Papini Giovanni - Una Muerte Mental

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Una Muerte Mental Giovanni Papini http://www.librodot.com De uno de los más recientes suicidios en los últimos años no se conocería la verdadera historia si yo no tuviese el vicio de andar en busca de los raros con la esperanza -casi siempre superflua- de hallarme con un grande. Todos nosotros sabemos, qué defectuosas son las estadísticas -digo a propósito defectuosas en él sentido de insuficientes. Aunque algunos equilibrados vegetantes lamenten con cara de pavor el crecimiento continuo de las muertes voluntarias, sé bien, por mi parte, que no todas son registradas. Entre los enfermos y los aparentes asesinados, los suicidas menudean. Constituyen, quizás, la mayoría. Algo me impulsa casi a decir que cada muerte es voluntaria. Pero ¿cómo? ¿De qué manera? ¡Ay de mí! ¡De maneras comunes, vulgares, vulgarísimas! Falta de sabiduría, falta de voluntad .-pocos son los que prevén y pueden-: un arrojarse al encuentro del destino casi como pájaros dentro de la serpiente o locos -en la hoguera. Hombres que no han querido vivir y han preferido el breve presente al largo y cierto porvenir. Leopardi aprobaría: pero quién puede negar que ésas, son vidas truncadas?. El suicidio cuyo misterio he sabido no se parece a ninguno de los conocidos hasta ahora. Ni la historia ni la crónica nos hablan de otro parecido o igual. Era difícil encontrar un medio no utilizado por ninguno. Todos los expedientes menos obvios fueron descubiertos y utilizados: cada tanto los diarios, hartos ya desde hace mucho de los habituales pistoletazos y los cotidianos envenenamientos, exponen alguno, como variedad curiosa, para hacer sonreír agradablemente al lector optimista. Y sin embargo él lo encontró y lo practicó. Conocí al futuro suicida de una manera curiosa. (Debo advertir que de las personas que me han sido presentadas habitualmente no extraje nunca nada de

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Una Muerte Mental

Una Muerte Mental

Giovanni Papini

http://www.librodot.com De uno de los ms recientes suicidios en los ltimos aos no se conocera la verdadera historia si yo no tuviese el vicio de andar en busca de los raros con la esperanza -casi siempre superflua- de hallarme con un grande.

Todos nosotros sabemos, qu defectuosas son las estadsticas -digo a propsito defectuosas en l sentido de insuficientes. Aunque algunos equilibrados vegetantes lamenten con cara de pavor el crecimiento continuo de las muertes voluntarias, s bien, por mi parte, que no todas son registradas. Entre los enfermos y los aparentes asesinados, los suicidas menudean. Constituyen, quizs, la mayora. Algo me impulsa casi a decir que cada muerte es voluntaria. Pero cmo? De qu manera? Ay de m! De maneras comunes, vulgares, vulgarsimas! Falta de sabidura, falta de voluntad .-pocos son los que prevn y pueden-: un arrojarse al encuentro del destino casi como pjaros dentro de la serpiente o locos -en la hoguera. Hombres que no han querido vivir y han preferido el breve presente al largo y cierto porvenir. Leopardi aprobara: pero quin puede negar que sas, son vidas truncadas?.

El suicidio cuyo misterio he sabido no se parece a ninguno de los conocidos hasta ahora. Ni la historia ni la crnica nos hablan de otro parecido o igual.

