Otras Palabras-Rafael R. Valcárcel

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    Rafael R. Valcrcel

    Otras palabras

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    Diseo y Maquetacin: Leire MayendaFoto de solapa: Mara Pa Hidalgo

    Ediciones Iberoletrasc/ Amparo 4528012 [email protected]

    Primera edicin 2008

    Si disfrutaste el libro y quieres comprarlo, haz clic en:

    http://www.nocuentos.com/libros/libro_pdf_otras_palabras.html

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    Si la realidad supera a la ficcin,para qu perder el tiempo imaginando.

    Jonathan Raven

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    Dedicado a las personasque han protagonizado

    estas 28 historias.

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    En todas las ocasiones que me solicitaron escribir unprlogo, me ha sido indiferente adquirir, despus, ellibro impreso. Ya le lo que haba que leer. En estecaso, a pesar de haber apreciado cada uno delos relatos me sedujeron, qued contrariado alconversar posteriormente con el autor. Me habl del

    Relato nmero 28. En el manuscrito que me hizo llegarslo haba 22.

    Al contarme ese relato, me naci decirle que loomitiera. Quise argumentarle mis razones, pero,mientras las elaboraba mentalmente, supe que estabacontradiciendo a la esencia del arte. Descubr que eraun relato excelente y, mejor an, que era coherentecon todos los que conformaban Otras Palabras. Esashistorias hablan de personas que dieron a su entornoun halo fantstico.

    Le invito a sumergirse en la realidad de cada uno de

    los personajes, incluyendo la del propio autor. Paraeso, le sugiero leer hasta el ltimo de los relatos quefiguran en el ndice.

    Esteban Fernndez Drag

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    amaba el escenario, pero careca del ms mnimotalento como actriz. No lo descubri por s misma, selo dijeron todos los directores de New York. Hoy, 26aos despus, Sue Whitebeat, uno de los grandes mitosdel teatro independiente norteamericano, ha impe-dido que una multinacional patentara el mtodo que

    ella cre y utiliz para conseguir una actuacin impe-cable: la terapia de los latidos del corazn.

    El origen de su hallazgo se produjo en el invierno de1981, cuando viaj a Louisiana para visitar a suspadres. Cenaron. Tras desahogarse de sus repetidos

    fracasos artsticos, Sue cerr los ojos. Poco a poco, elsonido de los latidos la fue envolviendo con suavidad,alejndola de sus sollozos, quitndole el peso de susrecuerdos, desvaneciendo cada uno de los rostros,olvidando hasta su propio nombre, regresando al prin-cipio. Tuvo la sensacin de que poda elegir ser

    cualquier persona cualquier personaje. Abri losojos, retir la cabeza del pecho de su madre y le pidique le dejase grabar los latidos de su corazn.

    De regreso en casa, con la cabeza fra y el nimorepuesto, dud sobre el proyecto que estaba porabordar. Era una locura. Sin embargo, no lo consi-

    der una estupidez, y ese espacio que qued entre

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    ambos calificativos la entusiasm. Por qu no puedovolver a nacer cuantas veces quiera? Se dijo en voz altapara zanjar el tema. A continuacin, se dispuso a

    regresar al tero de su madre, colocando en el repro-ductor la cinta con los latidos. Cerr los ojos.

    Experiment por su cuenta durante varios meses. Cadavez que escuchaba la cinta, se quedaba dormida errorque corregira. Y si bien despertaba con la mente enblanco, rpidamente era consciente al detalle de supersonalidad real. Hecho que consider lgico,aunque decidi sacar del dormitorio todo lo dispen-sable, dejando slo la cama y el reproductor de cintas,para as reducir al mximo las posibilidades de serinfluenciada. Adems, saba que despertar con la

    mente en blanco no significaba gran cosa porque, a lolargo de su vida, eso le haba sucedido innumerablesveces. No obstante, lo rescatable y alentador era queahora le suceda siempre que realizaba el ejercicio. Apartir de establecer esa consecuencia directa, comenza probar muchas combinaciones con tres variantes

    bsicas: la hora para iniciar la terapia, los elementosdel entorno y su persona, alterando su vestuario ymaquillaje. Consigui ciertos avances y alguno queotro papel en obras de poca importancia. Su nivelmejoraba, pero a un ritmo que a Sue le producainsatisfaccin. Estaba segura de que poda sacar mucho

    ms partido a esa cinta.

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    Busc el asesoramiento de un profesional, el psiclogoJames Forgas, profesor de la Universidad de Columbiay miembro de la junta de NYPH. Dijo que lo pensara.

    Dos minutos despus, sali de su despacho, mir aambos lados del pasillo, la vio, corri hasta alcanzarlay se comprometi a ayudarla. Pactaron una discrecinmutua. La reputacin del doctor estaba en juego y elsecreto profesional de Sue tambin.

    James Forgas perfeccion la metodologa de Sue. Tra-

    baj con dos cintas en planos distintos y a destiempo.Despus de dos horas de latidos, se activaba la segundaen un plano ms bajo que la primera, emitiendosonidos y mensajes que pudo haber escuchado en sugestacin un personaje determinado. Los detalles eranmnimos, pero muy precisos, y para determinarlos serequera profundizar minuciosamente en el historialpsquico del individuo a emular. Sue mejor notable-mente. Quiz por esa seguridad, rechaz las ofertas deBroadway y se aventur a producir sus propias obras deteatro sin volver a pisar un escenario con rtulos denen. Acompaando esa decisin, cambi su apellidooriginal, Callverac, por Whitebeat. En 1997, sin darninguna explicacin, dej de actuar.

    El doctor Forgas, paralelamente, investig los efectosde escuchar los latidos del corazn materno en suspacientes con depresiones crnicas, obteniendo resul-

    tados ms que satisfactorios. El 85% de los que inter-

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    vinieron en el tratamiento fueron dados de alta y, a dade hoy, ninguno ha recado. Analizando los casos del15% restante, se observ que seis de las ocho progeni-toras de estos individuos haban atravesado diversassituaciones traumticas a lo largo del embarazo.

    Durante el proceso, not que la terapia ayudabatambin a curar enfermedades fsicas, desde simplescatarros hasta tumores malignos. Forgas sostiene queal escuchar el sonido del corazn de la madre el

    inconsciente del sujeto se transporta al momento de lagestacin, favoreciendo dos aspectos principales: elestado de bienestar y la regeneracin celular.

    A inicios de 2007, NYPH Corporation, la institucinque ha financiado las investigaciones del doctor Forgas

    desde 1984, solicit la patente de la terapia. Viendosus excelentes resultados, ellos estimaron ganar ms decuatro billones de dlares al ao. Cobraran por cadagrabacin de latidos maternos en cualquier entidadpblica o privada de Norteamrica y en otros pasesdonde existiesen leyes rigurosas para proteger los

    derechos de autor. Ante esta posibilidad, Sue entr ajuicio para impedir algo tan ruin y estpido, alegandoque ella fue la precursora de dicha prctica. JamesForgas testific a su favor, asegurando el uso libre dela terapia de los latidos del corazn.

    Cuando su madre le pregunt a Sue por qu haba

    dejado la actuacin, ella le respondi: No lo hice, slo

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    dej de actuar en pblico. Me centr en m, en mipersonaje, para explorar una a una, desde cero, sinnostalgia de ninguna, todas mis facetas posibles.

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    durante una de mis visitas a Mxico, tuve la sorpresade ser nombrado jurado del primer certamen literariode San Vicente, pueblito cercano a Taxco. A esepintoresco evento se presentaron una obra de 54pginas y otra de 7.298, que termin de leer tres mesesdespus de que el alcalde proclamase ganadoras a

    ambas. Decisin a mi parecer injusta, ya que el textobreve era interminable, mientras que el otro era adic-tivamente agotador. Su originalidad te impeda dejarde introducirte en la biografa de una vida simple, peroque estaba hilada por centenares de puntos de vista degente cotidiana y comn.

    Si bien he dicho biografa, Evaristo Pacheco Dvila tuvouna ambicin mayor que la de narrar su propia vida. lquera conocer quin era en realidad. Para conseguirlo,no le bast con su versin de los hechos porque tena lacerteza de que toda verdad estaba compuesta por varias

    verdades. Segn Scrates, siempre coexistan las deambas partes involucradas, aunque su discpulo Platnagreg una ms: la del observador. A partir de ah,Evaristo dedujo que el nmero de verdades dependade la cantidad de personas enteradas de una situacin,sea de forma presencial o de odas. En consecuencia,

    despus de describir escuetamente un suceso, proceda

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    a detallar todas las opiniones que haba conseguido reu-nir al respecto, destinando para ello decenas de pginas.

    A lo largo del tiempo, Evaristo emple varias tcnicas de

    redaccin con el propsito de experimentar nuevasformas, visuales y auditivas, de interpretar los comen-tarios vertidos sobre s. Una que me hizo releer cuatroveces un captulo fue la que utiliz para relatar un tramode su adolescencia. Cre un poema compuesto porjuicios entrecortados que l rescat de conversaciones

    sostenidas individualmente con su madre, el PRROCOy una prostituta que frecuentaba en aquella poca

    NOCHE TRAS NOCHE DURMIENDO CON ESA

    era un infierno que te tuvieras que ir

    adems t siempre madrugabas

    con una sonrisa

    pedas dos monedas

    y al despertar ya te vea con el panO SABEDIOS QU

    eras un chamaco muy buenopretexto del miedo a ser castigado

    EL AMOR NO JUSTIFICA EL PECADO

    por verme feliz

    hasta me mentaspero te perdono

    HIJO MO

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    Y de esa forma continu durante ms de 50 hojas,pero diferenciando las intervenciones a travs deletras normales, cursivas y maysculas, porque su

    antigua mquina de escribir no le ofreca mayoresposibilidades.

    Llegado a este punto, es oportuno sealar quecomenz a escribir acerca de s mismo a sus 27 aos;primero a mano y posteriormente a mquina, hasta elfinal. Alcanz a conocer los ordenadores pero le inco-

    modaba la facilidad con que se podan cambiar lostextos, y por ende los hechos, que l quiso recopilarcon la menor prdida de detalles posible. Y lascircunstancias le favorecieron porque pudo redactarlas dos terceras partes de su vida al margen de losrecuerdos, apoyndose nicamente en el presentecontinuo, plasmado como una suerte de reportaje. Portal motivo, no era de extraar, por ejemplo, que alrenunciar o ser despedido de una empresa, procediesea realizar una investigacin sistematizada. Entrevistabaa su jefe directo, al superior y hasta al mismo presi-dente de la compaa, si lo haba. Despus entrevis-taba a sus colegas directos y a aquellos que lo hubiesenpodido observar, obteniendo una visin global sobresu ser en aquel momento concreto.

