Pasadizos

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Obra ganadora de los Premios Michoacán de Literatura 2013, Categoría Ópera Prima Narrativa, autor Lourdes Garibay Rubio.

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Esta edición circula bajo la égida señalada por el

Gobernador Fausto Vallejo Figueroa:LA LITERATURA CONSTRUYE

CAMINOS A LA LIBERTAD.

f

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GOBIERNO DEL ESTADO DE MICHOACÁN DE OCAMPO

Fausto Vallejo FigueroaGobernador Constitucional

Marco antonio aguilar cortésSecretario de Cultura

Paula cristina silVa torresSecretario Técnico

María catalina Patricia Díaz VegaDelegado Administrativo

raúl olMos torresDirector de Promoción y Fomento Cultural

argelia Martínez gutiérrezDirector de Vinculación e Integración Cultural

FernanDo lóPez alanísDirector de Formación y Educación

jaiMe BraVo DéctorDirector de Producción Artística y Desarrollo Cultural

Héctor garcía MorenoDirector de Patrimonio, Protección y Conservación

de Monumentos y Sitios Históricos

BisMarck izquierDo roDríguezSecretario Particular

Héctor Borges PalaciosJefe del Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura

CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

raFael toVar y De teresa

Presidente

saúl juárez Vega

Secretario Cultural y Artístico

Francisco cornejo roDríguez

Secretario Ejecutivo

ricarDo cayuela gally

Director General de Publicaciones

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Pasadizos:Cuentos de enredadera

Lourdes Garibay Rubio

Gobierno del estado de Michoacán

secretaría de cultura

consejo nacional Para la cultura y las artes

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Pasadizos: cuentos de enredaderaPrimera edición, 2013

Dr © Lourdes Garibay RubioDr © Secretaría de Cultura de Michoacán

ColecciónPremios Michoacán de Literatura 2013Categoría Ópera Prima Narrativa

JuradoMargarita Vázquez DíazIrma Linares AlvaradoFrancisco Javier Larios

Coordinación editorial:Héctor Borges PalaciosMara Rahab Bautista López

Imagen de portadaDr © Jorge Arriola Padillakill the seraphinianus codex , acrílico sobre cartulina batería y retoque digital, 2008.

Diseño de Colección y FormaciónJorge Arriola Padilla

Revisión de textosRamón Lara Gómez

Secretaría de Cultura de MichoacánIsidro Huarte 545, Col. Cuauhtémoc,C.P. 58020, Morelia, MichoacánTels. (443) 322-89-00, 322-89-03, 322-89-42 www.cultura.michoacan.gob.mx

ISBN Volumen: 978-607-8201-61-7ISBN Colección: 978-607-8201-51-8

El contenido, la presentación y disposición en conjunto y de cada página de esta obra son propiedad del editor. Queda prohibida su reproducción parcial o total por cualquier siste-ma mecánico, electrónico u otro, sin autorización escrita.

Impreso y hecho en México

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ÍndicePrólogo 15

RESERVACIÓN EN PEDRERÍAS 17

CURIOSIDAD IRRESISTIBLE 18

GLICERINA AMOROSA 20

TROMPETAS 22

LITERAL ADICCIÓN 24

ENVIUDANDO A CONSTELACIÓN 27

MORADO OBISPO 29

ROJO CONCATENADO 30

EL MATUTINO CABECEA 31

¡EUREKA! o DOS ASPIRINAS 32

LANCELOT Y CARLO 34

MAULLIDO DE GATO 37

GALLINA EN AGUA 40

JURISPRUDENCIA ENTRE COMILLAS 42

TRANSMUTACIÓN 44

LA CONSULTA 47

VERDENUBE 51

EL TENDEDERO 52

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ALGO GORDO 54

UN JUVENAL 56

ESTÓMAGOS VACÍOS 58

PUNTOS LIGEROS 59

FINES 61

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Al gato que nunca he tenido ni pienso tener.Al que habita la luna.

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“Ahora el puente colgante queda silenciadopor las enredaderas

como la enredadera de nuestra vida”Matsuo Basho

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Tipógrafo más que literato,ser humano más que poeta,

más cerca de la tierra que del follaje.Alí Chumacero

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Prólogo

El autor y yo compartimos ciudad natal, Pedrerías. El hecho de que ubicara estos relatos ahí y el que me incluyera en la his-toria influyó para que aceptara prologar-lo. Hace unos años vino a la imprenta con El sombrero cónico, su primera novela en la que ya se advertía el estilo oscuro de un metaforista nato que combina perfecta-mente una prosa limpia con imágenes bien trazadas de mundos reales y oníricos. Lan-ce –me dijo- ¿podrías vigilar que el cajis-ta tenga cuidado con el estilo gótico de la letra?. Y es que desde su primera obra ha vigilado él mismo la atmósfera que la tipo-grafía le imprime.

A El sombrero cónico le siguió Soy Actor, ella también, por la que la Academia le entregó el premio a las Mejores Letras. En ella narra tres días en la vida de una pareja de actores desempleados y lo que sucede cuando el último productor que les ha hecho una prueba es encontrado cruelmente asesinado. Entre una y otra obra fueron escritos estos Pasadizos, veintidós relatos y treintaiséis personajes, ramas del

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mismo escandente; de irregular tamaño pero de las que se sospecha su crecimiento. En cualquier momento la rama podría enlazarse o podría ser podada. El cultivador no sabe y consulta con el experto. Entonces personajes que aparentemente pueden ser ajenos se encuentran sólo a un párrafo de conocerse o tal vez no. David el cibernauta no conoce a los primos gemelos. Jamás sabremos quién es el autor de Glicerina amorosa ni qué sucede con la tapa del féretro del marido de la sobrina del señor obispo, pero sí sabremos que en Tahití, como en muchos lugares de la tierra, existen hierbas venenosas.

Lancelot

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RESERVACIÓNEN PEDRERÍASPrimos gemelos caminan muy juntos en dirección al cementerio, el único de Pedre-rías. Hace mucho calor, dicen, y se nos seca la nube. La nube son las flores que llevan. Primos gemelos son inseparables, se levan-tan muy de mañana para ir a trabajar en el mercado de pescados. De lunes a sába-do. Es buen trabajo, a ellos les gusta. Hoy han aprovechado que es domingo para ir de visita. Primos gemelos llevan nube a su querido primo Eleuterio, el hijo de su tía Romelia, madre soltera que se ocupaba de la intendencia en la escuela primaria y que años atrás había conseguido trabajo a su hijo en los plantíos de cebolla. Aquel Eleu-terio era sonámbulo y tuvo un fin trágico el pobre, cuando cayó del tercer piso del úni-co hotelito de Pedrerías. Había ido a encon-trarse con Ruti, quien sólo despertó al oír los golpes de la policía en la puerta. ¿Es de aquí el muerto que cayó allá abajo? Sí, dijo Ruti. Y como había contestado sin siquiera asomarse a la ventana, se sospechó.

