Otro mundo Vol II Malahierba (2010) - Hydra Media · Los dos compañeros de borrachera no tuvieron...

maxime Chattam

Otro-mundo

malahierba

traducción de Amelia ros García

Volumen II

Argentina - Chile - Colombia - España Estados unidos - méxico - Perú - uruguay - Venezuela

Otro mundo Vol II Malahierba (2010).indd 5 29/7/10 17:33:50

título original: Autre-monde – MalronceEditor original: Albin michel, Parístraducción: Amelia ros García

reservados todos los derechos. Queda rigurosa-mente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, inclui-dos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alqui-ler o préstamo públicos.

1ª edición octubre 2010

Copyright 2009 © by Éditions Albin michelAll rights reserved© de la traducción 2010 by Amelia ros García© 2010 by Ediciones urano, S.A.

Aribau, 142, pral. – 08036 Barcelonawww.mundopuck.com

ISBn: 978-84-96886-18-6depósito legal: B. 33.744 - 2010

Fotocomposición: A.P.G. Estudi Gràfic, S.L.Impreso por romanyà Valls, S.A. – Verdaguer, 1 – 08786 Capellades (Barcelona)

Impreso en España – Printed in Spain


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Índice

Prólogo ............................................................................................ 11

PRIMERA PARTE: El imperio vegetal

1. una ruta demasiado larga ..................................................... 17

2. Avituallamiento ...................................................................... 28

3. El Feroz team ........................................................................ 41

4. un respiro oportuno ............................................................. 53

5. de sol y de sombras ............................................................... 60

6. miel, esporas y quitina ........................................................... 67

7. Sueños y realidad ................................................................... 74

8. unas estrellas muy fugaces .................................................... 83

9. ¡Verde! ................................................................................... 93

10. Sol y aire libre ........................................................................ 102

11. El destierro ............................................................................ 109

12. Consejo bajo las estrellas ....................................................... 117

13. Visita guiada ........................................................................... 124

14. Secreto de familia .................................................................. 132

15. Sin tiempo que perder .......................................................... 138

16. El secreto de los kloropánfilos .............................................. 146

17. Acción y consecuencias ......................................................... 155

18. La muerte de rojo .................................................................. 165


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otro-mundo

SEGUNDA PARTE: El reino urbano

19. Seguimiento ........................................................................... 177

20. un plan que divide ................................................................ 184

21. una tienda diferente a las demás ......................................... 189

22. un viejo conocido ................................................................. 197

23. morir por amor a un animal ................................................. 202

24. un día muy largo ................................................................... 209

25. dolores de cabeza y cráneo de acero .................................... 215

26. Asalto ...................................................................................... 219

27. Confidencias inesperadas ..................................................... 224

28. Limo, liquen y libélulas ......................................................... 231

29. un arma secreta ..................................................................... 238

30. un pacto con el diablo .......................................................... 241

31. Heroísmo odioso ................................................................... 247

TERCERA PARTE: De aire y de agua

32. una prisión sobre el río ........................................................ 255

33. La Búsqueda de Pieles ........................................................... 260

34. de naturaleza divina .............................................................. 266

35. dos metros muy elocuentes .................................................. 274

36. Entre perro y rapaz ................................................................ 279

37. Cazadores nocturnos ............................................................. 287

38. Henoc ..................................................................................... 293

39. Cortar el cordón .................................................................... 302

40. El precioso documento ......................................................... 309

41. monstruos .............................................................................. 318

42. Improvisación de último minuto .......................................... 324

43. El Bebedor de Inocencia ....................................................... 328

44. dos mil escalones y sangre .................................................... 332

45. Los milagros no existen ......................................................... 341

46. Combinación de las tres alteraciones ................................... 348


9

Índice

47. duelo en las nubes ................................................................ 354

48. Viaje hacia el norte ................................................................ 358

49. Colin encuentra su sitio ........................................................ 363

50. Confidencias junto al fuego .................................................. 368

Epílogo .......................................................................................... 377


11

Prólogo

La gran sala de paredes de piedra estaba medio enterrada. Las

estrechas claraboyas apenas dejaban pasar la luz del día, y unos

faroles difundían una claridad cálida y trémula junto con un olor

algo rancio, el de la grasa animal que los alimentaba.

En cada mesa redonda había un gran cirio plantado sobre un

montón de cera fundida, siempre más arriba, como un volcán en me-

dio de la lava petrificada.

