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Para leer “Idea de una Historia Universal en clave cosmopolita”, de I. Kant IES “Fco. Giner de los Ríos”. Departamento de Filosofía. RESUMEN La Naturaleza (o Providencia) parece haber dotado a todas las criaturas de una finalidad que éstas alcanzan en su vida. Sólo el hombre, al menos si juzgamos su conducta en la Historia, parece carecer de ella: codicia, egoísmo, guerras, destrucción, hacen que la imagen del hombre sea deplorable. Para evitar esta imagen, y contribuir así a modificarla, se puede suponer que también para él tiene la Naturaleza un plan. Ahora bien, como único ser racional que es, el plan requiere para su realización en plenitud un tiempo mayor que el de la vida de un individuo. El plan sólo puede realizarlo la especie humana. El “motor” que desarrolla este plan es la insociable sociabilidad humana, ese modo de ser que hace que cada hombre no soporte a los demás, pero que no pueda vivir sin ellos: la competencia, la disputa y el mal que todo esto causa hacen que los hombres comiencen a desarrollar sus disposiciones naturales. Sus resultados son: - progreso técnico-económico: desarrollo del arte y de la ciencia. - progreso civilizatorio: adquisición de hábitos de cortesía. - progreso legal: * constitución de Estados que protegen la libertad –coartándola en lo necesario- y articulan la justicia. * constitución de un “estado cosmopolita” (pues el Estado repro- duce la conducta de los individuos). La insociable sociabilidad no alcanza más. El progreso moral, que sería la meta última del plan (pues afectaría a cada individuo, no ya genéricamente a la especie), necesita otro “motor”: la ilustración. DESARROLLO Sólo desde los años cincuenta del pasado siglo comenzaron a interesar los escritos sociopolíticos de Kant. Hasta entonces, el filósofo de Königsberg había sido estudiado, seguido o criticado, atendiendo de un modo casi exclusivo a su teoría del conocimiento y a su propuesta moral. Independientemente de la valoración que de ellas se haga, es evidente que las reflexiones kantianas sobre Historia y Política están, en nuestro mundo de hoy, tan de actualidad como a finales del siglo XVIII: problemas similares junto a una necesidad urgente de evitar la catástrofe hacen que hoy sus textos no resulten en modo alguno ajenos y lejanos. Ilustración es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. Minoría de edad es la imposibilidad de servirse de su entendimiento sin la guía de otro. Esta imposibilidad es culpable cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino de decisión y valor para servirse del suyo sin la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración. Así comienza el célebre artículo “Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?”, que Kant escribe en 1784. Es el mismo año en el que está fechado el artículo que pretendemos leer. ¿Hay entre ellos, además de la coincidencia de fecha,

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Para leer “Idea de una Historia Universal en clave cosmopolita”, de I. Kant

IES “Fco. Giner de los Ríos”. Departamento de Filosofía.

RESUMEN La Naturaleza (o Providencia) parece haber dotado a todas las criaturas de una

finalidad que éstas alcanzan en su vida. Sólo el hombre, al menos si juzgamos su conducta en la Historia, parece carecer de ella: codicia, egoísmo, guerras, destrucción, hacen que la imagen del hombre sea deplorable.

Para evitar esta imagen, y contribuir así a modificarla, se puede suponer que también para él tiene la Naturaleza un plan. Ahora bien, como único ser racional que es, el plan requiere para su realización en plenitud un tiempo mayor que el de la vida de un individuo. El plan sólo puede realizarlo la especie humana.

El “motor” que desarrolla este plan es la insociable sociabilidad humana, ese modo de ser que hace que cada hombre no soporte a los demás, pero que no pueda vivir sin ellos: la competencia, la disputa y el mal que todo esto causa hacen que los hombres comiencen a desarrollar sus disposiciones naturales. Sus resultados son:

- progreso técnico-económico: desarrollo del arte y de la ciencia. - progreso civilizatorio: adquisición de hábitos de cortesía. - progreso legal: * constitución de Estados que protegen la libertad –coartándola en lo necesario- y articulan la justicia. * constitución de un “estado cosmopolita” (pues el Estado repro- duce la conducta de los individuos). La insociable sociabilidad no alcanza más. El progreso moral, que sería la meta

última del plan (pues afectaría a cada individuo, no ya genéricamente a la especie), necesita otro “motor”: la ilustración.

