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Paisajes y economías agrarias: Del policultivo de subsistencia a la especialización agraria mundial Fernando Molinero Hernando Dpto. de Geografía. Universidad de Valladolid. [email protected] El paisaje agrario actual no se entiende sin una mirada al pasado. Es un legado de los grupos humanos que a lo largo de la historia han ocupado un territorio, lo han explotado y lo han organizado; y en cada momento histórico lo han hecho según sus capacidades, intereses y cultura, pero siempre aprovechando las condiciones del medio ecológico. Con el paso del tiempo se ha producido una homogeneización paisajística, por uniformización técnica, que, sin embargo, no ha impedido el mantenimiento de paisajes distintos y dispares, unos vivos, otros que han acabado despareciendo y sólo perviven en el recuerdo, representados en las obras de arte o cantados y evocados por el pueblo. 1.- El paisaje agrario como producto o resultado de la economía agraria. Se puede afirmar, sin lugar a dudas, que la agricultura tradicional representaba, y hasta constituía, un modo de vida, porque, ante todo, se basaba en la explotación económica del potencial ecológico, de tal manera que cada grupo humano aprovechaba las posibilidades que el medio le ofrecía, a cuya explotación dedicaba la mayor parte de su tiempo diario y de su vida cotidiana. Apenas se producían excedentes y, por lo tanto, los mercados tenían también escasa entidad, con un carácter fundamentalmente comarcal y algunas veces regional, porque la mayor parte de las producciones procedían de los ámbitos locales, en los que también se consumían. De este modo, el agricultor, el labriego, el “campesino” eran la misma persona, sólo diferenciada por un leve matiz de tamaño o de escala, en la que ni siquiera el hacendado, sólo por debajo del terrateniente absentista, se libraba de acudir diariamente a la brega de la tierra. Sin embargo, la agricultura deja de ser un modo de vida en cuanto se abre a un mercado más extenso, de ámbito suprarregional, bien nacional o internacional, donde, como actividad económica, está obligada a competir y a especializarse en los aprovechamientos o producciones en los que puede

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Paisajes y economías agrarias: Del policultivo de subsistencia a la especialización agraria mundial

Fernando Molinero Hernando Dpto. de Geografía. Universidad de Valladolid.

[email protected]

El paisaje agrario actual no se entiende sin una mirada al pasado. Es un

legado de los grupos humanos que a lo largo de la historia han ocupado un

territorio, lo han explotado y lo han organizado; y en cada momento histórico lo

han hecho según sus capacidades, intereses y cultura, pero siempre

aprovechando las condiciones del medio ecológico. Con el paso del tiempo se

ha producido una homogeneización paisajística, por uniformización técnica,

que, sin embargo, no ha impedido el mantenimiento de paisajes distintos y

dispares, unos vivos, otros que han acabado despareciendo y sólo perviven en

el recuerdo, representados en las obras de arte o cantados y evocados por el

pueblo.

1.- El paisaje agrario como producto o resultado de la economía agraria. Se puede afirmar, sin lugar a dudas, que la agricultura tradicional

representaba, y hasta constituía, un modo de vida, porque, ante todo, se

basaba en la explotación económica del potencial ecológico, de tal manera

que cada grupo humano aprovechaba las posibilidades que el medio le ofrecía,

a cuya explotación dedicaba la mayor parte de su tiempo diario y de su vida

cotidiana. Apenas se producían excedentes y, por lo tanto, los mercados tenían

también escasa entidad, con un carácter fundamentalmente comarcal y

algunas veces regional, porque la mayor parte de las producciones procedían

de los ámbitos locales, en los que también se consumían. De este modo, el

agricultor, el labriego, el “campesino” eran la misma persona, sólo diferenciada

por un leve matiz de tamaño o de escala, en la que ni siquiera el hacendado,

sólo por debajo del terrateniente absentista, se libraba de acudir diariamente a

la brega de la tierra.

Sin embargo, la agricultura deja de ser un modo de vida en cuanto se

abre a un mercado más extenso, de ámbito suprarregional, bien nacional o

internacional, donde, como actividad económica, está obligada a competir y a

especializarse en los aprovechamientos o producciones en los que puede

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obtener ventajas comparativas. Y esta competencia exige, a su vez,

modernización y tecnificación de la explotación agraria.

Esa situación de tránsito de una economía tradicional y regional a otra

moderna integrada en un mercado supranacional es recogida por R. Lebeau en

su obra sobre “Los grandes tipos de estructuras agrarias en el mundo” ya en

1969, en la que inserta un mapa bien expresivo sobre los paisajes agrarios de

Europa (excepto Rusia), donde se reflejan los procesos de cambio desde una

agricultura de paisanos a otra de agricultores o empresarios agrarios, con

algunas formas o elementos históricos, entonces identificados con “los

paisajes agrarios”. Sólo se recogen como representativos -y podríamos decir

que exclusivos- ocho tipos, entre los que destacan los paisajes de campos

abiertos y cercados, acompañados de sus tipos de poblamiento concentrado o

disperso y del predominio de cereales o pastos; un segundo grupo, de

poblados camineros, con sus grandes parcelas longueras, tendría una escasa

extensión; frente a ellos, los paisajes mediterráneos, reducidos a “campos

abiertos cerealistas” o a menudo a terrenos dedicados a la arboricultura

mediterránea, que en ocasiones aparece salpicada por un denominado

poblamiento intercalar de casas o pequeños cortijos esparcidos entre las

huertas y los ampos abiertos. Las regiones de cultivos asociados (“coltura

promiscua”) o las grandes propiedades del tipo dehesa o montado cierran el

conjunto de paisajes mediterráneos. En suma, los ocho tipos se distribuyen en

tres dominios climáticos –el atlántico, el mediterráneo y el interior continental-,

en los que las formas de los campos y las parcelas, unidas al proceso de

ocupación del terreno mediante un tipo de poblamiento, constituyen los

factores determinantes del paisaje agrario.

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Figura 1. Los paisajes rurales de Europa, exceptuada Rusia

1. Paisajes de cercas y poblamiento disperso, con predominio de pastos. 2. Antiguos openfield con poblamiento concentrado, que han evolucionado hacia la dispersión, con concentración obligatoria y vallas. 3. Paisaje de openfield y poblamiento concentrado, con extenso labrantío. 4. Openfields parcial o totalmente transformados en ciertos Estados socialistas. 5. Pueblos camineros con grandes longueras, en bosque o en pólder (Wald y Marschufendorf) 6. Campos abiertos cerealistas mediterráneos, con algunos pagos arborícolas, con poblamiento concentrado y dispersión intercalar. Manchas de entramado rectangular fino = huertas. 7. Regiones de coltura promiscua o cultivos asociados. 8. Grandes propiedades de tipo “Montado” o dehesa (trigo y barbecho con bosque claro) (Principalmente según Derruau y Birot) Fuente: Lebeau, R., 1969: 37

Esta clasificación en ocho grandes tipos o conjuntos, tal como aparece

en el mapa (figura 1), tiene tradición, pues Lebeau cita, a su vez, como fuente,

a Derruau y Birot, lo que pone de manifiesto que los paisajes agrarios de

Europa eran definidos o clasificados por su aspecto formal, ante todo, y por el

tipo de poblamiento que los acompañaba, después, aunque en ningún caso se

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olvidaban las condiciones ecológicas de partida, que eran la base de los

elementos visibles del paisaje agrario, si bien, a medida que la modernización

invade el campo, el paisaje depende menos de condiciones ecológicas y más

de factores culturales, económicos y sociales. Algunas imágenes nos pueden

ayudar a ilustrar estas ideas, pues en los años 1950 y 1960 todavía se podían

ver en la España interior escenas como la separación del grano de la espiga

con mayal o casas con techo de paja de centeno o de escobas en los valles de

la Cordillera Cantábrica (figura 2), o numerosas manifestaciones de adaptación

de cada grupo humano al medio ecológico para aprovechar lo que más

fácilmente podía proporcionar, bien se tratara de hierba, de cereal panificable,

de piedras, arcilla, cal, u otros materiales para la construcción de las casas,

madera para los carros y aperos, fibras textiles para los vestidos, cueros para

abrigos o para recipientes de transporte de vino, agua, leche…

Una simple cuestión de escala permite dar saltos cualitativos, pues, en

cuanto se supera el mercado local y comarcal, se asiste a un proceso de

especialización creciente, que, a su vez, se traduce en una clara

homogeneización y uniformización paisajística. Así, Lebeau afirma que “las

estructuras agrarias de Europa se han formado, pues, poco a poco, durante

un largo proceso evolutivo. Sin embargo, desde hace menos de medio siglo (o

sea, en torno a 1919) la agricultura europea conoce una brusca mutación, que

se acelera desde hace 20 años (= 1949). Se ha convertido en una agricultura

de mercado, debe producir mucho a bajo precio, bien se mueva por el interés

en el sistema capitalista o por la planificación en el socialista” (p. 64).

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Figura 2. Casas de piedra con sillares en los dinteles de las ventanas y jamba de la puerta, amalgamadas con mortero de cal, realizado en los hornos de cal del pueblo, y el techo de paja de centeno, sujeta en la cumbre con losas de caliza para afirmar el conjunto y e impedir la acción del viendo. La leña de escobas está clasificada según el uso (las ramas finas para encendijos y las ramas más gruesas, limpias, para el horno o para atizar el fogón). Se observa una vaca ratina –pardo alpina-, recién introducida, como signo de modernidad. Las casas vecinas, de las que se ven los ángulos del tejado, están ya techadas con madera y tejas. Se ven también los postes e “hilos de la luz” (corriente eléctrica), que, aunque poco aprovechados, representan claros signos de evolución. (Foto de J.L. Martín Galindo, 1955, en Acebedo, León).

El periodo que sucede a la II Guerra Mundial es clave en el cambio

europeo, si bien en España empieza con 10 años de retraso, pero el avance

técnico inexorable va invadiendo el campo y favoreciendo su homogeneización

paisajística, como ponen de manifiesto las figuras 3, 4 y 5 adjuntas, en las que

se observa una mezcla de tradición y modernidad.

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Figuras 3, 4 y 5. En estas fotos se refleja el cambio técnico que acelera los procesos de modernización de las labores. En la primera se ve una yunta de vacas tudancas, tirando de un carro con ruedas sin radios, cargado de hierba, en Barcenilla, Cantabria (archivo Galindo, años 1980); en la segunda, esa labor es realizada por un tractorín adaptado a las fuertes pendientes en Caín (Valdeón, León) en junio de 2008 (Foto: C. Cascos), mientras en la tercera, sobre la penillanura zamorana del Aliste aparece una yunta de vacas de un cruce de pardo alpina (de aptitud cárnico-lechera) con otras, tirando de un carro cargado de pacas de paja. El carro corresponde al modelo tradicional de las llanuras de Castilla, con ruedas grandes, de radios de madera de encina, mientras las pacas han sido hechas mediante empacadora tirada por un tractor. (Foto de M. Alario, agosto de 2000).