Al fondo de la estancia se concentraban grupos de hombres para

gritar, animar o apostar alrededor de pequeñas cajas de hierro oxida-

do donde se enfrentaban unos escorpiones negros.

tres individuos envueltos en sus abrigos de color verde oscuro

charlaban tranquilamente, un poco separados, con una jarra de cer-

veza en la mano.

—¡Simon compró una el otro día! —dijo el que llevaba una barba

negra.

—¿de verdad? ¿Cuánto pagó? —preguntó su acólito.

un voluminoso quiste le deformaba la mejilla, como si tuviera un

trozo de pan metido en un lado de la boca.

—no sé, muchas monedas creo, además de algunos favores. Pero

¡ella lo vale, por lo que he oído decir!

El tercer compinche, más discreto, se inclinó hacia los otros dos y

la llama de la vela le iluminó el rostro desde abajo. Varias cicatrices

recientes le desfiguraban la cara.

—¿Qué edad tiene?


12

otro-mundo

—menos de diez años. Simon la ha conseguido porque no ha pa-

sado la prueba.

—¿Aguanta bien el anillo umbilical?

—Al parecer, sí.

—¿Habla? —preguntó el hombre del quiste.

Barbanegra vació su jarra de barro con aros de madera.

—¡Y yo qué sé! —susurró rematando la frase con un sonoro eructo.

El hombre de las cicatrices continuó:

—Parece que los osocaracoles traen cada vez más niños del norte.

A este ritmo, la Búsqueda habrá concluido muy pronto.

—¡también parece que los chavales se han agrupado por zonas

y se resisten a nuestras patrullas! —contó Barbanegra en tono confi-

dencial.

—¿Están organizados? —se sorprendió el tipo del quiste.

—¡Aunque sean muchos, no dejan de ser unos críos! ¡mira, noso-

tros apenas necesitamos dos meses para reunirnos!

—¡Porque enseguida apareció la reina —recordó el hombre del

quiste— y mandó encender las Hogueras de la Congregación para

que el humo nos guiara!

—¡tres meses después ya contábamos con un sistema de trueque

y de moneda! ¡nuestros pueblos abandonaban las canteras y los bos-

ques! ¡Hemos evolucionado! ¡no como esos pequeños salvajes!

—¡Salvo que nadie es capaz de recordar lo que sucedió antes del

Cataclismo! —exclamó nervioso el individuo del quiste—. ¡Somos un

ejército de adultos amnésicos! ¿te parece que esto es evolucionar? ¿Y

si los chiquillos lo supieran? ¿Y si se acordaran de quiénes somos, de

dónde venimos?

Los dos compañeros de borrachera no tuvieron tiempo de contes-

tar: una silueta sentada en la mesa de al lado se inclinó hacia ellos.

El sujeto llevaba una amplia capa con una gran capucha de tupido

terciopelo color escarlata.

—El futuro está en esos niños —dijo una voz seca y segura desde

el fondo de la capucha—, pero no por lo que saben, sino por lo que

son.


13

Prólogo

—¿Quién…?

dos manos finas, cubiertas de venas nudosas, surgieron de deba-

jo de la capa para retirar la máscara de sombras. El hombre, de unos

cincuenta años, tenía las mejillas hundidas y la nariz puntiaguda; los

labios eran casi inexistentes. unas cejas blancas y enmarañadas endu-

recían su mirada aún más, y una placa de acero, perfectamente ajus-

tada al cráneo, sustituía al cabello hasta la nuca.

—Esos niños son la causa de todo lo que nos ocurre —continuó el

individuo—. Constituyen la prueba de nuestras faltas pasadas, ¡el ori-

gen de nuestros males! ¡Y por eso merecen nuestra cólera!

—¿Qué sabes tú de eso, viejo? —intervino el bebedor de las cica-

trices.

El predicador entreabrió la capa para mostrar un emblema rojo y

negro con una manzana en el centro sobre su peto de cuero: el bla-

són de la reina.

Los tres amigos se crisparon de inmediato y bajaron la mirada.—¡Perdónenos! —dijo el hombre del quiste—, ¡no sabíamos que

era un soldado de la reina!—Soy un consejero espiritual de Su majestad malahierba, seño-

res. Aprendan a reconocer este casco, que impide que se puedan leer nuestros pensamientos. He oído su conversación y me parece que atribuyen demasiado rápido a esos niños una inteligencia y un conocimiento que no poseen. ¡nunca olviden que son gentuza! ¡La anarquía! nosotros nos hemos reorganizado a toda prisa sobre un equilibrio frágil y esos chavales podrían destruirlo todo. ¡no tengáis piedad con ellos!

