Orillas Literarias

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Antología de relatos de ficción.

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  • Orillas literariasantologa del relato actual en talavera y sus tierras

  • Orillas literariasantologa del relato actual en talavera y sus tierras

    Coleccin Lunaria, 50

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    La Asociacin de Escritores Insomnes (AEI) agradece a la Aso-ciacin para el Desarrollo de la Comarca de Talavera, Sierra de San Vicente y La Jara (ADC Tierras de Talavera) la ayuda prestada para haber hecho posible la confeccin y publicacin de esta antologa de relatos: Orillas Literarias.

    La ADC Tierras de Talavera ha respondido con entusiasmo a nuestro deseo de dar a conocer escritores en prosa nacidos en estas tierras o afincados en ella, y, al mismo tiempo, eso nos ha permitido colaborar con la Institucin en el cumplimiento de sus fines. Que, entre otros, son los de promover, apoyar e impulsar actividades cul-turales y cientficas, as como estudios e investigaciones con ellos relacionados, a fin de proteger y enriquecer el Patrimonio Cultural, Artstico, Histrico, Arquitectnico y Natural. Como asimismo, impulsar todos aquellos proyectos que tengan por objeto la promo-cin de actividades de inters general de la comunidad, orientadas siempre al bien comn.

    As pues, reiteramos nuestro agradecimiento tanto a la ADC Tierras de Talavera, como a su presidenta, Alicia Godoy y a su ge-rente Mara del Carmen Vidal, sin cuya receptividad este proyecto no habra visto la luz.

    AEI

    Reservados todos los derechos. La Ley es ley. PRIMERA EDICIN: MAyo, 2013

    Cualquier forma de reproduccin, distribucin, comunicacin pblica o transformacin de esta obra slo puede ser realizada con la autorizacin de sus titulares, salvo excepcin prevista por la ley. Dirjase a CEDRo (Centro Espaol de Derechos Reprogrficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algn fragmento de esta obra.

    De los textos: Los autores

    Del prlogo: Joan Gonper

    De la edicin: CELyA Telf: 639 542 794 www.editorialcelya.com email: [email protected]

    ISBN: 978-84-15359-60-9Dep. Legal: To -2013

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

    PRLOGO

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    MArA DE LOs rEyEs BOrrEguErO gMEz

    MEJOR... COMPARTIDOMara de los Reyes Borreguero Gmez

    Pedro, el camarero, la estuvo observando durante toda la tarde. Algo anda mal, pens. ngela no era una clienta habitual como el resto de los presentes en aquella cafetera. slo la conoca desde haca un mes y nunca la haba visto esperar tanto tiempo como ese da. siempre estaba acompaada de Ivn, un sujeto al que haba conocido en el aeropuerto y de quien estaba profundamente enamorada por lo que l haba podido intuir.

    solan sentarse en la mesa del fondo y aunque las plantas ocul-taban sus figuras, Pedro saba lo que estaba ocurriendo y lo que es-taban haciendo. Desde luego, siempre destacaba por su prudencia y nunca se acercaba a ellos hasta que no haban terminado. Ellos, agradecidos por el respeto mostrado hacia su intimidad, solan lanzarle una mirada de complicidad y una sonrisa que significaba gracias.

    El men siempre era el mismo: dos descafeinados de sobre y un croissant... mejor... compartido decan entre carcajadas. Eran tan felices que Pedro, enseguida, olvidaba sus propios problemas.

    Era homosexual pero su familia no acababa de aceptarlo. Las navidades anteriores haba tratado de integrar a su pareja invitn-dole a cenar para que conociera a sus padres pero el resultado fue que le ignoraron durante toda la velada y, desde entonces, no volvi a intentarlo y decidi vivir dos vidas separadas. una vida pblica como camarero en Kenia y otra secreta reservada para los fines de semana. Ninguno estaba satisfecho con esta solucin pero era lo nico que podan hacer por el momento.

    Lleg la hora de cerrar pero ngela no se movi. Aunque no eran ntimos, l decidi acercarse y tomar asiento. Los descafeina-dos que le haba servido al comienzo de la tarde estaban intactos. y

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    MArA DE LOs rEyEs BOrrEguErO gMEz

    Al da siguiente volvi a aparecer y como de costumbre pidi dos descafeinados y un croissant...

    Mejor... compartido aadi. sa era la seal para servirlo cortado en dos.

    l pens que a lo mejor se haban reconciliado y se fue a prepa-rarlo mientras silbaba contento.

