Parkour en la loca geografía ecuatoriana

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PARKOUR EN LA LOCA GEOGRAFÍA ECUATORIANA Silenciosamente, aunque no inmune a las más diversas reacciones públicas, el arte del desplazamiento urbano ha ganado adeptos en el país. Hoy, Quito y otras ciudades son testigos de varias agrupaciones que buscan saltar y trepar sus límites. Una crónica donde monos y gatos se mueven por convicciones humanas. *Crónica publicada en revista Soho-Ecuador, marzo-2014. “La filosofía es siempre avanzar, no pararse nunca”. David Belle, actor y traceur francés. Nota del autor: Los guiones de fuga, esos donde el protagonista subvierte acrobáticamente el orden del espacio y las leyes de la física para huir de los matones de turno, ya no son potestad exclusiva de Bruce Lee o el Zorro; o de Neo en la Matrix y de los taquilleros vampiros de Crepúsculo. En los albores de los años 90, un súper-deportista y actor francés llamado David Belle popularizó el parkour y, desde entonces, miles de ciudadanos han salido a recorrer las calles como quien se pasea por los bastidores de su propia película de acción (y sin doblajes de ningún tipo). El parkour, cuya abreviación traduce a la sigla PK, no es una actuación circense, eso sí, ni un show que cobre entrada por ver sus singulares numeritos. O al menos no lo es para muchas personas que han encontrado en él una filosofía de vida que consiste en auto-dominarse para superar cualquier obstáculo. En efecto, el PK es una disciplina que recoge los preceptos del Método Natural, una forma de entrenamiento altruista patentada por Georges Hébert, un legendario oficial de la marina francesa que inmortalizó la frase “Être fort pour être utile”: ser fuerte para ser útil, la misma que ha sido tomada por numerosos cuerpos de bomberos y militares alrededor del mundo. Extrapolado a esta subcultura urbana, dicho lema implica ejercitarse para llegar a crear movimientos y translaciones que suelen estar fuera de nuestro libreto cotidiano. De ahí que el parkour sea conocido como l'art du déplacement (el arte del desplazamiento). Para sorpresa de unos y molestia de otros, en el siglo XXI sus artistas o ‘traceurs’ también tienen cédulas (y células) ecuatorianas. El trazado imaginario Son las 3:00 de la tarde del sábado 23 de noviembre. Coincidentemente, 23 chicos cuyas edades oscilan entre los 12 y los 32forman un círculo frente a la puerta principal del Centro de Arte Contemporáneo (CAC) para dar inicio al tercer Quito Être Fort que se organiza en la capital, un evento no apto para cardíacos ni fumadores que, desde el 2011, reúne a los exponentes y aprendices del PK. Camilo, líder e instructor del homónimo grupo, dirige una sinfonía de huesos, elongaciones e inhalaciones que acondicionan el cuerpo antes de ir a la arena… y al cemento. Andrés Camilo Castillo, Camilo, es quiteño y diseñador gráfico. Dice que hace seis años abrazó este deporte como “un desfogue espiritual y corporal para encontrar esa libertad que uno busca”, y que siempre, desde que veía los largometrajes de Jackie Chan saltando barandales y techumbres, le gustó el parkour, sin saber qué era. Eso hasta que investigó y comenzó a practicar por su cuenta

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PARKOUR EN LA LOCA GEOGRAFÍA ECUATORIANA Silenciosamente, aunque no inmune a las más diversas reacciones públicas, el arte del desplazamiento urbano ha ganado adeptos en el país. Hoy, Quito y otras ciudades son testigos de varias agrupaciones que buscan saltar y trepar sus límites. Una crónica donde monos y gatos se mueven por convicciones humanas.

*Crónica publicada en revista Soho-Ecuador, marzo-2014.

“La filosofía es siempre avanzar, no pararse nunca”. David Belle, actor y traceur francés.