    A ratos pareca que de tanto querer entenderse comopersona haba dejado de ser una. Llegaba al extremo

    de abordar a preguntas a un conductor que lo haba

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    insultado previamente, pidindole, para colmo, queprimero se relajase para que la opinin fuera msobjetiva. Y extraamente lo consegua. Quiz era susosiego simple y directo que tocaba a la gente del D. F.(ah se estableci durante cuatro dcadas) o, lo msseguro, su actitud desconcertante, con la que l convi-vi a lo largo de su existencia.

    La obra fue presentada al concurso literario por sunieta, con la esperanza de que se publicara el trabajo de

    su difunto abuelo. Sin embargo, lo que ella deseaba nosucedi. El alcalde modific el premio descrito en lasbases del concurso bajo la excusa de no haberseprevisto un empate. Dio una cantidad de dinero aambas partes y se quit de encima el problema de laedicin. Y aunque no estuve de acuerdo, la decisin

    fue lgica. El operario de la pequea imprenta delpueblo amenaz con renunciar si le hacan transcribirtodo ese texto que estaba escrito a mquina y, por otrolado, no se contaba con suficiente papel para editar nisiquiera diez de los mil ejemplares prometidos.

    El fallo del alcalde fue respaldado por todo el pueblo,admitiendo que con slo ver semejante volumen nuncase animaran a abrir el libro. Yo empec a leerloporque me pagaron y lo termin por el deseo de saberquin fue realmente el escritor.

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    cuando la bigrafa Alice Kaplan investig la infanciade Juan Oldar, nadie pudo darle ningn datoanecdtico sobre su vida fuera del mbito familiar,principalmente porque era un nio muy normal. Peroen casa, su comportamiento fue totalmente distinto,manifestando una creciente obsesin por retribuir

    todo lo que le brindaban. Esta situacin sedujo anms a la bigrafa.

    De las entrevistas que realiz a los parientes del seorOldar, Alice Kaplan extrajo algunos pasajes de su niezpara el prlogo del libro. He aqu las transcripciones

    que emple:El mismo da en el que cumpli siete aos, Juanito sepas toda la noche preparando una tarta igual a la queyo le haba hecho. Recuerdo cuando me despert; tenasus ojitos llenos de ilusin. Haba desaparecido laexpresin de agobio que tena desde que le empezamos

    a cantar el feliz cumpleaos.

    Cuando yo quera un juguete casero, como porejemplo un castillo de cartn, lo construa para mihermano. Luego, l me haca uno mucho mejor.

    Nunca voy a olvidar la Navidad del 48. No vea a mi

    hermana ni a su familia desde inicios de la guerra.

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    Cuando salud a Juan, le di un gran beso en la frente.El pequeo me dio otro ms intenso. Yo me emociony le di uno igual, y l me bes dos veces. Yo le di otros

    dos, y l tres, y as. Fue un saludo interminable, acom-paado por una risa generalizada que nos hizo olvidara los ausentes por unos momentos.

    Una semana antes de su dcimo primer cumpleaos,Juan nos pidi que, por favor, no le diramos nada,que le haban dejado muchas tareas en el colegio y que

    no tena tiempo para compensarnos los regalos.Incluso, nos recalc que no quera que le hiciramosningn tipo de celebracin. Llegado el da, fue lquien nos sorprendi con una fiesta sorpresa y,adems, nos dio un obsequio a cada uno.

    Algunos vecinos, con el nimo de figurar en el libro,aseguraron que Oldar haba sufrido, en la primeraetapa de su infancia, un continuo maltrato psicolgicopor parte de sus padres, con el objetivo de formar unhijo agradecido que les asegurase una vejez confortable.Declaraciones que el doctor Richard Trout, decano de

    la Universidad de Michigan, tach de inverosmiles yoportunistas. Segn l, Juan Oldar padeca una pato-loga degenerativa que, por ser el primer caso clnicoconocido, denominaron oldarpata, que consista enobtener satisfaccin al dar y, paralelamente, sentirculpabilidad injustificada al recibir. No obstante, para

    Juan haba motivos, porque incluso le afectaba que las

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    personas de su alrededor invirtieran tiempo en obse-quiarle algo.

    En el contenido de la biografa, Alice Kaplan plasm

    seis etapas muy diferenciadas en la conducta de Juan.En la primera, sus muestras de afecto buscaban equi-parar lo que le daban, como una reaccin instintiva derechazo al dolor a travs de retomar el equilibrio. Alentrar en la pubertad, regalaba cuando le tocaba reci-bir, procurndose nicamente placer. Posteriormente,cuando eso no le fue suficiente, se esmer en la cali-dad de los presentes; no por el precio o la complejidad,sino por alcanzar la agudeza necesaria para atinar conel objeto ms deseado por el otro. Insatisfecho nueva-mente, medit un largo perodo hasta que se culp por

    haber sido un ingenuo, por haberle dado tantaimportancia a lo que simplemente era un medio paraconseguir algo ms sublime; as que pas de losobjetos a las emociones, como la que le brind a supadre: le hizo creer que unos arquelogos habanencontrado el Arca de No, apoyndose en el ejemplar

    de un peridico que l haba mandado a imprimirexpresamente. El hombre vivi con esa verdad y elrecorte del artculo como fuente de felicidad. Y preci-samente esa experiencia le aclar la diferencia entre unsentimiento efmero y uno vital, duradero. En laquinta etapa, Biblia bajo el brazo, Oldar camin

    durante casi una dcada regalando esperanza.

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    En el tramo final de su recorrido, las mujeres, poco apoco, fueron captando su inters, hasta despertar en lun deseo incontrolable por poseer un vientre, al igualque ellas, pero su cuerpo, su ahora despreciablecuerpo, era incapaz de dar el regalo ms preciado, y elno poder engendrar vida le devolvi la angustia queexperiment en su infancia: el mundo le haba dadoalgo que era incapaz de retribuir.

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    el 2 de agosto de 1939, el cementerio de la Almudena,antes llamado cementerio del Este, presenci elentierro ms sentido de toda su historia. CarmelaCampos no recibi ninguna corona de flores, pero stres mil setecientas veintiocho declaraciones de amor.Uno a uno, los jvenes se arrodillaron junto a su

    cuerpo y, mientras balbuceaban palabras afectadas,transcribieron sus sentimientos sobre una gran sbanablanca, que colocaron en la base del atad para que elladurmiese amada por siempre. Hoy en da, a pesar delmusgo, la corrosin y otros efectos del tiempo y ladesidia, se puede leer el epitafio sin mucha dificultad:Aqu descansa una mujer a quien la guerra dio milesde hijos.

    Antes de 1936, Carmela Campos segua siendo unaseorita de 43 aos sin ninguna oportunidad paracontraer matrimonio y tampoco para concebir un hijo.

    Adems, debido a la mentalidad machista de la poca,se vio impedida de ejercer un trabajo intelectual,cerrndosele la oportunidad de haber equilibrado enalgo su insatisfaccin personal. En privado, despotri-caba contra la sociedad. Carmela posea una memoriaenvidiable y lamentaba que no le sirviese para nada.

    Pudo haber sido una magnfica diplomtica o una

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    clebre cientfica o doctora, pero tuvo que confor-marse con cuidar de sus padres y depender de la rentade ellos, compartiendo el mismo techo.

    Las personas que la conocieron, antes y durante laguerra civil que atraves Espaa, se atrevieron a afirmarque los tres aos que dur el conflicto fueron los msfelices de la vida de Carmela.

    Apenas se conocieron las noticias del golpe de estado,

    se ofreci de voluntaria en la Cruz Roja. Tena laconviccin de que colaborar con una institucinneutral como sa era la nica forma de tomar partidopor su patria. Sin embargo, al inicio, el saber queestaba atendiendo a hombres capaces de matar a suspropios vecinos, le indignaba. Es ms, se avergonzaba

    por ello. No le apeteca ni hablarles. Slo abra la bocapara responder lo estrictamente necesario o para darlas indicaciones pertinentes.

    Pasadas siete semanas 52 das para ser exactos,Carmela no tuvo ms remedio que tragarse su indig-nacin. Una maana atestada de heridos que moran

    antes de ser vistos por un doctor, identific a unsoldado que poda salvarse si lo mantena conscientehasta que llegase su turno de ser operado. As que lemotiv a hablar, hacindole una pregunta tras otra. Ala octava, en lugar de responder, el muchacho comenza dictarle su testamento. Carmela dej de sentir que

    estaba frente a un soldado, nicamente vio en l a otra

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    vctima de la guerra.

    Cuando despert, a los dos das, el soldado no recor-daba nada de lo ocurrido durante su agona, salvo el

    rostro de la mujer que ahora le estaba cambiando elvendaje.

    Enfermera, cmo estoy, voy a morir?

    No, Manuel. Todava puedes conservar tu lupa, losrecortes de peridico, los carteles de las obras de

    teatro y el poema inconcluso que ahora Sandra podrescuchar de ti, completo. Ojal que la guerra termineantes de diciembre para que puedas regresar a SanJacinto y pases tu cumpleaos junto a ella. Seguro quehace esa tarta que tanto te gusta, con nueces, almen-dras

    Manuel se qued sorprendido y encantado a la vez. Sesinti reconfortado, como si estuviera en casa, junto aalguien que lo conoca desde siempre. Y quiz por eso,sin darse cuenta, sus ojos la contemplaron al igual quese mira a una madre, despertando en Carmela una

    sensacin de bienestar desconocida para ella.A partir de ah, le naci conversar con cada uno de lospacientes que estaban a su cargo. Ellos, al sentirse escu-chados y en consecuencia queridos, fueroncontndole sus pesares e ilusiones, que Carmelarecordaba hasta con los ms insignificantes detalles y,

    principalmente, con una exquisita sensibilidad,

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    desarrollando un lazo emocional profundo: lossoldados la adoptaron como madre sobrevalorada porla lejana de la propia y ella como a los hijos quenunca pudo criar. La sensacin de bienestar se habatransformado en una felicidad desmesurada, quetermin por desbordarla.

    Los heridos venan y se iban, curados o muertos, peroel lazo se conserv durante la guerra. Mantenacorrespondencia con los soldados reinsertados y con

    los familiares de los difuntos. Los amaba. Increble-mente a todos los amaba y, por naturalidad o porcarencia, ellos tambin le demostraban su amor.Por desgracia para ella, el conflicto termin.

    Una vez en casa, las familias de los sobrevivientesreconstruyeron sus vnculos, haciendo lo posible paracerrar las heridas. Fue entonces cuando Carmela dejde recibir cartas y se vali de la memoria para prolon-gar su felicidad, pero sucedi lo contrario. Recordabacada palabra de esos muchachos, cada nombre, cadaapellido, cada infancia, adolescencia, miedo, alegracada sueo. No poda dejar de recordar que los amaba.