DESARROLLO Sólo desde los años cincuenta del pasado siglo comenzaron a interesar

los escritos sociopolíticos de Kant. Hasta entonces, el filósofo de Königsberg había sido estudiado, seguido o criticado, atendiendo de un modo casi exclusivo a su teoría del conocimiento y a su propuesta moral. Independientemente de la valoración que de ellas se haga, es evidente que las reflexiones kantianas sobre Historia y Política están, en nuestro mundo de hoy, tan de actualidad como a finales del siglo XVIII: problemas similares junto a una necesidad urgente de evitar la catástrofe hacen que hoy sus textos no resulten en modo alguno ajenos y lejanos.

Ilustración es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. Minoría de

edad es la imposibilidad de servirse de su entendimiento sin la guía de otro. Esta imposibilidad es culpable cuando su causa no reside en la falta de entendimiento, sino de decisión y valor para servirse del suyo sin la guía de otro. Sapere aude! ¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración.

Así comienza el célebre artículo “Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la

Ilustración?”, que Kant escribe en 1784. Es el mismo año en el que está fechado el artículo que pretendemos leer. ¿Hay entre ellos, además de la coincidencia de fecha,

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alguna relación más? Parece claro que sí: para Kant, Ilustración es emancipación del ser humano: Su reflexión sobre la Historia tiene la misma finalidad.

Adam Smith condensó en su expresión “la mano invisible” la teoría

económica del liberalismo burgués de los siglos XVII y XVIII: trabajando todos únicamente por el interés particular (seguridad, ganancia) y egoísta, una “mano invisible” conduce esta intención hacia una finalidad que ninguno de sus protagonistas ha previsto: fomentar el interés de la colectividad.

De esta idea parte Kant en su filosofía de la Historia: apenas si reparan

los hombres en particular, ni el mismo pueblo en su conjunto, en que, al buscar su sentido, según su propio propósito y a menudo en contraposición a otros, persiguen sin darse cuenta, como hilo conductor, el propósito de la naturaleza, que desconocen, y colaboran en su misma promoción, aunque, si les llegara a ser conocido, poco les importaría. (Punto 1).

El filósofo que pretenda encontrar un sentido a la Historia humana no

podrá detener su mirada en lo que de hecho hacen los hombres, pues no descubrirá ahí ningún “propósito racional” propio. Tendrá que suponer (fingir) que, a pesar de los hombres tomados individualmente, hay un “plan de la Naturaleza” que conduce a la Historia humana hacia su plenitud social. (Puntos 2 y 3).

¿Qué es esto de un “plan de la Naturaleza”? ¿No parece una visión de

la Historia puramente idealista, utópica, ignorante de los hechos históricos concretos? ¿Es otra vez, ahora desde una perspectiva laica, la vieja tesis agustiniana de un Dios que guía la Historia? No, en modo alguno: este “plan de la Naturaleza” no es sino una hipótesis para la investigación, una investigación que no puede desentenderse de los acontecimientos históricos. Es algo así como: si examinamos desde cierta perspectiva, desde cierto criterio, los hechos de los hombres a lo largo de la Historia, ¿podríamos descubrir, más allá de su egoísmo, brutalidad y estupidez, que, en su conjunto, tienen un sentido, obedecen a un plan, conducen a una meta?

¿Por qué podemos, y debemos, suponer que existe este “plan”? Porque

todas las criaturas lo tienen (Primera frase), porque todas las criaturas tienen una finalidad impuesta por la Naturaleza. ¿Habría de ser el hombre la única que careciera de ella? ¿Podemos contentarnos con dejar para el “más allá” el sentido de nuestra historia, de nuestra existencia?

Ahora bien, en el ser humano esta finalidad, esta determinación a

desarrollar alguna vez de manera completa y adecuada todas sus disposiciones naturales, no puede lograrse en el individuo, sino solamente en la especie: es la humanidad en su conjunto la que ha de alcanzar una meta (Segunda frase).

