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Capítulo Dos Cambios y permanencias en la paternidad y la maternidad 1 Yolanda Puyana V Edición final "Mi papá no opinaba era la persona que traía la plata y nada más. Mi mamá no me acariciaba nunca. Ahora me dice: no vaya a acariciar al niño sino cuando esté dormido" (Lina, de Medellín) "Ella [la madre de este hombre] cerraba la puerta y colgaba un lazo allá,a la viga y nos colgaba de las manos y dénos juete colgados allá, nos machucaba los dedos para que no tuviéramos malas costumbres" (María, de Bucaramanga) "Es que la forma como me criaron a mi, a la forma como crio mis hijos ha sido mejor dicho muy largo, como un cambio de tierra a cielo" (Luis, de Bogotá) Me dieron cuando niña tantos castigos: mi papá me metía en un saco y me guindaba de los linderos de la casa y me daba lapitasos (Lucy, de Cartagena) Las mismas palabras fueron expresadas por la mayoría de los padres y madres de las ciudades de Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga y Cartagena, cuando se les preguntó acerca de los recuerdos sobre sus progenitores y los cambios que 'Capítulo editado por Yolanda Puyana Villamizar v redactado en conjunto a partir de los informes de investigación de las universidades participantes en la misma: Claudia Mosquera por la Universidad Nacional, Doris Lamus y Ximena Useche de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, Blanca Jiménez y Maria Dominique de Suremain por la Universidad de Antioquia, Maria Cristina Maldonado y Amparo Micolta por la Universidad del Valle, Pilar Morad y Gloria Bonilla por la Universidad de Cartagena.

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Capítulo Dos

Cambios y permanencias en la paternidad y la maternidad1

Yolanda Puyana V Edición final

"Mi papá no opinaba era la persona que traía la plata y nada más. Mi mamá no me acariciaba nunca. Ahora me dice:

no vaya a acariciar al niño sino cuando esté dormido" (Lina, de Medellín)

"Ella [la madre de este hombre] cerraba la puerta y colgaba un lazo allá,a la viga y nos colgaba de las manos y

dénos juete colgados allá, nos machucaba los dedos para que no tuviéramos malas costumbres"

(María, de Bucaramanga)

"Es que la forma como me criaron a mi, a la forma como crio mis hijos ha sido mejor dicho muy largo,

como un cambio de tierra a cielo" (Luis, de Bogotá)

Me dieron cuando niña tantos castigos: mi papá me metía en un saco y me guindaba de los linderos de la casa y me daba lapitasos

(Lucy, de Cartagena)

Las mismas palabras fueron expresadas por la mayoría de los padres y madres de las c iudades de Bogotá, Medel l ín , Cali, Bucaramanga y Car tagena, cuando se les p regun tó acerca de los recuerdos sobre sus progenitores y los cambios que

'Capítulo editado por Yolanda Puyana Villamizar v redactado en conjunto a partir de los informes de investigación de las universidades participantes en la misma: Claudia Mosquera por la Universidad Nacional, Doris Lamus y Ximena Useche de la Universidad Autónoma de Bucaramanga, Blanca Jiménez y Maria Dominique de Suremain por la Universidad de Antioquia, Maria Cristina Maldonado y Amparo Micolta por la Universidad del Valle, Pilar Morad y Gloria Bonilla por la Universidad de Cartagena.

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consideran se han dado con respecto a la forma de cumplir dichos roles hoy. La expresión coloquial un cambio del cielo a la tierra fue muy común, de lo que se deduce que hay una magnitud casi infinita de variaciones, entre las que se desta­ca el paso desde una educación autoritaria, drástica y de un intercambio comunicativo distante en las relaciones paterno, materno y filiales, hacia formas más expresivas del afecto con una autoridad más democrática, donde prevalecía -como se dice en los testimonios- la sensación de estimarse como seres distintos a sus antecesores.

Así, después de tratar los fenómenos contextúales del país y su incidencia en los cambios con respecto a la paternidad y la maternidad, es importante adentrarnos en las principales características de las transformaciones ocurridas en las ciudades mencionadas en torno a ser padres y madres, comparando sus recuerdos acerca de sus progenitores, correspondientes a los años 60, con los rasgos más significativos de ser padre y madre hoy Para este fin, el capítulo se inicia con una referencia de las investigaciones que las ciencias sociales han ade­lantado respecto al cambio de la familia en general, y de la paternidad y la maternidad en particular, para posteriormente exponer al lector las conclusiones de la investigación, a partir de una categoría analítica denominada tendencia, a través de la cual se diferencian las distintas narraciones respecto al cambio. En primer término, analizaremos la tendencia tradicional, cuya característica central es la reproducción de las formas de ser padre o madre de los años 60; en este grupo prima la resistencia al cambio y en esa medida padres y madres tratan de conservar las ideas y prácticas de sus antecesores. La segunda tendencia, denomi­nada como de transición, se encuentra conformada por quienes cuestionan o vivencian formas de asumir la paternidad y la maternidad cambiantes y contra­dictorias, caracterizadas por resquebrajamientos entre las representaciones y prácticas o entre las formas como se asumen estas funciones. Por último, la ten­dencia denominada como ruptura, se caracteriza por incorporar en sus representaciones y prácticas elementos diferentes e innovadores con respecto a sus progenitores.

En la cuarta parte de este capítulo presentamos las características del cambio en las ciudades, el cual contiene una inclinación hacia la homogenización de las representaciones sociales y prácticas de las relaciones paterno, materno y filiales. Al final se tratarán las diversas formas de ser padre o madre según sea el estrato o el tipo de familia para, finalmente, esbozar las conclusiones analizando a la vez la dinámica de las representaciones sociales.

Los estudios sobre la familia vaticinan el cambio

Investigaciones acerca de la familia, la dinámica de las relaciones de género o las relaciones paterno, materno y filiales, vienen demostrando cambios en los países occidentales en general y en Colombia en particular. Guilles Lipovestsky, en la segunda parte del siglo XX, destacó los acelerados cambios de las tradiciona­les relaciones entre los sexos, pero al mismo demostró cómo se mantiene la ancestral división sexual en medio de ambigüedades y contradicciones. En consecuencia, el

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autor analiza el impacto de la inserción masiva de la mujer al mercado laboral, las resistencias de los hombres a participar en las tareas domésticas del hogar y, al mismo tiempo, las paradojas de este cambio. Se destacan, por ejemplo, perma­nencias e inequidades en torno a las formas de amor:

se habla mucho de nuevos hombres y nuevas mujeres, pero lo que nos rige sigue siendo una asimetría sexual de los roles afectivos, las costumbres igualitarias progresan, la desigualdad amorosa entre hombres y mujeres prosigue, si bien con una intensidad netamente menos marcada que en el pasado2.

Anthony Giddens, por su parte, analiza un cambio en las relaciones íntimas en todas las sociedades occidentales, destacando una tendencia hacia la demo­cratización de este tipo de relaciones en la pareja y entre padres e hijos. Denomina a los padres autoritarios como tóxicos y enuncia ahora una forma de educación más igualitaria, en la que se concede mayor autonomía al hijo/a3. Elizabeth Badinter, por su parte, señala cómo después de la segunda guerra mundial los cambios en las relaciones entre los sexos son acelerados y la división sexual se atenúa, volcándose hacia seres más andróginos, no tan marcados por la división sexual de roles4. De todas formas los cambios en las relaciones de género conlle­van un impacto en la forma de ser padre o madre.

Sobresalen también los estudios de Lluis Flaquer5 quien, después de analizar la evolución actual de las formas familiares en España y en varios países de occi­dente, plantea que las familias actuales tienden a ser post-patriarcales, cuyo rasgo central es el derrumbamiento de la legitimidad patriarcal que mantenía a las mujeres insertas en un marco premoderno. Para analizar los cambios en las fami­lia, el investigador propone el término de familia premodema, cuyas características llevan un implícito estricto papel del patriarcado, con referencia a la familia troncal y extensa, la cual fue dominante antes de la industrialización española, en especial de la Cataluña rural. Más adelante señala la evolución, a partir de dos tipos de familias en transición, hacia la familia postpatriarcal: la nuclear fusional caracterizada por la residencia posnupcial neolocal, cuyo rasgo central es la división sexual de roles entre hombres y mujeres, y el confinamiento de la primera al hogar, debido a su papel de madres, mientras que el hombre es el proveedor y se vincula al mundo de lo público. Finalmente, de las formas de transición se evoluciona hacia una individualización creciente, donde se resalta una familia conformada por parejas cuya unión depende más de una opción individual, en que priman las recompensas afectivas y económicas que dicha unión procura. Si bien el estudio de Flaquer gira en tomo a las formas de familia, estas caracterizaciones contribuyen a explicar las implicaciones que para las rela­ciones paterno, materno y filiales conlleva a la democratización de su dinámica interna, la pérdida del poder patriarcal y los cambios en la división sexual de roles.

2Lipovetsky, G. La Tercera Mujer. Anagrama, Colección Argumentos, Barcelona, 1999, p 187. 3Giddens A. La Transformación de la Intimidad. Sexualidad, amor y erotismo en las sociedades

modernas. Ediciones Cátedra. Madrid, 1995, p.I02. 4Badinter, E. El Uno es el Otro. Editorial Planeta, Barcelona, 1987. ""Flaquer, L. La Estrella Menguante del Padre. Edición Ariel, Barcelona, 1999.

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Un planteamiento similar lo hace Nora Cebotarev6 al analizar la evolución de la familia Canadiense y compararla con la colombiana. La investigadora califica la familia de los años 60 en estos países como de corte patriarcal, puesto que predomina una rígida división del trabajo que inscribe las madres al hogar y a los padres en su papel de proveedores, representantes de la familia en el mundo público y centro de la autoridad. Este tipo de organización familiar era fortaleci­da por las leyes que sólo reconocían a la familia nuclear y legitimaron el matrimonio indisoluble. El cambio en la segunda parte del siglo XX motivó a la autora a proponer para el análisis la categoría de familias de responsabilidad individual, caracterizadas por unas relaciones genéricas más equitativas, el desplazamiento de la mujer al trabajo fuera del hogar, un relativo acercamiento de los padres a las actividades domésticas y el aumento de formas de familia diferentes a las nuclea­res, como las monoparentales o las superpuestas. En ese sentido, el término de responsabilidad individual implica que las funciones paternas o maternas sean asumidas a partir de proyectos individuales de vida, que no se truncan con una separación. La autora observa la evolución de la familia en Colombia en la misma época y, sin profundizar sobre múltiples particularidades, plantea que se tiende también a una familia de responsabilidad individual, con el consecuente debili­tamiento de la familia patriarcal.

Asimismo desde la década del 80, al analizar la familia en Colombia, Virginia Gutiérrez de Pineda destacó el cambio en las formas familiares en la división de roles y ciertos procesos de democratización de ias relaciones padres, madres e hijos/as, acompañado de contradicciones y paradojas: "al alterarse las reglas del juego, la mujer hacerse auto válida y generar ingreso, desapareció el principio económico de la desigualdad de los sexos, pero no la discriminación cultural"7. Con esto enfatiza en el aumento de formas familiares monoparentales y en el recargo de las funcio­nes domésticas en las mujeres:

quienes asumen las tareas biológicas en los momentos de mayor trajín laboral llevan una carga múltiple, siguen siendo las responsables de la administración para el consumo, de la crianza de los hijos y arrastrar, como el pecado original, la culpa de carecer el don de la ubicuidad para satisfacer simultáneamente los roles tradicionales y adquiridos8.

En 1988, a partir del estudio de Santander, la antropóloga citada ya vaticina cambios en una estructura patriarcal fundamentada en el honor, con implicacio­nes para la democratización de las relaciones en la paternidad y la maternidad9

En la misma época, Ligia Echeverri10 realizó una investigación sobre las for­mas familiares, calculando un 40% de familias de hecho en el nivel nacional, las 6Cebotarev, N. De modelo patriarcal al modelo de familia de responsabilidad individual. Una

comparación de Canadá y Colombia. En: IV Conferencia Iberoamericana sobre familia. Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 1997.

"Gutiérrez de R, V Cambios y Tendencias de la Familia Colombiana. Año Interamericano de la Familia, Edición ICBF, DNP, memorias, Bogotá, 1983, p. 245.

8Ibid., p. 245. 'Gutiérrez de P., V Honor , Familia y Sociedad. El caso de Santander. Universidad Nacional de

Colombia, Bogotá, 1988. '"Echeverri, L. La familia de hecho en Colombia. ICBF, DNP, Año Interamericano de la Familia,

memorias, Bogotá, 1983, p. 319. 4 8

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cuales contenían varias modalidades: la unión libre, el concubinato o las uniones sucesivas. En su trabajo demostró una tendencia a la informalización de las unio­nes en el país, que posteriormente fue calculada con precisión por Lucero Zamudio y Norma Rubiano, a partir de una investigación sobre las separaciones conyuga­les y la reincidencia matrimonial". En este último estudio se demostró el aumento progresivo de las separaciones conyugales en la medida que las cohortes generacionales más jóvenes concentraban la mayoría de estos eventos. Derivadas de las separaciones y las uniones sucesivas se incrementaron también las familias superpuestas o reconstituidas, con enormes implicaciones para la socialización de las nuevas generaciones, como se observará en el curso de este escrito.