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CURIOSIDADIRRESISTIBLE

Es Febrero y Ruti tiene dos meses en la cárcel, en lo que corren las averiguaciones. Ahí la vida es tranquila. Se come y duerme bien. Quien así lo desea aprende un oficio. Ruti escogió computación, en parte porque es el único salón que tiene aire acondicio-nado y en parte porque está David, joven cibernauta preso por tener la costumbre de no pagar en los cibercafés, y a quien hoy vemos asomándose tímidamente a la pan-talla y con miedo pulsar “disponible”. Na-die puede vivir así, nadie puede ser feliz teniendo en su “MESSENGEER” un intru-so. No es él el contacto desconectado entre Seductorcita y Julia. No es el chico atrevi-do que muestra su perfil y mucho menos publicó una nota amorosa para María. Al-guien ha estado manipulando su cuenta, él ya ha tratado de deshacerse del extraño pero nada, vuelve. También porque David no es muy inteligente para las cuestiones del ciberespacio. Curioso como el que más, hacía algunos días que había recibido un

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correo muy prometedor. Inscribiéndose en la dirección indicada podría enterarse de las conversaciones de sus amigos. ¡Irresis-tible, irresistible y más irresistible! David no tardó en llenar todos los formularios, emocionado por saber si Lola tendría algún interés especial en él. Resultado, los prime-ros días un irregular comportamiento de los mensajes. Después, el caos total. Hoy se está asomando a la pantalla porque alguien le ha dicho que ya María le ha contestado.

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GLICERINA AMOROSA

No, a metros de distancia, María no ha po-dido sentarse ante una computadora. Hace días que su ojo izquierdo está irritado y su madre le dictaminó “futura ceguera” por pasar tanto tiempo frente al computador. Entonces ella decidió leer. Cosa que tam-poco es buena para un ojo irritado, pero en fin, así es María. Hoy abre un libro del que diminutos insectos corrieron, escaparon por entre las esquinas. Ha elegido “Gliceri-na amorosa”, de cierto autor chileno y des-pués de sacudir un poco los insectos se dis-pone a saber de lo amoroso de la glicerina.

No está mal el comienzo. El inicio va bien y la lectura promete un romance tor-tuoso; pero luego el escritor decidió enfocar su atención en la transformación de la calle donde los amantes se encontraron y descri-bir cómo había pasado de ser pedregosa a lisa, incluyendo la fórmula de la argamasa que se utilizó en su aplanado. En fin, que tampoco resultó interesante saber qué tipo de zapato la había pisado y menos a hon-ra de quién se le había puesto el nombre. Según el escritor chileno, en ella había vi-

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vido un personaje que obsesionado con la idea de que la calle fuera bautizada con su nombre pasó toda su vida adulta visitando la oficina de urbanismo con esa constante petición, hasta que acabó enfadando a los encargados que cedieron a su ruego. Bue-no, no “enganchó” tanto. A decir verdad, resultó más interesante mirar la pared.

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TROMPETAS

Ésta pared es la única de la habitación pin-tada de verde. De ella cuelga un pequeño ángel de cerámica, a color, con trompeta y todo. Regalo de algún antepasado a al-guna antepasada. Todo él de bondadosos cachetes mira a quien quiera mirarlo, son-riente. Este ángel ha estado ahí desde que la pared tiene recuerdo y como las pare-des tienen buena memoria es muchísimo. Varias veces se ha pintado a su alrededor sin descolgarlo por temor a que se rompa. Dice la abuela que desde ahí emite sono-ros tututús cada vez que el reloj marca las tres de la madrugada, hora coincidente con la muerte de Jesucristo, sólo que de noche, porque es cuando satanás sale, eso dice la abuela; que ella lo ha oído e incluso ha notado cómo enrojece por el esfuerzo de soplar y cómo por causa de eso las cor-tinas del ventanal se ondulan en las ma-drugadas quietas. Eso dice ella, mientras teje y se mece en la hamaca que ha colgado de la esquina de su cuarto. Eso dice mien-tras espera a que Hebert, su pequeño nieto caiga en brazos de Morfeo. Momento que

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ella aprovechará para beber un poco de la botellita que éste guarda en la bolsa de su pantalón de tirantes.

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LITERAL ADICCIÓNAguardiente puro, puro aguardiente. Así reza la etiqueta. Y es eso lo que atrae a He-bert. Desde los tres años y por accidente descubrió una de estas botellitas en la ala-cena. Olvido de quién sabe quién puesto que en su casa nadie bebe, mejor dicho na-die bebía, porque a partir de que la abuela probó el sabor y más que nada el efecto de la afición de Hebert, fue ella también adic-ta. Unos cuantos sorbos y a sentir cómo las piernas se les ponen blandas y todo les resulta de lo más divertido; a ella, el grito agudo del cotorro en su jaula y la zigza-gueante hilera de hormigas que atraviesa el cuarto, y a él, la forma como la abuela bizquea antes de empezar a roncar. Todo se vuelve digno de risa. Así tenemos a los dos bebiendo aguardiente a escondidas uno del otro, y luego riendo juntos a más no poder. Ni hablar de cuando él logra ro-barle sus píldoras homeopáticas recetadas para las reumas. Por más que se propone tomar sólo dos o tres la sensación dejada en su boca lo tienta a volvérsela a llenar de ellas. Si a esto añadía el robar por unos mo-mentos los anteojos del abuelo, terminaba

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dando grandes zancadas por toda la casa en un sopor mágico que le provocaba las más increíbles fantasías de las que tuvo la flamante idea de llevar cuenta escribiéndo-las en su libreta de tareas.

Eran textos buenos, no los típicos escri-tos de un niño de diez años, no. Eran tex-tos de verdad buenos. Cualquiera diría que su autor era un escritor reconocido, pero como no quería mostrarlos a nadie, la co-munidad literaria no pudo asombrarse de ellos y menos saber que él era el autor.

Comenzaban describiendo a grandes seres que habitaban en las profundidades del cielo. Seres con apariencia de humanos sólo que de más alta estatura, casi gigantes, que pasaban la vida organizando fiestas y mirándolo todo. Se recostaban desnudos en grandes divanes y cantaban canciones que inventaban en el momento, luego se levantaban y bailaban deshilando nubes con las que cubrían sólo sus manos y pies.

Por cada dosis homeopática, le nacía a Hebert un nuevo capítulo y aventura co-rrida por estos seres, quienes bien podían en el capítulo miltrecientosveinticinco ser masculinos y al siguiente ser femeninos. Podían también contraer nupcias entre

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ellos, pelear por el poder, fundar nuevas ciudades, viajar a velocidades supersóni-cas y más. Todo esto narrado magnífica-mente, tan diestramente que no tardaron en llamar la atención de un productor de comics –que casualmente era maestro de español de Hebert- quien secretamente los leyó y lo convenció de vendérselos por una bicoca.

Y entonces la historia fue lanzada al mer-cado; contada en dibujos animados, pelí-culas, video juegos, camisetas, mochilas y platos que pronto enfadaron a los chiqui-llos pero dejaron millonario al productor y perdido al pequeño escritor que no pudo salir de su adicción a las píldoras.

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ENVIUDANDO ACONSTELACIÓN

Porque los medicamentos mal utilizados se convierten en sustancias tóxicas y con ellas hay que tener mucho cuidado. Algunas se ocultan bajo las más atractivas formas y administradas por malévolas manos pue-den traer consecuencias funestas.

Es el caso de Constelación, la sobrina del obispo, a quien no le gustaban los amigos de Ruth. A Ruth no le agradaba el esposo de Constelación. La antipatía había surgi-do nada más conocerse, llegados de la luna de miel, Constelación y su esposo la visi-taron y él cruzó su recién sembrado jardín cuidando de pisar sólo los retoños que al día siguiente lucirían muertos.

Así que una noche, bajo la lámpara que alumbraba sus veladas, en la mente de Ruth fermentó una idea. Al siguiente día seis visitantes de forzadas sonrisas vieron entrar a Ruth con la bandeja del té. Para el marido de Constelación fue la primera taza. Un té de especial sabor sólo para él, encargado a uno de sus amigos que recién

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había llegado de Tahití. A Constelación no le gustaban los amigos de Ruth. Ella sabía que a Ruth no le agradaba su marido.