    Una mujer que acudi al cementerio dijo: Si laausencia de un hijo duele; la de miles, mata. Laseorita Carmela Campos falleci a causa de unadepresin crnica a los cuatro meses de establecerse lapaz.

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    el flash, cual luz que anuncia la aparicin del incons-ciente, si bien sorprendi a los habitantes de San PedroGuacana, dej boquiabierto al fotgrafo KlausDreyer, quien nunca imagin que la supersticin derobar el alma con una foto fuera algo que pudieseexistir en pleno albor de la globalizacin. Y como en

    ese pueblo tambin consideran que la letra con sangreentra, los oriundos se las arreglaron para que Klausaprendiera sus creencias. Primero sacaron el carretepara ofrecrselo al sol e, inmediatamente, prendieronfuego a la cmara; despus arrastraron al forastero

    hasta el cementerio sin cruces, tirndole de las ropas,desnudndolo poco a poco y, previo al final, lo ente-rraron hasta el cuello junto a las tumbas de otrosprofanos. A la maana siguiente terminaran con laleccin.

    Ese atardecer, Gonzalo el Pastor, al regresar con susovejas, vio sobresalir en el llano la cabeza del forasteroy se acerc a l con absoluta normalidad.

    Por favor, aydame.

    Si ests ah es porque te lo mereces.

    Si me sacas tambin ser porque me lo merezco.

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    Gonzalo mir hacia el lado opuesto del pueblo ypregunt:

    Hay mucho para ver?

    S, te puedo mostrar cientos de foto Klaus notermin la ltima palabra, puesto que tema sufrir msdao.

    Dnde las tienes?

    Klaus no quiso responder, pero, al ver al hombrealejarse con sus ovejas, super el miedo al dolor graciasa su pnico a la muerte.

    Estn en la posada del pueblo, en mi mochila.

    El Pastor recuper la mochila y se la entreg intacta a

    su dueo, quien esperanzado le pidi que sacara lasfotografas. Ahora bien, anticipndose a un posibleempeoramiento de la situacin, le prometi querompera aquellas donde apareciese gente, remojandolas imgenes en agua bendita para liberar sus almas. Encambio, sobre las que slo mostraban paisajes y edifi-

    caciones, le habl todas las maravillas que pudo antesde que amaneciese y, al ver el inicio del alba, probsuerte:

    Yo puedo llevarte a todos esos lugares. Slo tienesque sacarme de aqu.

    Yo no quiero ser tu rebao. Ir cuando lo decida.

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    Gonzalo escarb con sus manos hasta que Klaus pudoseguir hacindolo con las propias. Una vez liberado,en agradecimiento, el fotgrafo le regal la otracmara con la que viajaba: una Polaroid de 12 exposi-ciones. Y para no enfadarlo ni ofenderlo, le dijo quepodra retratar cosas que no tuvieran alma.

    Gonzalo el Pastor se qued con la cmara y el deseo deviajar. Durante semanas, estuvo dubitativo, con eldilema entre conocer el mundo y no abandonar a sus

    seres queridos.Cuando lleg el da en el que decidi no separarse desu hogar, cogi la Polaroid y, a escondidas, fotografia cada uno de sus 12 familiares cercanos. Viajara consu hogar cobijado en esos 12 papeles, dejando loscuerpos atrs. Al fin y al cabo, a su regreso, todo vol-vera a la normalidad con un poco de agua bendita.

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    es raro que una persona que haya vivido en el barriomadrileo de Lavapis, en los aos cincuenta, norecuerde a Gloria Domnguez Carpio. Era una mujermuy poco agraciada, solterona y sin ningn preten-diente, se ganaba la vida fregando suelos, no tena fa-miliares cercanos ni amigos, su casa era una habitacin

    sin ventanas y, en resumen, su existencia se limitaba atrabajar y a dormir, pero todos la envidiaban. Se la veafeliz.

    Algunos de los que rozaron por instantes la vida deGloria no perdieron la oportunidad de preguntarle

    con ms indiscrecin que sutileza cul era la raznde su desconcertante estado anmico. Y, palabrastextuales de la seora Domnguez: La gente metomaba por una jovencita loca, por una loca clnica,mas no desgraciada. No lo decan, pero sus miradasbastaban. Adems, se despedan de inmediato y no

    volvan a tocar el tema. Explicarles que mi alegra sedeba a la ilusin de llegar a casa para dormir cuantoantes y as soar el mayor tiempo posible les parecademencial.

    Ella no recuerda desde cundo empez a vivir en sussueos. Tambin asegura no conservar imgenes de sus

    primeros aos en casa de sus padres. Le gusta creer que

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    lleg a ese mundo perfecto por casualidad, gracias a sucuriosidad infantil. Sin embargo, Andrs Blanco, exempleado del clausurado orfelinato Santa Mara,donde ella se cri, plantea que fue el dolor profundoy constante lo que la llev a refugiarse en la fantasa.En todo caso, ms all del origen, lo relevante en sujuventud era su presente. Y el presente no es algo quese ve o se toca o que est en el entorno, sino aquelloque se siente y se percibe. Por eso mismo su felicidad

    era tan real.En los aos cincuenta, al salir del trabajo, Gloriaevitaba cualquier tipo de contratiempo para llegar a sucasa. Una vez ah, se quitaba los zapatos en la entrada,abra el bal que contena las conservas, sacaba una,coga la barra de pan, cortaba un trozo, pona una fruta

    junto a su plato y coma lo necesario. Tras terminar,colocaba los utensilios sucios en un barreo que poseauna tapa hermtica para contener los olores. Despus,sala al pasillo y entraba al bao comunitario. Yabaada y en pijama, se iba directa a la cama. Esa rutinala segua de lunes a viernes. El sbado, se despertaba a

    las diez de la maana, tomaba desayuno, realizaba lascompras de la semana, lavaba todos los utensilios y laropa, limpiaba su casa, coma algo ms contundenteque los otros das, sala al pasillo, entraba al bao y,finalmente, se iba a dormir, hasta el lunes, da en quese levantaba un poco antes de lo habitual para recoger

    la ropa del tendedero.

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    Su casa era una habitacin de 12 metros cuadrados,donde al apagar la luz era imposible distinguir si erade da o de noche. Tena un colchn muy cmodo

    colocado directamente sobre el suelo, un armariosalido, el bal de las conservas, una caja con los uten-silios, el barreo y una pequea mesa personal de 20centmetros de altura, sobre la que estaban el fruteroy la panera. Nada ms, ni siquiera polvo.

    Apenas se acostaba entre las delicadas sbanas, Gloria

    despertaba junto a su marido y haca el amor, sintiendolas caricias de los primeros rayos del sol. Despusalistaba a sus dos hijos para ir al colegio mientras l lespreparaba la merienda. El resto del da lo iba constru-yendo a su antojo. Pero no siempre fue de ese modo.Al comienzo dedicaba mucho tiempo a concentrarseen algo especfico para soar con ello, y a menudo noresultaba. Cuando eso le fue fcil, empez a manipu-larlos desde dentro, en sus duermevelas, cosa que lacansaba muchsimo. Con los aos, aprendi a vivirdormida. Aquel proceso fue de la mano del tipo desueos que creaba, pasando de princesas y hadas a unavida real perfecta.

    El lunes 9 de marzo de 1959, dentro de su rutina,Gloria conoci a un asturiano que la comenz aquerer, aunque para ella slo era un contratiempo. lno desisti, cada da se enamoraba ms de la felicidad

    que transmita y se lo hizo saber con cientos de detalles

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    y algunas palabras. Slo por escucharlo, llegu hastasentirme infiel al hombre que me haba dado dos hijosen mis sueos. S que puede parecer ridculo ten-amos una relacin de casi siete aos! Una relacin pre-ciosa, ideal.

    Un da, de repente, Gloria acept salir con el preten-diente. Tambin acept casarse con l y emprendieronuna nueva vida en Asturias. Qu se va a hacer, meenamor. Yo quera al padre de mis hijos, lo quera

    mucho, pero no era la clase de amor por la que erescapaz de dejarlo todo, tu armona, incluso tu felicidad.

    Actualmente Gloria Domnguez sigue casada en Astu-rias y tiene tres hijos y cinco nietos inscritos en elRegistro Civil espaol. Asegura que todas las nochescontina viendo a sus otros dos descendientes, que anno le han dado nietos.

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    en la cima del campanario quedaba la cornisa ms altadel pueblo, donde se encontraba doa Conchi Cce-res Garca, de pie, a 12 metros del suelo. Ridculaaltura para un urbanita moderno, pero suficiente paraquitarle la vida a cualquiera. Por eso, el prroco

    Vicente Gallo rezaba junto a todos sus feligreses paraque se produjese un milagro y para ellos as ocurri.Conchi, al mirar hacia abajo y encontrarse con toda lamuchedumbre, se distrajo, cerr los ojos por unossegundos, luego los abri, mir otra vez a su alrede-dor y se qued profundamente perpleja: no tena ni la

    menor idea de por qu estaba parada ah. Ese fue suprimer sntoma de Alzheimer (en los sesenta no setena conciencia de esa enfermedad, y menos tratn-dose de una mujer que no superaba los 35 aos deedad, y mucho menos an si hablamos de un pobladoolvidado de 87 habitantes).

    Para evitar que doa Conchi volviera a atentar contrasu vida, los habitantes de Entrevalles acordaron borrartodo lo que pudiese ayudarla a recordar la soledad quela llev a subirse al campanario. Con tal propsito,enumeraron una lista de acciones inmediatas, centra-

    das principalmente en confiscar una serie de objetos

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    de su casa: las imgenes y la ropa de su hijo, losadornos que l tallaba, etc. Al mismo tiempo, y pararemplazar las que haban sustrado, recolectaron todas

    las fotos donde ellos aparecan con doa Conchi enactitudes alegres, completando as los lbumes, ador-nando las paredes de los dormitorios, el comedor, elsaln y, cmo no, la cocina.

    Alentados por la efectividad de las primeras medidas,continuaron analizando nuevas propuestas. Aunque

    en un principio no prestaron atencin a la idea de JuliaMorn, poco a poco sintieron que era una solucinacertada: nombraron a Conchi La celadora de lasfelicidades del pueblo. El cargo consista en escuchar,transcribir y almacenar todos los momentos de felici-dad que experimentara cada uno de los habitantes deEntrevalles. Pensaron que, de esa forma, la iranllenando de alegra hasta que ella misma, en conse-cuencia, comenzara a escribir sus propias experienciasde dicha. Y as comenz a suceder.

    El aprecio que los entrevallecinos tuvieron siempre por

    Conchi se deba tanto a su buen carcter como a susextraordinarias dotes culinarias, que todos solandisfrutar en el aniversario del pueblo da en el que lapreocupacin reapareci, con un sabor muy desagra-dable. Conchi Cceres Garca haba olvidado el saborde las especias. Recordaba los nombres, s, pero el

    sabor que evocaba era otro. La sal la relacionaba con el

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    picor de la pimienta, el organo con el dulzor delazcar, etc.