Si la evolución y progreso técnico de la agricultura mundial es

incuestionable, también lo es que en cada dominio y región agraria del Planeta

lo hace de una manera propia o singular, acorde, en principio, a las

necesidades y potencialidades del grupo humano que ocupa el territorio, lo

explota y lo organiza. Y a medida que las sociedades y el progreso técnico

avanzan, las condiciones ecológicas reducen su papel sobre el paisaje

resultante, pero siempre están presentes, porque los paisajes agrarios del

pasado eran el producto directo del aprovechamiento idóneo del medio, en

tanto que los del presente lo son de la explotación más adecuada de las

“ventajas comparativas”.

2.- La diferenciación de los paisajes agrarios a partir del potencial ecológico, poblamiento, parcelario y aprovechamiento del suelo. Siendo incuestionable la incidencia del medio ecológico sobre el paisaje

agrario, el poblamiento ejerce un papel motor o director, por cuanto supone la

cristalización o configuración espacial de un modelo de ocupación del territorio

que, al fin de cuentas, representa la herencia cultural que cada grupo humano

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recibe y proyecta sobre el espacio. Así, el poblamiento -concentrado o

disperso, o, en su caso, intercalar- no es más que el proceso de puesta en

valor de un territorio a partir de su ocupación, de la construcción de las casas o

viviendas -el hábitat-, de la roturación del monte y su conversión en campos de

cultivo, de la construcción de caminos y vías de acceso a las parcelas, de la

plantación de cultivos perennes y de otras muchas operaciones y actividades

que suceden a la primera ocupación de un terreno.

El medio ecológico, el poblamiento y el parcelario –el ager romano-,

además del monte -el saltus-, con sus espacios de relación –caminos, sendas,

veredas, cañadas, cordeles…- constituyen los elementos espaciales básicos de

los aprovechamientos agrarios, que, superpuestos a los anteriores, configuran

un tipo de paisaje agrario singular y distinto en cada dominio, en cada región y

en cada comarca, originando mosaicos paisajísticos, mucho más diversos y

contrastados en el pasado que en el presente, cuando, merced al proceso de

tecnificación, han evolucionado claramente hacia la homogeneización y hacia

la indiferenciación paisajísticas.

a.- El papel menguante de las condiciones ecológicas.

Y es evidente que, frente al papel menguante del medio ecológico

considerado a gran escala, a unos cientos de kilómetros cuadrados, continúa

manteniendo un papel preponderante a escala planetaria, con sus zonas,

dominios y grandes regiones agrarias, que, en cierto modo, calcan las zonas,

dominios y regiones naturales del globo, tal como aparecen en el mapa del

Land Cover Modis 2004 (figura 6).

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Figura 6. Las bases de partida de los paisajes agrarios: el potencial ecológico: zonas y dominios biogeográficos en 2004, tomado de Land Cover NASA. Imágenes Modis (web de la NASA)

Incluso, el Informe Dobris de la Unión Europea plantea también los

paisajes naturales como la base o fundamento de los paisajes agrarios, tal

como se aprecia en el mapa adjunto (figura 7), en el que se establecen unos

tipos de paisajes más cercanos a la naturaleza que a las transformaciones

sufridas a lo largo de la historia.

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Figura 7. Paisajes europeos según el Informe Dobris

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b.- Poblamiento y parcelario como herencias paisajísticas persistentes. Resulta evidente que, visto desde el aire, el parcelario aporta los rasgos

claves del paisaje agrario. Es clave e incuestionable; y es un producto histórico

y actual. La contemplación de los valles centrales de Asturias, al sur de Oviedo,

permite, por sí sola, corroborar esta afirmación (figura 8). La abundancia de

parcelas, de pequeño y hasta ínfimo tamaño, rodeadas de seto vivo y

dedicadas a la producción de hierba, con algunos manzanos dispersos o con

pequeños enclaves de tierras agrícolas, acompañado todo de un monte

residual y localizado en los terrenos más pendientes, nos habla de una

economía tradicional, de vocación agrícola y ganadera, que, con el paso del

tiempo y la modernización, se ha orientado casi exclusivamente a la ganadería

de vacuno, sin romper con la fragmentación parcelaria derivada de las

herencias y apoyada en una ganadería complementaria y de tiempo parcial que

resiste el paso de los años, pero ni los aprovechamientos de hogaño coinciden

con los de antaño, ni el funcionamiento y objetivos de la explotación ganadera

de nuestros días se parecen a los tradicionales, por más que el parcelario y el

poblamiento se mantengan, con variaciones e incluso con mutaciones, pero sin

perder su carácter disperso ni su integración ambiental.

Figura 8. Perspectiva aérea de los valles asturianos centrales, al sur de Oviedo, con una trama parcelaria tradicional, muy fragmentada en pequeñas parcelas inferiores a 1 ha, rodeadas de seto vivo, con dedicación especial a la producción de hierba para una ganadería de vacuno de leche, que cada vez se orienta más a la carne, basada en razas autóctonas o en cruces con la pardo-alpina, la limusina y la charolesa. El poblamiento, muy influido por la proximidad a la ciudad, es más denso que el tradicional, de modo que la casería asturiana cada vez se diluye más en el piélago de construcciones o residencias secundarias (o principales) que se extienden por efecto de la salida de la ciudad hacia el campo. (Foto: A. Humbert y F. Molinero, agosto de 2008, vuelo patrocinado por la Casa de Velázquez de Madrid)

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Este parcelario de innúmeras teselas, repetido y ajustado a cada

circunstancia en la franja atlántica de la España montañosa septentrional y

noroccidental, contrasta vivamente con el de las llanuras centrales, en las que

a la planitud del suelo se suma la dureza del clima, el frío duradero, las heladas

primaverales, que reducen los aprovechamientos a los típicos cereales sobre

vastas campiñas, donde la trama del parcelario viene dada por la orientación

de los surcos y la diversidad de cultivos. Los pueblos, pequeños, encogidos y

aminorados, apenas se perciben entre la inmensidad de campos, entre los que

destaca, señera y convertida en atalaya del horizonte, la torre de la iglesia. La

inmensidad, el piélago de tierras y la escasez de gentes funden la densa

ocupación del ayer con el vacío humano de hoy. Son los campos de Castilla

que el poeta cantara en otro tiempo como cuadro vivo y colorido, hoy reducido

a esas tonalidades pardas y pálidas, reflejo de un decaimiento sin par (figura

9).

Figura 9. Llanuras cerealistas de Tierra de Campos, donde la inmensidad de tierras, de horizontes abiertos e infinitos, preside el abrazo del cielo y el suelo, donde los pueblos, pequeños y diezmados, resisten el paso del tiempo con casas abandonadas, con abundantes naves dedicadas a la guarda del cereal y la maquinaria, donde la fragmentación tradicional de las parcelas ha sido eliminada mediante operaciones masivas de concentración parcelaria, que han convertido en una sola “finca” lo que antes eran 6 y hasta 10 y 20 parcelas. La concentración ha uniformado el paisaje, ha eliminado ribazos y lindes, charcas, arroyos y caminos, ha permitido ganar en homogeneidad todo lo que ha perdido en diversidad, pero era el sino y signo de los tiempos modernos, en los que la mecanización ha vaciado los campos y los pueblos y ha dejado un poso amargo de modernidad inacabada (Foto: A. Humbert y F. Molinero, agosto de 2008, vuelo patrocinado por la Casa de Velázquez de Madrid)

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Poblamiento y parcelario han corrido parejos, si bien, aunque heredados

ambos, han conocido mutaciones divergentes para adaptarse a la demanda del

mercado. Las figuras 8 y 9 lo ponen de manifiesto, sin olvidar que la base del

poblamiento actual hay que buscarla en la historia, que en gran medida explica

los contrastes en las densidades ocupacionales y en el tamaño de los núcleos,

tal como se aprecia en la figura 10, en la que se comprueba que el número de

núcleos o entidades de población es mucho mayor en el norte (provincias de

Asturias y Girona) que en el centro (Palencia) o en el Sur (Ciudad Real), pues

los 4 rectángulos, de 4.000 km2 cada uno, contienen un número

completamente dispar de entidades de población, relacionado con la forma en

que se produjo la ocupación histórica de estas tierras durante la Reconquista y

Baja Edad Media.

Figura 10. Tipos de poblamiento en el norte, centro y sur de España. Cada rectángulo, de 4.000 km2, nos permite contar la densidad relativa y el tamaño de las entidades de población. Si bien estas manchas están extraídas de la Base Cartográfica Nacional del IGN (escala 1/50.000) y habría que actualizarlas con los procesos habidos en el siglo XXI, que aquí no se recogen, reflejan claramente las disparidades del poblamiento, mucho más relacionadas con fenómenos históricos que con factores ecológicos.

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La concentración en grandes núcleos, bien defendidos, de la España

meridional, se deriva de una voluntad de ocupación del territorio a partir de

vastos espacios, administrados desde un pueblo central para facilitar el

gobierno de estas tierras. Ello no obsta para que la escasez de entidades de

población se acompañara de numerosísimos cortijos y ventas como centros de

explotación de la tierra en el primer caso y de servicios a la población que se

desplazaba en el segundo. La imagen de Montoro (Córdoba), en una cortada

del Guadalquivir, con sus casas blancas asomándose al río, vigiladas por la

torre de la Iglesia y los olivares, nos habla de esas villas meridionales, con más

aire de pueblo que de ciudad, pero con un tamaño mucho mayor que el de los

villorrios norteños (figura 11). El cortijo olivarero y agrícola (figura 12), al pie de

Sierra Morena, unos cuantos kilómetros al norte de Montoro, nos muestra el

carácter de esas unidades de poblamiento, que son centro de explotación y de

hábitat, con todas sus dependencias, aunque hoy aparezcan a menudo

convertidas en residencias secundarias. Este poblamiento concentrado del Sur,

con sus grandes núcleos a partir de los cuales se desarrollaba el ruedo, como

franja agrícola, y el trasruedo, como orla exterior de la dehesa o el monte, se ve

nítidamente todavía en núcleos como Villanueva de Córdoba, tal como se

refleja en la imagen de Google (figura 13).

