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PARODIA, CREACIÓN CERVANTINA Y TRANSGRESIÓN IDEOLÓGICA: EL EPISODIO DE BASILIO EN EL QUIJOTE Augustin Redondo Los capítulos 19-21 de la Segunda Parte del Quijote, los que corresponden a la aventura de las bodas de Camachb, son muy conocidos, y sobre ellos han escrito varios críticos. 1 No obstante, si bien se valora generalmente la burla de Basilio, que permite el triunfo del amor —Amor vincit omnia—, 2 no se insiste sobre la complejidad del episodio correspondiente en que la creación cervanti- na se apoya en la parodia —entendemos por parodia la imitación burlesca, inversora de perspectivas— de diversas tradiciones (entre ellas la del tema pastoril) y en el contexto histórico, lo que permite una significativa transgre- sión ideológica. Son pues estos aspectos los que deseamos examinar en este trabajo, porque nos parecen ilustrativos del proceso de elaboración puesto en obra en el segundo Quijote. A primera vista, y mientras no llega el desenlace ocasionado por la actua- ción de Basilio, el lector tiene la impresión de asistir —en la línea de la Gala- tea— a la aparición del motivo pastoril (que aflora varias veces en la obra, tanto en la Primera como en la Segunda Parte), vinculado a un característico proceso de melancolía amorosa, con las funestas consecuencias provocadas por ésta. Recuérdese, en efecto, que, después del episodio del Caballero del Verde Gabán y antes del de la cueva de Montesinos, don Quijote y Sancho van a asistir a las bodas campesinas de Camacho, un rico labrador, con la hermosa Quiteria. A pesar de los amoríos de la moza con Basilio, un apuesto zagal, el padre de la doncella ha decidido casarla con aquél, quien tiene más hacienda que éste. 1. Entre diversos estudios, véanse en particular: John Sinningen, «Themes and structures in the Bodas de Camacho's», Modem Languages Notes, 84 (1969), 157-170; Joaquín Casalduero, Sentido y forma del «Quijote», Madrid, ínsula, 1970, pp. 267-277; Stanislav Zimic, «El engaño a los ojos en las Bodas de Camacho», Hispania, 55 (1972), 881-886; Juan Bautista Avalle-Arce, La novela pastoril española, Madrid, Istmo, 1974 2 , pp. 257 ss.; etc. 2. Sobre este tema, véase uno de los últimos trabajos de conjunto: Michel Moner, Cervantes: deux thémes majeurs (l'amour - les armes et les lettres), Toulouse (France, I Ibérie-Recherche), 1986. ACTAS II - ASOCIACIÓN CERVANTISTAS. Augustin REDONDO. Parodia, creación cervanti...

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PARODIA, CREACIÓN CERVANTINA Y TRANSGRESIÓN IDEOLÓGICA:

EL EPISODIO DE BASILIO EN EL QUIJOTE

Augustin Redondo

Los capítulos 19-21 de la Segunda Parte del Quijote, los que corresponden a la aventura de las bodas de Camachb, son muy conocidos, y sobre ellos han escrito varios críticos. 1 No obstante, si bien se valora generalmente la burla de Basilio, que permite el triunfo del amor —Amor vincit omnia—,2 no se insiste sobre la complejidad del episodio correspondiente en que la creación cervanti­na se apoya en la parodia —entendemos por parodia la imitación burlesca, inversora de perspectivas— de diversas tradiciones (entre ellas la del tema pastoril) y en el contexto histórico, lo que permite una significativa transgre­sión ideológica. Son pues estos aspectos los que deseamos examinar en este trabajo, porque nos parecen ilustrativos del proceso de elaboración puesto en obra en el segundo Quijote.

A primera vista, y mientras no llega el desenlace ocasionado por la actua­ción de Basilio, el lector tiene la impresión de asistir —en la línea de la Gala-tea— a la aparición del motivo pastoril (que aflora varias veces en la obra, tanto en la Primera como en la Segunda Parte), vinculado a un característico proceso de melancolía amorosa, con las funestas consecuencias provocadas por ésta.

Recuérdese, en efecto, que, después del episodio del Caballero del Verde Gabán y antes del de la cueva de Montesinos, don Quijote y Sancho van a asistir a las bodas campesinas de Camacho, un rico labrador, con la hermosa Quiteria. A pesar de los amoríos de la moza con Basilio, un apuesto zagal, el padre de la doncella ha decidido casarla con aquél, quien tiene más hacienda que éste.

1. Entre diversos estudios, véanse en particular: John Sinningen, «Themes and structures in the Bodas de Camacho's», Modem Languages Notes, 84 (1969), 157-170; Joaquín Casalduero, Sentido y forma del «Quijote», Madrid, ínsula, 1970, pp. 267-277; Stanislav Zimic, «El engaño a los ojos en las Bodas de Camacho», Hispania, 55 (1972), 881-886; Juan Bautista Avalle-Arce, La novela pastoril española, Madrid, Istmo, 1974 2, pp. 257 ss.; etc.

2. Sobre este tema, véase uno de los últimos trabajos de conjunto: Michel Moner, Cervantes: deux thémes majeurs (l'amour - les armes et les lettres), Toulouse (France, I Ibérie-Recherche), 1986.

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Como lo ha indicado algún crítico, el núcleo del episodio hay que buscarlo en La Galatea,3 pero, además, aquí se está perfilando un trágico suceso. Al enterarse del casamiento determinado entre su amada y su rival, Basilio ha sido presa de la enfermedad de amor o, como decían los médicos del Siglo de Oro, de la melancolía erótica, 4 con manifestaciones reveladoras del nuevo esta­do de ánimo: tristeza, apartamiento de la sociedad, ensimismamiento, pérdida del apetito y del sueño, mirada vacía y fija, silencio o habla sin razón concerta­da (19, 180-181). 5 Pronto da «claras señales de que se le ha vuelto el juicio» (19, 180). Basilio se está transformando en un nuevo Cárdeno por razones pareci­das (I, 27-28), y todo demuestra que esta transformación no puede sino desem­bocar en el suicidio, como en el caso de Grisóstomo (I, 13-14).