A las investigaciones anotadas se suman las que, a partir de una perspectiva feminista y de género, demuestran la contribución del trabajo doméstico realiza­do por las mujeres sin reconocimiento social. Estos estudios12 contribuyeron a hacer más visible una labor femenina conferida como responsabilidad de las mu­jeres, no reconocida por ellas mismas y que ni siquiera era apreciada como trabajo. Al mismo tiempo, se ponen de presente las implicaciones que para las madres conlleva la creciente vinculación de la mujer al mercado laboral sin que se procu­re una significativa contribución de los hombres a las tareas domésticas. En el caso de las mujeres de sectores populares, se diagnosticaron dobles y triples joma­das de trabajo cuando se sumaron a los oficios derivados de la casa, las jornadas laborales, y otras funciones como participar de forma activa en la obtención de servicios públicos, la autoconstrucción y el mejoramiento de los barrios a través de la participación comunitaria13.

En la década del 80 y con más fuerza en el 90, en Colombia se destacaron los estudios referentes a las relaciones padres, madres e hijos a la luz de la crítica de la violencia intrafamiliar. Investigadores/as denunciaban los casos y analizaban así el impacto del trato violento, en especial del castigo físico en la infancia, y al mismo tiempo mostraron los efectos de la violencia conyugal en la violación de los derechos humanos de las mujeres. Como ya se planteó en el capítulo anterior, estos estudios influyeron en la promulgación de leyes encaminadas a la prohibi­ción de este tipo de violencia14.

Otras investigaciones han comenzado a reconocer cambios en las relaciones entre padres, madres e hijo/as, en la medida en que la población colombiana se urbaniza y alcanza una mayor conciencia acerca de las formas autocráticas de este tipo de relaciones. Barreto y Puyana, en un estudio sobre los procesos de

"Rubiano, N. y Zamudio, L. Las Separaciones Conyugales en Colombia. Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 1991, p. 11-14.

12Rey de M., N. El Trabajo de la Mujer. CEDE Uniandes, Bogotá, 1981. Bonilla de R., E. La Madre Trabajadora. CEDE, Uniandes. Bogotá, 1981. León de Leal, M. Mujer y Capitalismo Agrario. Tomo I!. ACEP, Bogolá,1982.

"Cardona, L. et al. Las Mujeres y la Crisis Urbana o Gestión Invisible de la Vivienda y de los Servicios. Edición Centro de las Naciones Unidas para los asentamientos urbanos, Bogotá, 1994.

l4Ramírez, M I. Elementos para un Discusión Acerca de los Malos Tratos de Infancia y Niñez. En: Familia v cambio en Colombia. Las transformaciones de fines del siglo XX. Edición: Asociación de Antropólogos de la Universidad de Antioquia, Medellín, 1989.

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socialización de un grupo de mujeres de sectores populares, planteaban que se aprecia un paso de una socialización con énfasis en el sufrimiento hacia una socialización con referentes más democráticos en la que se contradicen prácticas innovadoras, valores y criterios en la educación de hijos e hijas, con las formas tradicionales de socialización. Todo esto debido a que las mujeres son sometidas a múltiples procesos de re-socialización al integrarse a la vida urbana15.

Para el caso de Boyacá16, se enuncian varias dimensiones de dicho cambio: de una socialización con énfasis en propiciar el trabajo infantil en el hogar, hacia una formación en colaboración con la institución educativa y de la prohibición del juego, hacia el estímulo de esta actividad considerada necesaria para la for­mación de la infancia. En general, se evoluciona hacia una mayor conciencia sobre la necesidad de las expresiones afectivas en las relaciones familiares y el resquebrajamiento del autoritarismo patriarcal. Asimismo, a finales de la década del 90, sobresalen estudios más volcados hacia los cambios en la parentalidad como los de Alejandro Villa, Marcela Rodríguez y Hernán Henao17, los cuales demuestran cómo los padres cumplían roles en la familia diferentes a los de sus progenitores. También coinciden en destacar el interés de los hombres por definir un nuevo papel de padre y los cambios en la dinámica afectiva. Son también relevantes los trabajos María Cristina Palacios18, para el caso de Manizales, y de Mará Viveros en Quibdó y Armenia, quienes se refieren al papel de la paternidad para definir la identidad masculina en las distintas etapas del ciclo vital y, en especial, como una función que marca en los hombres ei paso a la adultez. La investigadora Viveros, después de estudiar la masculinidad y la paternidad en las ciudades mencionadas, deduce dos formas de paternidad diferenciadas y pro­pias de la cultura local: en la primera el rol del padre más común es el de ser cumplidor y en la segunda, el de ser quebrador. La autora señala el cambio y afirma que: "actualmente asistimos al paso del ejercicio de una paternidad institucional, a una paternidad fundada en la proximidad y la disposición hacia los hijos"19. En este último estudio, como el de Rodríguez para el caso de Bogotá, se señala una mayor disponibilidad de los padres jóvenes a este cambio.

A su vez, se desarrollan estudios que evocan el tema de la paternidad y la maternidad por tipo de familia como el abordado por Blanca Jiménez acerca de los conflictos cuando se cumplen estas funciones en el caso de familias nucleares poligenéticas de Medellín20. Por último, deben destacarse las investigaciones so-

15Barreto, J. v Puyana, Y. Sentí que se me Desprendía el Alma. Indepaz. Universidad Nacional, Bogotá, 1997.

16Puyana, Y, et al. Quiero para mis Hijos una Infancia Feliz. En: Mujeres, Hombres y Cambio Social. CES, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional, Bogotá, 1998.

' 'Rodríguez, M. ¿Padre no Hay sino Uno? Representaciones sobre la paternidad de hombres pertenecientes a sectores populares urbanos. Tesis de grado, Maestría de Estudios de Género, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1998. Villa, A. Fecundidad y Masculinidad, Algunos Dilemas Subjetivos en la Construcción de Género de los Varones. Tesis de grado. Uniandes, Bogotá, 1997. Henao, H. Un Hombre en la Casa la Imagen del Padre Hov. Revista Nómadas, No.6, Universidad Central, Bogotá, 1997.

l8Palacios, M C y Valencia, A J. La Identidad Masculina: un mundo de inclusiones y exclusiones. Universidad de Caldas, Manizales, 2001 .

"Viveros, M. Quebradores v Cumplidores. CES, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá 2002, p. 374.

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bre la forma de ser padres y madres según sean las cohortes generacionales, en especial los jóvenes y los adolescentes21.

Padres y madres en la década del 6022

Las familias de origen de padres y madres entrevistados provienen del campo o son oriundas de la ciudad, y sus formas familiares son variadas: desde la exten­sa, especialmente en Cartagena, hasta algunos monoparentales (encabezadas por madres) o superpuestas23. Cuando entrevistados/as de los grupos A y B24 de las ciudades rememoraron a sus padres, destacaron como cualidades dos característi­cas polares: los responsables, en contraposición a los irresponsables. Por un lado, a los primeros se le añadieron otras cualidades: trabajadores, estrictos y autoritarios, las cuales correspondían a representaciones sociales dominantes sobre el deber ser de los mismos, que se resumía en el padre proveedor. Por otro parte, quien no cumplía ese rol ganaba el calificativo de padre irresponsable, sumándole a este rasgo otros defectos: ausente, abandonador, borracho o mujeriego 2S. La referencia a este segundo tipo de figuras se acompañó con calificativos como el de machistas o traumatizantes que denotaron el rechazo a estos comportamientos, no sólo por experiencias negativas que tuvieron con ellos, sino por la comparación con las conductas que corrientes democratizadoras de la sociedad le están exigiendo al padre de hoy.

En ese sentido la imagen de que un padre trabajador, estricto que cumplía con su obligación, responsable o autoritario que infundía temor, se complementó con la de una figura paternal distante, debido a sus responsabilidades laborales, por lo cual fue descrito también como poco afectuoso y ausente de la vida doméstica. Al padre había que respetársele, siendo éste el mandato social y familiar del momento; en ocasiones, no necesitaba castigar físicamente para hacerse obedecer, bastaba sólo una orden y ésta era ejecutada de inmediato. Tales características se conjugaban de manera simultánea con la imagen del hombre recto o educado. Al mismo tiem­po se valoraba al padre por el apoyo económico, lo cual fundamentaba su autoridad en el hogar, y ser un hombre responsable significaba que era un padre

20Jiménez, B et al. Los Tuvos, los Míos y los Nuestros. Universidad de Antioquia, Medellín, 2001. 21Maldonado, M C y Micolta, A. Revista Nómadas, No.l 1, octubre 1999, Bogotá. Sánchez, R

del S Paternidad y Maternidad Adolescente. Universidad de Caldas, Editextos, Manizales, 1998. 22Un primera clasificación de las cualidades acerca de los padres y las madres de esta época, se

realizó a partir de los recuerdos de entrevistados/as de Bogotá v posteriormente, se compararon con las narraciones al respecto de las demás ciudades. Ver: Mosquera, C. et al. La Mujer en lo Público, el Hombre en lo Privado, Revista TRANS , Vol 2, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2001 .

"Las entrevistas giraron en torno a los recuerdos de madres y padres, los cuales dan cuenta de la manera como su generación fue socializada, así como de las representaciones sociales y prácticas más comunes de la época. Sin embargo, debe anotarse que en la mirada al pasado incide el presente, es decir, los recuerdos fluyen influenciados por los valores éticos y morales de la sociedad y la cultura en el momento actual.

24E1 grupo B corresponde a los estratos 1 ,2 ,3 definidos por el DAÑE en las ciudades. El grupo A a los estrato 4, 5 y 6.

25E1 énfasis es distinto en cada ciudad en Medellín se señala al " no cumplidor", en Cali y Cartagena a los padres "mujeriegos" y "borrachos".

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ejemplar. Los valores trasmitidos por los padres se basaban en aspectos como la honestidad, la responsabilidad, el trabajo, la decencia; en esta medida la educación era rigurosa y se basaba en una respuesta severa ante estas faltas en los hijos e hijas. En el caso de Medellín se destaca ese valor como dominante, pero también sobresalen estos tipos de cualidades en los casos de Cartagena, Bogotá, Bucara-manga y Cali. Si bien en la primera ciudad fueron frecuentes las narraciones acerca de las relaciones paralelas, la exaltación de la figura del padre era la de ser un ser responsable económicamente.

La imagen del padre violento y borracho, es empleada para describir con más frecuencia a los padres de entrevistados/as, en especial del grupo B, quienes mal­trataban física y verbalmente a sus hijos/as. Estos/as relatan palizas con garrotes, correas, zambullidas de cabeza en albercas de agua fría hasta que los/as niños/as no pudieran respirar, colgaduras del cuerpo en vigas de madera, vestir de niñas a los niños, entre otros. Todas estas situaciones son vistan hoy por los/as entrevistados/ as como hechos que les produjeron dificultades psíquicas, lo cual demuestra la asimilación de conceptos provenientes de la vulgarización de la psicología y el psicoanálisis en la vida cotidiana. El cuadro de violencia descrito se agudizaba cuando el padre llegaba boiracho en horas de la noche a golpear a toda la familia, empezando por la madre. También se calificaban a algunos de estos hombres como promiscuos o mujeriegos. Al mismo tiempo, los hijos mayores, aparecen en las narraciones como las personas que protegían a sus madres de los maltratos a los que los sometía el padre. Se recuerda también al padre como abandonador, un hombre que se marchaba del hogar, dejaba a su progenie a cargo de la madre, o quien entraba y salía de manera inestable, situación que marcó las historias de varios/as entrevistados/das de diferentes estratos sociales, lo cual trajo como con­secuencia el crecimiento de hijos/as sin esta figura y sin el apoyo social que procura. Éstas situaciones fueron cubiertas por redes de familiares, especialmente en la ciudad de Cartagena.

Al comparar las narraciones sobre la paternidad en las ciudades, se encuentra que pocas aludieron a un padre a la vez responsable y cariñoso, quien compartía actividades lúdicas con sus hijos. En el caso de Bogotá, los relatos del padre cariñoso provinieron en especial de las mujeres del grupo A y algunas del B, con quienes las ligazones afectivas eran más fuertes; mientras que por el contrario, los padres temían las expresiones afectivas con los hijos, porque así podían perder la hombría.

Las remembranzas con respecto a las madres giraron en torno a varias figuras también polares, por un lado se destacó la imagen de la mujer ama de casa, dedi­cada al hogar y pasiva, mientras por el otro se hizo referencia a la madre trabajadora, verraca y echada pa delante quien, por múltiples factores, en especial la falta de recursos o el abandono del marido, asumió el papel de proveedora.

La figura de la madre ama de casa, alcahueta, cobijay cariñosa fueron los recuer­dos de hombres y mujeres del grupo A. Se refirieron a la madre confinada a la vida hogareña, dedicada al cuidado de los/as hijos/as, que supervisaba el trabajo

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de las empleadas domésticas cuando tenían recursos, o que realizaban los oficios de la casa, en los hogares más pobres. Asimismo a la madre se le recordó como el pilar fundamental, garante de la unidad familiar, el sol de la familia, mujer ejemplar, la matrona, la que hacía buñuelos y pudines, y la protectora. Sus virtudes eran la abnegación, la sumisión, la entrega a los hijos/as, dar todo y el sacrificio. Al mismo tiempo, las entrevistados/as no olvidan algunos defectos maternos: castigaban con golpes, sobreprotectoras, estrictas, delegaban al padre las decisiones importantes o distan­tes y ante el autoritarismo del padre, se convertían en las mediadoras de la progenie. Los entrevistados recuerdan que la mujer se casaba joven y desde ese momento su única misión en la vida era tener familia muy grande, en especial, para el caso de Medellín. También usaron expresiones como cayó en las garras de mi padre, para denotar la entrega de su destino al hogar y a la figura masculina.