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MORADO OBISPO

Para el obispo fue una gran sorpresa y para su sobrina una verdadera desgracia. Hacía dos días le había telefoneado para avisarle que su marido se encontraba gravemente enfermo de nadie sabía qué. Por la noche era hombre muerto. Sea por Dios. Él se apresuraba a celebrar la misa de difunto. En la sacristía se trajinaba entre sotanas, libros santos y velas. Todavía se sentía el olor del incienso usado el día anterior y ante el altar estaba el féretro rodeado de viuda y amigos. En la pequeña capilla ya estaba todo dispuesto. Oremos entonces… luzca para él la eterna luz. Luzca para él la eterna luz. Luzca para él la eterna luz…Es casi media celebración y el señor obis-po ha notado la tapa del féretro levantarse. Un sobresalto disimulado y la celebración sigue.

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ROJO CONCATENADO

Mientras tanto, al fondo de la iglesia está aquel señor de frente sudorosa al que no le importó que le tocara la misa de difunto del marido de la sobrina del obispo y el cual, postrado de hinojos, piensa y hace conjetu-ras sobre toda una serie de cosas: su escaso tamaño, el frío que a esas horas hace, el in-vitador calor del motor. El caso es que fue algo en verdad lamentable. Luego, cepillo en mano limpiar las llantas del automóvil, o tal vez, circular con ellas así y ya en el camino… no tuvo remedio. Estas cosas se le quedan grabadas a uno en la mente toda la vida – se dice-. Porque aunque haya sido un mero accidente siempre queda la duda. Hay que echar un vistazo bajo el automóvil antes de moverlo, no importa que ya el mo-tor tenga dos minutos encendido, hay que revisar debajo, no vaya a ser la de malas y de Rocco sólo quede el cascabel con su listón rojo.

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EL MATUTINOCABECEA

Rojo es también el encabezado que tiene que llevar la edición matutina del periódi-co local, y perdón que aquí hayan quedado juntos estos dos relatos, pero así es la vida. El caso es que se han encontrado otros dos cadáveres. Allá por donde la otra mujer, por donde la sin cabeza. Dos asustados hom-bres se han puesto a hablar al respecto bajo la ventana de quien esto escribe. Comentan entre ellos una y otra vez cómo fue que muy temprano, casi no amanecía cuando al cru-zar el puente nuevo, el niño que trae los bo-lillos a la tienda encontró los cadáveres. To-davía son horas que no los levantan. ¿Que porqué?, pos dizque no llega el ministerio. ¿Alguien los conoció? Nadie. Pos mas vale que se apuren a llevárselos porque si no va a pasar como con la mujer, todo el día al sol y ni quién viniera a llevársela… luego que desde entonces por ai asusta… por el tiem-po que duró ai tirada… asusta sin cabeza… ójala se los lleven pronto. Y ojalá que sí para poder hablar entonces de otra historia.

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¡EUREKA! oDOS ASPIRINAS

Lo que realmente me interesa escribir, lo que me haría volcar sobre el teclado del computador, lo único que escribiría sin necesidad de café, no porque no lo quisiera, sino porque el tiempo que podría perder al prepararlo sería valioso. Todo, todo lo que había escuchado me serviría para aquel cuento del concurso. Me daría el tamaño y las cuartillas justas. Y sería sólo mío. “Agarra las historias y escríbelas, la originalidad no existe” - me había dicho un maestro- “escríbelo todo, dale, sólo no uses los nombres verdaderos”. El relato fluiría del teclado a la pantalla, el gozo de los dedos saltando entre las teclas incansablemente sería como estar en el mejor de mis sueños. Escribiría lo escuchado al joven estudiante de desaliñado y sucio cabello que aleatoriamente se había sentado a mi lado en el autobús y que hablaba por teléfono con alguien. En un principio, la conversación se me había antojado trivial; el chico se alteraba y removía en el asiento

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mientras hablaba, con la mano izquierda trazaba en el aire movimientos que le ayudaban a darse a entender. Durante los primeros minutos del viaje, cuando recién acomodaba mi mochila en el maletero no había notado nada interesante en mi compañero de viaje. Un ligero gesto con la cabeza fue interpretado como saludo y luego nada, el estudiante a hablar por teléfono y, pasados algunos minutos, yo, a escuchar. Y ahora a escribirlo todo con el tiempo justo para el concurso. Esto realmente atraería a los jueces. ¡ Lo tenía!. ¡Lo había encontrado!.

El autobús estaba medio vacío, nadie más había escuchado y sin querer perder detalle alguno había corrido a casa a escri-bir, sin café, sin notas, todo directo… Y des-pués… ¡el premio!. Y nadie que reclamara. Había oído que las demandas por robo de ideas prosperaban. Que eran muchas. Pero eso no sería problema. No lo sería puesto que actuaría con precaución y con la rapi-dez necesaria. He llegado. De mi bolso saco la llave de la puerta. De pronto, un fuerte golpe me hace caer inconsciente. El joven estudiante de desaliñado y sucio cabello ha salido corriendo.

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LANCELOT Y CARLO en ese orden o cualquier otro

Y sigue corriendo desaliñadamente. Ha co-rrido durante más de cinco cuadras y se ha detenido a usar el teléfono de una caseta, desde donde se le ve marcar un número, es-perar y después de unos segundos, hablar. ¿Lancelot? Sí, mira… ya todo está bien… aquello que me preocupaba ya no… llama al impresor. Lancelot quien es un indivi-duo de baja estatura de esos a los que nun-ca se les puede calcular la edad obedece la orden y en el otro extremo de la ciudad la imprenta empieza a trabajar en la siguiente historia:

“ A Carlo le sucedió, que estando frente a las puertas del templo de Jerusalén ham-briento y desesperanzado, débil física y es-piritualmente, tuvo una visión. No era ya la imagen de cuerpos ensangrentados que durante los últimos años había estado con-tinuamente en su mente, no eran las aldeas incendiadas, ni las doncellas atacadas; no, eso era común para un caballero cruzado como él, que en un principio había creído

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en el motivo de la guerra y que se había lanzado con ímpetu a la contienda religio-sa. Esto que le ocurrió fue nuevo y oportu-namente refrescante para su ser cansado y falto de ilusión, pues apenas desmontar su caballo, se encontró de frente con algo que flotaba justo en la fachada del templo. Con asombro paralizante contempló el magní-fico esplendor del arca de la alianza, que suspendida en el aire era flanqueada por cuatro serafines. En medio de un silencio total, le hablaron.