Nota del autor: Los guiones de fuga, esos donde el protagonista subvierte acrobáticamente el orden del espacio y las leyes de la física para huir de los matones de turno, ya no son potestad exclusiva de Bruce Lee o el Zorro; o de Neo en la Matrix y de los taquilleros vampiros de Crepúsculo. En los albores de los años 90, un súper-deportista y actor francés llamado David Belle popularizó el parkour y, desde entonces, miles de ciudadanos han salido a recorrer las calles como quien se pasea por los bastidores de su propia película de acción (y sin doblajes de ningún tipo). El parkour, cuya abreviación traduce a la sigla PK, no es una actuación circense, eso sí, ni un show que cobre entrada por ver sus singulares numeritos. O al menos no lo es para muchas personas que han encontrado en él una filosofía de vida que consiste en auto-dominarse para superar cualquier obstáculo. En efecto, el PK es una disciplina que recoge los preceptos del Método Natural, una forma de entrenamiento altruista patentada por Georges Hébert, un legendario oficial de la marina francesa que inmortalizó la frase “Être fort pour être utile”: ser fuerte para ser útil, la misma que ha sido tomada por numerosos cuerpos de bomberos y militares alrededor del mundo. Extrapolado a esta subcultura urbana, dicho lema implica ejercitarse para llegar a crear movimientos y translaciones que suelen estar fuera de nuestro libreto cotidiano. De ahí que el parkour sea conocido como l'art du déplacement (el arte del desplazamiento). Para sorpresa de unos y molestia de otros, en el siglo XXI sus artistas o ‘traceurs’ también tienen cédulas (y células) ecuatorianas. El trazado imaginario Son las 3:00 de la tarde del sábado 23 de noviembre. Coincidentemente, 23 chicos –cuyas edades oscilan entre los 12 y los 32– forman un círculo frente a la puerta principal del Centro de Arte Contemporáneo (CAC) para dar inicio al tercer Quito Être Fort que se organiza en la capital, un evento no apto para cardíacos ni fumadores que, desde el 2011, reúne a los exponentes y aprendices del PK. Camilo, líder e instructor del homónimo grupo, dirige una sinfonía de huesos, elongaciones e inhalaciones que acondicionan el cuerpo antes de ir a la arena… y al cemento. Andrés Camilo Castillo, Camilo, es quiteño y diseñador gráfico. Dice que hace seis años abrazó este deporte como “un desfogue espiritual y corporal para encontrar esa libertad que uno busca”, y que siempre, desde que veía los largometrajes de Jackie Chan saltando barandales y techumbres, le gustó el parkour, sin saber qué era. Eso hasta que investigó y comenzó a practicar por su cuenta

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y, a la sazón de varios golpes, fue convirtiéndose en uno de sus referentes en Ecuador. Empezó solo y poco a poco se le fueron sumando varios vecinos y amigos del sur de la ciudad. Luego de 40 minutos de calentamiento previo, esos mismos amigos y amigas, más un par de participantes que llegaron de provincias e incluso desde la vecina Colombia, emprenden un rápido trote hasta la plazoleta que se ubica a un costado del CAC. Las barandas y escalinatas de este lugar lo han transformado en un centro de ensayos recurrente para los 12 ó 15 miembros estables del Être Fort Quito. Acá, como haciendo equilibrio sobre un horizonte con vista privilegiada al Distrito Metropolitano, los chicos dan rienda suelta a sus piruetas y artilugios. Para ello respiran hondo, se concentran, toman vuelo, se impulsan, se contorsionan en el aire e invierten las geometrías del espacio valiéndose de sus extremidades, piernas y brazos. Es un juego, un juego muy arriesgado. Pero también es un juego con sentido y muy en serio. Por una parte –explica Camilo–, el PK exige resucitar al niño que llevamos dentro, “(…) empujándonos a mantener viva nuestra herencia y genes primitivos”, la dimensión más lúdica o, si se quiere, más simiesca de nuestra naturaleza; y, por otro lado, es un manifiesto ciudadano que se rebela contra las barreras arquitectónicas y la linealidad que imponen las urbes modernas. No por nada la palabra parcour significa recorrido y sus cultores son bautizados como traceurs, es decir, traza-líneas. En la práctica, esto implica trazar líneas rectas de un punto a otro del escenario, sin importar las dificultades que plantee el no-camino. En la terminología jodoriana, esto sería el equivalente a un acto simbólico: psicomagia pura.