Era difcil encontrar un medio no utilizado por ninguno. Todos los expedientes menos obvios fueron descubiertos y utilizados: cada tanto los diarios, hartos ya desde hace mucho de los habituales pistoletazos y los cotidianos envenenamientos, exponen alguno, como variedad curiosa, para hacer sonrer agradablemente al lector optimista. Y sin embargo l lo encontr y lo practic. Conoc al futuro suicida de una manera curiosa. (Debo advertir que de las personas que me han sido presentadas habitualmente no extraje nunca nada de extraordinario). Hurgaba una maana en un quiosco ambulante de libros viejos cuando cay en mis manos el primer volumen de la traduccin francesa de Los demonios, de Dostoievsky. Lo habla ledo haca ya mucho tiempo y varias veces; adems, era el primer tomo solamente y no tena, por ello, ninguna intencin de comprarlo. Pero sin saber cmo empec a hojearlo e instintivamente di en las pginas en las que el ingeniero Kiriloff expone con tanta simpleza sus ideas sobre el suicidio. Haba notado ya en los mrgenes marcas violentas de lpiz rojo pero aqu se hallaban incluso anotaciones.' Estaban escritas con lpiz negro y eran borrosas. Sin embargo, las descifr. "As no. -Est bien: es necesario superar el temor de la muerte y por lo tanto prepararse para ultimarnos, pero no ,as. -El suicidio con las manos: cosa de carniceros. No se llega... -Tener presente la idea de mi mtodo. ?Es necesario negar, destruir la vida por s mismo, poco a poco, no destrozar el cuerpo de golpe: es estpido..."

Estas pocas lneas, escritas a lo largo de los mrgenes, excitaron mi curiosidad como no me ocurra desde haca mucho.

Quin poda ser el que habla escrito tales palabras? Y cul era su mtodo, su muerte sin morir? Segu nerviosamente hojeando el volumen. Me sorprend: sobre la guarda inicial se hallaba: lo que estaba buscando: un sello -uno de esos horribles sellos Violetas de uso comercial- con un nombre, un apellido y una direccin.

Otton Kressler

Via delle Ruote, 25. 1 piso

Di unas monedas al librero y me fui de prisa a casa con el libro en el bolsillo. No bien estuve en mi cuarto lo examin detenidamente: haba otras notas pero no agregaban nada ms extrao a los que ya haba ledo antes. Eran suficientes aquellas, sin embargo, para que no tuviese paz, hasta que no hubiera encontrado -al dueo del libro. Pero habra sido l el autor de las notas? Y ese nombre alemn del sello, seria el del ltimo dueo, y el del misterioso glosador? Y si fuera l, vivira siempre en la misma casa?, por ms conjeturas que hiciera, no haba otra solucin que ir tras ese hilo -el nico. No poda estar como sobre ascuas. Retom el libro y el sombrero y volv a salir.

En pocos minutos -tengo las piernas largas y la prisa de los nerviosos- llegu al nmero veinticinco de Via delle Ruote.

Llam a la portezuela sucia de la calle. Una puerta interior se abri:

-Quin es?

Era una voz de nio. En efecto, una vez que, sub dos tramos de escalera, vi en el vano a una muchachita plida de delantal rojo y pies descalzos:

-A quin busca?

-Vive siempre aqu el seor Ottone Kressler?

La chica abri los ojos y pens.. Luego, de pronto:

-Mam! Mam! Ven.

Se adelant una mujercita de unos cuarenta aos, rostro despectivo y socia corno la hija. Me mir mal:

-Qu, deseaba?

Repet el nombre. Advert que mi pregunta no fe, produca placer alguno.

-Lo conoce? -pregunt, recelosa.

-No lo conozco, pero tengo necesidad de verlo inmediatamente, por negados.

La mujer estaba dudosa, pero predomin el temor,

-No vive ms con nosotros El lo hizo tres meses que se fue.

-Y dnde est ahora?

-No lo s.

-De veras? Y no hay nadie que pueda saberlo?

-Intente con el vinero vecino y pregunte por Cechino El le reciba las cartas.

Salud y baj, Haba, a dos pasos de la casa, una de aquellas vineras de visillos rojos, color de sangre sucia y de vino malo, con un botelln pintado sobre el cartel a la izquierda, Entre. Qu tufo! Por suerte no haba nadie, ni siquiera un parroquiano al mostrador.

-No hay nadie aqu? -llam en voz alta.

O en la penumbra del fondo un revolver de paja y de taburetes y vino a mi encuentro una mujer con el rostro encendido que me mir de pies a cabeza entre confusa y amenazante.

-Hay gente! -grit sin aproximarse.

Detrs de ella surgi de entre las tinieblas un jovenzuelo rubio de delantal azul turqu arrollado en torno de la cintura:

-Qu deseaba?