Carlo pudo escuchar una encomienda que para su atribulado corazón resultó ser un nuevo motivo para continuar viviendo: El arca debía ser trasladada a la isla de Chi-pre, a la brevedad posible y en hombros de nueve doncellas. Debía el arca cruzar los mares para llegar a la isla, que era, por orden divina, su destino final y donde el preciado objeto debía permanecer. Carlo escuchó todo esto de pie y como clavado al arenoso piso que le sintió caer de rodillas una vez terminada la celestial escena. Unos cuantos minutos después nuestro cruzado preguntaba ya por las calles sobre dónde encontrar nueve doncellas en cuyos hom-bros debía viajar el arca. La información

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surgió pronto. Que las doncellas existían. Que debían ser encontradas lo más rápido posible pues muy pronto contraerían nup-cias. Carlo se mostró de nuevo entusiasta y precavido, como el hombre que hasta hacía algunos meses había sido y se vio enton-ces proveyéndose de las vituallas necesa-rias para el viaje. Una vez conseguida una montura nueva emprendió veloz carrera por los solitarios desiertos que le vieron parar sólo para comer espléndidamente, acto que vino a sembrar en él la única cosa que podía a esas alturas detenerlo: la duda. La duda que le acompasó el trote, la duda que le hizo detener en la aldea siguiente, y en la siguiente, y en la siguiente, en la que se creyó enamorado de una mujer moabita con la que vivió hasta terminada la guerra”

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MAULLIDO DE GATO

Durante las cruzadas las deserciones por amor eran comunes. Hay que ver cuántos entusiastas guerreros se fueron quedando a formar hogares a lo largo de los caminos hacia santas tierras, en las que tanta lucha y tremolina hacía que las mentes se volvie-ran un poco susceptibles a inventar toda clase de fantasías, como la que Fray Bar-tolomé jura como verdad cada vez que lo cuenta. Sucedió que cierta noche, estando en el monasterio bajaba las escaleras con cuidado de no tirar la leche que llevaba en una taza. Aquellos habían sido sucesos ex-traños. Primero, los golpes insistentes en la puerta del convento, luego el bebé. Des-pués de todo, el que el prior se encontrara de viaje, resultó muy bien. Fray Esteban, con su carácter tan variable habría sido capaz de enviar a un novicio por el bos-que con la criatura, buscando a la madre. El portero lo había encontrado. Al abrir la puerta y mirar al patio dio con él, pequeño y desamparado, envuelto en raídas man-tas. Desde el otro extremo del pasillo lle-gaba hasta él cada vez con mayor claridad

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su desesperado llanto de hambre. Los tres frailes que en ese momento se encontraban en el convento habían rodeado, presos de curiosidad, el pequeño bulto que no cesa-ba de agitarse y llorar, con su redonda cara que recordaba a la luna y sus separados ojos. Fray Bartolomé de pronto recordó una plática que había escuchado siendo un adolescente en su aldea. Su madre y su tía hablaban en voz baja sobre el nacimiento de un bebé que lloraba de manera extraña.

Con el paso de los días, la inquietud de los parientes de aquel niño había aumenta-do pues notaron también en él rasgos ga-tunos. Y fue por eso que los atemorizados aldeanos echaron a la madre y al hijo del lugar, pues por las noches el llanto del bebé atraía a infinidad de gatos que reunidos afuera de su casa maullaban, produciendo un coro en el que perfectamente se mez-claba el llanto del pequeño. ¿Porqué aho-ra volvía a su mente ese recuerdo? Mucho tiempo estuvo presente en él pero al tomar los hábitos sus superiores le habían orde-nado apartar de sí los pensamientos que le impidieran su trabajo. Y éste le turbaba tanto que así lo hizo.

Recorrió el angosto pasillo y al mirar por

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una de las ventanas notó unas pequeñas fi-guras en el patio, buscó y encontró con la vista un gato oculto parcialmente tras un arbusto, el llanto del bebé seguía y él reanu-dó su cuidadoso paso hasta al salón, enton-ces unos arañazos a la puerta principal le hicieron detenerse. ¿Qué era aquello? ¿Se-ría posible que la situación lo hubiera pues-to nervioso? Era cierto que una circunstan-cia así no era muy común y no podía evitar sentirse inquieto. ¿Era el llanto?... ¡¡era el llanto insistente el que lo turbaba!!, ¡¡era igual al maullido de un gato!! El recuerdo vino a él. Había escuchado toda la plática. Se hablaba de un tipo de gato enorme y sal-vaje que meses antes había atacado a esa mujer de la aldea y … prefería no recordar. Los ruidos en la puerta cesaron y el fraile se asomó de nuevo a la ventana, esta vez en el patio una docena de gatos miraban hacia el ventanal del salón desde donde el llanto se oía. De pronto, un estrépito lo impulsó a apresurar su paso y a abrir violentamente la puerta del salón, donde tres asombrados frailes miraban boquiabiertos al descomu-nal gato que salía por la ventana llevando en el hocico un envoltorio, y en él, a la pe-queña criatura que no dejaba de llorar.

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GALLINA EN AGUA

Llanto de criaturas o gatos no se oye en la pequeña casa de Helena, razón por la cual tiempo le sobra para ocuparse tan sólo de mantenerla total y absolutamente limpia. Sus días pasan entre movimientos casi desesperados de escobas y sacudidores que gasta con la misma rapidez con la que friega el piso y tiende camas. Para ella todo es iniciar el día plumero en mano quitando hasta la última mota de polvo que pueda haber. Descrita así, no nos extrañe su proceder siguiente: a la cocina de Helena ha estado entrando una gallina; los muros de la casa no son altos, el techo es de tejas, con capisayo y todo. Todas las mañanas una gallina roja y gorda brinca al tapanco y de ahí al trastero de Helena. Es una gallina del corral de la vecina, y camina cacaraqueadora entre las tazas con sumo cuidado, dejando sus huellas de tierra sobre las almidonadas carpetas. Helena agita las manos y palmotea para espantarla, entonces el ave brinca tirando al piso dos de los cuatro platos de barro que se han salvado de su incursión anterior. Un

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aleteo para mantener el equilibrio ¡y a su corral! dejando atrás una nube de gorupos flotando sobre los tepalcates. Hasta ahora Helena ha tenido paciencia y se ha limitado a barrer los pedazos de sus trastos mientras se queja para sí. Sólo que ayer… ayer alguien le hizo una sugerencia.

Es la hora y Helena espera a su visitante parada muy quieta junto al trastero, con la espalda pegada a la pared… casi no respi-ra, entre sus manos tiene un pequeño rebo-zo. Se oye el batir de alas ¡ahí está! tranqui-la, oteando hacia la cocina, desde el muro.

De un brinco, la gallina logra ponerse sobre el mueble y empieza su cuidadoso andar entre los trastos. Helena espera unos segundos a que su visitante se sienta tran-quila y ¡sobre ella! alzando en alto el rebo-zo a manera de red.

Ha pasado una hora y en la cocina de Helena reina un suave olor a caldo de ga-llina.

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JURISPRUDENCIAENTRE COMILLAS

A quienes cometen éstos pequeños delitos la ley no los persigue, porque pasan a ser sólo hurtos domésticos que con el tiempo se olvidan. En cambio se sabe de un caso en el que la denuncia debió hacerse ensegui-da antes de que se “enfriaran” los hechos. Y a eso se enfilaron, Luis y una indignada señora “de la alta” en la parte delantera de su automóvil, junto al chofer, lugar que jamás había ocupado, pero que esta vez fue necesario pues el hombre de la silla de ruedas hace lo menos tres meses que no se baña . Ventanillas abajo, ella peleándole al viento su negro velo, llegan a la nunca an-tes visitada delegación, ellos, cada cual en su mundo han vivido siempre dentro de la ley. Luis dedicado a descargar camiones en el mercado, el hombre de la silla a pe-dir limosna y la señora de la alta a gastar el dinero que su marido le da. Ahí está ya esperando el heterogéneo cuarteto pues también está el chofer. Lo que ameritó su incómodo viaje hasta ahí fue lo siguiente:

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como tantos otros días la señora de la alta con su elegante traje negro y grandísimos tacones paseaba por el portal. La señora deja su automóvil justo enfrente. Mejor di-cho, chofer y lujoso automóvil la esperan enfrente. La escena es cotidiana, Luis em-pujando al hombre de la silla y colocándo-la junto a un pilar, ella acercándose por el portal, el chofer encendiendo el motor del auto, ella abordando.

