba en la posición para imponerla o defenderla públicamente. Por lo tanto,

además de las animosidades inherentes a sus puestos y las malas relaciones que

habían exisitido desde el principio, una situación se estaba desarrollando en el que

Moya podía ser visto como el defensor de los criollos en contra del virrey. Parece

ser que fue el primer arzobispo a ser categorizado en este papel, aunque se volvió

bastante común en el siglo siguiente que los prelados usarían a sus partidarios

criollos como apoyo en contra de los virreyes. Uno de los festejos para el nuevo

arzobispo fue el suministrar el material para una explosión.

Las celebraciones y las presentaciones teatrales continuaron por algún

tiempo. Otro punto dramático fue el coloquio escrito por Fernán González de

Eslava y dedicado al arzobispo. Estab escrito en prosa, intercalado con música y

43

Page 44: Pedro Moya de Contreras

otra vez fuertemente marcado de alegorías. Esta vez la Adulación y la Vanagloria

se juntaron con la Diligencia, el Cuidado, la Prudencia, la Alegría y el Coraje.

Moya, un hombre de buenos gustos literarios, gustó mucho de estas producciones

y arreglo para que una serie entera de farsas y entremeses se dieran en la

catedral inmediatamente después de la misa en la cual él recibía el palio. Uno de

estos cortos interludios cómicos provocó a un choque famoso entre el arzobispo y

el virrey y envenenó su relación todavía más, mientras que mantuvo al populacho

absorto con los rumores y los chismes.

Las parodias se presentaron sobre un escenario montado al lado del altar

mayor, con Moya, los obispos de Tlaxcala, Yucatán, Chiapas, y Nueva Galicia, el

virrey, la audiencia, y una gran cantidad de espectadores presentes. Una de las

piezas fue una sátira sobre la alcabala en la cual un cobrador de impuestos va a la

casa de un hombre pobre y en una serie de diálogos humorísticos intenta explicar

el significado de la alcabala. Finalmente, confisca las sábanas, y la esposa y los

niños del hombre pobre se quedan prácticamente desnudos, esto causó una gran

conmoción en el público. Fue una comedia un tanto cruda y estridente,

mayormente actuada por un comediante mulato,

.

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