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El Kong en la Amazonía Una variante del parkour, quizás más vistosa y popular que su alma máter, es el free running. La gran diferencia entre ambas radica en que esta última no es una disciplina, sino una versión deportiva que se caracteriza por el predominio de la estética y el lujo antes que por la eficacia de sus movimientos. Un buen ejemplo podemos encontrarlo en el Puyo, en plena región amazónica, donde una decena de chicos, autodenominados la Familia Free Life, sortea la humedad y las altas temperaturas para abrir bocas a su paso. Kelvin Muñoz, uno de sus miembros, cuenta que aprendió este hobby mediante tutoriales y videos en Internet, y que no tardó demasiado en replicarlo en diversos parques, riberas y lodazales de ésta, la capital de la provincia de Pastaza. La Familia Free Life rinde tributo a la imagen y, por lo mismo, comparte sus propios clips en YouTube. En ellos puede apreciarse a una tropa de freerunners, la mayoría de ellos con sudaderas o sin camisetas, realizando complejos mortales, trucos y ejercicios de suelo que bien podrían ser dignos de un gimnasta olímpico. A propósito, Kelvin, alías el Churudo o el Loco chico, asegura que la ausencia de un gimnasio para entrenar es una de sus principales limitaciones en el Puyo. Fuera de la espectacularidad de sus acrobacias, esta seudo-familia dice cuidarse y protegerse con auténticos lazos sanguíneos. Su árbol genealógico adhiere a los conceptos fundacionales del free running, redescubriendo en la camaradería y en la sana competencia las claves para fortalecer el crecimiento personal y alcanzar el autodesarrollo: “Nosotros vivimos la vida real tal y como la creemos…”. La fauna citadina El parkour es fuerza mental y física, y sus cultores son ninjas 2.0 que, además de prepararse atléticamente, deben aprender a vencer el miedo. Es por eso que, mientras estamos en la plazoleta del CAC, varios de ellos se dedican a repetir innumerables veces un mismo salto que los ayude a tomar confianza. Después de una hora comienza el recorrido y, de inmediato, el barrio de San Juan, en el extremo norte del Centro Histórico, presenta sus credenciales de suburbio idóneo para la práctica del PK. En un dos por tres los chicos ya están brincando cinco o seis gradas consecutivas; escalando murallas de piedra de cuatro o cinco metros de alto, o equilibrándose con sus pies y manos sobre unos delgados y vertiginosos pasamanos. La facilidad y destreza con que lo hacen me incita a pensar que son criaturas antropomorfas, monos y gatos dotados de moral y cerebros humanos. Les pierdo la pista, pero sé que su próximo destino es el Yaku, el Parque Museo del Agua, en la periferia occidental. Allá los topo de nuevo, ya de noche. A las 19:20 cierran su aventura museográfica remontando la empinada loma que separa los estacionamientos de la salida del Yaku. Sosteniéndose de una cuerda de unos 100 metros de largo, los participantes del Quito Être Fort suben uno a uno dicho montículo. En el vértice los recibe Ixcal, mediador educativo del museo y traceur, quien a manera de anécdota me comenta que la triquina de la carne contaminada del cerdo inhibe el vértigo y la capacidad de evitar riesgos. De acuerdo al programa, el siguiente punto a trazar es la Plaza Grande, junto al Palacio de Carondelet. Descendemos trotando y paulatinamente volvemos a internarnos en el casco histórico. La marcha por los alrededores del Mercado de Ipiales no deja indiferente a nadie. La

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gente mira atónita cómo este grupo utiliza contenedores de basura, postes de electricidad, ramplas, señaléticas y paredes para desplazarse o girar y cambiar bruscamente de dirección. Algunos transeúntes se asustan y afirman sus carteras, tal vez imaginándose que esta es una banda de cuatreros o delincuentes, y otros, especialmente los niños, se sonríen y alucinan con emularlos. Luego de un fugaz descanso, los saltimbanquis reanudan su camino, ahora hacia el emblemático Panecillo. El trayecto incluye un par de estaciones en la Plaza de Santo Domingo y en La Ronda, sitios donde se hace sentir el nerviosismo de los guardias municipales ante la amenaza de que las construcciones patrimoniales y monumentos sean burlados. Pero esto no sucede; recordemos que esta fauna tiene principios y cultura ciudadana. La extenuante secuencia de escaleras del Panecillo supone una prueba de fuego. Aquí, los chicos adoptan la posición de un cuadrúpedo y ascienden por los peldaños mirando cuesta abajo. Ruth, supervisora de un local comercial y una de las tres mujeres que integran el equipo permanente del Être Fort Quito, afirma que la cuadrupedia le ha servido para ejercitar su tronco superior, la mayor debilidad de las traceuses respecto a los hombres. Aprovecho de consultarle si considera sexy la práctica del PK y me responde que sí, que “(…) siendo expresión y movimiento corporal, claro que tiene su gracia”. Y se nota. Duros de matar en el Guayas La loca geografía ecuatoriana nos conduce a la costa en menos de un suspiro. Allá, junto al puerto principal, también abre-latas una agrupación que se ha tomado muy a pecho este súper-deporte y su filosofía: Parkour Guayaquil.

