PALABRAS QUE MUEVEN MONTAÑAS - Don Gossett

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ISBN 978-1-60374-190-3

Religión / Vida Cristiana / Crecimiento EspiritualReligion / Christian Life / Spiritual Growth

“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”. —Juan 14:12 Mediante las palabras y el ministerio de Kenyon y Gossett,� descubrirás lo que sucedió en sus vidas,� y también lo que puede suceder en tu propia vida. Descubre cómo puedes…

• Caminar en salud y fortaleza divina. • Vencer el poder del mal. • Experimentar el poder de Dios en tu vida. • Hacer los milagros que Cristo hizo. • Ver lo “incurable” sanado. • Guiar a los perdidos a Cristo. • Ministrar en la unción de Dios. Aquí descubrirás cómo puedes recibir personalmente el toque sanador de Dios y cómo Dios puede usarte para llevar sanidad a otros.

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A menos que se indique lo contrario, todas las citas de la escritura han sido tomadas de la versión Santa Biblia, Reina-Valera 1960 © 1960 Sociedades Bíblicas en América

Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usado con permiso. Las citas de la escritura marcadas (nvi) son tomadas de la Santa Biblia, Nueva Versión

Internacional, nvi® © 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Usadas con permiso. Todos los derechos reservados.

Traduccion al espanol realizada por:Belmonte Traductores

Manuel de Falla, 228300 Aranjuez

Madrid, ESPAÑAwww.belmontetraductores.com

Palabras Que Mueven MontañasPublicado originalmente en inglés bajo el título: Words That Move Mountains

Don GossettP.O. Box 2

Blaine, Washington 9823lwww.dongossett.com

ISBN: 978-1-60374-190-3Impreso en los Estados Unidos de América

© 2010 por Don Gossett

Whitaker House1030 Hunt Valley Circle

New Kensington, PA 15068www.whitakerhouse.com

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Reconocimientos

Permíteme presentarte a varias personas que son ejem-plo del verdadero espíritu de generosidad.

En primer lugar, y de manera especial, está el Dr. E. W. Kenyon. La pasión de su vida fue compartir con otros lo que Dios le había enseñado a través de la Palabra, y se dedi-có diligentemente a escribir dieciséis libros, editar cientos de revistas y crear cursos de estudio bíblico y tratados evangelís-ticos. ¡Qué corazón tan generoso demostró tener!

En segundo lugar, antes de que muriera el Dr. Kenyon en 1948, le pidió a su hija Ruth que siguiera con el trabajo. Durante cincuenta años, Ruth lo hizo fielmente. Compartió muchas veces conmigo lo gratificante que era ver y conocer la efectividad de los escritos de su padre, literalmente por todo el mundo.

A continuación, tengo el gusto de elogiar el excelente tra-bajo del pastor Joe McIntyre, que ahora es el presidente de Kenyon’s Gospel Publishing Society. Cuando se publicaron

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libros presentando unos ataques “injustos y muy poco erudi-tos” sobre los escritos del Dr. Kenyon, Joe sintió la necesidad de escribir una tesis apologética, la cual presentó a su iglesia.

Admiro a Joe McIntyre por su labor de amor al inver-tir cientos de horas de investigación y escribir el libro E. W. Kenyon and His Message of Faith: The True Story.

Por último, Charisma House, propiedad de mi querido amigo Stephen Strang, tuvo mucha generosidad al darme permiso para incluir materiales del antes mencionado libro del pastor McIntyre en Palabras Que Mueven Montañas.

Mi agradecimiento especial es para el Dr. T. L. Osborn, Tulsa, Oklahoma, por sus contribuciones para este libro.

También le debo mi agradecimiento al pastor Don Cox, Waterloo, Iowa, por cosas que ha compartido conmigo.

—Don Gossett

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Introducción ............................................................................ 13

Parte I: Principios de afirmación

1. Extenderse y tocar en fe ................................................19

2. Para que seamos sanados ............................................. 27

3. Confesión ....................................................................... 29

4. Vencemos a través de la confesión ...............................35

5. Afirmaciones diarias .....................................................39

6. Mis afirmaciones espirituales .......................................43

7. El poder de las afirmaciones ........................................ 49

8. El corazón que cree y la boca que confiesa ..................51

9. El poder de las palabras pronunciadas ........................55

10. La Palabra en nuestros labios .......................................59

11. El poder del pensamiento y la confesión .....................61

Contenido

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12. El poder del Espíritu de Cristo ....................................63

13. “Oh señor, ¿no es Dios maravilloso?” ......................... 65

Parte II: El poder en tus palabras

14. El valor de las palabras ..................................................71

15. Pon lo mejor de ti en tus palabras ................................75

16. Ordenar correctamente nuestras conversaciones .......79

17. El complejo de inferioridad ..........................................83

18. Palabras de autodesaprobación ................................... 87

19. No vaciles en ser usado por Dios ................................ 89

20. Palabrerías ..................................................................... 93

21. “¡No me aplastes con palabras!” .................................. 95

22. Las palabras pueden meter la pata .............................. 99

23. Con el corazón, el hombre cree para justicia ........... 103

24. Sólo una palabra de aviso ........................................... 107

25. Lamentarse y fracasar van de la mano...................... 109

26. El Jesús “ahora” ............................................................ 113

27. Sé humilde o te caerás ................................................ 115

Parte III: Los frutos de la fe declarada

28. Di con valentía lo que Dios dice ................................ 125

29. Tenemos victoria en el nombre de Jesús .................. 135

30. En lo secreto de Su presencia .................................... 137

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31. Algunos datos sobre sanidad ......................................141

32. La fe del centurión .......................................................143

33. Las afirmaciones de Jesús ............................................147

34. Por tus palabras ...........................................................151

35. Declara sólo la Palabra ............................................... 155

36. Cómo lo encontré ........................................................ 165

37. Mi confesión .................................................................171

Epílogo ....................................................................................175

Tributo a E. W. Kenyon ...................................................... 179

Tributo a Don Gossett..........................................................181

Acerca de E. W. Kenyon ...................................................... 185

Acerca de Don Gossett ........................................................ 187

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Introducción

Escrito está: “Creí, y por eso hablé.” Con ese mismo espíritu de fe también nosotros creemos, y por eso hablamos.

—2 Corintios 4:13 (nvi)

En 1952 me dieron un ejemplar de The Wonderful Name of Jesus, por el Dr. E. W. Kenyon. Mi estudio de este libro lo mejoró el hecho de que justamente un

año antes, en un altar de oración, recibí una revelación ines-perada sobre la autoridad del nombre de Jesús.

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:9–11)

La revelación del Dr. Kenyon del nombre de Jesús en-cendió mi alma. Yo estaba ministrando en reuniones en una carpa en Fresno y Modesto, California, en ese entonces.

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Diariamente realizaba programas de radio matutinos en es-taciones en Lodi y Modesto. Al conducir desde cada ciudad, sentía un enorme aprecio de la majestad del nombre. Una y otra vez, cantaba canciones y coros sobre el precioso nombre.

Pronto fui capaz de contactar con Ruth Kenyon, hija del Dr. Kenyon y jefa de Kenyon’s Gospel Publishing Society.

Durante mi primera conversación telefónica con Ruth, me informó de que el Dr. Kenyon había dejado dieciséis li-bros para la posteridad, los cuales pidió para mí. También me explicó que el libro del Dr. Kenyon, In His Presence, era el libro que Dios estaba usando más en aquel entonces.

Cuando recibí el envío de los dieciséis libros del Dr. Kenyon, los estudié y devoré con avidez. Sabiendo la bendi-ción que había supuesto para mí The Wonderful Name of Jesus en California, esperaba que In His Presence igualmente en-cendiera mi corazón.

Sin embargo, mi primera lectura del libro no me produ-jo lo mismo. Unos meses después, mientras estaba en unas reuniones en Kansas City, volví a leer In His Presence, y esta vez llegó una revelación a mi espíritu. Quedé tan atrapado en Su presencia, que sentía que estaba caminando sobre las esponjosas nubes mientras iba de mi hotel a la iglesia donde estaba ministrando.

Entonces me di cuenta de que era necesario que el Espíritu Santo me diera una revelación para entender lo que el Dr. Kenyon había escrito.

En mi celo juvenil, una vez les dije a mis amigos: “Me gusta tanto lo que los libros del Dr. Kenyon han hecho por mí, que creo que casi me gustaría cambiarme el nombre a ‘Don Kenyon’ para poder ser identificado rápidamente con su

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maravilloso ministerio”. (Claro, no llegué a hacer el cambio, y sigo siendo Don Gossett).

En 1954 estaba de nuevo en el sur de California en unas reuniones, y en ese entonces las oficinas de Kenyon’s Gospel Publishing Society estaban en Fullerton, no muy lejos de Los Ángeles, donde yo estaba ministrando. Un día, concerté una cita para ir a Fullerton y reunirme con Ruth y su madre.

Fue una experiencia inolvidable. Le dije a Ruth: “He sido un ávido lector y estudiante de muchos libros escritos por au-tores evangélicos y pentecostales. ¿Por qué tu padre tenía la capacidad de abrir la Biblia con una autoridad tan peculiar?”.

Ruth me respondió: “Don, si hubieras crecido en casa de mi padre, quizá lo entenderías. En cada rincón de nuestra casa había una Biblia abierta.

“Una de las experiencias más dulces de mi juventud era pasar al lado del baño donde mi padre se solía afeitar con la puerta entreabierta. Estaba vestido del todo, salvo la cami-sa. Su cara estaba llena de espuma para prepararse para el afeitado, pero al lado del lavabo había una Biblia abierta. No podía apartar sus ojos de la Palabra. Le oía regocijarse, llorar y alabar a Dios por alguna pepita de verdad que había leído en las Escrituras”.

Pocos años después, Ruth trasladó las oficinas de Kenyon’s Gospel Publishing Society de nuevo a Lynnwood, Washington, a menos de cien millas de mi casa en Surrey. Me invitó a ser un colaborador habitual de Kenyon’s Herald of Life, un periódico que publicaba.

Tras la muerte del esposo de Ruth, el Sr. Iams, escribí un artículo titulado: “De nuevo vuelve a estar sola”. En él, enfati-zaba cómo el Dr. Kenyon había elegido a Ruth para continuar

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su ministerio el mismo día en que supo que el Señor le estaba llamando a Su presencia. La esposa del Dr. Kenyon se había unido a Ruth en el ministerio hasta que el Señor la llamó también a Su presencia. Ahora, al faltarle su madre y su pa-dre, la muerte del Sr. Iams volvía a dejar sola a Ruth.

El reverendo Norman Houseworth al noreste de Alberta, Canadá, leyó el artículo que escribí. Su esposa había muerto hacía unos años, y el Señor usó mi artículo para darle un co-dazo. Fue a visitar a Ruth con la posibilidad de poder casarse con ella, y eso es exactamente lo que ocurrió.

En 1972, pedí y obtuve el permiso de Ruth para usar los escritos de Kenyon en mi libro, El Poder de Tus Palabras. (Este libro también está disponible a través de Whitaker House). El libro hablaba de la confesión de la Palabra y combinaba los excelentes materiales del Dr. Kenyon sobre este tema con mis propios pensamientos.

Cuando Ruth partió con el Señor hace unos años, el equipo de Kenyon le dio a Joe McIntyre acceso a los libros del Dr. Kenyon que nunca se habían publicado. El pastor McIntyre hizo una investigación excelente y escribió su libro, E. W. Kenyon and His Message of Faith: The True Story. He incluido citas y porciones del libro de Joe McIntyre en este libro, Palabras Que Mueven Montañas.

Palabras Que Mueven Montañas tiene el mismo formato que El Poder de Tus Palabras. El autor de cada capítulo está identificado debajo del título de ese capítulo. Mi oración es que este libro te bendiga y te aliente a darte cuenta del poder de tus palabras pronunciadas en fe.

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Parte I:Principios de afirmación

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Extenderse en fe tiene como resultado el toque más significativo de todos: el toque de Dios. En octubre de 1960, mi familia y yo nos mudamos de Tulsa,

Oklahoma, a Vancouver, British Columbia, para comenzar un nuevo ministerio. Durante un año recorrimos las llanuras canadienses y realizamos reuniones evangelísticas en iglesias. Durante esos doce meses, viajamos sin realmente tener un lugar que considerásemos nuestro hogar.

Mis cinco hijos recuerdan ese periodo como una de las épocas más aventureras de sus vidas, pero no fue fácil para ellos. Michael y Judy dormían en el asiento de atrás de nues-tro antiguo Buick de 1956. Jeanne y Donnie dormían en el piso del auto, y nuestra bebé, Marisa, dormía entre Joyce y yo en los asientos delanteros.

No nos fue nada bien en asuntos de negocios (perdimos la casa que teníamos), pero, por la gracia de Dios, le sacamos partido a esa situación y salimos adelante.

Durante aquellos meses, les enseñé a mis hijos a memo-rizar muchos versículos de la Palabra de Dios, y todos ellos

por Don Gossett

Extenderse y tocar en fe

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disfrutaban de las historias bíblicas que les enseñaba. Michael dice que memorizó más de cien versículos de la Biblia durante ese tiempo.

Matriculamos a los niños en edad escolar en la escue-la por correspondencia British Columbia Correspondence School, y mi esposa Joyce les enseñaba cuando íbamos de via-je por la carretera.

En 1961, decidimos asentarnos en un pequeño motel en Victoria para poder meter a los niños a la escuela. Las cosas no nos iban especialmente bien, teniendo que vivir los siete en dos habitaciones. Apiñados es una buena palabra para descri-bir esta época de nuestras vidas.

Durante cinco semanas de ese otoño llevé a cabo reunio-nes con el pastor Jim Nichols en una iglesia en Longview, Washington. Recibía una ofrenda de amor para mi ministe-rio cada semana, pero aunque había mucho amor, no había mucha ofrenda. Un lunes, tuve un problema serio con el auto de camino a casa y tuve que emplear la mayor parte de mi ofrenda de amor para pagar la reparación del auto. No que-daba suficiente para pagar los treinta dólares de la renta de nuestra habitación del motel.

La vergüenza de no poder pagar la renta, junto con la in-apropiada ropa y la provisión para mis hijos, empezó a ser más de lo que podía soportar.

Hice los arreglos necesarios para posponer el pago de la renta una semana más, le dejé a Joyce el dinero que tenía para que hiciera la compra semanal de comida y volví a mis reunio-nes en Longview.

Le hice a Dios muchas preguntas. “¿Por qué tenemos tan-ta necesidad económicamente?”; “¿Por qué perdimos nuestra casa?”.

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Durante ese tiempo leí un libro maravilloso de Vernon Howard titulado Word Power. Dios usó el mensaje de ese libro para ayudarme a entender de una forma fresca el poder de mis palabras, y me dio este versículo: “¿Andarán dos jun-tos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós 3:3). Dios me estaba preguntando: “¿Quieres caminar conmigo? Entonces debes estar de acuerdo conmigo. Puedes hacerlo diciendo lo que dice Mi Palabra, y hasta ahora no has estado de acuerdo conmigo al declarar carencia, enfermedad, temor, derrota e incapacidad. Si quieres caminar conmigo, debes estar de acuerdo conmigo”. Cuando este principio se hizo real en mí, le pedí que me perdonara por mi falta de acuerdo con Él y con Su Palabra.

No me puedo marchar precipitadamente del principio de Amós 3:3. Está en el corazón de todos los cristianos since-ros querer caminar de cerca con el Señor. La Biblia cuenta el testimonio de Enoc: “Caminó, pues, Enoc con Dios” (Génesis 5:24). Enoc no fue la única persona que pudo caminar con Dios; tú y yo también podemos caminar con Él. Hebreos 11:5 dice que Enoc “agradó a Dios” al estar de acuerdo en fe con Dios. Podemos caminar tan cerca de Dios como lo hizo Enoc si decidimos estar de acuerdo con Él en fe.

¿Cómo nos ponemos de acuerdo con Dios? Cuando deci-mos lo que Dios dice estamos de acuerdo con Él, y a la vez en desacuerdo con el malvado y mentiroso diablo. (¡Aleluya por esta dinámica verdad!).

Como resultado de darme cuenta de esto, comencé a es-tar de acuerdo con Dios como nunca antes lo había hecho. El Espíritu Santo comenzó a enseñarme algunos versículos clave: “Habéis hecho cansar a Jehová con vuestras palabras. Y decís: ¿En qué le hemos cansado?” (Malaquías 2:17).

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Dios puso su dedo en las formas en que yo le había cansa-do con mis palabras, al expresar mis preocupaciones y frustra-ciones con relación a mi “falta de dinero”. “Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti?” (Malaquías 3:13).

Yo clamé protestando: “Señor, ¡yo nunca hablaría contra Ti! Te amo con todo mi corazón. Oh, Señor, ¡yo nunca, nun-ca hablaría contra Ti!”.

Tiernamente, el Señor trató conmigo. “Vuestras palabras contra mi han sido violentas”. Han sido fuertes y defensivas contra Mí porque no han estado en armonía con Mi Palabra. Has declarado palabras muy por debajo del estándar de Mi Palabra. Tienes que disciplinar tus labios para que nuestras palabras guarden armonía”.

Mientras meditaba en este extraordinario encuentro con el Dios viviente, escribí doce afirmaciones que se convertirían en mi disciplina diaria. Le llamé a esta lista de afirmaciones “Mi lista de nunca más”.

La gente a menudo me pregunta: “¿Por qué hiciste esa lis-ta?”. La escribí porque era un hombre desesperado buscando las maneras de Dios de vencer todas las adversidades, fraca-sos económicos, derrotas y ataduras que había experimentado durante algún tiempo. No lo escribí para impresionar a nadie con mi capacidad de redacción, sino como una disciplina de mi propio corazón para que la Palabra de Dios prevaleciese, como dice Hechos 19:20: “Así crecía y prevalecía poderosamen-te la palabra del Señor”.

Estas doce afirmaciones se convirtieron en la consigna de mi nuevo caminar con Dios. Se convirtieron en mi cartilla de notas por la que podía comprobar mi vida. La Palabra de Dios en estas doce afirmaciones se convirtió en el terreno

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sólido sobre el que me plantaba; fueron el ancla que me impedía hundirme en un mar de fracaso, temor y opresión satánica.

Podría usar muchas palabras para describir el impacto que estas doce afirmaciones han tenido sobre mi vida, pala-bras como “transformadoras” e “increíbles”. Cuando escribí “Mi lista de nunca más”, no estaba pensando en los millones de personas que finalmente leerían esta poderosa disciplina y experimentarían su propia transformación, sino que la escribí como un paso más en mi búsqueda de Dios.

Jesús dijo que somos sus discípulos; un discípulo es al-guien que se disciplina a sí mismo. Esta lista de afirmaciones nunca ha sido una fórmula mágica, sino una disciplina clara y concisa. Es poner Amós 3:3 en práctica y estar de acuerdo con Dios en todas las áreas de la vida.

Siempre alabaré a Dios por dirigirme a escribir esta lis-ta de afirmaciones. Si nadie más hubiera sido bendecido con ella, yo seguiría alabando al Señor; pero, además de bendecir-me a mí, ha sido publicada en muchos idiomas y distribuida por el mundo entero. Dios la ha usado para ministrar literal-mente a millones de personas; personas que la han leído y la han puesto en práctica.

La lista está basada en un pasaje de Romanos:

Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y cre-yeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación. (Romanos 10:8–10)

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También está en armonía con el espíritu de fe, como está revelado en 2 Corintios:

Pero teniendo el mismo espíritu de fe, conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros tam-bién creemos, por lo cual también hablamos. (2 Corintios 4:13)

“Mi lista de nunca más”

Nunca más confesaré “no puedo” porque • “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13).

Nunca más confesaré carencia, porque • “Mi Dios, pues, su-plirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).

Nunca más confesaré temor, porque • “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

Nunca más confesaré duda o falta de fe, porque • “conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3).

Nunca más confesaré debilidad, porque • “Jehová es la forta-leza de mi vida” (Salmos 27:1) y “mas el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actuará” (Daniel 11:32).

Nunca más confesaré la supremacía de Satanás sobre mi •vida, “porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).

Nunca más confesaré derrota, porque • “Dios…nos lleva siempre en triunfo en Cristo” (2 Corintios 2:14).

Nunca más confesaré falta de sabiduría, porque • “Cristo Jesús…ha hecho nuestra sabiduría” (1 Corintios 1:30, nvi).

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Nunca más confesaré el dominio de la enfermedad so-•bre mi vida, porque “por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

Nunca más confesaré preocupaciones y frustraciones, por-•que estoy “echando toda [mi] ansiedad sobre él, porque él tie-ne cuidado de [mí]” (1 Pedro 5:7). En Cristo estoy “libre de preocupaciones”.

Nunca más confesaré atadura, porque la Escritura dice: •“donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Corintios 3:17). Mi cuerpo es el templo del Espíritu Santo.

Nunca más confesaré condenación, porque • “ninguna con-denación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Estoy en Cristo; por tanto, soy libre de condenación.

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Vi los primeros milagros de sanidad en mi ministe-rio en la iglesia Free Baptist Church en Springville, Nueva York, donde yo era pastor.

Antes de esto, siempre había mirado con suspicacia a cualquiera que dijera que sus oraciones de sanidad eran respondidas.…Pensaba que teníamos doctores, cirujanos y personal médico para encargarse de eso. ¿Por qué íbamos a necesitar algo más? En ese tiempo, creía firmemente que Dios nos había dado médicos y otros métodos de sanidad.

No sabía nada acerca del nombre de Jesús o que la sani-dad fuera parte del plan de redención, pero mi corazón estaba muy hambriento, y estaba estudiando la Palabra diligente-mente. Acababa de recibir al Espíritu Santo. La Palabra se había convertido en algo vivo. Yo había despertado fe en mu-chos corazones a través del amor que acababa de descubrir por la Palabra.

Un día, el recepcionista de nuestra iglesia…me preguntó si podía orar por su esposa, la cual llevaba enferma muchos meses. Nunca olvidaré cómo me encogí, pero tenía que ir. Ella

por E. W. Kenyon

Para que seamos sanados

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estaba tumbada en cama, y oré por ella lo mejor que sabía. No entendía nada sobre el nombre de Jesús, pero Dios en su gran gracia me honró, y ella fue sanada al instante. Esa noche vino a la iglesia y dio su testimonio, el cual creó una gran sensación y algunas críticas, ya que algunos dijeron que, de todas ma-neras, ya era su momento de ponerse bien. Sólo unos pocos reconocieron lo que realmente había sucedido.

Una mujer joven de una ciudad vecina fue sanada des-pués. Estaba incapacitada, pues no podía caminar. Si recuer-do bien, había sufrido una operación, y se había quedado en una terrible condición. Oré por ella, y se sanó al instante; se levantó y se puso a trabajar. Ahora está en nuestra lista de correspondencia.

Desde ese día en adelante se produjeron sanidades, aun-que no muchas, porque no eran muchos los que pedían ora-ción. Mientras teníamos las reuniones en Massachusetts, las sanidades fueron más frecuentes. Un día, descubrí el uso del nombre de Jesús, y entonces, los milagros comenzaron a ser algo de todos los días.

En nuestro trabajo en el tabernáculo yo no enseñaba so-bre sanidad salvo de una forma muy reservada, pero a medida que la gente comenzó a obedecer la Palabra y a probar sus promesas, las sanidades y otras señales comenzaron a llegar, y no pude suprimir la verdad. ¿Acaso tenía yo algún derecho de aplacar la verdad por miedo a una persecución o una mala interpretación cuando sabía que Dios podía sanar, y de hecho estaba sanando, a los enfermos?