A su vez, recuerdan madres dedicadas al oficio doméstico, y los del grupo A las evocan esperando a su prole cuando llegaba del colegio. Asimismo, exaltan a la reina del hogar por ser una gran cocinera, costurera, tejedora, virtuosa, abnegada, sumisay sacrificada por los hijos e hijas. Sin embargo, el estar en el hogar no garan­tizaba que fueran constantemente afectuosas. Unas fueron recordadas por su expresión afectiva, en especial las de Cartagena, mientras otras rememoran que, si bien sus madres se encontraban siempre en el hogar, eran rígidas, durasy estrictas en todo lo que tenía que ver con la educación, más que todo en la formación moral, religiosa y sexual, de manera especial cuando se trataba de las hijas, se preocupaban por man­tener el honor de la familia.

Algunos hombres y mujeres del grupo B, respondieron al abandono del esposo/ a, consagrándose en cuerpo y alma a su progenie y asumiendo múltiples tareas al mismo tiempo. Se recordó a las madres campesinas dedicadas a las duras labores agropecuarias y cocinando para los trabajadores, a la vez que se hizo referencia a las migrantes, quienes tuvieron que trabajar sin descanso, bien sea como artesanas, en el servicio doméstico remunerado, como profesoras, enfermeras o secretarias. En esta situación es clara la asociación entre trabajo de las madres y estrato social ya que, si bien la representación social dominante apuntaba a que una buena madre debía entregarse sólo a los hijos/as, las circunstancias las abocaban a la lucha por la sobrevivencia, ya que se imponían a este deber ser. Sucede lo mismo en todas las ciudades, incluso en Medellín donde la cultura desestimaba el traba­jo de las mujeres casadas pero, cuando las circunstancias se lo demandaban, debían trabajar.

El trabajo fuera del hogar no les impedía a las madres cumplir con ese rol; algunas de las mujeres sortearon la situación dejando encerrados/as a los/as hijos/ as en su hogar, puesto que en esa época poco se recurría a los jardines infantiles. Sin embargo, otras contaron con el apoyo de sus madres y de la red próxima de parientes, contacto especialmente resaltado para el caso de Cartagena, donde la figura de la abuela surge como dominante en la crianza y la educación de la progenie. Sin embargo, se amaba a la madre, aunque fuera fuerte en el trato y severa en los castigos. En general, el destino de estas madres de los años 60, era

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definido en función de la maternidad y cada proyecto de vida emprendido estaba determinado por su progenie, así cumplieran también con el rol de proveedoras.

Sólo una minoría de entrevistados/as hizo referencia a madres que optaran por otros proyectos de vida además de la maternidad, lo que las llevó a recibir ciertas sanciones sociales. No obstante, hoy son recordadas por sus hijas sin ren­cor, reconociendo que éstas cualidades las llevaron a construir un camino más independiente para realizarse en otras esferas de la vida, no solo en la materni­dad: aprendí de ella el valor y la tenacidad, plantea una profesional de Bogotá, pensando en su progenitora.

En general, la representación social dominante para definir la familia ideal de los años 60, se refiere a la mujer cuyo destino era la maternidad y permanencia en el hogar; de ahí se derivaban sus cualidades de afectividad, sacrificio, pasivi­dad, complementada con la imagen del padre proveedor, el cual centralizaba la autoridad. Sin embargo, estas representaciones chocaban con las prácticas, en especial de las madres del grupo B, quienes trabajaban. Asimismo, las relaciones entre padres y progenie con las materno filiales, se caracterizaban por el temor a expresar el afecto y al contacto corporal, debido a que consideraban que sí se era muy amoroso con la prole se perdía el respeto y por ende la autoridad. Asimismo, la división sexual de roles en tomo a la educación de niños y niñas era estricta y las prohibiciones que permitieran a las niñas desplazarse al espacio público y el control de su sexualidad era drástico. Finalmente, debe señalarse como común la legitimación del castigo físico, pues se pensaba que era el mejor camino para educar, imponer la autoridad y moldear la infancia.

El cambio y las tendencias de la paternidad y la maternidad

Los cambios en la paternidad y la maternidad son complejos26, están someti­dos a una dialéctica permanente de reproducción e innovación, son contradictorios y de ninguna forma contienen la dinámica que entrevistados/as le confieren. Si bien la mayoría de éstos/as se situaron como padres y madres muy diferentes e idealizaron el cambio cuando se compararon con sus progenitores, esta situación obedece a que han asimilado representaciones sociales de la modernidad en torno a la infancia y a las relaciones de pareja cuyos rasgos corresponden a una ideali­zación de aquella como sujeto de derechos, que permita un ejercicio más democrático de la autoridad frente a la progenie y una equidad en las relaciones de género. Ante estos ideales, las formas autoritarias propias de los antecesores se rechazan y la mayoría de los/as entrevistados/as manifiestan que adoptan estilos de socialización contrarios y enmarcan sus relatos en el deber ser democrático de la socialización hoy en boga. El análisis de las narraciones conlleva a distinguir en los relatos de padres y madres el deber ser con respecto a sus prácticas, a analizar a profundidad sus narraciones, con el objeto de ir más allá de lo que se

26Fernández, A. M. Plantea el cambio cultural, implica, "desde la incorporación a la tergiversación y la negociación, pasando por la resistencia, recuperación y readaptación innovadora; hasta llegar a las rupturas, reacomodos y nuevos aprendizajes". En: Mujeres, Revolución y Cambio Cultural: transformaciones sociales versus modelos culturales persistentes. Anthropos, editorial España, 2000, p. 23.

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dice. En ese sentido se propuso la categoría denominada tendencia21, la cual faci­lita entender la heterogeneidad del cambio analizando las narraciones como totalidad, la relación entre representaciones y prácticas, y la forma como entre­vistados/as se sitúan ante las corrientes innovadoras con respecto a la paternidad y la maternidad hoy Las tendencias se comprenden como un instrumento analí­tico28, son matrices creadas a partir del análisis intratexutal de las entrevistas, las cuales expresan aquellos rasgos comunes inducidos a partir de la lectura cuidado­sa e interpretativa de las narraciones. Estas categorías facilitan agrupar los relatos de acuerdo con la forma como hombres y mujeres se representan o cumplen roles y prácticas en torno a la maternidad y la paternidad. No obstante, al agrupar las narraciones en tendencias no se pretende homogenizar la población, más bien se analiza lo común en medio de la diversidad de las mismas y al calificar a entrevis­tados/as en estas categorías, se señalan los resquebrajamientos, las permanencias o alteraciones respecto de una serie de concepciones o prácticas que eran propias de la maternidad y la paternidad en los años 6029. En ese sentido se capta la heterogeneidad del cambio, ya que su dinámica no es similar entre los entrevista­dos/as.

A partir de la investigación se concluyó que se ha presentado un cambio en la paternidad y en la maternidad en las ciudades en los últimos 40 años. Sin embar­go, este proceso contiene una dinámica compleja caracterizada por un ritmo dispar, es decir, mientras en unos aspectos se produce más bien una reproducción de las formas tradicionales como se cumplen estas funciones, en otros la variación es mayor. Asimismo, el cambio es diferencial por estratos, por tipos de familia, por ciudades o por la forma como padres y madres se sitúan ante ciertas tendencias de la modernidad. En ese sentido, a partir de los criterios metodológicos expues­tos se presentarán dichos cambios: en primer término, las respuestas de padres y madres con respecto a la forma como ellos y ellas se ubican ante esta dinámica y, en segundo lugar, las características de padres y madres calificados en las tenden­cias denominadas como: tradicional, en transición o en ruptura.

Cuando padres o madres afirman sentirse diferentes a sus antecesores, se refie­ren principalmente a cambios en las expresiones afectivas y en la autoridad. En los años 60 se enfatiza con frecuencia la escasa comunicación verbal y la poca preocupación por la búsqueda de espacios de interacción propios de la vida coti­diana. En esta perspectiva padres y madres consideran que hoy existe un mayor interés por el acercamiento afectivo y una búsqueda de horizontalidad en el trato

"Similar categoría fue desarrollada por Lluis Flaquer al estudiar los cambios de la familia en España. Flaquer, L op. cit., al estudiar los cambios de la familia en España.

28No se pretende establecer tipologías, pues estos términos hacen referencia a categorías deductivas a partir de modelos teóricos. En este estudio cada narración fue agrupada en comparación con la otra y se dedujeron dichas tendencias a través de un análisis intratextual de cada entrevista profunda como totalidad.

2,En cada tendencia se percibe la tensión entre la reproducción de la tradición v las respuestas a las demandas producidas por la circulación de nuevos conocimientos, creencias, ideas y opiniones relacionadas con asuntos como el ser hombre o mujer, padre o madre; diversas concepciones democráticas acerca de la niñez, la crianza, la autoridad y el ser niño/a, como también por el cambio en las condiciones de vida de los individuos, los cuales están asociados con factores como lugar de residencia, empleo, necesidades de subsistencia, escolaridad o tipo de familia.

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con la progenie. Ambas situaciones van unidas a una mayor liberación en la expresión de emociones, puesto que ahora es más valorada la comunicación a través de! contacto corporal por medio de caricias y besos, a la vez que la palabra y la voluntad de diálogo se estiman como afecto dentro de las teorías innovadoras respecto al deber ser de la familia. Otro aspecto apreciado y ligado a lo anterior es una verbalización más frecuente de las inquietudes acerca de los cambios en la corporalidad y ia sexualidad.

Asimismo, se estima que existe un cambio profundo en el estilo de impartir la autoridad: en consecuencia, los padres y las madres -en especial del grupo B- con orgullo consideraron que ahora son menos violentos con sus hijos/as y dicen adoptar comportamientos más racionales ante los sentimientos de hostilidad que les des­pertaban el desacato de sus hijos/as, cuando se comparan con sus antecesores/as. Una lectura del pasado sobre este aspecto provoca cierto sentimiento de vulnera­ción por el trato recibido: mientras que algunos padres y madres perdonan a sus progenitores por los castigos físicos recibidos, otros se sitúan en la época, los y las excusan por su falta de cultura. Sin embargo, una minoría siente que su éxito en los distintos proyectos de vida emprendidos, son producto de este tipo de autori­dad. Hombres y mujeres consideran que ahora las normas necesitan justificarse, racionalizarse y que la comunicación verbal debe ser el eje central para la nego­ciación de la disciplina. En los sectores populares se observa la incorporación del Estado en la regulación de la vida familiar, ya que cuando padres y madres pro­pician castigos físicos a sus hijos/as, se presenta temor a las sanciones del Sistema Nacional de Bienestar Familiar, la Fiscalía y otras. Debido al impacto que la violencia intrafamiliar les ha generado, prevalecen en padres y madres dualidades e inseguridades en el ejercicio de la autoridad que oscilan entre el diálogo y el castigo, como se analizará más adelante.

Con insistencia se mencionan también los cambios en las relaciones de género, en la construcción de la feminidad y la masculinidad. En primer lugar, las muje­res y algunos hombres resaltan las transformaciones en la condición femenina, critican a sus madres por la sumisión, porque para ser ciudadanas dependían del matrimonio y consideran un logro el que ahora ellas se hayan convertido en perso­nas más autónomas. Las mujeres, en especial las profesionales del grupo A, son críticas con sus madres cuando recuerdan que éstas aceptaban que sus padres decidieran desde la vida sexual hasta la escolaridad de su progenie. Consideran positivo que hoy ellas asuman los costos emocionales y económicos de un divorcio o una separación, sin ser dependientes, y sentir que la vida en pareja, la materni­dad y la crianza de la progenie, esté asociada con el sufrimiento.

Finalmente, tanto hombres como mujeres expresan que uno de los aspectos en los cuales se ponen de manifiesto los cambios culturales, tiene que ver con la forma como han aparecido nuevas significaciones de la niñez. De una infancia centrada en una socialización a través del trabajo, se pasa a valorar otras activi­dades como el juego y el estudio. Se prefiere que los niños/as sean más apreciados por sus padres y madres como sujetos/as con derechos, ya que antes el mundo de los adultos era separado de la infancia y sus criterios eran muy poco tenidos en

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cuenta. En general, la mayoría de padres y madres consideran que hoy los adoles­centes son rebeldes, desobedientes y quieren conocer el mundo a través de preguntas difíciles de responder para ellos/as.

A pesar de estas afirmaciones tan tajantes acerca del cambio, el estudio dete­nido y comparativo de las entrevistas, facilitó reconocer las diferentes formas como padres y madres se sitúan ante la paternidad y la maternidad. En esta perspectiva se analizarán los principales hallazgos de esta investigación en las tres tendencias ya señaladas.

Padres y madres con rasgos tradicionales

Anthony Giddens, al referirse al término tradicional en contraste con el de modernidad, señala que persisten:

discusiones interminables sobre la modernización y qué significa ser modernos, pero muy pocas sobre la tradición. ¿Cómo entender la tradición?, yo diría que todas las tradiciones son inventadas. Ninguna sociedad tradicional fue total­mente tradicional, las tradiciones y las costumbres han sido inventadas por varias razones30.

