P. Dávila (Cómo Eres Dios Mío)

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¿CÓMO ERES DIOS MÍO? Era aproximadamente las 8 de la mañana. El día era claro. No había nubosidades. El sol comenzaba a calentar tibiamente en el huerto donde paseaba. Las colinas cercanas se desperezaban cobijadas de la esmeralda de los trigales en sazón, de los maizales en flor, de los potreros y matorrales. A lo lejos, los blancos y silenciosos centinelas de nuestros Andes, con sus melenas de nieve bruñidas por el sol matinal. Había meditado hace pocos instantes. Más bien, mi meditación continuaba en el huerto. Pedí, pedí intensamente al Padre que se me revelara, que siquiera por unos momentos descorriera esa cortina invisible con que vela Su Bendita Presencia a los mortales. Pedí que siendo Él la Luz Verdadera –Luz de toda luz- se dignara manifestarse como Él es. Ahora comprendo, que pedir aquello era, sin embargo, una niñería por decir lo menos. Una cosa innecesaria en Sus planes. Accedió sin embargo, a mi petición, quizá porque realmente en ese momento me veía como un niño. ¿No es de los niños el reino de los cielos? ¿No ven los niños la cara de Dios? Sí. Yo creo que el Padre tuvo en cuenta todo esto. Cuando mi pedido se volvió intenso, de pronto vi, o mejor, sentí en todo mí ser una como llamarada intensísima, algo como una luz deslumbradora, como una corriente eléctrica de millones y millones de voltios. Algo, al mismo tiempo, tan inefable, tan poderoso, tan inmenso, tan infinitamente grande, una mezcla de luz, de gozo, de alegría, de bienaventuranza, de paz, de grandeza en fin, de todo, que me es imposible expresar con palabras… Conocí que, si esa experiencia –que no duró a mí entender sino sólo millonésimas de segundo- se hubiese prolongado alguna fracción pequeñísima de tiempo, me hubiera fundido y desaparecido en la Divina Esencia, sin dejar rastro alguno, como desaparece una insignificante paja en un gran incendio. Desde entonces, pedí al Padre, que jamás vuelva a repetirse algo semejante. Que jamás pase siquiera por mi mente, vivir lo que viví entonces. ¿Por un sentimiento de terror y temor? No. ¿Por qué no conocí todo en esa millonésima parte de tiempo? No. ¡Porque no lo merecía aquello? Sí. No lo merecía. No lo merezco. No podía merecerlo. La nada es nada siempre, frente al Todo. Padre CÉSAR AUGUSTO DÁVILA GAVILANES Guía Espiritual y Fundador de la Asociación Escuela de Auto-Realización (Libro “Las llaves de tu Reino”, págs. 257-258)

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"Cuando mi pedido se volvió intenso, de pronto vi, o mejor, sentí en todo mí ser una como llamarada intensísima, algo como una luz deslumbradora, como una corriente eléctrica de millones y millones de voltios. Algo, al mismo tiempo, tan inefable, tan poderoso, tan inmenso, tan infinitamente grande, una mezcla de luz, de gozo, de alegría, de bienaventuranza, de paz, de grandeza en fin, de todo, que me es imposible expresar con palabras…" Padre CÉSAR A. DÁVILA G.Del libro "Las llaves de tu Reino" de nuestro amadísimo Guía Espiritual y Fundador, el Padrecito Dávila, se ha tomado su testimonio en tercera persona sobre su experiencia de Dios, a la que se le ha titulado ¿Cómo Eres Dios mío?

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¿CÓMO ERES DIOS MÍO?

Era aproximadamente las 8 de la mañana. El día era claro. No había nubosidades. El sol comenzaba a calentar tibiamente en el huerto donde paseaba. Las colinas cercanas se desperezaban cobijadas de la esmeralda de los trigales en sazón, de los maizales en flor, de los potreros y matorrales. A lo lejos, los blancos y silenciosos centinelas de nuestros Andes, con sus melenas de nieve bruñidas por el sol matinal. Había meditado hace pocos instantes. Más bien, mi meditación continuaba en el huerto. Pedí, pedí intensamente al Padre que se me revelara, que siquiera por unos momentos descorriera esa cortina invisible con que vela Su Bendita Presencia a los mortales. Pedí que siendo Él la Luz Verdadera –Luz de toda luz- se dignara manifestarse como Él es. Ahora comprendo, que pedir aquello era, sin embargo, una niñería por decir lo menos. Una cosa innecesaria en Sus planes. Accedió sin embargo, a mi petición, quizá porque realmente en ese momento me veía como un niño. ¿No es de los niños el reino de los cielos? ¿No ven los niños la cara de Dios? Sí. Yo creo que el Padre tuvo en cuenta todo esto. Cuando mi pedido se volvió intenso, de pronto vi, o mejor, sentí en todo mí ser una como llamarada intensísima, algo como una luz deslumbradora, como una corriente eléctrica de millones y millones de voltios. Algo, al mismo tiempo, tan inefable, tan poderoso, tan inmenso, tan infinitamente grande, una mezcla de luz, de gozo, de alegría, de bienaventuranza, de paz, de grandeza en fin, de todo, que me es imposible expresar con palabras… Conocí que, si esa experiencia –que no duró a mí entender sino sólo millonésimas de segundo- se hubiese prolongado alguna fracción pequeñísima de tiempo, me hubiera fundido y desaparecido en la Divina Esencia, sin dejar rastro alguno, como desaparece una insignificante paja en un gran incendio. Desde entonces, pedí al Padre, que jamás vuelva a repetirse algo semejante. Que jamás pase siquiera por mi mente, vivir lo que viví entonces. ¿Por un sentimiento de terror y temor? No. ¿Por qué no conocí todo en esa millonésima parte de tiempo? No. ¡Porque no lo merecía aquello? Sí. No lo merecía. No lo merezco. No podía merecerlo. La nada es nada siempre, frente al Todo.

Padre CÉSAR AUGUSTO DÁVILA GAVILANES Guía Espiritual y Fundador de la Asociación Escuela de Auto-Realización

(Libro “Las llaves de tu Reino”, págs. 257-258)