Figura 11. Montoro (Córdoba), acostado sobre la ribera del Guadalquivir (Foto: F. Molinero, octubre 2007)

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Figura 12. Cortijo olivarero en las faldas meridionales de Sierra Morena, entre Montoro y Villanueva de Córdoba. Los establos, almazara, depósitos, almacenes, vivienda noble y viviendas de los obreros se repartían las dependencias, a las que se añadían los huertos rodeados de muros y otras construcciones. Hoy han desaparecido la mayor parte de esas funciones (Foto: F. Molinero, octubre 2007).

Figura 13. Dehesa, ruedo y núcleo de Villanueva de Córdoba, como ejemplo típico del poblamiento concentrado del Sur, en el que, a pesar del carácter ganadero de la explotación agraria, el ruedo se dedica a los cultivos agrícolas. (Imagen Google, septiembre 2009)

El poblamiento rural, en gran medida heredado del pasado, está

cambiando constantemente, pues, mientras unos pueblos se vacían o quedan

diezmados, como se ve principalmente en el norte, otros crecen y se

densifican, como sucede en las áreas periurbanas, en las villas costeras y en

algunos otros núcleos del interior, bien se trate de centros comarcales o de

núcleos situados en entornos ecológicamente privilegiados. En este sentido, el

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mapa del poblamiento rural propuesto por la Dirección General de Desarrollo

Rural del MAPA recoge bien esa dualidad existente entre el “rural profundo”,

extendido de una manera general por toda España, con las excepciones de la

franja mediterránea y los enclaves urbanos o periurbanos del interior, el “rural

intermedio”, coincidente con los centros comarcales y villas de cierta entidad,

especialmente en el sur de España, frente al “urbano” y al “urbano focalizado a

dinámico”, nombre que se da básicamente a las áreas periurbanas (figura 14).

Los criterios seguidos para establecer esta clasificación se han apoyado

en el tamaño del municipio, en primer lugar, como viene siendo normal; en la

dinámica demográfica, en segundo lugar, estableciendo un nítido contraste

entre los que crecen y los que pierden población; en la distancia superior o

inferior a 20 km a la capital, en tercer lugar, como criterio de situación en áreas

periurbanas o fuera de ellas; en el carácter turístico, o no, del municipio, en

cuarto lugar, pues el poblamiento de las villas turísticas introduce una nueva

categoría, caracterizada por la magnitud y progresión de los núcleos, además

de por su situación generalmente costera; finalmente, el tipo de actividad

económica discrimina claramente a los núcleos del rural profundo frente al

resto, pues, a pesar del proceso de desagrarización, que todo el mundo da por

hecho, todavía hay miles de municipios del interior de España con un peso muy

elevado de la población agraria, como veremos.

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Figura 14. Mapa propuesto por la Dirección General de Desarrollo Rural a los efectos de la Ley de Desarrollo Rural del período 2007-2013 de los presupuestos comunitarios. Llama la atención la magnitud del “rural profundo”, coincidente con todo el interior, salvo los centros comarcales y los pueblos grandes del sur de España. Este mapa, reelaborado, por “zonas rurales” ha sido incluido en el PROGRAMA DE DESARROLLO RURAL SOSTENIBLE (2010-2014) del MARM (cap. 4, p. 5. También el mapa de la p. 4 muestra que las “zonas a revitalizar” abarcan la mitad del territorio español), disponible en: www.mapa.es/desarrollo/pags/ley/2010/4.Zonas%20rurales%20aplicación%20programa.pdf

En conclusión, tras el proceso histórico y actual, podemos afirmar que

hay una clara abundancia de núcleos -antiguos municipios o concejos- que

tienden a concentrarse por su incapacidad de hacer frente a los gastos

administrativos; se trata de una concentración administrativa, pero no del

poblamiento. Frente a este proceso, la pérdida de población de los núcleos

más inaccesibles o con falta de equipamientos es una realidad inacabada. Hay

una tendencia clara a la concentración de la población en las cabeceras

comarcales o en las capitales -fenómeno del que la despoblada provincia de

Soria es una buena muestra- y al abandono progresivo de los núcleos más

pequeños. Sin embargo, en sentido contrario, se está dando una clara

tendencia a la recuperación de las casas, pero no de las viviendas, ya que los

visitantes no moran en ellas más que circunstancialmente.

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Entretanto, la modernización agraria ha conducido hacia una

disminución de la diversidad paisajística, en gran medida procedente de la

disminución de un gran número de aprovechamientos tradicionales.

c.- Los paisajes agrarios como resultado de las ocupaciones del suelo. La simple contemplación de las llanuras cerealistas de Tierras de

Campos en el corazón de Castilla, o la inmensidad de los viñedos manchegos,

o la reiteración inacabable de los olivares jiennenses constituyen meros

ejemplos del papel preponderante de los cultivos en el paisaje agrario. Como

vemos en el mapa de síntesis (figura 15), los grandes grupos de

aprovechamientos agrarios, definen claramente grandes grupos de paisajes

agrarios.

Figura 15. Distribución de los grandes grupos de cultivos y ocupaciones del suelo en España, según el CLC 2000. Los 10 grandes grupos representados aparecen como manchas dominantes en el territorio, de modo que los secanos y regadíos del interior se distinguen perfectamente de las dehesas, de las manchas de matorrales y montes o de las praderas de la Cordillera Cantábrica. Viñedos y olivares, por otro lado, aparecen bien representados, por más que el viñedo quede disminuido debido a la imprecisión de la escala (1/100.000) utilizada en las imágenes de satélite del CLC 2000. (Fuente: IGN: Image and CLC 2000. Elaboración de F. Molinero).

Sin pretender ser exhaustivos, hemos elaborado una aproximación a los

paisajes agrarios de España a partir de las consideraciones, métodos y

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F. Molinero Hernando

propuestas realizadas por el Grupo de Investigación sobre Los paisajes de la

agricultura en España, que, formado por equipos en torno a R. Majoral y F.

Molinero en 2006, se ha extendido a toda España y está trabajando con

grupos dirigidos desde las universidades de Valladolid, Barcelona, Autónoma

de Madrid, Pablo de Olavide de Sevilla y Universidad del País Vasco. Los tipos

propuestos, a escala de categorías y clases, sin ser definitivos, representan

una aproximación holística al conjunto de los paisajes agrarios, que

próximamente cristalizará en una publicación avalada por el MARM y en la que

se recoge la caracterización y estudio de cada uno de los tipos propuestos.

Cuadro 1. Categorías y clases de paisajes agrarios atlánticos

1 Prados de labor y cultivos forrajeros I. PAISAJES GANADEROS ATLÁNTICOS 2 Brañas, pastizales y prados de altura 3 Viñedos 4 Horticultura y cultivos especializados

II. PAISAJES AGRÍCOLAS ATLÁNTICOS

5 Policultivos 6 Bosques III. PAISAJES FORESTALES ATLÁNTICOS: 7 Landas y monte bajo

Cuadro 2. Categorías y clases de paisajes agrarios mediterráneos y canarios 8 Campiñas, páramos y piedemontes de secano 9 Campiñas y vegas de regadío

I. PAISAJES DE LOS CULTIVOS HERBÁCEOS MEDITERRÁNEOS

10 Arrozales 11 Viñedos 12 Olivares 13 Naranjales y otros cítricos

II. PAISAJES DE LOS CULTIVOS LEÑOSOS MEDITERRÁNEOS

14 Otra arboricultura mediterránea 15 Dehesas III. PAISAJES GANADEROS MEDITERRÁNEOS 16 Pastizales y matorrales mediterráneos 17 Terrenos forestales IV. PAISAJES FORESTALES MEDITERRÁNEOS 18 Matorrales y monte bajo mediterráneo 19 Horticultura al aire libre V. PAISAJES DE LA HORTICULTURA MEDITERRÁNEA 20 Horticultura bajo plástico

21 Paisajes agrarios del regadío, medianías y enarenados y jables

VI. PAISAJES AGRARIOS Y FORESTALES DE CANARIAS

22 Paisajes forestales del monte verde y los pinares canarios

Cuadro 3. Categorías de paisajes agrarios: transversales 23 Periurbanos VII. PAISAJES TRANSVERSALES 25 De transición, híbridos y del abandono

Fuente: Grupo de Investigación sobre Los Paisajes de la Agricultura en España (2006-2009) y sobre Las Unidades de Paisaje Agrario de España,(2009-2012)

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Paisajes y economías agrarias: Del policultivo de subsistencia a la especialización…

3.- Los paisajes agrarios como modos de vida en la agricultura tradicional, en la preindustrial y hasta en la moderna.

Después de milenios de evolución y, tras medio siglo de cambios

espectaculares en la agricultura española y mundial, se puede pensar que la

agricultura tradicional se ha terminado y que ya se inserta en las coordenadas

del mercado global. Sin embargo, los paisajes agrarios tradicionales perviven y

perdurarán todavía durante generaciones. En primer lugar, porque la evolución

técnica, siendo general, no ha llegado a todos los rincones del Planeta. En

segundo lugar, porque, incluso llegando, siempre deja huellas, a veces

funcionales, otras veces desadaptadas, pero persistentes.

El poblamiento de la pobreza y de la adaptación al medio, como este

poblado del Rajastán indio (figura 16), con casas de arcilla y paja lo podemos

ver en cualquier otra parte del mundo árido o subárido, desde los altiplanos

andinos hasta los bordes del Sáhara o en las montañas camerunesas…

Figura 16. Poblado típico del Rajastán occidental indio, en pleno desierto. Los materiales de las casas son arcilla y paja. Apenas crecen árboles y arbustos y las pequeñas depresiones son la base de la vida vegetal y de la acumulación hídrica, que permite extraer agua de pozos, a cierta profundidad. Sin llegar a ser un verdadero oasis, se acerca bastante. La vitalidad demográfica favorece su mantenimiento. (Foto: F. Molinero)

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F. Molinero Hernando

Figura 17. Trillando el arroz en la carretera, entre Tamil Nadu y Kerala, sur de la India. El paso de los vehículos sobre la mies extendida sirve para separar paja y grano, que luego se recoge. (Foto: F. Molinero, febrero de 1997)

Asimismo, la trilla del arroz en la carretera, aprovechando el paso de los

vehículos rodados en el sur de la India (mes de febrero), representa un paisaje

agrario imborrable, con los campos de arroz verde encharcados, con los

cocoteros en los bordes de las parcelas, con la actividad febril de la gente en

cualquier época del año son imágenes duraderas, a pesar de la modernización

impresionante de la India en todos los ámbitos de la economía.