Recuerda el autor que "las tradiciones son necesarias y perdurarán siempre, porque dan continuidad y formas de vida"3'. En otras palabras, tradición es lo que perma­nece, calificado como tal a partir de la diferencia con ideas y prácticas innovadoras o formas de pensar y sentir consideradas modernas32. En esta investigación el término tradicional hace referencia a aquellas narraciones que se acercan más a la paternidad y la maternidad de los años 60, las cuales se mantienen y reproducen a pesar de las presiones sociales hacia el cambio, resistiéndose a adoptar las repre­sentaciones y prácticas más propias de esa época.

Los padres calificados como tradicionales son valorados por su papel de pro­veedores; es decir, son quienes principalmente aportan económicamente y se hacen cargo de los gastos de sostenimiento de la familia, incluidos los de la esposa o compañera. Esta función fue considerada por ellos como su obligación y respon­sabilidad ante la sociedad y su familia, una condición inherente a su paternidad. Se concibe también que así es más viril y se asocia el ser padre con la proveeduría, la capacidad de ejercer la autoridad con los rasgos de su masculinidad. Por lo general, los padres agrupados en esta tendencia manifiestan haber reaccionado ante el nacimiento de su prole concentrándose más en su trabajo. Los padres de esta tendencia participan muy poco en los oficios domésticos, sólo en caso de bricolaje, arreglos de electrodomésticos y tareas de reparación de la casa. Dado que el papel valorado como padre es el de proveedor, muy poco participan en la

30Giddnes, A. Un Mundo Desbocado. Los efectos de la globalización en nuestras vidas. Madrid, Tauros. 2000, p. 51-55.

31Ibid. 32Giddnes sostiene que las maneras tradicionales de hacer las cosas tienden a subsistir o a restablecerse

en muchos ámbitos de la vida, incluida la vida diaria. Se produce una suerte de simbiosis entre modernidad y tradición. En la mayoría de los países, la familia, la sexualidad y las divisiones entre los sexos continuaron, pese a los cambios modernos, saturadas de tradición y costumbres. Véase: Ibid., p. 51-55.

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crianza, pues la consideran una tarea femenina y al mismo tiempo sienten que están muy atareados cumpliendo su función de proveer.

Existe una fuerte asociación entre el papel de padre proveedor y la figura de autoridad, ya que para estos hombres el hecho de ser proveedores les confiere mayores posibilidades de mando y autonomía hasta el punto de considerar que son quienes deben dar la última palabra en las decisiones importantes respecto al hogar y la familia. Ejercen la autoridad al designar las normas trascendentales o las más generales y procuran que las madres las hagan cumplir. Además, quienes castigan cuando se alteran sus mandos o cuando la madre lo solicita, señalan cuáles son las sanciones más convenientes y toman las decisiones más importan­tes de la familia. Si bien suelen emplear castigos físicos y drásticos sin escuchar a la prole, al mismo tiempo hacen la salvedad de ser menos rudos que sus padres, ya que de todas formas consideran que al normalizar, así sea de esta manera, cumplen con su deber como tal.

Por lo general, estos padres son poco comunicativos en las expresiones de sus afectos y cuando procuran serlo reconocen sus propias limitaciones, pues fueron formados e interiorizaron los rasgos de una masculinidad fuerte, agreste y ajena a las expresiones afectivas, en oposición a las características emocionales de las mujeres. Pasan la vida diaria alejados de las actividades de los hijos/as, concen­trados en sus trabajos y muy poco les ayudan en las tareas escolares o las actividades que el sistema educativo les demanda.

Para los padres la educación sexual, la información sobre el desarrollo físico y sexual de la prole, en especial la de sus hijas, se relega a las mujeres, porque se considera que éste es un asunto propio del mundo femenino o de las instituciones educativas. Su mayor preocupación radica en el posible embarazo de sus hijas o en los temores en torno a la drogadicción o la participación de los jóvenes en las pandillas callejeras.

El complemento del padre proveedor es la madre ama de casa, dedicada prin­cipalmente a la crianza, cuidado, socialización o alimentación de los hijos e hijas, cuyo proyecto central de vida es la maternidad. Sin embargo, se encontra­ron en esta tendencia madres que participan en actividades productivas, por lo general en negocios hogareños, ya que elaboran productos artesanales, laboran en algunos servicios o en ventas. Dentro de esta categoría, las madres ocupan su tiempo en dos tipos de actividades: el primero, en el hogar realizando o supervi­sando los oficios domésticos, sin un trabajo fuera o dentro de éste y las segundas; con actividades productivas que generan algunos ingresos. Estas tareas con fre­cuencia son integradas a labores domésticas y muy poco apreciadas como trabajo. Puesto que la representación social dominante fortalece la imagen del padre pro­veedor, y éste es quien genera los ingresos, en el evento de que exista la coproveduría se tiende a desconocer el papel de la mujer, se invisibiliza su aporte económico en el hogar y, en consecuencia, no se alteran las relaciones de poder que concentran el mando y la autoridad en el padre.

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En general, la paternidad no alteró el proyecto de vida de estos hombres, pues no planificaron su primer hijo/a y el embarazo fue parte del ciclo vital o una circunstancia. Cuando éstos/as nacieron se interesaron por generar más ingresos, consumir menos para ellos y asistir más tiempo al hogar, mientras que las mujeres cambiaron por completo su cotidianidad encargándose del cuidado de los recién nacidos. Estos hogares demandan un padre responsable como proveedor, pero poco presente en tomo a tareas comunes de la vida en familia porque se mantiene una idealización de la división complementaria de roles.

La madre, por su parte, está dedicada fundamentalmente a la crianza y la socialización de la progenie, concentrando el apoyo en tareas escolares o demás demandas de las institución escolar. Son ellas quienes atienden los oficios domés­ticos, de forma diferente según sean los recursos económicos en el hogar: cuando cuentan con éstos contratan empleadas domésticas, pero son quienes las supervi­san y están a cargo de los hijos, porque la maternidad se ha constituido en el proyecto de vida único y más importante.

Las madres ejercen la autoridad ante la ausencia del padre, en nombre del padre o por delegación del mismo. Son quienes están muy presentes en lahorma-tización diaria y rutinaria de la progenie, pues permanecen el mayor tiempo posible en casa. Utilizan castigos físicos, regaños y restricciones para hacer cum­plir las normas paternas, a veces son afectuosas, pues se constituyen en los ejes de la vida emocional de su hogar, pero con frecuencia manifiestan sus expresiones de cariño con temor de perder el respeto ante su descendencia.

Virginia Gutiérrez de Pineda33 se refirió a este tipo de familia como aquella organizada a través de opuestos complementarios, puesto que la organización familiar se basa en los roles de la pareja en tomo a la progenie a partir de cualida­des prefijadas con base en la diferencia sexual. Asimismo, Mercedes González de la Roche también resalta la familia tradicional con los rasgos aquí establecidos, caracterizada por la concentración de las tareas domésticas en las mujeres, mien­tras que el hombre proveedor se reafirma en la autoridad 34. Para la autora, esta forma de familia está legitimada en una representación social dominante, de allí se derivan las sanciones o resistencias a la formación de otro tipo de relaciones familiares, consideradas con frecuencia como patológicas o anormales.

Como conclusión, se puede señalar que en los relatos de estos padres y madres de la tendencia tradicional se observa cierta coherencia entre las representaciones y las prácticas, pues al ser valorado el padre de manera especial por su rol de proveedor se es consecuente con tradiciones de centurias. Por otro lado, la repre­sentación social proclive a la maternidad como proyecto de vida central para la mujer se resuelve con su estadía en el hogar, siendo ella la encargada de la crianza y de los asuntos domésticos de la prole. Sin embargo, ya estos grupos son inquietados

3Gutiérrez, V La Dotación Cualitativa de los Géneros para su Estatus v Función. Revista Nómadas, No. 11, Bogotá, octubre de 1999.

4De la Roche, M. El Cambio de la Familia en México. Revista Nómadas, No. 11, Universidad Central, Departamento de Investigación, Santafé de Bogotá, Octubre de 1999.

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por corrientes innovadoras acerca de la paternidad y la maternidad y en sus mismas narraciones y experiencias vitales se captan elementos innovadores res­pecto al pasado. En primer término, el promedio de hijos/as ha bajado en comparación con los de sus progenitores. Si bien algunos exaltaron las cualidades de las familias del pasado, la mayoría se situó de manera diferente a sus anteceso­res, resaltando y valorando de manera especial el ser menos autoritarios; cuestionando las prácticas disciplinarias de sus padres y fueron constantes las críticas al castigo físico, así como el temor a la rebeldía entre los adolescentes. Asimismo, padres y madres se consideraron progresivos, especialmente en las ex­presiones de los afectos y en propiciar momentos de comunicación con sus hijos/ as. Se observa ya en esta tendencia el papel de la psicología, de la medicina y de la biología, al explicar las bases necesarias para la educación de la prole; concepto como el de trauma, fruto de la vulgarización del psicoanálisis, se emplea indistin­tamente por entrevistados de todos los estratos sociales. Mientras que madres de mayores ingresos acuden a eventos educativos para aprender o a consulta con profesionales, las de los grupos de menores ingresos han asistido a los servicios del Estado para informarse al respecto, bien sea en escuelas o en hogares infantiles. En cualquier forma, el papel socializador de los progenitores es hoy más reflexivo, así se cumpla en medio de formas similares a las de los años 60.

Padres y madres en transición

Investigaciones sobre los cambios en la familia, la paternidad, la maternidad e incluso sobre la sexualidad emplean esta categoría para calificar los resquebrajamientos con respecto a la tradición; al respecto Norbert Elias enunció como propio del proceso civilizador una transición en las relaciones entre padres e hijos por otras formas más recientes, en cuanto a la forma en que es expresada la autoridad y los afectos: según el sociólogo, la transición obedece a que caracterís­ticas anteriores de socialización se reproducen, a la vez que cambian y aún se mantienen "en medio de otras más recientes, más igualitarias, se encuentran simultá­neamente, y ambas formas suelen mezclarse incluso en las familias"35. Por otro lado, Mercedes González, para el caso de México,36 hace referencia a la transición para calificar las formas de familia y las referencias culturales innovadoras, propias de las últimas décadas del siglo XX. Según la autora, si bien se mantiene como ideal el matrimonio católico y el patriarcado en la vida cotidiana, la familia mejicana rompe con dichos ideales. Para el caso de Colombia, Ligia Echeverri destaca la importancia que para los hogares conlleva la definición de la pareja como coproveedora, lo cual altera el manejo del poder entre ellos/as. Señala que la rapidez de las transformaciones de la función sexual y reproductiva

ha dado origen a nuevos problemas, especialmente en esta etapa de transición entre la familia tradicional y la familia contemporánea, en la cual se encuentran una mujer recientemente liberada y apoyada por la ley, con un hombre patriar­cal apoyado por la religión y por la tradición cultural37.

"Elias, N. La Revolución de los Padres y Otros Ensayos. Norma, Bogotá, 1998, p. 412. 36González de la R. op.cit. "Echeverri, L. Las Transformaciones Recientes en la Familia Colombiana. Revista de Trabajo

Social, No.l Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1998, p. 51.

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En esta investigación, bajo la categoría de transición se agrupan aquellas narraciones que expresan un resquebrajamiento de las relaciones paterno, mater­no y filiales de tipo tradicional, con relaciones de poder diferentes entre los sexos, a la vez que se modifican representaciones sociales sobre el deber ser de padre y madre o en relación con la infancia, introduciendo simultáneamente expectati­vas sobre esta dinámica relacional más propias de la modernidad. Los cambios que se presentan en el desarrollo de funciones paternas o maternas como la pro­veeduría, la división sexual de roles en tomo al oficio doméstico, la autoridad o las expresiones afectivas, entre otras, están acompañados al mismo tiempo de resistencias y contradicciones. En unos casos madres y padres expresan diversas tensiones entre representaciones sociales innovadoras y las prácticas tradiciona­les, ante los retos que circunstancias especiales les imponen y las cualidades aprendidas durante la socialización, ya que si bien algunos conservan ideas pro­pias de la tradición al respecto, tratan de reproducirlas ante su progenie en medio de contradicciones. Asimismo, también se presentan avances en algunas de las funciones paternas, mientras que se mantienen las tradiciones en las otras; por ejemplo, padres que realizan labores domésticas en el hogar, pero continúan sien­do autoritarios.

En esta tendencia se observan contradicciones cuando se asumen la paterni­dad y la maternidad, alrededor de la división sexual de roles, la autoridad, la expresión afectiva y las representaciones que definen y dan forma a los ideales de familia. Uno de los cambios más drásticos lo constituye la vinculación de la mu­jer al mercado laboral o el reconocimiento de su papel como proveedora. Esta situación conlleva como complemento una expectativa de cambio en la función paterna cuya evolución es más lenta, porque los padres poco intervienen aún en los oficios domésticos. En algunos casos, cuando ellos asumen las funciones hoga­reñas mientras las madres trabajan dejan de hacerlo ante alguna circunstancia innovadora, volviendo a delegar en la esposa de nuevo estas funciones. Si bien se reconoce el trabajo femenino como una necesidad económica para el hogar o una forma de realización de las mujeres, ellas aún no lo asumen con decisión, porque se culpabilizan cuando sienten que se disminuye el tiempo para su papel mater­no. Otras mujeres, aunque se socializan con una perspectiva favorable a la equidad de género, no le dan espacio al padre para compartir este rol con ellas. En rela­ción con la vida doméstica, en esta tendencia se quieren borrar estereotipos sexistas, intentando que hijos e hijas asuman responsabilidades y estas sean distribuidas de acuerdo con la edad, pero no según su sexo.