Por ello, desde el principio, se anuncia el final desdichado del zagal. El estudiante le dice a don Quijote: «el dar el sí mañana la hermosa Quiteria ha de ser la sentencia de su muerte» (19, 181), y el narrador añade poco después, reñriéndose al lugar del casamiento, que en él se habían de «solenizar las bodas del rico Camacho y las exequias de Basilio» (ibídem, 185). Posterior­mente, cuando el matr imonio está a punto de realizarse, aparece el desgracia­do Basilio y se le describe del modo siguiente: «Venía coronado con una coro­na de funesto ciprés» (21, 197), y el mozo acaba los reproches que le hace a la novia con estas proféticas palabras: «¡Muera, muera el pobre Basilio!» (ibídem,

198). No es pues extraño que se le vea precipitarse sobre la espada que lleva­ba escondida en el bastón que empuñaba para darse la muerte y que caiga al suelo ensangrentado y malherido (ibídem, 198). Se está asistiendo a un caso desastrado de amor, o, mejor dicho, de melancolía amorosa, que estriba en ese «mal suceso» que temían los que asistían a la escena (21, 197).

Parece que se trata, según lo sugerido de an temano por el bachiller (19, 179), de una renovación de la trágica fábula de Píramo y Tisbe que ha inspi­rado a tantos poetas de los siglos xvi y XVTI , aunque aquí no muera la mujer amada, o sea, Quiteria. 6 La sorpresa del lector ordinario es pues enorme al darse cuenta de que todo esto no ha sido más que una burla muy espectacu­lar —la teatralidad del episodio es evidente—, ideada por el ingenioso Basilio para alcanzar la mano de la novia. En efecto, al fingir que está al artículo de la muerte y al rechazar la confesión, mientras no se cumpla lo que pide, el presunto moribundo ejerce un chantaje que no puede sino resolverse favora­blemente para él. La pareja y el cura —gracias a la intervención de don Quijo-

3. Véase J.B. Avalle-Arce, La novela pastoril..., pp. 257-258. 4. Véanse: Yvonne David-Peyre, «La mélancolie erotique selon Jacques Ferrand l'Agenais», en Actes

du 97e Congrès national des sociétés savantes, Nantes, 1972, pp. 561-572; id., «Deux exemples du mal d'amour chez Cervantes», Bulletin de l'Association Guillaume Budé, 1982, 383-404; Michèle Gendreau-Massaloux, «Los locos de amor en el Quijote. Psicopatología y creación cervantina», en Cervantes. Su obra y su mundo, Madrid, EDI-6, 1981, pp. 687-697; Augustin Redondo y André Rochon (eds.), Visa­ges de la folie (¡500-1650), Paris, Publications de la Sorbonne, 1981.

5. Utilizamos la ed. de Luis Andrés Murillo, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 2 t., Madrid, Castalia, 1978 (Clásicos Castalia, 77-78).

6. Acerca de la difusión del tema en la España de esta época, véase la introducción de P. Correa Rodríguez —en particular pp. 48-60— a su ed. de Pedro Rósete Niño, Comedia famosa de Píramo y Tisbe, Pamplona, Universidad, 1977.

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te— acceden a la petición del mozo: de todas formas, ya que está expirando, «el tálamo de estas bodas ha de ser la sepultura» (21, 199).

Sin embargo, al levantarse Basilio «con presta ligereza» (ibídem, 200) y al confirmar de nuevo Quiteria su aceptación del mozo como marido, todo va por otro camino. Se invierte la situación, según esa técnica de la rever­

sibilidad, que, en relación con la parodia, desempeña un papel tan importante en la obra. Pero al mismo t iempo se modifica el alcance de la trayectoria narrativa. El inventor de la burla, el industrioso Basilio, gran actor y autor al mismo tiempo, sabe idear una escena, crear una atmósfera, suscitar unas ac­titudes y, semejante a maese Pedro, manejar a los personajes como si fueran títeres, valiéndose para ello, de manera paródica, de una serie de temas y de comportamientos tópicos que le proporcionaban tanto la tradición pastoril como la tradición de la melancolía amorosa.

Bien merecen ser burlados los protagonistas —y los lectores— que se han dejado llevar por la ilusión «realista» —el engaño a los ojos— sin percatarse de la tonalidad burlesca del episodio, o mejor dicho del espectáculo. Y, no obstante, el narrador había introducido varios indicios significativos en el tex­to para que dicha tonalidad no pasara inadvertida.

La llegada de Basilio tiene ya que l lamar la atención por su anormal duración (el zagal no acaba de llegar) y su teatralidad: «Oyeron grandes voces [...] y vieron que las daba un hombre» (21, 197); «Venía coronado [...]», «En llegando más cerca [•••]», «Llegó en fin, cansado y sin aliento [...]» (ibídem).

Mucho cansancio es éste para un recorrido no muy largo y que tanto ha durado. Más adelante, cuando parece que se ha traspasado el cuerpo con el estoque y yace en el suelo, bañado en su sangre, acuden los que han presen­ciado el caso y él «con voz doliente y desmayada» {ibídem, 198), o sea con muy poca voz, una voz que se va debilitando pues da la impresión de que la muerte se está apoderando de él, hasta tener «ya los ojos vueltos, el aliento corto y apresurado» (ibídem, 199), no deja de soltar largas y retóricas parrafa­das de modo que Sancho, con mucha socarronería, no puede menos de expre­sar la extrañeza que le causa lo que está pasando: «Por estar tan herido este mancebo, mucho habla» (ibídem, 200). De la misma manera , al estar tendido en el suelo el zagal y al tener tan poca voz, los que están escuchándole tienen que estar agachados hacia él, aguzando el oído, para captar lo que dice, adop­tando de tal modo posturas ridiculas. La parodia domina pues el episodio, que es fundamentalmente burlesco.

Pero, además, no es ninguna casualidad si Basilio es tan parlanchín. El autor le ha dado en efecto un nombre muy revelador, así como a los otros dos personajes principales, lo que no ha de extrañar cuando se sabe la importancia que la onomástica tiene para los hombres del Siglo de Oro y cobra en el Quijote.1

* * *

7. Según las teorías platónicas, muy difundidas en el Siglo de Oro; y. según la tradición judeo-cristia-na, «el nombre es como imagen de la cosa de quien se dice» (cfr. fray Luis de León, Los nombres de

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Sin embargo, antes de seguir adelante, es necesario l lamar la atención sobre lo que el estudiante le indica a don Quijote acerca del trío, en el capítu­lo 19. No hace ninguna evocación física ni moral de Camacho. Sólo salen a relucir su edad (22 años) y su riqueza, de manera que se le denominará casi siempre Camacho el rico. En el trozo de presentación, el sema {rico/riqueza) se repite nada menos que 5 veces (178-179). Y si bien el bachiller dice que Quiteria la hermosa y Camacho el rico son «para en uno» (178), se está refi­riendo a la correspondencia de las situaciones sociales, aunque quieren algu­nos —añade— que el linaje de ella se aventaje al del novio. Verdad es —co­menta ahora el estudiante— que «ya no se mira en esto, que las riquezas son poderosas de soldar muchas quiebras» (178-179). Con relación a Camacho, ¿en qué consistirán esas faltas, esas lacras? Su liberalidad, a la cual se alude, bien podría ser por lo menos un elemento positivo, pero el bachiller indica en seguida: «es liberal y hásele antojado de enramar y cubrir todo el prado por arriba [...]» (179). Es decir, que esta liberalidad aparece como sospechosa, lo que viene a subrayar todavía más el empleo del verbo antojar.