    A partir de ah, a medida que ella iba olvidando una

    cosa tras otra, fueron surgiendo dudas. Creyeron queel mal de Conchi era un castigo que ella pagaba por elpecado de todos ellos. Por otro lado, el padre VicenteGallo quiso decirle la verdad, pero los pobladores lesuplicaron que no lo hiciera, recordndole que elsuicidio era imperdonable para el alma y que, en

    cambio, una mentira piadosa se poda absolver.Si bien su estado fue empeorando, mantuvieron laesperanza y el silencio. No obstante, el domingo 14 deabril de 1968, Vicente Gallo se qued helado cuandose dio cuenta de que Conchi haba olvidado el Padre

    nuestro. Si no rezaba, daba igual lo del suicidio,porque de todas formas su alma no tendra salvacin.As que, en ese mismo momento, cambi el sermn deturno por el del hijo prdigo, haciendo una referen-cia directa al hijo de Conchi que se march renegandodel pueblo y jurando que nunca volvera.

    Conchi recobr las fotos, la ropa, los adornos que suhijo tallaba, pero no sus recuerdos, quedando anuladopor completo cualquier acontecimiento o detalle del pa-sado; incluso los vividos hace un instante. Sin embargo,aprendi a disfrutar de las emociones que iba sintiendo,del gran cario que le transmita la gente de Entrevalles

    y que en un continuo presente fueron su familia.

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    a una edad en la que ya no se le puede echar la culpaa la ingenuidad infantil, Otto Dolbulg segua teniendola firme conviccin de que el hogar era dulce, y nodulce como la alegra, sino como la misma caa deazcar.

    Los socilogos que siguieron este caso, a inicios de losnoventa, coincidieron en que el seor Dolbulgmantuvo tanto tiempo esa ingenua creencia porquenunca la puso en discusin, ni siquiera la habacomentado, ya que para l esa verdad era tan cierta yevidente como su nombre. Preguntar en medio de una

    conversacin: Realmente me llamo Fulano o serque nicamente tengo apellidos?, sera tan absurdocomo decir: El hogar es dulce o t piensas que carecede sabor?. Sin embargo, puesto que la estupidezsiempre nos ha acompaado aunque investida derazn, no falt el encuestador que se estrellara en el

    camino de Otto, con un discurso que en resumidascuentas era ste: La revista Mythique est realizando unestudio sobre la evocacin de palabras sugestivas. Siel hogar p u d i e s e tener sabor, cul imagina quesera?.

    Otto, ante la duda de estar frente a un bromista barato

    de la tele o un demente, contuvo cualquier expresin.

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    Mientras lo haca, busc una cmara o algn indiciopara desvelar la trama en la que queran envolverlo.Incluso, fingiendo un dolor de cuello, mir de reojoal cielo. Continuando con la bsqueda, volvi a posarlos ojos sobre el rostro cada vez ms desconcertado delencuestador, lo que le ayud a deducir que estabafrente a un hombre que haba perdido la razn. Ottodecidi seguirle la corriente y, para estar a su altura,respondi con otro disparate: El hogar sabe al aroma

    que deja el pienso. Luego existo.Aquel incidente qued en el olvido, hasta que pasadoun mes, en una cafetera del barrio, el camarero leofreci a Otto algo para leer. Entre las opciones estabaun ejemplar de la revista Mythique, donde haban publi-cado la tabla comparativa de los sabores del hogar ms

    evocados. Cuando abri la pgina en cuestin, tododesapareci a excepcin de sus pensamientos: Elmundo ha perdido el juicio afirmacin que repitivarias veces muy despacito. No es posible que sea elnico sensato. Sufri un desmayo.

    Apenas reaccion, estando an en el suelo, interroga los extraos que le rodeaban. Absorto ante lasrespuestas, visit a sus amigos cercanos y familiarespara hacerles la misma pregunta. Otto cay en unaprofunda depresin.

    Los meses siguientes fueron muy duros para l. Tuvo

    que elegir entre su verdad y la del mundo.

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    El lunes, al caer el sol veraniego, camin hacia elcorazn de la ciudad en busca del edificio ms alto,quiz con la intencin de suicidarse, quiz para ver la

    vida por encima del hombre. Una vez ah, tom elascensor para acceder a la terraza, junto a una seoraencantadora que sostena a su beb en brazos. Entrelos pisos 35 y 36, se produjo un cortocircuito. A laspocas horas del sofocante encierro, el beb reclamabade nuevo el pecho. La madre, bondadosa y consciente

    de la situacin, le ofreci a Otto un poco de su leche,quien acept con sincera timidez. Al beberla, sinti elsabor a caa de azcar entre sus labios.

    Con la raz de su verdad en mano, Otto escribi cien-tos de cartas a todos los centros de investigacin parapedirles que demostraran su hiptesis. Tambincontact con las universidades y los afamados colegiosque contaban con los medios necesarios para em-prender el estudio. La mayora le dio largas, el restoni siquiera le contest. No obstante, su obsesin porllevar adelante el proyecto fue creciendo, optando poremprenderlo l mismo.

    Lo primero que hizo fue reclutar mujeres embarazadasque creyesen en su conviccin etapa que el seorDolbulg recuerda con especial cario y sentido delhumor. Una vez iniciado el proceso, registr la dietaalimenticia que haban seguido las 127 mujeres, antes

    y durante la lactancia. Paralelamente, detall el carc-

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    ter y la personalidad de cada una de ellas. Despus, conla ayuda de un qumico, tom muestras de leche paraanalizar su sabor. Al cruzar estos tres datos, Otto notque la dulzura o amargor de la leche estaban estre-chamente relacionados con la alimentacin (28%) y lamanera de ser (72%) de las madres. El positivismo y larisa eran lo que ms contribua al dulzor, alcanzandosu punto mximo cuando se ingeran alimentos comola miel. No obstante, esas primeras conjeturas carecande valor para el estudio si no se cruzaban con la evoca-cin de sabor que la palabra hogar generaba en losnios que ellas haban amamantado. Seis aos mstarde cerr el crculo.

    Otto no consigui demostrar que el sabor del hogarera exclusivamente dulce, pero s que su madre lo haba

    sido.

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    el da en el que a Mximo Guinassi le diagnosticaroncncer avanzado de pulmn, sus colegas apostarondnde morira. An le quedaban tres meses paracumplir su condena en el penal Sarita Colonia.

    Mximo morir en su hogar? S, No fue lo que

    Renato Obando, alias El Fly, escribi en el paredn delpatio. Como era de esperarse, todos los reos pusieronen juego su dinero, y nadie se extra cuando hasta elmismo Guinassi entr en las apuestas. Pensaron que sino ganaba, le dara igual perder sus ahorros.

    En los dos meses siguientes, la crcel fue testigo de la

    miseria y de la grandeza humanas, y cada vez querecuerdo aquello me produce una emocin distinta.Sin embargo, lo que siempre me deja un buen sabor dememoria fue lo ocurrido tras su muerte, que se pro-dujo en la celda 19-70.

    Csar Leno, alias El Msico, el mejor amigo de MximoGuinassi, detuvo el reparto del pozo de las apuestasbajo el siguiente alegato: Para l ste era su hogar, osea que nosotros ganamos. Todos los perdedoresrecobraron la esperanza y sacaron de sus bolsillos elnico metal que les quedaba. Ambos bandos, pual en

    mano, reclamaron sus derechos y no falt el

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    inadaptado que propuso un juicio. Aqu he de aclararque pocos de los reclusos haban tenido uno, porqueen Sarita Colonia muchos presuntos delincuentes eran

    ingresados de forma ilegal; por lo que, adems,gracias a la influencia de la televisin, su referente deun juicio deseado era el de las pelculas norteamerica-nas. Decidieron montar uno igual.

    Su primer dilema surgi cuando quisieron establecerquines formaran el jurado. Ninguno de los reos

    presentes era un buen candidato, puesto que todosellos tenan intereses de por medio. Otra opcin fuenombrar a un grupo de policas; idea descartada porunanimidad debido a que todos estaban de acuerdo enque eran fcilmente sobornables. Al final, optaron pordesignar, en ausencia, al prximo grupo de nuevosreclusos que arribasen a la prisin.

    Ya resuelto ese dilema, procedieron a nombrar a losabogados de ambos bandos. El Msico representara a losS y El Fly a los No.

    Llegado el momento, se plantearon argumentos a favorde los No como:

    Este lugar es el punto de la Tierra ms alejado decualquier hogar, porque por ms que tu familia viva aminutos de aqu, estos muros la hacen inalcanzable.Por eso pensamos en nuestro hogar, porque no est

    aqu!

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    Lo ms cerca que podemos estar de nuestros hogareses cuando algn familiar se anima a visitarnos undomingo.

    Este lugar es como para otros una simple oficina,pero nuestras ocho horas duran cada uno sabe cuntole queda esperar. En todo caso, el deseo de regresar alhogar se mantiene y hasta se hace ms necesario.

    Y tambin se expusieron argumentos a favor de los S

    como:Es cierto, el hogar es el lugar que ansas en losmomentos que lo pasas mal. Cuando l estaba en elcuarto de castigo slo deseaba regresar a su celda,donde le aguardaban sus colores pasteles y sus lienzoscon gallos, peleando a pico limpio.

    Si pasas ms de 35 aos aqu, sientes que tras estosmuros ha desaparecido el tiempo y aquello que era tuhogar slo es un recuerdo que nicamente vive en ti.

    Tras lo expuesto, El Fly gui un ojo a quienes le habanprometido una parte adicional de las ganancias, mien-tras que El Msico trataba de imaginarse cmo sera elrostro del hijo de su amigo, a quien deba dar lasganancias del difunto.

    Cuando el jurado regres de deliberar, su seora dijo:Mximo Guinassi muri en su hogar? Ustedes

    tienen la palabra.

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    cuando viaj a Per en 2005, prolongu mi estadados semanas ms de lo previsto. La gua turstica quenos mostr el Monasterio de Santa Catalina solt,aturdida por tanta pregunta, una incongruencia sobreuna aspirante a monja que sedujo mi atencin. Antemi inters por ahondar al respecto, la muchacha,

    claramente avergonzada, se disculp por su impru-dencia, explicando que esa informacin no era fiable,que no se la haban enseado en la escuela de turismo;la haba escuchado en su niez, de boca de su bisabuela.Al siguiente da, en lugar de solicitar un taxi paradirigirme al aeropuerto, le ped al recepcionista delhotel que me indicase cmo llegar a Coporaque,pueblo natal de la difunta bisabuela. Tard cuatrohoras en llegar al lugar y cinco das ms en encontrara uno de los pocos devotos que todava le sola rezar aMara Martnez Yacchi, la novicia que dej la vidamonacal alrededor de 1780 y que, pese a la crucialrenuncia, fue canonizada por algunos pobladores dela poca con el nombre de Santa Desgracia de laFelicidad.