El texto de Para que seamos sanados está extraído de “His Name on Our Lips Brings Healing”, Kenyon’s Herald of Life, 1 de julio de 1941, como está citado en E. W. Kenyon and His Message of Faith: The True Story por Joe McIntyre (Lake Mary, FL: Charisma House, 1997), pp. 62–63.

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Creer depende totalmente de la confesión. Creer es acción, es el verbo de la vida de fe. Es alzar las com-puertas y dejar que el río fluya.

Creer es actuar de acuerdo a la Palabra que Dios ha de-clarado. No se cree si no se actúa. Podría ser un asentir al hecho, pero la creencia bíblica demanda acción; demanda que actuemos antes de que Dios actúe.

Creer no es actuar después de que Dios actúe para con-firmar su Palabra. Creer y actuar antes de que Dios haya ac-tuado es el sentido bíblico de creer.

La fe es algo que viene después haber actuado. La rela-ción entre creer y fe para confesar se cumple totalmente.

Cuando decimos “confesión”, no nos referimos a la confe-sión del pecado, sino confesión de nuestra fe. Confesamos lo que ya hemos creído.

La fe, pues, no es fe hasta que se produce la confesión con los labios. Es una aprobación mental, pero la aprobación mental se convierte en fe a través de la acción, o confesión. La

3por E. W. Kenyon

Confesión

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30 Palabras Que Mueven Montañas

mayoría de lo que llamamos “fe” es una aprobación mental de los fundamentos básicos de la Palabra. La fe verdadera es una fuerza viva y en movimiento.

Confesar a Cristo como Salvador y Señor es creer. Confesar ante el mundo que Él puede suplir todas tus nece-sidades conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús, eso es creer. (Véase Filipenses 4:19).

Puedes ver que no se puede creer en Cristo como Salvador y Señor sin una confesión de labios. (Véase Romanos 10:10). No hay una fe aceptada por Dios que no se manifieste a través de la confesión.

Recientemente he visto con claridad el infinito valor de la afirmación continua, no sólo para el hombre interior (el alma y el espíritu), sino también para el mundo.

Nuestras vidas espirituales dependen de nuestra cons-tante afirmación de lo que Dios ha declarado, lo que Dios es en Cristo, y de lo que nosotros somos para el Padre en Cristo. La confesión es la confirmación de la fe. Afirmar constantemente las cosas que Dios es para ti y tú para Dios, y las cosas que eres en Cristo y lo que Cristo es en ti, es darle alas a la fe para que alcance nuevas alturas en las experien-cias espirituales.

Por ejemplo, el metodismo fue poderoso en sus primeros días, y los que se involucraron en el movimiento practicaban una confesión continua de las cosas que creía John Wesley. Cuando dejaron esta confesión verbal, la fe dejó de crecer, y actuar de acuerdo a las promesas de la Palabra de Dios se hizo cada vez más difícil.

Sería algo de mucho valor para nosotros si pudiéramos pensar ahora en unas cuantas frases conmovedoras de la Palabra.

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Confesión 31

En Colosenses 2:10, Pablo dijo: “y vosotros estáis completos en él”. Su corazón repite este estribillo.

“Estoy completo en mi espíritu. Soy partícipe de Su ple-nitud, de Su llenura; Su llenura hace posible que yo pueda es-tar en Su presencia sin ser condenado y sin temor. Su llenura me empareja a cualquier situación que pueda venir sobre mí. Estoy completo en Su vida resucitada. Todo lo que el Padre vio en Él, lo ve también en mí hoy. Soy la obra de Dios, creado en Cristo Jesús”.

Dilo otra vez en tu corazón: “Estoy completo en Él”.

Puede que tengas debilidades físicas, pero entiende que la ley de la fe es que confieses para ti mismo que lo que Dios dice de ti es cierto. No tienes que sentir nada al respecto o ex-perimentar ningún síntoma. El hecho es que si hubieras sido sanado antes de confesarlo, no hubiera sido una afirmación, sino sólo una confirmación, ya que simplemente estarías con-firmando lo que Dios había hecho.

Pero ahora, antes de que ocurra, puedes decir: “por su lla-ga [yo estoy] curado” (Isaías 53:5); no “quizá esté” o “voy a ser”, sino “estoy”. Esto es creer, esto es un acto de fe verdadera. Por la fe, ahora estás completo en Él. Lo que para ti es fe para Él es un hecho.

Estás gozoso, le alabas, le adoras por ello, estás completo en Él, y tu gozo está completo en Él, tu descanso está comple-to en Él y tu paz está completa en Él.

Declara: “Jehová es la fortaleza de mi vida, ¿de quién he de atemorizarme?” (Salmos 27:1). Di: “Él es la fortaleza de mi cuerpo, así que puedo hacer lo que Él quiera que yo haga”. Ya no hablas de tu enfermedad y fracaso porque Él es la fuerza de tu vida.

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32 Palabras Que Mueven Montañas

La vida, en este caso, significa vida física. Dios es la fuer-za de tus brazos y piernas, de tu estómago e intestinos. Él es la salud de tu ombligo, el centro de tus nervios. Donde el temor haya llegado con gran fuerza y te tenga atado, Él lo ha hecho desvanecerse y se ha convertido en tu fuerza.

Él es la fortaleza de tu mente, porque tienes la mente de Cristo.

Él es la fuerza de tu espíritu, porque tu espíritu es el lu-gar donde el coraje es poder, donde la fe se levanta y domina el alma, y donde la paz encuentra su hogar y se difunde por las fa-cultades del alma. Descanso, paz, fe, amor y esperanza encuen-tran su hogar en el espíritu, y Él es la fuerza de tu espíritu.

El gran Cristo está sentado ahí, ese es su trono, bendito sea su nombre.

Ahora, ya no vas a temer a las circunstancias, ni vas a tener miedo de nada, porque Él es la fortaleza de tu vida. Él es tu justicia.

Desearía que todos pudieran entender verdaderamente lo que esto significa. Es Dios mismo, Su santidad, Su eterna justicia, Su mente. Él nos absorbe, nos traga, nos inunda, nos sumerge en Él mismo.

Igual que el Espíritu Santo llegó a ese aposento alto el día de Pentecostés, lo llenó y sumergió en Él a cada discípulo, así la justicia de Dios nos sumerge. Como el Espíritu Santo entró en cada uno de ellos el día de Pentecostés e hizo de sus cuer-pos Su morada, así Dios, por el nuevo nacimiento, la nueva creación, nos hace Su justicia en Cristo Jesús.

Podemos decir sin temor o ningún sentido de indigni-dad: “Dios es mi justicia”. Te glorías en Su justicia, te gozas en Su justicia, presumes, te levantas y proclamas Su justicia.

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Confesión 33

Luego, tu corazón se tranquiliza. “Al que no conoció peca-do, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos he-chos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).

Ahora sabes no sólo que Él es tu justicia, sino que tú tam-bién eres Su justicia. Él dijo: “a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Romanos 3:26). Tú tienes fe en Jesús; Él es tu justicia, y, milagro de milagros, tú eres la de Él.

Estás completo en Él. Él es la fuerza de tu ser. Tu cuerpo se ha convertido en Su hogar, y Él mora en ti.

Como dijo Pablo: “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí” (Gálatas 2:20, nvi).

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4

La fe es la fuerza creativa en Dios y en la nueva crea-ción. La fe es la capacidad creativa que se expresa a sí misma sólo por la confesión. Dios se atrevió a decir:

“Haya lumbreras en la expansión de los cielos…” (Génesis 1:14). Y cuando lo dijo, el universo comenzó a existir.

Jesús se atrevió a pedir pan cuando una multitud ham-brienta de miles de personas le rodeaban. Sus discípulos dije-ron: “cinco panes de cebada y dos pececillos; mas ¿qué es esto para tantos?” (Juan 6:9).

Jesús no respondió a su incredulidad basado en el sentido del conocimiento, sino que miró al Padre y le dio gracias.

La capacidad creativa que estaba en Jesús es la naturaleza de Dios mismo. Tú tienes la naturaleza de Dios en tu interior a través de la vida eterna. Tú eres participante de la natura-leza divina (véase 2 Pedro 1:4); esa misma capacidad creativa está en ti, pero debe ser manifestada a través de la confesión.

Jesús dominaba las leyes de la naturaleza, y Su palabra era la palabra de fe. Si Jesús se hubiera callado, los milagros

por E. W. Kenyon

Vencemos a través de la confesión

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36 Palabras Que Mueven Montañas

no hubieran ocurrido. Jesús dijo: “Lázaro, sal fuera” (Juan 11:43), y en presencia de una gran multitud, Lázaro obedeció. Nunca antes se había producido una resurrección como esa. El hombre llevaba muerto cuatro días, y su cuerpo estaba en estado de descomposición. Jesús dominaba todas las leyes de la naturaleza, y puso a un lado cada una de ellas.

Estas leyes naturales negativas comenzaron a existir cuando el hombre se convirtió en un súbdito del diablo. Jesús actuó como si estas leyes nunca hubieran existido. ¿Sabes que Dios nos ha levantado a todos los que estamos en Cristo so-bre estas leyes que comenzaron a existir cuando el hombre fue hecho el súbdito de Satanás?

Podemos decir: “Todo lo puedo en Cristo que me fortale-ce” (Filipenses 4:13); “Yo puedo suplir cualquier emergencia”. Leemos y creemos 2 Corintios 2:14: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús”.

Pero quizá pienses: “Cuando Pablo escribió eso, ¿no ha-bía estado en prisión varias veces?”.

Sí, pero él siempre era el señor de la prisión. ¿Te acuerdas cuando él y Silas estaban en la cárcel en Filipos? Ellos eran señores antes de que el sol saliese.

¿Te acuerdas de la historia de Pedro, cuando fue liberado de la cárcel por un ángel? Él era señor, aunque no entendía su señorío porque la revelación de eso aún no había sido dada, pero nosotros la tenemos ahora en las Epístolas paulinas.

Sabemos quiénes somos, y sabemos que podemos vencer al adversario con palabras. Esa verdad nos emociona.

Recuerda que Jesús dijo: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38). Él declaró: “Porque yo no he hablado por mi propia

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Vencemos a través de la confesión 37

cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” (Juan 12:49).

¿Puedes declarar la Palabra de Dios a Satanás? Entonces toma tu lugar y atrévete a afrontar sin miedo al enemigo. Él no puede hacerte frente, porque los ángeles están de tu lado, Dios está de tu lado, y la Palabra viva está en tus labios. Úsala. Tú eres un vencedor.

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5

Afirmar es hacer firme. Una afirmación es una decla-ración de una verdad que se hace firme a través de la repetición. “y en estas cosas quiero que insistas con

firmeza” (Tito 3:8). “Mantengamos firme la esperanza que pro-fesamos, porque fiel es el que hizo la promesa” (Hebreos 10:23, nvi). Tu fe se hace efectiva reconociendo cada cosa buena que hay en ti en Cristo Jesús. (Véase Filemón 6).

La Biblia incluye cientos de pasajes que hablan del poder de las palabras. Te reto a proclamar las veinticinco afirmacio-nes que he enumerado. Serán más eficaces si las declaras en voz alta, con sentimiento, convicción y entusiasmo. Las pala-bras dichas de forma débil tienen mínimos resultados.

Te animo a decir algunas de estas afirmaciones de tres a cinco veces al día. Jesús es nuestro principal ejemplo de cómo vivir la vida cristiana, y en Mateo 26:44: “[Jesús] oró por ter-cera vez, diciendo las mismas palabras”.

Declara en voz alta las siguientes afirmaciones durante la primera hora de tu día:

por Don Gossett

Afirmaciones diarias

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40 Palabras Que Mueven Montañas

“Éste es el día en que el • Señor actuó; regocijémonos y alegré-monos en él” (Salmos 118:24, nvi).

Hoy decido amar en vez de temer. Decido la paz en vez del •conflicto. Decido buscar el amor en vez de la falta, y decido dar amor en vez de buscar amor.

“Bendeciré a Jehová en todo tiempo; Su alabanza estará de •continuo en mi boca” (Salmos 34:1).

“Diga el débil: Fuerte soy” • (Joel 3:10). (¡Nota que es el débil, y no el fuerte, el que tiene que afirmar esto!).

Soy un hombre/mujer de Dios. Él me ha limpiado con la •sangre de Cristo. Mi Padre me ha llenado con su Espíritu, así que estoy dedicado/a al Señor Jesús, y soy fuerte y poderoso/a en Él. Le adoro y le sirvo con toda la energía divina que Él pone dentro de mí.

“Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” •(1 Juan 4:4).

Soy humilde, fuerte, valiente, estoy lleno de fe y soy pode-•roso en el Señor. (Repítalo tres veces).

“Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”• (Romanos 8:31).

Soy un hijo de Dios. Mi Padre me ha adoptado en su fa-•milia. Me ha sacado de la oscuridad a la luz de Su reino. El escudo protector de Dios está sobre mí, y Él provee para cada necesidad de mi vida.

“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que • [me] falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).

Cada día, en todos los aspectos, por la gracia de Dios, es-•toy mejorando más y más a través de una actitud positiva, palabras dichas en fe y acciones disciplinadas.

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Afirmaciones diarias 41

“• Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7).

Dios me ha perdonado, y yo también me perdono.•

La unción del Santo habita dentro de mí. (Véase 1 Juan •2:27).

Mi generoso Padre me ha bendecido con vida abundante. •Estoy agradecido por ello, y disfruto dando de mi tiempo, talentos, dinero y amor a otros.

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nues-•tros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

Dios me ama con un amor incondicional, así que yo le amo •con todo mi corazón, alma y mente. Soy libre para amar-me, y esto me permite amar a mi prójimo.

“Y • [nosotros] le [hemos] vencido [a Satanás] por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio [nues-tro], y [menospreciamos nuestras] vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:11).

Le pertenezco a Jesús, así que soy amigable, fuerte, feliz y •victorioso. Todo está bien.

“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” •(Filipenses 4:4).

Dios me ha dado un cuerpo fuerte y un buen cerebro, y me •ha llenado con Su Espíritu Santo, lo cual me hace tener ta-lento, dones, persistencia y poder trabajar duro. Alcanzaré mis metas.

“Jehová es la fortaleza de mi vida; ¿de quién he de atemorizar-•me?” (Salmos 27:1).

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42 Palabras Que Mueven Montañas

Dios me ama, así que yo le amo, creo en Él y confío mi vida •a su cuidado. ¡Le serviré fielmente!

“• [Deposito] en él toda ansiedad, porque él cuida de [mí]” (1 Pedro 5:7, nvi).

Me siento sano. Me siento feliz. ¡Me siento muy bien! •“Jehová es la fortaleza de mi vida” (Salmos 27:1).

Dios es mi Padre amoroso. Él me ha dado un Salvador, Su •Espíritu Santo, un cuerpo sano, una mente cuerda, abun-dancia material, un mundo hermoso y muchos amigos. ¡Estoy agradecido! ¡Estoy agradecido! ¡Estoy agradecido!

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Una afirmación es una confesión de fe; es el corazón cantando su himno de la libertad.

“Dios es mi justicia”.

¿Quién es mi justicia? Romanos 3:26 dice: “a fin de que él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús”. Cristo Jesús mismo es justo, y es la justicia de todo aquel que cree. Esta es la realidad del sueño de Dios para la humanidad.

Si Dios es mi justicia, ¿quién me puede condenar? ¿Quién puede ponerme bajo condenación? ¿Quién puede robarme mi comunión? (Véase Romanos 8:34–37). Dios ha declarado: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1).

“Estoy en Cristo Jesús”.

Jesús fue hecho justicia para nosotros. Si Jesús fue hecho mi justicia, estoy tan fortalecido, tan rodeado y tan protegido, que ningún ser en el universo puede decir nada contra mí, porque Dios me ha declarado justo.

6por E. W. Kenyon

Mis afirmaciones espirituales

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44 Palabras Que Mueven Montañas

Pero Él no se detuvo ahí; 2 Corintios 5:21 dice que Dios “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado…” Dios hizo que Jesús fuera pecado. ¿Por qué? “…para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”. Así que, por el nuevo nacimiento, ahora soy la justicia de Dios en Él.

Me glorío. Alzo mi bandera. Aquí levanto mi Ebenezer. (Véase 1 Samuel 7:12). Aquí me siento en presencia de mis enemigos y como sin temor. (Véase Salmoss 23:5). Aquí me planto, alzo mi bandera y canto mis canciones de alabanza.

Ese viejo complejo de inferioridad se va; el anterior sen-timiento de indignidad ha sido tragado por la dignidad de mi Señor. El viejo sentimiento de debilidad ha desaparecido, y estoy completo en toda Su plenitud.

“He sido resucitado con Cristo”.

Esto significa que cuando Cristo fue resucitado de la muerte, yo fui resucitado con Él. Cuando Cristo fue justifi-cado, yo fui justificado.

Cuando Cristo nació de nuevo, yo nací de nuevo. Cuando Cristo fue sanado de mis enfermedades, las cuales fueron puestas sobre Él, yo fui sanado con Su sanidad. Cuando Él fue fortalecido tras haber llevado mis debilidades, yo fui for-talecido con Su fuerza.

Su justicia es mía; Su sanidad es mía. Su redención, Su vida y Su resurrección son todas mías. Yo soy resucitado jun-tamente con Él.

“Reinaré con Jesús”.

¡Pero escucha! Efesios 2:6 dice: “asimismo nos hizo sentar [reinar] en los lugares celestiales con Cristo Jesús”. ¿Qué significa

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Mis afirmaciones espirituales 45

esto? Él está sentado en el lugar más alto de autoridad y en el lugar de honor más alto del universo. Yo estoy sentado con Él.

Mi voz cada vez es más baja; mi corazón retrocede asom-brado y maravillado. Puedo entender cómo puedo vencer al diablo. Puedo entender cómo convertirme en la justicia de Dios en Él. Puedo entender un amor así, pero cuando Él dice que estoy sentado con Él, no me atrevo a susurrar igualdad, aunque eso es lo que significa.

No puedo entender ese tipo de gracia. Yo era un pecador, un hijo de Satanás. Yo era pecado; era injusto. Era todo eso y más.

Ahora soy la justicia de Dios en Él. Estoy unido a Él, soy parte de Él. Mi cuerpo es un miembro de Su cuerpo. Mi vida está escondida con Cristo en Dios (véase Colosenses 3:3); es-toy sentado con Él. Soy uno con Él en el trono.

Oh Satanás, ¿dónde está tu victoria? Oh muerte, ¿dón-de está tu espantoso y estridente temor? (Véase 1 Corintios 15:54–56). Mi Señor, en Su lugar, descendió y me llevó a Su lado en el trono.

Yo reino con Cristo. Todas las cosas han sido puestas bajo Sus pies, y bajo mis pies. Él es cabeza sobre todas las cosas, y yo estoy en Él. Como la novia es para el esposo, así la iglesia es para Cristo. (Véase Efesios 5:25–27). ¡Oh, novio mío! ¡Oh, Señor de mi vida!

Por la fe, me libero de la esclavitud del viejo temor y estoy completo en Él, mi Señor. (Véase Colosenses 2:10).

“Soy como Cristo en este mundo”.

“Como él es, así somos nosotros en este mundo” (1 Juan 4:17). Subo bordeando este versículo como lo haría en una gran

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46 Palabras Que Mueven Montañas

montaña, miro al cielo azul donde atraviesa incluso hasta el trono de Dios, y susurro a través de unos labios que apenas pueden articular: “Señor, ¿lo dices en serio? Como Tú eres, ¿así somos nosotros en este mundo? Tú eres santo”.

“Pero tú eres santo con Mi santidad”.

“Tú eres el Hijo de Dios”.

“Pero ustedes son los hijos de Dios. ¿Acaso no les ha honrado el Padre? ¿Acaso no ha dado testimonio el Espíritu del Padre en sus espíritus de que son hijos de Dios? (Véase Romanos 8:16). Sube y siéntate a la mesa con los hijos de Dios”.

Deja de vivir una vida de siervo; sal de ahí, y entra en los privilegios que tienes por ser hijo, y ocupa el lugar que el hijo tiene en el corazón amoroso del Padre. Siéntate a la mesa y celebra con Él.

“Soy un vencedor en este mundo”.

¿Vencedores? Oh, “somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37). El corazón apenas se atreve a viajar en esta atmósfera; es algo nuevo, completamen-te extraordinario.

Como Él está cercano al corazón del Padre, como Él está en los consejos del Padre, como Él está en la confianza del Padre, como Él disfruta del amor del Padre, así también no-sotros lo hacemos aquí.

Nosotros no lo sabíamos. Nos lo dijeron desde el púlpito, y nos dijeron en los bancos que éramos pobres, débiles, in-dignos, incapaces e inmundos. No nos atrevíamos a levantar nuestro rostro o ni tan siquiera nuestros ojos para mirar a las codiciadas cosas y los codiciados tesoros de los que son hijos.

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Mis afirmaciones espirituales 47

Ahora, de un solo golpe, Dios ha barrido las falsas ideas, los temores de los clérigos, y los credos. Estamos completos en Él en la plenitud de Su maravillosa gracia, hijos e hijas de Dios libres para siempre de la debilidad, del temor y del fracaso.

“Ahora nadie puede condenarme”.

Estamos completos. Vuelvo a leer: “Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?” (Romanos 8:33–34).

Oigo condenación en cada lado. Oigo las discordantes notas del temor. Oigo las querellas, los escándalos y las recri-minaciones al caer de unos labios amargados, pero Él susurra en las profundidades de mi corazón: “¿Quién es el que conde-na al que yo he justificado?”.

Mi corazón canta su solo hasta que finalmente alcanza el gran coro de los redimidos. Me convierto en un miembro de ese coro redimido, y canto mi parte en el oratorio de gracia y amor y alabo a mi Padre, que me ha declarado justo en medio de todos mis enemigos.

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Una vez dudé de la eficacia de las afirmaciones, pero cuando leí en los primeros cinco libros de Moisés la expresión “Yo soy Jehová” que se repetía más de

ciento veinticinco veces, entonces comprendí el valor de afir-mar, reiterar y confesar la plenitud de Jesucristo y de Su obra terminada en presencia de mis debilidades; en presencia de mis enemigos; en presencia del infierno.

Sugeriría que el lector afirmara constantemente a su propia alma los grandes e increíbles hechos de la redención. Puede que no signifiquen mucho la primera vez que los repi-tas, pero reafírmalos constantemente. Enseguida, el Espíritu los iluminará, y tu alma será inundada de luz y gozo.

Cada vez que yo repito lo que Dios ha dicho sobre la igle-sia, sobre Sí mismo, y sobre mí como individuo, estas verda-des tocan el fondo de mi interior con fuerza, gozo y victoria.

Hace muy poco que he visto con claridad el infinito va-lor de afirmar continuamente no sólo a nuestro hombre inte-rior—nuestra propia alma y espíritu—sino también al mundo. Nuestras vidas espirituales dependen de nuestra constante

por E. W. Kenyon

El poder de las afirmaciones

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50 Palabras Que Mueven Montañas

afirmación de lo que Dios ha declarado, lo que Dios es en Cristo, y lo que nosotros somos ante el Padre en Cristo.