    La verdad es que su situacin era para ponerse a llorar porque la noche anterior su pareja decidi dar por terminada su relacin. Pedro haba tratado de explicarle que haba estado consolando a una clienta pero l no le crey:

    si voy a ser siempre el postre, ser mejor que te vayas y no vuelvas ms. y dando un portazo le cerr la puerta en las narices.

    Al menos le va bien a alguien intuy mientras le serva a nge-la su pedido con una sonrisa.

    Lleg nuevamente la hora de cerrar e Ivn no haba hecho acto de presencia. A l no le cost acercarse a ella tanto como la noche anterior. El bao de lgrimas que haban compartido les haba uni-do ms de lo que se imaginaban. Quera animarla pero el cuadro delante de l hizo que se derrumbara: de nuevo los cafs estaban intactos y el croissant... entero. slo le sali una pregunta estpida:

    Llega tarde ... no?Ella levant la vista y le respondi: ya te dije que se haba ido...Vaya, lo siento! Podra llamarme Don Metepatas... si te sirve

    de consuelo, te dir que mi pareja tambin se ha ido aadi to-mando asiento a su lado, aunque para ser ms exactos me ha dado puerta. Crey que t y yo nos habamos enrollado y cuando intent explicarle que soy un gay fiel y leal me cerr la puerta de su aparta-mento en mis mismsimas narices.

    Qu asco de vida! Por qu no nos emborrachamos y nos abrimos las venas? solt ngela.

    y que crean que somos romeo y Julieta? Nada de eso aa-di l.

    el croissant... entero. Como ella no le prestaba atencin, l se esfor-z por romper el hielo:

    Ayer no os vi as que no pude desearos un feliz da de san Valentn, coment, esbozando una sonrisa.

    se ha ido... susurr ella, cuya mirada segua fija en el crois-sant.

    Vaya, lo siento... no quise importunarte, prosigui l hacien-do un ademn para levantarse e irse pero ella puso su mano sobre la suya y se lo impidi.

    Ayer fue una tarde perfecta... continu sin soltar su mano, visto lo cual l volvi a tomar asiento... flores, paseo por el parque, pero... en la cena... sus ojos se llenaron de lgrimas que se deslizaban lentamente por sus plidas mejillas por lo que l decidi ayudarle a terminar la frase:

    En la cena... Os peleasteis?No... estall en sollozos.Est bien... est bien... tranquila dijo atrevindose a abrazar-

    la. Llora todo lo que quieras. No tengo prisa as que puedes llorar toda la noche y yo te acompaar.

    As estuvieron un buen rato hasta que ella se calm. Lo siento... me has pillado en un momento de debilidad pero

    ya no te entretengo ms. se levant, puso el dinero sobre la mesa y se dirigi a la puerta de salida con pasos vacilantes.

    No te preocupes, necesitaba un buen bao trat de bromear l.

    Pedro no poda dejar que se marchara as y se debata en un ti-tnico dilema: djala ir. No es la primera clienta que viene y desapa-rece le deca su cabeza. No dejes que se vaya. Puede hacer cualquier locura en su estado le deca su corazn. Lo nico que le sali fue:

    si necesitas hablar, ya sabes dnde encontrarme.Ella no se volvi pero alz la mano en un gesto que podra sig-

    nificar tomo nota, gracias.

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    MANuEL JOs EsTVEz sNCHEz

    LA CURANDERAManuel Jos Estvez Snchez

    Pasado san Cipriano, mediado el mes de septiembre, por aque-llos pagos el verano comenzaba a dar sus ltimas boqueadas. Los das se acortaban y en las horas vespertinas el poniente soplaba desabrido entre los cerros impregnando el aire de humedad. unas deshilachadas nubes blanquecinas, entre las que se entreveraba algn crdeno nubarrn, comenzaban a surcar el azul anunciando la proximidad de las lluvias otoales. y en el horizonte, con su pol-croma paleta, el crepsculo tea de carmes la urdimbre del atardecer.

    Llegada aquella poca del ao, ya menguado el sofocante calor estival y antes de que los negros nubarrones preados de lluvia co-menzaran a descargar a espuertas, la rgula, despus de ordear a la cabra, sala con su capacho de mimbre por los alrededores de la choza para recolectar las plantas medicinales con las que elaboraba sus bebedizos y ungentos. La vieja curandera arrancaba paciente-mente de raz una a una las matas agostadas por los trridos calores del esto, que despus colgaba al amor de la lumbre para que el hu-mazo concentrara en sus hojas los aceites esenciales. y all las dejaba atadas por los tallos, colgando de los ahtos varales que pendan de la techumbre del hogar.