En resumidas cuentas, lo que caracteriza autént icamente a Camacho es su riqueza, una riqueza presentada más bien de manera negativa, como lo ponen de relieve las figuras alegóricas y las composiciones poéticas del capí­tulo 20 vinculadas al caso (191-193). Ya se comprenderá por qué el novio se llama Camacho. Se trata de uno de esos apelativos burlescos, marcado negati­vamente por el sufijo peyorativo -acho.s Asimismo, en el Entremés famoso de la Mamola, ese mismo nombre lo lleva un verdadero bribón que ha remado durante diez años en las galeras. 9 Y, si en este entremés, Camacho r ima con borracho,10 bien podría r imar con ricacho en el trozo que venimos comentan­do . 1 1 Tampoco se ha de olvidar la sospechosa notoriedad alcanzada por el nombre femenino La Camacha, apelativo de una célebre bruja andaluza que Cervantes había introducido en El coloquio de los perros.

Pero no hay que quedarse en camino. Sabido es que los hombres del siglo XVII gustaban mucho de utilizar la paronomasia y hacer juegos lingüísticos como lo indica Correas y lo ilustra Cervantes en el Quijote.12 ¿Quién sabe si

Cristo, Madrid, BAC, 1959, p. 398). Acerca de la onomástica en el Quijote, en relación con la creación cervantina, véanse nuestros trabajos sobre la gran novela, publicados a partir de 1978, así como la síntesis que hemos redactado: «El Quijote y la tradición carnavalesca», Anthropos, 98-99 (1989), 93-98, especialmente, 96-97 y nota 8 —en que figura la bibliografía correspondiente. Véase, asimismo, Domini-que Reyre, Dictionnaire des noms des personnages du «Don Quichotte» de Cervantes, París, Ed. Hispa-niques, 1980.

8. Según Joan Corominas (Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, 4 t., Madrid, Gre-dos, 1954), art. «Camachuelo» = pardillo, «Camacho pudo ser primitivamente apodo alusivo a alguna peculiaridad corporal de la persona designada con este nombre».

9. Véase Entremés famoso de la Mamola, en Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas desde fines del siglo x\'i a mediados del xvn, ed. de Emilio Cotarelo y Morí, 2 t., Madrid, Bailly-Bailliére, 1911; N.B.A.E., 17-18, I, pp. 68-72, p. 68 b.

10. Ibídem, p. 68 b. 11. Según parece, el término «ricacho» se encuentra por primera vez en el Guzmán de Alfarache de

Mateo Alemán (cfr. J. Corominas, Diccionario..., art. «rico»), 12. Acerca de lo que escribe Gonzalo Correas, véase Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed.

Louis Combet, Burdeos, Instituí d'Études Ibériques et Ibéro-Américaines, 1967, p. 51 b. Véase, asimismo, de qué manera divertida Cervantes utiliza el topónimo manchego Tirteafuera (cfr. nuestro trabajo: «Tra-

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algún que otro socarrón no pronunciaría el nombre del novio con sorna?: «¡Ca! ¿Macho?».13 De ser así, el labrador sería hermano de ese Capacho que aparece frente a Castrado en el cervantino Retablo de las maravillas}"' Después de la burla que le inflige el zagal, y a pesar del doloroso agravio sufrido, Camacho, empujado por don Quijote y el cura, se retira sin mayores dificultades. Esta actitud tan poco viril, en contradicción con lo que implicaba el sentimiento de la honra, ¿no estaría entonces en perfecta consonancia con lo que se acaba de sugerir?

De todas formas, bien se ve que el rico labrador no puede desempeñar un papel de héroe. Éste le corresponde a Basilio. Es decir, que desde el principio se hallan invertidas, una vez más, todas las perspectivas y profundamente modificada la orientación del episodio, pues un Camacho no puede triunfar. Es lo que Sancho indica a las claras a poco de oír la historia de los tres personajes, a pesar de la tonalidad burlesca de su intervención:

[...] nadie sabe lo que está por venir; de aquí a mañana muchas horas hay, y en una y aun en un momento se cae la casa [...]. Entre el sí y el no de la mujer, no me atrevería yo a poner una punta de alfiler, porque no cabría. Denme a mí que Quiteria quiera de buen corazón y de buena voluntad a Basilio, que yo le daré a él un saco de buena ventura [...] [19, 181].

Entre burlas, haciéndose el tonto, Sancho dice muchas veras y adelanta ya esa espectacular y total inversión de la situación.

Los que sí llevan nombres cristianos son los dos enamorados . Para deli­near a ambos protagonistas, el autor ha utilizado la tradición hagiográfica que le proporcionaba la leyenda áurea.

El Flos sanctorum anónimo de 1569 indicaba que Basilio era un «sancto hermitaño», el cual vino a ser un gran orador cristiano, de manera que «ha-blava en su boca una lengua de fuego». 1 5 Unos años después, en una edición renovada de esta obra publicada en 1588, Alonso de Villegas recalca, con refe­rencia a Basilio, las cualidades que han de ser las del buen predicador:

[ha de hablar con fuer9a y] no tornarse perro mudo. Y ha de ser soplo que se despida con fuerca. No al modo de muchos predicadores que son calandrios o canarios [...]. Ha de ladrar. Ha de soplar con vehemencia y fuerca. Todas estas propiedades del predicador se hallaron en el Magno Basi l io . 1 6

dición carnavalesca y creación literaria. Del personaje de Sancho Panza al episodio de la ínsula Barataría en el Quijote», Bulletin Hispanique, LXXX (1978), 39-70, especialmente 64. Sobre el empleo de Toboso, puede consultarse otro trabajo nuestro: «Del personaje de Aldonza Lorenzo al de Dulcinea del Toboso. Algunos aspectos de la invención cervantina», Anales Cervantinos, XXI (1983), 9-22, especialmente 17.

13. Según Corominas (Diccionario..., art. «Ca»), la interjección de incredulidad \Ca\ aparecería por primera vez en el Entremés de las Nueces de Luis Quiñones de Benavente, cuya fecha de redacción se ignora, pero que se publicó por primera vez en 1643 en los Entremeses nuevos. Sin embargo, es probable que esta exclamación se utilizara desde los primeros años del siglo xvti, por lo menos.