    La manera aparentemente anrquica en la que losindgenas profesaron la religin catlica fue tan slo

    el resultado de la integracin, y no de la sustitucin, de

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    sus ancestrales prcticas y la nueva doctrina. De esesincretismo han quedado varios ejemplos plasmadospor los artistas locales de aquel entonces. Basta con verlos cuadros que actualmente adornan la catedral delCusco, entre los que destaca La ltima cena, una peculiarperspectiva donde Cristo y sus discpulos degustan uncuy, roedor propio de los Andes. Tambin se puedeapreciar un par de representaciones de la Virgen con elcuerpo en forma de montaa, haciendo alusin a la

    Pachamama. Varios estudiosos del tema sostienen quedichas alteraciones fueron solicitadas expresamente porla Iglesia colonial, para as facilitar la conversin de losaborgenes. Ms all de quin tuvo la iniciativa, locierto es que las creencias se mezclaron en el entendi-miento popular y que, en privado y por lo general, le

    siguieron rezando a cualquier difunto, sobre todo aquienes atribuan la posibilidad de ayudarlos a teneruna mejor vida terrenal, y si de alguno crean haberrecibido muestras de dicho don, lo elevaban a unacategora divina. Por ese motivo, los antiguos pobla-dores de Coporaque convirtieron a la mestiza Mara

    Martnez Yacchi en su santa.Cinco dcadas antes, Mara ingres a la ciudadelareligiosa de Santa Catalina con la intencin de llegar aser una monja de clausura. Normalmente, en loconcerniente a las costumbres de finales del sigloXVIII, se sola empezar a una temprana edad como

    aspirante y, despus de varios aos de adoctrinamiento,

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    se atravesaba una etapa intermedia en la que se decidaa conciencia el optar por una perenne vida de reclusiny entrega a la oracin. Sin embargo, tener vocacin no

    era suficiente, quedarse dentro generaba costes que de-ban pagarse. El monto total ascenda a 100 monedasde oro o su equivalente en otros bienes, y aunque elprecio era considerable lo vala, porque tener a unahija tras esos muros otorgaba prestigio y aseguraba unavida eterna confortable.

    A Mara Martnez le era innato pensar en el bienestarde los dems y disfrutaba profundamente las horas deplegarias, pero no poda evitar sentirse desdichada elresto del tiempo. Pasados 12 aos, lleg el momento desellar sus votos. Ella no deseaba permanecer en larutina tras esos muros y le atormentaba pensar que assera por siempre. Tampoco saba con exactitud ququera porque no conoca otras opciones. Y al no saberqu pedir, slo rez por ser feliz.

    En esos das, su padre, de origen espaol, fue embau-cado en una importante negociacin mercantil,

    perdiendo todo el dinero que haba amasado desde sujuventud. Sin medios para afrontar los compromisoscon el monasterio, se vio obligado a retirar a su hija dela orden, abandonando la ciudad de Arequipa parainstalarse en Coporaque, donde an contaban con unacasa no muy grande que les sirvi de vivienda y medio

    para ganarse la vida. El padre encontr en el oficio de

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    mesonero un placer sosegado y constante.

    Su nuevo entorno la hizo feliz, pero no diferente. Sucomportamiento sigui siendo el de una monja, razn

    de ms para que los vecinos la viesen como un ser muycercano a Dios, casi tanto como el cura. Por consi-guiente, al presentrseles un problema que requerauna intervencin divina, tambin acudieron a MaraMartnez para que intercediese por ellos, pero muchosque hablaron con ella por primera vez no regresaron

    una segunda, al menos mientras viva.

    Los vecinos iban con las ideas claras, solicitndoleintermediacin para recuperar una alpaca perdida,cerrar un trato importante, conseguir un marido ocosas por el estilo. Mara, antes de rezar junto a ellos,

    les intentaba explicar que lo que deseaban quiz no eralo mejor, que pedir bienes concretos era ingenuo; loms inteligente era pedir felicidad, porque lo que unobuscaba al tener algo material era en el fondo eso,felicidad. Las pocas personas que se dejaron convenceroraron y al cabo de una semana o dos se arrepintie-

    ron. A la desilusin de no conseguir lo deseado se lesumaba una desgracia. Quien haba perdido unaalpaca extraviaba diez ms, quien intentaba cerrar eltrato se enteraba de que el interesado haba firmadocon su competidor, quien ansiaba que su novio lepidiese matrimonio lo descubra con otra, y la lista

    segua. Desconsolados, el Dios al que asociaban a Mara

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    lo convirtieron en diablo y estuvieron a punto deapedrearla. Afortunadamente, los desenlaces notardaron en revertir las creencias. Al de la alpaca leinformaron de que su ganado se haba salvado graciasa que todas las infectadas haban decidido ir a morirlejos. El comerciante, adems de librarse de sertimado, se asoci con un caballero entraable. Lamujer engaada conoci a un hombre fiel que la cuidcomo nunca nadie lo haba hecho.

    Como resultado, sucedi algo inesperado, no carentede lgica. Los pobladores de Coporaque no acudieronmasivamente a ver a Mara Martnez Yacchi. Fuegradual, lento, ligeramente enfatizado tras su muertey posterior canonizacin. Ellos queran gozar de labuena ventura, por supuesto, pero teman que en esa

    desconocida dicha venidera no hubiese cabida para lapersona que amaban o para aquello que tanto anhela-ban. Sin embargo, otros confiaron fervientemente enella, hallando en la desgracia un momento de medita-cin mientras aguardaban la felicidad.

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    el 26 de agosto de 1990, en la segunda pgina del TheNew York Times, se public la fotografa de un atentadoproducido durante la invasin de Irak a Kuwait. Apocos metros de los cadveres de un par de civiles, unania miraba lo que pareca ser una mueca, mientrasque el artculo correspondiente mencionaba a 18

    kuwaites exiliados, que recordaban a sus ms de 500compatriotas muertos. Y si bien exista una relacinentre el texto y la imagen, el rostro de la nia hablabade otra historia, que no tena nada que ver con lospersonajes retratados. Era como si ella hubiese acabadode sonrer haca un segundo.

    Albert O'remor no era corresponsal de guerra, pero asu representante le fue sencillo contactar con el Timesyvenderle los derechos de la fotografa, porqueO'remor gozaba de cierto prestigio en el mbitoartstico neoyorquino. Aunque prestigio no es el

    trmino ms adecuado para definir su posicin en esegremio. Prcticamente no se hablaba de la calidad de sutrabajo, sino del tema recurrente que siempre aborden sus obras, derivando las conversaciones hacia losposibles orgenes de su obsesin, donde las opinioneseran encontradas e iban de lo dramtico a lo sublime,

    pasando incluso por la burla. En lo que s estaban

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    todos de acuerdo era en que su enfermedad eradegenerativa. Si no fuese as, por qu otra razn viaja Kuwait a retratar a esa nia, por qu necesitaba

    situaciones cada vez ms dolorosas para capturar unasonrisa.

    Albert O'remor, de madre danesa y padre irlands,naci en Baltimore, Estados Unidos, en 1958. Ya a suscuatro aos, Albert empez a manifestar una especialatraccin por las sonrisas ajenas y, con el tiempo, pas

    a convertirse en una profunda fascinacin, desper-tando un incontrolable deseo por coleccionarlas. En suoctavo cumpleaos, le obsequiaron una Instamatic 133de Kodak. Como era de suponer, al comienzo, cual-quier sonrisa le vala, mas ese comienzo fue muy breve,porque el mismo da en el que le regalaron la cmara,agot el carrete con los rostros de los invitados queposaron para l y no pudo ver las imgenes hasta tressemanas despus, cuando consigui ahorrar lo sufi-ciente para revelar los negativos.

    Tras esa primera experiencia, se dedic a sorprender a

    sus familiares con la intencin de obtener sonrisasespontneas. Los flashes provenan de debajo de unacama, del asiento posterior del coche, de entre lasramas, del armario y de cuanto lugar le sirviese para sucometido. Una vez completado su dcimo lbum,volvi a cuestionarse, optando por incluir a descono-

    cidos. As lo hizo durante ms de una dcada.

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    A pesar de aparentar ser un dato irrelevante, antes deproseguir, me gustara destacar una de las series queform parte de este perodo, compuesta por las son-risas de una hippie que mostraban las distintas varia-ciones de la expresin con respecto al tipo de droga queella haba consumido. Esta serie no en ese momento,pero s cuando reflexion al respecto ocasion queO'remor hiciese una pausa prolongada. Los siguientesdos aos no tom ninguna fotografa, los emple en

    clasificar las 16.478 que ya tena. Fue consciente de queuna sonrisa al despertar tena distintos matices que unaal acostarse, que la de su hermano menor era distintacuando vea a su madre que cuando vea a su padre, quela de su abuelo variaba en el da y no con la edad, queuna sonrisa no era ms bella por el rostro sino por la

    sinceridad y que, sin excepcin, todos tenamos lacapacidad para mostrarla. En ese punto tuvo dos sensa-ciones. Su coleccin era bella; sin embargo, no era tanespecial. Cualquiera podra tener una como la suya,simplemente era una cuestin de tiempo y dedicacin.Se qued en blanco tres aos ms.

    En 1984, volvi a coger la cmara bajo la siguiente pre-misa: Todos podemos sonrer, pero no todos somosiguales. Se puso a fotografiar a personas famosas. Ledur una semana. Las revistas de un quiosco contenanms de las que l podra conseguir en toda su vida. Sesinti estpido por haber planteado una premisa tan

    vulgar. Lanz otra: Todos podemos sonrer, pero a

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    unos les cuesta ms. Con el nimo renovado, retrata mendigos, minusvlidos, a payasos sin disfraz,soldados de guardia y a cuanto estereotipo se le cruz

    por la mente. Se dio cuenta de que no era tanto unasunto de personas y se atrevi a lanzar una tercera:Todos podemos sonrer, pero hay momentos en quenos es casi imposible hacerlo, porque no nos nace onos lo prohibimos.

    Albert pasaba las maanas observando los entierros y,

    en las noches, haca guardia en la seccin de urgenciasde los hospitales. Una que otra vez, para variar larutina, se asomaba a los incendios y a otras desgraciasocasionales, conducta que fue muy criticada tanto poralgunas instituciones sociales como por la mayora delos artistas neoyorquinos. No obstante, O'remorsostena, de cara a s mismo, que una sonrisa, en unmomento de tragedia, evitaba que se destrozasen fibrasemocionales profundas. Para valorar mejor superspectiva, es necesario enfatizar que a l le deslum-braban las sonrisas y no las risas (ya sean con gracia ohistricas).