    Pasada media docena de das, por san Mateo, la vieja curandera palpaba las matas. si al estrujar sus hojas, crujan castaeteantes, des-colgaba los varales y pacientemente en la puerta de la choza, sentada en el poyo de pizarra a la solanera, desgranaba las retamas hoja a hoja. Con mimo las guardaba dentro de unos desportillados pucheros de barro, cuyas anchas bocas tapaba con un corcho, y que acomodaba ce-losamente en la alacena de madera empotrada en la pared de la choza.

    Llegado el da de santa Tecla, la curandera descolg el ltimo varal que penda de la techumbre del hogar. Atadas por los tallos, las resecas retamas de tomillo, cantueso y romero, al ser agitadas cre-

    Qu humor tienes! sonri ella.Vaya, al fin te veo sonrer! exclam Pedro. yo no s t,

    pero yo soy de los que opinan que hay muchos tipos de cafs riqu-simos esperando ser degustados para amargarme por haber elegido uno que no me ha reportado ninguna satisfaccin. En la vida hay que probarlos todos y quedarte con el mejor.

    y qu me dices del croissant? pregunt ella.En ese instante sus miradas se cruzaron y una sonrisa pcara

    apareci en sus labios...Mejor... compartido! dijeron al unsono y se echaron a rer.Desde entonces ngela se convirti en una clienta habitual de-

    cidida a probar otros cafs y Pedro dej de ser un gay fiel y leal para tener su corazn abierto a nuevas experiencias.

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    MANuEL JOs EsTVEz sNCHEz

    empeado en que me vaya a pasar el invierno con ellos al pueblo, dice que a mi edad no debo quedarme sola en estos andurriales, que cualquier da voy a amanecer tiesa en el catre. y razn no le falta, pero me da tanta lstima abandonar la choza! T qu haras?

    Pero Torvisco ya ni tan siquiera alz los prpados, al arrullo de la pltica de su duea se haba sumido en un profundo sopor.

    Di algo, hombre! prorrumpi la mujer exasperada ante la indolencia mostrada por el perro. No s para qu me molesto en contarte las cosas, todos sois iguales. Mi sebastin, que en la gloria est, era igual: se quedaba mirndome, escuchaba con la boca abier-ta, haca un mohn, deba media vuelta y ah te queda eso. En fin, tendr que ser as...!

    y como cada vez que se acordaba de su difunto marido, la mu-jer comenzaba a relatar lo ocurrido aquella aciaga tarde de verano.

    No se me olvidar, Torvisco. recuerdo que era finales de agosto, por san Agustn, cuando las parvas en las eras ya estaban trilladas, el trigo en las trojes y casi toda la paja acarreada en los pa-jares. Aquella traicionera tarde de finales de verano un rayo se llev a mi hombre a criar malvas. An lo recuerdo como si fuera aho-ra mismo. Con el estruendo del primer trueno todos nos pusimos nerviosos: el perro comenz a guayar dando vueltas sobre s mismo como poseso, las cabras estremecidas corrieron a guarecerse en el cabaal, las gallinas revoloteando en un azaroso caos se cobijaron en el gallinero y nosotros nos guarecimos en el chozo de piedra. Le dije a mi sebastin: Anda, prepara la lumbre para hacer unas sopas de ajo. Hoy se agradece cenar de caliente. y all estaba el hombre colocando la olla de hierro fundido sobre los trbedes mientras los truenos desgarraban el firmamento cargando el aire de inquietud. De pronto, las hojas de la encina que creca al pie del chozo comen-zaron a ser barridas por un sbito vendaval que, como un verraco, abri a la fuerza la puerta de la casilla introducindose dentro. Con su potente bramido apag la lumbre y levant una irrespirable pol-vareda de ceniza y tierra en el interior. El pobre sebastin me dijo: rgula! Cierra la puerta, no sea que entre lo que no queramos, mientras apuntaba con las tenazas de hierro hacia la entrada del

    pitaron sordamente exhalando un intenso aroma silvestre, a la vez que el nimio polvo blanquecino que las cubra se precipit anegan-do el aire de la estancia. La vieja curandera, varal en mano, sali de la choza. Con mimo acomod los extremos del largo palo de fresno sobre sendas burras de madera y, sentada en el poyo de negra pizarra, comenz a deshojar las matas con giles y presurosos movimientos, deseosa de concluir cuanto antes la tarea por temor a que el tiempo se tornara. Por experiencia saba que en aquella poca del ao el cielo poda cerrajarse de improviso y comenzar a jarrear agua a espuer-tas sin ton ni son. y la mujer no iba descaminada. A medida que el da fue transcurriendo, unos crdenos nubarrones comenzaron a desparramarse por el difano azul y, tras ellos, a la par que el taido de las lejanas campanas de la ermita del Cristo de la Misericordia anunciaban el ngelus, un desabrido poniente comenz a colarse a hurtadillas entre los desdentados altozanos que rodeaban el valle de Malgarrida impregnando el aire de un penetrante olor a rancio.