-Disculpe, es usted Cecchino?

-S, soy yo,

-Conoca a un seor Ottone Kressler, que viva ac al lado?

-Claro que s. Pero se ha ido.

-Y dnde est?

Comprend que tampoco l tena deseo alguno de contestarme. Me mir fijamente y luego me dijo en voz baja:

-Perdn, no es por nada, pero qu se gana con eso? Porque, a decir verdad, es un pobre desgraciado y ni siquiera l sabe lo que hace. Ha dejado muchas deudas de poca monta entre los vecinos y me parecera un pecado mandarle otro acreedor ms. Nunca delat a nadie, Dios mediante, y vivir, vivo lo mismo...

-Se equivoca: no necesito nada de l. Antes bien, acaso pueda darle algo y necesito verlo por un asunto muy importante... No lo he visto nunca hasta ahora.

-Mire, no le har mucho caso. Si viera que tipo cmico es! Y parece como si no recordara nada ni le importara nada de nada. A veces suele hablar de s mismo... Pero sin embargo es un buen muchacho y cuando tiene, no es estirado como tantos.

-Escuche: me dijeron que usted sabe dnde vive ahora; dgamelo. Me har un bien a mi y tambin a l.

El jovencito me mir de nuevo fijamente; fuego, sea porque se persuadi de que yo no era ni polica ni acreedor, sea porque le importase poco el secreto, me dijo:

-Si no lo llevaron al hospital en estos das est en Via della Stufa N 2.

Agradec y sal rpidamente.

De Via delle Ruote a Via della Stufa no hay mucha distancia y llegu sin darme cuenta.

El nmero dos corresponda a uno de aquellos viejos palacios florentinos de mil cuatrocientos o mil quinientos, con ventanales de arco redondo ornados de sillares rsticos en piedra marmrea y con la galera ?tapiada!? en lo alto. Algo descascarado y bastante sucio; ventanas semitapiadas, signos de envilecimiento en todas partes.

Haba un portero remendn que sin alzar la cabeza del zapato y sin gesto alguno de sorpresa contest a mi pregunta:

-En el ltimo piso, a la derecha.

Sub la escalinata deshonrada por escupitajos y telaraas vez arriba, llam. Apareci otra chiquilla. El seor Kressler estaba en casa y me recibi en el umbral de su cuarto. Quizs olvidar al pasar de los aos su figura, pero hasta este momento la conservo ntida, intacta y profundamente grabada en mi mente.

Ottone Kressler era, como me lo imaginaba, alto y enjuto. Su rostro alargado y estrecho como si le hubiesen comprimido a la fuerza las mejillas cuando nio pareca la caricatura de una aparicin hoffmanniana. Orbitas profundas, increblemente profundas, con dos resplandores en el fondo; nariz larga, curva, espiritual; boca sinuosa pero no de expresin femenina y voluptuosa sino sarcstica y amarga; dientes caballunos; mentn casi en punta. La cara, afeitada, era totalmente roja, pero no de ese rojo sano y natural que se ve en la plenitud de las mejillas sino de un rojo oscuro, como de sangre revuelta, que invada todo hasta llegar al cuello. Estaba mal vestido y llevaba un sobretodo gris apagado y un sombrerete en la cabeza como si estuviera por salir.

Mi exaltacin por verlo habla sido tan grande que no pens en las primeras palabras que le dira, en una excusa razonable de mi visita, Mientras me aproximaba no saba que decirle. La necesidad me decidi por la franqueza.

-Es usted el seor Kressler?

El joven indic que s. Necesitara hablarle inmediatamente.

Me seal su cuarto y entr. Era una habitacin grande y casi vaca que daba a los tejados. Sobre un largo cajn de embalaje estaba tirado un colchn y sobre el colchn una alfombra y una almohada. No haba sillas: slo un silln de junco. Sobre la pared, suspendidas con cordeles, tablas cargadas de libros y en un rincn un atril de msica, grande y negro, y, por lo que pude apreciar, de slida y antigua fabricacin. Kressler indic el silln y se sent sobre el falso lecho, mirndome silenciosamente a los ojos como si esperase de m todo el gasto de la conversacin.