Si bien está de moda un discurso proclive a considerar a los hijos e hijas como sujetos de derechos, con posibilidades de autorregulación, de realización perso­nal y a la infancia, como una etapa en la que prime la felicidad, aún los padres y madres presentan múltiples limitaciones para cumplir con estas metas. Entre madres y padres de la tendencia de transición aparece una fuerte ambigüedad en el ejercicio de los castigos y de las formas de imponer la autoridad. Esto se debe a que comparten una alta valoración del diálogo por encima del uso del castigo físico, pero con frecuencia acuden a drásticas reprimendas, repitiendo de manera

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inconsciente prácticas de castigo violentas recibidas de sus progenitores. Esto con­lleva a contradicciones como la de no querer reproducir la historia de ellos y, por tanto, se culpabilizan y arrepienten una vez castigan a sus hijos/as. Si bien mani­fiestan en los relatos que no se debe usar el castigo físico, posteriormente lo ejercen, pues el golpe se considera una forma rápida o eficaz para erradicar un comporta­miento negativo en sus hijos/as. Asimismo, sienten temor a la respuesta agresiva de éstos/as, cuando por circunstancias especiales pierden el control. El uso de castigos más propios del contexto campesino, como dar plano o rejo, demuestra que las experiencias con sus padres o madres en la infancia les sigue signando y están presentes en su inconsciente cuando ejercen este rol. Sin embargo, si se compara esta tendencia con la anterior prevalece una inclinación a reducir el castigo físico, puesto que éste es cuestionado y su implementación es diferente según la edad de los hijos; así, en la medida que crecen, se conversa más con ellos/ as, se explica y se sanciona de otras maneras. Finalmente, se observa una contra­dicción entre las respuestas que padres y madres deben dar ante las nuevas circunstancias que la sociedad les demanda, el reconocimiento que los hijos e hijas han hecho de sus derechos y la visión tradicional más normativa y autorita­ria del deber ser paterno o materno.

En el caso de los padres (y aún en las madres, aunque menos), la expresión de afecto por parte de sus progenitores en su infancia se convierte en un obstáculo para ser hoy más expresivos de sus emociones con su prole. En cuanto a las rela­ciones afectivas, en el núcleo familiar se observa una amplia gama: en el grupo A existen los padres que han hecho un gran esfuerzo por ser más expresivos y cariño­sos y lo van logrando con los hijos en la medida que comparten la crianza y su crecimiento. Se encuentran también los padrastros que cuidan ciertos límites en los afectos con las adolescentes; los padres que besaron a sus hijos varones hasta los 15 años y, por supuesto, los que dicen no tener problemas en expresar afecto corporal o verbal a hijos e hijas en cualquier edad. A pesar de que entre las madres se procura más diálogo con su prole y más expresiones de cariño, no desaparecen formas de castigar o reprender a través del insulto, el grito, el corre­azo o la palmada. Cuando esto ocurre, el relato se acompaña de precauciones como no ir a causarles daño físico o evitar asumir la actitud agresiva de sus progenitores/as.

Aunque unos expresen más afecto que otros, los padres del grupo B se conside­ran, en general, más activos, cercanos y pendientes de los hijos, así como de la compañera, cuando se comparan con sus respectivos progenitores, manteniendo como referencia el recuerdo de su padre. Otros, pese a una infancia de pobreza, de abandono o de maltrato, quieren ser diferentes y conversar, acariciar, besar, decir palabras estimulantes y gratificantes a sus hijos/as. Los padres del grupo B, tienden a reconocer en sus hijos personas con derechos; se lamentan de sus condi­ciones de pobreza e ignorancia e intentan compensar con algunos medios como la información, charlas y talleres en los establecimientos educativos y de modo in­formal entre amigos/as.

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Cambios y permanencias

Otros padres y madres reconocen que hoy todo está en discusión, que las relaciones con los hijos/as se construyen y reconstruyen día a día, y que no es que

fracasen ellos o sus métodos, sino que ahora el diálogo y los acuerdos tienen una vigencia limitada, no como en los tiempos de los abuelos. Están presentes unos relatos según los cuales, los hijos deben ir asumiendo sus propias responsabilida­des y lo que se establece entre padres, madres e hijos es el diálogo, como también la negociación. Estos procesos se van dando con el crecimiento de los hijos y no se hacen diferencias entre los chicos y las chicas. Cabría la posibilidad del caso un poco más radical de esta versión de paternidad: el laissez faire, laissez passaire, acompañada de la figura del padre amigo o la madre amiga, con la cual se disuel­ve el rol de autoridad, como una forma de discurso y práctica que en aras de una mayor libertad de la prole, releva al padre de sus obligaciones y casi no establece límites.

Una contradicción destacada en esta tendencia consiste en considerar la fami­lia nuclear legitimada a través del matrimonio indisoluble y eterno como la forma ideal de las relación de pareja y la vía más expedita para formar a las nuevas generaciones, mientras que por diversas circunstancias padres y madres se organi­zan en familias extensas, monoparentales o poligenéticas, como se profundizará más adelante. Estos padres y madres, sin descuidar el proyecto educativo de sus hijos, tienen además un enorme deseo de que sus hijos sean felices en el camino que ellos mismos elijan en su vida. Simultáneamente, son padres que valoran la familia como institución y la ven hoy como un espacio para brindar seguridad y formar a los ciudadanos/as.

En general, los rasgos del padre de la tendencia de transición contienen las si­guientes características distintivas: ya no se plantea como tarea central ante la prole ser proveedor, porque comparten la proveeduría o el sustento económico del hogar con la madre u otros parientes; en consecuencia, esta situación novedosa modifica la representación de sí como padre y el discurso democrático marcado por inconsistencias con respecto a las prácticas de la autoridad, buscando otras alternativas comunicativas con su prole. Asimismo, tienden a compartir la auto­ridad con la madre y a procurar menos castigos físicos ante las faltas de su progenie, si se compara con la tendencia anterior38. Cuando estos padres cambian sus pro­pias actitudes y prácticas frente a las expresiones afectivas, con frecuencia experimentan crisis, pues ahora corrientes de pensamiento innovadoras le de­mandan ser un padre cariñoso y comunicativo, lo cual choca con una socialización basada en la formación de una masculinidad agreste y poco expresiva de afectos.

Si bien estos padres participan en las labores domésticas, se concentran de manera especial en aquellas que significan la relación directa con la prole, pero muy poco en las correspondientes a la tareas cotidianas como cocinar o lavar. Ante estos oficios, este padre se involucra en medio de una representación social

,8En la medida en que las relaciones entre padres e hijos van pasando de la obediencia y el control de los primeros sobre los segundos, a unas menos impositivas, afloran más frecuentemente tensiones, desacuerdos, típicos de las nuevas relaciones. Estos 'conflictos' y las formas de abordarlos y procesarlos son parte de la dinámica cotidiana de las familias.

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que le demanda ser un colaborador, palabra que significa no responsabilizarse pues su compañera es quien desempeña ese rol. Otros padres han asumido las tareas domésticas debido a circunstancias especiales como la viudez, las separa­ciones o el desempleo, constituyéndose estas responsabilidades en un reto, debido a que en la infancia no fue socializado para ello. Finalmente, debe anotarse que procuran compartir con su prole algunos temas de sexualidad, pero, en especial, con los hijos varones.

Por otra parte, las madres calificadas en la tendencia de transición presentan las siguientes características: en primer término, contribuyen de manera significativa al sostenimiento económico de la familia, constituyéndose este aporte en estimu­lante para su autoestima y el aprecio que la misma sociedad hace de su rol. Si bien la mayoría de las mujeres devengan menos ingresos que sus maridos, en varios casos su papel de proveeduría se transforma en el principal. El manejo que se hace de los recursos familiares se distribuye a partir de varias alternativas, según las cualidades de las parejas. Madres profesionales o que son trabajadoras y que vivencian profundos conflictos consigo mismas por el tiempo que el trabajo deja para sus hijos/hijas, buscando por tanto formas alternativas como llegar temprano, trabajar cerca al hogar o alcanzar apoyos entre trabajadoras domésti­cas, profesoras o abuelas. Las madres procuran ejercer una autoridad compartida o delegada con los padres y, ante las faltas de su hijos/as, hablan, explican y, eventualmente, aplican el castigo físico, ya que prefieren usar las prohibiciones como forma de control disciplinario y de expresar los conflictos con ios adolescen­tes. Se enuncia como deber ser el acuerdo sobre las normas con los padres, pero con frecuencia esa meta no se cumple. Las madres buscan entablar una relación de confianza, comunicación y cercanía con los hijos/as, sin miedo a perder la autoridad; son expresivas del afecto y cariñosas, tienden a entablar diálogos acer­ca de temas como el de la sexualidad, principalmente con sus hijas. Si bien la vinculación de la progenie a la educación formal es planeada entre ambos padres, aún ellas son las más responsables al respecto, convirtiéndose en las que acompa­ñan, controlan y apoyan las actividades escolares.

Padres y madres de la tendencia en ruptura

En textos acerca del cambio en la familia se hace referencia a ciertos hogares donde prevalecen relaciones de equidad en las relaciones de género o en las pater­no, materno y filiales. Virginia Gutiérrez de Pineda, por su parte, se refiere a ellas como un hogar conformado por semejantes o pares, en el sentido de que allí prima una relación horizontal entre sus miembros39. Cebotarev, los caracteriza también como hogares de responsabilidad compartida, pues se destacan rasgos democráticos en la distribución de las tareas hogareñas40. En el caso de la inves­tigación aquí presentada, estos padres y madres se han clasificado en esta tendencia porque se sitúan en ruptura y oposición frente a sus progenitores, procurando un cambio con respecto a la forma de ser y se replantean el construir relaciones

"Gutiérrez de R, V op. cit. '"Cebotarev, N. op. cit.

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innovadoras en sus hogares. Si bien apenas son una minoría, en las ciudades estudiadas se constituyen en cierta vanguardia emergente41, con respecto a las formas de transición y tradicionales. Prima en ellos/as la construcción de relacio­nes diferentes en el espacio familiar y en la sociedad, sin que persistan modelos fijos o rígidamente establecidos. En ese sentido, este grupo se caracteriza por la autorreflexión del yo ante las circunstancias complejas que la vida les demanda; en términos de Anthony Giddens42, corresponde a una actitud propia de la mo­dernidad reciente, en la cual se conjuga una relación con el tiempo, un espacio globalizado y cambiante, la pérdida de ideas fijas o preestablecidas, la necesidad de pensar acerca de la cotidianidad, ilustrarse con las ciencias (en especial las humanas) e innumerables inquietudes que conllevan al riesgo como una constan­te de reflexión de la persona, sobre el sentido de sus vidas. Hoy hombres y mujeres fundamentan sus propias emociones en los descubrimientos de la psicología, la biología, la antropología o la pedagogía y, en general, en representaciones sociales circulantes acerca de la equidad y la democracia en la familia. Como consecuen­cia de querer formar hijos e hijas autónomos y autorregulados, es relevante en esta tendencia la búsqueda de principios o de acuerdos para establecer la autori­dad. Sin embargo, persiste una inclinación a ver en la niñez y en la juventud una capacidad natural para dirigirse sí misma que demanda muy poca intervención de los/as adultos/as. La figura que representa este modelo es la de padre amigo o madre amiga, con quien se genera una función de comunicación con la prole, de orientación por parte de los adultos/as, que de imposición de las normas.

Este grupo de padres y madres en ruptura presenta una cierta coherencia entre los discursos y las prácticas con la tendencia de transición. Unos y otras se orientan por criterios no sólo compartidos, sino por una mayor equidad entre ellos y ellas y en la relación que entablan con hijos/as. Es decir, se desdibujan y reelaboran las antiguas representaciones diferenciales de género, y también de edad, ahora orientadas hacia relaciones y arreglos familiares más equitativos, pero en procesos permanentes de búsqueda y construcción. Los modelos referen­tes con los cuales se hacían los antiguos arreglos con sus progenitores, pierden vigencia y sentido. Esta perspectiva se denomina como ruptura, puesto que sugie­re la construcción de nuevas relaciones entre hombres y mujeres, adultos y jóvenes en el espacio familiar y en la sociedad en su conjunto, constituyendo una dinámi­ca dominada por la incertidumbre, pues carece de los modelos fijos que existen en la familia patriarcal, y deben asumirse negociaciones frecuentes de normas y lími­tes. Se define la vida a partir de proyectos donde prima la incertidumbre como signo de la época ya que padres y madres no referencian en sus ideales modelos preconcebidos cultural o socialmente como ha sido el patriarcal, sobre el cual se declaran en oposición, a la vez que no comparten en todo o en gran parte, las formas de paternidad y maternidad de sus predecesores. En síntesis, a partir del conjunto de los relatos de esta tendencia, se pueden caracterizar sus rasgos dis-

41 Expresión empleada por Virginia Gutiérrez de Pineda para referirse a las familias mas innovadoras. Gutiérez de R, V Honor, Familia y Sociedad en la Estructura Patriarcal. El caso de Santander. Universidad Nacional de Colombia, 1988.

42Giddens, A. Modernidad e Identidad del Yo. Ediciones Península, Barcelona, 1997.

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tíntivos sobre un denominador común: la construcción permanente de acuerdos, normas y límites, cuando se trata de la autoridad, la proveeduría o el trabajo doméstico en el hogar.