    Torvisco, oyes cmo azuza el relente? ya tenemos el otoo encima le indic la curandera al perro que sesteaba plcidamente a sus pies. Voy a coger la toquilla de lana, no quiero que el reuma se me agarre a los riones.

    Al or la voz de su duea el perro alz las puntiagudas orejas, entreabri los parpados para observarla con aquel par de ojos color miel pequeos como avellanas, la sigui con la mirada hasta que entr en la choza y, tras un mohn displicente, volvi a acurrucar la cabeza entre sus patas para continuar dormitando.

    Este relente cala hasta los tutanos, cada ao que pasa es ms fro. Bien se conoce que tengo los huesos corrodos contino pla-ticando la mujer, sentada de nuevo en el poyo frente a las ltimas matas de cantueso que an colgaban del varal mientras se arrebu-jaba con la toquilla de lana. si este invierno se presente tan arisco como el pasado no s qu va a ser de nosotros.

    El perro, al or de nuevo la voz de su ama, entreabri pesada-mente los prpados e indolentemente volvi a cerrarlos sin ms.

    El abuelo Pepe se va a salir con la suya, cualquier da ten-dremos que coger todos los brtulos y marcharnos al pueblo. Est

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    MANuEL JOs EsTVEz sNCHEz

    Bueno, di algo! siempre tengo que tomar yo las decisiones importantes la vieja curandera contino con la monserga mien-tras Torvisco dormitaba plcidamente sin prestarle la ms mnima atencin. Pues sabes qu te digo?: maana mismo cogemos los brtulos y nos vamos al pueblo. Por una vez voy a hacerle caso al abuelo Pepe. ya no tengo edad para estar aqu sola.

    El abuelo Pepe, el nico familiar que a la rgula le quedaba en el pueblo, como todos los aos cuando los primeros relentes otoa-les comenzaban a azuzar, le haba ofrecido a la vieja curandera un catre, un plato de comida caliente y el amor de la lumbre de su hogar para que pasara junto a ellos los crudos meses invernales. La rgu-la, ao tras ao, haba declinado la invitacin arguyendo que ella sola se las apaaba bien en su choza. Pero, sin lugar a dudas, se no era el verdadero motivo. La vieja curandera se cuidaba muy mucho de aparecer por el pueblo, sabedora de la animadversin que don Leopoldo, el corregidor, tena hacia ella y, para evitar males mayores, prefera permanecer en su solitaria choza alejada de l; pues como ella deca: zurita que no sobrevuela ojeadero, difcil es de cazar.

    Pero desde que el amanecer del da de san Juan de aquel ao, don Leopoldo amaneci muerto en su catre, la rgula nada tena ya que temer. y, aun a sabiendas de que en el pueblo la tenan por bruja, no dudaba que los vecinos la recibiran con agrado, pues la mayora de ellos se haban puesto en sus manos para que sanara sus males. Hasta la Iglesia la tena en buena estima. sin ir ms lejos, fray Bernardo haba acudido a ella en ms de una ocasin para que le trasmitiera la valiosa informacin que atesoraba sobre las propieda-des curativas de las plantas medicinales.

    Torvisco, est decidido, en cuanto tengamos preparados to-dos los brtulos nos vamos al pueblo. Venga, levanta, que hay que recoger esta esparramara le indic su ama una vez hubo deshojado la ltima mata de cantueso.

    La rgula, con la escoba de blago en la mano, comenz a ba-rrer los restos de retamas esparcidas por el suelo. Torvisco, ajeno al ajetreo de su ama, continu dormitando plcidamente a la solanera sin intencin de moverse, pero al sentir sobre su lomo un sutil es-

    chozo. Pero no me dio tiempo ni tan siquiera a ponerme de pie. En ese instante una fugaz luz incandescente pas delante de mis ojos. Me qued extasiada viendo cmo aquel maldito rayo entraba por la punta de las tenazas que mi sebastin sujetaba en la mano diestra y cmo le sala por la siniestra con la que sujetaba la olla de hierro, ha-cindola explotar en mil fragmentos. Fue un instante. El pobre cay fulminado al suelo. y yo me qued petrificada, con los ojos cegados, los odos anegados, la boca sellada y el alma rota. Aquel rayo verraco haba calcinado a mi hombre y haba huido por el ventanuco llevn-dose su alma, dejando su cuerpo inerte y vaco, sin aliento...