Lo que hizo al metodismo ser tan poderoso en sus co-mienzos fue una confesión continua de las cosas que creía John Wesley. Cuando dejaron de afirmar, la fe dejó de crecer, y creer o actuar en base a la Palabra se convirtió en algo cada vez más difícil.

Mantén tu testimonio

Me acuerdo cuando no me atrevía a confesar lo que Dios dice que soy, y mi fe se hundía hasta el nivel de mi confesión.

Si no me atrevía a decir que era la justicia de Dios, Satanás se aprovechaba de mi confesión.

Si no me atrevía a decir que mi cuerpo estaba perfecta-mente bien y que Satanás no tenía ningún dominio sobre él, la enfermedad y el dolor seguían a mi negación.

Desde que he aprendido a conocer a Cristo y a conocer Su capacidad redentora, así como a conocer nuestra capaci-dad en Cristo, he sido capaz de mantener un testimonio, una confesión de la plenitud de la obra terminada de Cristo, de la total realidad del nuevo nacimiento.

El texto de El poder de las afirmaciones está extraido de “Dare You Confess That You Are What God Says You Are?” Kenyon’s Herald of Life, julio de 1941, p. 2; “The Potency of Affirming What God Says,” Living Messages, febrero 1930, p. 30; y “Confession,” Living Messages, abril 1930, p. 45, como aparece en E. W. Kenyon and His Message of Faith: The True Story by Joe McIntyre (Lake Mary, FL: Charisma House, 1997), pp. 260–262.

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51

La confesión, o el testimonio, ocupan un lugar de ma-yor prominencia en el teatro de la redención del que la iglesia les ha otorgado. Cuando la Palabra nos dice

que “retengamos nuestra profesión” (Hebreos 4:14), significa que tenemos que retener el testimonio de lo que Él ha hecho por nosotros: lo que ha hecho en el pasado y lo que está ha-ciendo ahora en nosotros.

Si el Señor te sana, debes contarlo; si el Señor sana tu es-píritu, debes contarlo. Ve a casa y cuenta las cosas maravillo-sas que ha realizado el Señor. Si temes contarlo, perderás la bendición que te pertenece. Si los hombres pueden asustarte para que no des tu testimonio, en breve no tendrás ningún testimonio que dar. La confesión pública (dar tu testimo-nio) y la fe están íntimamente relacionadas, de manera que si pierdes tu testimonio, tu fe muere inmediatamente. Cuando guardas tu testimonio claro dándolo en tu espíritu constan-temente, tu fe crecerá a saltos.

8por E. W. Kenyon

El corazón que cree y la boca que confiesa

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52 Palabras Que Mueven Montañas

Valentía en el testimonio

Muchas veces nos sentamos en reuniones de oración y oí-mos a personas dar lo que llamamos un testimonio cuando no están dando testimonio de Cristo. Están dando testimonio de sus propias dudas y temores, o quizá de sus propias fantasías o aficiones, en lugar de dar testimonio del poder salvador de la obra de Cristo y del gozo que tienen en la comunión y la amis-tad con el Padre a través del Espíritu.

Sólo unas palabras en relación con dar testimonio (la palabra testificar nos da una idea). Estamos en el banco de los testigos y vamos a decir algo que glorificará a nuestro Señor; queremos ganar el caso para Él. Queremos que los no creyentes que escuchan le acepten como su Salvador, y deseamos que las palabras que hablamos animen a los cre-yentes más débiles para que se abandonen más plenamente a Su cuidado.

No creo que debamos testificar porque es nuestra obliga-ción, sino que nuestro testimonio debería fluir de corazones llenos de un deseo de hacerlo porque Él ha sido bueno con nosotros.

No deberíamos elogiarnos a nosotros, sino a Él, de quien damos testimonio.

Recientemente estaba en una reunión en la que testifica-ron unos recién convertidos. Uno tras otro, subían con Biblias o Nuevos Testamentos en su mano y leían algún versículo apropiado en relación con el tema sobre el que el líder había hablado. Al dar sus testimonios o experiencias con respecto a esas palabras, dejaron una impresión muy inspiradora.

El Señor tuvo la oportunidad de obrar a través de Su pro-pia Palabra, y los obreros dieron sus testimonios y experiencias

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El corazón que cree y la boca que confiesa 53

y también proclamaron la Palabra que “no volverá a mí vacía” (Isaías 55:11).

Desarrollando poder espiritual

Sí, debemos dar testimonio de Él primero con nuestras vi-das, pero debemos dar testimonio de Él también con nuestra boca, porque “con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:10). También Jesús prometió: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 10:32).

Si quieres desarrollar el poder espiritual que está en ti, ha-bla lo que tengas que decir. Te hará mayor bien dar tu propio testimonio titubeando y a trozos que leer lo más florido que ningún hombre haya escrito jamás. La gente quiere oír testi-monios reales de hijos de Dios que están encendidos para Él.

La gente dice de mí que soy tranquilo hasta que comienzo a hablar de mis amigos, y entonces dicen que tiendo a ser un poco entusiasta. Ten ese espíritu al hablar de tu Padre y tu Salvador, y nunca tendrás ningún problema a la hora de dar tu propio testimonio, uno que sea vivo y que tanto Dios como los hombres quieran escuchar.

Dios quiere que demos testimonio en nuestra vida co-tidiana con los hombres, diciéndoles lo bueno y real que Él es para nosotros. Él desea que, a través de una simple confe-sión en reuniones de oración, digamos que somos cristianos. Él desea que hablemos bien de Él, y que le glorifiquemos en nuestro testimonio.

El texto de El corazón que cree y la boca que confiesa está extraído de “Testifying or Witnessing,” Reality, diciembre 1904, pp. 44–45, como aparece en E. W. Kenyon and His Message of Faith: The True Story by Joe McIntyre (Lake Mary, FL: Charisma House, 1997), pp. 51, 246–247.

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9

He puesto mis dedos en los oídos de cientos de per-sonas que estaban totalmente sordas. Muchos de ellos ni siquiera tenían tímpano. Poniendo mis de-

dos en esos oídos, he declarado las palabras: “En el nombre de Jesús, ordeno al espíritu de sordera que se vaya de estos oídos. En el nombre poderoso de Jesús, ordeno que la audición sea fuerte y normal”.

Los resultados han sido milagrosos. La mayoría de las personas han sido sanadas completamente, ¡pudiendo oír in-cluso el susurro más bajo o el tictac de un reloj de pulsera!

¡Me desborda cuando considero la maravilla de esto! Sólo al hablar palabras de autoridad, en el nombre de Jesús, pue-den ocurrir milagros de regeneración. La sustancia física se crea en un momento, mientras se declaran las palabras.

Esto no debería ser para nosotros algo tan extraño como parece, porque fue por Sus palabras que Dios creó el mun-do. Es por Su Palabra que somos recreados en Cristo Jesús. Así que nosotros mismos somos productos de Su Palabra, los productos de la propia, maravillosa y omnipotente Palabra

por Don Gossett

El poder de las palabras pronunciadas

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56 Palabras Que Mueven Montañas

de Dios. Ahora bien, cuando hablamos Sus palabras, sim-plemente estamos actuando en la autoridad que Dios nos ha dado.

Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. (Marcos 11:23)

La Palabra de Dios nos enseña: “Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23).

Al mantener la profesión de la Palabra, tenemos que “in-sistir con firmeza” (Tito 3:8) en estas cosas que Dios nos ha revelado.

¿Pero qué es la confesión? ¿Es simplemente cuando ad-mitimos que hemos hecho algo mal? En la Biblia, un sentido de la palabra confesión es decir o afirmar lo que Dios ha dicho en Su Palabra sobre algo. Es estar de acuerdo con Dios. Es decir lo mismo que dicen las Escrituras. Mantener la profe-sión es decir una y otra vez lo que Dios ha dicho hasta que lo que deseamos en nuestro corazón y esté prometido en la Palabra se manifieste del todo. No existe la posesión sin la confesión.

Cuando descubrimos los derechos que tenemos en Cristo, que se nos dan a través de toda la Biblia, tenemos que afirmarlos constantemente, testificar de ellos y ser testigos de esos hechos tremendos de la Biblia. El apóstol Pablo dijo:

Para que la participación de tu fe sea eficaz en el cono-cimiento de todo el bien que está en vosotros por Cristo Jesús. (Filemón 1:6)

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El poder de las palabras pronunciadas 57

Por tanto, nuestra fe será efectiva sólo cuando confese-mos con nuestra boca todas las cosas buenas que son nuestras porque le pertenecemos a Jesús.

En el libro de los Salmos dice: “Díganlo los redimidos de Jehová” (Salmos 107:2), y nuevamente: “Y digan siempre los que aman tu salvación: Engrandecido sea Dios” (Salmos 70:4).

Sabemos que en Jesucristo hemos recibido salvación, no sólo para nuestras almas, sino también para nuestros cuer-pos, en nuestra salud, nuestras finanzas, nuestra paz mental, y nuestra libertad de la esclavitud y el temor. Hay cientos de afirmaciones poderosas para hacer constantemente mientras hablamos el lenguaje de la Escritura. Por ejemplo:

Dios es quien Él dice que es. Yo soy quien Dios dice que soy.

Dios puede hacer lo que Él dice que puede hacer. Yo puedo hacer lo que Dios dice que puedo hacer.

Dios tiene lo que Él dice que tiene. Yo tengo lo que Dios dice que tengo.

Las afirmaciones de estas verdades deberían salir de nues-tros labios continuamente. Se nos dice que las mantengamos sin vacilar. El castigo por vacilar en nuestra confesión es que nos denegamos a nosotros mismos las promesas de Dios y el desarrollo de las mismas.

Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor. (Santiago 1:6–7)

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58 Palabras Que Mueven Montañas

Al cristianismo se la llama la Gran Confesión. Todas las cosas en Cristo—salvación, sanidad y liberación—dependen de nuestra confesión del señorío de Jesús con nuestros labios. Pablo le dijo a Timoteo: “habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos” (1 Timoteo 6:12).

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59

Jesús quiere usar nuestros labios. Los nuestros son los úni-cos labios que tiene, y es Su Palabra en nuestros labios lo que cuenta. Él dijo: “Si permanecéis en mí, y mis palabras

permanecen en vosotros” (Juan 15:7).

La Palabra habita en mis labios y en mi conversación. Predico Su Palabra. Su Palabra se hace poderosa y viva en los labios de Sus testigos.

Juan 14:13 dice: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Yo vi ese versículo en los labios de Pedro en Hechos 3:6, cuando le dijo al hombre cojo: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. Las palabras de Jesús se hicieron sanidad y ayuda para ese hombre.

Vi la Palabra en los labios de Pablo en Hechos 16:18, cuando le dijo a la niña poseída por un demonio: “Te mando en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella”. Y la niña fue sanada.

En nuestro ministerio en Seattle, la Palabra de Dios en mis labios ha llevado sanidad a cientos de personas. Cánceres

10por E. W. Kenyon

La Palabra en nuestros labios

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60 Palabras Que Mueven Montañas

fueron sanados tras cuatro años de actividad. Corazones des-animados y rotos fueron fortalecidos y llenos de gozo. Miles han sido salvos. Este ministerio ha sido la Palabra de Dios en los labios de hombres y mujeres. Es Jesús usando nuestros labios.

Apocalipsis 12:11 dice: “Y ellos le han vencido [a Satanás] por…la palabra del testimonio de ellos”. La “palabra” es logos. Vencieron a Satanás por el “logos” que había en su testimo-nio. Tú vences hoy al diablo por el “logos” de tu testimonio, que es Jesús hablando a través de tus labios.

Cuando veo las maravillas que se pueden hacer con las palabras, siento decirles a mis labios: “Nunca tienen que decir otra cosa que no sea bendición y ayuda”. Es cuando la creencia se traduce en lenguaje cuando se hace realidad. Lo que pienso es bueno, pero lo que digo es poderoso.

Nuestras palabras deberían ser palabras llenas de Dios, llenas de logos. Nuestras palabras se convierten en las pala-bras de Dios, y Sus palabras se convierten en nuestras pala-bras, hasta que la vida que hay en Su Palabra se convierta en algo vivo en nuestras palabras, hasta que el poder y la virtud sanadora de Sus palabras se conviertan en realidad en nues-tras palabras.

Es Dios, viviendo en mí, hablando a través de mis labios, bendiciendo y salvando a los hombres.

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Los delincuentes no son delincuentes por accidente. Sus propios pensamientos los llevan a hacer el mal. Llevan pensando en el delito durante tanto tiempo,

que pierden el sentimiento de su maldad.

Cada acto de maldad es el producto de una secuencia de pensamiento erróneo. Puede que un hombre tarde años en convertirse en un asesino, pero puede hacerlo. Es soñar con hacer algo que, en un principio, impacta y horroriza, pero después se convierte en un compañero familiar lo que hace a un criminal.

Lo mismo ocurre en cada área de la vida. Un gran músi-co tiene que vivir en una esfera mental de música para poder producirla. El artista debe vivir en la esfera de las grandes pinturas y retratos. Al principio, sueña con su cuadro; lue-go, lo pinta en su imaginación. Un gran arquitecto construye mentalmente su puente años antes de tan siquiera recibir un encargo. Un gran novelista primero es un soñador que luego pone su sueño sobre el papel. Nos convertimos en aquello en lo que intencionadamente pensamos que somos.

11por E. W. Kenyon

El poder del pensamiento y la confesión

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62 Palabras Que Mueven Montañas

El amor es, en gran parte, la obra del espíritu a través de la imaginación. Un hombre ama a una mujer y sueña con ella hasta que se convierte en una parte de sus sueños. Después, es duro vivir sin ella. Tú sueñas con la riqueza hasta que, des-pués de un tiempo, tu entorno se convierte en algo desagra-dable para ti, e intentas hacer casi cualquier cosa que te dé aquello con lo que has estado soñando.

Es un imperativo, si deseas ascender a la esfera llamada éxito, que recuerdes dominar tus sueños. Debes gobernar ab-solutamente tus sueños. Debes poner tu maquinaria para so-ñar a funcionar en el tejido adecuado. Si tu imaginación tiene que tejer, hazla tejer un tipo de ropa que sea vendible.

De tus sueños saldrá la personalidad magistral, o la per-sonalidad débil y vacilante. Si quieres ser uno de los grandes hombres o mujeres del futuro, puedes hacerlo. Tu carrera será moldeada por las cosas con que sueñas. Alguien va a ser el gran músico, el gran hombre de estado, el gran abogado, el gran doctor o el gran arquitecto del futuro. ¿Por qué no puedes ser tú?

Casi todos los hombres y mujeres verdaderamente gran-des se labraron su futuro a partir de sus sueños, aun cuando estaban rodeados de pobreza y adversidad. Este es el poder de tu confesión.

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63

El testimonio personal de Pablo me emociona: “Porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” (2 Timoteo 1:12).

Como ves, eso pone un sentimiento de dominio en el es-píritu del hombre donde la razón no puede llegar, porque el camino es oscuro. El espíritu tiene una luz interna, y esa luz interna está brillando sobre la Palabra que no le puede fallar.

Recuerda lo que dijo Jesús: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:23). Eso no significa que Él vaya a vivir sólo en tu casa, sino que va a vivir en tu corazón. El Padre y Jesús son tus promotores, tus proveedores y tus patrocinadores.

Jesús fue hecho para mí sabiduría de Dios. (Véase 1 Corintios 1:30). Tengo más sabiduría que cualquiera de mis enemigos, y tengo más capacidad. Eso me ocurrió cuando recibí en mi espíritu Su naturaleza y Su vida. Ahora estoy dejando que esa naturaleza me domine.

12por E. W. Kenyon

El poder del Espíritu de Cristo

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64 Palabras Que Mueven Montañas

Tengo un amor que me hace ser un amo y un conquis-tador. Su propia naturaleza de amor me ha levantado de los celos amargos y del egoísmo. Me ha dado un nuevo ser: Su ser; una nueva naturaleza: Su naturaleza; y nuevas capacida-des: Sus propias capacidades. Éstas me han absorbido, y me dominan en Cristo.

Un hombre primero es golpeado en su espíritu, y luego sus facultades racionales se llenan de temor. Es como un ejército que ha perdido a sus oficiales. El pánico les atrapa. Cuando ese hombre interior, el espíritu interior, está en unión con Dios, las facultades racionales puede que pierdan su equilibrio y se llenen de pánico, pero el espíritu sigue dominando. Aunque estemos llenos de temor por fuera, hay un valor interno que nos lleva a la victoria. Cuántos soldados me han dicho: “Sí, te-nía miedo; estaba aterrorizado, y a la vez había en mi espíritu un sentimiento de victoria, y eso era cierto”.

Por tanto, en todas estas cosas, somos más que vence-dores. (Véase Romanos 8:37). Puede que veamos a hombres derrotados y caídos a nuestro alrededor, pero no podemos ser vencidos. Vuelve a decirlo una y otra vez: “Yo no puedo ser vencido porque Dios está en mí, y nada puede vencer a Dios”.

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Johnny Lake era un cristiano comprometido de quince años de edad que vivía en una ciudad en la parte norte de British Columbia. No muy lejos de Johnny, vivía el

Dr. Riley, que había inmigrado a Canadá desde Irlanda. Era ateo y había sufrido a consecuencia del reúma en una cade-ra durante años, pero en el área tenía fama de ser un buen doctor.

El Dr. Riley le agarró cariño al joven Johnny Lake, y a menudo se llevaba a Johnny con él a las visitas a domicilio. Una noche, estaban en casa de la familia Owens, donde la pequeña de siete años Cathy Owens yacía aquejada de una pulmonía doble. El Dr. Riley escuchó a la niña jadear en casi cada respiración, y luego cerró su bolsa negra.

Dirigiéndose a los padres de Cathy, el Dr. Riley anunció tristemente: “Lo siento, pero Cathy no pasará de esta noche. Debo marcharme ahora para atender a otras llamadas, pero regresaré después. Entretanto, dejaré a Johnny aquí sentado al lado de Cathy”.

13por Don Gossett

“Oh señor, ¿no es Dios maravilloso?”

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66 Palabras Que Mueven Montañas

Cuando el Dr. Riley salió de la casa, Johnny se puso de rodillas para poder susurrarle a Cathy al oído: “Dios te ama, Cathy, y Dios te va a sanar”. Johnny susurraba: “Respira, Cathy, respira; oh Dios, ayuda a Cathy a respirar”.

Johnny continuó: “Cathy, pronto será primavera. Saldremos a la hierba, y agarraremos remolinos y margaritas. Respira Cathy, respira; oh Dios, ayuda a Cathy a respirar.

“Después, Cathy, iremos a ver los agujeros de las ardillas, y quizá veremos a un hada de las ardillas. Respira Cathy, res-pira; ¡oh Dios, ayuda a Cathy a respirar!

“Luego, Cathy, iremos al puente y veremos los pececillos en el río mientras cruzan los vagones. Respira Cathy, ¡respira! Gracias Dios, ¡porque estás ayudando a Cathy a respirar!”.

Pasaron unas dos horas antes de que el Dr. Riley regresa-ra a casa de los Owens. En ese momento, Johnny ya no estaba hablando con susurros, sino con vigor y emoción. “¿Cuánto tiempo han estado así?”, preguntó el Dr. Riley a los padres de Cathy.

“Desde que se fue, doctor”, respondieron. “Había veces en que pensamos que Cathy estaba dando su último suspiro, pero ahora parece que está mejor”.

El Dr. Riley sacó su estetoscopio, se inclinó y examinó a Cathy. No dijo ni una palabra, pero una lenta sonrisa cruzó su rostro. Johnny saltó y exclamó: “Dios ha sanado a Cathy! Oh señor, ¿no es Dios maravilloso?”

El Dr. Riley respondió lentamente mientras se levanta-ba para recuperar su posición de a pie, y poniendo su mano sobre su propia cadera afectada, clamó al nombre de Aquel a quien había odiado durante tanto tiempo, “Sí, Johnny, ¡Dios es maravilloso!”.

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“Oh señor, ¿no es Dios maravilloso?” 67

En ese mismo momento, el severo dolor desapareció de la cadera del Dr. Riley.

Cathy Owens fue sanada milagrosamente de doble neu-monía, el Dr. Riley fue totalmente sanado de su cadera reu-mática, y lo mejor de todo, el Dr. Riley se convirtió en un profundo creyente en el Cristo vivo como su Salvador y Señor, todo por el poder de las palabras declaradas en fe.

Proverbios 18:21 dice: “La muerte y la vida están en poder de la lengua”. Otra traducción de la Biblia en inglés dice así: Las palabras matan, las palabras dan vida; o bien son veneno, o son frutos—usted escoge.

Johnny Lake declaró palabras de vida y fe, palabras de sa-nidad y bendición. Cuando el Dr. Riley rompió con toda una vida de rebelión alabando a Dios, él también declaró palabras de sanidad, sanidad para su cadera reumática. Su reconoci-miento de Jesús como Señor de su vida le trajo salvación.

Di en este momento: “La muerte y la vida están en el po-der de mi lengua”.

Dios preguntó: “¿[Cómo] andarán dos juntos, si no estuvie-ren de acuerdo?” (Amós 3:3).

Tus palabras o bien producen vida, o muerte, porque cuando escoges estar de acuerdo con Dios declarando Su Palabra, Él camina contigo en cada área de tu vida.

Jesús es Señor de nuestras afirmaciones. Él es el Autor y Consumador de nuestra fe. (Véase Hebreos 12:2). Él es el Sumo Sacerdote de nuestra confesión. (Véase Hebreos 3:1).

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Parte II:El poder en tus palabras

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Las palabras nunca mienten. Viven para bendecir o para maldecir. A menudo vuelven a nosotros en forma de bendición o con juicio. ¡Deberíamos darnos cuenta

del valor eterno de las palabras!

Las palabras del apóstol Pablo son para nosotros a veces como una llama que quema, y otras como ungüento sanador que calma las heridas y lleva el corazón a una comunión con el cielo.

Las palabras que Jesús habló aún están verdes y frescas, dando esperanza, y gozo, y victoria a las multitudes. La na-rración de las cosas que hizo aún nos emociona. “Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”, dijo el Maestro (Juan 6:63).

Ahora, quiero que veas el efecto de tus palabras sobre ti mismo. Tus palabras pueden traer desánimo y derrota a tu vida.

Yo pregunto: “¿Cómo te van las cosas?”. Tú respondes: “Todo ha salido mal. Es como si el fondo de la caja se hubiera

por E. W. Kenyon

El valor de las palabras

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72 Palabras Que Mueven Montañas

roto en todas las cosas. No sé qué pasa, pero parece que no soy capaz de terminar nada”.

Eso es una confesión. ¿Cuál es su impacto sobre ti? Instantáneamente te llenas de autocompasión y un senti-miento de derrota. Te quedas sin poder, sin iniciativa y sin la capacidad de recoger los platos rotos y volverlos a unir en victoria. Te ves incapaz de hacerlo. ¿Por qué? Tu confesión te ha desconcertado y hundido.

Lo mismo ocurre cuando tienes problemas con tu cónyu-ge o con otra persona, y hablas de ellos una y otra vez. Cada vez que lo haces, lloras y pasas por una profunda agonía. Si no lo hubieras confesado, hubieras sido mucho más fuerte.

Tus palabras pueden ser como el veneno para tu propio sistema. Tus palabras a veces son mortales. Cuando dices: “No creo que me vaya a recuperar nunca de esto”, estás be-biendo veneno. No hay antídoto para ello excepto que rompas el poder de ese tipo de confesión, que comiences a hablar las palabras correctas y que hagas una buena confesión.