En las ciudades los padres y las madres que asumen los cambios dan cuenta en forma amplia de historias personales caracterizadas por un cuestionamiento so­bre los modelos impuestos de hombre y mujer, la búsqueda de relaciones más equitativas entre los géneros y las generaciones o con discursos democráticos refe­ridos a la vida familiar. De ninguna manera están exentos/as de contradicciones, pero existe en ellos mayor concordancia entre representaciones y prácticas, si se comparan con la tendencia anterior. La paternidad y la maternidad la conciben de manera central en tomo a la formación de criterios de autonomía y el respeto de los derechos de todos los hijos/as, sin diferencia de edad o sexo.

Con respecto a los padres de la tendencia denominada de ruptura se destacan en general los siguientes rasgos: emplean un discurso democrático en la vida fami­liar acompañado de cierta coherencia con las prácticas, que no excluye la existencia de fronteras borrosas entre la democracia y dejar hacer, dejar pasar, ya que las nor­mas y límites están en permanente negociación. Asimismo, redistribuyen las relaciones de poder/autoridad entre todos los miembros de la familia, a través del diálogo y la negociación sobre los conflictos. Entre estos padres la proveeduría o coproveeduría no permanece directamente relacionada con la representación de sí como padre, lo cual les facilita una mayor presencia en la familia y expresan la paternidad a través de la afectividad. Se caracterizan por ser cariñosos y expresi­vos con la prole a través del contacto corporal y verbal, sin discriminaciones en razón a la edad o al sexo. Finalmente, debe destacarse que se asumen las labores domésticas como una responsabilidad y se trata de compartirlas con la compañe­ra y, en los hogares monoparentales, con la prole. Sin embargo, a veces se presentan conflictos o se distancian de algunas responsabilidades domésticas. En general, se encuentran dispuestos para realizar acciones encaminadas a cambiar los estereo­tipos sexistas que distribuyen los roles.

Las madres, por su parte, destacan los siguientes rasgos: emplean un discurso democrático en la vida familiar coherente con las prácticas, las cuales no exclu­yen la existencia de fronteras borrosas entre ser democrático y el dejar hacer o dejar pasar. AI mismo tiempo, intentan de manera permanente construir normas, límites, diálogo, o la negociación ante los conflictos de autoridad. A su vez, com­parten la proveeduría cuando se vive en pareja o se presenta autosuficiencia económica cuando no. Al mismo tiempo, propenden por la redistribución de ta­reas domésticas entre hijos e hijas y el padre, con el objeto de evitar la discriminación por género. Asimismo, estas mujeres se convierten en copartícipes del proyecto de educación y profesionalización de los hijos/as, proyectan su vida a través de varias posibilidades, bien sea en su rol profesional o como trabajado­ras y esta situación no les genera mayores conflictos pues el tiempo de compartir con sus hijos /as lo valoran por su calidad. Son expresivas y cariñosas sin discri­minación con su prole en razón de la edad o sexo y expresan un interés por la

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construcción del vínculo afectivo entre padre-hijos/hijas. Estas situaciones no son ajenas a conflictos que tratan de ser manejados a través del diálogo.

En este grupo, los cambios culturales se reflejan en el campo de las conviccio­nes relacionadas con la religión y la sexualidad, aunque perciben rupturas con respecto a la generación anterior y no brindan educación en los parámetros de la formación religiosa tradicional, de manera que se seculariza el control que cada uno o una presente en la vida cotidiana, como la sexualidad, la familia o el comportamiento reproductivo. Se procura la transmisión de valores basados en el hedonismo, la solidaridad, la felicidad, la honestidad o la auto responsabilidad, mientras que el sacrificio o el sufrimiento se desechan.

El cambio y las tendencias en las cinco ciudades

En el texto sobre historia de la familia en Colombia, Virginia Gutiérrez de Pineda analiza la evolución de esta en relación al creciente proceso de urbaniza­ción que se viene presentado y afirma que la creación de una unidad nacional, producto del crecimiento de las ciudades, la modernización del Estado y otros factores, incidieron en el cambio de la familia. En esta etapa, dice la autora:

"podemos presenciar como secuencia del proceso migratorio y de los polos de desarrollo regional, acelerados por las comunicaciones y el transporte, un cre­ciente desdibujamiento de los claustros etnogeográficos y el rompimiento de las endogamias regionales, aspecto que contribuye a la homogenización étnica"43.

Prospecta la antropóloga Gutiérrez que la urbanización en primera instancia conlleva una hibridación cultural generada por el encuentro entre diversas cultu­ras rurales. Aunque, posteriormente, con el crecimiento de las nuevas generaciones citadinas, la diversidad cultural por regiones se hace más tenue y se va homogenizando. Parecida tesis expone Hernán Henao cuando se refiere a una familia en Medellín con características similares a las demás ciudades, ya que el proceso de urbanización, sumado a la inequidad, provoca problemáticas comu­nes entre los citadinos. Señala el autor: "la instauración de territorios urbanos a los que acceden pobladores de todas partes, crea otras realidades familiares y culturales que no han sido debidamente tipologizadas aún"44. Múltiples fenómenos, ya analizados en el capítulo anterior, inciden en cierta homogenización del grupo familiar con respecto a las formas culturales propias de las zonas rurales, al mismo tiempo, persiste un poliformismo familiar que se diferencia según sean el tipo de hogar que se conforme, sexo, generación o estrato social.

Si bien en los años 60 los estudios realizados por Virginia Gutiérrez de Pineda en las regiones45de Colombia destacaron las diferencias alrededor de las formas de organización familiar, las relaciones de pareja y la dinámica relacional pater-

43ICBF et al. Tradicionalismo y Familia en Colombia. En; Memorias del año interamericano de la familia. 1983, p.276

44Henao, H. Colombia: sociedad mestiza y polimorfismo cultural. En: Cuadernos Familia Cultura y sociedad. CISH, Centro de Investigaciones Universidad de Antioquia, Medellín, 2000.

45La región incluye el sector urbano y el rural, así como las poblaciones semiurbanas muestran la investigación presentada, en este estudio se delimitó a los grandes centros urbanos.

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no-matemo y filial, hoy la principal conclusión de la investigación por el caso de las ciudades consiste en afirmar una inclinación hacia la homogenización de concepciones y prácticas en tomo a las representaciones sociales sobre el deber y ser de la maternidad y la paternidad, de la forma como padres y madres manejan la autoridad, las expresiones afectivas, las maneras de proveer los recursos para el hogar y los oficios domésticos, en las ciudades colombianas. Es decir, las diferen­cias entre cada ciudad son tenues, a pesar de pertenecer a regiones antes bien diferenciadas por Virginia Gutiérrez46 en los años sesenta, y es con base en esto que se sustenta la homogenización.

Este proceso puede ser probado también a partir de indicadores estadísticos que demuestran características similares en las ciudades. En otras palabras, el descenso de la fecundidad, el aumento de la tasa de participación laboral femeni­na, el aumento del nivel educativo, en especial de la mujer, las tasas de divorcios, tuvieron una dinámica similar en los últimos cuarenta años del siglo XX en Bogo­tá, Medellín, Cali, Cartagena y Bucaramanga47.

Si bien se cambia en todas las ciudades al mismo tiempo que éstas se moderni­zan, la transformación no ha sido igual cuando se comparan sus características por tendencias. Se puede afirmar que el rasgo más común de la paternidad y la maternidad de las personas entrevistadas en Medellín, Bogotá y Cali es la transi­ción48, lo cual implica la permanencia y coexistencia de representaciones sociales y prácticas apropias" de los años cincuenta o sesenta junto con las comentes renovadoras acerca de una mayor equidad entre los géneros, relaciones más afec­tuosas y cercanas con los hijos e hijas y una autoridad más democrática. Al mismo tiempo, el peso de los relatos que contienen elementos de la tradición en Cartage­na y Bucaramanga es mayor. Son estas zonas donde se presentan procesos más lentos de urbanización y de desarrollo económico, lo cual incide en que las es­tructuras políticas y sociales tradicionales aún tengan mucho peso, la dinámica espacial genere relaciones más directas entre los ciudadanos y el temor al control social sea mayor. Por tanto en los relatos se evidencia con frecuencia la añoranza por los hogares tradicionales acompañados de concepciones o prácticas encami­nadas a conservar relaciones más jerarquizadas entre los géneros y las generaciones.

Si bien en Bucaramanga se percibe con facilidad la pervivencia de formas tradicionales, es preciso anotar que, sin embargo, ellas no logran contener los procesos de cambio provenientes del entorno. De manera que el hallazgo más significativo en los hogares bumangueses tiene que ver con cambios muy profun­dos en la identidad masculina, especialmente. Hoy los padres de esta ciudad son más afectuosos y expresivos con sus hijos, independientemente del sexo y la edad, tal como lo intuyó Virginia Gutiérrez de Pineda en 198649. En síntesis, en

""Gutiérrez de R, V Familia y Cultura en Colombia. Universidad de Antioquia, Medellín, Reedición, 1996.

47La tesis aquí expuestas acerca de la homogenización de la paternidad y la maternidad, no significa que aún no persistan diferencias, pero poco fueron percibidas con las entrevistas profundas y las historias de vida, metodología desarrollada en esta investigación

48La transición la constituyen el 45% ó 50% de casos entrevistados en las ciudades mencionadas. «Gutiérrez de R, V 1.987, Op. cit.

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Bucaramanga coexisten formas tradicionales con nuevas prácticas en las relacio­nes paterno-materno-filiales. En Cartagena los hombres como proveedores pretenden ser servidos en la familia, independiente del estrato social, por ello es muy poca su vinculación a las tareas domésticas y a los procesos de crianza. Continúa teniendo mucha importancia en esta ciudad la división de tareas entre los géneros y el establecimiento de jerarquías entre las generaciones junto con el enorme papel de las abuelas en la socialización, lo que conlleva a un reconoci­miento y respeto por los adultos. En el ejercicio de la autoridad se encuentran pocas referencias a la utilización del castigo físico, aun cuanto persiste la amena­za como mecanismo para imponer las normas50.

En Cali, Bogotá y Medellín, los padres de ayer eran los proveedores económi­cos, concentrando la autoridad o delegándola en la madre y, en general, eran más distantes con la progenie. A su vez, las madres eran amas de casa o trabajadoras y quienes mostraban el afecto en el manejo de los recursos en pro del bienestar de la familia. En cuanto al trabajo de la mujer, en Bogotá se presentan ciertas parti­cularidades en relación con Medellín, mientras que en la primera ciudad son más reiterativos los relatos que dan cuenta de madres (especialmente de sectores de bajos recursos) vinculadas a trabajos productivos aún por fuera del hogar, la cultura de Medellín es aún fuerte para incidir en que la mujer permanezca en el hogar.

El poder patriarcal en Bogotá, Medellín y Cali se confronta con las nuevas ideas a favor de relaciones más cercanas con los hijos y se aprecia aún en algunos padres y madres tradicionales que se están preguntando sobre la manera de ex­presar el afecto y de ejercer la autoridad disminuyendo o suprimiendo el castigo físico. En Cartagena y Bucaramanga, este cuestionamiento del poder patriarcal se percibe con menos fuerza con respecto a las demás ciudades.

Debe destacarse que en las cinco ciudades los grupos innovadores en tomo a las formas de ejercer la paternidad y la maternidad solo constituyen una mino­ría51, luego aún predominan intensas contradicciones entre el deber ser de las representaciones sociales y las prácticas, entre las circunstancias que obligan a vivir en contra de ese deber ser y entre los cambios en algunas funciones, mientras que se mantienen otras. En ese sentido puede afirmarse que la representación social sobre la cual se privilegia el papel de padre como proveedor se está resque­brajando, ciertas circunstancias e ideas aún los ligan a dicha funciones y los separan de las otras, pero al mismo tiempo nuevas prácticas como la de partici­par activamente en las labores de crianza y en el cuidado de los niños/as recién nacidos los dinamizan hacia el cambio. Por otro lado, las ideas que privilegian la maternidad aún se conservan en todas las ciudades bajo la creencia de que la mamá —y no tanto el papá— es indispensable para la crianza y el crecimiento

'"Cuando se comparan los índices de castigo físico por ciudades, se encuentran el doble entre Bucaramanga y Bogotá respecto al Norte de Bolívar, lo cual indica este empleo, pero no en la misma intensidad de otras regiones del país. Encuesta de PROFAMILIA Demografía y Salud. Bogotá. 2.000.

''Entre el 12% v 14% en todas las ciudades,

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del hijo/a, por lo cual hombres y mujeres, especialmente los tradicionales o en transición, cuestionan el hecho de que las madres permanezcan durante largas jornadas por fuera del hogar desempeñando trabajos remunerados y, simultánea­mente, aceptando que los hombres permanezcan en sus labores y por ende no participen en tareas de crianza y en los oficios domésticos.

Diversidad y cambio por estratos sociales

En el curso del capítulo se viene haciendo referencia a la relación entre los cambios y los estratos sociales. En efecto, persisten prácticas y cambios que se encaminan hacia una visión más modemizadora en tomo a la infancia o la equi­dad entre los padres y las madres pertenecientes a los estratos cuatro, cinco (grupo A) de las ciudades estudiadas, que en los y las del tres, dos y uno, (grupo B). Los primeros se concentran en la tendencia de transición y ruptura, mientras que los segundos, en la tradición. Esta asociación se demuestra de forma más contunden­te en la tendencia de ruptura, ya que estos padres y madres representantes de cierta vanguardia, renovadora de valores, presentan los más altos niveles educa­tivos: la mayoría son universitarios/as, lo cual incide en que se asocien con corrientes de pensamiento crítico acerca de las formas educativas de sus progenitores.