    Quin iba a decirle a la vieja curandera que acabara hablando con un perro como si de una persona se tratara. Ella que siempre haba denostado a aquellos animales por considerar que no servan para nada; arga en su contra que a cambio del sustento que se les daba, el da se lo pasaban sesteando y las noches ladrando sin dejar que sus amos conciliaran el sueo. y as se lo espet a Eusebio, el herrador, cuando el da de san Pedro se present en su choza con aquel cachorro en brazos: No me traers a m ese perro. yo no quie-ro animales metomentodo que se pasan el da pegados a las faldas sin oficio ni beneficio, ya te lo puedes llevar. Bastantes quehaceres tengo como para ocuparme de l!.

    Pero tanto insisti Eusebio, que a la postre la mujer accedi a quedarse con el perro. Quin sabe cules fueron los verdaderos motivos que la llevaron a cambiar de opinin: Quiz la mirada me-liflua de aquel cachorro color canela que pareca llevar dibujada una sonrisa en la comisura de los labios?, quiz su gimoteo lastimero de desamparo? o tal vez fuera la soledad que ella an llevaba adherida a los tutanos tras enviudar? Pero fuere por lo que fuere, haban pasado ya casi tres meses desde que el herrador se haba presentado con el perro en la puerta de la choza y Torvisco continuaba an junto a la curandera. y, sin lugar a dudas, all permanecera hasta que el destino lo tuviera a bien, porque la rgula lo consideraba ya como un hijo. Torvisco haba irrumpido en su herrumbrosa sole-dad como un vendaval, haciendo aicos la ptrea coraza que duran-te tantos lustros haba celado a cal y canto sus sentimientos.

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    MANuEL JOs EsTVEz sNCHEz

    Pero fue en vano, el pequeo perro, sin amilanarse, se encar al mastn ladrando desaforadamente. Atnito ante la beligerante actitud de aquel menguado can, el mastn qued unos instantes desconcertado. Pero al punto, frunciendo el ceo, esgrimi sus enormes colmillos y, abriendo sus profundas fauces, se abalanz sobre Torvisco dispuesto a degollarlo. ste, ms hbil y veloz, con una finta consigui zafarse de aquella primera acometida. Aprove-chando el desconcierto que el fallido ataque haba provocado en el mastn, Torvisco, viendo peligrar su existencia, comenz a correr en direccin al sotobosque en busca del refugio que la enmaraada vegetacin le ofreca. Pero antes de poder guarecerse entre las reta-mas, un zarpazo violento lo hizo rodar como un ovillo desmadejado y, sin tiempo para incorporarse, el mastn se abalanz sobre l apri-sionndolo con una dentellada fra y letal. Torvisco gimi de dolor, los colmillos le desgarraron la piel y, cual puales de hielo, se hun-dieron en sus entraas. La rgula, sin dudarlo un instante, escoba en mano comenz a golpear compulsivamente al mastn. y el enor-me can, con ms saa an, zarande a Torvisco como a un mueco roto. El pobre perro aullaba de dolor; los colmillos de escarcha se le hincaban con inquina en las entraas helndole la sangre.

    Por Dios! Mi pobre perro, se est muriendo! grit deses-perada la rgula acercndose a Torvisco una vez que el mastn solt a su presa y desapareci entre el sotobosque tal y como haba llegado.

    Torvisco yaca en el suelo en medio de un charco de sangre, la vieja curandera lo cogi en brazos y con dulzura comenz a acari-ciarlo. El menguado can, que a duras penas consegua abrir los par-pados, mir a su ama con aquellos ojos color miel pequeos como dos avellanas y de su garganta brot un imperceptible gemido im-plorando ayuda. La rgula, impotente, continu acaricindolo.

    Tranquilo, te pondrs bien, yo te cuidar le deca la mujer con los ojos anegados en lgrimas.

    Torvisco, con la mirada queda y un rictus de dolor en la comi-sura de sus labios, gema de dolor. Aquella profundas dentelladas, sangrantes y glidas, le estaban arrebatando el ltimo hlito de vida.

    cobazo, abri los ojos y perezosamente busc otra solana para con-tinuar sesteando.