La economía agraria de subsistencia y mercado de pequeña escala

aportan estas imágenes que el paso del tiempo ha sido incapaz de borrar. Si

nos fijamos en nuestras latitudes, todavía podemos encontrar algunas

reminiscencias, más arqueológicas que funcionales, pero que perduran

adaptadas a la modernidad, bien como piezas de museo o bien con otros

destinos distintos a los tradicionales. Los hórreos de Prioro (alto Cea, León) se

utilizan para la conservación de granos, frutas, matanza y otros alimentos, a

pesar de contar con frigoríficos y despensas que los hacen innecesarios. Sin

embargo, apenas podemos ver hoy los almiares o pajeros de hierba -montones

cónicos de hierba en torno a una vara- que hacían las veces de silo o henil

(figuras 18 y 19), aunque todavía hoy se ve alguno en el País Vasco y en

Cantabria.

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Figura 18. Hórreos en Prioro, alto Cea, León. Los hórreos, de aspecto cuadrado, propios del mundo asturiano y sector central de la Cordillera Cantábrica (frente a los gallegos, de planta rectangular), no eran más que construcciones en madera para almacenar el maíz u otros cultivos y los productos de la matanza. Estaban aireados y cubiertos de techo de tejas, por lo que eran aptos para la maduración y el curado de los productos, sin que sufrieran los efectos de la humedad ambiental. Debajo de cada una de las cuatro esquinas y encima de cada pilar llevaban una piedra ancha y plana –la tornadera-, que evitaba la entrada de roedores. Era una sabia manera de conservar durante meses los granos y alimentos. Hoy todavía persisten como almacén de alimentos o de trastos, si bien han desaparecido en gran medida. (Foto: C. Cascos, 2008)

Figura 19. Pajeros o almiares para conservar la hierba seca, en Torrestío, Babia, León, 1985. Foto de J. L. Martín Galindo

Como resultado de la economía agraria tradicional, podemos concluir

que en el pasado, cada comarca, cada valle de montaña formaba una unidad,

más o menos cerrada, que daba paso a un paisaje agrario singular, a veces

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F. Molinero Hernando

único, pero el proceso modernizador y el paso hacia una economía de mercado

en el sentido que planteaba Lebeau para Europa (véase epígrafe 1) ha traído

una tendencia incuestionable hacia la homogeneización paisajística

4.- La homogeneización paisajística y la especialización regional agraria con la agricultura capitalista.

En este sentido, la revolución de los transportes de mediados del S. XIX

fue la condición necesaria para la especialización, como lo pone de manifiesto

el informe Porter de 1835, en el que se indicaba que “para proveer al Reino

Unido sólo de trigo exigiría una cantidad doble de barcos de los que entran

anualmente en nuestros puertos” (informe de G.R. Porter al gobierno inglés, en

Bairoch, P., 19761). Este simple ejemplo permite colegir la importancia de los

transportes en el mantenimiento de una agricultura cerrada, en la que los

intercambios tenían poca entidad y se realizaban a distancias cortas o medias,

siendo excepcionales los intercambios agrarios continentales, basados siempre

en productos de gran valor. Sin embargo, como apunta Bairoch en la obra

comentada, la aplicación del vapor y la hélice a los barcos, unido a la

construcción de buques con casco de acero y a la expansión rápida del

ferrocarril, revolucionaron los intercambios agrarios a partir de la segunda mitad

del siglo XIX.

La expansión de la tecnificación se acompañó de una lenta

homogeneización de los espacios y paisajes agrarios (véase figura 20 a, b, c y

d para el caso español), empezando por las grandes plantaciones americanas

y de todo el mundo tropical y continuando por los grandes cultivos

continentales europeos, como el trigo u otros cereales, tubérculos, forrajes y

cultivos industriales... (figura 21). La tecnificación progresiva redujo

sustancialmente el empleo de mano de obra, mientras se afianzaba de manera

inexorable el abandono de la agricultura campesina sustituida por la capitalista

y empresarial, en la que las explotaciones eran cada vez más grandes y los

1 Este informe, citado por P. Bairoch en su obra Revolución industrial y subdesarrollo, (Siglo XXI, 3ª ed., Méjico, 393 pp, 1976. Cfr. pp. 86 y 250), habla claramente de la imposibilidad de establecer un mercado mundial, porque no había capacidad de transporte. Cada país tenía que produ-cir casi todo lo que consumía.

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agricultores menos numerosos, si bien se mantuvieron durante largos decenios

como “agricultores de base familiar”. Las parcelas se reducían en número y se

acrecentaban en tamaño mediante procesos, espontáneos o dirigidos, de

concentración parcelaria y ordenación rural, tanto en el mundo de economía de

mercado como en el de economía de planificación central.

Figura 20 a, b, c y d.: el proceso de tecnificación en España: Los dos asnos tirando de un arado romano representan el punto de arranque secular. La sembradora y la fumigadora de alfalfa, aunque avances pequeños en los años 1950-1960, suponen la superación de lo tradicional (las 3 fotos proceden del Fondo Histórico del MARM). La vendimiadora mecánica es un hito técnico para una labor difícil (foto cedida por M. Esteban de Íscar: viñedos de Serrada, Valladolid, 2004)

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Figura 21. Homogeneidad paisajística en el océano olivarero de la Loma, Jaén. La expansión reciente del olivar, favorecida por los apoyos de la PAC, ha rellenado los huecos de tierra calma y ha densificado la ocupación olivarera del suelo, dando paso incluso al regadío, como se observa en las balsas creadas para almacenar agua durante los meses lluviosos y distribuirla durante los secos (Foto de J. Domingo Sánchez y V. J. Gallego, 2009)

Sin embargo, la conservación de la especificidad ecológica en cada

dominio y región agraria era evidente. Así, las grandes áreas de cultivos

especializados, que explotan la facilidad de transporte, se localizaban en

regiones favorables, como sucedía con los belts americanos o, en nuestro solar

ibérico, con el olivar andaluz (figura 21) o los viñedos manchegos y riojanos o,

incluso, con los cítricos levantinos, que aún manteniendo su extraordinaria

fragmentación parcelaria, daban paso a algunas plantaciones de entidad

superficial volcadas a la exportación. Este proceso, desde finales del siglo XIX

y hasta los años 1960, permitió la convivencia de la agricultura tradicional -la de

los modos de vida- con la especialización general y con el nacimiento de la

agricultura capitalista y la consolidación del agricultor-empresario.

La tendencia a la especialización comienza en EEUU a mediados del

XIX, con la producción a gran escala y la exportación del trigo “mareado”

(traído por mar) a Europa, a precios competitivos con los del Viejo Continente.

Sigue con el gigantismo en la ganadería, con los grandes parques de engorde

de ganado vacuno, -los feed-lot- o los carruseles de ordeño o la ganadería

industrial de aviar y porcino… y se consolida con los intercambios mundiales a

partir de los años 1950/1960. Cada territorio busca sus “ventajas

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comparativas”, entre las que cuenta grandemente la tradición cultural y el

medio físico, pero esta tendencia se frena por la falta de regulación de los

mercados agrarios mundiales, la cual no se impuso a escala global hasta la

creación de la Organización Mundial de Comercio en 1995.

En esta fase se consolida un paisaje agrario banal y uniforme, que

explota “la diferencia” como recurso cultural, patrimonial y económico: el

encanto y atractivo de lo pequeño y marginal es la excepción. Por eso, se

generaliza en el mundo desarrollado el paisaje de grandes mallas, con la

expansión del tractor y de todo tipo de máquinas desde finales de la II Guerra

Mundial hasta nuestros días. Se trata de máquinas cada vez más grandes y

más complejas que realizan todo tipo de labores, aunque esencialmente se

centran en el tractor y en las cosechadoras (de cereales, de algodón, patata,

remolacha, uva, tomate, aceituna…), secundadas por un sinfín de

complementos y pequeñas máquinas que cada vez hacen de la agricultura una

actividad más acorde a los patrones de la producción industrial que a los de la

agricultura concebida como forma de vida. No obstante, la pervivencia del

campesinado es una constante en los países menos evolucionados y

densificados del mundo asiático y africano, en los que, a pesar de la

tecnificación, la población agraria crece sin parar, de modo que el éxodo

campesino no supone un abandono rural, ya que los campos se mantienen

vivos y llenos de agricultores, braceros y de personas que ejercen actividades

distintas a las agrarias. Y, aunque los ritmos evolutivos sean distintos, el

modelo general se impone: la agricultura es una actividad en retroceso, por

cuanto mengua su capacidad de empleo, a pesar de que crece su capacidad

de producción. Y esta tendencia es realmente paradigmática.

5.- El paisaje agrario y los paradigmas del desarrollo rural: abandono, recuperación y cambios.

No podemos prescindir de las enseñanzas derivadas de la evolución

histórica de la agricultura y de los paisajes agrarios en los países más

evolucionados, pues muestran el camino seguido que, con otros ritmos, con

otros condicionantes, parece imponerse en el resto del mundo.

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F. Molinero Hernando

Así, si nos atenemos a las estadísticas de la FAO, el proceso de

tecnificación y de intensificación de la agricultura mundial es incuestionable,

como también lo es que cada país, cada conjunto social tiende a reducir su

número de agricultores mientras mantiene o aumenta las producciones

agrarias. De este modo, la agricultura, que continúa siendo la fuente de

empleo más importante en el mundo actual, da trabajo a unos 1.287 millones

de personas, equivalentes a un 41% del empleo total mundial (FAO, 2009), que

no cesan de crecer y que, en contra de lo que cabía esperar, la modernización

obligaría a abandonar esa actividad a un creciente número de agricultores y

trabajadores agrarios. Pero, aunque así sucede, el abandono agrario de

muchos no implica que se haya llegado aún a la plétora demográfica agraria o

rural. Ahora bien, de momento los modelos evolutivos son claramente distintos

en el mundo avanzado respecto al Tercer Mundo, por más que coincidan en la

tendencia.

Es así como podemos establecer cuatro paradigmas de desarrollo rural,

que representan la situación de todas las sociedades, si bien las de los países

industriales de la OCDE caminan hacia el cuarto paradigma, mientras las

menos evolucionadas de África y Asia se encuentran en el segundo y las de

América Latina en una situación intermedia, con caracteres de ambos. El

primer modelo de desarrollo rural ha correspondido al de la agricultura

preindustrial, en el que los agricultores suponían la mayor parte de los

trabajadores del campo. El segundo paradigma se basa en el abandono del

campo, debido a la tecnificación y al éxodo rural. El tercero consistiría en una

pretendida recuperación de los espacios rurales por diversificación funcional y

éxodo urbano, y el cuarto, finalmente, en una verdadera recuperación rural,

aunque el contenido social del campo sea muy distinto al tradicional, ya que la

plurifuncionalidad se habrá hecho a costa de la drástica reducción de

agricultores.