¿Qué meta es ésta? Desarrollar al máximo aquellas disposiciones

naturales que aspiran al uso de la razón. Es decir, conseguir, como ser dotado de razón, liberarse del instinto, de la “animalidad”, convertirse en el rector de su vida (Segunda frase).

Aquí aparece el propósito crítico y emancipador de la filosofía Kantiana

de la Historia: Kant no se resigna a contemplar los hechos humanos en su conjunto como tejidos con necedad y vanidad infantil, con maldad infantil y afán de destrucción. Si así fuera, la Historia no revelaría sino la indignidad humana. Recuperar esta dignidad “exige” pensar esos hechos como contribuciones inconscientes e involuntarias a un futuro humano de pleno desarrollo de la razón, es decir, de aquello en lo que consistimos. Kant, pues, no especula, no se evade de la realidad para refugiarse en un mundo de ensueños, sino que propone una tarea: lograr ese futuro.

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La vida de cada hombre es demasiado corta para lograrlo; por eso es una tarea para la especie: Resulta muy extraño, dice Kant, que las viejas generaciones parezcan laborar penosamente sólo para estimular a las siguientes y prepararles un grado sobre el que puedan alzar más alto el edificio que la Naturaleza tiene de propósito; y que sólo las últimas hayan de tener el gozo de habitar en la casa que una larga serie de antepasados (desde luego que sin este propósito) ha levantado, sin pensar en tomar parte en la dicha que han preparado. (Tercera frase). Se adivinan aquí, aunque sea confusamente, tanto los conceptos darwinianos de “lucha por la vida”, “supervivencia de los más aptos”, “selección natural” cuanto el Materialismo Histórico de Marx: muchos han de realizar su sacrificio individual para que otros logren una situación mejor (una mejor adaptación, una sociedad sin clases). Sólo en el final, en la meta, el desarrollo del individuo particular coincidirá con el de la especie.

¿En qué consiste, cuál es la finalidad de ese máximo desarrollo de las

disposiciones naturales que aspiran al uso de la razón? La respuesta es: obtener la felicidad. Ahora bien, la Naturaleza ha querido que el hombre (…) no participe de ninguna otra felicidad o plenitud que la que él mismo, libre del instinto, se procure mediante su propia razón (Tercera frase).

La Naturaleza, que no es pródiga en dotar de medios para lograr sus

fines, dotó al hombre de razón y libertad, de modo que todo lo que obtuviera fuese fruto de él mismo. ¿Son suficientes estas “herramientas” para el logro de la felicidad, una felicidad que Kant había definido en la “Crítica de la Razón Pura” como la satisfacción de todas nuestras inclinaciones? Todo indica que la Naturaleza le ha propuesto al hombre un fin más alto que la felicidad: parece, incluso, que la Naturaleza no consienta en que viva bien, sino en que haya de extraer de sí mismo tanto que, por su comportamiento, se haga digno de la vida y del bienestar. (Tercera frase). El objetivo no es tanto la felicidad, sino algo más importante: la dignidad de ganársela mediante la razón y la libertad, hacerse digno de ser feliz aunque no lo sea todavía.

¿De qué se sirve la Naturaleza para que la Humanidad pueda alcanzar

su meta? El medio (…) es el antagonismo de las mismas (de las disposiciones de la Naturaleza) en la sociedad (…) Entiendo aquí por antagonismo la insociable sociabilidad (Ungesellige Gesselligkeit) del hombre. (Cuarta frase): en el hombre conviven dos tendencias opuestas, el individualismo, el egoísmo, y el deseo de estar con los otros hombres. Serán su egoísmo y codicia los que le impulsen a enfrentarse a los demás, a competir con ellos. Éstos, egoístas y codiciosos a su vez, le opondrán resistencia. Mas esta resistencia es la que despierta todas las fuerzas del hombre y le lleva a superar su inclinación a la pereza y, movido por el ansia de honor, de poder o de bienes, a procurarse un rango entre sus congéneres, a los que no puede soportar, pero de los que tampoco puede prescindir (Cuarta frase).