Si piensas y hablas fracaso, descenderás a ese nivel. Tus palabras crearán una atmósfera que te dañará y partirá.

Hay tres clases de palabras. La primera son las palabras neutrales, sin color, vacías y sin alma. Estas constituyen la con-versación en general de la mayoría de la gente. Son sólo pala-bras vacías en monotono. Algunas veces oyes a un predicador hablar en monotono; no hay color, ni alma, ni poder y no hay vida en sus palabras, tan sólo sonidos lanzados al aire.

La segunda clase de palabras comprende palabras de construcción, palabras que edifican fortaleza, palabras de sanidad y palabras de inspiración. Estas son palabras emo-cionantes, poderosas y dominantes, y están preñadas de es-peranza, amor y victoria.

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El valor de las palabras 73

La tercera clase está compuesta de palabras destructivas llenas de odio y escándalo, celos y virus mortales. Vienen de un corazón lleno de amargura y son enviadas para herir, arruinar y maldecir.

¡Qué lugar tan tremendo ocupan nuestras palabras! Con esto puedes ver lo que puedes hacer con las palabras: puedes cambiar vidas, puedes bendecir, edificar y animar a otros, y puedes dirigir a los hombres a logros magistrales.

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15

Las palabras vacías no tienen mayor interés que los nidos de los pájaros del año pasado. Cuando llenamos nuestras palabras de nosotros mismos y somos honestos, nues-

tras palabras serán honestas. Otros llegan a confiar en ellas.

Conozco a un joven cuyas palabras están llenas de amor y desinterés y un deseo de ayudar a la gente. Siempre que habla en compañía de otros, éstos le escuchan.

En ningún otro lugar las palabras tienen un efecto tan dramático como en un mensaje de radio. El ministro que ha-bla en antena con una voz muerta y fría obtendrá una res-puesta muerta y fría. No importa lo hermosos que sean sus pensamientos o lo bien que los vista, si las palabras no están llenas de amor y de fe, no vivirán.

La fe se construye con las palabras. Las obras tienen su lugar, pero las obras son los hijos de las palabras, en una gran medida.

Tú hablas, y yo veo tu acción. Es tu mensaje lo que capta mi atención.

por E. W. Kenyon

Pon lo mejor de ti en tus palabras

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76 Palabras Que Mueven Montañas

Tus obras tienen su lugar, y te damos el crédito por ellas, pero son tus palabras las que nos encienden.

Puedes llenar tus palabras con lo que desees. Puedes lle-narlas con temor hasta que el aire alrededor vibre de duda e inquietud.

Puedes llenar tus palabras con gérmenes de temor, y me infectarás con temor de enfermedad y desastre. Tus palabras pueden llenarse de signos de interrogación, con una sensa-ción de carencia, con hambre y querencia.

O puedes venir a mí con tus palabras llenas de fe. Tus palabras de fe me remueven en lo más hondo, y me pregunto por qué dudé.

Tus palabras me envuelven. Tus palabras son como la luz del sol, como entrar a una habitación cálida cuando fuera hay una atmósfera fría y escarchada. Tus palabras recogen mi es-píritu caído y quebrado y lo llenan de confianza para salir y volver a luchar. Son palabras de fe, palabras maravillosas.

La razón por la cual las palabras de Jesús tenían una in-fluencia tan grande era que eran palabras de fe. Cuando Él le dijo al mar: “Calla, enmudece” (Marcos 4:39), el mar se calmó, y los vientos silenciaron su ruido para oír las palabras de fe de los labios del Hombre.

Los sordos pudieron oír sus palabras de fe. Los cojos y quebrantados pudieron levantarse y caminar y correr por Sus palabras de fe. Había algo en Sus palabras que quitaba la en-fermedad, y el dolor del cuerpo, y el temor del corazón.

Puedo oír a Juan el discípulo diciendo: “Yo usé exacta-mente las mismas palabras y ese niño no se sanó. Ahora el Maestro toma las palabras de mis labios y las llena de algo, y al oírlas, el niño se sanó”.

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Pon lo mejor de ti en tus palabras 77

¿Qué puso Jesús en Sus palabras para tener ese poder sa-nador? Él no sólo habló las palabras como un fonógrafo, sino que puso una fe viva, interés y amor en Sus palabras, y, por tanto, Él obtuvo resultados.

El texto de Pon lo mejor de ti en tus palabras está tomado de Signposts on the Road to Success por E. W. Kenyon (Kenyon’s Gospel Publishing Society, 1999), pp. 59–61.

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16

Si nos diéramos cuenta del poder que hay en nuestras palabras, nuestras vidas serían muy distintas. Se dice: “La pluma es más poderosa que la espada”. ¡Las pa-

labras de nuestra pluma y de nuestra boca son mucho más poderosas cuando nuestras palabras son la Palabra de Dios!

Dios declara: “El que sacrifica alabanza me honrará; Y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios” (Salmos 50:23).

Consideremos las palabras que usamos en nuestras con-versaciones, y escojamos palabras que obren milagros.

Palabras de confesión de la Palabra de Dios

La confesión siempre precede a la posesión. Atrévete a decir exactamente lo que Dios dice en Su Palabra. Ponte de acuerdo con Dios hablando Su Palabra en todas las circunstancias.

Cuando ordenamos correctamente nuestras palabras, Dios manifiesta los beneficios de Su gran salvación. “Con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:10).

por Don Gossett

Ordenar correctamente nuestras conversaciones

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80 Palabras Que Mueven Montañas

Recuerda que cuando confesamos para salvación, incluye sanidad, liberación y todo tipo de bendición espiritual y física provista para nosotros en la expiación de Cristo.

Palabras de alabanza

“Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca” (Salmos 34:1). Decídete a ser un “alaba-dor” valiente. Como alabador, alaba a Dios, no tanto por los dones que de Él has recibido, sino para magnificar al maravi-lloso Dador por quién es Él.

Palabras de edificación y gracia

Decide ordenar tus conversaciones correctamente:

Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. (Efesios 4:29)

Palabras de salud

Las palabras tienen un gran impacto sobre nuestra salud. Las personas esclavizadas por la enfermedad tienen tenden-cia a decir: “Me estoy resfriando”, o “Me estoy viniendo abajo con la gripe”, o “Hoy no me siento bien”.

Por otro lado, las personas que caminan en salud divina proclaman: “Raramente me enfermo porque los gérmenes no pueden alcanzarme”, y “Me niego a caer enfermo”.

Palabras llenas de fe

El momento para hablar en fe es cuando tienes buena sa-lud y te sientes bien. No esperes a sentirte mal para comenzar

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Ordenar correctamente nuestras conversaciones 81

a declarar palabras de salud y vitalidad sobre tu cuerpo. Estas son palabras que puedes declarar todos los días:

Gracias, Señor Jesús, por ser mi Sanador. Cada ór-gano, músculo y fibra de mi cuerpo funciona como Tú lo planeaste. Mi juventud se renueva como la del águila. Mi vida ha sido redimida de la destrucción. Tengo energía para lograr lo que me has llamado a hacer.

Las palabras de autoridad vencen el poder de Satanás

Y ellos le han vencido [a Satanás] por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos. (Apocalipsis 12:11)

Jesús ordenó: “Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sa-narán” (Marcos 16:18).

Tú pones las manos; ¡el Señor Jesús provee la sanidad! Enfatiza Sus seguras promesas, porque “son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo” (Proverbios 4:22).

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La iglesia siempre ha enseñado la conciencia de pecado en vez de la conciencia de la justicia. Nos han ense-ñado que somos débiles, pecadores e indignos, hasta

el punto de que nuestras oraciones son: “Dios, oh Dios, ten misericordia de mi pobre alma”.

Todo esto es anti-Cristo, y no lo sabíamos; es anti-reden-ción, y no nos dimos cuenta de que cuando un hombre se con-vierte en hijo de Dios, tiene la naturaleza de Dios, la misma vida de Dios, en él. Esa naturaleza y vida le dan una posición con el Padre.

“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Y Pablo clamaba: “¿Quién acusa-rá a los escogidos de Dios?” (Romanos 8:33). Es Dios quien te ha declarado justo y justificado.

Sin darnos cuenta, los predicadores hemos hecho un gran perjuicio a la causa de Cristo. Nuestros mejores sermones son los que ponen a los hombres y mujeres bajo condenación, los que les hacen correr al altar, implorando perdón, aunque

por E. W. Kenyon

El complejo de inferioridad

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84 Palabras Que Mueven Montañas

hayan caminado con Dios durante años. En cambio, debería-mos haberles mostrado lo que son en Cristo.

Les quitamos de sus verdaderos lugares en la familia de Dios y les colocamos entre los no regenerados. Usamos el mensaje de reprobación de Dios a Israel a través de los pro-fetas contra la iglesia en vez de levantar a la iglesia y mostrar a los creyentes lo que son en Cristo para que puedan conver-tirse en un cuerpo vencedor. Les atacamos con una amarga y fuerte crítica.

Es como apalear a una oveja que ha estado en un de-sierto donde no había hierba; la apaleamos porque es po-bre, débil y enfermiza. Que los ministros abran la Palabra y alimenten a los creyentes con la comida del poderoso, y se harán fuertes.

Hemos pensado que la confesión de nuestro pecado era una prueba de nuestra bondad, y por eso hemos confesado nuestros defectos y errores; cada uno de nuestros testimo-nios ha sido de nuestra falta, nuestras querencias y nuestra debilidad.

Nunca hemos dicho: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que [me] falta” (Filipenses 4:19), ni “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13), ni “Mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre” (Salmos 73:26), ni “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).

Si Dios no ha provisto algo por lo que podamos vivir sin condenación, entonces ha fallado en la redención. Si la reden-ción no nos saca del domino de Satanás y el nuevo nacimiento no quita la naturaleza del diablo de nosotros, entonces Dios ha fallado, y no es culpa nuestra.

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El complejo de inferioridad 85

Pero Él dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Tenemos una nueva naturaleza, tenemos una nueva relación, somos los hijos de Dios; tene-mos un nuevo Padre, el Dios Padre. Estamos completos en Su plenitud, y estamos llenos de Su llenura; somos miembros de Su cuerpo mismo.

Somos los hijos e hijas del Dios Todopoderoso. Hemos sido recreados por Él, a través de Su propia Palabra, y esta-mos en Su plenitud.

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18

Hay algunos que siempre dicen: “Es que yo no tengo fe. Soy un Tomás dubitativo. Soy pobre y débil”.

¿Cuál es el efecto de estas palabras sobre ti? Si eres dubitativo, dudarás más. Si eres débil, las palabras te han hecho más débil. Si no has hecho nada para Dios, ahora podrás hacer menos porque las palabras hacen que te sea más difícil ser algo diferente de lo que has dicho.

Al final, nuestras palabras son parte de nosotros mismos; son nosotros mismos. Si tus palabras están llenas de amor, y paz, y fidelidad, han nacido de la vida de tu corazón. Si tus palabras están cargadas de malicia amarga y sarcasmo, es porque hay una tinaja dentro de ti que está llena de este tipo de material.

Tú creas una condición mental con tus palabras. Tus pa-labras salen al aire para emocionar y dar punzadas a los cora-zones de los que escuchan.

La vida está hecha principalmente de palabras. Amamos con palabras, declaramos la guerra con palabras, los divorcios

por E. W. Kenyon

Palabras de autodesaprobación

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88 Palabras Que Mueven Montañas

se hacen con palabras, y los hijos se convierten en lo que las palabras les dicen.

Cuando miro a un niño, puedo sentir las punzadas de las palabras que han penetrado en su conciencia antes de dejar su casa. Las palabras de ánimo y consuelo de su madre hacen al niño ser lo que es.

Me aventuro a decir que las niñas y niños que se vienen abajo en la escuela por el estrés de estudiar y trabajar son el resultado de una mala atmósfera mental en sus hogares. Esas atmósferas son atmósferas de palabras.

Tengamos cuidado con las palabras. Pongamos en ellas las cosas mejores y más grandes. Pongamos palabras ricas y grandes en las cartas y artículos que escribimos. Llenemos nuestras palabras de un amor maravilloso y fresco del cora-zón del Padre.

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En 1979 el Señor de la cosecha me envió a la India. Ese fue el comienzo de un ministerio prolongado que ha dado como resultado cientos de miles de personas

maravillosas que han recibido a Cristo como su Salvador per-sonal y le han confesado como Señor de sus vidas. La clave de este ministerio de milagros es el poder de la fe hablada.

Los escritos ungidos del Dr. Kenyon me motivaron a enumerar doce afirmaciones en la solapa de mi Biblia. Antes de cada reunión, a la que asisten multitudes, confieso y creo estas verdades. Si tienes hambre de ser usado por el Señor en un ministerio eficaz, haz tuyas estas afirmaciones dinámicas. ¡Decláralas con confianza y serás enormemente bendecido!

Al usar el nombre de Jesús conforme a la Palabra, en el po-•der del Espíritu, tengo el secreto que usaron los apóstoles para sacudir el mundo. Jesús dijo: “Tú te encargas de pedir y yo de hacer”. (Véase Juan 14:14). Si no oro o pido en Su nombre, no le doy la oportunidad de manifestar Su poder. Su nombre en mis labios es igual que si Jesús estuviera pre-sente y obrando.

19por Don Gossett

No vaciles en ser usado por Dios

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90 Palabras Que Mueven Montañas

Si • retrocedo, Dios no se agrada de mí. (Véase Hebreos 10:38). Esta verdad me ha espoleado en muchos lugares difíciles. Dios puede actuar a través de mí. Dios ha pues-to Su poder en mis manos y dice: “Usa Mi nombre, Mi Palabra y Mi poder, según Mi voluntad”.

Puede que piense que la necesidad es demasiado grande, •que la enfermedad es insuperable, y que mi fe es dema-siado pequeña, y puede que todo esto sea verdad, pero yo tengo confianza en el nombre de Jesús, no en mi propia fe. En el gran nombre, ordeno a la enfermedad que se vaya. Le digo: “En el nombre de Jesús, te ordeno que te vayas”. Satanás no se atreve a enfrentarse a un guerrero que está vestido con la justicia de Cristo y que conoce el poder de ese poderoso nombre. La integridad de Dios, Su omnipo-tencia y el ilimitado poder de Cristo respaldan mi orden y todas están a mi disposición.

Uso el nombre de Jesús, aunque tiemble al hacerlo. No es •que yo sea grande, sino que Su nombre es grande. No ne-cesito sentir Su poder, lo conozco. Todo debe postrarse ante el nombre de Jesús que todo lo puede. Lo que la vara era en las manos de Moisés, así el nombre de Cristo es en mi boca. Moisés no era grande; el poder de Dios en la vara era lo grande.

La única pregunta es: • ¿Entiendo lo que Dios quiere decir al dejarme usar Su nombre? Para poder usar el nombre de Jesús no se necesita una fe extraordinaria, porque Su nom-bre me pertenece. Él no ha puesto ninguna limitación en su uso. “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, ha-cedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).

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No vaciles en ser usado por Dios 91

Suelto el incomparable nombre de Jesús contra las huestes •del infierno, y huyen confundidas. Camino entre hombres como un hombre de Dios. El enemigo quizá sea terco y me resista, pero mi voluntad es firme. Voy a ganar, y literal-mente cargo contra el enemigo en ese nombre que todo lo puede. Me niego a abandonar mi confesión: que el nombre de Jesús es superior a todos los demás nombres o cosas. “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre…en los cielos, y en la tie-rra, y debajo de la tierra” (Filipenses 2:9–10). En este gran nombre, ordeno a la montaña que se vaya. Se irá. ¡Se tiene que ir!

Dios me ha dado la moneda del reino invisible. Uso Su •nombre con un audaz abandono que es absolutamen-te emocionante. Vivo y camino en la esfera de lo sobre-natural. “Ese nombre no ha perdido nada del poder del Hombre que lo llevaba”1. El Padre le entregó el nombre más alto del universo.

Al echar demonios en Su nombre, me sorprendo de la ex-•traña reverencia que viene sobre mí cuando ejercito, con una simple orden, este maravilloso poder, al ser testigo de muchos resultados pasmosos. No puedo concebir cómo se puede hacer algún trabajo con éxito hoy día, o cómo podría estar en un lugar de victoria continua sobre los es-píritus de las tinieblas, sin el nombre de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.

“Cuanto más rápido reconozca que el mismo aire que nos •rodea está lleno de fuerzas hostiles, que están intentan-do destruir nuestra comunión con el Padre y privarnos de nuestra efectividad en el servicio del Maestro, mejor será para mí”2. Todo el poder está en el nombre del Cristo Jesús

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92 Palabras Que Mueven Montañas

resucitado que está sentado a la diestra del Padre en las alturas.

No puedo usar el nombre de Jesús con eficacia sin estar en •comunión con Dios. Es vitalmente importante que esté en total comunión en cada momento. Si pierdo mi iniciativa espiritual, pierdo algo que me hará pasar por los lugares difíciles.

No puedo permitirme tener una actitud negativa hacia la •Palabra. Si lo hago, podría perder mi santa valentía, y mi corazón no dirá: “Todo lo puedo en Cristo que me fortale-ce” (Filipenses 4:13); y cuando mi iniciativa espiritual esté baja, no podré decir: “Mayor es Él que están en mí que las fuerzas que me rodean”. (Véase 1 Juan 4:4). Si mi corazón pierde su valentía e intrepidez al actuar según la Palabra, estaré en peligro.

Tomaré mi lugar permanente y habitaré donde pueda dis-•frutar de la plenitud de Su maravilloso poder. Mi confe-sión debe estar en acuerdo total con la Palabra. Cuando he orado u ordenado en el nombre de Jesús, me aferro a mi confesión. Es fácil destruir el efecto de mi oración con una confesión negativa. Seguiré confesando que, cuando pronuncio el nombre de Jesús, es lo mismo que si Jesús estuviera hablando.

Pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. (Hechos 3:6)

1 Kenyon, E. W., The Wonderful Name of Jesus (Kenyon’s Gospel Publishing Society, 1998), p. 11. 2 Ibid., p. 19.

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93

Hablar de forma descuidada es un mal hábito. Cuando uno comprende que sus palabras son la moneda de su reino y que sus palabras pueden ser

o bien una mala influencia o una bendición, aprenderá a valo-rar el don del habla.

Controla tu lengua, o ella te controlará a ti. A menudo di-cen los hombres: “Digo lo que pienso”. Eso está bien si se tie-ne una mente buena, pero si tu mente está envenenada, no es bueno. Una palabra vana declarada en voz alta puede caer en la tierra del corazón de otra persona y envenenar toda su vida.

¡Qué bendición es una buena conversación y qué maldi-ción es lo contrario!

Haz que tu lengua siempre sea una bendición, y nun-ca una maldición. Una persona es juzgada por su conversa-ción. Tus palabras te harán ser o bien una bendición o una maldición. Tus palabras pueden llevar en ellas una fortuna. Aprende a dominar tu conversación.

El texto de Palabrerías está extraído de Signposts on the Road to Success por E. W. Kenyon (Kenyon’s Gospel Publishing Society, 1999), p. 32.

20por E. W. Kenyon

Palabrerías

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21

No me aplasten con palabras!”. Ese fue el clamor de Job hacia sus amigos. (Véase Job 19:2). Ellos llega-ron para consolar, y se pusieron a atormentar.

Las palabras sanan y las palabras aplastan; las palabras destruyen y las palabras hacen que la vida sea como la tene-mos hoy. Las palabras nos sanan y las palabras nos enferman. Las palabras nos bendicen y nos maldicen. Las palabras que acabo de oír me acompañarán el resto del día.

Qué poco se da cuenta una mujer de que una palabra cor-tante y mordaz por la mañana le robará a su marido la eficacia durante todo un día. Una palabra amorosa, tierna y bonita, una pequeña oración, le llenará de una música que le llevará a la victoria. Necesitamos la música de la fe que sólo nuestros seres queridos nos pueden dar.

Qué poco hemos apreciado el tremendo poder de las pa-labras: palabras escritas, palabras habladas, palabras que son letra de una melodía.

por E. W. Kenyon

“¡No me aplastes con palabras!”

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96 Palabras Que Mueven Montañas

Tras la Guerra Civil, un oficial del sur le dijo a un amigo del norte: “Si hubiéramos tenido sus canciones, les hubiéra-mos vencido”.

Un político dijo: “Ganaron las elecciones porque tenían mejores oradores que nosotros. Nosotros teníamos más dine-ro, pero no teníamos palabras bien articuladas”.

Miren, un estudio de las palabras es uno de los bienes más valiosos de la vida. Aprende a hacer que las palabras trabajen para ti. Aprende cómo hacer que las palabras ardan. Aprende a llenar las palabras con un poder que no se puede resistir.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Mussolini tuvo a Italia en sus manos gracias al poder de sus palabras. Austria fue conquistada por Hitler con palabras, no con pólvora, ni gas venenoso, ni bayonetas, sino sólo palabras.

Cómo esperamos un mensaje hecho de palabras. El se-creto para avanzar en la vida reside en la capacidad de decir las palabras correctas. Mi ministerio de radio es un ministe-rio de palabras. Yo las lleno de amor; le pido a Dios que las llene de Él mismo, y las envío para bendecir y animar.

Madres, la atmósfera de su hogar es un producto de las palabras. Tu hijo o hija puede que fracase debido a las malas palabras que se dicen y a las buenas que no se dicen.

¿Por qué algunos niños crecen tan limpios y fuertes, se abren paso hasta la universidad y despegan en el viaje de la vida y triunfan? Es porque en el hogar se pronunciaron el tipo correcto de palabras. Las palabras hacen que una niña ame la educación. Las palabras llevan a un chico a la iglesia o le alejan de ella.

Piensa en algo de infinita importancia y aprende a ele-gir las palabras adecuadas para expresarlo. Luego, envía las

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“¡No me aplastes con palabras!” 97

palabras con un bolígrafo o con la lengua. La forma en que las dices tiene un peso enorme.

Todas las personas que hablan en público deberían hacer un estudio de las palabras, el tipo de palabras que cuentan. Luego, antes de dejar su estudio, deberían llenar su mente de Dios y de la capacidad de Dios para que, cuando estén delante de la gente, esa capacidad llene sus palabras hasta que la gente se emocione.

Deberían hacer de su oratoria un estudio, un arte, debe-rían llenar todas sus palabras con ternura y amor.

Prueba palabras en tu propia casa para ver cómo funcio-nan. Llena tus labios con buenas palabras, palabras hermosas, hasta que los hombres anhelen estar contigo y oírte hablar. Recuerda que las palabras son manzanas de oro con figuras de plata. (Véase Proverbios 25:11).

El texto de ¡No me aplastes con palabras! está extraído de Signposts on the Road to Success por E. W. Kenyon (Kenyon’s Gospel Publishing Society, 1999), pp. 64–66.

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22

Las palabras pueden hacer milagros, ¡pero también pueden hacer meteduras de pata! ¿Te das cuenta de que multitud de personas fracasan en la vida porque

declaran fracaso? Temen fallar y permiten que su temor su-pere a su fe.

Lo que dices te localiza. No te levantarás, no puedes, por encima de tus propias palabras. Si declaras derrota, fracaso, ansiedad, enfermedad e incredulidad, vivirás en ese nivel. Ni tú ni nadie, no importa lo inteligente que sea, vivirá jamás por encima del estándar de su conversación. Este principio espiritual es inalterable.