En el fondo de la sala acabaron las apuestas y sonaron gritos de alegría mezclados con otros de cólera. El consejero esperó un ins-tante a que el clamor se extinguiera y añadió:

—¡Si por mí fuera, no habría ningún niño esclavo en nuestras ca-lles! ¡Que mueran también los que no sirvan para la Búsqueda!

—¡Sí! —se exaltó el tipo de las cicatrices—, ¡que los despellejen a todos!

—no hay salvación para la chusma joven —concluyó el conseje-


14

otro-mundo

ro—. Si mantenemos a uno con vida, aunque sea un esclavo, mante-nemos su esperanza.

todos asintieron, conquistados por el inquietante carisma del in-dividuo.

Cuando salieron a la calidez de la noche, Barbanegra y el hom-bre de las cicatrices se dirigieron hacia una tienda de campaña mili-tar instalada a las afueras de la aldea y se alistaron sin pensarlo en el ejército de la reina malahierba.

Así funcionaban las cosas en el reino de los hombres. Bastaba con algunas certezas y un enemigo claro para tranquilizar las men-tes vacías o perturbadas por la ignorancia. de este modo, todos los miedos se concentraban en ese objetivo que debían combatir.

Por ahora, se trataba de capturar tantos niños como fuera posi-ble.

Para servir a la Búsqueda.Para la reina.


primera parte

El impErio vEgEtal


17

1Una ruta demasiado larga

E l mundo había cambiado mucho en sólo seis meses.

matt Carter había pasado sus catorce años de vida en la inmen-

sa ciudad de nueva York. Entre asfalto y estructuras de acero y cristal,

al abrigo de la civilización, disfrutando del confort de la electricidad y

de comidas calientes y regulares, bajo la protección de los adultos.

Los adultos.

¿En qué se habían convertido los que habían sobrevivido a la tor-

menta? unos, en criaturas primitivas y sanguinarias, otros…, en cí-

nikos. En cazadores de niños.

Hacía ya diez días que el muchacho caminaba rumbo al sur, acompa-

ñado por Ámbar y tobías. matt era alto para su edad; su pelo negro, de-

masiado largo, le daba en la cara con cada golpe de viento, tapándole la

mirada decidida y sombría. Ámbar, por su parte, tenía una piel tan blan-

ca como negra era la de tobías, y su cabello se enroscaba en rizos rubios

con reflejos rojizos sobre un rostro seductor que envolvía sus grandes

ojos verdes. tobías, al contrario que su amigo de la infancia, era dema-

siado bajo; una fina pelusa empezaba a dibujarle una sombra de bigote.

Formaban un grupo solidario.

La Alianza de los tres.

Pluma, la perra tan grande como un poni, llevaba sus mochilas.

Los víveres escaseaban. Para el agua, se surtían sobre la marcha de los

ríos que bordeaban, pero la carne seca y los platos liofilizados apenas

ocupaban el fondo de una bolsa.

Hacía diez días que habían salido de la isla de las mansiones, su


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otro-mundo

santuario, el refugio de sus amigos y de otros adolescentes, los panes,

como ellos se llamaban.

Llevaban diez jornadas abriéndose camino entre las hierbas altas,

cruzando bosques y subiendo colinas para bajarlas enseguida.

matt esperaba descubrir una fauna sorprendente y, sin embargo,

los animales se mantenían a cierta distancia. Algunos gritos miste-

riosos al atardecer, unas formas fugitivas bajo el manto de helechos,

nada singular para un país tan cambiado.

La naturaleza había recuperado sus derechos con más vigor del

que hubiera manifestado nunca. todo estaba cubierto de plantas, los

menores vestigios de la sociedad de los hombres desaparecían. Los

animales estaban transformados —eran más fuertes y más peligro-

sos—, habían surgido nuevas especies de la tormenta, y los seres hu-

manos redescubrían el miedo de ser una presa fácil.

El día tocaba a su fin cuando el trío decidió pasar la noche en una

oquedad de la ladera de una montaña. tobías, que había sido scout,

se encargó de encender el fuego mientras Ámbar preparaba la comi-

da, y matt, el lugar donde dormir.