He aquí el motor de la Historia. De no ser por esta insociable

sociabilidad el hombre nunca habría salido de su rudeza inicial, apenas se distinguiría de los animales. Sin esta “lucha”, todos los talentos permanecerían para siempre ocultos en su semilla, en una arcádica vida de pastores, logrando perfectos acuerdos, satisfacción y versatilidad: los hombres, buenos como las ovejas que apacientan, apenas si otorgarían a su existencia un valor mayor del que posee su manso; ni llenarían el vacío de la creación, respecto a su fin, como naturalezas racionales. (Cuarta frase).

Oponiéndose a los teóricos de un presunto “estado de inocencia”

(Rousseau), a quienes añoran el “paraíso perdido”, Kant cree que esta competencia, inconsciente de los planes de la Naturaleza, va sin embargo desarrollándolos, impulsando el progreso cultural.

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Primeramente, sólo como desarrollo económico: la competencia mejora la producción, la industria, el comercio. Si cada uno quisiera usar este progreso únicamente en su provecho, lo destruiría. El mayor problema de la especie humana, a cuya solución la naturaleza le apremia, es la instauración de una sociedad civil que administre el derecho en general. (Quinta frase). Así pues, al progreso meramente técnico, económico, le sigue el progreso legal: el aumento de la libertad exige, para que pueda mantenerse, la más precisa determinación y seguridad de los límites de esa libertad, para que pueda coexistir con la libertad de otros. Exige una constitución civil plenamente justa (Quinta frase).

Este problema es el más difícil y el que la especie resolverá más tarde (Sexta

frase). En efecto, el hombre es un animal que necesita de amo, de un “señor” que fuerce su voluntad y le obligue a obedecer una voluntad válida en general (concepto que Kant toma de Rousseau), por la que cada uno pueda ser libre. ¿Dónde buscar este “señor”? Desde luego, entre los hombres, lo que convierte a esta tarea en algo realmente difícil: el “señor”, al ser un hombre, será como todos los hombres, pero, al mismo tiempo, deberá ser justo por sí mismo. ¿Es posible tal cosa? La Naturaleza nos impone aproximarnos cuanto podamos a esta idea, a este ideal.

Kant va más allá en la aplicación de la insociable sociabilidad como

“motor de la Historia”: lo que vale para los individuos vale también para los Estados, una vez constituidos; también ellos disputan, también ellos se enfrentan entre sí. Las guerras, horribles y devastadoras en sí mismas son, sin embargo, el “instrumento” necesario para conseguir una paz estable, una “Paz Perpetua”, como titulará Kant su opúsculo de 1795.

Por eso afirma que una constitución civil perfecta sólo es posible si hay una

relación exterior legal entre los Estados (Séptima frase). Una gran “unión de pueblos”: es la única salida posible; cada Estado, como antes cada individuo, ha de renunciar a su libertad brutal y buscar tranquilidad y seguridad en una constitución legal. Esta gran unión de pueblos, ¿está en manos del azar, como los átomos de Epicuro, o es preferible pensarla como incluida en el plan de la Naturaleza? Si se la piensa de este modo, no se eliminan los sufrimientos de las guerras, pero éstas pueden ser interpretadas como intentos de la Naturaleza por proporcionar nuevas relaciones entre los Estados. Del mismo modo que la Naturaleza conservó todas las disposiciones naturales del individuo mientras duró su estado salvaje, hasta que, al comprobar los males que éste le acarreaba, aquéllas pudieron comenzar a actuar, así ocurre en el Estado: mientras se prepara para la guerra (e invierte esfuerzos y dinero en esos preparativos) y sufre luego sus horribles consecuencias, las disposiciones naturales se conservan para resurgir cuando los Estados, conscientes del mal que todo esto les produce, las ponen de nuevo en funcionamiento, buscando una ley de equilibrio y un poder asociado que les ha de conducir a la idea de un estado cosmopolita (la gran unión de pueblos).

Ésta es la meta, de la que aún estamos muy lejos (probablemente Kant

pensaría hoy que la ONU es un paso en la buena dirección, pero no aún el paso último). La insociable sociabilidad nos ha cultivado mediante el arte y la ciencia, nos ha civilizado en “maneras y decoros sociales”, pero no nos ha moralizado. ¿Qué quiere decir Kant con esto?