Si tu conversación es necia, frívola, nada práctica o des-organizada, tu vida invariablemente será igual. Con tus pa-labras, pintas constantemente un dibujo público de tu ser interior. Jesús dijo: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34).

Si miras atrás, probablemente estarás de acuerdo en que la mayoría de tus problemas han sido provocados por la

por Don Gossett

Las palabras pueden meter la pata

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100 Palabras Que Mueven Montañas

lengua. La Biblia dice: “El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias” (Proverbios 21:23).

¡Cuántos problemas causa una lengua indisciplinada! Las palabras dichas en el calor del momento, palabras de ira, palabras duras, palabras de represalias, palabras de amargu-ra, palabras de falta de amabilidad, nos producen muchos problemas. Amados, hagamos nuestra esta oración ahora mismo:

Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía, y redentor mío. (Salmos 19:14)

Esta es otra buena oración bíblica: “Pon guarda a mi boca, oh Jehová; guarda la puerta de mis labios” (Salmos 141:3).

Es realmente importante que dejemos que Dios nos ayude a vencer nuestros hábitos de conversaciones descon-troladas, porque nuestras palabras pueden meter la pata y crearnos problemas. Una confesión negativa puede producir resultados negativos. La Biblia nos advierte: “Te has enlazado con las palabras de tu boca, y has quedado preso en los dichos de tus labios” (Proverbios 6:2).

La confesión se hace con la boca, no sólo para las cosas buenas que Dios nos ha prometido, sino también para la en-fermedad, la derrota, la esclavitud, la carencia y el fracaso.

Niégate a hacer una mala confesión, a tener confesiones negativas; repudia una doble confesión cuando estés diciendo en un momento: “por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5) y al momento siguiente digas: “pero el dolor sigue ahí”.

Sube a otro nivel de vida en el reino de Dios. Cree que eres lo que Dios dice que eres. Piensa así. Habla así. Actúa

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Las palabras pueden meter la pata 101

así. Entrénate para vivir en el nivel de lo que está escrito de ti en la Palabra de Dios.

No permitas que tus pensamientos, tus palabras o tus acciones contradigan lo que Dios dice sobre ti.

Aunque quizá no domines la confesión positiva en un día o una semana, lo aprenderás si sigues caminando en ello fiel-mente. Como Él lo ha dicho, ¡podemos decir con valentía lo mismo!

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Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.

—Romanos 10:9

Cuando creemos en el corazón, es porque el corazón ha sido ajustado al Padre. El hombre está en la mis-ma clase con Dios. Dios es espíritu. El hombre es

espíritu. Cuando el hombre, espíritu, está bien ajustado con el Padre y comienza a alimentarse de la Palabra, y su mente se hace fructífera y se renueva, entonces la fe se convierte en una cosa normal y natural.

Cuando creo con mi corazón, significa que mi espíritu está en acuerdo con la Palabra. La fe se desarrolla de la mis-ma forma que el amor. El amor se desarrolla ejercitándolo, de modo que cuanto más amo, más soy capaz de amar. La fe se desarrolla actuando según la Palabra de Dios. Cada vez que actúo según la Palabra, mi fe se hace más fuerte.

Por ejemplo, si estoy enfermo en mi cuerpo, veo que “por su llaga he sido sanado”. (Véase Isaías 53:5). Actúo según la

por E. W. Kenyon

Con el corazón, el hombre cree para justicia

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104 Palabras Que Mueven Montañas

Palabra. La cual dice que Dios puso mi enfermedad sobre Jesús; me sostengo en que si Jesús llevó mi enfermedad, yo ya no tengo que llevarla. Actúo según la Palabra, me levanto y me voy a trabajar.

Siento debilidad física en mi cuerpo. Veo que mi mente no entiende las cosas como debería; sin embargo, declaro que mi mente será la mente de Cristo, que mi voluntad será la voluntad de Cristo, que la vida de Dios llenará mi espíritu de tal modo que la vida, el amor y la naturaleza del Padre me tomarán hasta ya no ser yo el que viva, sino el Dios de vida quien domina y vive en mí.

Alimentamos nuestra naturaleza de amor con palabras. O bien escribimos palabras de amor al objeto de nuestro amor, o pronunciamos palabras de amor. Las palabras son una necesidad. Cada vez que hablamos palabras de amor, el amor se desarrolla y se fortalece. El amor nunca rompe sus barreras hasta que no hayamos confesado nuestro amor pri-mero a nosotros mismos, y luego al objeto de nuestro afec-to. Cuando confesamos amor, sale de nuestro control y se convierte en la propiedad de otro. Cada vez que decimos: “Señor, te amo” o decimos ante el mundo: “Amo a mi Señor”, estamos confesando amor. Cada vez que actuamos y ama-mos, el amor crece.

Lo mismo ocurre con la justicia. La justicia no es algo mental o físico, sino algo espiritual. Nuestra justicia es la justicia de nuestro espíritu. Actúo en justicia, o sea, hago las cosas que haría alguien justo. ¿Cuáles son esas cosas? Alguien justo es alguien que no teme estar en la presencia del Padre porque la justicia significa la capacidad de estar en Su pre-sencia sin temor, de estar en la presencia de Satanás y de la muerte sin temor o sin condenación. Significa la capacidad de

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Con el corazón, el hombre cree para justicia 105

estar en la presencia del Padre como si nunca hubiera habido pecado, debilidad y fracaso.

Cuando practico la justicia, estoy practicando algo en mi propia naturaleza espiritual. Salgo y me atrevo a orar por el enfermo, me atrevo a tener el tipo de conversación que tenía Jesús y a vivir el tipo de vida que llevaba Jesús; eso es justicia en vida, en acción y en conducta.

El amor crece con la confesión. La fe crece con la confe-sión. La conciencia de la justicia crece con la confesión. Cada vez que confieso mi justicia en Cristo, o la justicia de Dios en mí, comienzo a desarrollarme y crecer. Cada vez que confieso mi fe, mi fe crece. Si uno nunca confiesa, nunca crece. Tu cre-cimiento se mide por tu confesión. Al igual que alimentamos el amor con palabras, también alimentamos la fe con pala-bras: nuestras palabras y la Palabra de Dios. Si yo pronuncio incredulidad, debilidad y fracaso, mi espíritu bajará al nivel de mis palabras, mi fe se debilitará y flaqueará, y mi justicia no producirá efecto alguno. La Palabra de Dios pierde su po-der en mí.

Luego, digo lo que Dios dice, hablo de fe, de justicia, de-claro la Palabra de Dios, confieso lo que soy en Cristo y lo que Dios dice que soy. Hablo lo que se habla en la esfera del Espíritu, e inconscientemente empiezo a adentrarme en la plenitud de Su fuerza.

Digo: “Mayor es el que está en mí que las fuerzas que me están haciendo oposición”. (Véase 1 Juan 4:4). Confieso que Dios es mi justicia ahora y que tengo derecho a estar en Su presencia. Hago mis peticiones y apelaciones en oración a Dios. Siendo la justicia de Dios, puedo imponer manos sobre los enfermos y sanarán. Como Dios es mi justicia y la fuerza de mi vida, puedo usar el nombre de Jesús con efectividad.

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106 Palabras Que Mueven Montañas

Esto es creer en el corazón:

Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muer-tos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para jus-ticia, pero con la boca se confiesa para salvación. (Romanos 10:9–10)

No se puede creer en el corazón hasta que no haya una confesión de labios.

La medida de mi fe será la medida de mi confesión. Aferrarnos a nuestra confesión es una de las necesidades de nuestras vidas cotidianas. Jesús mantuvo su confesión incluso ante Poncio Pilato; mantuvo su confesión en la cruz, y dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). ¡Qué tremenda confesión! Le sacó de la esfera de los sentidos y le llevó a la esfera del espíritu.

Yo me aferro a la confesión de que Dios es mi Padre, y que Él es mayor que todo; que mi Dios suple cada necesidad. (Véase Filipenses 4:19). Me aferro a esa confesión con gozo, y me aferro a esa confesión aun cuando tenga carencia, sabien-do que mi necesidad no puede existir. Sé que mi necesidad será tragada en mi confesión de las promesas de Dios.

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107

Las vidas de los niños están hechas principalmente de palabras: las palabras de sus padres y de aquellos a los que aman y admiran. Una madre puede llenar el cora-

zón de su hijo de celo por una educación y por una posición en la vida, o puede, con palabras, destruir el mejor de los es-píritus que haya habido jamás en una casa.

Una esposa aprecia poco el poder de sus palabras sobre la vida de su marido. Si él pierde su empleo, ella puede regañarlo y decirle que no es bueno. Él estaba azotado antes de llegar a casa, pero después se quedará doblemente azotado.

En vez de eso, ella debe darle un abrazo y decirle: “Está bien, cariño. Conseguirás un empleo mejor. De todas formas, tú te merecías un empleo mejor”.

Él sale al día siguiente emocionado por el toque de los labios de su esposa, pues sus palabras le han llenado de valor y confianza. Él deja el corazón de su esposa lleno de gozo y alegría, y ella dice: “Qué hombre me ha dado Dios”. Él dice: “Qué mujer me has dado, Señor”. Ambos han aprendido el secreto de las palabras.

24por E. W. Kenyon

Sólo una palabra de aviso

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108 Palabras Que Mueven Montañas

Una cuantas palabras devastadoras podrían haber llenado su mente de confusión, su corazón de dolor y sus ojos de lágri-mas. Las palabras producen dolor o dan fuerza, consuelo y fe.

Tengamos cuidado con las palabras que usamos. No cuentes esa historia que oíste el otro día sobre esta o aquella mujer. No permitas que más oídos se envenenen como tus oídos se han envenenado con ello.

Nunca repitas escándalo. Nunca repitas el hablar de cala-midades. Deja que otros hablen de eso, y tú guarda tus labios para cosas bonitas, útiles y reconfortantes. Esa es tu tarea.

El texto de Sólo una palabra de aviso está extraído de Signposts on the Road to Success por E. W. Kenyon (Kenyon’s Gospel Publishing Society, 1999), pp. 38–39.

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El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias.

—Proverbios 21:23

Te has enlazado con las palabras de tu boca, y has quedado preso en los dichos de tus labios.

—Proverbios 6:2

Jesús nos prometió una vida salva y sanada; una vida llena del Espíritu. Aquí, en este versículo de Proverbios 21, Él pro-mete rescatar nuestra alma de las angustias: “Y sabemos que

a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28), si “guardamos” nuestra boca y nuestra lengua.

Miles de cristianos se preguntan: ¿Por qué parece que mi vida está tan llena de problemas y angustias? ¿Por qué hay más cosas malas que buenas en mi vida? ¿Por qué estoy derrotado, en-fermo y me siento mal tanto tiempo? ¿Por qué me siento apaleado y sin esperanza?

Quizá te preguntes: Soy cristiano, ¿pero por qué tanta des-gracia? ¿Por qué no soy feliz?

25por Don Gossett

Lamentarse y fracasar van de la mano

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110 Palabras Que Mueven Montañas

La respuesta es que, con tus propias palabras, le has abierto la puerta a Satanás. Cuando hablas palabras de muer-te, le das permiso a Satanás para meterse en tu vida, en tus asuntos.

¿Qué palabras no son correctas? ¿Qué palabras le dan a Satanás acceso a tu vida? Estos son algunos de los ejemplos más típicos:

“No voy a salir de la deuda en la vida”.•

“Creo que me estoy enfermando de algo”.•

“Parece que no podremos pagar las facturas este mes”.•

“Satanás está sobre mí todo el tiempo. No le puedo •vencer”.

“Si es malo, me pasará a mí”.•

“Sé que nos pasará algo”.•

“Creo que debemos desechar la idea de poder tener algún •día nuestra propia casa”.

“Parece que a nosotros nos pasan todas las cosas malas”.•

“Me temo que estoy atascado en esta situación”.•

“Tendremos que aprender a vivir con esto”.•

“Estos niños nunca llegarán a nada al paso que van”.•

“Seguro que no podremos tener vacaciones este año”.•

“Mi familia siempre tuvo una salud muy débil, así que pro-•bablemente me pasará a mí lo mismo”.

“Es muy probable que mi matrimonio no funcione”.•

“Es que ya no amo a mi cónyuge”.•

“Los niños no me quieren. Nunca me obedecerán”.•

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Lamentarse y fracasar van de la mano 111

“Parece que nunca vamos a llegar a ningún lado”.•

“Esta familia es un desastre”.•

“Mi familia no quiere saber nada de Dios”.•

Cuando Jesús dijo en Marcos 11:23: “Lo que diga le será hecho”, estaba describiendo una ley poderosa de fe que funcio-na tanto para bien como para mal, para enfermedad o para salud, para abundancia o carencia, para victoria o derrota. Cuando dices palabras como las que he listado arriba, le das lugar a Satanás.

Satanás te entregará lo que has dicho. Es como si dijera, a su manera destructiva: “Tú has declarado estas cosas, y pue-des confiar en que las haré. No te fallaré”.

A menos que hables en fe, tu enemigo se encargará de que llegues al nivel de tus propias palabras.

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113

26

Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. —Hebreos 13:8

La palabra “Jehová” tiene tres tiempos: pasado, presente y futuro. Hay también tres tiempos en la redención: lo que Él hizo y era, lo que es y está haciendo y lo que

será y hará. Lo que era, es, y lo que es hoy lo seguirá siendo mañana.

Lo más peculiar de todo esto es que la Palabra que Él proclamó en el pasado es ahora. Su Palabra está viva ahora, tiene autoridad ahora, tiene poder de salvar ahora, tiene el poder de sanar ahora.

Éxodo 16:18–20 relata la historia de los israelitas re-cibiendo maná en el desierto. El maná había que recogerlo cada mañana, porque si quedaba algo para el día siguiente, se estropeaba y no se podía comer. Lo mismo ocurre con la Palabra. Hay que estudiarla diariamente, meditar en ella dia-riamente y alimentarse de ella diariamente, o de lo contrario, pierde su poder.

por E. W. Kenyon

El Jesús “ahora”

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114 Palabras Que Mueven Montañas

Los israelitas no podían enlatar el maná. No podían pre-servarlo ni secarlo, porque sólo valía para un día. ¡Qué pensa-miento tan impactante! Tus experiencias en Cristo también son así. La experiencia de ayer no vale ahora. Muchos de no-sotros hemos intentado preservar nuestras experiencias, pero no es posible. Es el Jesús de “ahora”. Lo que Jesús dijo siempre debemos experimentarlo otra vez, aquí en el “ahora”. Se trata de lo que Él está haciendo ahora, de lo que Él es ahora.

Cuando dijo: “Todo cuanto pidiereis al Padre en mi nom-bre, os lo dará” (Juan 16:23), este principio era para que durase hasta que Él regrese de nuevo. Cuando dijo: “En mi nombre… sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:17–18), esa promesa era para que durase hasta que Él re-grese de nuevo. La Palabra está tan fresca como si se hubiera dicho ayer. Cuando Él dijo: “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho” (Mateo 18:19), esta verdad es tan nueva y fresca como si Él la hubiera dicho esta mañana. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Juan 15:7) está tan fresco como si Él lo hubiera dicho hace una hora.

Ninguna Palabra de Dios envejece, sino que tiene una frescura perenne y se renueva continuamente.

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115

La fe es un fruto de la humildad. “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Santiago 4:6). Una de las experiencias más retadoras y a la vez más

triunfantes de mi vida tuvo que ver con la relación entre la verdadera humildad y la confesión de la Palabra de Dios para sanidad.

En 1976 yo estaba sufriendo unos fuertes dolores de ca-beza que me iban desde la parte superior de la cabeza hasta la parte de atrás del cuello. El dolor era casi insoportable. Yo había sido sanado milagrosamente de un corazón hipertro-fiado y un tumor cancerígeno como resultado de declarar la Palabra de Dios con valentía, pero aunque declaré la Palabra repetidamente, mis dolores no cesaban. Finalmente, visité a mi médico. Me aseguró que podía recetarme algo que alivia-ría mis dolores; pero estaba sinceramente equivocado.

Pasaron las semanas lentamente, y los dolores seguían siendo mi principal preocupación. Después, salimos del país por causas ministeriales.

27por Don Gossett

Sé humilde o te caerás

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116 Palabras Que Mueven Montañas

Yo estaba realizando mis tareas diarias dando conferen-cias, ministrando principalmente de memoria. Con el intenso dolor de cabeza, apenas si podía concentrarme en otra cosa. Un día, un director de un instituto y su esposa se ofrecieron a llevarnos a mi esposa y a mí a realizar un recorrido turístico por la zona y a comer. Sin embargo, mi dolor de cabeza au-mentaba a tal nivel que apenas podía seguir adelante con las actividades diarias.

Después de predicar esa noche, la depresión y la auto-compasión me golpearon como una carga de dinamita. Me tiré en la cama con estas mórbidas palabras: “No quiero vivir ni un día más. A ver si me muero mientras duermo esta noche. Estos dolores son tan deprimentes que no pue-do soportarlos”. Mi esposa no se dejó impresionar por mi negatividad.

Tras una mala noche, me desperté para descubrir que mi oración no había sido contestada: seguía vivo. Le dije a mi esposa que me iba a otra habitación de la casa de nuestros amigos a orar, y que no saldría hasta que no oyera algo del Señor con respecto a mi penosa condición. Cuando llegué a la habitación para orar, cerré la puerta con cerrojo desde dentro para que nadie me molestara.

Las palabras del Salmos 34:6 me llegaron de forma con-tundente: “Este pobre clamó, y le oyó Jehová, y lo libró de todas sus angustias”.

Me sentí como si yo fuera ese hombre desesperado mien-tras permanecía tirado en el piso de esa habitación. Clamaba con lágrimas: “Señor, ¿por qué no se ha manifestado mi sani-dad? He confesado Tu Palabra sanadora, he alabado Tu nom-bre y he escudriñado mi corazón. He orado y ayunado. ¿Por qué no he recibido mi sanidad?”.

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Sé humilde o te caerás 117

El Espíritu Santo respondió mi petición de que escudriña-ra mi corazón y me revelara el obstáculo para mi sanidad. Me dijo que tenía un espíritu de orgullo que estaba impidiendo la manifestación de la sanidad de mis insoportables dolores.

Enseguida las Escrituras comenzaron a surgir en mi espíritu:

Revestíos de humildad; porque: Dios resiste a los so-berbios, y da gracia a los humildes. Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo. (1 Pedro 5:5–6)

Sirviendo al Señor con toda humildad. (Hechos 20:19)

Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar mi-sericordia, y humillarte ante tu Dios. (Miqueas 6:8)

El Espíritu Santo habló estas palabras a mi espíritu: “Siempre que eres orgulloso, el Señor tiene que resistirte. Si tus oraciones no tienen respuesta, si tu economía no te al-canza, si no estás recibiendo tu sanidad, debes examinar tu corazón para ver si estás permitiendo que el orgullo impida tu petición”.

Un alto precio por no vivir a la altura

Ahora bien, si me hubieran preguntado si creía que es-taba atado a alguna actitud de orgullo, hubiera contestado: “No”.

El Señor me mostró que no era tanto una actitud de arro-gancia o egolatría que yo tuviera, sino más bien una actitud

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118 Palabras Que Mueven Montañas

de autosuficiencia. Mi espíritu no estaba dependiendo total-mente de Él.

Cuando me di cuenta de que esa actitud de orgullo esta-ba impidiendo que Dios me sanara de los dolores de cabeza, clamé: “Señor, ¡qué precio tan alto por no vivir a la altura! Perdóname Señor, por tener un espíritu equivocado. No quiero volver a tener más esta actitud de orgullo. Límpiame, Señor, con Tu preciosa sangre”.

Dios me perdonó y me limpió de ese feo espíritu de orgullo.

Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos, me deleité en Su presencia, alabando al Señor y confesando Su Palabra de sanidad.

Mientras seguía declarando la Palabra, miré hacia arriba y vi a un hombre que estaba allí de pie. Rápidamente miré para ver si la puerta seguía cerrada. Y así era.

El desconocido se movió lentamente hacia mí mientras yo permanecía aún tendido en el piso. Se inclinó y puso su mano sobre mi cabeza. La sensación de su toque era como un aceite templado penetrando en mi cabeza. ¡Inmediatamente se me fue todo el dolor! El hombre retrocedió, manteniendo su mirada en mí.

Yo quería que ese desconocido se identificara, así que le pregunté: “Señor, ¿es usted el apóstol Pablo?”. Realmente no sé por qué hice esa pregunta. Sólo sabía que era parte de algo tremendamente sobrenatural.

El hombre me respondió: “Soy un ángel del Señor enviado para ministrar a un heredero de la salvación”. (Eso es exactamen-te lo que dice Hebreos 1:14). Después de decir esas palabras, el ángel desapareció de mi vista, y nunca más le volvía a ver.

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Sé humilde o te caerás 119

Me quedé allí sentado simplemente impresionado de que un ángel del Señor me hubiera visitado. Fui sanado, ¡gloria a Dios! Ese día, nació un nuevo “Poema de poder” en mi espíri-tu: “¡Sé humilde o te caerás!”.

Sin duda, la fe es un fruto de la verdadera humildad. Mi confesión de las Escrituras de sanidad no produjo la sanidad hasta que humillé mi corazón y traté mi actitud de orgullo.

La historia que acabo de contar ocurrió en febrero de 1976. Han pasado más de treinta años desde ese maravilloso milagro, y sigue siendo una de las vivencias sobrenaturales más dulces de toda mi vida.

De igual importancia es este increíble hecho: ¡No he vuelto a tener dolores de cabeza desde ese lejano día en esa isla lejana!

Sí, había una trampa satánica tendida ante mí el día que regresé a casa, pero resistí las mentiras que el enemigo in-tentaba hacerme creer, y con contundencia declaré: “Escucha diablo, fui sanado por las llagas de Jesús mi Señor. Tú eres un ladrón malvado que está intentando robar mi sanidad. Me niego a ser tu basurero nunca más. ¡Lárgate, diablo, en el po-deroso nombre de Jesús!”.

No espero volver a tener nunca más un dolor de ca-beza. Jesús mandó a su santo ángel para ministrarme esa liberación.

¡Oh, que miles de lenguas canten alabanzas a mi querido Salvador por su poderosa liberación!

“¿Realmente viste un ángel?”

Un domingo por la mañana, cuando estaba en Cairns, Queensland, Australia, ministrando en una iglesia de las

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120 Palabras Que Mueven Montañas

Asambleas de Dios, compartí este relato de la visita del ángel del Señor y la tremenda sanidad que recibí.

Tras la reunión, una señora llamada Sra. Clarke se acercó a mí con su hija de quince años, Cathy.

—Sr. Gossett—dijo la madre—, mi hija tiene una pre-gunta que quiere hacerle.

Yo me volví hacia la hija, y me preguntó:

—¿Realmente vio un ángel?

—Sí, Cathy, lo vi.

Ella me miró atentamente durante unos instantes, y lue-go añadió:

—¿De verdad?

De nuevo le aseguré que lo que había compartido sobre la visita del ángel era totalmente cierto. Y después le dije:

—Cathy, tengo una pregunta que quisiera hacerte, una pre-gunta mucho más importante que la que tú me has hecho a mí. ¿Has recibido a Jesucristo como tu Salvador y Señor personal?

Ella dijo:

—No, no lo he hecho.