14. Sobre el particular, véase Mauricio Molho, Cervantes: ratees folklóricas, Madrid, Gredos, 1976, pp. 179-181.

15. La vida de Nuestro Señor lesu Christo, y de su sanctíssima madre, y de los otros sonetos, según la orden de sus fiestas..., Sevilla, en casa de Juan Gutiérrez Impressor, a costa de Francisco Díaz y Francisco de Aguilar, Mercaderes de Libros, 1569; B.N. Madrid: R. 31.298, fol. CLIIIIr b.

16. Alonso de Villegas, Flos sanctorum, Madrid, Pedro Madrigal, 1588; B.N.M.: U. 2.377, fol. 194r a.

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Ya se ve cómo Basilio, el ermitaño, ha podido transformarse en Basilio, el zagal que huye de la sociedad, sólo que no por amor divino sino por amor humano . De la misma manera , esa elocuencia que manifiesta el mozo en la última escena, cuando parece que está mortalmente herido, no es sino el tra­sunto paródico de las extraordinarias dotes de orador sagrado que poseía san Basilio (uno de los Padres de la Iglesia citado en el prólogo de la Primera Parte del Quijote). Por fin, el detalle del soplo y la comparación con el perro también han de tener su importancia, como lo indicaremos más adelante.

Por lo que hace a Quiteria, el Flos sanctorum de 1569 señalaba que la doncella había prometido ser esposa de Dios, pero su padre quería casarla:

Y al tiempo que ella se escusava, halláronse ay dos mancebos dispuestos y muy corteses que la desseavan aver por muger [...]. 1 7

El padre escoge al mancebo que le parece más conveniente, y Quiteria le confiesa entonces que no puede casarse porque ya tiene por esposo al hijo de Dios. Cuando el mozo se entera del rechazo de la joven, «de tristeza y turva-ción se derribó en el suelo por verse assí desechado». 1 8 Posteriormente, se vengará de la doncella mandándola degollar. 1 9

En 1588, Alonso de Villegas insiste en el presunto origen hispano de la santa y señala que se le tiene particular devoción en Toledo y en su t ie r ra , 2 0 y que es «abogada contra el mal de rabia, sucedido de mordeduras de animales ponzoñosos». 2 1

Bien se comprenderá que en la Mancha, en que los rebaños eran numero­sos y los casos de rabia causados por los perros y otros animales bastante frecuentes, el nombre de Quiteria gozara de innegable prestigio.

No es pues extraño que la joven labradora se llame Quiteria y que en su historia amorosa aparezcan los dos pretendientes que le atribuía la leyenda a la santa. Ello ha dejado rastros en varios relatos. Por ejemplo, en El Alpedret del Enebral , situado en la falda del Guadarrama, pueblo que honra a su pa-trona, santa Quiteria, el 22 de mayo, se cuenta que a la virgen la había perse-

17. La vida de Nuestro Señor lesu Christo..., fol. CCXLr a. 18. Ibidem, fol. CCXLIIIv b. 19. Entonces se sitúa ese célebre episodio evocado de la manera siguiente en la obra que utilizamos:

«E oyd una maravilla que el cuerpo sancto de la virgen se levantó sobre sus pies e tomó en sus manos su misma cabeca y assí la llevó hasta el sancto lugar donde fue sepultada...» {ibidem, fol. CCXLIIIIr b).

20. A. de Villegas, Flos sanctorum, fol. 19r a-v a. Algunos decían que había nacido la santa en Marjaliza, en el reino de Toledo, o que allí había sufrido el martirio. Las Relaciones topográficas de los años 1575-1580 ponen de relieve que su culto se había extendido por buena parte de Castilla la Nueva (con bastantes ermitas y capillas puestas bajo su advocación): véase William A. Christian, Local religion in Sixteenth-Century Spain, Princeton, Nueva Jersey, Princeton University Press, 1981.

21. A. de Villegas, Flos sanctorum, fol. 19r a. Por ser abogada contra la rabia, se la representaba a menudo con un perro rabioso a sus pies. Hasta una fecha reciente, los vecinos de Almazora (provincia de Castellón) veneraban a santa Quiteria, patrona del pueblo, y le cantaban esta copla: «Del contagio nos librasteis / sin que en el término entrara, / y las fiebres, ¡cosa rara! / de la villa desterrasteis; / y así mil cultos os preste / la devoción con ternura: / Libradnos de calentura, / de langosta, rabia y peste» (citado por F. Carreras y Candi, Folklore y costumbres de España, 3 t., Barcelona, Alberto Martín, 1931-1934, p. 652. Progresivamente, a partir del siglo xvni, santa Rita, celebrada también el día 22 de mayo, fue arrinconando a santa Quiteria.

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guido san Antonio, empujado por deseos libidinosos, y alguna que otra vez, se

dice que los que la acosaban eran san Francisco y san Antonio. 2 2 Pero, para

volver al texto, el desplomamiento de Basilio en la últ ima escena no deja de

hacer pensar en lo que al mozo rechazado le ocurría en el Flos sanctorum.

Y hasta la atmósfera trágica evocada en esta últ ima obra aparece en el trozo

cervantino, aunque de otra manera .

Por otra parte, si Basilio el orador sagrado inspirado se parece a un perro

que ladra, Basilio el zagal manchego que, por oficio, vive en contacto con los

rebaños y los canes, viene a parecerse a un perro rabioso cuando se halla

dominado por la enfermedad amorosa. ¿No es entonces el amor, como lo dice

Abindarráez, una «rabiosa enfermedad»? 2 3 Y ¿no se transforma el rabioso,

según lo indicado por Alfonso de Palencia, en «un loco que corre arremetien­

do contra los o t ros» 2 4 o contra sí mismo, como le ocurre al campesino? ¿De

dónde puede venirle a éste el alivio sino de Quiteria, la abogada de la rab ia , 2 5

quien, al darle la mano , le cura de la rabiosa enfermedad que padecía?

Además, la evocación de la estrecha vecindad de los dos jóvenes, origen

de su amor, merece citarse:

Es este Basilio un zagal vecino del mesmo lugar de Quiteria, el cual tenía su casa pared y medio de la de los padres de Quiteria, de donde tomó ocasión el amor de renovar al mundo los ya olvidados amores de Píramo y Tisbe; porque Basilio se enamoró de Quiteria desde sus tiernos y primeros años, y ella fue correspon­diendo a su deseo con mil honestos favores [...]. Fue creciendo la edad, y acordó el padre de Quiteria de estorbar a Basilio la ordinaria entrada que en su casa tenía [...] [19, 179].

