ÓSCAR DE LA BORBOLLA, ENTRE EL AMOR, LA REBELDÍA Y LA FUERZA CREADORA

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Óscar de la Borbolla es un autor inclasificable. Cuando uno apenas lo ha encasillado ya como ucrónico y novelista, enseguida nos sorprende como poeta y ensayista, fino maestro de ontología y adivinador de futuros cambios sociales en nuestro hábitat político. Mientras uno ríe por su humor siempre punzante, de pronto recibe a la vuelta de la risa, el cuestionamiento, el anclaje profundo de la conciencia, y así nos lleva de la filosofía al cuento, de la ensayística a la novela, del erotismo a la ucronía más febril y lúdica. Raúl Godínez E n el inicio fue la licenciatura y la maestría en Filosofía por la UNAM, después el doctorado en la Complutense de Madrid, España. Entre otros reconocimientos, De la Borbolla ha obtenido el Premio Internacional de Cuento Plural 1987, el Premio Nacional de Humor La Sonrisa 1991, además de la Beca del Instituto de Cooperación Iberoamericana del Gobierno Español. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y serbocroata. Algunos de sus libros más representativos son: Los sótanos de Babel, Las vocales malditas, Ucronías, Nada es para tanto, Todo está permitido, Filosofía para inconformes, Un recuerdo no se le niega a nadie, Asalto al infierno, Dios sí juega a los dados, Instrucciones para destruir la realidad, La risa en el abismo, La rebeldía de pensar y El futuro no será de nadie. La conversación con el escritor se va desbrozando por varios senderos: la poesía, la ucronía, el erotismo y otras realidades paralelas: Hablar de vocales contigo es hablar de uno de tus libros más prestigiados. ¿Qué hallazgos descubriste al escribir Las vocales malditas, con todos los artilugios que ahí se pueden suponer? El arranque del libro Las vocales malditas fue la prolongación de un poema que nació en la Puerta del Sol, en esa plazoleta de España, cuando en una temporada me dediqué a escribir poemas y a mendigar, no con un bote frente a mí, sino con un poema enfrente de mí. Mi primer texto lipogramático fue “Concierto para una vocal sola”, la A: “Nada hará la gran dama ya tras la casa…” Tras esa experiencia, me pareció fascinante que pudieran decirse cosas que tuvieran una sonoridad así: monovocálica. No sospechaba que se pudiera, y de hecho no se pueden hacer historias específicamente con cada una de las cinco vocales; al menos con la U es imposible. Empecé los cuentos de Las vocales malditas en el orden en que aprendimos las vocales en la primaria, con la A, “Cantata a Satanás”. Ese cuento lo hice de una manera rudimentaria, sin método; acababa de volver de España y mi biblioteca no tenía ni un diccionario. Entonces, de las palabras que me acordaba y las que me iban fluyendo, salió esa historia: un cuento de amor adúltero. Cuando empecé el cuento de la E acuñé el programa de hacer los cinco, pero no sabía si lo lograría porque aún no había medido mis fuerzas. Intenté muchos abordajes y trabajé ya de forma más metódica: peiné el diccionario, hice listados de palabras monovocálicas y las puse bajo columnas de colores para diferenciar verbos, sustantivos y conectivas. Enseguida brillaron dos palabras que eran justo un binomio: Jefe y Rebelde. Entonces, ahí me surgió la hipótesis de que podía contarse un cuento no de amor sino de rebeldía. Empecé esa intentona, y sí fluyó. Entonces me metí en un reto adicional: si iba a romperme la cabeza escribiendo con E, pues siquiera que fuera una ÓSCAR DE LA BORBOLLA, ENTRE EL AMOR, LA REBELDÍA Y LA FUERZA CREADORA historia importante: la expulsión de Adán y Eva del paraíso. Porque además podía jugar con las palabras Edén y Hereje; los conceptos capitales ahí estaban. ¡Y así salió “El hereje rebelde”! Después me puse a contemplar el universo de la I, que no tenía gran cosa porque era un repertorio muy reducido. Ese es un cuento imposible, sin embargo lo logré, y es el que más trabajo me costó; porque ahí existía la dificultad de que necesitaba una estructura narrativa que me permitiera volver “inteligible” la historia. Si ya había escrito una historia de adulterio donde ganan los amantes, si ya había contado una historia de rebeldía donde gana el diablo y al final termina diciendo: “Estrenen el entender rebelde, creen enseres… Embelésense, deséense, desde este mes se pertenecen”. O sea, todo un mensaje liberador, entonces el cuento de la I no podía ser simplemente una necedad. Me tardé meses en encontrar la clave: ¡un monólogo donde el interlocutor quedara omitido con puntos suspensivos!, de modo que sólo se oyera a uno de los dos personajes de un diálogo; esa fue la solución mágica. Ahí estaba condicionado por palabras tan pesadas como sífilis y cistitis, y por esos términos encontré la temática. Así logré escribir “Mimí sin bikini”. Pasado ese barranco, el cuento de la O fue una delicia, porque ya tenía yo la cabeza familiarizada con esas dificultades. Es uno de los cuentos más dúctiles y donde más cómodo me sentí por razones atávicas o innatas, porque los locos siempre me han parecido simpáticos como personajes de la literatura. La parte que me emocionó a unos niveles de orgasmo fue cuando conseguí escribir: “Los locos sólo somos otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos lo otro, lo no ortodoxo…”; en ese momento, de verdad me sentía inflado por las musas. Pero luego vino la debacle. La letra U tiene un universo todavía más reducido que la I. Y entonces creí que ahí sí se iba a quedar incompleto el volumen. Estuve triste mucho tiempo. Pero otra vez neceando descubrí que en el Caribe hay un sonido de la letra U detrás de toda la pronunciación. Así que ahí estaba mi cuartada: admitir palabras que tuvieran una o dos U naturales y la otra vocal trastocarla. Empecé los cuentos de Las vocales malditas en el orden en que aprendimos las vocales en la primaria, con la A, “Cantata a Satanás”. 6 7 Nacional Nacional