Otras investigaciones han demostrado la relación de los cambios culturales y los estratos sociales, así enuncia Stone:

la clave para comorender cómo sucedieron en realidad los cambios en la familia esta en la difusión por estratos de las nuevas ideas y prácticas. Por tanto deben estudiarse las generalizaciones sobre el cambio familiar a través de una cuida­dosa definición del grupo de estrato o clase que esté bajo discusión, del sector alfabetizado o analfabeta de los devotos apasionados o de los conformistas casuales52.

En el caso de España, Flaquer insinúa: "el nivel de ingresos, las profesiones intelec­tuales, en suma el capital cultural, son variables decisivas para la asunción de una nueva paternidad"53. Foucault, por su parte, cuando estudiaba los cambios en la sexualidad, resaltó para el caso de Europa54 cómo estos se iniciaron entre los grupos de altos ingresos y luego se difundieron en los sectores más pobres. En relación con Bogotá, por ejemplo, un estudio sobre el movimiento obrero en los años 30, hace referencia a las campañas de higiene y mensajes de moralización de costumbres consideradas dañinas para la familia como la bebida de la chicha, que fueron establecidas desde los grupos burgueses hacia los proletarios55.

Como se trató en el capítulo primero de este texto, en el caso que nos ocupa las ideas acerca de la infancia como sujeto de derechos, la equidad entre los géneros y otras representeciones sociales democratizadoras fueron apropiadas desde los

52Stone, L. Familia, Sexo y Matrimonio en Inglaterra 1500-1800. Edita Fondo de Cultura Económica, México, 1979, p. 19.

53Flaquer, Op. cit., p. 87. S4Foucault, M. La Historia de la Sexualidad. La voluntad del saber. Tomo I, Siglo XXI, México,

1978. 55Archila, M. La Clase Obrera en Bogotá. Cinep y Universidad Nacional de Colombia, 1991.

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años 30 por grupos de élites intelectuales, maestros, sectores de profesionales que se formaban en tomo a ellas en las escuelas de altos estudios, en las normales, o porque las conocieron cuando viajaban hacia otros países y luego las difundieron a otros sectores sociales.

A pesar de presentarse una tendencia hacia la conservación de la tradición entre los estratos de menores ingresos en las ciudades, debe resaltarse que también se observaron representaciones sociales y prácticas proclives a la reproducción de las relaciones paterno, materno y filiales entre los estratos seis de las ciudades de Bogotá, Bucaramanga y Cartagena. Estos entrevistados/as fueron clasificados en la tendencia tradicional porque formaban familias nucleares con una férrea divi­sión sexual del trabajo, donde las madres tenían como único proyecto vital a su prole y los padres interpretaban su rol en función de la proveeduría e inhibían sus expresiones afectivas con ellos/as, ejerciendo una autoridad rígida. Estos casos demuestran que no se presenta una relación mecánica entre el cambio con respec­to a las relaciones familiares y el estrato social, pues ciertos grupos de altos ingresos no son permeados por las corrientes innovadoras al respecto, más bien se identi­fican con las tradiciones fundamentadas en discursos religiosos o biológicos, que con frecuencia pronostican como muy negativo para la sociedad el advenimiento de relaciones más democráticas entre género y generación.

Al mismo tiempo, cuando se analizan las entrevistas, sorprenden las referen­cias de padres y en mayor medida de madres, que manifiestan concepciones modernizadoras alrededor de su infancia y de su rol como padres y madres, aun­que sus condiciones de vida y empleos son muy precarios y provienen de hogares muy pobres. A pesar de haber recibido de sus progenitores una socialización de estilo rígido, en medio de muy pocas expresiones afectivas, estas madres o padres innovan y se niegan a reproducir las formas de socialización que la tradición les impone. Así, si bien estas narraciones están inmersas en conflictos y contradiccio­nes, como se enunció anteriormente, se demuestra cómo sus representaciones sociales están permeadas por corrientes innovadoras acerca de la paternidad y la maternidad, por encima del estrato social a que pertenecen. A manera de hipóte­sis, se propone como fuentes de cambio de las representaciones sociales en tomo a la paternidad y la maternidad el papel de los medios de comunicación, en espe­cial de la televisión y la radio, así mismo inciden en el cambio los programas del Estado encaminados hacia esa población, tales como las guarderías infantiles, las reuniones de padres de familia en las escuelas y colegios de los hijos/as, eventos que provocan cuestionamientos a las tradiciones, nuevas circunstancias o desa­fíos vitales como el encuentro e interacción con otros sectores sociales. Es el caso de las empleadas del servicio doméstico de origen rural, quienes al migrar a las ciudades, deben compartir con otras familias y se presenta la influencia de la comparación de sus propias experiencias con la socialización que observan en los otros hogares.

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Formas familiares y cambios en la paternidad y la maternidad

La conformación de los hogares se asocia con el contexto social, con los cam­bios en el trabajo de la mujer, los procesos de modernización y secularización, y otros aspectos ya enunciados en el capítulo anterior. La diversidad que hoy se encuentra en las formas familiares manifiesta un proceso de cambio y revolución de la intimidad, en palabras de Antony Giddens56. Sin embargo, persiste una contradicción entre una tendencia a idealizar la familia, especialmente marcada por las ideologías religiosas, respecto de las formas familiares que en América Latina se desarrollan.

Como se planteaba en varios apartes de este texto, en la presente investigación se estudiaron la paternidad y la maternidad según el tipo de hogar que estos conforman, distribuyéndose los mismos en nucleares, extensos, monoparentales femeninos o masculinos, superpuestos y poligenéticos57. Al analizar la informa­ción, se concluye que en las ciudades persiste una diferencia en la forma como padres y madres cumplen con ¡as funciones de autoridad, proveeduría, activida­des domésticas y la manera como se expresan afectivamente con la prole, según sea el hogar que conforman. Al mismo tiempo, sobresale la representación social con la cual se legitima la familia nuclear conformada por la pareja y los hijos/as nacidos de esta unión, mientras que en los demás tipos de hogar se conciben formas transitorias como un fracaso o una necesidad, debidas a ciertas circuns­tancias vitales y se sueña por volver a construir un hogar nuclear. A continuación se analizarán en primer término las diferencias de ser padre y madre según el tipo de hogar y en segundo lugar, el significado otorgado a la familia nuclear como representación social dominante.

La familia extensa conformada por la presencia de tres generaciones estuvo integrada bien sea por una pareja de procreación e hijos/as, o por una mujer jefe de hogar con sus descendientes. Al mismo tiempo, con este tipo se hogar se resca­tan hijos adultos y, en especial, madres sin pareja, que se albergan allí porque no están en posibilidad de conformar hogares independientes. Se destaca el papel de las abuelas ante las necesidades de las madres solteras porque, gracias al apoyo brindado, éstas logran seguir en el sistema educativo o cumpliendo su papel de proveedoras, a pesar de las responsabilidades que su situación les demanda. Este tipo de hogar, se constituye en una necesidad valorada por los sectores de más bajos ingresos de las ciudades, pues se convierte en un mecanismo de superviven­cia ante la crisis, el desempleo y como alternativa de apoyo para la crianza de hijos e hijas. A su vez, la convivencia de tres generaciones en la misma vivienda, flexibiliza las fronteras para compartir los recursos, proveer a los desprotegidos, compartir viviendas amplias, acoger parientes que migran del sector rural o asu­mir la protección de los niños/as cuando las madres se ausentan por circunstancias

'•"Giddens, A. La Transformación de la Intimidad. Ediciones Cátedra, Madrid, 1992. '7La calificación de poligenéticos o superpuestos aún está en debate para significar los hogares

compuestos por hijos e hijas de diferentes uniones anteriores. Jiménez, B. Los Míos, los Tuyos y los Nuestros. Universidad de Antioquia, Medellín, 2001.

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laborales. Esta forma de familia cumple también un papel central ante los secto­res más golpeados por el desempleo y la falta de seguridad social, es, en suma, una especie de amortiguador ante la crisis que tanto agobia a los colombianos/as hoy. En diversas investigaciones realizadas en Guadalajara y en la ciudad de México pudo contrastarse similar situación, ya que los hogares extensos eran mucho más capaces de disminuir los efectos de las crisis económica y la precariedad de los salarios. "Todos esos estudios han dado evidencia del dinamismo de los grupos fami­liares y de su íntima relación cambiante con los también cambiantes mercados de trabajo "5S.

En los hogares extensos los conflictos intergeneracionales se aumentan, en es­pecial porque prevalece la representación social que delimita las funciones de autoridad sólo a padres y madres, mientras que se considera que los abuelos/as deben brindar el afecto. Por otra parte, los cambios en torno a la democratización de las relaciones familiares resquebrajan el respeto a los mayores y la obediencia que la prole debe a los mismos, atenuando al tiempo un mecanismo que facilitaba la convivencia. Aveces los menores se mueven bajo la premisa de los derechos de los niños/as, mientras que los mayores son más proclives a una educación rígida y autoritaria. Sin embargo, con frecuencia también los abuelos y abuelas son elásti­cos con la autoridad y en consecuencia, los padres y madres les demandan ser más estrictos con los nietos. Finalmente, cualquiera que sea la actitud de los mayores, permisiva o autoritaria, se producen conflictos entre generaciones. Las interpretaciones sobre la familia extensa varían en las ciudades: en Bucaramanga se concentran los padres y madres más tradicionales por cuanto los abuelos y abuelas reproducen dichos valores en medio de la convivencia, mientras en Car­tagena se vive con más satisfacción en este tipo de hogares, reproduciendo así la tradición de compartir en familias ampliadas.

En relación con los hogares monoparentales femeninos o masculinos se encon­traron características comunes que los diferencian de los demás, cuando se cumplen las funciones paternas o maternas. En primer lugar porque estas circunstancias provocan de inmediato una inversión de roles y a padres y madres se les imponen retos para los cuales no fueron socializados. Acorde con esto, las mujeres, forma­das para las labores más propias del hogar, deben desarrollar tareas encaminadas a generar ingresos, mientras los hombres, preparados para la proveeduría y sepa­rados de las labores domésticas cuando niños, deben cumplir con estas tareas y constituirse en el apoyo afectivo fundamental de su prole. Asimismo, en los casos de hogares monoparentales femeninos o masculinos, padres o madres se sobresaturan de funciones porque, por lo general, el apoyo de su pareja es míni­mo, ya que éstos y éstas tienden a marginarse de sus responsabilidades, a partir de la separación. Por otra parte, con frecuencia quienes no conviven con la prole se convierten en padres de fines de semana y en este caso los hijos/as deben com­partir normas de ambos hogares que con frecuencia se contradicen.

Si bien padres y madres vivencian circunstancias similares por el hecho de convivir sin pareja y permanecer sobresaturados/as de responsabilidades, se pre-58González de la R., M. Cambio Social v Dinámica Familiar. Revista Nómadas, No. 11, México,

Octubre 1999-2000, p. 56

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sentan diferencias según el sexo. En el caso de las madres, las estadísticas demues­tran que esta forma de convivencia es mucho más común, ya que se acostumbra que ellas respondan por los hijos/as después de la separación, concentrando una sobrecarga de responsabilidades y trabajos, a causa de las labores domésticas y el cuidado de la progenie. Mientras los hogares monoparentales conformados por padres y la prole estadísticamente son menos significativos, reciben apoyo más constante de la familia de origen. De todas formas, mientras que en los relatos de los padres se enfatiza en las dificultades para asumir la custodia de la progenie, en los de las madres se destacan las responsabilidades, las culpas y las tensiones cuando deben asumir el trabajo fuera del hogar. A esta situación se suma el que en el mercado laboral los ingresos femeninos son menores respecto de los masculi­nos, lo cual hace aún más precarias las condiciones económicas de los hogares monoparentales femeninos.

Como consecuencia del cambio de roles que deben asumir padres o madres con este tipo de hogar, se observa una mayor confluencia de los mismos en la tendencia calificada como de transición en todas las ciudades; lo cual demues­tran que son más susceptibles al cambio porque las circunstancias demandan nuevos roles y por ello se contradicen con los patrones tradicionales de la división sexual de roles en el hogar.

Si bien no existen estadísticas que demuestren el aumento de los hogares su­perpuestos o poligenéticos en el país, el incremento de las nuevas uniones entre las parejas separadas permite afirmar que ésta es una situación ahora más común y se convive así, a pesar de las restricciones que aún se mantienen sobre ese tipo de hogares. Por lo general, en éstos las relaciones entre padres, madres y prole son bien conflictivas: por una parte, porque persisten recelos de los niños/as o jóvenes frente al rol de padrastro o madrastra, y por otra, por el temor al incesto, lo que genera dificultad para las expresiones afectivas entre ellos y ellas. Aun el padre o la madre social son concebidos como intrusos cuando se trata de establecer lazos amorosos, reproducir normas o controlar a los jóvenes. Es frecuente la idea de que sólo los padres o las madres biológicas pueden castigar físicamente a su prole y se establece la distinción entre aplicar un castigo más simbólico a quienes no son los hijos/as por lazos de sangre. Asimismo, cuando el padre está vivo, se exige la proveeduría a éstos y de allí se deriva la legitimación de la autoridad en el padre biológico. Los conflictos en este tipo de familia se acentúan en relación a los/as adolescentes. No obstante, estas dificultades no se presentan en todos los hogares superpuestos o poligenéticos; en algunos de ellos, en especial de la tendencia de ruptura, se construyen relaciones de solidaridad, intenso afecto, formas de auto­ridad democrática entre padrastros, madrastras con hijos e hijas sociales. Esta vinculación afectiva permanece a pesar de que las parejas se separen de nuevo.