    Unos meses antes de que Irak invadiera Kuwait, AlbertO'remor se haba instalado en Oriente Medio.Quera saber cmo eran las sonrisas de las personasque vivan en una tragedia constante. Sin duda, sufascinacin lo colm. Eso explica que el da en el que

    retrat a la nia del Times, cuando se produjo la explo-

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    sin seguida de un tiroteo, en lugar de correr, le regalla mueca a la nia, para fotografiarla. En medio deesa sesin, una bala lo alcanz. La pequea dej lamueca y cogi la cmara.

    Tras su muerte, se realiz la primera exposicin sobresu trabajo. La galera Leo Castelli present la Smile'sCollection, incluyendo la foto que tom la niakuwait, la nica en la que apareca Albert O'remor.

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    la biblioteca del Vaticano atesora sorprendentes su-cesos histricos vinculados a trastornos mdicos quehoy, en su mayora, la ciencia ha llegado a conocer ycomprender, desmitificando as su interpretacinsobrenatural. Ese era, por ejemplo, el caso de la epi-lepsia, atribuida hasta hace no mucho a una posesin

    diablica. Sin embargo, hay otros fenmenos que nose han vuelto a presentar, convirtindose en unaincgnita para unos y conservando su misterio reli-gioso para otros. De los que he podido documentarme,gracias a mi amistad con un entraable jesuita, el hechoque ms me ha cautivado es el de una mujer cuyo aroma

    natural haca llorar a la gente a su alrededor.El da del parto, la matrona pellizc a la criatura paraque llorase y lo consigui, por lo menos en cuanto alsonido, porque lgrimas no derram ni una. En cam-bio, quienes presenciaron su nacimiento no dejaron

    de echarlas. Al desconocer el motivo real, atribuyeronsu estado a una profunda emocin por la nueva vida,as que dieron rienda suelta a todos los gestos y gemi-dos que suelen acompaar a esas gotas saladas.

    Los visitantes y la matrona pudieron recuperase al pocorato de abandonar la cabaa, pero la madre y el padre

    estuvieron a punto de fallecer esa misma noche por

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    deshidratacin. A la maana siguiente, hicieron prue-bas saliendo y entrando de la casa, repetidas veces,descubriendo que su hija era la causante de su incom-prensible lagrimeo. Si alguien del pueblo se enterabade aquello, la acusaran de endemoniada y la conde-naran a muerte. Tambin ellos correran la mismasuerte por haberla engendrado. Decidieron ocultarladel mundo hasta saber qu hacer. Pero tenan laobligacin de bautizarla para no despertar sospechas y,

    de paso, ver si con eso se aliviaba. El sacramento tuvolugar en su casa y slo acudi el cura. Haban dicho alos vecinos y amigos que la nia padeca fiebres extra-as y posiblemente contagiosas. Como era de esperar,el sacerdote Darius llor. Lo imprevisto fue que se lotomase tan bien. Puesto que en ningn instante sinti

    tristeza, pens que la ceremonia estaba siendo bende-cida con un halo de alegra espiritual. Lamentable-mente para l, deba atender otros compromisos y tuvoque retirase de inmediato, sin darle tiempo a sospe-char. A raz de lo ocurrido, la criatura adquiri elnombre de Beatrice, que significa quien da felicidad.

    Los padres hicieron de todo para remediar la situacin.La baaron con cuantas flores conocan, rezaron hastala ltima oracin que haban aprendido, se inventaronms, compraron amuletos, le dieron medicinas,recurrieron a pcimas e incluso, yendo contra smismos, intentaron provocarle el llanto como la ltima

    esperanza de que con ello se resolvera el problema. Be-

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    atrice no solt ni una lgrima, nicamente quedafnica. Los padres, destrozados por el remordimientoy la impotencia, optaron por confiar en el sacerdote.

    Al menos l no era un bruto ignorante.Efectivamente, Darius era listo. Para empezar, pro-puso una solucin temporal para cuando necesitasensacar a la pequea de casa. Aconsej envolverlacompletamente, dejando slo un diminuto orificio a laaltura de la nariz que le permitiese respirar. Bastara

    con decir que le haba cado agua hirviendo encima yque no queran que nadie viese su deformidad. Dariusles prometi encontrar un remedio definitivo. Mien-tras tanto, les pidi un favor en beneficio de los pobresdel pueblo de Argesca. En las celebraciones de la misa,tenan que colocarse en el centro de la nave y, aliniciar el sermn, deban descubrir sigilosamente a lapequea. As se hizo. La fe del pueblo se elev y conella las limosnas. No obstante, Darius no comi ni msni mejor. l era uno de esos curas que crean en labondad de la Iglesia. Por consiguiente, redistribuy losingresos. Tambin es cierto que era consciente de supecado.

    En medio de uno de los sermones, un feligrs sepercat de lo que haca la madre y, al ver el rostro deBeatrice, grit: Milagro, milagro, la nia hasanado!, y todos lloraron mucho ms de lo habitual.

    A partir de ah, la pequea camin descubierta y fue

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    slo cuestin de tiempo que la gente notase que ellaera la causante de sus lgrimas. Sin embargo, nopensaron que fuese un acto del mal, sino de Dios,

    porque en lugar de dolerles, los haca ms sensibles,ms buenos. Y Darius volvi a sacarle el lado positivoa la situacin. Se confes ante todas las personas delpueblo y, seguidamente, las convenci para quefueran sus cmplices.

    En pocos das, esparcieron por los pueblos aledaos el

    falso rumor de que en Argesca haban encontrado losrestos de un hombre santo y que durante las misas supresencia era tal, que todo el que asista lloraba dealegra. Cada semana, el nmero de peregrinos crecanotablemente, dejando generosas ofrendas. Durantelas ceremonias, la gente del pueblo se colocaba alrede-dor de la nia, para que la madre nunca fuese vista aldestaparla y al cubrirla nuevamente. Con los aos, lapropia Beatrice se encarg del ritual. Una vez lejos delas inmediaciones de la iglesia y de los extranjeros,aligeraba sus vestimentas y paseaba como cualquiera desus amigas. Los arguescianos se acostumbraron a vivirentre lgrimas en medio de risas, de discusiones, depedidas de mano, de negociaciones, de juegos, debrindis, de la vida cotidiana.

    El sacerdote Darius fue ascendido a obispo por lasingentes cantidades que consegua recolectar. Lo nico

    que pidi fue no ser destituido de la parroquia de

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    Argesca. Por azares del destino, sobrevivi a la muertede la seora Beatrice. Ya cansado, sin nada que perderpor la edad y su dbil salud, se atrevi a documentar lavida de su benefactora, confesando el gran engao quehaba encabezado. Por supuesto, el documento no salia la luz.

    Curiosamente podra considerarse ms bien undetalle lgico, aunque no por eso menos llamativoen el funeral de Beatrice, ninguno de los presentes

    llor. La queran, s, pero contuvieron sus lgrimas enseal de duelo.

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    en mi poca de estudiante, tuve la suerte de conocera Csar Leno, un lector vido que sigue manteniendola costumbre de no cambiar de escritor hasta haberdevorado el ltimo de sus textos, a no ser que le hayasido imposible hacerse con algn ejemplar. Con eltiempo, nuestra relacin se ha hecho vital, entre otras

    cosas, por las extensas conversaciones que siemprehemos disfrutado y de las cuales me he sentido el msbeneficiado. Una de las aficiones que aprend de l fuela lectura improvisada sobre piedra.

    Durante su infancia, Csar vivi frente a un cemente-

    rio, que era el nico espacio verde en 20 manzanas ala redonda. Por tal motivo, sus recreos los pas entrelas tumbas y la intemporalidad de un silencio acoge-dor. Sus primeros juegos consistieron en enumerarcuntos Carlos o Joss haba enterrados ah. Cuando seaburri, tom inters por las fechas, buscando las

    repetidas, las que sumaban nueve, las que coincidancon su nacimiento, etctera. Despus, le dio poradivinar cul sera el nombre del siguiente inquilino.Pasados unos aos, tras distraerse con una serie deocurrencias, se invent una forma de crear inagotablescuentos: coga una palabra de cada lpida y formaba

    oraciones, que enlazaba con otras y otras, descu-

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    briendo cientos de historias que lo llevaron, poste-riormente, a ser un amante de la literatura.

    * Para leer (o ver) la segunda parte de este relato, es-crito sobre piedra, visita la siguiente direccin en in-ternet:

    www.iberoletras.com/videoop.html

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    En las expresiones populares, las palabras suelenperder su sentido individual en favor del contexto, ymuchas veces su significado aprendido no tiene nadaque ver con el literal. Cuando te dan una de cal y otrade arena, cul de ambas materias representa lo buenoy cul lo malo? Casi nadie lo sabe y quienes lo saben

    discrepan entre ellos. En cambio, al otro extremo,estn las expresiones cuya interpretacin se cie al piede la letra, no dejando espacio a subjetividades,aunque s a la investigacin. Carlos Manuel Alvar,fillogo de la Real Academia Espaola, se centr en elorigen de dilapidar una fortuna y, tras ocho aos deindagaciones lingsticas e histricas, lo encontr en lalpida bajo la que yaca Mara Isabel de Burgos, lacondesa que gast toda su fortuna en hacer que elmomento de su muerte fuese el ms feliz de su vida.

    Ya a una edad avanzada, donde el final es ms una

    espera que una irrupcin que te toma por sorpresa,Mara Isabel de Burgos decidi despedirse de estemundo con la misma ilusin que haba mantenidointacta desde su infancia. Por otro lado, el tiempoconsigui agudizar su aprecio hacia la msica opor-tuna, la inusual alegra silenciosa de las personas y la

    naturaleza transparente de los animales.

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    Lo primero que le naci hacer fue fijar la fecha de sumuerte, cosa que le result sencilla a pesar de que lascuatro estaciones del ao la cautivaban por igual.Debido a la ndole del asunto, opt por la primavera.Siempre prefiri las maanas soleadas para despedirsede sus anfitriones, en especial de su ta abuela. Leemocionaba verla ondeando la mano a la mayordistancia posible, desvanecindose a lo lejos, poco apoco, con suavidad, mientras grababa en su memoria

    cada grata experiencia vivida durante su estancia.Adems, el aroma de las flores le recordaba a su madre.En todo caso, la eleccin del da en concreto tendraque esperar. Previamente, era necesario saber en quregin del planeta se hallaba el sitio ideal para partir.As que volc su entusiasmo en redactar las caracters-

    ticas del lugar que tena en mente y, una vez detalladas,contrat a ms de un centenar de aventureros para quelo encontrasen. Pasados nueve meses, ninguno consi-gui localizar un paraje al menos un tanto parecido.Decidi crearlo. Tard cuatro aos en ultimar hasta elms insignificante pormenor.