—no quedan galletas —advirtió la muchacha—. Aunque sigamos

racionando la comida, sólo tenemos para un día, quizá para dos.

—repito lo que propuse ayer: dediquemos un día entero a poner

trampas y cazar —intervino tobías, que colocaba a sus pies la leña re-

cién recogida.

—no tenemos tiempo —objetó matt.

—Pero, bueno, ¿qué te empuja a imponernos este ritmo? —quiso

saber la joven.

—mi instinto. no podemos entretenernos para nada. nos si-

guen de cerca.

Ámbar cruzó una mirada inquieta con tobías.

—Eso… —dijo la chica en un tono más bajo—, ese Predalaronte*,

como tú lo llamas, ¿es lo que te asusta?

*A partir de este volumen, el rauperoden recibe el nombre de Predalaron-te (N. de la T.)


19

Una ruta demasiado larga

—Se llama así. Lo he sabido en sueños.

—tú mismo lo dices: se trata de sueños, quizás es fruto de tu an-

gustia y…

—¡no lo creo! —replicó matt de inmediato—. Existe. recuerda

que atacó la aldea de los panes del norte. me busca. no es un ser

vivo como tú y como yo, se encuentra a caballo entre nuestro mun-

do y… un universo diferente, más oscuro. En cualquier caso, puede

proyectar imágenes e, incluso, comunicarse a través de los sueños.

Ignoro el porqué, pero lo he vivido. Y siento que nos pisa los ta-

lones.

—Pero respecto a los víveres, ¿qué vamos a hacer? —preguntó to-

bías—. ¡tenemos que comer!

—Ya encontraremos algo.

A continuación, matt tiró su abrigo sobre los sacos de dormir que

acababa de instalar y se alejó de la cueva.

Ámbar y tobías se miraron.

—Parece que no soporta bien este viaje, ¿no crees? —preguntó el

chico.

—duerme mal. Le oigo gemir por la noche.

tobías no reprimió su sorpresa. ¿Cómo podía ella saber tanto so-

bre su amigo? ¡Si dormían todos juntos!

«desde luego, estos dos están hechos para entenderse…»

—dime, Ámbar, ¿piensas de veras que vamos a encontrar ese Bos-

que Ciego?

—Encontrarlo no es lo que me preocupa, sino atravesarlo… Los

rumores que nos han llegado hasta ahora describen un lugar terrorí-

fico, inextricable y poblado de criaturas monstruosas.

—Y si conseguimos atravesarlo, ¿qué haremos cuando lleguemos

al sur?

—Buscar respuestas a nuestras preguntas: ¿con qué finalidad se-

cuestran los cínikos a los panes?, ¿por qué quieren a matt por encima

de todo? ¡te recuerdo que tú querías venir!


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otro-mundo

—Sí, lo sé, sólo es que… ahora que estamos aquí, agotados y perdi-

dos, me surgen las dudas. ¿Hacemos bien en adelantarnos a los pro-

blemas?

—no estamos perdidos, bajamos hacia el sur. ¿te arrepientes de

haber venido?

tobías se tomó un momento para reflexionar y respondió mirán-

dose los zapatos:

—¡no, se trata de mi amigo! Pero sigo diciendo que es un error.

deberíamos habernos quedado bajo la protección de la isla de las

mansiones.

una hora más tarde, las llamas lamían la leña, que crepitaba. La

noche caía lentamente alrededor del campamento. Cada día, to-

bías se asombraba al comprobar cuánto había cambiado el plane-

ta. Por la noche, las estrellas surgían de la nada como si nunca las

hubiera visto: numerosas, brillantes, de un contraste sobrecogedor.

Con el paso de los siglos, los hombres habían olvidado a qué podía

parecerse el cielo sin la luz de las ciudades ni la contaminación. El

muchacho se acordó de lo que su jefe scout le decía: «¡Cuando con-

templamos los astros, la llama de una vela encendida a veinticin-

co kilómetros basta para falsear nuestra percepción!» Ahora podía

admirar lo que sus lejanos ancestros temían y veneraban al mismo

tiempo: un auténtico refugio de tinieblas habitado por miles de al-

mas inaprensibles.

«Porque el cielo es esto: las bambalinas infinitas de nuestra vida

terrestre, el eco cotidiano de nuestros límites.»