El texto parece orientar el relato —ya lo hemos indicado— hacia una nueva

afloración del caso de Píramo y Tisbe, cuando, en realidad, se trata de un cami­

no errado, como ocurre muchas veces en el Quijote. En efecto, ese trato muy

frecuente de los dos jóvenes, esa «ordinaria entrada» del mozo en casa de la

doncella, hacen de Basilio un familiar de Quiteria, ya que, según lo apuntado

22. Véase Pilar Jimeno Salvatierra, «Santa Quiteria, el umbral de mayo y la emancipación», en Tiempo de fiesta. Ensayos antropológicos sobre las fiestas en España, Madrid, Tres-Catorce-Diecisiete, 1982, pp. 205-252, especialmente pp. 222-223 (col. «Alatar»). Nótese que el mes de mayo se halla domi­nado por la reversibilidad. Por una parte, es el mes del amor (cfr. Julio Caro Baroja, La estación de amor, Madrid, Taurus, 1979) y, por otra, el de la exaltación de la virginidad (es el mes de María). Los relatos a los cuales nos referimos reflejan estos dos aspectos. Por lo que hace a san Antonio, las tentaciones diabólicas que tuvo que sufrir (entre ellas las de la carnalidad) le unían en diversas creencias al universo erótico. En Andalucía, por ejemplo, las mozas por casar le invocaban para encontrar novio (cfr. Antonio Limón Delgado, Costumbres populares andaluzas de nacimiento, matrimonio y muerte, Sevilla, Ed. de la Diputación Provincial, 1981, pp. 99 ss.). Lo que llama la atención, además, es que a santa Rita, cuya fiesta se celebra el mismo día que la de santa Quiteria y ha ido sustituyendo a ésta, también se la solicitaba en Andalucía para conseguir novio (ibídem).

23. Véase lo que afirma Abindarráez: «[...] aquel amor limpio y sano que nos teníamos [con Jarifa] se comenzó a dañar y se convirtió en una rabiosa enfermedad» (El Abencerraje, ed. de Francisco López Estrada, Madrid, Cátedra, 1980, p. 117 [col. «Letras Hispánicas»].

24. Véase «Universal Vocabulario» de Alfonso de Palencia. Registro de voces españolas internas, por John M. Hill, Madrid, Real Academia Española, 1957, art. «ravioso», p. 158 a.

25. Nótese que, en algunas partes, santa Quiteria era también abogada de la locura (cfr. Louis Réau, Iconographie de l'art chrétien. Iconographie des saints, 3 t., París, PUF, 1958-1959, III, p. 1.132.

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por Covarrubias, el familiar es «el allegado de la casa», pues la familiaridad es «la comunicación y amistad muy casera, que uno suele tener con otro». 2 6 No se puede sino pensar —más allá de la tradición literaria y del caso del Baldus—27

en esos familiares de santa Quiteña, tan famosos en los siglos xvi y xvn, que, por ser muy devotos de la santa, decían que habían recibido de ella la gracia de curar algunas enfermedades —de saludar—, como lo atestiguaba la señal espe­cífica que ostentaban (la cruz en el paladar) . 2 8 Estos saludadores contaban que sanaban con su saliva o con su aliento, diciendo ciertas palabras, si nos referimos al testimonio que nos proporciona un clérigo, el doctor Pedro Ciruelo, en su Reprovación de las supersticiones y hechicerías, obra publicada al parecer en 1530 y reimpresa varias veces en el Siglo de Oro. De tal modo, los familiares de santa Quiteria pretendían «sanar o preservar a los hombres y bestias y ganados del mal de la ravia que es una infición o ponzoña que se causa por la mordedu­ra del can o perro ravioso» —son las propias palabras de Pedro Ciruelo. 2 9

Y precisamente para que la gente simple y rústica los tuviese por santos y pensase que tenían virtud espiritual para sanar las enfermedades, estos familiares de santa Quiteria hacían muchos embaimientos. Ciruelo enumera unos cuantos: tomar un carbón candente en las manos, lavárselas con agua o aceite hirviendo, medir una barra de hierro ardiendo con los dedos o andar sobre ella con los pies descalzos, entrar en un horno encendido. Para el autor de la Reprovación..., esto no es posible sino con ayuda del demonio o gracias a una ilusión, a un engaño. Por ello califica a estos estafadores de «hombres supersticiosos y mentirosos», «engañadores y fingidos que tienen pacto de amistad con el diablo». 3 0

Un siglo después, otro clérigo que también escribe contra las supersticio­nes, el doctor Gaspar Navarro, embiste a su vez contra los familiares de santa Quiteria?1 Utiliza ampliamente el libro de Ciruelo, pero añade ejemplos y co­mentarios de su propia cosecha. A los engaños apuntados por su predecesor, agrega otro que nos interesa part icularmente. He aquí lo que indica:

[...] para t ener grac ia d e sa ludador , o serlo , ¿de q u é sirve m e d i r u n a barra de h ierro a r d i e n d o a p a l m o s ? ¿de qué sirve, s in aver n e c e s s i d a d , entrar e n u n h o r n o d e fuego? ¿de qué sirve tomar una espada poniendo las guarniciones en la pared, y

26. Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, ed. de Martín de Riquer, Barcelona, Horta, 1943, p. 584 a-b. Acerca de los diversos empleos del término familiar en las obras de Cervantes, véase Carlos Fernández Gómez, Vocabulario de Cervantes, Madrid, Real Academia Española, 1962, art. «familiar».

27. El subterfugio de la falsa muerte de Basilio gracias a la vaina llena de sangre puede tener un antecedente literario en un episodio del Baldus, según lo que nos ha señalado Francisco Márquez Villa-nueva a raíz de la lectura de este trabajo. Sobre las relaciones entre Teófilo Folengo y Cervantes, véase el libro de este crítico: Fuentes literarias cervantinas, Madrid, Gredos, 1973, pp. 258 ss.

28. Sobre este tipo de saludadores, véase nuestro estudio: «La religion populaire espagnole au xvi e

siècle: un terrain d'affrontement?», en Culturas populares: diferencias, divergencias, conflictos, Madrid, Casa de Velázquez-Universidad Complutense, 1986, pp. 329-369, especialmente pp. 359-361.