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Óscar de la Borbolla es un autor inclasificable. Cuando uno apenas lo ha encasillado ya como ucrónico y novelista, enseguida nos sorprende como poeta y ensayista, fino maestro de ontología y adivinador de futuros cambios sociales en nuestro hábitat político. Mientras uno ríe por su humor siempre punzante, de pronto recibe a la vuelta de la risa, el cuestionamiento, el anclaje profundo de la conciencia, y así nos lleva de la filosofía al cuento, de la ensayística a la novela, del erotismo a la ucronía más febril y lúdica.

Raúl Godínez

En el inicio fue la licenciatura y la maestría en Filosofía por la UNAM, después el doctorado en la Complutense

de Madrid, España. Entre otros reconocimientos, De la Borbolla ha obtenido el Premio Internacional de Cuento Plural 1987, el Premio Nacional de Humor La Sonrisa 1991, además de la Beca del Instituto de Cooperación Iberoamericana del Gobierno Español. Su obra ha sido traducida al inglés, francés y serbocroata.

Algunos de sus libros más representativos son: Los sótanos de Babel, Las vocales malditas, Ucronías, Nada es para tanto, Todo está permitido, Filosofía para inconformes, Un recuerdo no se le niega a nadie, Asalto al infierno, Dios sí juega a los dados, Instrucciones para destruir la realidad, La risa en el abismo, La rebeldía de pensar y El futuro no será de nadie.

La conversación con el escritor se va desbrozando por varios senderos: la poesía, la ucronía, el erotismo y otras realidades paralelas:

Hablar de vocales contigo es hablar de uno de tus libros más prestigiados. ¿Qué hallazgos descubriste al escribir Las vocales malditas, con todos los artilugios que ahí se pueden suponer?