Sólo que el día de hoy un hampón salido de no se sabe dónde le ha arrebatado el bol-so y el collar que la señora llevaba al cuello.

En rápida decisión el chofer resolvió lle-var a los tres ante las autoridades para que rindieran declaración del atraco. Luis y el hombre de la silla en calidad de testigos.

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TRANSMUTACIÓN

Y se levantó el acta. En la oficina policial se empezaron a tomar todos los datos del asalto, la víctima que hasta entonces se ha-bía mantenido serena, desahogó su llanto sobre el hombro de un incómodo escriba-no. Un poco sí se tardaron en atenderlos, porque no se encontraba el formulario que se llena en estos casos. Lo primero que el agente encontró mezclado entre los papeles de su escritorio fue un interesantísimo tex-to el cual le tomó sólo un minuto leer pero media hora en comentar y hacer conjeturas sobre su origen con sus demás compañeros. El texto amarillento fue pasando de mano en mano. En voz alta y para todo el que qui-siera escuchar, una secretaria leyó: “El que esto escribe, Yo, el que durante trescientos veintidós años ha llevado por la vida este extraño nombre, y cansado de vivir, hilva-no éstas letras que formarán la carta con la que quiero despedirme. Hasta ahora mi es-tancia en este castillo ha sido sólo de espera pues la única necesidad que me apremia es encontrarme preso de mi tumba, en el lugar donde nadie pueda hacerme trabajar

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en cosas tales como conseguir serpientes parlantes. Frascos y líquidos tengo, frascos y líquidos entrego a la única amiga que en estos mis postreros momentos me asiste. Edeltrudis, tu valentía para atravesar toda Polonia usando ropajes de caballero guia-da sólo por el afán de conocerme significa-ron para mí hasta hace unas semanas, más que la eterna compañía de Tufus, el brioso corcel que cayó muerto justo a la puerta de este almenado castillo.

Cuando esta gris nube que observo desde mi torre cubra la ensangrentada luna entrarás como todas las noches tra-yéndome la cena. Como todas las noches la dejarás sobre la mesa y buscarás luego en ella la última anotación que te indique que algo nuevo he descubierto. No habrá nada. No habrá nada, no porque mi traba-jo de hoy haya sido en vano. Te digo Edel-trudis que no lo fue. El de hoy, iniciado apenas voló el último búho, ha sido el me-jor. He conseguido la fórmula. Y así como a mi mente ha venido, en un instante de lucidez perfecta, así he comprendido que nunca jamás a nadie la entregaría. A ti me-nos que a nadie.

Hace unas semanas que un extraño

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sueño me persigue, hace apenas dos noches que lo he comprendido. En el sueño estás tú, en un pequeño salón, sentada ante una cuadrada mesa, diecisiete personas más te acompañan. Se escucha a lo lejos un salterio. Hablan, nunca sé lo que dicen, sólo se hacen claras las palabras cuando uno de los presentes hace notar que algo brilla en tu frente, algo que no se explica lo que es. Yo sí lo sé. En tu frente luces la marca de los enemigos de la alquimia.

Edeltrudis, cuando esta noche corras el cerrojo de mi celda, será el último que mis oídos escuchen. Se perderá en el aire su eco y con él la fórmula que persigues”.

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LA CONSULTA

Así eran los humanos de la antigüedad, siempre empecinados en convertirlo todo en oro o en vivir eternamente. A mí nun-ca me han preocupado esas cosas, yo soy más espiritual -dije mientras me reacomo-daba en el diván-. El maestro me observó largamente. Lo que tienes es horror -dijo- horror a que se conozcan tus embriones de pensamiento. Pues sí. Tenía razón. No era miedo sino horror a que se conociera el modus operandi de mi pensar. Así que el escrito que le presentaba era una mezcla de tachones y luchas entre la palabra y el pen-samiento. Lo había adornado, sí, pero sólo para proteger la imagen sana que de mi mente se tenía. De lo más normal -me con-sideró- y me envió tranquila a casa. Así que me levanté del diván de Poe, tomé los apre-tujados textos, los ordené ligeramente, me despedí y salí a la calle donde la vida pa-recía abrir paso a una transeúnte diferente, la abandonada por la sonambulez que me había hecho solicitar cita con el maestro. Una cómoda banqueta me hizo señas y me acomodé para verle sangrar por una grieta.

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Segundos después releía : “Cuando Feudus no podía más que de-

jarse llevar por la imaginación, se dejaba. Se despojaba de su estado etéreo para con-ducirlo a Él de paseo, a lugares tan despe-rimetrados como un llano de llanto”.

-¿Llano de llanto? –dirán ustedes. -¿Llano de llanto? – diré yo.La ignorancia sólo será cosa nuestra,

pues los protagonistas saben reales las agrias abejas y los blancos murciélagos, la venenosa piel del conejo y el rebaño de sa-pos que dócilmente regresa a su redil. Nu-bes de papel picado por el granizo y graz-nidos de vaca, son para ellos naturales. Así que volvamos al estancado llano de llanto. “Ese estancado llano de llanto es producto de las tardes en que lágrimas, cual cásca-ras de cielo, secas como ordeña de gigan-te nuez, cayeron en racimos, azules como nadie nunca jamás ha visto, calientes como tierra de invierno. De esto hace ya mucho tiempo, cuando el conocimiento de las co-sas era más simple y se decía “lo que es , es” y sin más se aceptaba. Pues bien, sobre este llano caminan, Él, que puede, sombri-lla en mano, chasqueando bajo sus pies las gotas, multiplicando bajo ellos lágrimas”

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-¿Hacia dónde se dirigen?- dirán uste-des.

-¿Hacia dónde? –diré yo. Y para evitar la incomodidad de la falta de

respuesta a unos y a otra, seguiré leyendo:“Caminan sin prisa. Feudus delante, al-

zando ligeramente las patas por el picor que le produce la sal. Contemplando a dis-tancia la estela que producen sus pasos se diría que el timonel conduce sin dejar de mirar hacia atrás. Mirémoslos una vez más para advertir la confianza con la que Él se deja llevar, luego la noche se levantará y como la oscuridad no va con ellos, se de-tendrán para dormir. Primero uno, luego el otro, contando sus pestañas mutuamente.

Cuando Feudus cuente, resoplará sobre su cara con la violencia que le producirá el recuerdo de lo que sabe ocurrirá en el sueño. Algunas veces, como ahora, ha sentido unas ganas irreprimibles de ladrarle, pero el temor a despertarlo lo detiene. Sigue contando pestañas adivinando bajo ellas el correr de árboles cauce abajo, la enraizada agua de cabellos subterráneos y el aleteo constante de una idea en su red. Entre la catorce y la veintiocho ha creído notar un peligroso parpadeo o tal vez

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un pequeñísimo insecto enredado. Con impertinente grito, una sirena se queja a lo lejos, entonces cubre sus orejas para evitar la necesidad de hacerle coro, frota un poco su hocico y se lame una pata. El tiempo en que Él duerme le da confianza y se permite jugar con una oruga, marcarle brecha con la pezuña y atajarle con la pata. Cuando se ha cerciorado una y otra vez de la cuenta de pestañas se estira un poco y luego tiende su cuerpo.

Él despierta justo cuando un sueño aso-ma su tierna cara al doblar la esquina. Des-pierta porque a éste ya lo conoce. Es el sue-ño blanco y negro, el de frías manos, el que aparece cuando camina sobre cáscaras de nuez, en el que se siente cansado por haber dado muerte a un Feudus que se rehúsa a dejar de respirar”.