Un año después del escrito que estamos leyendo, Kant publicó la

“Fundamentación de la Metafísica de las costumbres”. En esta obra diferencia dos dimensiones en lo social: la dimensión de legalidad, que consiste en la adecuación meramente externa con la ley (se actúa conforme a las leyes, sin más) y la dimensión

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de moralidad, en la que lo decisivo es el motivo por el que se actúa (es la distinción conocida entre “actuar conforme a deber” y “actuar por deber”).

Aludíamos en la Quinta frase a un progreso técnico-económico y a un

progreso legal, cuya culminación sería la gran unión de los pueblos, el “ideal cosmopolita”. Kant piensa que con esto aún no se ha alcanzado la meta, no se ha cumplido el plan de la Naturaleza para la Humanidad: es necesario un progreso moral de los individuos, es necesario llegar a la dimensión de moralidad.

La insociable sociabilidad nos ha “conducido” desde el estado salvaje

hasta la ciencia y la técnica, para llegar a la dimensión de legalidad. Aquí está su límite, aquí termina su papel como “motor”: llevar a la especie hasta esta dimensión. No es poco, sin embargo. En el “Tratado sobre la Paz Perpetua” escribe Kant: Que sólo se trata de llegar a una buena Organización del Estado (…) en la que las fuerzas de unos estén de tal manera dirigidas contra las fuerzas de los otros, que se compensen mutuamente en su efectividad destructiva: de tal manera que el resultado caiga así del lado de la razón como si no existieran aquellas fuerzas, y así el hombre, aun cuando no pueda ser un hombre moralmente bueno, con todo se vea forzado a ser un buen ciudadano. Por muy duro que suene, esto sería posible incluso para un pueblo de demonios, sólo que éstos estuvieran dotados de razón.

Sólo mediante una constitución perfecta del Estado en el interior y en el

exterior podrá la Naturaleza desarrollar sus planes respecto a la Humanidad (Octava frase). ¿Se camina en esta dirección? Del mismo modo que del plano económico hemos pasado al plano legal, Kant cree que éste prepara el plano moral (la “conversión” de los individuos). Al menos, hay atisbos de ello. Apenas se ha recorrido una pequeña parte del camino (la historia de la Humanidad es aún corta en relación a la inmensidad de la tarea), pero, una vez vislumbrada la meta, la humanidad ya no puede ser indiferente a ella, e incluso puede contribuir a adelantar su consecución. De que algo así está ocurriendo hay alguna “señal”: el progreso alcanzado en la industria y el comercio no es compatible con la restricción de la libertad individual más allá de lo necesario para que sea consistente con la libertad de los demás. Eso produce un aumento de la libertad (p.e., concesión de la libertad de religión).

Poco a poco va surgiendo así la ilustración. Esta ilustración, sin

embargo, debe llegar “hasta el trono”, hasta el poder, e influir en sus principios fundamentales de gobierno: se irá constatando así que, incluso para su propio provecho y el de su Estado, es mejor establecer pactos con otros Estados que enfrentarse a ellos. Éste es el comienzo de un aún lejano cuerpo de Estado (la gran unión de pueblos) del que no ha habido ningún ejemplo en el pasado.

El sentido de un ensayo filosófico que elabore la Historia universal del

mundo como obedeciendo a un propósito (Novena frase) consiste en esto: si, “armados” con la suposición de que existe un plan de la Naturaleza, revisamos ahora la Historia, al menos la de Occidente, ¿no veremos un progreso en la dirección anunciada desde los griegos, los romanos luego, los bárbaros después, los Estados europeos? ¿No percibiremos una mejora de sus constituciones, incluso de las relaciones entre ellos? A pesar de guerras y revoluciones, o quizá por ellas, ¿no hay un progreso en la ilustración, una situación superior a la anterior, tras cada caída? ¿No se adivina en todo ello un hilo conductor que abre expectativas de futuro a la Humanidad, un futuro en el que todos los hombres trabajen para llevar a su plenitud todas las semillas que la Naturaleza ha depositado en ellos y puedan así alcanzar su meta? ¿No contribuirá esta perspectiva a su logro?

Así termina este escrito kantiano. En el resto de su “filosofía política”

aparece con mayor claridad la idea de que Kant confía a la ilustración la tarea de

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moralizar al ser humano. Y en su “filosofía de la religión” parece apuntarse la culminación del plan de la Naturaleza para el hombre.