El arranque del libro Las vocales malditas fue la prolongación de un poema que nació en la Puerta del Sol, en esa plazoleta de España, cuando en una temporada me dediqué a escribir poemas y a

mendigar, no con un bote frente a mí, sino con un poema enfrente de mí. Mi primer texto lipogramático fue “Concierto para una vocal sola”, la A: “Nada hará la gran dama ya tras la casa…” Tras esa experiencia, me pareció fascinante que pudieran decirse cosas que tuvieran una sonoridad así: monovocálica. No sospechaba que se pudiera, y de hecho no se pueden hacer historias específicamente con cada una de las cinco vocales; al menos con la U es imposible. Empecé los cuentos de Las vocales malditas en el orden en que aprendimos las vocales en la primaria, con la A, “Cantata a Satanás”. Ese cuento lo hice de una manera rudimentaria, sin método; acababa de volver de España y mi biblioteca no tenía ni un diccionario. Entonces, de las palabras que me acordaba y las que me iban fluyendo, salió esa historia: un cuento de amor adúltero. Cuando empecé el cuento de la E acuñé el programa de hacer los cinco, pero no sabía si lo lograría porque aún no había medido mis fuerzas. Intenté muchos abordajes y trabajé ya de forma más metódica: peiné el diccionario, hice listados de palabras monovocálicas y las puse bajo columnas de colores para diferenciar verbos, sustantivos y conectivas. Enseguida brillaron dos palabras que eran justo un binomio: Jefe y Rebelde. Entonces, ahí me surgió la hipótesis de que podía contarse un cuento no de amor sino de rebeldía. Empecé esa intentona, y sí fluyó. Entonces me metí en un reto adicional: si iba a romperme la cabeza escribiendo con E, pues siquiera que fuera una

ÓSCAR DE LA BORBOLLA,

ENTRE EL AMOR, LA REBELDÍA Y LA FUERZA CREADORA

historia importante: la expulsión de Adán y Eva del paraíso. Porque además podía jugar con las palabras Edén y Hereje; los conceptos capitales ahí estaban. ¡Y así salió “El hereje rebelde”! Después me puse a contemplar el universo de la I, que no tenía gran cosa porque era un repertorio muy reducido. Ese es un cuento imposible, sin embargo lo logré, y es el que más trabajo me costó; porque ahí existía la dificultad de que necesitaba una estructura narrativa que me permitiera volver “inteligible” la historia. Si ya había escrito una historia de adulterio donde ganan los amantes, si ya había contado una historia de rebeldía donde gana el diablo y al final termina diciendo: “Estrenen el entender rebelde, creen enseres… Embelésense, deséense, desde este mes se pertenecen”. O sea, todo un mensaje liberador, entonces el cuento de la I no podía ser simplemente una necedad. Me tardé meses en encontrar la clave:

¡un monólogo donde el interlocutor quedara omitido con puntos suspensivos!, de modo que sólo se oyera a uno de los dos personajes de un diálogo; esa fue la solución mágica. Ahí estaba condicionado por palabras tan pesadas como sífilis y cistitis, y por esos términos encontré la temática. Así logré escribir “Mimí sin bikini”. Pasado ese barranco, el cuento de la O fue una delicia, porque ya tenía yo la cabeza familiarizada con esas dificultades. Es uno de los cuentos más dúctiles y donde más cómodo me sentí por razones atávicas o innatas, porque los locos siempre me han parecido simpáticos como personajes de la literatura. La parte

que me emocionó a unos niveles de orgasmo fue cuando conseguí escribir: “Los locos sólo somos otro cosmos, con otros otoños, con otro sol. No somos lo morboso; sólo somos lo otro, lo no ortodoxo…”; en ese momento, de verdad me sentía inflado por las musas. Pero luego vino la debacle. La letra U tiene un universo todavía más reducido que la I. Y entonces creí que ahí sí se iba a quedar incompleto el volumen. Estuve triste mucho tiempo. Pero otra vez neceando descubrí que en el Caribe hay un sonido de la letra U detrás de toda la pronunciación. Así que ahí estaba mi cuartada: admitir palabras que tuvieran una o dos U naturales y la otra vocal trastocarla.