    Todo el dinero, las tierras y los palacetes que posea losdestin a construir una rplica exacta del paraso quehaba edificado en su cabeza. Y para poder disfrutarlodurante el momento de su muerte, lo puso en garan-ta de un cuantioso prstamo. Tras el cobro, esahermosa propiedad fue tristemente desmantelada.

    Lgicamente, ella no lleg a verlo.

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    Y cunto dur aquel momento? Cuarenta das, elnmero de seres queridos incluyndose a s mismaque habitaban en sus pensamientos. Deseaba dedicarle

    un da a cada uno, sin juntarlos. Por una parte, ledesagradaba la bulla de las conversaciones cruzadas y,por otra, amaba esa intimidad especial que surge en lapareja, independientemente de las combinaciones degneros y edades.

    A lo largo de esas jornadas, nunca se repiti ni un

    elemento que compona el programa diario. Inclusolos cocineros cambiaban segn el plato que se iba apreparar. Los directores de orquesta, los actores, losmagos fueron seleccionados de acuerdo a la perso-nalidad de cada invitado. Todo estaba tan sensi-blemente calculado, que hasta los distintos mrgenesque dejaba para la espontaneidad eran precisos. Lamsica apareca en los silencios de los dilogos,prolongndolos, estirando el eco de las palabras en elespritu, armonizando las ideas para aportar uncomentario acertado, enriquecedor, memorable.Algunos paseos eran endulzados por el vuelo de un aveextica, en otros suba la adrenalina ante la presenciade una manada de leones, acechando al otro lado delprecipicio. Haba encargado traer animales de los cincocontinentes, que planific devolver a su hbitat natural.

    El da que haba elegido para su muerte fue magnfico.

    El sol no hizo nada distinto. Las nubes, con su ausen-

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    cia, le regalaron una vista esplndida, que le hizo msclido el recordar las cuarenta manos ondeando,desvanecindose a lo lejos, poco a poco, con suavidad,mientras grababa en su memoria cada grata experien-cia vivida durante su estancia. Desde no se sabe dnde,se alcanzaba a or un coro de nios con voces dulces yalegres. Al pie de su cama, un espejo que le permitiver su sonrisa ilusionada por ltima vez.

    No le fue necesario beber el veneno. Estaba tan

    convencida de su partida que nicamente le hizo faltacerrar los ojos.

    Como dije al inicio, en las expresiones populares, laspalabras suelen perder su sentido individual en favordel contexto. En esta ocasin, ocurri lo contrario.Tanto la forma como el significado de dilapidar(malgastar) se debi a la distorsin que el tiempo y larepeticin provocaron en la frase original: la lpida lecost su fortuna. De todas maneras, la condesa MaraIsabel de Burgos no se hubiese podido llevar ni uncntimo.

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    ahora que diciembre regresa, me es sano recordarte,Benjamn Lpez Rey.Antes de 1968, incluso ese ao, su madre eligi ycompr cada uno de los regalos que Benjamn, aregaadientes, entreg como propios en las Navida-

    des, cumpleaos y distintas celebraciones en las que elprotocolo exiga un presente. No era que no quisiesea las personas a quienes se los daba, ni tampoco quefuese egosta. Senta envidia de los regalos.

    Se esforzaba por ocultar aquel enfado para no parecerun nio ridculo, pero le era imposible evitarlo. Tena

    un rostro sincero. Entre todos sus motivos, lo que msle dola era que sus primos y amigos no corriesenentusiasmados a recibirlo a l, sino al dichoso regalo.Y el que se comportasen igual con el resto de invitadosle indignaba de la misma manera.

    Cuando l pudo decidir qu regalar, apacigu sumalestar en parte. Las personas de su entorno perdie-ron el entusiasmo por lo que l pudiese darles, pero laexpectacin al romper el papel fue creciendo. En laadolescencia, a Benjamn le dio por no quedarse conningn obsequio. Esperaba la fecha de cumpleaos de

    quien se lo haba dado y, manteniendo la envoltura

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    original, se lo devolva con espontnea naturalidad.Quera desprestigiar el objeto, no el acto. Pese a ello,no dej de ser un desatino que debido a la repeticinfue prcticamente ignorado. En las Navidades, susregalos se abran primero para que los posterioresborrasen los sinsabores que aquellos provocaban.

    Benjamn pensaba constantemente al respecto. Apre-ciaba el gesto de dar, pero aborreca el exageradoprotagonismo que adquiran los objetos. Adems,

    detestaba los agradecimientos tras ver qu haba debajodel papel, donde la alegra se ampliaba o contraa deacuerdo al valor del presente. Tampoco entenda porqu era necesario darle forma fsica a un sentimiento.Dudaba. Saba que lo queran. Cunto ms si llevabaalgo? Deseaba encontrar a alguien que no alterase, en

    lo ms mnimo, las demostraciones de amor hacia lante la presencia de un obsequio.

    Sus padres contrataron a un psiclogo para evitar quela inquietud de su hijo degenerase. Escarbaron hastallegar a los nios que no corran a recibirlo a l.

    Cuando realiz prcticas en una empresa de eventos,Benjamn comenz a regalar, tanto a los amigos quecumplan aos como a los recin casados, cuantachuchera de merchandisingcay en sus manos: llaveros,sudaderas, lpices, gorras. Y el que marc un hito,entre los colegas de la oficina, fue el que le dio al

    gerente general por su quincuagsimo cumpleaos: un

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    manojo de folletos con ofertas del supermercado quehaba recolectado en su buzn.

    A la gente de su entorno siempre le cost entender

    cmo una persona, que despreciaba los obsequios,fuese tan meticulosa para seleccionar la envoltura. Bajoel rbol de Navidad, destacaban sobremanera los rega-los que l haca. Era habitual escuchar expresiones dehalago tales como: Ese papel me encanta! Quelegante! Es perfecto para m! Precioso!

    Tras obtener un trabajo estable, se independiz delhogar de sus padres y descubri el potencial de lacocina. Sus amigos y parientes comenzaron a recibirpresentes muy variados: conservas de atn, menestras,doscientos gramos de jamn del pas, una lechuga,

    restos de panetn, un yogur a punto de caducar, arrozya cocinado y la lista continu.

    Sus amigos, repentinamente, dejaron de invitarlo a lascelebraciones. En realidad, no fue una decisin quetomaron de un da a otro, pero optaron por hacerlo alunsono para evitar que Benjamn centrara su resenti-miento en uno de ellos. En el caso de sus parientes, elrechazo se produjo de forma paulatina, indistinta-mente del grado de parentesco.

    Alejado de su pasado, Lpez Rey deambul. Supusie-ron que haba perdido el poco juicio que le quedaba.

    Iba por las calles con la mano envuelta en papel de

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    regalo. Debajo de ste, un dedo con una carita pintadaesperaba el momento para obsequiar una historia.

    El 27 de diciembre de 2001, sus familiares y amigos de

    infancia y juventud recibieron la misma invitacin,pero con sobres distintos, diseados con papel deregalo, a juego con el gusto de cada quien. Era la invi-tacin al entierro de Benjamn Lpez Rey, que lmismo haba organizado. El atad estaba envuelto enun papel hermoso. En la lpida, con forma de tarjeta,

    se lea: De Benjamn Para quien salga a recibirme sloa m.

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    al obtener mi primer trabajo remunerado, empec acomprar correspondencia de desconocidos, tanto param como para la historia en cualquiera de sus ramas.Algunas cartas las he adquirido por su singular subje-tividad, otras por la belleza de su sinceridad y, laminora, las que ms aprecio, por su involuntaria

    extravagancia. Entre ellas, la que releo con mayorfrecuencia es una donde el autor es a su vez el receptor,peculiaridad que por s sola es irrelevante. Los diariospersonales cumplen ese requisito, sin mencionar lostextos escritos en circunstancias de peligro, como enuna guerra, por ejemplo. Aunque stos, generalmente,pasan a ser un listado de promesas desesperadas acumplir siempre y cuando se salga airoso. En todo caso,lo que hace de sta algo especial es el temor racionalde un hombre a dejar de existir antes de morir.

    La carta fue escrita el 18 de abril de 1969. Junto a la

    fecha, a la izquierda, un garabato, que slo los parien-tes y vecinos fueron capaces de identificar como lafirma de scar Mara Pascual. El sobre que la con-tena, en blanco. No hubo necesidad de poner ladireccin del destinatario, dado que nunca se tuvo laintencin de enviarla fuera del nmero 7, calle Alta,

    Navaleno, provincia de Soria, Espaa. Pero sali de

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    ah, como parte del equipaje, rumbo a Madrid, dondeel seor Pascual falleci en marzo del presente ao.

    Si bien la carta estaba dirigida a s mismo, comenzaba

    con un saludo sumamente afectuoso, adems deextenso. Prrafo siguiente, scar Mara recalc yargument la urgencia de leerla ntegramente cada 1de enero. A continuacin

    Lo que voy a decir podr parecerte obvio, pero, por

    favor, tmate el tiempo que haga falta para revivir eltemor que ahora siento: el nio que fui ha desapare-cido y el adolescente tambin. Yo no quiero ser elsiguiente.

    Hace un par de meses volv a leer el diario que escribde nio y tuve la sensacin de estar curioseando en la

    vida de un extrao, de un nio que podra ser cual-quier nio. No me preocup, pero la curiosidad quesent fue enorme. Me dediqu a preguntarle a la genteacerca de su propia infancia. Habl con mis hermanas,mis padres, mis abuelos y, despus de estos ltimos,con cada una de las personas mayores del pueblo.

    Mientras ms viejo se es, ms se recuerda la niez. Y,al or sus respuestas, s me preocup. Todos, sinexcepcin, se refirieron a aquellos aos con un yoera; es decir, con un yo dej de ser. Era como siviesen una proyeccin de cine, donde uno siente porempata o anhelo, deseando vivir lo que ya no son,

    porque en algn momento se rompi el contacto.

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    Tras esa experiencia, era natural que tambin pensaraen mi adolescencia. Ocurri algo similar. Busqu enmi mente, en los cuadernos, en apuntes sueltos, ynada, no encontr nada significativo que pudierarepresentarme a m. Tres nombres de mujer, sumas,restas, salidas, rebeldas, ideas de un desconocido queno piensa como yo, que no siente como yo. Quiz scon heridas comunes, cicatrices; no lo suficiente, slofragmentos de lo que ahora soy.

    Es una prdida de tiempo lamentarse por la desapari-cin de quienes fui. Adems, tarde o temprano seguirel mismo destino, pero deseo hacerlo cuando estecuerpo muera y no antes. Me gusta quien soy ahora yms an cuando veo en qu se suele convertir la gentedespus. No quiero dejar de sentir con la intensidad

    que siento ni de pensar con la sensibilidad que pienso,sobre todo porque eso soy yo. Confo en que puedamantenerme con vida, slo necesito reafirmarmeconstantemente.