Y sin embargo -me dije acomodando las piernas sobre el arroyo de la calle- a esto se le debería prender fuego. No importa lo que el maestro opine. Que arda y desapa-rezca, que si alguien quiere lo envase pero sólo para enviarlo a la casa de Pandora.

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VERDENUBE

Todas las gotas almacenadas en el cielo caían sobre el reseco patio de Julia. Y le habría ve-nido bien a su vida ver caer también la an-terior botella, con Feudus respirando dentro, pero no, sólo caían en su reseco patio gotas. No eran jóvenes sus ojos pero con el mismo asombro de ver llover por primera vez era que miraba el casi diluvio sobre su patio. Y es que el agua era verde. Y olía a podrido. Si Ju-lia contaba setenta y seis años y no había visto llover desde sus veinte, entonces esas nubes habían guardado su agua durante cincuenta y seis años. Tal vez por eso tenía ese color y caía pesada sobre la tierra, que más que agra-decer, se quejaba, porque la aplastaba con su textura viscosa y la cubría formando una plasta verdinegra que era imposible absorber. Los matojos amarillentos que habían podido resistir tanta sed quedaron pronto cubiertos y se tornó hediondo el seco patio de Julia. Era como su madre lo había imaginado una vez, cuando las lluvias tardaron cien días.

Julia-había dicho su madre- mira que, Dios no lo quiera, se tarde tanto la lluvia que nos llueva agua vieja. Y las dos habían reído la ocurrencia.

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EL TENDEDERO

El momento feliz se había prolongado eter-namente, porque tanta agua pestilente les hizo recordar a Carmelita –por aquello de los floreros- y su “Pues mira, todo marcha peor. Dijiste que viniera en caso de que eso pasara. Es el caso, pues la vecina no ha de-jado de usar el tendedero que nos corres-ponde. He estado recordando lo que dijiste la primera vez que lo encontramos ocu-pado por su ropa; dijiste que la descolgá-ramos y se la lleváramos para decirle que estaba cometiendo un error y que el tende-dero que usaba era el nuestro. Amable so-lución. Digna de tu carácter. Pero ya han pasado cincuenta años y ella ha seguido cometiendo el “error”, nuestro tendedero ha sentido mojada y seca la ropa íntima y no tanto de una vecina joven, no tan joven, casada, divorciada y de la tercera edad y han sido innumerables las formas por no-sotros inventadas para que ella dejara de hacerlo. Lo último a que me ví obligada, fue a llamar al síndico municipal. Un joven muy simpático, pero tonto a más no poder. Se marchó después de recorrer con su dedo

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índice una sábana que ondeaba casi seca. “ Pero Carmencita, ¿no le sirve medio tende-dero?”. Y vengo con el coraje atravesado, te traje crisantemos. La florera me dijo que son nuevos, como recién cortados. No de-jes que se lleven tus flores, Antonio, cuída-las que bien caras que salen.

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ALGO GORDO

La florera de marras tiene la insana cos-tumbre de mirar hacia adentro de todas las puertas y ventanas que encuentra abiertas a su paso. Vendedora callejera, oportuni-dades le sobran. Ahora atisba en la ofici-na policial. La oficina policial estaba vacía cuando trajeron a otros tres, otros, no los de páginas anteriores. Bastaron sólo dos representantes de la justicia y una patrulla para hacerlos comparecer, son gente tran-quila, pacífica, pero aún entre estas per-sonalidades se da el mentir. Y fue lo que ellos hicieron. Los tres habían mentido en sus declaraciones, lo sabían, pero desde el primer momento y durante todo el tra-yecto habían disimulado y se preguntaban entre sí cuál era el motivo del arresto. La primera, mujer bajita y de mediana edad lo había hecho con relativa facilidad, el men-tir había sido para ella sólo decir que no, que lejos de ella tal cosa. El segundo había dicho que no, pero mientras lo hacía había mirado a la izquierda. El que siguió en la mentira aseguró que él sólo estaba ahí por casualidad. Y resultó que los dos agentes

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del orden los conocían, los conocían sí y bien que sabían que todos estaban metidos en algo gordo. Y ahí sentados, sintiendo los blancos paquetes de polvo en sus estóma-gos, esperan pacientemente.

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UN JUVENAL

La paciencia es también una cualidad que tiene Juvenal Peñaloza. Juvenal es un hom-bre que sigue a pie juntillas el Manual de Carreño. No escupe en la calle y no maldi-ce. Juvenal Peñaloza es un pueblerino al que todo el mundo quiere, ya que va por la vida diciendo verdades y vistiendo de-centemente. Así que si algún Juvenal Pe-ñaloza está leyendo esto, puede continuar con confianza, lo que de él aquí se contará es algo común y corriente, de un individuo común y corriente que trabaja honrada-mente y no se entrega a las bajas pasiones. Este Juvenal Peñaloza es empleado en un gran almacén de ropa de la ciudad. Sección corbatas. Lleva ya quince años mostrando todo tipo de ellas. Durante este tiempo se han hecho angostas y anchas y han lucido los más variados estampados. Hoy es un día como cualquier otro, excepto porque está viendo entrar por la puerta del alma-cén a un viejo conocido con el cual, siendo joven formó un mariachi. De regular acep-tación en las cantinas del pueblo, había lo-grado mantenerse hasta que Juvenal leyó

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el aviso en el que el almacén solicitaba sus servicios como vendedor de corbatas. Digo “sus” servicios porque le bastó leer los dos primeros párrafos para saber que aquello era para él. Así que finiquitó el mariachi, se despidió de su padre, tomó el primer camión para la ciudad, fue aceptado en el almacén y hasta ahora ha vivido feliz. Pero volvamos al aquí y al ahora. Juvenal está viendo llegar por la puerta del almacén, al viejo conocido -violinista del mariachi, por si alguien pregunta- el cual le había acom-pañado en la etapa aquella en la que una terrible depresión le abatía.

Gran amigo. Preocupado como el que más, habíale conseguido toda clase de reme-dios, la hierba de San Juan, el jugo de Noni y las Algas Spirulinas. A punto estuvo el violi-nista de viajar a la Polinesia para conseguirle la muy rara y escasa Kava. Gran amigo en-tonces, de ésos que ya poco se encuentran. Es verlo y sentir una gran alegría, recordar los musicales y pasados tiempos e invitarlo a comer. Y hacia el comedor más próximo se dirigen. Juvenal y el violinista están saliendo del almacén muy sonrientes y felices. Antes de perderse entre la concurrida calle Juvenal se vuelve para decir “es todo”.

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ESTÓMAGOS VACÍOS

Aquellos otros de la oficina policial no se nos han olvidado. Ya es tarde y los encarga-dos del orden han hecho los trámites perti-nentes para hacer evacuar las mercancías. Que no se olvide que las mercancías son blancas y que reposan en los estómagos de aquellos tres. Una mujer policía se acerca a éstos que ya desfallecen de sed y les ofrece una bebida refrescante. Sólo la uniformada y los uniformados saben que también re-sultará purga. Tranquilamente se despa-chan las bebidas que desbordan de los va-sos. La mujer de uniforme consulta su reloj una vez bebidos los últimos tragos. ¿Cuán-to más tendremos que estar aquí ? Pregun-ta la mujer bajita y de mediana edad. Una media hora nomás. Caras de tranquilidad y la uniformada se retira.