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vocales malditas en el orden en

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¡Cambié las reglas del juego para poder resolverlo! Y así logré escribir “Un gurú vudú”. Esa es la historia de mi libro Las vocales malditas.

En este libro son evidentes los elementos que caracterizan tu literatura, como la ironía, el humor y el erotismo, pero sobre todo, la rebelión, y esto se nota desde los propios títulos de los cuentos, como “El hereje rebelde”, que es el diablo.

¡Por supuesto! El cuento “El hereje rebelde” tiene de trasfondo la ideología de Bakunin que aparece en el libro Dios y el Estado, donde dice, comentando el pasaje bíblico de la expulsión de Adán y Eva, que el primer librepensador y emancipador de los mundos es el diablo; que Dios quería tenernos subyugados, y que lo que no soportó e hizo una pataleta destruyendo el paraíso, desmintiendo su omnisciencia, fue la rebeldía, y por eso dice que la esencia del hombre es la rebelión. Esa era una lectura que yo hacía en mis épocas de estudiante en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM, nunca identificado con el marxismo pero sí con el anarquismo. En fin, en el fondo yo creo que el pensar es rebelde, de ahí el título de mi otro libro La rebeldía de pensar; porque la rebeldía se ejerce contra lo que nos somete, y lo que más nos somete es esa creencia de que hay que doblegarse en esta vida para ganarnos una vida eterna. Esto ha hecho que aguantemos todo, e incluso que se haya convertido en virtud la resignación. Pero subvertir eso, el convertir esta vida en lo único que hay, o sea, retomar también a Nietszche, son las fuentes que inspiraron “El hereje rebelde”. Intento subvertir para que la gente se sienta más libre.

Hay un género que tú manejas y que defines como texto ucrónico, donde haces periodismo sobre sucesos increíbles o fantásticos, ¿hay una intensión de, a través del texto ucrónico, rebelarte contra algo?

Cuando yo escribía ucronías sobre descubrimientos científicos que podían alterar el mundo y la moral, adoptaba una perspectiva como de mojigato espantado, como de nostálgico de los valores antiguos, pero en realidad era una trampa, lo hacía como una estrategia para reforzar la verosimilitud y lograr un

impacto más fuerte. Era una manera de empatarme con los lectores, que al ver las consecuencias en un sujeto espantado con sus valores trasnochados, se sentirían identificados y eso reforzaría la credibilidad en el texto. En ese tiempo escribía un exceso de ucronías en un saqueo terrible, despiadado, hacia el periodismo; parte de ese material está ahora reunido en el libro Instrucciones

para destruir la realidad. También hice muchas ucronías sobre mí, en las que llegué a armar un yo ucrónico que fue con el que terminé empatándome, porque aunque yo era un profesor muy serio de filosofía, terminé pareciéndome a mi narrador: un tipo medio pícaro, ingenuo y entrañable; siempre en esos textos me ubicaba en la perspectiva de ese personaje que parecía encantador e inofensivo.

Fueron casi 12 años escribiendo ucronías en Excélsior, en Siempre!, Plural, Playboy, Unomásuno y en la revista Mundo. Andaba yo siempre a la caza de un universo personal, entonces no me importaba ya con el revólver temático a qué cosa apuntarle, el chiste era poner la realidad en entredicho, desfasarla un poco, para que justamente pareciera real: era México, sí, pero un México distorsionado. Dos mundos que traté, en lugar de alejarlos y marcar distancia entre ellos, mejor los conurbé, y terminaron siendo mundos extraños, fantásticos.