No perd mi coraje: extraje del bolsillo el volumen de Dostoievski y se lo alcanc.

-Es suyo este libro?

-Era mo hace un tiempo. Me lo llevaron con otros libros en la casa donde viva y vendieron todo para cobrarse. El segundo tomo lo tengo todava. La duea era ignorante...

-Y esta nota marginal es suya? -agregu indicndole las lneas manuscritas junto al prrafo de Kiriloff.

-Es ma. Pero por qu?

El seor Kressler era muy tranquilo y pareca insensible a la extravagancia de mi visita y de mis preguntas.

-Porque -lo interrump abruptamente-, por que he ledo estas palabras y vi en ellas la alusin a un mtodo, a un mtodo nuevo de muerte, a una muerte sin manos, a un suicidio superior. Me ocupo mucho de esto y tengo algunas ideas... Busco a todos aquellos que sienten la responsabilidad de la eleccin y no se deciden a una salida por una puerta cualquiera. He venido para que me diga si este mtodo existe, si verdaderamente usted ha encontrado algo y si este algo se realizar...

A medida que hablaba, mi oyente iba perdiendo algo de su calma. Desde el fondo de las rbitas las pupilas se acercaban hacia m y cada ojo sala de su cuenca como un animal que se asoma a la boca de su cueva.

-S, s... Es as -exclam- Puede ser posible que alguien piense seriamente en esto? Y en Italia! Usted vino a verme por el problema de la verdadera muerte?

-Solamente por esto.

El seor Kressler se levant. Pareca conmovido. Su mano busc y estrech la ma. Tuve que decirle mi nombre. Vi reflejado en su rostro el deseo de abrazarme.

-Podramos conversar ahora -agregu-. Pero, usted sala?

-No, de ningn modo. Estoy vestido siempre as, incluso en casa. No me gusta desvestirme. Con mucho gusto podemos hablar ahora, en seguida, cuando quiera. Le contar todo, le dir lo que usted desea. Antes de morir, la idea ser suya. Transfusin y comunicacin: no lo haba pensado, no tena a nadie. Tantas orejas, pero qu pocos cerebros! Y luego, aqu! Quizs en Alemania... Pero no puedo volver: la miseria! Mire esto!

Y me sealaba la estancia vaca, las vigas del cielo raso, los vidrios de las ventanas rotos, emparchados con tiras de papel.

-Quiere saber mi historia? Pero si mi historia comienza ahora! El primer captulo de mi vida ser el ltimo y el epitafio puede servir tambin como ttulo. Tengo apellido alemn: mi padre era bvaro; y .emigr a Italia. Pero mi madre es italiana y vive todava y no comprende nada -como todas las madres. Haca como de empleado o escribiente en un comercio de mquinas. Mi padre era un hombre moderno, de la era industrial, y con algn toque a lo Bismarck. Cretino, por lo dems, y empeorado por Goethe y el Chianti, al que se haba aficionado en los ltimos aos. Yo escriba, copiaba, sumaba y siempre estaba en mi la idea de la vida. Historia vulgar: usted lo sabr de memoria. Qu es? Por qu? A dnde vamos? Vale la pena vivir? etctera, etctera. Al anochecer, en vez de salir, lela o preguntaba a todos los libros aquello que ningn hombre deca. Quera la vida, la ms grande y hermosa vida posible y no la vea a mi alrededor, ni siquiera en aquellos que, segn los dems, estaban bien. Y los ideales de los filsofos no me persuadan. Trat de seguirlos, uno tras otro, pero fue una carrera de esperanzas abofeteadas. Y sin embargo, sin un punto de apoyo metafsico, racional, no saba vivir. Me pareca ser ms despreciable que los perros que comen de limosna, pasean con bozal y orinan en todas las esquinas. Dej el empleo y como consecuencia deb separarme de mi familia. Recorr el mundo a pie, casi sin dinero; peda hospitalidad o daba lecciones donde poda. Fui arrestado dos veces pero liberado a los pocos das. Llegu a Alemania: tena nostalgia de la -patria desconocida. Caminaba poco cada da. No bien encontraba un buen lugar me detena y me tiraba sobre la hierba, en los campos, sobre los bancos de piedra de las pequeas ciudades tranquilas. Llegaba la noche, surgan las estrellas, pensaba, dorma. Coma poco; beba en las fuentes, con la boca en los pozos o en las zanjas; dorma como poda, en cabaas o en las casas de los pobres. Y pensaba, pensaba siempre. Pensaba hasta durmiendo. Conoca o adivinaba todas las respuestas a esas preguntas, y sin embargo la luz me lleg de otro, de un cura. Era un cura viejo que encontr un da frente a una iglesia campesina Iba caminando al azar por el prado con la cabeza inclinada y me vio tan cansado y triste que me salud y pregunt si quera. beber. Comenzamos a conversar. Le cont algunas de mis dudas, de mis bsquedas, de mis inquietudes. Y entonces escuch las palabras que despertaron de pronto mi mente:

"Pero no comprende que el sentido de la vida est en la muerte y solamente en la muerte? Slo el que quiera morir, el que est ya muerto en esta vida desde ahora, slo ste gozar y saborear y conocer la vida!"

"Quizs estas palabras eran el eco de algn lugar comn asctico y carentes, para l, de todo significado profundo. Quizs las extrajo de algn breviario eclesistico, de donde las habla copiado en el seminario, por su apariencia de santa paradoja. No lo s; para mi fueron el descubrimiento, la iluminacin, el principio de la nueva existencia.

"Esa misma noche, en la casa parroquial -adonde el cura me habla invitado a comer y a dormir- las analic y las trastoqu en todo sentido, las ilumin con todas las luces de mi pensamiento y desenmara lo que podan contener y ms todava. Hoy esas verdades me son de tal modo familiares que no s ya casi qu hacer con ellas y si ahora las recuerdo es para informarle a usted: pero entonces! Que el secreto de la vida se halle en la muerte era algo que siempre haba sospechado, pero en un sentido negativo y fsico y al mismo tiempo tan, arriesgadamente trascendental y fidestico que mi mente no haba querido analizarlo a ningn costo. Un pistoletazo: bum! y luego la luz, la grande, la eterna, la definitiva luz. Puede ser! Quizs! Y si luego no fuese? El prncipe Hamlet no era, por ms que digan, un imbcil.

"Pero en las palabras del cura campesino habla algo ms, no ya la ruptura brutal e instantnea del cerebro, de la circulacin, etctera, para hundirse en el mar esperanzado de las posibilidades sino la muerte en la vida, la realizacin presente, actual, inmediata del estado de muerte en el estado de vida.

"No comprende?"

Y el seor Kressler call un momento mirndome desde el fondo de sus cuencas iluminadas. No supe qu contestarle en ese instante y en la pausa de silencio que sigui se ?oy que la puerta se abra bruscamente. Apareci un hombre bajo, lvido, en mangas de camisa -un hombre vulgarsimo que inconteniblemente me evoc la imagen de un zapatero vicioso-, el que nos contempl a los dos con arrogancia. No bien lo vio, Kressler se levant, corri hacia l y sali cerrando la puerta detrs de s. Inmediatamente estallaron gritos y blasfemias y puetazos sobre las mesas y ruidos de sillas arrojadas al suelo... No comprend una palabra: un confuso zumbar de rabia plebeya ocupaba penosamente la casa. Luego de tres o cuatro minutos de silencio, Kressler volvi a abrir la puerta y nuevamente se arroj sobre el cajn. Tena la cara algo ms plida y de un largo araazo sobre la frente, justo sobre la ceja izquierda, descendan gruesas gotas de sangre oscura y densa. El extrao hombre tom el pauelo, se lo apret sobre la pequea herida y murmur como una excusa:

?Quieren echarme de cualquier manera... No tendrn que esperar mucho...

Advert que si yo no hubiese estado all se habra echado a llorar. Aquella escena imprevista y enigmtica me haba consternado: me levant para irme. Al notarlo, Kressler se levant tambin y me tendi la mano. Olvid en ese momento mi preocupacin y sin pedirlo ms le dije dos o tres palabras de despedida y sal.