Los tres amigos, acurrucados en sus sacos de dormir alrededor de

las brasas rojizas, con el estómago apenas medio lleno, esperaban a

que el sueño los venciera. Pluma se desperezó entre gruñidos y se

dejó caer en la hierba, resoplando.

Como cada noche desde que salieron de la isla, las dudas y la an-

gustia poblaban sus mentes y retrasaban sin cesar el momento de

hundirse en la inconsciencia.


21


Aún transcurrieron dos días antes de que las provisiones se ago-

taran.

Por el camino, pasaron junto a unos arbustos que tenían unas

hermosas bayas negras y anaranjadas. Cada vez que descubrían este

tipo de tentaciones, Ámbar impedía que sus compañeros las comie-

ran e insistía en su ignorancia sobre los frutos comestibles y los tó-

xicos.

—no somos Caminantes de Largo recorrido. Estos panes van

de clan en clan difundiendo la información —repitió la mucha-

cha—. ¡no tenemos conocimientos suficientes para correr este

riesgo!

—¿Ah, no? —ironizó tobías con aire irritado—. ¿Puedo pregun-

tarte qué vamos a comer hoy?

—un poco de paciencia, todo llegará.

—¿Cuándo? ¿mañana? ¿dentro de tres días? ¿Cuando hayamos

muerto de hambre?

El agotamiento los volvía irascibles. matt levantó las manos para

calmar los ánimos.

—Vamos a cazar. Creo que no tenemos elección. tobías, ¿puedes

conseguir algo en una mañana?

—Lo intentaré.

mientras sus dos amigos instalaban un sencillo campamento, el

chico se alejó entre los matorrales del bosque para poner unos lazos.

Luego tomó la precaución de señalizar las trampas y regresó con la

esperanza de obtener una buena caza menor.

Cuando se reunió de nuevo con Ámbar y matt, éstos hablaban de

la alteración.

La alteración. Ese cambio sutil y progresivo que había transforma-

do la vida de muchos panes para dotarlos de capacidades casi sobre-

naturales.

—¿Crees que las otras aldeas han desarrollado la alteración? —pre-

guntó matt.

—Lo que nos ha sucedido a nosotros se ha producido sin duda en

otros lugares, con otro ritmo. dicho esto, estoy convencida de que


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otro-mundo

muchos panes en la actualidad son capaces de dominar sus nuevas

capacidades.

—He puesto cinco lazos, sólo hay que cruzar los dedos —anunció

tobías.

Los jóvenes charlaron y relajaron sus piernas cansadas. Esta pausa

venía en el momento oportuno: tenían los pies lastimados y les do-

lían los muslos y las pantorrillas. no podían más. Aunque estaba ner-

vioso, matt intentaba disimularlo. Cada minuto que pasaba sin avan-

zar era tiempo perdido. El Predalaronte le daba miedo.

desde su partida, no pasaba una noche sin que soñara con él. Su

forma flotaba sobre un claro del bosque, las sombras de su rostro

huesudo y aterrador se volvían hacia él y su voz glacial le repetía:

«Ven a mí, matt. Estoy aquí. Ven. Ven a mí».

A pesar de su angustia, el muchacho sentía que esta pausa era ne-

cesaria. no podían continuar a este ritmo si no cuidaban el cuerpo.

máxime cuando lo peor estaba por llegar: el Bosque Ciego.

de repente, matt notó la ausencia de su perra.

—¿Habéis visto a Pluma? ¡Hace un rato que no está por aquí! —se

inquietó el chico.

—no, es verdad, me había olvidado de ella —reconoció tobías.

Ámbar, que venía de entrenarse para controlar su alteración

—como solía hacer después de las comidas—, levantó la ca-

beza.

—Ya la conoces, sabe cuidar de sí misma, relájate. Estará buscando

su alimento.

unos minutos más tarde, el hocico hirsuto de la perra separó la

cortina de helechos con un conejo entre las mandíbulas. El animal

depositó su ofrenda a los pies de matt.

—no hay duda de que eres una perra excepcional, lo sabes, ¿ver-

dad? ¡Gracias, Pluma!

La cazadora resopló y se tumbó a la sombra, visiblemente tan ago-

tada como sus compañeros humanos.

A tobías le brillaron los ojos ante la idea de comer carne fresca.

—Y ahora, ¿qué hacemos? Supongo que no se asa con piel.