¿Y cómo defines una ucronía?Ortodoxamente te diría que es

“lo que sucede fuera del tiempo”. Si utopía es lo que no tiene espacio o lugar, ucronía es lo que no tiene tiempo. En ese sentido, toda literatura es ucrónica, en la medida en que es un discurso que fluye por encima del tiempo real, es un mundo paralelo a éste. La ucronía va directamente contra los prejuicios, es combativa, es agresiva, corroe y escarmienta. Hace que la gente, una vez engañada, se sienta indignada y entonces se vuelva más crítica. Pero sobre todo, la ucronía va dirigida contra la insulsez, contra la vida pálida, reiterativa, llena de paja, donde lo excepcional sucede muy de vez en cuando. El mundo ucrónico, al contrario, está plagado de cosas excepcionales, de personajes intensos, es un mundo en el que vale la pena vivir y donde siempre pasan cosas sorprendentes. En las ucronías es donde más claramente manifiesto la repugnancia que me causa la vida cotidiana, desde donde se puede desbordar la pobreza de este mundo, gracias a la potencia inventiva, e intensificar nuestra visión del mundo para mostrar a los demás lo pálidos que son.

Pero si las ucronías son formas de enfrentar la insulsez de la vida cotidiana, ¿el erotismo es también parte de ese elemento de rebeldía, es un arma social, una forma de confrontarse contra la moral?

Cuando me metí al tema del erotismo fue, sobre todo, por unas ganas tremendas de joder, de poder subvertir. A mí la verdad no me llama la atención el erotismo escrito. El Marqués de Sade me aburrió, no me excitó ni me pareció

interesante; entonces estaba yo como ajeno al erotismo. Pero en una reflexión que hacía, pensé que esta sociedad reprimía el sexo y lo convertía en pecado y culpa, y eso hacía que todo mundo estuviera inhibido y traumado. Además, esta sociedad judeogrecocristiana también había satanizado la risa, la había depauperado. Y curiosamente son estos elementos: el sexo, el erotismo y la risa, los que mejor nos hacen estar en este mundo. Si por algo vale la pena vivir es precisamente por esas cosas y, sin embargo, en términos de valoración, está lo espiritual por encima de lo corporal, lo serio por encima de lo cómico. Lo gracioso es banal. Entonces decidí armar un texto subversivo con estos ingredientes para preparar un cocktail molotov: la risa y el sexo. Esto es lo que animó las novelas Nada es para tanto, Todo está permitido e incluso La vida de un muerto. Mi intensión era que durante la lectura vieran todo lo que se puede hacer, se rieran, se la pasaran bien, y al final no sufrieran una catarsis. Porque en la literatura clásica hay un montón de pasiones latentes, de

“Estrenen el entender rebelde, creen enseres…

Embelésense, deséense, desde este mes se pertenecen”.

pulsiones innatas, que todo lector disfruta enormemente y que se permite el juego de la proyección; pero al final, por estos juegos de doble moral o de mojigatería, todos creemos que nos van a pegar por habernos portado mal, por pecar o desobedecer, y entonces se provoca la catarsis: se vuelven a instaurar los valores normales, se refrendan las represiones. Esto está latente desde Edipo Rey y en todas las obras de Sófocles. En cambio, en mis novelas, los lectores ven todo lo que se puede ver, disfrutan todo lo que se puede disfrutar, y al final mis personajes salen invictos, victoriosos, y no hay catarsis. Esa era la estrategia para soliviantar, subvertir, animar a una apertura, y lo hice estratégicamente. O sea, me encanta el sexo, pero su práctica, no su literatura.

Mi pregunta final, Óscar, es ¿cómo deseas ser recordado, como filósofo, como narrador o como poeta?

En realidad, no quiero ser recordado… ni por nada ni por nadie. Que me lean y luego me olviden. ¡Eso sería genial!

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