Una vez lejos de la casa y de la calle mir a mi alrededor como si me hubiera despertado entonces de un sueo. La noche se acercaba: todas las cosas tenan ese aspecto espiritual e indeciso que sucede a la puesta del sol y las hace parecer como iluminadas interiormente. Los comercios se volvan amarillos y blancos bajo los ltimos resplandores; en las calles todava no oscurecidas las sombras humanas corran ms veloces pero sin ruido. El profundo sentido de la repetida e infinita inutilidad de todo esfuerzo, que vuelve al finalizar cada muerte del sol como maldicin del anochecer, penetraba quizs, hasta en el nimo de los carreteros silenciosos y de las muchachas furtivas. Caminaba lento y pensativo, siempre avanzando, sin saber dnde detenerme, tratando de recordar sus facciones y sus palabras como si las hubiese visto y escuchado mucho tiempo antes. Pero todo me distraa: la mirada de una mujer, la blasfemia de un muchacho, el cartel luminoso de un teatro. Y cada toque de campana me haca estremecer: y las memorias y las nostalgias oscilaban a porfa pero fatigadas en la oscuridad tumultuosa de mi mente.

De improviso, son a mi lado una voz:

-Por aqu, por aqu. Estaremos ms solos.

Me volv: era Kressler. Kressler, vestido tal como lo haba hallado en su casa, que me miraba como si nada hubiese ocurrido. Me tom del brazo y lo acompa. Haba salido tras de m y me habla seguido. Marchbamos hacia el ro: al fondo del horizonte se vela an una raya recta, casi blanca. Las llamas amarillas en doble fila tremolaban a lo largo de la corriente tranquila.

Kressler retom la palabra:

-Creo que usted ya lo ha comprendido.

Yo entend todo inmediatamente, la primera noche. Observe que las palabras del cura no hablan sino de un caso especial de una ley que yo creo y estimo universal. No solamente el secreto de la vida est en la muerte sino que el secreto de la luz est en las tinieblas, el secreto del bien est en el mal, el secreto de la verdad est en el error, el secreto del s se encuentra en el no! Y entonces, cada Fausto que desea vivir, cada alma vida que quiere abrazar la vida como se abraza a una amante para sentirla toda, para besarla toda, para gozarla toda debe prepararse para morir, debe meterse dentro de la muerte. Si nosotros logramos en algn momento, vivir intensamente es porque la vida es un lento morir y porque cada voluntad es uno de los tantos estremecimientos y estertores de esta larga agona.

"Desde ese da yo decid renunciar a la vida, hacerme un alma de muerto, morir rpidamente. Pero no de pronto ni con medios externos y materiales. Ser ya un cadver antes que fuese necesario el sepelio- y suicidarse de modo que la muerte parezca natural e involuntaria. He aqu mi descubrimiento: matarse con la voluntad, con la propia alma y no con las armas, no con las manos, no con venenos. Morir a fuerza de pensar en querer morir. Eso es lo que estoy haciendo. Esto es lo que quera saber de m. Est contento?

Lo mir asombrado porque pronunci estas ltimas palabras casi en un tono de rabia despreciativa. Pero en seguida agreg:

"No se preocupe: la muerte todava no est completa. La verdad es que el suicidio como se practica hoy y se ha practicado siempre me produce repulsin. Esa sangre de los cuchillos, esas contorsiones de los venenos, esos descuartizamientos de las cadas, esos pistoletazos me han parecido siempre algo bajo, brutal, carnicero, innoble. Por qu destruir la obra maestra de nuestro cuerpo con semejantes tajos brutales y anegar la nobleza del alma en esas matanzas repugnantes? El alma lo puede todo, el alma es todo, la voluntad es seora del mundo. Basta con querer morir, pero quererlo seriamente, fuertemente, constantemente, y la muerte poco a poco se instala en nosotros y nos penetra tan enteramente que un soplo solo, despus, nos puede derribar. Y querer, en este caso, significa no querer. Para vivir queremos continuamente y para morir es necesario querer siempre menos y querer solamente no querer. La vida entera est hecha de esfuerzos: no esforzndose ms, por nada, de ninguna manera, la vida se vaca y se desinfla por s misma, y la aceptacin del todo y la renuncia del todo se equivalen, se funden, son una sola cosa. Difcil es querer pero ms difcil, sin parangn, es el no querer ms. An no lo he logrado. Me estoy matando cada da y cada hora pero de ?tanto en tanto, cuando menos lo espero, el instinto demoniaco de la resistencia y el impulso loco del deseo vuelven a salir a flote y me empujan hacia atrs, entre los vivos, entre todos.