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PUNTOS LIGEROS

“Con cuidado… sí, a la derecha, un poco más… sí, junto a la “a”. El punto ha sido colocado, se me pide la firma de confor-midad y los instaladores salen. Observo el resultado. Desde el perfil izquierdo, desde el derecho, a contraluz… el razonamiento no es claro pues me aqueja un dolor de ca-beza producto de un reciente e inesperado golpe. Me dirijo al refrigerador, busco la oscura bebida, añado hielo y regreso. Me pregunto si no me habré precipitado. Ante-riores experiencias me han llevado a pedir “puntos ligeros, de los más ligeros que ten-ga” para poder moverlos a placer. Y es que no es lo mismo querer cambiar de lugar un punto de los caros que uno de regular pre-cio pero que se puede mover fácilmente. La bebida aún no se ha acabado y éste ya ha tenido tres ubicaciones diferentes. Junto a la primer narración no. Antes de que termi-nen las cruzadas tampoco. Mucho menos pasadas las primeras veinte cuartillas, por-que algo falta. He dado el último trago a la bebida y dejo el vaso sobre el escritorio para suspirar y hacer el último intento; arrastrar

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el punto hasta la cuartilla cuarenta y ocho, no sin antes añadir palabras que llenen las veinte cuartillas faltantes. El resultado es inquietante. No habría querido hacerlo pero tomo la guía telefónica del primer ca-jón del escritorio y deslizo mi dedo índice por la letra “F”. Segundos después se me oye solicitar un Fin a domicilio.

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FINESLos Fines están siempre muy ocupados, pero viven relativamente cerca. Hice el lla-mado y uno de ellos acudió con rapidez. Sus condiciones son simples: a pedido suyo fueron reunidos en un salón todos los inte-resados, sería llegar y encontrar ya a todos reunidos. Facilitar pues el trabajo. Además por motivos jerárquicos que ya todos cono-cemos, lo dicho por él debería aparecer con letra mayúscula. En el blanco y rectangu-lar salón está todo listo. Se ha pedido más nube a la florera para contrarrestar el olor a pescado que despiden los primos gemelos. Lancelot y Romelia se deslizan ágilmente entre los invitados repartiendo tazones con reconfortante consomé de gallina. El Fin ha llegado muy elegantemente vestido; usa guantes blancos.

MUY BIEN, PRIMERAMENTE HABLE-MOS DE LO QUE NECESITA …¿PUEDO INSTALARME LIBREMENTE O HAY QUE TRABAJAR UN POCO ANTES?...SEA SINCERA.

Sí… pues mire yo…

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ENTIENDO, NECESITA AYUDA…¿QUÉ TENEMOS?

Pues mire, hay dos primos gemelos.

¿PRIMOS GEMELOS?

Sí, gemelos entre ellos y primos de éste que está aquí muerto, Eleuterio, quien cayó del segundo piso del hotel cuando visitaba a éste otro, Ruti.

SÍ… MUY BIEN, ¿ELEUTERIO Y RUTI…?

Sí señor, Eleuterio y Ruti.

BIEN, AQUÍ HAY ALGO DE QUÉ SA-CAR PROVECHO, QUE PRIMOS GEME-LOS ENCUENTREN LA TUMBA PROFA-NADA, QUE SEA RUTI EL AUTOR DE LA PROFANACIÒN.

Muy bien señor… pero hay un proble-ma, Ruti está en la cárcel por ser sospecho-so de su muerte.

QUE SE FUGUE, ¿UBICÓ AQUÍ EL

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RELATO?

Sí señor.

DESCRIBA UNA CÁRCEL INSEGURA, SERÁ FÁCIL, ¿DE LOS GEMELOS NO DICE MÁS?.

No señor.

DIGA ALGO, ESO DE CREARLOS Y DEJARLOS… MÁRQUELES CIERTO CA-MINO… MÍRELOS, VESTIRLOS IGUAL NO ES ORIGINAL, ES ABURRIDO, NO PUEDO COLOCARME EN ALGO ASÍ, SU-GIERO QUE SURJA UNA RIVALIDAD…HÁGALOS RIVALES Y DESPUÉS ELLOS VERÁN… ¿Y ÉSTE?

Éste es David, señor, compañero de pri-sión de Ruti y aficionado al chat, tímido y...

SÍ SÍ SÍ, NO DIGA MÁS, ENAMÓRELO DE LA COCINERA DEL PRESIDIO, NE-CESITA ALGO REAL.

¡Claro señor! ¡si era obvio!.

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SIGAMOS.

Sí, mire ella es María, durante un tiem-po ha estado también en lo de las redes so-ciales y luego se inclinó por la lectura, sólo que un mal libro la ha desilusionado y ade-más sufre de...

¿LO DE LAS REDES SOCIALES TIENE MOTIVO?.

No señor.

¡¡DÉLE ALGÚN MOTIVO!! ESTOY NO-TANDO, CON TODO RESPETO, QUE DEBIÓ TRABAJAR MÁS ANTES DE LLAMARME, NO ES POCO LO QUE LE FALTA A ESTO. MÁS QUE UN FINAL LO QUE SE NECESITA AQUÍ ES UN ES-CRITOR, ¡¡¡UN ESCRITOR QUE TENGA A TODOS CONFORMES Y ME RECIBAN CON AGRADO!!! DISCÚLPEME PERO ES LO QUE CREO, AQUÍ USTED NO HA TRABAJADO BIEN SUS PERSONAJES, ESTÁN SUELTOS, COMPLETAMENTE A LA DERIVA… PERO NO SE APURE, PARA ESO ESTOY AQUÍ Y SI ALGO TODAVÍA NO ESTÁ LISTO NO ESTÁ, SUCEDE A

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MENUDO; MIRE, A MARÍA REGÁLELE ÉSTE CUENTO UNA VEZ TERMINADO.

Gracias señor, muy amable. SIGAMOS… ¿ÉSTO DE AQUÍ TAM-

BIÉN VA?

Sí señor, este ángel cobra vida y toca la trompeta.

MUY BIEN, ¿PORQUÉ TOCA? .

¿Perdón señor? .

¿PORQUÉ TOCA LA TROMPETA EL ÁNGEL?, NO ME VA A DECIR QUE ASÍ NADA MÁS PORQUE SÍ.

Bueno, el ángel toca porque padece una

posesión satánica ¿le parece bien?.

TRILLADO, MUY TRILLADO; ORIGI-NAL SERÍA SI TOCARA NADA MÁS POR CAPRICHO, QUE CANSADO DE QUE LE DIJERAN A QUÉ HORA TOCAR, ÉL TOCARA A LA HORA QUE QUISIERA, PERO BUENO, PONGA ESO ASÍ

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Y NO REPARE EN DESCRIPCIONES DE LA CUESTIÓN SATÁNICA, MIEN-TRAS MÁS SATÁNICA MEJOR… ¿ÉSTE NIÑO?...

Este niño es Hebert, ¡¡Hebert, escupe esas píldoras y saluda al señor Fin!! a He-bert lo hice adicto señor, pero es un buen chico, incluso ha incursionado con éxito en la literatura, pero por lo mismo no le resul-tó bien.

¿Y LA SEÑORA?

La señora es su abuela.

BIEN, PUES PARA DAR UN MENSA-JE POSITIVO, QUE ES LO QUE QUERE-MOS, ¿PORQUE ES LO QUE QUEREMOS VERDAD?

Sí señor.

PUES PARA DAR UN MENSAJE POSI-TIVO ESO LO DEJAMOS ASÍ .

Sí señor, ¿y a la abuela? .