—Entonces Cathy, quiero hacerte otra pregunta: ¿Te gustaría aceptar al Señor hoy, aquí mismo y en este instante?

Sin dudarlo un momento, Cathy respondió.

—Sí, Sr. Gossett, me gustaría hacerlo ahora mismo.

Tuve el gozo de llevarla a Jesús ese domingo por la mañana.

Ella estaba fascinada con mi testimonio de la visita del ángel. Mis respuestas a sus preguntas la satisficieron, y lo más

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Sé humilde o te caerás 121

importante de todo es que se fue de esa iglesia como una hija de Dios nacida de nuevo. ¡Eso es realmente lo más importan-te de todo!

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Parte III:Los frutos de la fe declarada

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Porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no

temeré lo que me pueda hacer el hombre. —Hebreos 13:5–6

Haz de la Palabra de Dios el estándar para tu vida. Entrénate para decir lo que Él dice. Somete tus la-bios, y piensa antes de hablar. ¡Di lo que Dios dice!

No le contradigas ni a Él ni a Su Palabra. Dios está en Su Palabra. Cuando la confiesas, ¡Él la materializa! Antes de lo que imaginas, ocurrirá una revolución en tu vida.

Cuando hagas estas cosas, encontrarás que verdadera-mente estás viviendo la vida abundante y atrevida que se encuentra en la Palabra de Dios. Y lo sé de cierto porque ha ocurrido en mi propia vida y ministerio innumerables veces.

Soy bendecido una y otra vez al recordar como Dios nos proveyó durante nuestra primera misión a África hace años. Era ya el último día antes de salir ese mes de febrero, pero aún

por Don Gossett

Di con valentía lo que Dios dice

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126 Palabras Que Mueven Montañas

estábamos mil setecientos dólares por debajo del presupuesto necesario para la misión.

No importa qué camino había tomado yo para obtener el dinero, ninguno parecía funcionar, pero sabía que era un tiempo para mantener firme mi corazón con la expectativa de que Dios mismo ministrara a nuestra necesidad.

Calladamente reafirmaba una y otra vez, tanto en mi corazón como con mi boca, lo que prometía la Palabra: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).

Cuando llegué a mi oficina la última mañana, reuní a todo nuestro equipo de trabajo, y decidimos que caminaría-mos con Dios poniéndonos de acuerdo con Él, exactamente como yo había predicado con valentía a miles de personas que hicieran.

Presentamos nuestra necesidad de mil setecientos dólares a nuestro Padre celestial, y luego, levantamos nuestras manos y alabamos a Dios anticipando su provisión. Confesamos jun-tos la Palabra durante un tiempo antes de volver a las tareas cotidianas del día. No estábamos intentando manipular a Dios, ni tan siquiera “impresionarle” con nuestra búsqueda incesante de Su ayuda. Simplemente estábamos pidiendo provisión a nuestro fiel Dios.

Mientras yo estaba fuera de la oficina, un hombre de Vancouver llamado Peter Dyck llamó y le dijo a mi esposa: “El Señor me ha hablado con su dulce voz interior: ‘Dale a Don Gossett mil setecientos dólares’. No tengo tanto dinero en mi banco, pero hice un préstamo con mi tarjeta de crédito para conseguir el dinero. Si el hermano Don se pudiera re-unir conmigo de camino al trabajo esta tarde, le tendré listo el dinero para dárselo”.

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Di con valentía lo que Dios dice 127

Esa fue una de las intervenciones divinas más milagrosas que habíamos experimentado hasta entonces. El Señor dijo la cantidad exacta de dinero que necesitábamos, ¡y el hombre oyó su voz y obedeció!

Nunca dejo de maravillarme de esas personas queridas que pueden oír la voz de Dios y obedecer. Durante una re-unión que tuve en una iglesia bautista en Duanesberg, Nueva York, un hombre llamado Sam Sumner se levantó y compar-tió el siguiente testimonio.

Tras ser bautizado en el Espíritu Santo hace varios años, estaba caminando en un tiempo maravilloso de eventos dirigidos por el Espíritu que eran her-mosos. Después, un día, el Señor me dijo: “Quiero que le envíes a Don Gossett trescientos dólares”.

Yo le respondí: “De acuerdo Señor, lo haré. Pero no sé quien es Don Gossett, dónde vive o cómo puedo enviarle trescientos dólares”.

Más o menos olvidé esa palabra hasta que pasaron unas pocas semanas. Entonces el Señor me habló con un tono bastante firme: “¿Cuándo le vas a en-viar a Don Gossett los trescientos dólares que te dije que le enviaras?”.

Me quedé un poco triste por ese recordatorio. Después de todo, yo ni siquiera sabía quién era Don Gossett, o cómo enviarle el dinero. Salí a mi auto caminando y quejándome: “Señor, ¡tienes que de-cirme cómo puedo hacer esto!”.

Conduje por la autopista de peaje de Nueva York y encendí la radio. Estaba buscando los canales

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128 Palabras Que Mueven Montañas

cuando oí estas palabras: “Puedes escribir a Don Gossett, Apartado 2, Blaine, Washington, 98231”. ¡Gloria a Dios, fue como una voz del cielo!

Es bastante singular cómo el Señor puede hablar con Su voz interior y cómo los corazones de personas sinceras pue-den oírle y tener la gracia de obedecer en amor.

A través de toda una vida de confiar en Dios en muchas cosas, he aprendido que Dios desea que hablemos en fe. Las respuestas de Dios normalmente están precedidas por nues-tras palabras de fe. El Señor nos indica en el Salmos 50:23 que Él muestra Su salvación al que ordena su conversación.

No somos meros robots sin la capacidad de escoger las palabras que decimos, sino que ordenamos nuestra conver-sación de forma correcta o incorrecta. Dios guía nuestra conversación y motiva nuestras palabras, pero la decisión de ordenar nuestra conversación sigue siendo nuestra. Dios dice: “Si decides ordenar tu conversación correctamente, te mos-traré mi salvación”. Con esto, se está refiriendo a la salvación en cada área de nuestra vida.

Sanado por Jesús de Nazaret…en Nazaret

Hace varios años llevé a un grupo de cristianos a Israel. Cuando salíamos de Jerusalén un día por la mañana tempra-no, estaba luchando con una fiebre intensa, lo cual significaba que había una infección en alguna parte de mí. Me sentía muy mal mientras seguíamos con nuestro recorrido por Israel. Era una lucha bastante grande para mí.

Sabía que no debía hablar de ello con mis amigos, por-que recibiría inmediatamente su compasión y su pesar y luego me empezaría a sentir mal conmigo mismo. Ninguno de esos

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Di con valentía lo que Dios dice 129

factores me ayudaría cuando lo que necesitaba era una sani-dad de Dios. Seguí manteniendo mi callada confesión de Su Palabra.

Mientras disciplinaba mi corazón y mis labios para de-cir: “Gracias Jesús, por Tus llagas soy sano” (véase 1 Pedro 2:24), el Señor tuvo a bien manifestar una bonita sanidad en la ciudad de Nazaret, ciudad natal de nuestro Señor Jesucristo.

Inmediatamente realicé una reunión de sanidad en las mismas calles de Nazaret. Anuncié a mi grupo de treinta y cinco personas: “Durante la mayor parte de la pasada noche y todo el día de hoy, he estado luchando con una fiebre alta. Tomé una pequeña siesta aquí en el autobús, y cuando me desperté, estaba sudando mucho. ¡La fiebre me había dejado! ¡Jesús de Nazaret me ha sanado aquí mismo en Nazaret!”.

Todos se gozaron conmigo. Luego, ministré a los que ne-cesitaban sanidad, y Su poder y amor se manifestaron.

Me gustaría decirte a ti, que lees este libro, que ahora mis-mo puedes comenzar a hablar la Palabra y Jesús de Nazaret será tu Sanador, ya sea que vivas en Canadá, los Estados Unidos de América, Inglaterra, Barbados, India o algún otro lugar. Simplemente aférrate a tu confesión, diciendo: “Por Tus llagas soy sanado”.

“Y como tus días serán tus fuerzas” (Deuteronomio 33:25). Es esencial que tomes las fuerzas del Señor todos los días. Todos conocemos nuestras debilidades en la vida, ya sean espirituales, físicas o mentales. A veces nuestras debilidades están en nuestras conversaciones, malos hábitos, exceso de tolerancia en la comida, ver demasiada televisión, o estar con-sumidos con deseos sexuales y pensamientos impuros.

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Tenemos la victoria sobre esas debilidades porque el Señor sabe cómo ministrarnos esa fuerza. Tan sólo confese-mos su Palabra: “Jehová es la fortaleza de mi vida” (Salmos 27:1), y “diga el débil: Fuerte soy” (Joel 3:10).

Dilo una y otra vez: “En Jesús, ¡soy fuerte! ¡Soy fuerte!”. Si eso te suena como una contradicción para tu pensamiento natural, considera que te estás moviendo en un nivel más alto de vida donde la Palabra de Dios prevalece, y no en tus senti-mientos y pensamientos negativos.

La vida cristiana está hecha de una serie de adversidades y problemas, los cuales Dios siempre nos da la gracia de ven-cer. Por eso Dios nos llama “vencedores” y no “sufridores”.

Montañas económicas

Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. (Marcos 11:23)

Notemos que Jesús no dijo: “Lo que piense le será hecho”. El pensamiento positivo es poderoso, pero no es “lo que pien-se le será hecho”, sino “lo que diga le será hecho”.

Desde que el Espíritu Santo me enseñó la enorme im-portancia de “hablar a las montañas”, mi economía ha sido literalmente transformada. Me gustaría compartir dos de mis experiencias más recientes. La primera historia es sobre la provisión de Dios a través de la ayuda de un desconocido.

Como mi esposa Debra y yo hemos sido llamados a pre-dicar a las naciones, hacemos más cien mil millas cada año viajando. Hemos hablado siempre en fe para el dinero que ne-cesitamos para comprar nuestros billetes aéreos, y en 1997 el

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Señor respondió a nuestra fe tocando el corazón de uno de sus santos escogidos. Durante años, esta señora había escuchado mi programa de radio diario, y a menudo había oído nuestros informes de los viajes a India, África y otras naciones.

Dios mismo puso en su corazón el sentir de regalarnos billetes de avión para nuestro ministerio. Esta señora había trabajado para una de las aerolíneas más grandes del mundo durante más de veinte años. A través de su conexión con la aerolínea, pudo conseguir billetes llamados “Pasajes de acom-pañantes”, los cuales nos regaló.

Casi recelosamente, nos acercamos al mostrador de la ae-rolínea con esos billetes en la mano, y simplemente le dije al empleado que queríamos ir a Hong Kong y después a Delhi, India. El empleado rápidamente nos preparó nuestras tarje-tas de embarque, y nos pusimos en camino. Y no en asientos de turista, ¡nos asignaron asientos en clase preferente! A mí me sobrecogió una sensación de asombro.

Pensé: No sólo tenemos estos caros asientos, sino que el pre-cio fue muy barato: ¡gratis! ¡Gloria a Dios!

Desde 1997 hemos tomado docenas de esos maravillo-sos vuelos. Singapur, Tokio, París, Frankfurt, Delhi, Hong Kong, Milán, Sidney, Melbourne. Si hubiéramos paga-do esos billetes, el costo hubiera sido decenas de miles de dólares.

La segunda historia trata sobre la provisión de Dios de un auto.

Antes de que mi primera esposa, Joyce, recibiera su lla-mado al cielo, me ayudó a comprar un auto nuevo. Fue en abril de 1989. Durante diez años me deleité conduciendo ese auto, añadiéndole miles de millas cada año.

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132 Palabras Que Mueven Montañas

A medida que el auto se fue desgastando poco a poco, mis hijos a menudo me decían: “Papi, ya es hora de que compres un auto nuevo”.

Yo siempre les respondía simplemente diciendo: “No, desde 1950 he estado pagando cuotas y aumentando mi deu-da debido a los diferentes autos. ¡Otra vez no! Esta vez voy a declarar la Palabra del Señor para que provea de un nuevo medio de transporte”.

Debra y yo seguimos declarando esta provisión. Después, el 17 de marzo de 1999, recibí una llamada de teléfono de un hermano cristiano.

—Don, quiero que Debra y tú vengan a verme a mi ofici-na hoy. ¿Podrían?

—Sí—le respondí—; ahí estaremos.

Al llegar a la oficina de este hombre, nos invitó a dar una vuelta en su auto. Tras unas pocas manzanas, me pidió que condujera el vehículo. Después, un poco más tarde, sugirió que condujera Debra. Cuando regresamos a su oficina, nos preguntó:

—¿Les ha gustado el auto?

Le dijimos que sin duda era muy bonito.

Sorprendentemente, el hombre respondió:

—Como les gusta, ¡el auto es de ustedes! Regresen ma-ñana, y arreglaremos los papeles para que puedan llevárselo.

Nuevamente, eso estuvo tan totalmente en la esfera de lo sobrenatural, que salimos con gozo y alegría.

Aquel no era un vehículo normal y corriente. Era un Range Rover de 1998, el más alto de la gama de la fami-lia Land Rover. Nos dijeron que era el vehículo oficial de

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la familia real en Inglaterra, donde se fabrican estos autos. Cuando vimos un video describiendo todas las características de este Range Rover, nuevamente nos vimos caminando en nubes esponjosas de éxtasis espiritual.

Desde marzo de 1999, ¡Debra y yo hemos disfrutado in-mensamente conduciendo este auto! Una vez más, fue la pro-visión del Señor en respuesta a nuestra declaración de fe. Sólo Dios podría haber dirigido sobrenaturalmente a ese hombre a ser Su instrumento de provisión, ¡y ese hombre pudo oír la voz del Señor y obedecer!

“Lo que diga le será hecho” (Marcos 11:23). ¿Quién dijo estas palabras? Nuestro Maestro, ¡el Señor Jesucristo!

¿Lo dijo en serio? ¡Sí!

¿Incluye eso la economía? ¡Sin lugar a dudas!

Estas dos notables provisiones han sido la “guinda en el pastel” durante nuestros años de declarar la Palabra sobre nuestra economía.

¿Necesitas un trabajo, o quizá sólo uno mejor? ¿Necesitas un buen auto? ¿Dinero para arreglar tu casa? ¿Necesitas mue-bles nuevos para reemplazar los que están desgastados en tu hogar? ¿Dinero para el dentista? ¿Fondos para la educación de tus hijos? ¿Dinero para los billetes de avión?

Cualquiera que sea el área de necesidad, económica, espi-ritual o física, este es mi desafío para ti:

No declares enfermedad; en su lugar habla la Palabra de •sanidad.

No declares debilidad; en su lugar afirma que el Señor es •la fuerza de tu vida.

No declares derrota; en su lugar grita la victoria en Jesús.•

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134 Palabras Que Mueven Montañas

No declares carencia; en su lugar confiesa Su provisión •para cada una de tus necesidades.

No declares ataduras; en su lugar confiesa Su libertad.•

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La noche que me hizo escribir la canción “Tenemos vic-toria en el nombre de Jesús” fue una noche espantosa. La tormenta duró todo el día. El viento había soplado

con furia, y la nieve se había amontonado formando grandes bancos. Fue una de esas tormentas que sólo ocurren en la te-mible costa este de los Estados Unidos.

La multitud había llegado. La convicción era tan fuerte que parecía que nada podría impedir que la gente viniera. Los bancos de nieve eran altos. La gente tenía que abrirse paso a través de la nieve para llegar allí.

¡Cómo chillaba y soplaba el viento esa noche! Apenas si se podía oír una voz por encima del ruido de la tempestad. Parecía como si la furia del infierno se hubiera desatado alre-dedor de nosotros.

Me giré hacia un joven que había viajado conmigo, y que era poderoso en oración, y le dije: “Teodoro, ¿puedes orar?”.

Él se levantó e intentó orar, pero el viento sofocaba su voz, y en un momento se derrumbó y desistió.

29por E. W. Kenyon

Tenemos victoria en el nombre de Jesús

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136 Palabras Que Mueven Montañas

Luego, me dirigí a su mujer, Nellie, que también era una guerrera de oración, y la pedí que nos dirigiera en oración; pero ella también desistió. Parecía que todos los demonios del infierno habían sido liberados sobre nosotros.

Yo estaba caminando por la plataforma mientras Nellie estaba intentando orar, y cuando desistió, di un paso al frente y cargué contra la tempestad en el nombre de Jesús para que amainase. Reprendí a la tormenta.

En un momento, se hizo la calma. No fue la disminu-ción del viento, ni que amainase gradualmente. Era como si no pudiera levantar mi voz por encima del tumulto, y cuando la tormenta cesó, antes de que yo terminara de orar, descubrí que estaba gritando.

Me quedé callado. La audiencia se quedó callada y asom-brada ante la presencia y el poder de ese nombre. Era el nom-bre de Jesús.

El texto de Tenemos victoria en el nombre de Jesús está extraído de “El milagro del libro de Juan” (sermón sin publicar), predicado en junio de 1928, pp. 15–16, como aparece en E. W. Kenyon and His Message of Faith: The True Story por Joe McIntyre (Lake Mary, FL: Charisma House, 1997), pp. 268–269.

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Hay tres problemas en la oración que me gustaría tratar: primero, la oración efectiva por las almas; segundo, la oración efectiva por la economía; y ter-

cero, sobrellevar sinceramente las cargas los unos de los otros.

Día tras día, nos encontramos con un flujo interminable de personas, muchas de ellas agitadas e intranquilas, en busca de algo que les satisfaga. Puedes leerlo en sus ojos, oírlo en sus voces, sentirlo en sus apretones de manos. Puedes verlo en su manera de caminar. Oyes a tus vecinos regañando a sus hijos y preocupados por ellos, y notas las miradas cansadas de sus rostros.

Todas esas cosas no son otra cosa que manifestaciones de una necesidad profunda del Hijo de Dios; de un Salvador, de un Descanso, una Paz, una Fuerza, una Quietud que no tienen.

A las reuniones de tu iglesia llegan desconocidos constan-temente, y un gran porcentaje de ellos no son salvos y están buscando algo. Quizá tus propios miembros están intentan-do seguir llevando, externamente, una vida que no tienen

30por E. W. Kenyon

En lo secreto de Su presencia

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138 Palabras Que Mueven Montañas

internamente. Luego, desde el otro lado de las aguas, llegan llamadas de ayuda de los campos misioneros.

La oración es el único canal. Dios ha encerrado todo en la oración. Estas cargas y dolores sólo se pueden aliviar a través de la oración. El hombre o la mujer que se mete en una oración profunda en su corazón es el canal a través del cual Dios puede obrar. El que toma estas cargas y las lleva al Señor en oración, es también aquel en quien el Señor puede confiar para ir y hablarle la palabra necesaria cuando llegue el momento. En otras palabras, el que ora es un trabajador per-sonal, y el trabajador personal es necesariamente un guerrero de oración.

Nos enfrentamos diariamente a problemas financieros. Podrían ser problemas económicos en el hogar, en la iglesia o en el campo misionero. El pueblo de Dios está cojeando, economizando un poco de aquí y estirando otro poco de allá para poder llegar a fin de mes, cuando el almacén de Dios está lleno y rebosando. Hay vías de esfuerzo que significarían lle-var el mensaje a cientos de miles de personas. La puerta está abierta de par en par, ¡y aun así la iglesia es demasiado débil para ir a gatas hasta el umbral de la puerta!

Nuevamente, el “¿por qué?” se responde con la simple de-claración de que hemos dejado de orar. No tenemos que pe-dirle a otra persona que dé, no tenemos que hacer peticiones públicas para fondos extra. Si cada persona se arrodillara a orar sinceramente, el dinero llegaría. Lo hemos comprobado una y otra vez en nuestro ministerio.

Este es el secreto. Si estoy dando honestamente todo lo que mi Señor espera que dé, entonces puedo orar honesta-mente para que Él derrame de su abundancia. El hombre in-terior es consciente del hecho de que no puede esconder nada

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En lo secreto de Su presencia 139

de Dios. El hombre puede engañar al hombre, pero no puede haber secretos delante del Padre.

Uno puede levantarse y orar públicamente al Dios del universo, y puede parecer muy espiritual a ojos de los hom-bres, pero él sabe en su corazón si Dios le oye o no. Este no es un asunto en el que el hombre pueda juzgar al hombre. Es un asunto en el que cada uno, en su propio corazón, debe juzgarse a sí mismo.

Luego, hay un tercer problema. ¿Qué hacemos cuando alguien nos pide que oremos por él? ¿Has prometido orar por personas y luego ni siquiera te has acordado de cuál era su petición? ¿Has recibido su petición como una verdadera carga y has llevado esa confianza al trono de la gracia? ¿Has sido fiel con los que te han confiado sus problemas?

El corazón hambriento de los insatisfechos te está miran-do y espera resultados cuando oras. El corazón cargado de tu hermano o hermana en el Señor espera sentirse aliviado, descargado de la presión aplastante que tiene a través de tu oración.

Debemos llegar a ser verdaderos hombres y mujeres de pacto de sangre y compartir realmente las cargas los unos de los otros. Mora en la Palabra y conviértete en un verdadero guerrero de oración. Únete a los ejércitos de la oración. Pasa mucho tiempo en lo secreto de Su presencia. Apártate donde sólo te oiga el oído del Padre, y al oírte, te responderá.

Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces. (Jeremías 33:3)

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31

Al estudiar Isaías 53, es evidente que la sanidad es parte del plan de redención. Por tanto, en el mo-mento en que aceptas a Cristo como tu Salvador y le

confiesas como tu Señor, tienes derecho a la virtud que hay en la redención: la sanidad de tu cuerpo enfermo.

La sanidad le pertenece a cada hijo de Dios. Algunos di-cen que no es la voluntad de Dios sanar a todos, pero no hay evidencia bíblica que apoye eso.

Dicen: “¿Acaso Pablo no tenía un aguijón en la carne?”. Sí, pero el aguijón de Pablo en la carne no era una enferme-dad. Vino sobre Pablo por la grandeza de la revelación que le había sido dada. Ninguno de nosotros puede esconderse tras eso porque ninguno de nosotros ha tenido nunca una revela-ción como Pablo.

Otros dicen: “¿No dejó Jesús a otros enfermos?”. Sí, no hay duda de que lo hizo. Había enfermedad entre los discí-pulos, como hay enfermedad en la iglesia hoy, pero es porque los primeros cristianos venían directamente del paganismo, donde no sabían nada sobre el Señor, y rompían la comunión

por E. W. Kenyon

Algunos datos sobre sanidad

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142 Palabras Que Mueven Montañas

como nosotros la rompemos hoy. El adversario les atacaba como nos ataca a nosotros hoy. Si ellos no entendían sus pri-vilegios, puede que no supieran cómo mantener su comunión y su salud.

Sabemos que ni Pedro ni Santiago ni Juan impusieron nunca sus manos sobre una persona y ésta no fue sanada. No encontramos un lugar donde no fuera la voluntad de Dios sa-nar a todos.

No voy a discutir sobre el tema. Yo tomo lo que me per-tenece. No me gustan las enfermedades, y no creo que a nadie que esté leyendo este libro le gusten las enfermedades como para discutir sobre este tema. Creo que preferiríamos desha-cernos de nuestros problemas.

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Al entrar Jesús en Capernaúm, se le acercó un centurión pidiendo ayuda.

—Señor, mi siervo está postrado en casa con parálisis, y sufre terriblemente.

—Iré a sanarlo—respondió Jesús.