23


—Hay que prepararlo —soltó Ámbar en un tono lleno de sobreen-

tendidos.

—¿Quieres decir que hay que arrancarle la piel, sacarle las tripas y

decapitarlo? —dijo el muchacho haciendo una mueca.

—Exactamente. —Viendo que los dos chicos ponían cara de asco,

la joven suspiró—. muy bien, lo he comprendido. Yo me encargo. to-

bías, enciende el fuego.

Luego se echaron la siesta para hacer la digestión y nadie propuso

reem prender la marcha. ni siquiera matt, que dormía acurrucado

contra el pelo sedoso de su perra.

Al final de la tarde, tobías fue a comprobar sus trampas y volvió

refunfuñando.

Por la noche, acabaron el conejo y se durmieron acunados por

el canto de las rapaces nocturnas, el rumor de las nuevas criaturas

y el murmullo del follaje agitado por el viento.

matt abrió los párpados cuando el frío resultó más penetrante.

durante la noche, Pluma se había alejado y él se había estrechado

contra Ámbar sin darse cuenta. Ahora tenía la nariz contra la nuca

de la muchacha, hundida en el cabello rubio veneciano que le cubría

parte del rostro. A pesar de los doce días de marcha, su piel olía bien.

«menos mal que ella nos incita a lavarnos en cada río que cruzamos

—pensó con la mente nublada por el sueño—. me gusta su olor.»

¿Y si Ámbar se despertaba en este momento? ¿Qué pensaría?

matt retrocedió despacio y abandonó el calor de su espalda.

Aún estaba oscuro. ¿Qué hora sería? ¿Las dos de la mañana? ¿más

tarde?

Las hojas se agitaban con más fuerza que el día anterior. Los pája-

ros se habían callado. «Y hace un frío extraño.»

El muchacho se incorporó y notó un poco de humedad en la fren-

te. «¡Empieza a llover! ¡Sólo nos faltaba esto!» Luego escudriñó los

alrededores; al menos, lo que se distinguía en la penumbra. no había

ningún refugio a la vista.


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otro-mundo

un destello blanco atravesó el bosque.

Seguido de cerca por un largo rugido cavernoso.

Se acercaba una tormenta.

de inmediato, matt sintió una angustia que le consumía el pecho,

un agujero en el estómago y el corazón encogido. «¡Es él!»

A continuación se precipitó sobre Ámbar y tobías y los despertó

sin contemplaciones.

—¡En pie! ¡rápido!

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué pasa? —balbuceó su amigo, que estaba gro-

gui a pesar del principio de pánico.

—¡Es el Predalaronte! ¡Se acerca!

—matt, cálmate —dijo la muchacha—, sólo es una tormenta.

—no, no lo comprendes, él es la tormenta. Lo sé, lo siento. Ven-

ga, vámonos.

—¿Y dónde quieres ir bajo la lluvia en mitad de la noche?

—tenemos que continuar, no dejar que nos alcance.

—Estás delirando, lo que necesitamos es un refugio, nada más.

tobías acudió en ayuda de Ámbar:

—tiene razón. Si algo he aprendido de mis años de scout, es que

nunca se avanza más rápido que una tormenta.

matt vio que sus amigos recogían sus cosas a toda velocidad y exa-

minaban los alrededores en busca de un peñasco. tobías silbó para

que se acercaran. Sostenía su trozo de champiñón luminoso en alto

y señalaba un gran tronco de árbol caído sobre un tocón enorme. El

conjunto formaba un excelente refugio, rodeado de altos helechos.

Se instalaron allí y matt puso la mano sobre el champiñón que emitía

una luz tan pura que parecía espectral.

—Guárdalo, nos van a descubrir.

Su amigo obedeció de mala gana y se estrecharon unos contra

otros, con Pluma de respaldo.

La lluvia caía a cántaros y los relámpagos iluminaban la copa de

los árboles. un trueno retumbó tan fuerte que la tierra tembló bajo

el pequeño trío.

—¡Guau! —soltó Ámbar—. ¡Qué miedo!


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En la claridad súbita e intensa, la corteza gris de los troncos brilla-

ba como la piel de una serpiente. Las ramas con forma de ganchos

se transformaban en manos esqueléticas. Las hojas se agitaban como

si fueran alas. todo el entorno cambiaba de aspecto a medida que la

tormenta se les echaba encima.