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A LA ABUELA DÉJELA SEGUIR DURMIENDO, QUE BUENA FALTA LE HACE… ¿LAS SEÑORAS?...

Las señoras son Ruth y Constelación, en realidad ellas… con ellas estoy conforme, no creo que lo necesiten.

MUY BIEN, SIGAMOS ENTONCES, ¿Y AQUÉL GRUPO DE ALLÁ?

Aquellos son amigos de relleno.

¿ Y EL MONJE SENTADO EN EL RINCÓN?

De él hablaremos más tarde si le parece, porque sufre mutismo, hoy está un poco mejor y me gustaría que escuchara de su voz un relato increíble.

¡¡ NO ME DIGA QUE ESTÁ EL MAES-TRO POE!!.

Sí, el maestro accedió a venir amable-mente, ¿lo conoce?.

¡¡ PERO CLARO!! HEMOS TRABAJADO

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JUNTOS EN INFINIDAD DE OCASIONES.

Lo molesté para una consulta profe-sional, usted sabe… el momento de crisis creativa.

¡¡MAESTRO ÉDGAR QUÉ GUSTO VERLO!!... Y DÍGAME, ¿NECESITA AYU-DA CON EL HOSPEDAJE DE TANTA GENTE? SI ES ASÍ YO PODRÍA

CONSEGUIR PARA EL MAESTRO POE UNA HABITACIÓN EN EL HOTEL DE PEDREDRÍAS.

Gracias, todo está bien.

¿ÉSTAS DOS MUJERES TAN DIVERTI-DAS?

Julia y su señora madre, mujeres simples que ríen de cualquier cosa, para ellas tengo dispuesto algo de último momento: la lo-cura hará de ellas su presa por vivir en un mundo tan pequeño… es que la simpleza lleva a eso ¿no cree? Sigamos pues…¡shito, shito! ¡¡A un lado!! ¡¡a un lado!!

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¿TRABAJÓ CON ANIMALES? DIFÍ-CIL, MUY DIFÍCIL, SI ES SU PRIMER EN-CUENTRO CON ELLOS ESPERO QUE LOS HAYA HECHO HABLAR, PARA FA-CILITAR EL TRABAJO, NADA COMO HACERLOS PARLANTES.

Sí, perros, gatos, caballos, búhos y ser-pientes pero no fue gran cosa, sigamos por aquí. A éste señor se le ha tenido que traer así, con reclinatorio y todo. Atropelló a su mascota con su auto y se ha impuesto esa penitencia.

CUANDO ENCUENTRO ESTE TIPO DE PERSONAJES NO ME ATREVO A MOLESTARLES, DEJÉMOSLE UN POCO A VER QUÉ SUCEDE, LOS HAY QUE AL INTENTAR QUE VUELVAN EN SÍ SE TORNAN VIOLENTOS.

Muy bien, señor, lo dejamos entonces…acá estos dos señores… pueblerinos que no dejan de repetir una historia de cadáveres sin cabeza.

¿SÓLO ESO? AMIGA MÍA, PUES ES-CRIBA PARA ELLOS UNA Y OTRA VEZ

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LO MISMO, YA SE CANSARÁN Y HA-BLARÁN ENTONCES DE LO CARO QUE ESTÁ EL PAN BOLILLO.

Muy bien, sí. Ellas son Carmencita y He-lena. La primera es una viuda con bastante tiempo libre, Helena es una obsesiva de la limpieza, para ella tengo pensada la com-pra de una aspiradora, Carmencita será quien las venda.

Los de allá esperan turno en el baño, señor, los policías son sus custodios. No quisiera tener que volver con ellos, porque presiento que al hacerlo tendría que entrar también al baño y describir cierta evidencia.

¿NADA AGRADABLE EH? PERO NO SE META EN ESOS TEMAS SI DESPUÉS NO LE VA A GUSTAR EL RUMBO QUE TOMEN, ADEMÁS RECUERDE QUE A LOS PERSONAJES SE LES GUÍA PERO TAMBIÉN SE LES DA CIERTAS LIBERTA-DES, QUE SIGAN SU PROPIO RUMBO. USTED LOS NOMBRA Y ELLOS SABRÁN CÓMO ACTUAR. CRÉAME QUE SON TAN AUTÓNOMOS A VECES QUE A MÍ MISMO ME RESULTA DIFÍCIL ATAJAR-

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LOS. MMM… SIGAMOS… ¿ESTE HOM-BRE TAN ABURRIDO?

Mmm... Juvenal… Peñaloza, creo.

¿JUVENAL PEÑALOZA EL DE NICO-LAI CURTMAN EN “FILOSOFANDO CON JUVENAL”?

¡No! Éste es un Juvenal Peñaloza muy corriente, vendedor de corbatas ¡figúrese usted si sabrá de Filosofía!

PUES SIENTO DECIRLE QUE EN ESTE MEDIO YA HAY UN JUVENAL PEÑA-LOZA Y NO SE PUEDE BAUTIZAR UN PERSONAJE CON UN NOMBRE QUE YA EXISTE.

Le digo que no es el de Curtman. A Curtman nunca lo he leído y en todo caso se trata sólo de una coincidencia.

DESAFORTUNADA COINCIDEN-CIA QUE DEBE REMEDIARSE, AMIGA MÍA PORQUE DE LO CONTRARIO ME VERÉ OBLIGADO A DAR PARTE A LA ACADEMIA.

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¡Pero señor!, si es un personaje tan insul-so por el que fácilmente se puede saltar del capítulo diecinueve al veintiuno, …¿no po-dríamos llegar a un arreglo?

¡¡¡ME OFENDE Y SE ARRIESGA MU-CHO, AL HABER EN ÉSTA SALA REPRE-SENTANTES DE LA LEY!!!

Sí, sí, pero baje la voz, calma, yo pro-meto quitar lo de éste aburrido vendedor, ¡quién lo dijera! ¡venir a tener problemas por quien menos se piensa! Entonces sería todo señor, sólo hay cuatro personajes au-sentes, se justificaron con un citatorio judi-cial, creo que para ellos esto todavía puede tardar.

¿ES TODO ENTONCES? ¿Y AQUE-LLOS PERSONAJES DE ANACRÓNICAS VESTIMENTAS?

Son cruzados, cruzados y alquimistas.

¿JUNTOS EN UN SOLO TEXTO?

Mmm no precisamente, digamos que a páginas de distancia.

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NADA MÁS INTELIGENTE, UN CHO-QUE ENTRE PERSONAJES TAN OBSESI-VOS Y APASIONADOS, PODRÍA RESUL-TAR FATAL.

Sí, así es... sin embargo, mírelos…

¿Y CON ELLOS TODO BIEN?

Sí señor, todo bien, Edeltrudis, la chica que usa ropas de caballero está con ellos.

BIEN… ENTONCES CON SU PERMI-SO ME RETIRO, VOLVERÉ CUANDO HAYA HECHO ESOS ÚLTIMOS CAM-BIOS… ¡¡SEÑOR OBISPO, TANTO GUS-TO!!… PERO AMIGA… ¿TAMBIÉN CON LA IGLESIA TIENE PROBLEMA?

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Pasadizos:Cuentos de enredadera

de Lourdes Garibay Rubiose terminó de imprimir en noviembre de 2013

en los talleres de Gráficos Morenoubicado en Vicente Santa María #749

colonia Ventura Puente, C.P. 58020Morelia, Michoacán

La edición consta de 1,000 ejemplares y estuvo al cuidado del autor y el Departamento de Literatura y Fomento a la Lectura.

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