—Señor, no merezco que entres bajo mi techo. Pero basta con que digas una sola palabra, y mi siervo quedará sano. Porque

yo mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores, y además tengo soldados bajo mi autoridad. Le digo a uno: “Ve”, y va, y al otro: “Ven”, y viene. Le digo a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace.

Al oír esto, Jesús se asombró y dijo a quienes lo seguían: —Les aseguro que no he encontrado en Israel a nadie que

tenga tanta fe. Les digo que muchos vendrán del oriente y del occidente, y participarán en el banquete con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Pero a los súbditos del reino

se les echará afuera, a la oscuridad, donde habrá llanto y rechinar de dientes.

32por Don Gossett

La fe del centurión

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144 Palabras Que Mueven Montañas

Luego Jesús le dijo al centurión:—¡Ve! Todo se hará tal como creíste. Y en esa misma hora aquel siervo quedó sanó.

—Mateo 8:5–13, nvi

Esta es una de mis historias bíblicas favoritas. Contiene todos los ingredientes divinos de una fe triunfante: el poder de la fe declarada en acción.

¿Cómo ejercitas el poder de la fe declarada? “Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos” (Romanos 10:8). Se ejercita creyendo la Palabra en tu corazón y confesándola con tu boca. El cen-turión de Mateo 8 entendía y practicaba el poder de la fe de-clarada, y Jesús le alabó por ello. De hecho, dijo que la fe del centurión era la fe más grande que había visto en Israel.

Podemos hablar con el mismo espíritu de fe. “Conforme a lo que está escrito: Creí, por lo cual hablé, nosotros también cree-mos, por lo cual también hablamos” (2 Corintios 4:13).

Cree y habla. La salvación, el mayor de todos los regalos de Dios, nos viene creyendo con el corazón y confesando con la boca. (Véase Romanos 10:9). Cuando aprendemos a decla-rar la Palabra y no el problema, estamos en el camino a la vic-toria absoluta, pero somos derrotados en el momento en que nos damos permiso de comenzar a enumerar nuestras cargas en vez de contar nuestras bendiciones. Dios nos concede sus beneficios diariamente, así que también debería ser para no-sotros algo de todos los días el hecho de alabarle.

Probablemente nos sorprenderíamos si supiéramos cuántas oraciones respondidas dependen de nuestra actitud de alabanza a Dios. La clave para la respuesta de las peticio-nes es que la oración abre la puerta y la alabanza la mantie-ne abierta. Cuando comenzamos a alabar a Dios, realmente

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La fe del centurión 145

nunca podemos justificar detenernos, porque Su grandeza no tiene límite ni tampoco nuestras razones para estar agrade-cidos. Todos acudimos a Él en oración, ¿pero cuántas veces volvemos para alabarle? Recuerda cómo se sintió Jesús con los leprosos desagradecidos de Lucas 17:

Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alza-ron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fue-ron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero? (Lucas 17:12–18)

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Alguna vez has pensado en el hecho de que Jesús dijo muchas cosas sobre Sí mismo? Él dijo: “Yo soy el ca-mino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino

por mí” (Juan 14:6).

La oración es llegar hasta el Padre. Bajo el primer pacto, sólo el Sumo Sacerdote podía llegar a la presencia de Dios, y sólo una vez al año podía entrar al Lugar Santísimo. Pero ahora, Jesús ha proclamado: “Yo soy el nuevo camino hacia la presencia de Mi Padre, y si haces que yo sea tu Salvador y recibes la vida eterna, podrás ir a través de Mí a la presencia de Mi Padre siempre que lo desees”.

El velo que separaba el Lugar Santísimo de los ojos de la gente ha sido rasgado, y cualquiera puede entrar ahora al Lugar Santísimo.

Jesús dijo: Yo soy el agua de vida. El que bebe del agua que yo doy nunca más volverá a tener sed. (Véase Juan 4:14). Los que hemos bebido sabemos que es cierto, que nunca más tendremos sed. No vamos a los pozos de la psicología, o la

por E. W. Kenyon

Las afirmaciones de Jesús

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filosofía, o el conocimiento y el razonamiento sensorial para beber, porque tenemos algo mejor que nos satisface.

Cuando Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12), no lo cuestionamos. Su afirmación encaja en Su vida. Su vida y Sus afirmaciones se pertenecen. Sé que es así porque he caminado en la luz del nuevo estilo de vida durante muchos años.

La luz significa sabiduría, y Jesús se ha convertido en nuestra sabiduría. Él es nuestra luz para los problemas de la vida. No caminamos más en la oscuridad del conocimiento sensorial. De vez en cuando, descendemos al valle del conoci-miento del sentido, pero nos hartamos de ello inmediatamen-te. Jesús se llamó a sí mismo “la luz de la vida” (Juan 8:12).

“Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá ham-bre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:35). Una vez Jesús dijo: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda pa-labra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4) ¿Recuerdas cómo Job dijo que se alimentaba de las palabras de Dios? (Véase Job 23:12). ¿Recuerdas que Jeremías dijo casi lo mismo? (Véase Jeremías 15:16). Bien, hemos venido a alimentarnos de este Pan, esta Palabra de Dios. Sabemos lo que significa.

Jesús es la solución del problema del espíritu humano. Jesús es la solución del enigma de la vida. Él es la Luz de los problemas de la vida, y Él es todo lo que el corazón podría querer saber jamás. Él satisface al hambriento.

Juan 6:47 dice: “El que cree en mí, tiene vida eterna”. Lo que Jesús está diciendo es: “Cuando crees en Mí y me recibes, recibes la vida eterna, la naturaleza de Dios”. Eso encaja en la imagen de Cristo, ¿no crees? De algún modo u otro, no podemos hacer otra cosa salvo aceptarlo. Si lo hubiera dicho

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Las afirmaciones de Jesús 149

cualquier otro, no hubiera significado nada, pero fue Él quien lo dijo, y eso lo cambia todo.

Un hombre a punto de morir me preguntó una vez:

—¿Dijo Él eso?

Yo le dije:

—Sí señor.

—Dime dónde está—me dijo—. Y fui a la Biblia y se lo leí.

Él dijo:

—Le recibo como mi Salvador. Le acepto como mi Señor.

—¿Tienes vida eterna?—le pregunté, y él me respondió.

—Claro que sí. Él lo dijo, ¿no es así?

Yo le respondí:

—¿Qué haces cuando alguien te da algo como esto?

Él me respondió:

—Le miro a la cara y le doy gracias por ello.

Cuando me fui, sonrió y dijo:

—Le he encontrado, y le he recibido.

Esa es una de las muchas afirmaciones que encajan en la vida de Jesús.

Creo que Jesús es. Creo que fue. Creo que será “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).

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Quizá nadie te lo haya dicho jamás, pero la gente te mide por tus palabras. Te clasifican por tus pala-bras. Tu salario se estima por el valor de tus pala-

bras. Tus palabras te abren un hueco en la empresa en la que estás involucrado.

Ni los celos ni el temor te pueden impedir escalar a la cima si tus palabras tienen un valor que pertenece a la cima. La organización ha de darte el lugar que te pertenece si tus palabras producen los resultados correctos.

No tienes que actuar, no tienes que exagerar; lo único que tienes que hacer es ser natural, pero haz que ese “natural” sea algo que merezca la pena escuchar.

Estudia tu trabajo. Estudia cómo decir las cosas. Estudia cómo usar palabras que cambien las circunstancias a tu alre-dedor. Haz un estudio, un estudio analítico de las palabras, y luego mira a ver cuánto puedes poner en una sola frase. No me refiero a cuántas palabras, sino a cuánto puedes poner en las palabras para que cuando las personas escuchen tus pala-bras, se emocionen con ellas.

por E. W. Kenyon

Por tus palabras

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152 Palabras Que Mueven Montañas

Una dependienta en una tienda de artículos a un dólar me dijo una vez “buenos días” de una forma que me volví para mirarla. Ella había puesto algo en sus palabras, se puso a sí misma, su personalidad, en sus palabras, y éstas sonaron. Me vendió unos lapiceros, pero los vendió como si estuviera ven-diendo un auto de lujo. Cuando salí de la tienda, me sentí atraído a entrar de nuevo para verla tratar a otros clientes.

Suprime las palabras vanas que se interponen. Elimina todas las palabras que obstaculizan que tus palabras alcancen la meta. Confía en las palabras; confía en las palabras de tus propios labios, y llénalas de verdad y amor.

Piensa en tu corazón cómo quieres ayudar a los que serán tus clientes, cómo vas a bendecirles, y cómo lo que tú tienes es necesario para su deleite. Es lo que pones en tus palabras lo que las hace estar vivas en los corazones de los oyentes.

Las palabras vacías mueren en tierra de nadie. Nunca so-brepasan las trincheras, y si lo hacen, nunca llegan a estallar. Si las traspasan y las personas las oyen, siguen sin valer de nada. Las palabras vivas, palabras rebosantes de mensajes del corazón, emocionan y perduran.

El amor siempre busca la palabra correcta para comunicar su mensaje sin que pierda nada de significado en el tránsito. Viste tus pensamientos con las palabras más bonitas, pero no sacrifiques la mordacidad por la belleza, más bien júntalas.

Lo único que tenía eran palabras

Este es un pequeño estudio de grandes cosas. Un hom-bre comenzó su vida sin patrocinadores, sin una educación universitaria, sin dinero. Alguien le preguntó: “¿Qué tienes aparte de tus dos manos para tener éxito en la vida?”.

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Por tus palabrs 153

El hombre dijo amablemente: “Lo único que tengo son palabras”. El amigo sonrió, sin entenderle.

Así pues, comenzó su solitaria búsqueda del éxito sin otra cosa que palabras. Aprendió el secreto de poner las cosas en palabras, de hacer de las palabras cosas con vida. Cargaba sus palabras con pensamiento, un pensamiento claro y, después de un tiempo, aprendió el secreto de poner su fina, limpia y espléndida hombría en sus palabras.

Los hombres comenzaron a poner un valor en sus pala-bras. La gente le detenía por la calle para entablar con él una conversación sólo para oír sus palabras.

Hay que entender que casi todos los hombres que han escalado a la cima de la escalera del éxito han llegado allí con palabras.

Aquí y allá, un hombre ha llegado a la cima por una voz peculiar o un don peculiar en las artes, pero la mayoría de los hombres han puesto sus pies en el primer peldaño de la esca-lera del éxito usando palabras. Escalaron, peldaño a peldaño, palabra a palabra, hasta la cima.

Un hombre debe valorar sus propias palabras antes que otros comiencen a sentir su valor. Las palabras ambiciosas del hombre se convirtieron en su cuenta bancaria. Estudió, cavó hondo, pensó para resolver sus problemas. Otras personas aprendieron a confiar en su juicio y sus palabras en vez de estudiar por sí mismos.

Hay un gran ejército de personas que tienen ciertas habi-lidades empresariales, pero tienen que contratar a otros para realizar la mayoría del pensamiento. El hombre ambicioso suplió esa carencia. Él lo planeó, y otros estuvieron dispuestos a pagarle casi cualquier precio para que pensara para ellos.

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154 Palabras Que Mueven Montañas

Sus palabras se hicieron valiosas, fueron sus sirvientas, ¡cómo trabajaban para él! Llenó las palabras de inspiración, de consuelo, de esperanza para otros.

Las envió con alas hasta que pasaron de casa en casa, de labio a labio. Se dio cuenta de que le estaban citando por todos lados; sus palabras estaban haciendo cosas. Él había aprendido el secreto de las palabras. Enseguida surgieron edi-toriales que le pagaron sumas incalculables de dinero por sus palabras. ¿Por qué? Porque había aprendido el arte de llenar palabras con inspiración, con nueva vida.

Estudiemos las palabras. Aprendamos a llenarlas de go-losinas para los niños, de sanidad para los enfermos, y de vic-toria para los desanimados, y ganaremos.

El texto de Por tus palabras está extraído de Signposts on the Road to Success por E. W. Kenyon (Kenyon’s Gospel Publishing Society, 1999), pp. 55–58.

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Quiero compartir uno de los testimonios más ma-ravillosos de sanidad que he oído jamás. Ocurrió en un hospital de Londres, Inglaterra, en marzo de

1994. Puedo contar esta historia quizá mejor que ninguna otra persona, porque estuve directamente implicado en ella.

Mi hija Judy y yo viajábamos por el este de África hacien-do cruzadas. En Nairobi, Kenia, teníamos varias reuniones cada día, y Judy dirigía un coro de cien voces cada noche.

Tras las cruzadas de Nairobi, volamos a Mombassa, en el océano Índico, para seguir ministrando. El calor y la hu-medad de Mombassa la hacen ser una de las ciudades más intolerables del mundo para vivir. Era terriblemente calurosa, pero Judy y yo trabajamos muy duro mientras estuvimos allí.

Luego llegó el día de volar a Londres para pasar allí una noche antes de regresar a Norteamérica. Cuando llevábamos un rato de vuelo, Judy me dijo que se iba a otra parte del avión donde había visto varios asientos vacíos para poder estirarse un poco más. A mitad de camino de un vuelo que duraba

35por Don Gossett

Declara sólo la Palabra

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156 Palabras Que Mueven Montañas

diez horas, regresé para hablar con ella y asegurarme de que estaba bien.

“Papá, he vomitado varias veces”, me informó. Le puse mi mano en la frente e hice una breve oración paternal por ella, y luego regresé a mi asiento. No parecía nada importante, así que no me preocupé en exceso.

La crisis

Como una media hora antes de aterrizar en Londres, una azafata vino a buscarme y me dio las graves noticias.

—Sr. Gossett, siento informarle de que su hija Judy está muy enferma. No sólo ha vomitado varias veces, sino que también está teniendo hemorragias por todos los orificios de su cuerpo. Es la sangre lo que nos ha alarmado. No sabemos si es una intoxicación por la comida o cuál es el problema. Hemos informado al aeropuerto de Heathrow para que nos esperen con una silla de ruedas para su hija.

La silla de ruedas nos estaba esperando cuando aterriza-mos, y se llevaron a Judy a una sala para examinarla. Tras más de una hora, llegó una doctora con unas noticias alarmantes:

—Sr. Gossett, hemos tomado sangre a su hija, y tiene algo más grave que parásitos, no estamos seguros de lo que es. Hemos pedido una ambulancia para que venga inmedia-tamente y la lleve al otro lado de Londres, a un hospital espe-cializado en enfermedades e infecciones tropicales.

—Por favor doctora, no es necesario. Judy trabajó mucho mientras estábamos en África. Estoy seguro de que se pondrá bien con un poco de descanso, y tengo reservadas habitacio-nes aquí en Londres para pasar la noche—le expliqué.

La doctora fue bastante directa al responder a mi objeción.

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Declara sólo la Palabra 157

—Sr. Gossett, salir del hospital no es una opción. Su hija ha sido puesta en cuarentena. Ahora ella es responsa-bilidad de la compañía British Airways y de la ciudad de Londres. No hay forma en que podamos considerar permi-tirle salir con la enfermedad altamente contagiosa que pu-diera tener.

En ese momento, dos hombres sacaron una camilla en la que habían atado a Judy. Me dijeron que podía acompañarla al hospital, así que fui sentado al lado de Judy en la ambu-lancia. Parecía muy débil, especialmente comparado con la fuerza que normalmente mostraba.

Ella me miró y dijo:

—Papá, no he estado un día o una noche en un hospital en toda mi vida. Ni siquiera nací en un hospital.

—Lo sé, Judy, pero vas a estar bien; Dios te ayudará—le dije intentando animarla.

Cuando llegamos al hospital, un equipo completo de doctores y enfermeras nos recibieron. Todos llevaban ropa de hospital de emergencias, y rápidamente se llevaron a Judy a una habitación aislada.

Tras mucho tiempo, el Dr. Clark, el médico jefe, salió para hablar conmigo.

—Sr. Gossett, su hija está extremadamente enferma. Haremos todo lo posible para salvar su vida, pero no sabre-mos nada hasta mañana. Mientras tanto, usted tendrá que salir del hospital, y no se le permitirá regresar hasta que le no-tifiquemos que puede hacerlo. Puede entrar a la sala aislada donde se encuentra su hija, pero sólo durante veinte minutos. Luego deberá abandonar el hospital.

Cuando estaba a solas con Judy, le dije:

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158 Palabras Que Mueven Montañas

—Judy, el doctor me ha dado sólo veinte minutos para estar aquí antes de marcharme. No tendremos tiempo para interceder profundamente por ti, pero Judy, voy a declarar la sanidad de la Palabra para ti. Tengo estas verdades en mi es-píritu, en mi ‘versículos de la sanidad’. Recuerda que Jesús ex-pulsó espíritus demoniacos sólo con su Palabra; eso es lo que voy a hacer ahora. La Palabra que declaro sobre ti expulsará esos espíritus de enfermedad. Tan sólo recibe esta Palabra cuando yo la declare ahora. Cualquiera de estos veintiséis ver-sículos puede ser tu porción de sanidad.

Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo. (Proverbios 4:20–22)

Yo dije:

—Judy, Su Palabra es medicina para todo tu cuerpo. Esto es para ti, ahora mismo. ¡Recibe Su sanidad para tu vida!

Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. (3 Juan 2)

— Oh amada Judy, Dios nuestro Padre realmente quiere que tengas salud, no esta devastadora enfermedad; recíbela en este instante.

Después repetí esta oración de David: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmos 51:10). Dije:

—Judy, creo que tienes un corazón limpio y un espíri-tu recto. Permitamos que el Espíritu Santo haga Su obra de

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Declara sólo la Palabra 159

examinar y renovar el corazón mientras nos rendimos a Él ahora.

Después de que Judy y yo permitimos calladamente que el Espíritu Santo hiciera Su bendita obra de limpieza y reno-vación, seguimos: “Haz bien a tu siervo; que viva, y guarde tu palabra” (Salmos 119:17).

Sabiendo que la vida de Judy estaba en juego, ¡declaré so-bre ella ese versículo con urgencia! ¡“Que viva, Señor, y guarde tu palabra!”.

La oración eficaz del justo puede mucho. (Santiago 5:16)

Este versículo nos recordó las misericordias de Dios en los años pasados:

Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquida-des, el que sana todas tus dolencias. (Salmos 103:2–3)

Declaré con osadía:

Cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. (Hechos 10:38)

Cuando seguí declarando, intenté que Judy entendiera bien este hecho eterno: “Él [Jesús] cargó con nuestras enferme-dades y soportó nuestros dolores” (Mateo 8:17, nvi).

Afirmé que el pacto de sanidad original de Dios estaba expresado en: “Yo soy Jehová tu sanador” (Éxodo 15:26).

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Honrar la majestad de nuestro Señor llegó con el versículo: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13:8).

Luego, declaré:

¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1 Corintios 6:19–20)

Cuando declaré: “Sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” (Marcos 16:18), le aseguré a Judy que impondría manos sobre ella y que Jesús mimo prometió que sanaría.

El siguiente es precioso: “El corazón alegre constituye buen remedio” (Proverbios 17:22).

Este magnifica el poderoso nombre sobre todos los de-más nombres:

Y por la fe en su nombre [Jesús], a éste, que vosotros veis y conocéis, le ha confirmado su nombre; y la fe que es por él ha dado a éste esta completa sanidad en presencia de todos vosotros. (Hechos 3:16)

Al día siguiente, Judy me dijo que el versículo en Lucas fue la Palabra que aceleró todo, el rhema de Dios que le mi-nistró sanidad. Me dijo que cuando terminé de declararlo, ella dejó de vomitar, ¡y dejó de sangrar! ¿Cuál fue ese diná-mico versículo?

Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de reposo? (Lucas 13:16)

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Declaré: “Y el poder del Señor estaba con él para sanar” (Lucas 5:17).

El siguiente también es precioso, honrando al poderoso Espíritu Santo que mora en nosotros: “Vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros” (Romanos 8:11).

El versículo de Santiago significa derrota para el diablo: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Si no resistimos al diablo, él no va a huir, pero si le resistimos, ¡tiene que huir!

Este Salmos contiene otra expresión de autoridad: Dios “envió su palabra, y los sanó” (Salmos 107:20).

“Hablad de todas sus maravillas” (Salmos 105:2). Hablamos de Sus obras esa noche en la cama de Judy.

Este era el siguiente en el alfabeto de sanidad: “Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación” (Malaquías 4:2).

Este revela el ministerio activo de Jesús: “Porque poder sa-lía de él y sanaba a todos” (Lucas 6:19).

Este quizá sea el versículo que más veces hemos decla-rado para sanidad: “Y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

Después declaré: “Porque de él es mi esperanza” (Salmos 62:5).

Le aseguré a Judy que este siguiente había sido bueno para mí durante todos esos años, y que ahora ella debía recibirlo: “De modo que te rejuvenezcas como el águila” (Salmos 103:5).

Llegué al versículo final de este inspirado grupo: “Anheláis dones espirituales” (1 Corintios 14:12).

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Cuando terminé de declarar estos veintiséis versículos de la Biblia sobre mi hija, obedecí a la Palabra del Señor de im-poner mis manos sobre ella para su sanidad. Luego, tuve que irme del hospital.

Mi corazón estaba lleno de confianza en que el Dios to-dopoderoso estaba cuidando de que se cumpliera Su Palabra. (Véase Jeremías 1:12). Ninguna palabra que sale de Su boca vuelve a Él de vacío (véase Isaías 55:11), porque Dios no es hombre para que nos mienta. (Véase Números 23:19).

El doctor dijo que podía llamar a la mañana siguiente. Llamé a las 8:00 de la mañana. “Lo siento Sr. Gossett, no tenemos nueva información sobre su hija ahora. Vuelva a lla-mar en una hora”, me dijeron.

Volví a llamar a las 9:00 de la mañana. De nuevo, la res-puesta fue la misma. “No tenemos información que darle aún. Vuelva a llamar en otra hora”.

A las 10:00 volví a llamar. La enfermera respondió: “Ahora mismo hay doce doctores alrededor de la cama de su hija, pero no tengo información que darle. No nos vuelva a llamar por favor; nosotros le llamaremos”.

Esperé pacientemente en la habitación de mi hotel, ala-bando a Dios en espera de un buen informe médico.

Cuando sonó el teléfono, era el Dr. Clark, y me dijo: “Sr. Gossett, esto es increíble. Es como si hubiera dos mujeres diferentes en esa misma cama. Anoche cuando le extrajimos sangre, los resultados mostraron que la infección era muy fuerte. No le dimos medicina, porque no sabíamos cómo medicarla.

“Esta mañana volvimos a extraerle sangre, ¡y ahora su sangre está completamente limpia y pura! Acabamos de dar

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el alta a su hija de este hospital. Llamaremos a un taxi para el viaje hasta el aeropuerto de Heathrow. ¡Podrá reunirse allí con ella para continuar su viaje de regreso a Norteamérica esta tarde!”.

¡Prácticamente me puse a gritar alabanzas al Señor! Rápidamente hice mi maleta y salí del hotel. Tomé un auto-bús que me llevara al aeropuerto de Heathrow, pero con la emoción, me subí al autobús incorrecto y me tuve que volver a bajar. Cuando finalmente llegué a Heathrow, ¡Judy me estaba esperando!

Si necesitas sanidad, te recomiendo que afirmes estos veintiséis versículos de la Biblia enumerados en este capítulo. Contienen la sanidad de Dios para tu espíritu, alma y cuerpo. ¡Cree y recibe tu sanidad!