Si bien en las ciudades objeto de este estudio la familia nuclear ha perdido importancia debido al aumento o, por lo menos, al reconocimiento social de otros tipos familiares, aún persiste una enorme valoración por la familia monogámica, conformada por una pareja que perdure durante muchos años, institucionalizada a través del matrimonio, preferentemente católico. En las y los entrevistados, ésta

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valoración sigue siendo un referente ideal para ejercer la paternidad y la materni­dad. Se puede considerar, después de un análisis riguroso de los relatos, a estas imágenes como las representaciones dominantes sobre la familia. Uno de los con­flictos que más se destacan en las formas familiares diferentes a la nuclear tiene que ver con un cambio no simétrico entre representación y práctica, porque ha variado la sociedad el lugar preponderante de la familia nuclear, pero ésta no tiene mucho peso en la representación. Cuando se vive en otro tipo de familia, esta representación dificulta la adaptación a esa forma diferente de vida familiar. La contradicción es especialmente evidente entre los hogares de tipo superpuesto o poligenético, ya que el rechazo hacia la calificación de padrastro o madrastra es fuerte, incluso entre los grupos familiares más renovadores. Las contradicciones derivadas de estos cambios también ocurren en otros contextos sociales, como anota Mercedes González para el caso de México, ya que para ella católicos o protestantes continúan idealizando la familia nuclear monogámica; al respecto dice la autora: "lejos de ser unas formas patológicas, la unidades familiares no nuclea­res, deben ser entendidas como parte de la compleja configuración que las familias asumen en México y en el mundo entero"59.

Cambios en las representaciones sociales

Para concluir, se tratarán los cambios en las formas como se representan y cumplen padres y madres las tareas referidas a la proveeduría, los oficios domés­ticos, la autoridad y las expresiones afectivas, a partir de la conceptualización realizada por Jodelet acerca de la representación social, quien la define como: "un conjunto organizado de opiniones, actitudes, creencias y situaciones sobre un objeto o una situación ". Son formas de saberes colectivos interiorizadas y reelaboradas por los sujetos que tienen un carácter constituido y otro constituyente. Con el primero se hace referencia a que son producto de la vida social y, con el segundo, a cómo intervienen en la misma, creando realidades. En este caso, las funciones de pa­dres y madres aquí señaladas, son determinadas por el sujeto, su historia, el sistema social, e ideológico en que se encuentra y por la naturaleza de los víncu­los que tiene la persona con el contexto social60. Las representaciones sociales cambian, influenciadas por nuevas circunstancias que van rompiendo el núcleo mismo de la representación. Bajo esta perspectiva se plantean conclusiones acer­ca de los cambios de las representaciones sociales, alrededor de la maternidad y la paternidad.

Con respecto a la proveeduría, la representación social dominante en los años 60 era la del padre proveedor, acompañado por la madre ama de casa. Contenía un núcleo central fuerte, coherente cimentado en la ideología de la domesticidad difundida en Colombia desde el siglo XIX. Sin embargo, circunstancias que obli­gan al cambio de la representación social, como la vinculación masiva de la mujer al mercado laboral, acompañada de la necesidad de un ingreso complementario al del marido en el hogar, el aumento de su educación y de las ideas libertarias de las mujeres, fueron alterando el núcleo mismo de la representación. Hoy, la mayo-S9Ibid., p. 55. "Jodelet, D. La Representación Social. Fenómenos, conceptos y teorías. En: Moscovici, S. et al.

Psicología Social II, Paidós, Barcelona, España, 1984, p. 478.

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ría. de los entrevistados/as legitiman una nueva representación social, la provee­duría económica como fundón compartida entre mujeres y hombres, porque ambos requieren de estos ingresos para el sostenimiento familiar. Sin embargo, en algu­nos grupos sociales, estos cambios aún no están acompañados en la práctica con variaciones en las representaciones, en el sentido del cuestionamiento a las inequidades entre los géneros. Padres y madres calificados en la tendencia tradi­cional, aún no han visualizado el trabajo y el aporte de las mujeres en el sostenimiento económico del hogar. En algunos casos estos cambios empiezan con la actitud resignada con la que el hombre enfrenta el trabajo de la mujer, ante la necesidad de un ingreso adicional para el sostén del hogar, aunque siguen consi­derando que ellos son y deben ser los proveedores únicos, a pesar de que aceptan la cooproveduría, minimizan el aporte de las mujeres, bajo el argumento de que ellas tienen pocos ingresos y los utilizan en gastos menores o "blandos". En cam­bio, los que han aceptado la participación de la mujer como proveedora, valoran la nueva condición femenina, constituyendo arreglos menos conflictivos y contri­buyendo a desarrollar los proyectos de vida de la pareja por fuera de lo doméstico. Son grupos de padres y madres calificados en las tendencias de transición o rup­tura cuyo núcleo de la representación lo constituye la cooproveduría y la equidad de derechos y deberes.

Sin embargo, aún persisten rezagos de la representación anterior porque si el ingreso del padre es menor que el de la madre, o cuando éste no tiene empleo, se presentan situaciones de conflicto; ei hombre ve resquebrajada su representación de padre proveedor y se enfrenta a dificultades prácticas como atender de mane­ra directa a los hijos y comunicar su afecto. También se encuentran obstáculos para enfrentar la pérdida del control absoluto de sus ingresos económicos y, por lo tanto, se cuestiona su identidad paterna definida de acuerdo con modelos pa­triarcales del pasado.

Con el trabajo remunerado por fuera del hogar la mujer tiene la oportunidad de cuestionar la crianza y socialización como única tarea femenina, aumentar su reconocimiento social y construir proyectos de vida alternativos o simultáneos a la maternidad. No obstante, cuando son afectadas por las representaciones tra­dicionales aún interiorizadas por ellas y se sienten como las únicas responsables del destino de la prole, ellas tienden a justificar su participación en el mercado laboral por sus hijos/as, argumentando que sus ingresos contribuyen a mejorar la calidad de vida de éstos. Al mismo tiempo, se debaten entre el trabajo remunera­do y la atención de su progenie sometidas a un grado muy alto de tensión y culpa.

Con relación al trabajo doméstico, se pasa de un núcleo de la representación que obligaba a la mujer al oficio doméstico como si fuera una tarea natural, propia de su sexo y de ser madre o esposa, hacia la solicitud al padre para inter­venir en dichas tareas. La cultura que antes, bajo adagios populares como el hombre en la cocina huele a caca de gallina, les eximía de los oficios domésticos, ahora, por el contrario, les exige un rol diferente. En este caso, circunstancias sociales como el trabajo de la mujer fuera del hogar, pero principalmente la asimi-

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lación de ideas libertarias o de equidad entre los géneros, fragmentaron el núcleo mismo de la representación y hoy existen nuevas construcciones, a veces débiles, acerca de la equidad.

En síntesis, el trabajo doméstico se fragmenta en tres ámbitos: el primero, concentra las tareas asociadas a la reposición de las energías vitales; el segundo, tiene que ver con el cuidado físico y afectivo de los hijos/as y el tercero está orientado a la transmisión y adquisición del capital cultural. Acorde con esto, se concluyó que la mayoría de los hombres entrevistados participaban muy poco de las tareas de reposición, a no ser que existan circunstancias especiales. Solamente los hombres que han hecho rupturas significativas con el modelo de padre provee­dor y madre ama de casa, logran asumir responsablemente las tareas denominadas de reposición o servicio de los miembros del grupo familiar. En cambio los padres se integran más al cuidado físico y afectivo de los hijos e hijas, participando en la socialización de los niños/as a través del juego, la lectura, obteniendo una mayor satisfacción afectiva. El tercer ámbito, relacionado con la formación de los hijos a través de la educación formal e informal, compromete a padres y madres de ma­nera diferencial: si bien ambos tienen interés en participar en el desarrollo educativo de los hijos, los padres encuentran mayores obstáculos para lograrlo por estar más comprometidos con la proveeduría.

En relación con las formas y con la concentración de la autoridad, los cambios en las representaciones sociales han sido intensos por cuanto en la década del 60 el núcleo de éstas legitimaba la autoridad centrada en el padre, quien por ser el proveedor presentaba la imagen dura requerida para el estilo autoritario. Las madres también eran fuertes y acompañaban estas imágenes: unos y otros eran más bien distantes en las comunicaciones con la prole. Esa representación social se ha resquebrajado e ideas que legitimaron la autoridad en el padre se han debi­litado y no son tan generalizadas hoy. El mayor reconocimiento del papel de proveedora de la mujer puede incidir en el debilitamiento de la autoridad centra­da en el padre, es más común la autoridad compartida y en las familias en las cuales el padre concentra el poder se hacen evidentes conflictos que manifiestan el desacuerdo con el monopolio masculino del mismo.

Aunque hay contradicciones entre padres y madres sobre la normalización de la infancia que se expresan en desacuerdos entre el ejercicio de la autoridad democrática y la autoritaria, entre el castigo físico y el uso del diálogo, se presen­ta una tendencia a favorecer las representaciones y prácticas participativas, las cuales incluyen a los hijos e hijas. Ahora, surgen imágenes sobre los padres amigos y las madres amigas, que están en contravía con la imposición de límites.

El discurso social sobre el ejercicio de la autoridad ha debilitado la educación autoritaria, generando fisuras al núcleo de las representaciones que la legitima­ban, en la medida en que se incluyen conceptos desaprobatorios del castigo físico e ideas que propenden por una moderación de los mismos y la utilización del diálogo en su reemplazo. En los relatos de padres y madres se observa aún la presencia de castigos físicos, aunque con menor frecuencia e intensidad que los

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ejercidos por sus progenitores. Se suelen emplear formas más simbólicas de ejercer el control tales como la supresión de permisos y de estímulos, el chantaje o la amenaza, la amonestación y la persuasión. De todos modos en el proceso de disciplinar las nuevas generaciones se observa una tendencia a implementar prác­ticas moderadas y el ejercicio del autocontrol por parte de padres y madres ante la agresividad que las faltas de la prole provocan. Nuevas representaciones socia­les se divulgan como las referentes a ios derechos de los niños y niñas, que son especialmente interiorizadas y defendidas por éstos y éstas. Por otra parte, se usa la afectividad para imponer la autoridad, pues si en los años sesenta padres y madres tenían temor a expresar los afectos para no perder la autoridad, ahora, cuando manifiestan su amor a la prole, les solicitan cumplir con las normas.

En cuanto a las expresiones afectivas se presentó un cambio en las representa­ciones sociales y en las prácticas: de relaciones distantes, con marcadas fronteras en el contacto corporal y verbal de padres, madres y progenie, se pasa a una representación social que concibe que para el desarrollo normal de la infancia, se requieren expresiones afectivas como las caricias o los besos. El resquebrajamiento de la representación social, con la cual padres y madres evitaban las caricias para no perder la autoridad, ha incidido en un proceso de vulgarización de psicoaná­lisis y de la psicología, ya que se han apropiado teorías proclives a las expresiones afectivas como fundamentales para la construcción de una niñez con salud men­tal.

Esta representación sobre el afecto genera prácticas caracterizadas por mayor comunicación corporal entre padres, madres, hijos e hijas, por más horizontalidad en el trato, conversaciones acerca de sí mismos y una disminución de las brechas entre el mundo de los adultos y el de la niñez. Se mantiene, sin embargo, una fuerte tensión por la paradoja del querer ser "amigo" de los hijos y, a la vez, conservar la posición de autoridad. Aún a veces los padres dudan de las expresio­nes de afecto a los varones, debido a temores homofóbicos.

Como se ha demostrado a lo largo de este capítulo, las transformaciones en la organización familiar y en las relaciones padres-hijos/as son más lentas de lo que ellos y ellas creen. Por otra parte, éstas son diferentes según el estrato, las formas familiares y, en especial, la manera como las subjetividades se sitúan ante ellos/as. En ese sentido no existen todavía aún palabras apropiadas para describir el papel del padre afectuoso y comprometido con su progenie, asociándose, por ejemplo, con la idea de "padres maternales". Las mayores dificultades en tomo a un len­guaje que demuestre la legitimación de representaciones sociales proclives a nuevas formas de familia se relacionan con la superpuesta o poligenética. Según esto, cuando el padre contemporáneo se enfrenta a las complejas articulaciones que demandan relaciones entre hijos sociales y biológicos denominados: "los míos, los tuyos y los nuestros", choca con las cargas negativas de las imágenes sobre el padras­tro o la madrastra.

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Cambios y permanencias

Hasta aquí se han presentado las conclusiones generales de la investigación, en adelante se tratarán los rasgos particulares del cambio en medio del contexto de cada ciudad. Por ello, las autoras hemos realizado artículos específicos enca­minados a ilustrar las variaciones de la paternidsd y la maternidad cuando cumplen funciones como la autoridad, los oficios domésticos, la proveeduría, las expresiones afectivas, así como las contradicciones que dichos fenómenos generan.

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