    He meditado arduamente sobre cmo conservarme y

    qu conservar. Para tal fin, he tenido que definirmede la forma ms sucinta posible, facilitando mi tarea y,por supuesto, dndome el espacio para crecer comopersona, sin que eso signifique autodestruirme. Habrmuchsimos detalles que cambien en m, pero lo queme hace ser yo he de salvarlo.

    El texto prosigue con la descripcin de una metodolo-

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    ga y la enumeracin de un listado de los rasgos perso-nales que se haba propuesto preservar en el tiempo.Segn los que compartieron largos tramos de vida conl, nunca dej de ser un joven idealista y perseverante.Igualmente, entre otras cosas, dicen que scar MaraPascual era muy sociable, a pesar de que en las fiestas deAo Nuevo siempre se ausentaba apenas daban las 12.

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    esas fotos en blanco y negro, las personales enparticular, me entristecen. Reaccin relativamentenormal. Lo desconcertante es que sean las ms recien-tes las que agudicen ese sentimiento de aoranza, hastael punto de quitarme el habla durante das. No puedoevitar verme 40 aos mayor, echando de menos el

    presente.

    Renato Llerena acerc la taza a sus labios, pero no llega sorber el caf, nicamente inhal su aroma. Era unplacer infantil que se le hizo costumbre. No recordabahaberlo bebido nunca. Renato prosigui

    40 aos mayor, lejos de este presente, de estos dasprximos que an no he vivido y que habrn pasado dem sin darme apenas cuenta. Por qu cuantos ms aostengo todo se hace cada vez ms fugaz! Mi niez duralgo cercano a una eternidad; la adolescencia, menosde lo que hubiese querido. El resto se parece a unrecuerdo ajeno, a las ancdotas de un amigo.

    Mir a sus tres colegas, con quienes se reuna todos losjueves en el caf Cordano. Desde un principio,acordaron que en cada sesin slo uno tomara lapalabra. Tenan otros grupos para conversar. Renato

    prosigui

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    Estoy casi seguro de que tiene que ver con laconcentracin. A mis 37 aos he remplazado la edadpor la relatividad del tiempo y es indiscutible que fui

    nio hace uno o dos das. Y es porque ahora no meconcentro en el presente. Mis acciones las realizopensando en el pasado y en el futuro, en el porqu ypara qu, y lo que hago no dura, no se ensancha en elinstante.

    Su mirada contempl la nada y el brillo hmedo de sus

    ojos agreg unas cuantas palabras. Los tres colegas noperdieron detalle, escucharon todo. El camarero losinterrumpi con una nueva ronda de cafs. Renatoprosigui

    Estoy casi seguro? Es ms probable que desee

    creerlo. Uno recuerda los sucesos de la infancia, perono la forma de concebirla, de entender la razn decmo eternizarla. Uno ahora slo alcanza a especular,pero no hay certezas, porque un nio no analiza sucircunstancia, simplemente se dedica a explorar cadasegundo, sin ningn inters de cronometrarlo.

    Sus tres colegas, aprovechando la pausa, se acercaron elcaf a los labios, pero no lo sorbieron, nicamenteinhalaron su aroma. Era una costumbre aprendida dequien ese da tomaba la palabra. Renato prosigui

    Y ms all de cualquier demostracin, a favor o en

    contra, es evidente que.

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    Renato, que iba a continuar la frase, abri la boca, masno sali palabra. Sus colegas se quedaron con un sutilsinsabor. El aroma del ambiente lo disip. De vez encuando, solan echar de menos el beber caf. Renatoprosigui

    En cunto influir que los adultos tengamosconsciencia de nuestra existencia efmera? Si unono pensara en ello, sentira que es eterno y no tendrasentido fragmentar el tiempo. Toda accin durara

    igual que otra. Y la curiosidad? El deseo? Elmiedo? Al fin y al cabo son informacin que acelera oralentiza cada momento. La ignorancia te acerca a laeternidad del instante y el conocimiento a la intangi-bilidad del porvenir?

    Perdido entre sus conjeturas y dudas agobiado,intent dejar su mente fuera del alcance de la razn. Loconsigui. Aunque l no lo entendi as. Sin pensaren lo que haca, dio un sorbo al caf. Ese instante durtoda su niez.

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    desde la primera vez que fue al cine, qued cautivadapara siempre. Las pelculas en s le daban prctica-mente igual. Lorena Antnez de Mayolo pagaba suentrada para contemplar los rostros de los espectado-res. Verlos pasar de la risa al llanto en segundos erarealmente fascinante.

    Su inters se multiplic al saber que una mismaproduccin se difunda en diversos lugares del mundo.Imaginaba la maquinaria humana que haba detrs.Personas con distintos valores a los de ella, pero queseguramente pensaban lo mismo: que las pelculas como

    tal importaban poco, que slo eran un medio, y no pararecaudar el dinero de las taquillas, sino para manipu-lar conductas, inculcar ideologas, aspiraciones, mie-dos lo que a la larga generaba una verdadera riqueza.

    Por un acontecimiento en particular, la fijacin de suadolescencia se trastoc.

    A da de hoy, de las 37 pelculas que Lorena Antnezde Mayolo dirigi, ninguna ha sido proyectada. Ellano perdi su tiempo ni siquiera en editarlas. Slodeseaba filmar la siguiente historia, renunciando a losespectadores y centrndose en lo que denomin el

    cine fuera de encuadre.

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    En 1962, tres aos antes de lanzarse como directora,empez a escribir La resignacin de las cucarachas, un guincinematogrfico que mostraba, sin tapujos, el crudoproceso que atravesaban los nios de la calle al irdescubriendo cada matiz de su miserable realidad;acomodndose adormecidos en su inalterable destino.Lorena pretenda conmover a la sociedad europea conel fin de ejercer presin sobre los organismos socialesinternacionales y algunos dirigentes polticos latinoa-

    mericanos. No obstante, en el transcurso del rodaje dedicha historia, fue perdiendo el inters por tocar a lasmasas, a la vez que surga en ella un clido placer portransformar la vida de sus actores.

    Buscando un mayor realismo, haba reclutado a lospequeos protagonistas en un reformatorio. Todos

    esos menores tenan que interpretar sus propias vidas,a excepcin de Esteban, quien desempe el papel deFlorero, un nio tenaz y soador que tard ms de lonormal en perder la esperanza de dejar las calles.Florero, tras ser abandonado por su madrina, se ins-tal en un cementerio y, con un nimo intensificado

    por el temor a vivir siempre as, continu asistiendo ala escuela, hasta que fue expulsado por su aspectoindigente. Comenz a robar y se las ingeni para queun adulto lo matriculase en otro colegio. En una desus incursiones delictivas fue detenido por la polica yencerrado varios meses en una prisin para adultos. Al

    ser liberado, continu prostituyndose como en la

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    crcel pero esa ltima parte, desde la captura, no fuefilmada. Antes de llegar ah, Lorena modific el guinporque el intrprete, Esteban, mereca otro final.

    Durante los das que se rod la etapa correspondienteal intento de superacin del nio, Esteban, analfabeto,le pidi a Lorena que le enseara a escribir para poderhacer bien su papel. Ella, en una primera reaccin, ledijo que no se preocupase, que en la secuencia deldictado utilizaran la mano de un doble. Esteban

    insisti. A la semana siguiente, al terminar las sesionesdiarias, acudi a la escuela nocturna, adems derecibir clases particulares de Lorena. En el nuevoguin, el personaje busc un trabajo. Esteban quisoencontrar otro. Y cada escena, creada sobre la marcha,contribuy a enriquecer su moral. Una vez encami-

    nada esa pequea vida, tramitaron los papeles para quelo acogiera una institucin adecuada. La filmacin seprolong ocho meses ms de lo previsto.

    Antnez de Mayolo continu filmando, sin editar. Ellano sola preocuparse por la financiacin de los

    proyectos. Inicialmente dispuso de su propia fortunay, al agotarla, no faltaron las contribuciones de insti-tuciones y personas cercanas.

    Nunca hizo pausas entre produccin y produccin.Trabaj con casos perdidos de Francia, Espaa y todoslos pases de Amrica, incluyendo Estados Unidos y

    Canad. Por lo general, los adultos le daban ms

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    problemas que los nios. Mientras ms mayores,menos les naca superarse personalmente para salir dela miseria material o psicolgica, que tristemente

    llegaba a convertirse en un pedazo vital de su identidad.Sin embargo, siempre consigui rehabilitarlos, inclusocuando se trataba de alcohlicos o heroinmanos.Claro que con estos emple medidas extremas.Despus de venderles la idea de que la fama les per-mitira ahondar en sus vicios con tranquilidad, los

    llevaba hasta un campamento en medio de las monta-as nevadas de los Andes. Sin tentaciones merodeandoy el contexto ideal para endurecer el carcter, losmotivaba tenazmente a revivir antes y durante elrodaje las carencias que superaron los sobrevivientesde un sonado accidente areo, convencindolos de que

    era esencial interiorizar a su personaje, porque era lanica forma de ser un buen actor y as alcanzar esagenerosa fama. Cuando flaqueaban, les pona lacmara delante. Despus de un ao de sobrellevar todotipo de inclemencias y aprender a saborear los mins-culos placeres, regresaban renovados. Adems, no slo

    nunca recayeron; se acostaban orgullosos de s mismos.Las 37 pelculas de Lorena Antnez de Mayolo podranhaber afectado las emociones de millones de personas,pero ella prefiri modificar el papel de 152.

    La ltima vez que se anim a entrar a una sala de cine,

    gir la cabeza y vio la pantalla durante un rato largo,

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    dejndose cautivar por la historia. Record el ttulodel primer guin que haba escrito. Se sinti unacucaracha ms, de la especie que aprendi a amar.Estaba en la oscuridad, observando a quienes vivan enesa luz, aguardando a que se apagara para recin salir ycontinuar con la rutina. No esper, sali antes de verese final, para de alguna manera homenajear a quienesfuera del encuadre hicieron lo mismo ante suanunciado destino.

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    antes del 87, esa pregunta me habra sido casi im-posible de contestar, pero ahora puedo decirle, sinlugar a duda, que el caso ms extravagante que hemosatendido es el de Robert Spinoz. Recuerdo perfecta-mente su nombre, en especial su indignacin. Queraenjuiciar a G. World Records por no otorgarle el

    ttulo de ser la persona que conoca ms secretos. Estarespuesta fue transcrita de la entrevista que la CNNrealiz al presidente en ese entonces de Stone &Galton Company, el bufete de abogados afamado porganar la mayora de las demandas ms inslitas, aunqueeso, i