A diez metros de matt cayó un rayo, acompañado de un estruen-

do ensordecedor, y partió un castaño por la mitad. Los tres amigos

se acurrucaron contra Pluma, que temblaba. Alrededor de ellos caía

un diluvio. decenas de regueros de barro discurrían a toda velocidad

por la pendiente.

Los adolescentes se arrebujaron bajo una manta, con los pies se-

cos todavía.

—¿Lo ves?, sólo es una tormenta —comentó Ámbar en dirección

a matt.

—En cualquier caso, ¡es de una violencia tremenda! —intervino

tobías.

—¡más bajo! —ordenó matt, nada tranquilo.

—¿A quién voy a molestar con este jaleo? —replicó su amigo al-

zando el tono para demostrarle que no corría ningún riesgo.

Entonces surgieron ante ellos dos potentes faros, barriendo la ma-

leza que los rodeaba. tobías se sobresaltó y se quedó boquiabierto

por la sorpresa y por el miedo.

—¡un zancudo! —murmuró matt al tiempo que asía el puño de

su espada.

Los dos rayos blancos rozaron el tronco que los escondía y conti-

nuaron examinando el suelo.

—¡no nos ha descubierto! —susurró el joven con un ápice de es-

peranza.

—¿Qué es eso? —preguntó Ámbar sintiendo un escalofrío.

—La guardia personal del Predalaronte. Sus ojos producen esta

luz. no podemos permitir que nos vean, si no, nos encontraremos

rodeados en un instante. En ninguna de las ocasiones que nos he-

mos cruzado con ellos, estaban solos. ¡Quedaos aquí y, sobre todo,

no os mováis!


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otro-mundo

una silueta de unos tres metros de altura apareció delante de la

abertura, envuelta en un largo abrigo negro con capucha, y puso uno

de sus zancos en el suelo, ante las narices de los adolescentes. La pata

estaba recubierta de una piel gruesa y lechosa, y finalizaba en tres

apéndices parecidos a dedos pulgares, que se hundieron en la tierra

para guardar el equilibrio.

matt tapó la boca de Ámbar con la mano por temor a que la joven

soltara un grito.

Los proyectores se posaron en los restos del fuego que había en-

cendido tobías por la mañana.

El zancudo emitió un gemido como de ballena y sus compañeros res-

pondieron a lo lejos, por encima del fragor de la tormenta. un segundo

guardia apareció dando grandes zancadas, más rápido que un velocista,

y se precipitó sobre el campamento. una mano de dedos interminables

salió del abrigo y palpó los troncos apagados; su brazo opalino avanzaba

sin parar, movido por extraños mecanismos telescópicos.

—¡Sssssssch, ahí! ¡Sssssssssch…! ¡Estaba ahí! —gritó la criatura con

una voz gutural casi inaudible bajo la tormenta.

tres relámpagos consecutivos alcanzaron la hoguera apagada y

proyectaron haces de chispas por todas partes. de golpe, la lluvia se

volvió menos violenta, el viento amainó y las gotas cesaron. un tapiz

de bruma descendió rápidamente sobre el bosque y se quedó flotan-

do a un metro de la hierba. después una forma larga y negra se des-

lizó entre los árboles.

desde donde estaban, ninguno de los tres amigos podía distin-

guirla, aunque matt supo que se trataba del Predalaronte.

La bruma envolvió a los zancudos y la forma vino a flotar muy cer-

ca del refugio.

—¡Ahí…, Señor! ¡Ssssssssssch, ahí… estaba… ahí! Ssssssssch…

—¡Lo quiero! —rugió una voz cavernosa—. ¡Encontradle! ¡Lo

quiero!

Su gritó retumbó en la noche y hasta la bruma se sobresaltó.

Los dos zancudos se pusieron en movimiento, explorando los rin-

cones circundantes con sus ojos cegadores.


27


«Van hacia el sur», observó matt.

otros tres zancudos los siguieron, y luego dos más.

La bruma se deslizó detrás de ellos y, con un restallido de sábanas

mojadas, la forma negra se esfumó en la oscuridad.

Al punto volvió la lluvia, abundante y acompañada de torbellinos

producidos por la fuerza del viento.

matt suspiró de alivio.

—Ha pasado cerca —dijo.


Otro mundo Vol II Malahierba (2010) - Hydra Media · Los dos compañeros de borrachera no tuvieron...

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