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Hace cuatro años, Bolívar Andrade y su mejor amigo, David, descubrieron el parkour y, al igual que la mayoría de traceurs locales, adaptaron su repertorio sintonizando videos en las redes sociales y al son de incontables caídas. Bolívar, alías Bolo y estudiante de ingeniería electromecánica, menciona que ellos son pioneros y que actualmente los miembros de su colectivo son 10. En ocasiones, este número se duplica gracias al interés y a la novelería que sus trips han despertado en la comunidad guayaquileña. Se reúnen tres veces por semana en el parque de la Ciudadela Bolivariana, a un lado del mítico estadio Alberto Spencer, y a partir de ahí fijan su azaroso tablero de ajedrez. — ¿Dificultades? El PK es nuevo en Ecuador y ni se diga en Guayaquil… Las personas nos ven mal y siempre tenemos problemas con los guardias de seguridad o con las típicas vecinas amargadas. Lo extraño es que cuando llaman a la Policía, esta siempre nos da la razón porque ve que no estamos en vicios— dispara Bolo, quien exhibe la particularidad de entrenar usando lentes ópticos. Parkour Guayaquil defiende su causa a muerte y la difunde devolviéndole la mano a YouTube. En su canal (www.youtube.com/user/ParkourGuayaquil) podemos hallar abundantes grabaciones y mensajes del tipo “La libertad de moverse es la plena felicidad”, o “Estilo urbano: somos y duramos aunque duela”. Un hábito sensitivo Domingo 24 de noviembre. Los chicos durmieron en un auditorio del CAC y la nueva jornada comienza con una sesión de yoga. A mediodía llevan a cabo una “exploración sensitiva”: reconocen y memorizan la infraestructura e instalaciones de una angosta galería y, después de unas pasadas, la vuelven a recorrer descalzos y con los ojos vendados. Una de las que destaca en este ejercicio es Paui, una traceuse que vino junto a dos paisanos como embajadora del tour Movimiento Consciente, una alianza de jóvenes colombianos que decidió

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transmitir los valores fundamentales del parkour fuera de sus fronteras. Aunque la brecha sexual se reduce, su performance de gatúbela arroba las miradas y le pregunto si no se siente incómoda en una actividad donde, numéricamente, siguen dominando los traceurs de pelo en pecho. —A las mujeres, quizás por nuestra naturaleza, nos da miedo romper los moldes sociales. Cuando se hace algo en lo que predominan los hombres se te presentan muchos obstáculos mentales y, si no tienes un espíritu fuerte de constancia y determinación, simplemente te quedas atrás. El Quito Être Fort llega a su fin tal como empezó, pero esta vez en un patio interior del centro de arte. Forman un círculo, se acuestan boca abajo y Camilo realiza ceremoniosos masajes descontracturantes en cada uno de los participantes, quienes ahora se relajan y precipitan al sueño. “En el PK, lo que más hay que cuidar son las articulaciones: tobillos, rodillas, muñecas y, sobre todo, la espalda, porque son las áreas que más soportan el impacto en los saltos y movimientos”, apunta este espartano autodidacta nacido hace 29 años. El rigor del desorden Tiempo después, vía Facebook, la célula de la organización convocó al último nocturnazo del 2013. Con fecha 27 de diciembre, a las 6:00 de la tarde, 13 chicos se juntan en la plazoleta contigua al CAC, la misma que rescataron del abandono y la crápula a punta de mingas y entrenamientos. En una de sus tapias, un grafiti habla más que cualquier descripción: “Jardines insurgentes”. En esta oportunidad, el ambiente es más íntimo y distendido. Mientras calientan, escuchan hip-hop y música contemporánea en una radio portátil, y bromean y se molestan entre sí. Cerca de las 19:00 emprenden su estampida. La primera parada es en el Parque Julio Matovelle, atrás de la Basílica del Voto Nacional, donde se entretienen ejecutando malabares en los juegos infantiles (el circo, eso sí, corre por cuenta de algunos borrachos que intentan imitarlos). La ruta está previamente delimitada y ya no hay más que dejarse fluir en ella –según dicta el no-manual– recurriendo a diversas técnicas de artes marciales, capoeira, gimnasia, breakdance, etcétera. Edwin Atiencia, estudiante de educación física y uno de los traceurs más ágiles de la agrupación, me dice que lo más difícil de aprender en el parkour es el flow: “Combinar todos los movimientos y utilizarlos espontáneamente en un recorrido continuo”. Claro que correr así, cuatro horas seguidas, en constante estado de alerta, resultaría imposible. Las caminatas también son parte esencial de su itinerario. A las 20:30 aterrizamos en La Marín, en el límite oriental del Centro Histórico, luego de haber atravesado la Plaza Grande, San Francisco, San Roque, los túneles de la vía occidental, el bulevar 24 de mayo y La Ronda. Camilo me informa que el trazado continuará hasta el sector de la Villaflora, en el sur y a miles de kilómetros de París, la cuna del PK. Pero yo, muy poco habituado a estos trotes, me despido antes y los observo encumbrarse por unas infinitas escalinatas. ¡El puto rigor del desorden!