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a.- Los claves del primer y segundo paradigma de desarrollo rural: el ejemplo español.

España se incorporó tarde y lentamente al éxodo rural, con lo que el

paso del primer modelo de desarrollo rural al segundo tuvo lugar después de la

Guerra Civil y eclosionó en los años 1960. El abandono del primer modelo

comenzó a producirse en el campo europeo, y con él en el español, a partir de

la revolución agrícola de mediados del s. XVIII. Ya a finales de éste, la

revolución industrial potenció esa aceleración, aportando medios técnicos que,

progresiva e inexorablemente, produjeron avances, redundantes en menores

exigencias de mano de obra. Avances en el uso de maquinaria y abonos que

no mermaron la densidad de ocupación del campo español hasta 1950 o 1960,

según regiones. A pesar de la utilización previa de máquinas segadoras,

aventadoras, trilladoras…, sólo la generalización del uso del tractor y la

cosechadora provocó el fin de la agricultura tradicional a mediados del s. XX.

Todavía en esos años la sociedad rural española era una sociedad

agraria, en la que en torno a la mitad de la población trabajaba en la agricultura

y vivía de la agricultura. Era más moderna que la sociedad rural del siglo XIX,

en la que más de las tres cuartas partes de la población dependía de la

actividad agraria para su supervivencia, con un contenido demográfico,

económico y social anclado en ese primer paradigma de desarrollo. Los años

posteriores a la Guerra Civil, debido a la autarquía, mantuvieron las ideas de

desarrollo social precedentes, herederas del regeneracionismo, que otorgaba a

la agricultura la mayor capacidad de creación de riqueza, confiando la

renovación de la agricultura a la Colonización (Molinero y Alario, 1994: 65),

pero las carencias de todo tipo impidieron una modernización agraria y rural,

que comenzó ya a mediados de la década de 1950, con la defensa a ultranza y

el apoyo técnico y financiero a la agricultura productivista, mantenido hasta

después de nuestro ingreso en la CEE.

El efecto de la expansión de la agricultura productivista fue la salida del

campo de más de 6 millones de españoles, a pesar de los objetivos de la

política colonizadora y de la puesta en marcha de los nuevos regadíos, con su

pretendida capacidad de freno a la emigración…, que iban a suponer una

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descongestión de la población urbana y el fomento de la población rural (López

Ontiveros, 1992: 273)

De este modo, a partir de los años 1955 a 1960 el campo español

abandonó ese primer paradigma, correspondiente al de una sociedad rural

agraria. A partir de los años 1960 y 1970 la sociedad rural de España era la

imagen viva del segundo paradigma, con un éxodo rural impresionante,

derivado de una modernización técnica y económica que diezmó el campo,

descoyuntó las estructuras demográficas tradicionales y desestructuró toda la

trama social tradicional. La década de 1980 no representó más que un

estancamiento y consolidación del abandono del campo frente a la

cristalización y afirmación urbana. Como resultado, cuando España entró en la

CEE en 1986 todavía tenía más de un 15% de activos trabajando en la

agricultura y numerosas regiones superaban el 25%, llegando en el caso

extremo de Galicia a un 42% de sus activos totales. El medio rural se

modernizó a costa de la pérdida de los excedentes agrarios, quedándose

anémico y desquiciado, quemando etapas respecto a lo que había sucedido en

la Europa más avanzada.

Pero el campo español, desestructurado, fue beneficiario de políticas

estructurales productivistas, entre las que destacan la concentración parcelaria,

la colonización, la expansión y mejora de los regadíos y de los medios de

producción, del cooperativismo… , aunque ya en esta etapa, la Administración

comprendió que el desarrollo agrario debía ser integral y debía concebirse

como desarrollo rural, como lo ponen de manifiesto las normas sobre la

Ordenación Rural a partir de 1964, con el Decreto 1/1964, completado

posteriormente con la Ley 54/1968 de Ordenación Rural1. Sin embargo,

conseguido un nivel de desarrollo económico que garantizaba un

abastecimiento suficiente y diversificado de alimentos al mercado nacional, la

1 Tampoco faltó ese sentido integral a la Ley de 27 de julio de 1968 sobre Ordenación Rural, que la concebía como "...una actividad del Estado dirigida en primer término a conseguir la constitución de empresas agrarias de dimensiones suficientes y de características adecuadas en orden a su estructura, capitalización y organización empresarial, pero encaminadas también a promover, con la actuación coordinada de los diferentes departamentos ministeriales y de la Organización Sindical, la formación profesional y cultural, la reestructuración de los núcleos rurales, la instalación de industrias, servicios y actividades que conduzcan a mejorar el bienes-tar social de la población..."

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sociedad urbana rechazó este modelo como agresor del entorno y destructor

del mito de la "tranquilidad" y del "equilibrio con el medio" del modelo agrario

tradicional (Molinero, F. y Alario, M., 1994: 70). La sociedad agraria tradicional,

diezmada y ninguneada por los urbanitas, desplazada de su papel de actor

principal del mundo rural, sentía que iba perdiendo poder y capacidad de

decisión y que los agricultores estaban siendo reemplazados en los puestos de

la administración local por profesionales de los servicios o de la construcción, o

por neorrurales que desconocían el funcionamiento y las necesidades de los

agricultores y ganaderos.

b.- El reciente proceso de desagrarización y el tercer paradigma de desarrollo rural.

El tercer paradigma de desarrollo comienza cuando se quiere hacer

frente a la inexorable caída de la agricultura como sector productivo, como

actividad generadora de empleo y como soporte de una parte de la sociedad,

menguante tanto en poder económico como en consideración social e incapaz

de mantener el tejido demográfico del campo. La búsqueda de alternativas no

ha sido capaz de compensar las pérdidas de activos agrarios, que, como

vemos en la figura 22, han caído drásticamente. Los datos de la evolución de

ocupados agrarios por CC.AA., entre 1986 y 2010, evidencian el grado de

regresión, en especial en el caso gallego, aunque, en conjunto, España pasa

de casi un 16% a un 4,2% y comunidades como Galicia caen desde más de un

42% a menos de un 8%

Sin embargo, este proceso de desagrarización debe ser matizado, por

cuanto, siendo manifiesto, es dispar y, sobre todo, afecta de una manera

distinta al espacio rural. El simple análisis de los datos de ocupados en la

agricultura según Censo de Cotizantes del I.N. de la Seguridad Social, que en

junio de 2007 totalizaba 19,36 M, nos permite deducir que más de la mitad de

los municipios españoles tiene por encima de un 30% de sus afiliados totales a

la Seguridad Social en la rama de la Agricultura, e incluso un 30% del total de

los municipios tiene más de la mitad de sus afiliados en la rama agraria de la

Seguridad Social ¿Desagrarización? En las llanuras del Duero y las tierras de

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la Cordillera Ibérica se concentran los valores más altos de municipios agrarios

(figura 23). En la España de 2007 había 2.907 municipios que superaban un

40% de sus activos empleados en la agricultura, con una media del 54,8%, y es

en el interior del país donde se aglutinan las comarcas más tradicionales, con

mayor peso agrario y con peor balance demográfico. Esos casi tres mil

municipios sólo llegaban al 6,9% de empleos en la industria, según el Censo de

Afiliados a la Seguridad Social en junio de 2007. Si tenemos en cuenta los

municipios que superaban un tercio de cotizantes en agricultura, su número

ascendía a 3.513, con una media de un 51,5% en agricultura.

Figura 22. El proceso de modernización agraria que había comenzado a finales de los años 1950 en España, continuó después del ingreso en la CEE y se ha mantenido imparable hasta nuestros días. Como resultado, la población ocupada en la agricultura ha caído drásticamente y sólo mantiene un cierto peso en las regiones de agricultura intensiva. La reducción media de España, que pasó de un 15,8 a un 4,2% entre las fechas extremas, muestra claramente el camino seguido por todas y cada una de las CCAA.

El mapa (figura 23) resulta bien expresivo al respecto, pues en él llama

la atención el elevado peso de los ocupados en la agricultura en toda la España

interior, con algunas excepciones significativas en las ciudades y entornos

periurbanos, aunque el predominio de territorios intensamente agrarios

corresponde a la región del Duero, a las serranías de la Cordillera Ibérica, a los

somontanos de la depresión del Ebro y a las cumbres Béticas, a las que cabe

añadir el interior de Galicia, no apreciable en el mapa (elaborado por

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municipios, en vez de por entidades locales). En esos territorios se localiza,

concentra y mantiene ese denominado “rural profundo”, que permanece con un

marchamo indeleble de territorio agrario, poco dinámico y regresivo en

población, aunque cada vez más tecnificado y modernizado en la producción y

en las explotaciones agrarias.

En consecuencia, podemos afirmar rotundamente que el proceso de

desagrarización en la España interior es muy relativo, por cuanto predomina

nítidamente el empleo y la actividad agraria en la mayoría de los pueblos, por lo

que la diversificación funcional que tanto se defiende por políticos, ordenadores

del territorio y ensayistas teóricos no es más que un hecho incipiente, aunque

consolidado en algunos espacios periurbanos y en otros de montaña

especializados en minería (decadente) o en turismo rural, mientras las

actividades industriales, de carácter tradicional o maduro, tienen poca

representación.

Figura 23. Proporción de población afiliada a la Seguridad Social Agraria sobre población afiliada total, en junio de 2007, por municipios. Especial mención merecen los municipios de las llanuras del Duero y de las tierras de la Cordillera Ibérica, donde hay casos con más 90% de afiliados en Agricultura sobre afiliados totales (Fuente: Tesorería General de la Seguridad Social: Cuentas y trabajadores distribuidos por régimen, municipio y actividad CNAE-93 a dos dígitos, Junio de 2007. Elaboración de F. Molinero.

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Por todo ello, el tercer paradigma de desarrollo rural, en el que la

plurifuncionalidad del campo sería la tónica dominante, unido a una dinámica

progresiva en población y empleo, está por llegar, por más que numerosos

políticos, técnicos y académicos lo den por consolidado. No parece

vislumbrarse más que en pequeñas comarcas, principalmente en la Cataluña

interior, en el Valle del Ebro, en una buena parte de la depresión del

Guadalquivir y vegas bajas del Guadiana, además de en las franjas

periurbanas. Es bien expresivo a este respecto el mapa adjunto de balance

bruto de población entre 2000 y 2009 (figura 24), que ha provocado cierta

euforia entre analistas y políticos, quienes, ateniéndose a un somero análisis,

basado exclusivamente en los datos por CC.AA., daban por hecho que el

campo de la mayoría de sus territorios había entrado en una fase de

crecimiento, puesto que los municipios menores de 10.000 hb habían

incrementado su población entre las fechas extremas, sin tener en cuenta que

ese análisis bruto encubre el crecimiento de los municipios periurbanos, que

contrapesa y compensa las pérdidas de los verdaderamente rurales. Es

evidente que estos balances brutos de población deben acompañarse de una

perspectiva espacial más ajustada, distinguiendo en todo caso las tres

categorías de poblamiento actuales: la rural, la urbana y la periurbana, la cual

debe definirse por variables cualitativas, además de por la distancia a la ciudad

que la sateliza.