"Pero, ahora estoy ms cerca de la muerte, y por lo mismo, de la felicidad, entre tantos que buscan en la vida lo que la vida no podr dar nunca. Apenas haya muerto, la vida volver a cogerme como a su hijo preferido y no me ser negado nada de lo que el sol ilumina y colora. Y ahora, ya mismo, saboreo de antemano ests alegras. Para los dems, no significa nada -no como, no leo, no me divierto, no amo, no juego, no gano dinero: estoy ya semimuerto. Apenas si respiro y me muevo... Y ?sin embargo, no dara estos das por todas las hermosas mujeres de Londres y todas las cajas fuertes de Amrica, Lo que para los otros es el cielo para m es una ventana, y toda la tierra, con sus ocanos, es un peldao sobre una torre y nada ms, y en el silencio de la noche las msicas que llegan a mi odo son ms voluptuosamente dolorosas que las de Chopin y ms msticamente solemnes que las de Bach. Ninguna mujer puede ser tan perfecta como aquella que me ama en mi pensamiento y que creo cada da, de la cabeza a los pies, como el buen Dios de la Biblia, y todos los sistemas y los conceptos de los profundos manacos que usted y yo conocemos son aros de papel y cometas sin hilo frente al dominio directo de la realidad fuera de las rejas del espacio y de las horas del tiempo..."

Kressler call de pronto, como antes, cuando el hombre amenazante haba aparecido en el vano de la puerta. Mir a su alrededor tratando de escapar a mi mirada. Me pareci que se arrepenta de haberme hablado y que casi se avergonzaba.

-Dme su direccin -agreg-; le avisar cuando sea llegado el momento. No venga ms a visitarme.

Le di mi tarjeta y nos separamos framente. - No he visto nunca cara ms triste que la suya en aquel anochecer.

Durante cuatro meses no supe nada de l. Hace pocas semanas una mujer vino a buscarme de parte suya.

-Qu pasa? -pregunt- Est mal? Se muere?

-Parece que s.

Corr a Via della Stufa. Lo hall en una autntica cama y entre las sbanas. Una seora vieja estaba sentada junto a l y lo miraba. Habla enflaquecido ms pero el rojo oscuro del rostro no haba sido cubierto por la palidez final. Me acerqu al lecho.

-Yo tena razn -me susurr en voz baja-; he logrado el descubrimiento. La voluntad ha sido vencida. Estoy muerto ya. Dentro de pocas horas o pocos das la ltima apariencia de vida cesar... Nadie me ha matado... Yo solo... sin las manos... Qu felicidad! Ninguna lengua humana podra decir.. estoy muerto... yo mismo me he matado... basta con quererlo... -cualquiera puede imitarme, usted sabe mi secreto... Este es el verdadero camino -el nico...

La seora, en tanto Kressler hablaba, estaba inquieta: pareca que sufra horriblemente por mi presencia.

Finalmente, no pudo resistir:

-Fuera de aqu -me grit-; fuera de aqu, asesino.

Creo que estaba celosa de m o quizs me crea uno de aquellos que, segn ella, haban hecho enloquecer y morir a su hijo. Kressler no intent desmentirla y entrecerr los ojos como si no quisiera saber ms nada. No pens ni en discutir ni en persuadirla y sal de all con el corazn trastornado.

Dos das ms tarde Kressler mora en el sentido humano y cientfico de la palabra. Detrs de la carroza fnebre de segunda clase el coche de la madre se bamboleaba cerrado y lento como un remordimiento.