29. Véase la ed. de Alva V. Ebersole, Valencia, Albatros, 1978, p. 100 (col. «Hispanófila»). 30. Ibidem, pp. 102-103. 31. Véase Gaspar Navarro, Tribunal de superstición ladina, explorador del saber, astucia y poder del

demonio; en que se condena lo que suele correr por bueno en hechizos, agüeros, ensalmos, vanos saludado­res, maleficios, conjuros, arte notoria, cavalista y paulina, y semejantes acciones vulgares, Huesca, Pedro Blusón, 1631; B.N.M: U. 5.964, fols. 89v y ss.

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la punta en su propio pecho, doblando la misma espada hasta las guarniciones como un arco, sin hazerse mal alguno? D i g o c i e r t a m e n t e q u e t o d o es to es c o s a vana y ac to de soberv ia , p u e s se h a z e p o r prop ia e s t i m a c i ó n , e n la qual n o c o n ­curre la M a g e s t a d d e D ios , y assí t oda es obra d iabó l i ca , l l evando c o n e s to enga­ñada a la gente simple e ignorante. Y si h a z e r e s ta s c o s a s , c o m o los m e s m o s s a l u d a d o r e s d izen , e s p o r d o n y grac ia d e D i o s , c o m o el otro saludador, que acostumbraba a poner como un arco la espada, poniendo la punta en su pecho, y la guarnición en la pared, le traspasó en una ocasión de parte a parte, ¿de q u é le sirvió e n t o n c e s aquel d o n de gracia , h i r i é n d o s e a sí p r o p i o [ . . . ]? 3 2

Navarro acaba l lamando a esos saludadores «vellacos y estafadores», los cuales «tienen pacto con el demonio». Así pueden engañar a la «simple gente» con sus falsos milagros . 3 3 Aprovecha entonces la ocasión para rechazar ese afán milagrero de sus contemporáneos: «Sería gran necedad que nuestra Fe tan provada y confirmada, con tanta cer t idumbre y milagros, quererla aora hazer dudosa, pidiendo y haziendo a cada ocasión milagros [...]».34

Ya se ve, pues, cómo Cervantes, en son de burla, ha parodiado uno de esos engaños espectaculares ideados por los familiares de santa Quiteria: el que consistía en utilizar la espada para embaucar a la gente rústica, y hasta se ha servido del contexto de uno de esos casos trágicos evocados por Navarro, sólo que una vez más ha invertido la situación pues aquí Basilio el engañador, el familiar de Quiteria, sí se cura en salud, o mejor dicho, por gracia de la doncella, es saludador de su propia dolencia.

Se comprenderá asimismo por qué, entre las prendas del zagal, colmado por la naturaleza, figuraba al final, como la más. importante, una que le en­cantaba a don Quijote: «y sobre todo, juega una espada como el más pintado» (19, 179). Se estaba preparando de tal modo la últ ima escena.

Paralelamente, el soplo y el don de la palabra que el Flos sanctorum le atribuía a san Basilio y que tanto les servía a los saludadores, los emplea paródicamente el autor en la burla final: recuérdese que Basilio el zagal no acaba de expirar y de hablar cuando todos creen que se está muriendo.

Por fin, como cuando se trataba de la actuación de los familiares de san­ta Quiteria, todos los circunstantes se quedan admirados al «resuscitar» el joven y añade el narrador con ironía:

[...] a l g u n o s del los , m á s simples que c u r i o s o s , e n a l tas v o c e s c o m e n z a r o n a decir:

—\Milagro\ ¡Milagro] [21 , 200 ] .

Ya se sabe que el zagal replica enseguida —pareciéndose en ello a Ciruelo o a Navarro—: «No "milagro, milagro", sino "industria, industria" (ibídem), lo que es una posición ortodoxa; pero ya veremos las consecuencias que se pue­den sacar de ello.

32. Ibidem, fols. 92v-93r. 33. Ibídem, fol. 95r. 34. Ibídem, fol. 95r.

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Gracias a la parodia empleada constantemente y al ñnal burlesco, el au­tor invierte a menudo las diversas perspectivas, esfuma entre risas las situa­ciones que parecían más trágicas y logra siempre hacernos comulgar con rue­das de molino. Pero, valiéndose de las burlas, consigue una serie de caracte­rísticas transgresiones ideológicas, lo que permite plantear varios problemas importantes unidos al contexto social y religioso. El pr imero de estos proble­mas está directamente relacionado con el matr imonio.

En efecto, en 1563, el concilio de Trento había prohibido los casamientos secretos. Si el matr imonio sigue siendo un sacramento que se administran los novios por mutuo consentimiento, sólo se declaran válidas las uniones que se efectúen en presencia de un clérigo y de tres testigos, después de la publicación de tres proclamas, lo que corresponde a la restauración del control de la fami­lia y de la autoridad paterna sobre los vínculos matrimoniales. Y sabido es que en 1564 Felipe II adopta como leyes del reino las decisiones del Concilio.

No obstante, los matrimonios secretos sobrevivieron durante varias déca­das y, todavía en época de Cervantes, los desposorios por palabras de presente o de futuro seguidos de cópula tenían muchas veces los mismos efectos prácti­cos que antes los casamientos clandestinos. 3 5 Además, en varias diócesis, las curias pugnaron por legitimar tales uniones —a veces oponiéndose a las fami­lias—, porque la honra de la mujer estaba en peligro. 3 6 Es esta situación, más o menos complicada y reelaborada, la que aparece en la literatura de la época. 3 7

Claro está que la ideología dominante afirma la supremacía del padre a la hora de escoger un esposo para la hija (o una mujer para el hijo). Y se ha podido escribir que en el Quijote el autor defiende el derecho de los padres, pero como tal derecho se fundamenta en la razón (la cual no permite forzar a nadie), también se afirma el derecho de los hijos a ser o ídos . 3 8 En el trozo que nos interesa, don Quijote justifica plenamente, en un principio, la decisión del padre de Quiteria de casarla con Camacho, esgrimiendo los habituales argu­mentos utilizados por los representantes de los grupos dominantes (19, 180). Pero la diligencia y el ingenio de Basilio le llevan a cambiar de opinión, a rechazar lo que había dicho anter iormente y a defender a la nueva pareja,

35. Sobre estos problemas, véase por ejemplo: Augustin Redondo (éd.), Amours légitimes-amours illégitimes en Espagne (xvf-xvif siècles), Pans, Publications de la Sorbonne, 1985 (Travaux du Centre de Recherche sur l'Espagne des xvi e et xvn e siècles, II). cfr. también: La familia en la España mediterránea, siglos xvi-xvil, Barcelona, Crítica, 1987.

36. Véase el trabajo elaborado por James Casey a partir de los expedientes conservados en el Archi­vo diocesano de Granada: «Le mariage clandestin en Andalousie à l'époque moderne», A. Redondo (éd.), Amours légitimes..., pp. 57-68.