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Figura 24. Balance de población de España 2000-2009, por municipios. Nótese que la gran mayoría de los de la España interior tienen pérdidas.

Estos datos permiten contemplar en sus justos términos el pretendido

“renacimiento rural” que tanto se predica y que no responde más que a ese

falaz tercer paradigma de desarrollo, que no se apoya en datos reales, ya que

atribuye a todo el territorio rural lo que tan sólo sucede en áreas periurbanas o

en las del turismo de masas o en espacios ecológicamente privilegiados, a los

que se suman algunos centros comarcales de servicios y algunos enclaves

agrícolas de excepcional dinamismo. Si descontamos estos territorios, ese

tercer paradigma, al menos para el caso español, resulta falaz, aunque tal vez

pueda aplicarse a las regiones más industriales, como sobre todo Cataluña y el

País Vasco, en tanto que Baleares y Canarias, como territorios insulares,

siguen las pautas de la franja mediterránea y aparecen con un mundo rural

dinámico, sostenido por el turismo de masas (Molinero, F., 2010).

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F. Molinero Hernando

c.- Hacia la consolidación del cuarto paradigma de desarrollo rural en las comunidades rurales del interior de España.

El cuarto paradigma de desarrollo rural está por venir y consiste en lo

mismo que el tercero cuando realmente afecte al territorio rural de una manera

general. En principio, todavía ha de tardar entre 2 y 3 generaciones hasta que

pueda darse en España, contando con que habrá espacios que, por su

inaccesibilidad, nunca llegarán a disfrutarlo, al menos tal como se concibe por

los pretendidos apóstoles del desarrollo rural. El vasto territorio rural del interior

de España se encuentra en una coyuntura contradictoria: progresa, pero

carece de dinamismo; camina hacia un nuevo equilibrio, pero nada tiene que

ver con el de la antigua sociedad agraria secular; el peso de profesionales no

agrarios crece, pero el papel de los agricultores queda oscurecido, porque cada

vez son menos; finalmente, los otros habitantes del campo cambiarán

completamente la fisonomía de la sociedad rural del siglo XXI. Se ha escrito, y

se escribe, demasiado sobre el desarrollo y el progreso de las sociedades

rurales. El renacimiento rural del que tanto se habla, los planes para la

recuperación demográfica y social del campo, las actuaciones promovidas por

los Grupos de Desarrollo Local al amparo de la política rural europea y

española, representan unos cuantos ejemplos de ese anhelo de recuperación

del mundo rural, que, según unos autores, ha comenzado hace años, pero que,

a mi modo de ver, ni ha llegado, ni llega ni llegará a corto plazo.

Ciertamente, si nos apoyamos en estadísticas brutas, sin valorar su

significado espacial, podríamos concluir que hemos alcanzado una etapa

cualitativamente distinta, en la que el campo habría perdido sus esencias

agrarias, habría recuperado la diversidad funcional, estaría asistiendo a una

revitalización incipiente. Este tercer paradigma de desarrollo rural, que se

defiende y asume para ámbitos rurales singulares, no se corresponde con la

realidad, porque sólo afecta a las áreas rurales atractivas, bien por estar en un

entorno urbano, bien por pertenecer a espacios de turismo masivo de sol y

playa o bien por encontrarse en áreas de montaña ecológicamente

privilegiadas, pero estos espacios son minoritarios y sólo afectan a una parte

pequeña de la sociedad española. Es el falso paradigma de desarrollo rural,

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Paisajes y economías agrarias: Del policultivo de subsistencia a la especialización…

aplicable con validez a las comarcas o regiones que superan al menos los 50

hab/km2, pero inaplicable a las que tienen menos de 20, como sucede en gran

parte del rural profundo español y en buena parte del rural marginal europeo.

Es previsible que el verdadero desarrollo rural, el del cuarto paradigma,

sobrevenga cuando las áreas rurales tengan las mismas condiciones de partida

que las urbanas, la triple accesibilidad: física, telemática y social. Es

imprescindible la accesibilidad física: las áreas que no tengan acceso por

carretera a lo largo de todo el año, están condenadas a convertirse en dominios

de la naturaleza o de la agricultura -en su triple vertiente de actividad agrícola,

ganadera o forestal-, pero no podrán constituirse en tierras de un poblamiento

progresivo y dinámico. Es imprescindible la accesibilidad telemática, que

permita disponer de telecomunicaciones por banda ancha, condición sine qua

non para adaptarse a las demandas técnicas del siglo XXI. Es imprescindible la

accesibilidad social, la posibilidad de encontrar trabajo y todo tipo de servicios

en un radio de acción al que se pueda llegar en una hora de desplazamiento

(Molinero, F., 2010). Y, mientras llega esta situación, las sociedades rurales de

España, incluidas las del rural profundo, viven cada vez mejor e incluso con

ventajas comparativas respecto a las urbanas, pero son pocos los pobladores

de estas tierras que acepten esas condiciones de vida en un campo atractivo,

pero medio vacío, aislado y con pocos equipamientos, sobre todo para la

educación de los hijos. Tampoco parece que haya neorrurales que acudan

masivamente. Por ello, el desarrollo rural, tal como hoy se entiende, ha de

tardar en llegar al interior de España al menos una generación o, posiblemente,

dos, lo que no representará ninguna desgracia, sino una simple adaptación a

los tiempos que corremos

Por ello, frente a la pérdida manifiesta de sustancia, de población, en el

mundo rural, podemos afirmar que el campo está ganando en diversidad lo que

pierde en masa: cada vez hay menos activos y menos agricultores, pero hay

más operarios de la construcción y más empleados de los servicios; sobre todo

en los servicios a la población residente, y especialmente a las personas

mayores (empleados en los centros de día, en la asistencia a domicilio a la

tercera edad), aunque también en los servicios a todo el mundo rural, como

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F. Molinero Hernando

sucede con los agentes de los Centros de Acción Social, o con los Agentes de

Desarrollo Local, o con los empleados en otro tipo de servicios, como

comercio, hostelería, turismo… de tal manera que hoy los pueblos cuentan con

una estructura de la población activa en la que dominan los empleados en los

servicios, sin que se haya producido un aumento del número de activos en este

sector, sino una pérdida de ocupados en los otros sectores, con la salvedad del

rural profundo, donde todavía predominan los agricultores, junto a los jubilados

agrarios.

Por ello, cuando realmente se llegue al cuarto paradigma de desarrollo

rural, la actividad agraria habrá caído a límites insospechados, ya que la

agricultura de hogaño tiene poco que ver con la de antaño: cada vez se

necesitan menos agricultores para conseguir iguales o mayores producciones

en explotaciones cada vez más grandes y racionales. Precisamente, por eso,

no podemos pensar en la agricultura como la actividad para retener población

en el campo. En contra de lo que a menudo se escribe y se defiende, el campo

español en general y el del interior en particular, continúa perdiendo activos y

habitantes, especialmente en el rural profundo, con densidades inferiores a 10

hab/km2, por lo que se debe pensar en otros “nichos” de actividad, que, al

margen de las industrias agroalimentarias, todavía poco numerosas, y del

turismo rural, han de expandirse cuando llegue ese cuarto paradigma. Entre

ellas, las relacionadas con las D.O.P., las E.T.G., las Marcas de Calidad, los

productos ecológicos, las producciones integradas, el mantenimiento y cuidado

del paisaje y del patrimonio…, además, por supuesto, de aquellas

producciones competitivas, como las hortofrutícolas. ¿Cuándo llegará el

momento en que artistas, profesionales, directivos de empresas… busquen la

tranquilidad y ventajas que ofrece el campo?

La diversidad de funciones en el espacio rural, entretanto, procede más

de la debilidad que de la plétora de actividades. No obstante, esa

diversificación crece y sustituye a la tradicional, en la que el peso mayor

correspondía a los agricultores. Este tipo de diversidad acabará afectando a

todo el campo del interior de España de una manera general al cabo de dos o

tres generaciones; entonces se habrá alcanzado el cuarto paradigma de

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Paisajes y economías agrarias: Del policultivo de subsistencia a la especialización…

desarrollo rural: el del verdadero desarrollo, con pocos habitantes, pero

diversos y con un cierto equilibrio y estabilidad. (Molinero, F., 2010)

Como resultado, los paisajes agrarios del posproductivismo, de la

modernidad del campo y del cuarto paradigma estarán fuertemente influidos

por la demanda de la sociedad urbana, por los neorrurales y los urbanitas, pero

en este proceso, la tendencia hacia la racionalización del espacio agrario ha

generado y está generando una incuestionable homogeneización paisajística,

aún inacabada, como hemos visto, a la que se suman nuevas ocupaciones

-usos- del espacio rural.

6.- Paisajes y actividad económica agraria: los nuevos paisajes agrarios de la modernidad.

En efecto, la tecnificación y la racionalización económicas han

conducido hacia una homogeneización incuestionable, en parte derivada de la

especialización y la competencia. Al mismo tiempo, se han mantenido las

inercias propias de todo cambio, que todavía permiten ver vastos espacios

poco especializados, con policultivos más o menos adaptados al mercado.

También como consecuencia del proceso modernizador se está desmoronando

el paisaje de la agricultura asociada, de la “coltura promiscua”, en sincronía con

el abandono de las áreas marginales por inadaptadas a los nuevos tiempos.

Finalmente, al margen del proceso de homogeneización paisajística e

indiferenciación cultural de la modernidad, debemos destacar el valor de las

nuevas ocupaciones del suelo, entre las que sobresalen las de la agricultura

intensiva tecnificada, las urbanas y las energéticas. Obviamente, todas ellas

obedecen a la demanda de la sociedad moderna, para la que la producción de

alimentos no parece un objetivo importante, por cumplido. En cambio, la

conversión del suelo rústico en urbano, con mucha mayor incidencia en España

que en otros países europeos, es una realidad generalizada, lo mismo que la

invasión de aerogeneradores y placas solares en los lugares más

insospechados.

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F. Molinero Hernando

a.- La cristalización de los paisajes de la especialización y de la competencia frente al retroceso del policultivo.