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He padecido durante años de problemas nerviosos. A veces era tan insoportable que parecía que iba a volverme loco. Entonces, un día, estaba visi-

tando a un amigo que conocía la Palabra, y le hablé de mi padecimiento.

—¿Has leído alguna vez Isaías 53:4–5? — me dijo.

—¿Por qué? Conozco esos versículos, y desde que era niño—. Así que se los recité:

Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.

Yo conocía esos versículos, pero no significaban nada para mí. Luego mi amigo volvió a leerlos, y yo escuché cada una de las palabras. Me sentí inquieto. Me preguntaba por qué yo no lo había visto nunca, así que mirando a mi amigo le dije:

por E. W. Kenyon

Cómo lo encontré

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—Estoy curado.

Pero él dijo:

—Aún no has oído el resto—. Se dirigió a Hebreos 9:11–12.

Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto ta-bernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta crea-ción, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siem-pre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención.

Y vi que Cristo había entrado en el Lugar Santísimo con su propia sangre, y que la corte suprema del universo había aceptado esa sangre como el sello sobre el documento eterno de mi redención.

Volví a Hebreos 1:3:

El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la puri-ficación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.

Y en Hebreos 9:24:

Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el cielo mismo para pre-sentarse ahora por nosotros ante Dios.

Lo vi. Vi a Cristo sentado a la diestra del Padre, y en Hebreos 7:25:

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Cómo lo encontré 167

Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.

Entonces entendí Hebreos 9:26: “Pero ahora, en la con-sumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado”. Él no sólo quitó de en medio pecado, sino que también quitó de en medio mi viejo hombre, todas mis antiguas enfermedades. Quitó de en medio todo lo malo que hubiera tocado mi vida.

Luego, mi amigo me preguntó:

—¿Alguna vez te has dado cuenta de Efesios 1?

—¿Cómo? Me sé Efesios 1 de memoria.

Pero cuando él abrió la Biblia en esa parte, vi lo que nun-ca antes había visto. Comencemos con el versículo diecisiete:

Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él.

Entonces me di cuenta de que me faltaba más conoci-miento de Él. No había comprendido lo que Él había hecho y lo completa y perfecta que era la obra que había hecho por mí. No me había dado cuenta de la importancia de la nueva criatura creada en Cristo Jesús. Ahora vi por primera vez que yo era un ser recreado de manera perfecta, que las cosas viejas que me tenían en esclavitud habían pasado, y que las cosas nuevas de luz, y vida, y amor habían tomado su lugar.

Y comencé a entender lo que significaba “alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperan-za a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en [mí]” (Efesios 1:18). Yo nunca había pensado en

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eso. Dios tenía una herencia en mí. Nunca antes me había dado cuenta de que Él tenía una herencia que, según Su opi-nión, era rica y llena de gloria en mí.

Y luego, Él quería que yo conociera la supereminente grandeza de Su poder a mi favor como creyente. Él dijo que era según las riquezas de Su poder como efectuó en Cristo Su resurrección de los muertos. En otras palabras, la capacidad que había en Cristo es mía.

Luego, vi en Efesios 1:20–24 que:

[Dios hizo que Cristo se sentara] a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y so-metió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

Luego, Efesios 2:6 me alcanzó y se aferró a mi corazón: “Y [Él] juntamente con él [me] resucitó, y asimismo [me] hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”. Vi que me iden-tificaba con Él, que yo estaba sentado con Él en ese lugar de autoridad, y vi que yo tenía dominio sobre los demonios; te-nía dominio sobre la enfermedad en ese nombre.

Dios le dio a Él el nombre que es sobre todo nombre: de los seres de la tierra, debajo de la tierra y sobre la tierra. (Véase Filipenses 2:9–10). En esos tres mundos, cada ser está sometido a ese nombre, y ahora Él me da los poderes para usar ese nombre.

Él me ha dado dominio, y tengo que representarle en el mundo. No puedo representarle si el diablo es mi señor, o si

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mi cuerpo está lleno de enfermedad, pero ahora veo que la enfermedad ha sido quitada de en medio.

Él me ha hecho Su justicia en Cristo, y no sólo Su justicia, sino que también me ha dado la autoridad que está represen-tada en Su nombre.

Dios estaba diciendo, en efecto: “Ahora ve y haz discí-pulos a todas las naciones. Yo te he capacitado. Te he dado mi capacidad, puedes reírte de tu enemigo porque Cristo ha sido hecho para ti la sabiduría de Dios. Tienes una sabiduría mayor que la sabiduría del adversario, y una capacidad que es mayor que la capacidad del adversario. Hoy eres un señor, porque Yo estoy en ti, y Yo soy mayor”.

Lo entendí, y lo dije: “Satanás, ¿has oído estos versículos? ¿Ves lo que sé ahora? Estás derrotado. Soy un vencedor, tengo dominio. Si estuviera en tu lugar, ¡me iría ahora mismo!”.

Ahora camino por fe, fe en el Hijo de Dios que me amó y se dio a Sí mismo por mí. He comprendido ahora que somos uno.

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Nuestras palabras nos dan nuestro estatus entre los hombres. De la misma forma, nuestras palabras nos dan un estatus con el adversario y con la Palabra.

Si, como hijo de Dios, hago una confesión de enfermedad y fracaso, voy al nivel de esa confesión. Si siempre confieso victoria y salud, y proclamo que mis necesidades están cu-biertas, voy al nivel de esa confesión.

Esta es una pequeña confesión que escribí. Nunca antes se la he leído a nadie, pero voy a escribirla aquí para ti.

Padre mío, a través de Jesucristo, Tu Hijo, he reci-bido vida eterna, Tu naturaleza. Me ha hecho uno contigo. Me ha hecho lo que Tú has declarado que soy en Cristo. Como el pámpano es a la vid, así yo soy tuyo y Tú eres mío.

Mi corazón canta esta canción de profunda unidad contigo, Padre mío; de mi profunda unidad conti-go, mi Señor.

por E. W. Kenyon

Mi confesión

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Tu naturaleza es amor, así que mi naturaleza es amor. De mi interior fluye amor para toda la huma-nidad. Soy, al igual que Tú, un amante. A través de mí, fluye este río de amor sin obstáculo alguno.

Tú eres la fuente dentro de mí, una fuente de salud perfecta y vida vibrante. Este río de vida me llena de salud y gozo. Mi cuerpo es Tu casa, uno de Tus luga-res santísimos donde Tú no estás escondido, sino vi-sible. Es el hogar de la salud, el hogar del amor. Tú le has hecho a Él, mi resucitado Señor, mi Sabiduría.

Al fin ahora sé cómo usar el conocimiento de la revelación. Sé cómo usar el conocimiento de los sentidos. Mi unión contigo me hace dominar las circunstancias, porque he aprendido cómo dejarte que tengas libertad en mí, dejarte poner Tu misma naturaleza en mí. Esto me ha liberado de la vieja esfera del temor y la duda.

Jesús me ha dado los poderes, el derecho legal de usar Su nombre, a fin de que pueda actuar por Él, tomar Su lugar, hacer la obra que Él hizo, y llevar a cabo las obras que Él comenzó. Tu capacidad se ha convertido en mi capacidad. Tu gracia se ha apoderado de mí, y soy esclavo de Tu amor. Me ha dominado sobremanera, y me he convertido en un esclavo por amor de Tu Hijo. Estás viviendo en mí y a través de mí. Tu vida y Tu naturaleza amante me dominan. Tú eres la fuerza de mi vida.

Esta vida es como una fuente dentro de mí. Recuerdo lo que dijo el Maestro en Juan 7:38: que de mi interior

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Mi confesión 173

correrían torrentes de agua viva. Este ha sido mi sue-ño: poder ser una pequeña fuente a través de la cual puedas hacer fluir diariamente Tu vida a través de mí para bendecir este árido y desértico mundo.

He podido conocer la realidad del versículo: “mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4). A Ti, poderoso Dios amante, te doy Tu lugar en mí. Tú, poderoso Dios Padre, haz Tu obra creativa a través de mí. Que no haya nada que te lo impida en mi vida.

¡Qué gracia has desvelado para permitirme usar tu Palabra viva! ¡En mis labios, Tus palabras se con-vierten en palabras de sanidad, palabras que dan fe y palabras que dan vida!

¡Levántate, mi Padre, y sé grande en mí! Cuántas veces mi corazón ha clamado que puedas ser un Dios del tamaño de Dios en mí, para que puedas derramarte a Ti mismo a través de mí en palabras y acciones, que cada parte de mi ser pueda estar bajo Tu dirección.

No pido sanidad, porque por Su llaga he sido sana-do. No pido fortaleza, porque Él es la fuerza de mi vida. No pido que me llenes, porque Él es mi pleni-tud. No pido justicia, porque yo soy Su justicia en Cristo. No pido poder, porque Él está en mí y todo el poder está ahora en mí. Estoy pensando en Su capacidad en mí, en Su naturaleza de amor que me gobierna, y en Su sabiduría como una lámpara para guiarme a toda verdad.

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Te dejo suelto en mí. Dejo que uses mis capacida-des, que hables a través de mis labios y sanes a tra-vés de mis manos.

Estoy lleno de Tu plenitud. Tu sabiduría y Tu amor son míos. La amabilidad y grandeza del amor son mías. Tu propia firmeza tierna se ha convertido en parte de mí. Estoy descansando en Tu descanso. Tu paz me mantiene tranquilo. Soy tuyo, y Tú eres mío. La vida es grande contigo en ella.

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Porque yo estoy alerta para que se cumpla mi palabra. —Jeremías 1:12 (nvi)

Cuando nuestras palabras están en acuerdo con la Palabra de Dios, experimentamos la continua mani-festación de la bendición de Dios. Con fe y una con-

fesión afirmativa, ¡nuestras palabras pueden cambiar vidas y mover montañas! (Véase Mateo 21:21).

Estas son sólo unas pocas “victorias de la palabra” que he conocido después de caminar con Dios estando en acuerdo con Él.

“¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?”• (Amós 3:3).

Sólo dieciocho meses después de perder nuestra casa por •reposesión, el Señor nos proveyó de una casa nueva mara-villosa en Surrey.

El Señor me puso en la radio internacional, y las finanzas •han llegado, mes a mes, durante ya más de cuarenta años.

por Don Gossett

Epílogo

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El Señor quitó un tumor cancerígeno de mi cabeza horas •antes de la cirugía que me habían programado.

Cuando yo era un hombre solitario tras la muerte de •Joyce, mi querida primera esposa, en 1991, Dios trajo a la dulce y encantadora Debra para convertirse en mi es-posa. Nuevamente, debo decir: ¡“Gloria al Señor” diez veces!

El Señor guió a Whitaker House a comenzar a publicar •mis libros, y finalmente incluso a traducirlos a muchos otros idiomas.

Tras leer mi libro • What You Say Is What You Get, los hombres de World Harvesters en Nueva Jersey me invita-ron a ser un evangelista en grandes cruzadas en India. En las primeras tres cruzadas, reportaron más de doscientas mil confesiones de “salvados por la gracia a través de la fe”. (Véase Efesios 2:8).

Me invitaron a predicar a ochenta y nueve naciones a tra-•vés de Trans World Radio, originada en Montecarlo, en una estación superpotencia construida originalmente para que Hitler proclamara el nazismo.

Dios me sanó totalmente de unos violentos dolores de ca-•beza, culminados con una visita personal de un ángel del Señor. ¡Una experiencia preciosa! Eso fue en 1976, y yo se-ría el más sorprendido si volviera a sufrir dolores de cabeza tras esa victoria de la Palabra.

Si no recuerdo mal, nunca, en cincuenta y tres años, he •dejado de predicar debido a una enfermedad cuando había sido asignado para ello. Por la gracia de Dios, nunca tengo que perderme “la vida abundante” por tener que tomar un día libre por enfermedad.

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Epílogo 177

Como relaté anteriormente, cuando mi hija Judy fue aque-•jada de una rara enfermedad de la sangre, la Palabra de-clarada causó que la enfermedad mortal se disipara de su cuerpo, y salvó su vida. ¡Gloria al Señor!

¡Las palabras obran maravillas! ¡Las palabras pueden mover montañas! Las palabras que están en acuerdo con la Palabra de Dios nunca volverán de vacío.

Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prospe-rada en aquello para que la envié. (Isaías 55:11)

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Tributo a E. W. Kenyon

El pastor George Hunter era un asociado muy cercano del Dr. E. W. Kenyon y muy probablemente el autor del siguiente tributo, escrito en noviembre de 1930.

Conocía de primera mano los triunfos y problemas de la vida de Kenyon, y sus palabras están llenas de amor y cariño. Su mensaje tocó mi corazón. Oro para que también te ministre a ti.

—Don Gossett

Montañas y valles

Ningún hombre que conozcamos tiene un don de maes-tro igual. Todos nos maravillamos con él, pero recordemos el precio que ha tenido que pagar.

Yo he visto al Dr. Kenyon sufrir como pocos hombres han sufrido.

Durante sus comienzos en la escuela bíblica, las cosas por las que le vi pasar eran casi increíbles. Le vi sufrir persecu-ción de los hermanos. Recuerdo las primeras luchas contra

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las falsas enseñanzas. Le vi sufrir una pérdida económica y la incomprensión. Vi la obra de amigos falsos. Vi a los que él ayudó, que se volvieron traidores. Conocí problemas desco-nocidos para las multitudes. Luego vi como la enfermedad y la muerte llegaron para llevarse a su compañera [ella murió en 1914]. Yo estuve en el cementerio con él. Vi a hombres robarle todo aquello por lo que había trabajado. Se lanzaron sobre él mentiras, abuso e insultos, y en medio de todo ello, caminó como un rey, y Dios le dio la victoria en su alma.

También le he visto disfrutar de días felices y prosperi-dad, sin perder la cabeza.

Recuerdo los momentos álgidos de su vida, cuando una gran escuela bíblica estaba en todo su apogeo; cuando los via-jes evangelísticos ganaban a miles; cuando el país le alababa; cuando volvió a tomar una nueva esposa y tuvo un hogar feliz; cuando disfrutó del amor de un gran cuerpo de jóvenes mi-nistros a quienes había entrenado.

Montañas y valles, uno tras otro, todos han trabajado juntos para hacer del maestro lo que él es hoy.

El texto de Montañas y valles está extraído de un boletín de la Iglesia Bautista Independiente de Figueroa (1930), como aparece en E. W. Kenyon and His Message of Faith: The True Story por Joe McIntyre (Lake Mary, FL: Charisma House, 1997), pp. 153–154.

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La perspectiva de una hija por Judy Gossett

Esta mañana, mientras veía la televisión, observé a varios evangelistas famosos: Oral Roberts, Rex Humbard y Robert Schuller. Era bastante interesante notar la

participación y el apoyo de sus hijos en sus ministerios reli-giosos. Parece como si fuera un gran logro para cada uno de estos grandes hombres tener a su propia carne y sangre acti-vamente involucrada con ellos, respaldándoles, creyendo en ellos y apoyando de todo corazón la obra que Dios ha llamado a hacer a sus padres.

En nombre de los cinco hijos Gossett, quiero rendir tri-buto a nuestro padre, Don Gossett.

Uno de los recuerdos más destacados que llevo conmi-go desde mi infancia es a los siete Gossett—papá, mamá, Michael, Jeanne, Donnie, Marisa y yo—metidos en nuestro Buick azul de 1956, conduciendo de ciudad en ciudad en nuestros viajes evangelísticos. Según nos inquietábamos más

Tributo a Don Gossett

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y nos cansábamos de jugar a los juegos de niños en la parte de atrás de nuestro viejo auto, papá anunciaba: “Está bien chicos, ¡es hora de la historia bíblica!”. A medida que papá contaba emocionantes historias tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, nos quedábamos embobados con cada evento y personaje, sabiendo que, en cualquier instante, Moisés asumi-ría el papel de estrella invitada, con los Diez Mandamientos en la mano, ¡o que caminaríamos por el agua junto a Pedro según Jesús dirigiera! Eran historias fascinantes y vibrantes, y nos las devorábamos.

Concursos bíblicos, “destreza con la espada” y memori-zación de versículos era lo que seguía a cada historia bíbli-ca. Como niños, preferíamos el tiempo que pasábamos en la Palabra con nuestros padres a cualquier otra actividad de nuestros viajes. Afortunadamente, muchas veces el Señor trajo a mi mente los versículos y lecciones aprendidos en esas largas horas en nuestro auto. Han tenido un valor incalcula-ble a la hora de edificar el carácter espiritual y el testimonio necesario para ser eficiente para Cristo.

Como viajábamos tanto, era difícil para nosotros estable-cer relaciones duraderas con la gente que conocíamos. Como resultado, nuestra familia creció más unida que nunca.

Muchas tardes, jugábamos a deportes fuera de la habi-tación de nuestro motel, juegos enérgicos de béisbol y fútbol americano, o competíamos unos contra otros en carreras de resistencia y natación. Normalmente, en medio de nuestras joviales actividades, estaba nuestro competidor y entrenador favorito: papá.

A pesar del profundo amor y devoción de nuestra familia, parecía que estábamos constantemente plagados de pobreza, enfermedad, mediocridad y frustración.

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Tributo a Don Gossett 183

Después, en 1961 nos mudamos a Canadá, y el Señor le dio la vuelta al ministerio de papá. Dios le mostró a papá que el poder del nombre de Jesús, junto con nuestra confesión positiva de la Palabra y la alabanza, eran las claves para una vida de éxito y de victoria. ¡Esos principios revolucionaron nuestras vidas! Nunca más volvimos a vivir en el derrotismo de años pasados en el ministerio.

Según íbamos creciendo, papá y mamá experimentaron más problemas con nosotros como adolescentes. Sin em-bargo, nunca se apartaron de esos obstáculos sino que siem-pre los abordaron de frente con estas respuestas: disciplina, la Palabra, el nombre de Jesús y oración. Michael, Jeanne, Donnie, Marisa y yo no somos perfectos, pero sí poseemos una herencia maravillosa de la perseverancia y confianza que nuestros padres depositaron en Cristo. Y ahora, con los hijos de Jeanne, Jennifer y Alexander, otra generación está recibiendo los mismos principios que nos enseñaron hace años.

Estos años han sido emocionantes para el ministerio de papá. El Señor abrió las puertas para que los programas de radio de Bold Living se retransmitieran en ochenta y nueve países. Dios aumentó la visibilidad de papá como escritor y le dio más de ochenta libros para publicar. Abrimos oficinas en Canadá y los Estados Unidos para dar servicio a las nece-sidades de asociados que Dios levantó para apoyar los varios viajes del ministerio. Papá ha viajado al extranjero más de cuarenta y cinco veces para proclamar las buenas nuevas del amor de Jesús con los que nunca lo habían oído.

Quizá siempre hayas oído de Don Gossett como un evangelista, orador de la radio, administrador, escritor o misionero.

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Por medio de esta breve vislumbre personal, espero que le conozcas un poco más como un hombre de Dios compasivo, padre amante, abuelo orgulloso y mi maravilloso amigo.

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Nacido en el condado de Saratoga, Nueva York, E. W. Kenyon (1867–1948) se trasladó con su fa-milia a Amsterdam, Nueva York, cuando era un

adolescente. Kenyon estudió en la Academia Amsterdam, y a la edad de diecinueve años, predicó su primer sermón en la iglesia metodista del lugar.

Estudió asistiendo a varias escuelas en New Hampshire, y también a la Universidad de Oratoria Emerson, en Boston, Massachusetts.

Kenyon fue pastor de varias iglesias en los estados de Nueva Inglaterra, y a la edad de treinta años, fundó y se convirtió en el presidente del Instituto Bíblico Bethel, en Spencer, Massachusetts. (Esta escuela se trasladó después a Providence, Rhode Island, y se conoce como Providence Bible Institute). Durante su ministerio en Bethel, cientos de jóvenes fueron formados y ordenados para el ministerio.

Tras viajar por todo el noreste predicando el evangelio y viendo la salvación y la sanidad de miles, Kenyon se trasladó

Acerca de E. W. Kenyon

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a California, donde continuó sus viajes evangelísticos. Fue pastor de una iglesia en Los Ángeles durante varios años, y fue uno de los pioneros de la obra de radio en la costa del Pacífico.

En 1931 se mudó al noroeste, y durante muchos años su programa de radio matutino, Kenyon’s Church of the Air, fue una inspiración y bendición para miles de personas. También fundó la iglesia New Covenant Baptist Church en Seattle, donde fue pastor durante muchos años.

Durante sus ocupados años ministeriales, encontró tiempo para escribir y publicar dieciséis libros, así como muchos cursos por correspondencia y tratados, y compuso cientos de poemas y canciones. La obra que comenzó ha seguido bendiciendo a incontables personas.

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Durante más de cincuenta años, Don Gossett ha ser-vido al Señor a través de un ministerio a tiempo completo. Nacido de nuevo a la edad de doce años,

Don respondió a su llamado al ministerio tan sólo cinco años después, comenzando primero por su familia, ganándoles para el Señor. En marzo de 1948, Don venció su largo temor a hablar en público y comenzó su ministerio en serio, predi-cando en dos iglesias bautistas rurales en Oklahoma.

Bendecido con el don de escribir, Don se convirtió en edi-tor de la revista College Bible en San Francisco; después, fue invitado a ser el editor de una revista internacional. Después de esto, trabajó como editor para Faith Digest, de T. L. Osborn, una revista que llegaba a más de 600 000 hogares cada mes. Don aprendió de muchos evangelistas reconocidos, comenzan-do con William Freeman, uno de los principales evangelistas de sanidad en Norteamérica durante finales de los años cuarenta. También pasó tiempo con Jack Coe y Raymond T. Richey.

Don ha escrito muchas obras, particularmente sobre el poder de la palabra declarada y la alabanza. Sus escritos han

Acerca de Don Gossett

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188 Palabras Que Mueven Montañas

sido traducidos a casi veinte idiomas, y han superado los vein-ticinco millones en distribución en todo el mundo. Además, Don también ha grabado series de audio. Su programa diario de radio, lanzado en 1961, ha sido retransmitido en ochenta y nueve naciones en todo el mundo.

Don crió a cinco hijos con su primera esposa, Joyce, que murió en 1991. En 1995, Don encontró de nuevo el amor de su vida y se casó con Debra, una maestra ungida de la Palabra. Juntos han ministrado por todo el mundo y han vivido en British Columbia, en Canadá, y en Blaine, en el estado de Washington.

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Los escritos de Kenyon en este libro están protegidos por los derechos de autor. Todos los derechos literarios y de copyright de las palabras de E. W. Kenyon son pro-piedad de Kenyon s Gospel Publishing Society, P.O. Box 973, Lynnwood, Washington 98048, Estados Unidos de América. Los escritos están usados con permiso de Kenyon s Gospel Publishing Society. Ninguna parte de los escritos de Kenyon puede ser reproducida sin el expreso permiso por escrito de la anterior dirección.

El permiso para citar del libro E. W. Kenyon and His Message of Faith: The True Story, por Joe McIntyre, fue otor-gado amablemente por Charisma House, 600 Rinehart Road, Lake Mary, Florida 32746.

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ISBN 978-1-60374-190-3

Religión / Vida Cristiana / Crecimiento EspiritualReligion / Christian Life / Spiritual Growth

“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”. —Juan 14:12 Mediante las palabras y el ministerio de Kenyon y Gossett,� descubrirás lo que sucedió en sus vidas,� y también lo que puede suceder en tu propia vida. Descubre cómo puedes…

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