37. Véase Amours légitimes... 38. Véase Enrique Moreno Báez, «Perfil ideológico de Cervantes», en J.B. Avalle-Arce y E.C. Riley

(eds.), Suma Cervantina, Londres, Tamesis Books, 1973, pp. 233-272, especialmente pp. 251-252. Sobre el tema del matrimonio en relación con la obra cervantina, pueden verse: Marcel Bataillon, «Cervantes et le mariage chrétien», Bulletin Hispanique, XLIX (1947), 129-144; Paul Descouzis, «El matrimonio en el Quijote: influjo tridentino», La Torre, 64 (1949), 35-45; C. Rodríguez-Arango Díaz, «El matrimonio clan­destino en la novela cervantina», Anuario del Derecho Español, XXV (1952), 731-774; Robert V. Piluso, Amor, matrimonio y honra en Cervantes, Mueva York, Las Américas, 1967; Jean-Michel Laspéras, La nouvelle en Espagne au Siècle d'Or, Montpellier, Université Paul Valéry, 1987, pp. 225-281; etc.

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apoyándose en la fuerza del amor (21, 201). Posteriormente, el hidalgo ha de decirle a Basilio que atienda «a granjear hacienda por medios lícitos e indus­triosos, que nunca faltan a los prudentes y aplicados» (22, 203), único medio para los recién casados de vivir desahogadamente y para el zagal de alzarse al nivel social de su mujer, concesión hecha pues a la ideología dominan te . 3 9

Sin embargo, en el caso de Quiteña y Basilio, si bien hubo matr imonio secreto (el zagal se refiere, antes de la burla, a «la santa ley que profesamos, que viviendo yo, tú no puedes tomar esposo» [21, 198]), no pasó la cosa a más y no se realizó la cópula, lo que se compagina perfectamente con el personaje de Quiteria la virgen («no he querido dejar de guardar el decoro que a tu honra convenía» le dice el mancebo a su amada [21, 198]). O sea, que según los decretos del Concilio y las prácticas sociales al uso, el casa­miento clandestino entre los dos jóvenes no tiene ninguna validez. De la mis­ma manera , tampoco es válida la unión conseguida por engaño, aunque los dos jóvenes, antes de que se descubra la burla, vuelven a repetir con «libre albedrío» y en presencia del clérigo (21, 200) las palabras sacramentales. Ade­más, no se han publicado las famosas proclamas, de las cuales ninguna auto­ridad eclesiástica ha eximido a la pareja . 4 0 Verdad es que el desdoro de Cama-cho —al cual hemos aludido ya— impide que el ricacho pueda triunfar.

Por otra parte, cuando aparecen los novios antes de la burla, el nar rador señala que venían acompañados «de la parentela de entrambos» (21, 196), lo que implica que el padre de Quiteria tenía que estar presente. No obstante, en ningún momento se le menciona. De tal modo se evita el enfrentamiento en­tre el padre y la hija acerca del matr imonio posterior así como el menoscabo de la autoridad paterna puesta en crisis. Paralelamente, para que el infringi-miento permitido por el engaño no sea demasiado violento, se respetan dos de las tres condiciones exigidas por los decretos tridentinos: la presencia del cura y de tres testigos por lo menos.

En resumidas cuentas, a pesar de las precauciones adoptadas, la trans­gresión ideológica es evidente: se asiste al triunfo del matr imonio secreto transformado en casamiento efectivo, en contra del poder del padre, y ello aunque la honra de Quiteria no haya tenido que sufrir anter iormente a causa del desposorio efectuado. Es decir, que el texto sugiere una solución mucho más audaz que las toleradas por las prácticas sociales (las cuales transgredían ya muchas veces las decisiones del Concilio) y opta decisivamente por el méri­to y el ingenio unidos, sin embargo, a recursos económicos insuficientes, y no por el poder social vinculado a una riqueza vacua.

Además, el autor, con mucha ironía, no vacila en convertir al cura en el factor activo de la burla y de la transgresión: es él quien insiste para que Quiteria consienta en el matr imonio reclamado por el mor ibundo (21, 199) y

39. Nótese que el padre del derecho canónico relacionado con el matrimonio, el jesuíta Tomás Sánchez, indicaba hacia 1600 que consideraba sin validez cualquier desposorio contraído entre personas que pertenecían a categorías sociales muy diferentes (véase Disputationnum de Sancto Matrimonii Sacra­mento, 3 t., Madrid, 1602-1605, liber 4, disp. 23 y liber 1, disp. 10).

40. En casos de urgencia, la autoridad eclesiástica podía reducir las tres publicaciones a una sola.

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es él quien, «tierno y lloroso», bendice a la pareja (ibídem, 200). La parodia llega pues hasta hacerle asumir al sacerdote la transgresión de la norma que tendría que defender. Y, efectivamente, después del engaño, y a pesar de te­nerse «por burlado y escarnido» (ibídem, 201), es él quien, paralelamente a don Quijote, insta para que Camacho considere válida la unión de Quiteria y Basilio —aceptando así la afrenta recibida—, a lo cual el ricacho accede con bastante facilidad y cachaza (ibídem, 202), aunque para ello el nar rador tenga que encontrar una justificación tan inverosímil que es burlesca: «tan intensa­mente se fijó en la imaginación de Camacho el desdén de Quiteria que se la borró de la memor ia en un instante» (ibídem, 201-202). Es decir, que ni el cura —representante de la autoridad eclesiástica— ni el séptimo sacramento salen muy bien parados de esta divertida escena.

Otro sacramento que también sale menoscabado de la burla es el de la confesión, ya que se asiste a un verdadero chantaje por parte del zagal que parece mortalmente herido: no quiere confesarse «si pr imero Quiteria no le da la mano de ser su esposa» (21, 199). Es lo que empuja a don Quijote y luego al clérigo a intervenir para que se haga lo que pide el joven. Este desdo­ro de la confesión, tan criticada por los protestantes, no se explica a no ser que el cura admita, de manera más o menos heterodoxa, que, cualquiera que sea su forma de morir —aun quitándose la vida—, los hombres pueden sal­varse, con tal que se arrepientan de sus pecados. Sin embargo, la doctrina constante de la Iglesia, con relación al suicidio —proclamada con más fuerza todavía después del Concilio de Trento—, consistía en afirmar que la persona que se mataba se condenaba ipso facto al fuego eterno, lo que es el caso de Basilio. De todas formas, la narración necesita del chantaje del falso moribun­do y del comportamiento correspondiente de los presentes para que la burla pueda verificarse.

