Paso a la inmortalidad del General San Martín

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Aporte pedagógico en el marco del calendario escolar.

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EL CRUCE DE LOS ANDES El 19 de enero de 1817 se inició el cruce de la Cordillera de los Andes. El Ejército de los Andes, formado en El Plumerillo (a 7 kilómetros de Mendoza -por la ruta provincial 40 hacia el norte-), abandonó el cam-pamento e inició el cruce de los Andes por los pasos de Los Patos y Uspallata. Estas vías abruptas aseguraban el factor sorpresa. El cruce duró 21 días. 5400 hombres guiados por baquianos atravesaron alturas su-periores a los 4000 metros, llevan-do caballos y mulas.

BATALLA DE CHACABUCO Las tropas realistas al mando del general Rafael Maroto, paradas junto al cerro de Chacabuco, impe-dían el paso del Ejército de los An-des hacia Chile. Pero el 12 de fe-brero de 1817 los patriotas, dirigi-dos por San Martín, arrollaron a los realistas, que tuvieron más de 500 muertos. Dos días después, las tro-pas del Libertador entraron en San-tiago. Un Cabildo Abierto le ofreció el gobierno pero él no lo aceptó. Después del triunfo, el 11 de marzo viajó a Buenos Aires, donde fue recibido con honores.

MÁXIMAS PARA MI HIJA En 1825, el general José de San Martín decidió escribir una serie de normas para dirigir la educa-ción de su hija Merceditas. En ellas se encuentran las virtudes civiles del Libertador, y se puede advertir el amor, respeto hacia el prójimo, etc.

• Humanizar el carácter y hacerlo sensible, aún con los insectos que nos perjudican.

• Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira.

• Inspirarle gran confianza y amistad, pero uniendo el respeto.

• Estimular en Mercedes la caridad a los pobres.

• Respeto hacia la propiedad ajena.

• Acostumbrarla a guardar un secreto.

• Inspirarle sentimiento de respeto hacia todas las religiones.

• Dulzura con los criados, pobres y viejos.

• Que hable poco y lo preciso.

• Acostumbrarla a estar formal en la mesa.

• Amar el aseo y desprecio al lujo.

“Serás lo que debas ser, sino, no serás nada”. Pocas palabras, muchos valores.

¿Usted se preguntó alguna vez: por

qué somos argentinos? ¿Y no estadou-nidense, o inglés? A diario solemos maldecir nuestra Patria abatidos por el desempleo o por los bajos salarios, por la “enferma” salud y por la “analfabeta” educación. Pero no piense en encon-trar la mágica solución en España, Ita-lia o en Estados Unidos.

“Serás lo que debas ser, sino, no serás nada”. Serás argentino, sino, no serás nada. Porque “para los hombres

de coraje se han hecho las empresas”. Nosotros los argentinos, somos ésos hombres de coraje, que tenemos una gran empresa: luchar por la indepen-

dencia. Empresa de la misma magnitud, por

la cual un oriundo de Yapeyú, Corrien-tes, consagrado y distinguido por su valor en el combate de Arjonilla en Eu-ropa y con el grado de Teniente Coro-nel en España, resignó sus honores y salarios del viejo continente para luchar por la independencia de su Patria. Un ideal, que lo condenaba a la pobreza material cuando pisase el suelo ameri-

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cano; pero lo enriquecería moralmente: ese luchador era José de San Martín.

De San Martín podremos exaltar glorias militares como sus triunfos en Bailén (España), en Chacabuco y Mai-pú, o combates históricos como el de San Lorenzo, o de gestas como el Cru-ce de la Cordillera de los Andes, o de las luchas por las independencias que a Chile y Perú les entregó protegiendo así la nuestra. Pero es muy difícil escri-bir de San Martín, ese hombre de valores universa-les que no se de-valuaron y super-aron toda frontera ideológica porque “los hombres no viven de ilusiones, sino de hechos”. Y así fue San Mar-tín, como él mis-mo aseguró, no vivió de ilusiones sino de hechos, que alcanzó inspi-rado en cristianos valores como la unión, la solidari-dad, la familia y el amor.

A menos de una década de festejar nuestros doscientos años como argen-tinos independientes. De aquella histó-rica jornada del 9 de julio de 1816, en la cual los congresales declaraban or-gullosamente nuestra independencia de España; hoy no tenemos a esos hombres para que nos independicen del imperialismo norteamericano y de la globalización. Pero aún contamos con el espíritu sanmartiniano y no es un bello verso de estas líneas. El espí-ritu sanmartiniano fue el que guió a nuestros hombres en la Guerra de Mal-

vinas del ´82. Y hace unos años, cuan-do la imagen del helicóptero del ex pre-sidente De la Rúa abandonando la “casa rosada” parecía que ilustraba la desaparición de Argentina como Na-ción; pero una vez más, el espíritu san-martiniano condujo al pueblo argentino a caminar por la recuperación. Y éste espíritu lo rescata y lo revaloriza el propio argentino en las encuesta editadas por el diario Clarín y por el

resultado final del programa -del pro-ductor y conductor Mario Pergolini- “El Gen Argentino” en el cual, San Martín fue consagrado con el voto telefóni-co como ideal de argentino y como el héroe nacional máximo de los ar-gentinos. ¿Y por qué? ¿Qué fue San Mar-tín? “No fue ni un me-sías ni un profeta”. Como dijo Bartolo-mé Mitre: “fue sim-plemente un hom-

bre de acción deliberada, que obró co-mo una fuerza activa en el orden de los hechos fatales, teniendo la visión clara de un objetivo real. Su objetivo fue la independencia sudamericana, ya que él subordinó pueblos, individuos, co-sas, formas, ideas, principios y moral política, subordinándose él mismo a su regla disciplinaria (...) General más me-tódico que inspirado; político por nece-sidad y por instinto más que por voca-ción, su grandeza moral consiste en que, cualesquiera que hayan sido sus ambiciones secretas en la vida, no se

le conocen otras que las de sus designios históricos (...) La posteridad agradecida lo ha aclamado grande, la Améri-ca del Sur lo reconoce como a unos de sus dos grandes liber-tadores, y tres repúblicas lo llaman padre de la Patria y fundador de la independen-cia”- Por este hombre, que no ad-mitió grado ni empleo militar ni político: por San Martín; y por la Patria, este 17 de agosto comprometámonos a Ser lo que debemos ser, sino, no seremos nada. Es decir, ar-gentinos más que nunca. Y si aún duda de ser argenti-no, observe que San Martín fiel a la máxima que regló su vida: fue lo que debía ser y