Los paisajes de la especialización son consecuencia de la explotación

de las ventajas comparativas que cada territorio tiene respecto a los demás,

dadas unas determinadas condiciones de mercado. La competencia entre

territorios favorece la expansión de unos aprovechamientos y el retroceso de

otros en cada comarca y región. Por ello, no es extraño que en el continente

europeo se esté dando el mismo fenómeno de formación de grandes áreas

especializadas en determinados cultivos que en el americano, por más que se

esté produciendo con un retraso secular. A medida que avanza la integración

europea y la globalización mundial, este proceso se acentúa. Incluso en

España, donde todavía el policultivo ocupa bastante extensión, se comprueba

el avance de esa tendencia, como se observa en la figura 15 (mapa del CLC

2000 sobre ocupaciones del suelo), en el que aparecen grandes manchas

cerealistas, olivareras, hortícolas…

Obviamente, este proceso exige actuaciones técnicas como la

concentración parcelaria, que, aún inacabada en España, ha ejercido un papel

fundamental en la consolidación de los paisajes agrarios de la modernidad.

Con el cambio en el parcelario, se han modificado asimismo los asentamientos

rurales y las infraestructuras, los cuales, ante la caída de la presión humana

sobre la tierra, han sufrido un abandono generalizado, sin que se haya

producido la consecuente reorganización del poblamiento. De este modo, el

campo se queda sin agricultores y tan sólo unos pocos empresarios agrarios

mantienen viva la malla de los paisajes de la especialización, de la

competencia y de la globalización, convirtiendo a los aprovechamientos

agrarios en la clave del paisaje, como se aprecia en el mapa figura 15.

b.- El declive de los cultivos asociados y el abandono de las áreas marginales.

Otra consecuencia derivada del proceso de especialización y

competencia es el abandono de los cultivos asociados, que cumplían un papel

fundamental como seguro de cosecha en la agricultura tradicional. Todavía en

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Paisajes y economías agrarias: Del policultivo de subsistencia a la especialización…

La Mancha, en la Tierra de Barros pacense, en numerosos rincones del campo

ibérico se pueden contemplar vides mezcladas con olivos sobre una misma

parcela, en linios alternos.

Los cultivos asociados en los huertos de subsistencia eran la norma, y,

aunque hoy han desaparecido como tales, los podemos ver en los huertos de

ocio, de jubilados o activos, con parca entidad superficial y sólo en las

proximidades de los pueblos, en las cercas o en los ruedos.

Y si los huertos y cultivos asociados han conocido un retroceso general,

ha sido mucho mayor el de las áreas marginales, en los piedemontes cántabro-

pirenaicos, en los de la Cordillera Central o Ibérica, en los de las serranías

béticas o en Sierra Morena… y en general, en las áreas de montaña media,

que cuentan con todas las desventajas de la montaña y del llano y con ninguna

de sus ventajas, como la accidentación, fuertes pendientes y escasez y baja

calidad de los suelos, unido al frío y a la parquedad de las lluvias. A todo ello se

suma la poca accesibilidad en algunos sectores de alta montaña, lo que

determina un panorama de abandono, del que sólo se libran algunas comarcas

montañosas privilegiadas por su valor ecológico y por encontrarse cerca de

grandes centros urbanos que las alimentas de turistas y visitantes. El mapa

figura 24 refleja perfectamente el carácter repulsivo de población de las áreas

marginales, concentradas especialmente en las montañas y secundariamente

en las llanuras cerealistas del interior.

Frente al abandono, los paisajes de la agricultura moderna muestran

facetas de reocupación, intensificación y mutaciones que dan una nueva

personalidad y paisaje agrario a las áreas más dinámicas.

c.- La entidad de los paisajes de la agricultura intensiva y tecnificada.

Frente a la incapacidad de la agricultura moderna para mantener

población en el campo, la agricultura intensiva, no sólo no expulsa mano de

obra, sino que la atrae, como demuestra el incremento reciente de los activos

agrarios en la Región de Murcia. Baste recordar que una hectárea de cereal de

secano absorbía unas 17 jornadas de trabajo al año a mediados del siglo XX,

mientras ahora tan sólo exige entre 0,5 y 1 jornada. Por el contrario, la

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F. Molinero Hernando

capacidad de empleo de 1 ha de invernadero hortícola en Almería es de unas 3

Unidades de Trabajo Anual, lo que quiere decir que emplea entre 800 y 1.500

veces más mano de obra que el secano cerealista interior. Por ello, la

agricultura intensiva no sólo no retrocede, sino que progresa. Los ejemplos de

las figuras 25 y 26 lo ponen de manifiesto. Hemos escogido las plataneras

canarias y los campos hortícolas (al aire libre) en Murcia, pero toda la

hortofruticultura mediterránea y de algunas vegas del interior peninsular y de

determinadas franjas costeras atlánticas reflejan esa situación.

Como se aprecia en el mapa de las ocupaciones del suelo (figura 27)

según el CLC 2006, recién colgado en Internet por la UE, la agricultura

intensiva coincide fundamentalmente con la de los regadíos permanentes de la

orla mediterránea y de algunas vegas interiores, además de pequeños sectores

hortícolas periurbanos, y especialmente en los del mundo atlántico, que no

aparecen en el mapa porque no están dotados de sistemas de riego

permanente, pero, a pesar de la imprecisión, se ven claramente las tierras de

España en las que la hortofruticultura es dominante.

Figura 25. Monocultivo comercial canario, altamente especializado en función del comercio nacional, aunque hoy integrado en la PAC, con problemas de abastecimiento hídrico, pero con gran valor como paisaje agrario, completamente artificial y cuidado (Foto: José León García, 2008).

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Paisajes y economías agrarias: Del policultivo de subsistencia a la especialización…

Figura 26. La horticultura al aire libre en las vegas y franjas litorales mediterráneas, permite una utilización intensiva del labrantío, siempre que se disponga de agua. Finca de escarolas de primor, descubiertas y bajo plástico en el Campo de Níjar, Almería. Paisaje finiinvernal con riego eficiente por goteo (Foto: C. Cascos y E. Baraja, 20-3-2009).

Figura 27. Localización de los regadíos permanentes y de las áreas frutícolas en España, según el CLC 2006. Los paisajes de la agricultura intensiva ocupan principalmente esas tierras, por más que algunos regadíos interiores sean completamente extensivos y otros sectores hortofrutícolas atlánticos no aparezcan en el mapa. (Fuente: CLC 2006, tomado de http://www.eea.europa.eu/data-and-maps/data/clc-2006-vector-data-version, disponible desde mayo de 2010).

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d.- Los paisajes rurales de la invasión urbana del campo. Frente al mantenimiento e, incluso, crecimiento de los labrantíos

intensivos, el retroceso general del espacio agrario es la norma, tanto si se

trata de campos de secano como de regadío, o huertos u otros de gran valor

agrícola. El empuje de lo urbano está haciendo retroceder nítidamente al

campo a un ritmo nunca antes conocido. Según informes del Ministerio de

Medio Ambiente, el espacio construido en España entre 1986 y 2000 alcanzó la

misma extensión que el que se había construido precedentemente a lo largo de

toda la historia. Y entre 2000 y 2006 se habría incrementado otro 15,4% (MMA,

2009: 79 y ss). Este simple dato nos permite comprobar la magnitud del

fenómeno, que, aunque frenado por la crisis actual, ha de continuar en el

futuro, pues España, por sus condiciones ambientales en el ámbito

mediterráneo, está llamada a ser no sólo el gran espacio turístico europeo, sino

también un lugar preferente de residencias secundarias para la invernía de un

sinfín de ciudadanos europeos, atraídos por la bonanza climática. La figura 28,

-foto áerea de Dos Hermanas, Sevilla, (Foto A. Humbert)- nos ofrece una

buena muestra de este singular e imparable fenómeno.

Figura 28. Dos Hermanas, Sevilla. La foto muestra el empuje de las urbanizaciones, que se adentran en los espacios agrarios, con grandes lotificaciones, cuyos terrenos han sido recalificados más en función de intereses privados que de planes de ordenación territorial. Es un ejemplo nítido de retroceso del espacio agrario en un área periurbana. (Foto aérea de A. Humbert, 2008, vuelo realizado bajo el patrocinio de la Casa de Velázquez de Madrid).

La segunda foto (figura 29), también tomada por A. Humbert en 2008,

nos muestra la fagocitación de la huerta de Murcia por el empuje urbano

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incontenible. Es evidente que, ante el dispar valor del suelo rústico y urbano, la

transformación de aquél en residencial continuará hasta donde las condiciones

ecológicas (falta de agua, por ejemplo) y los planes de ordenación territorial lo

permitan, pues el mercado del suelo es insaciable y, hoy por hoy, el suelo

agrícola no puede competir en rendimientos económicos con el urbano.

Figura 29. En la lucha por la ocupación del suelo, el espacio agrario siempre retrocede ante el urbano, por imposibilidad de competir, tanto más cuanto que en el ámbito de la Huerta de Murcia, las pequeñas parcelas se prestan bien a una urbanización de casas unifamiliares, con su trozo de jardín o de huerto de ocio. (Foto aérea de A. Humbert, 2008; vuelo realizado bajo el patrocinio de la Casa de Velázquez de Madrid).

e.- Los nuevos paisajes rurales energéticos. Si el abandono de vastos espacios agrarios marginales y poco

mecanizables fue el signo de los años del éxodo rural durante la etapa

modernizadora agraria, la valorización de otros aprovechamientos está dando

lugar a un fenómeno enormemente expansivo y singular, como es la

“colonización” del campo por los aerogeneradores y las placas solares. El

crecimiento explosivo de estos artefactos obedece a una política de apoyo un

tanto alegre (y tal vez irracional por las subvenciones y precios excesivos) a

esas energías alternativas, que han convencido a muchos agricultores de que

era más rentable producir kilowatios que cereales o que incluso otros cultivos

regados. El fenómeno ha sido concentrado en el tiempo pero generalizado en

el espacio y es perceptible en cualquier lugar y situación del solar hispano.

Fotos aéreas, tomadas por A. Humbert, reflejan perfectamente las dimensiones

de este hecho, más llamativo desde el aire que des del suelo. Como ejemplo, el

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parque eólico de Zahara de los Atunes (Cádiz) (figura 30), que podríamos ver

repetido en La Muela (Zaragoza), pero también en cualquier otro lugar de

España. Tanta importancia ha tenido la expansión de los dispositivos para la

producción de energías renovables que ha habido una extraordinaria

proliferación de aerogeneradores y de “huertos” solares, algunos de los cuales

“producían” (o, al menos, “facturaban”) energía incluso en las horas nocturnas,

en ausencia de luz solar.