Por fin, el embaucamiento del zagal acaba por esa serie de exclamaciones simétricas: «¡Milagro, milagro!» por un lado, «¡Industria, industria!» por otro. Ya hemos dicho que la reacción del joven correspondía a un planteamiento ortodoxo y también que el engaño ideado por el mancebo parodiaba los que realizaban los familiares de santa Quiteria. No obstante, este episodio se in­serta en un contexto muy preciso.

A pesar de los deseos de acendramiento de los padres conciliares, se asis­te en la España de las últimas décadas del siglo xvi y de las pr imeras del siglo X V I I a un llamativo desarrollo de los milagros, como lo atestiguan las relacio­nes, después de 1570. 4 1 En su deseo de poner de relieve cuanto separaba al catolicismo del protestantismo, la Iglesia de la Contrarreforma ha insistido sobre todos los signos que glorificaban la «verdadera religión», la católica, y ha favorecido, directa o indirectamente, el incremento de los milagros. Es entonces cuando se canoniza a varios santos españoles, entre ellos a Ignacio

41. Véase nuestro estudio: «Les relaciones de sucesos dans l'Espagne du Siècle d'Or: un moyen privi­légié de transmission culturelle», en Les médiations culturelles, Paris, Publications de la Sorbonne Nouve­lle, 1989, pp. 55-67, especialmente, pp. 63-64.

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de Loyola. Negando los esfuerzos de purificación de los erasmistas, los con­temporáneos de Cervantes reanudan con un fervor milagrero que hunde sus raíces en los siglos medievales. 4 2

Desde este punto de vista, esa manera que tiene Basilio de jugar con el milagro —aun falso—, gracias a la burla, ese modo de negarle su peculiaridad de «señal sagrada», para afirmar, al contrario, que sólo es fruto de la indus­tria, o sea, de la maña , de la habi l idad, 4 3 ¿no puede corresponder, más allá del universo de los familiares de santa Quiteria y de sus engaños, a una puesta en tela de juicio del sistema de los milagros al uso, lo que constituiría una llama­tiva transgresión suplementaria? Sea lo que fuere, todo el episodio implica la transgresión ideológica.

* * *

Ya podemos sacar una serie de conclusiones de todo lo que precede. La creación cervantina se apoya en varias tradiciones que remiten tanto a

circuitos eruditos (literatura pastoril, melancolía amorosa, fábula de Píramo y Tisbe) como a circuitos populares (familiares de santa Quiteria) o a circuitos de geminación cultural (hagiografía, antroponimia) . El autor desempeña un papel de mediador que le permite servirse de la intertextualidad con miras paródicas. De tal modo se invierten las perspectivas y se crea un espacio de libertad narrativa que autoriza la aparición de otras pautas para el relato, las cuales implican nuevas relaciones entre el autor, el personaje y el lector, regi­das por el principio de reversibilidad. El autor —o el narrador— puede ser un personaje más de la narración, en este trozo, el bachiller, el personaje puede transformarse en verdadero autor (aquí Basilio) y el lector tiene que desempe­ñar sin cesar un papel activo, pues ha de descodificar y recodificar la materia que se le presenta para alcanzar las características de la parodia. Esa rever­sibilidad conduce a la variación de los puntos de vista (don Quijote y Sancho, por ejemplo, modifican su opinión en sentido opuesto acerca de Basilio, los circunstantes-espectadores —y el lector es uno de ellos— hacen lo mismo con relación a la burla). La libertad narrativa alcanzada gracias a la reversibilidad permite un juego especular entre narración y dramatización que lleva a la mise en abyme, uno de los mayores logros estructurales del segundo Quijote, perfectamente integrado al relato —a diferencia de la Primera Parte (en el

42. Sobre el particular, véanse William A. Christian, Local Religión in Sixteenth Century Spain, op. cit.; A. Redondo, «La religión populaire espagnole...», sobre todo pp. 367-369. Véase, además, un ejemplo significativo de ese fervor milagrero en el libro de Alonso de Villegas, Fructus sanctorum y quinta parte de FIos sanctorum..., Cuenca, Juan Masselin, 1594; B.N.M.: U. 2.378. La obra encierra 78 discursos, y uno de ellos, el 51, se titula: «De Milagros». Es un verdadero cajón de sastre en que se encuentran numerosos hechos fabulosos y hasta «milagros» que el autor ha presenciado (cfr. la «cosa miraculosa» que vio en Toledo en 1589: un agnus dei salió «entero y sano» del gran incendio que hubo ese año en la ciudad del Tajo y desde entonces «esta santa reliquia defiende de rayos a los que con devoción la traen o tienen en sus aposentos [...]» [fol. 319r b - v a]).

43. Véase Covarrubias, Tesoro..., art. «industria».

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caso que nos interesa, el espectáculo montado por Basilio), lo que transforma y multiplica las perspectivas.

Paralelamente, lo que llama la atención en este episodio —y la observa­ción puede extenderse a todo el Quijote de 1615— es el ensanchamiento de la materia utilizada, en detrimento de la de los libros de caballerías, así como la progresiva subida de la realidad circundante, mucho más diversificada que anteriormente.

Desde este punto de vista, la parodia da la posibilidad de alcanzar nuevos espacios de libertad en que la transgresión ideológica de esta realidad es ad­misible.

Resulta muy significativo que la fase decisiva del episodio de Basilio se verifique en una enramada, fuera de la aldea, es decir, fuera del espacio social del pueblo. Se trata de un espacio de libertad en el seno de la naturaleza, en que se pueden modificar, durante un periodo de margen, las no rmas impues­tas por la sociedad. 4 4 Es lo que hace Basilio, es lo que hace don Quijote, es lo que hace el cura y es lo que acepta la comunidad presente.

Y si la solución ideada por el mancebo y respaldada por el caballero y el clérigo viene a ser efectiva, aun fuera de este marco, es por razón del deslustre de Camacho. No obstante, cuando se vuelve al espacio social, o sea cuando don Quijote, Quiteria y Basilio llegan a la aldea de éste, es preciso respetar otra vez las reglas que rigen la sociedad. El caballero le da entonces al recién casa­do esos consejos evocados ya acerca de la obligación que le incumbe de «gran­jear hacienda». Es que el t iempo utópico de la transgresión no puede durar .

44. Nos referimos a la oposición muy conocida entre «natura» y «cultura» («sociedad») utilizada por Claude Lévi-Strauss: véase Les structures élémentaires de la parenté, París-La Haya, Maison des Sciences de l'Homme-Mouton, 1973 2.

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