Figura 30. Parque eólico de Zahara de los Atunes en Cádiz, aprovechando la constancia y fuerza de la brisa marina. Como se aprecia en primer plano, la urbanización (balneario) compite por la ocupación del suelo rústico tradicional. En el caso de los aerogeneradores permiten mantener la explotación agrícola; no sucede lo mismo con las placas solares o con las urbanizaciones. Todos ellos muestran un nuevo paisaje rural, que no agrario, al que sustituyen o complementan. Foto de A. Humbert, 20/06/2007, que aparecerá publicada próximamente en el libro de la Casa de Velázquez sobre Las mutaciones del espacio español (en prensa), dirigido precisamente por este profesor de Geografía y piloto francés . Tanto ésta como las fotos aéreas anteriores han sido tomadas por A. Humbert durante vuelos patrocinados por la Casa de Velázquez, y cedidas amablemente para esta ponencia.

No se pueden valorar justamente los paisajes agrarios y sus

transformaciones en el pasado o en el presente si no las completamos con su

representación. Todo paisaje, por el hecho de serlo, conlleva una percepción

subjetiva, una apreciación personal, está cargado de sentimiento. El artista que

lo representa, el poeta que lo canta, el literato que lo describe hace una

abstracción de aquello que ve y prima unos aspectos y selecciona otros, y

diluye y difumina lo que percibe como ambiguo… En suma, los paisajes

agrarios representados por sus autores testimonian la singularidad y el valor

del paisaje –y de los paisajes agrarios- como obras humanas en la naturaleza

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que no podemos soslayar, tanto más cuanto, al legarnos su obra, están

potenciando el valor patrimonial del paisaje, que hoy tiene tantos defensores.

7.- Las representaciones culturales de los paisajes agrarios: su valor y significado.

Sólo pretendemos dar unas pinceladas evocadoras de algunos paisajes

representativos, cuyos autores los han transmitido como huella de “otros

paisajes agrarios”, existentes y percibidos en los momentos en que eran

funcionales y que hoy, por su desaparición, tienen mayor valor cultural. Esta

mera aproximación, deudora del equipo de investigación sobre Los Paisajes de

la Agricultura en España (2010), que los recoge con mayor extensión, no es

más que una muestra de la riqueza y variedad que encontramos en los

paisajes agrarios. En este sentido, la figura 31 refleja los elementos

destacables del paisaje agrario del Bajo Valle del Llobregat en Barcelona en

1968, a través de un dibujo, testimonio de lo que eran entonces esas tierras y

los componentes del paisaje: el río y la vega con los pueblos y el parcelario,

además de los caminos.

Figura 31. Vall Baixa del Llobregat. Frente a la vorágine devoradora de espacio agrario en la aglomeración de Barcelona, el Bajo Valle del Llobregat, visto por P. Deffontaines en 1968, nos ofrece una estampa singular de los elementos que entonces integraban este espacio rural: el río con su vega abierta, los pueblos asentados en las faldas de las colinas, algunas vías de comunicación jalonadas de árboles y las manchas de los campos de cultivos, en los que todavía se ven bancales funcionales (Dibujo de P. Deffontaines, tomado de Paül, Tort y Sancho, 2010)

Ese paisaje agrario clásico, repetido en tantas otras comarcas y regiones

de España, con sus características propias, podemos completarlo con la

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evocación de las llanuras castellanas de Tierra de Campos, al norte del Duero,

idealizadas por Cuadrado Lomas en “Palomares y tierras”, 1970 (figura 32), en

donde, junto a los campos, aparecen los pueblos y palomares, formando una

“femenina ondulación…, en la que está a punto de dar a luz la tierra. Amarillos

y ocres pardos registran el temblor” (Baraja, E., 2010).

Figura 32. Palomares y tierras, 1970. El poético rigor de la Meseta, visto por Félix Cuadrado Lomas. Campiñas ondulantes, palomares dispersos, casas de adobe pardo y tejas rojas constituyen los elementos del paisaje agrario tradicional y actual, por más que los palomares vayan cayendo poco a poco, debido a su falta de uso. Algunas cintas de ribazos de arroyos secos por el estío dibujan líneas que cortan a cuchillo las predios; arroyos que en parte han sido desecados y eliminados por efecto de la concentración parcelaria (Apud Baraja, E., 2010, tomado de http://es.geocities.com/cuadradolomas/index.htm Aunque el sitio “geocities” ha cerrado, todavía puede consultarse en http://web.archive.org/web/20090724231018/es.geocities.com/cuadradolomas/pagina_nueva_2.htm (Consulta de 27 de agosto de 2010)

Paisajes agrarios y rurales evocados por artistas, pintores, cartógrafos

diversos que nos dejan testimonios no sólo de lo que fueron las tierras

agrícolas, sino de sus elementos trascendentes y hasta inmanentes: el relieve,

los ríos, las costas, a cuyo regazo se acogen los puertos y se acuestan los

huertos, como en la pintura de Alicante y su huerta (de Antonelli, s. XVI) o

como en el Palmeral de Elche, cuya cosecha datilera pinta con mimo Sorolla en

1918 (Véanse figuras 33 y 34).

Las labores del campo, las más importantes fueron pintadas con trazo

firme, armónico con el trabajo rudo del campo, por un pintor de la Meseta, Vela

Zanetti, oriundo de Milagros, un pequeño pueblo de La Ribera burgalesa del

Duero. En sus lienzos refleja las líneas estructurantes del paisaje agrario, el

relieve, los pueblos, los campos de cultivo, las viñas, la vida diaria, la

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recolección, la vendimia… Todo un mundo de paisaje cálido, duro y total

(figuras 35 y 36).

Figura 33 (arriba). Alacant i la seua horta, Antonelli, s. XVI. El pintor refleja en este mapa el valor de los elementos más significativos de Alicante y su huerta.

Figura 34 (derecha): El Palmeral de Elche. Sorolla, 1918 (Hispanic Society of America). Recolección de los dátiles con carácter entre folklórico y laboral

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Figura 35. Vela Zanetti. Bodegón de la Siega, 1989 Sin elementos humanos, la naturaleza y los útiles llaman la atención poderosamente. Al fondo, las superficies tabulares de los páramos, con sus valles, delimitados por las cuestas, los haces amontonados. En primer plano, el pan (hogaza de 5 canteros), con el vino, el agua, la cazuela del almuerzo, el sombrero deshilachado, el hocino y la zoqueta. El haz, con el cardo y las piedras como pequeño refugio del sol, son otros elementos llamativos, mientras las alforjas para el transporte sirven de mantel.

Figura 36. La vendimia, J. Vela Zanetti, Panel mural del Instituto de Aranda de Duero que lleva su nombre. Cuadro con valor testimonial de cómo se hacía la vendimia hace no muchos años: un gran número de vendimiadores (a menudo familias enteras), de los que las mujeres y a veces los niños solían cortar racimos y almacenar en los “canastos” (recipientes hechos con costillas de madera de castaño). Solían ser los hombres quienes cargaban a hombros los canastos llenos, que los depositaban en los “cestos” (de madera o de mimbre), que luego cargaban en carros. El “garullo”, pequeña hoz para cortar los racimos, aparece en la mano de un vendimiador. Son cuadros de valor antropológico cultural, además de valor paisajístico y emocional.

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Paisajes y economías agrarias: Del policultivo de subsistencia a la especialización…

Los paisajes agrarios son en gran medida deudores de la vida pastoril,

evocada por tantos poetas, que ha tenido gran importancia en todo el mundo

mediterráneo, pero también en el atlántico, como testimonia este pastor de

Arrue Valle, que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, evocando

una tradición ganadera, hoy perdida o reducida a la nimiedad.

Figura 37. Pastor, de Arrúe Valle, 1932. Museo de Bellas Artes de Bilbao, tomado de Delgado, Ojeda, Rubio y Silva, 2010. Se observa una mirada singular hacia el paisaje, del que se separan y destacan sus elementos: el rebaño, la casa, los montes y valle y, en primer plano, el pastor, con sus atuendo, con su manta, alforjas, cuerno, con sus calzas y cayado

8.- Conclusiones. Los paisajes agrarios, como otras creaciones humanas, han sido

modelados a lo largo de la historia por los grupos humanos que han explotado

la tierra mediante técnicas adaptadas a cada coyuntura. La evolución, el

cambio y la adaptación a esas coyunturas han sido no sólo una realidad sino

una necesidad. A principios del siglo XXI, los paisajes agrarios posmodernos se

han configurado al amparo de la globalización, de modo que en cualquier parte

del mundo se pueden ver elementos coincidentes, si bien la singularidad de

cada medio ecológico, de las técnicas utilizadas, de la cultura o “saber hacer”

de cada grupo humano permiten y favorecen su coexistencia con la diversidad.

Nuestro propósito ha sido entender cómo surgen, cómo cambian y cómo

permanecen los paisajes y los elementos y factores que les dan vida.

El paisaje agrario es realmente una creación humana, pero no azarosa

ni caprichosa, sino nacida de la ocupación de un territorio que, utilizando las

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técnicas propias de cada coyuntura y sociedad histórica, se explota, se modela

y organiza conforme a los intereses del grupo y de la sociedad en su conjunto.

De este modo, los paisajes agrarios son un flujo cultural, que hereda

unos elementos y saberes, crea otros y proyecta otros nuevos hacia el futuro.

En todos ellos, los factores económicos son determinantes o, al menos,

fundamentales, pero esos procesos están gobernados por una sociedad que

demanda bienes agrarios y que dirige el proceso de ocupación, explotación y

organización del territorio, cada vez más pobre en habitantes y más rico en

máquinas y técnicas, cada vez más homogéneo y menos diverso, pero siempre

con el objetivo de satisfacer una demanda que progresivamente es más urbana

y menos rural, por lo que la clave de la dinámica de los paisajes rurales

actuales debemos buscarla en la sociedad globalizada y urbanizada del mundo

actual. 1

1 Nota: Este trabajo se apoya en informaciones, investigaciones y bases de datos obtenidas

merced al Proyecto de Investigación “Las unidades básicas de paisaje agrario de España; iden-tificación, delimitación, caracterización y valoración.” Proyecto financiado por el MICINN en la convocatoria de I+D de 2009, con el nº de referencia CSO2009-12225-C05-01. Asimismo, en el Proyecto I+D de la Consejería de Cultura de la Junta de Castilla y León (Ref. VA038A09, con el título Estudio de los paisajes arquetipo de la agricultura en Castilla y León). Igualmente, estas investigaciones se basan en los resultados obtenidos a través del Grupo de Investigación Re-gistrado (GR.156) de la Junta de Castilla y León, que financia un proyecto de I+D con el título “Paisaje y nuevas funciones del espacio rural” (2009-2012)

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