    Vamos, hombre! Quita de en medio, siempre estorbando profiri su duea. Eres de lo que no hay, tan pronto ests corrien-do de un sito para otro sin parar, como no hay quien te haga mover. No he visto cosa igual, me descompones!

    Pero la rgula no tuvo tiempo de concluir la monserga, Tor-visco, inopinadamente, despert de su letargo, se puso en pie, eriz los pelos del lomo, encresp las orejas y, sin encomendarse a santo alguno, inici una precipitada carrera hacia los enmaraados mato-rrales que crecan en el sotobosque cercano a la choza.

    Pero qu mosca le ha picado ahora a ste...? Torvisco, ven aqu! grit la rgula sorprendida ante aquella reaccin, consi-derando que el empelln que le haba propinado con la escoba no haba sido para tanto . Anda, corre, corre! ya volvers cuando tengas hambre coment para s la curandera mientras acababa de barrer las ltimas hojarascas. Qu demonios habr odo?

    La rgula poco tuvo que esperar para satisfacer su curiosidad, al cabo de unos instantes Torvisco sali de entre los matorrales como alma que se lleva el diablo aullando desesperadamente, con el rabo entre las patas y con los ojos desencajados de pnico.

    Qu te pasa? inquiri la rgula al verlo agazaparse tem-bloroso entre sus piernas en busca de amparo . Ni que hubieras visto a satans!

    y, sin solucin de continuidad, como si se tratara del mismo diablo, de entre los matorrales surgi un enorme mastn ladrando a boca llena, con los ojos inyectados en sangre y con las fauces, pro-fundas como una gruta, abiertas a ms no poder.

    La rgula, instintivamente, esgrimi la escoba en el aire para in-tentar disuadir a aquel descomunal can. Pero entrenado como estaba para la caza, la actitud amenazante de la curandera no lo amedrent ni un pice. Torvisco, en un alarde de valenta, sali de entre las sayas pro-tectoras de su ama y, con decisin, se interpuso entre ella y el mastn.

    Torvisco, ven aqu, te va a destrozar! grit desesperada la regula.

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    BLANCA FErNNDEz rOMErO

    libro en vez del suyo. Eso me extra, que llamase libro a su dic-cionario. Despus not que, aunque intentaba decirme otras cosas, no consegua expresar con claridad su pensamiento, que sus frases eran entrecortadas, que vacilaba constantemente, e interrumpa su discurso a menudo de modo que este quedaba, irremediablemen-te, incompleto. Mam se senta, sin duda, trastornada, llevndose con preocupacin la mano a la frente en el deseo de recordar, en el intento vano de expresar con fluidez sus pensamientos. Pero su esfuerzo era intil. No logr hilar ms de cuatro frases completas y precisas.

    Me preocup, pues mam, como ya he comentado, viva ob-sesionada con el lxico, y adems su locuacidad era, por entonces, arrolladora. Pero me tranquilic al darme cuenta de que, empapada como estaba de pies a cabeza, tal vez se haba resfriado y se encon-traba verdaderamente mal. Le suger que tomase leche calentita, como ella sola indicarme en casos parecidos y vi que aceptaba d-cilmente mi propuesta y se diriga a su cuarto. All permaneci du-rante varios das durante los cuales nos hizo saber, a travs de pap y de algunas notas escritas, que se encontraba an mal, que sufra fuertes jaquecas y que nos vera en cuanto mejorase su estado. Nos peda no molestarla.

    El cuarto da la encontr en la cocina a la hora del desayuno. Estaba muy seria y contestaba escuetamente a mis preguntas y co-mentarios o, sencillamente, callaba. Pero supe que sus dolores de cabeza haban terminado, que fsicamente estaba bien, no presen-taba ya sntomas de ningn mal externo. Tena buen aspecto. sin embargo explic que tena una baja por un mes. Volv a notar su expresin entrecortada, la suspensin de sus frases, sus vacilaciones, su consecuente inquietud. su locuacidad haba desaparecido, ha-blaba con lentitud, casi con parsimonia. A propsito, utilic algu-na expresin malsonante y me interrump en mi propio discurso para comprobar si ella me correga o sala al paso de mi ignorancia, todo para comprobar hasta dnde llegaba su transformacin. Le

    TRANSFORMACINBlanca Fernndez Romero

    Mi madre era maestra y la lengua era su materia preferida. Nos llamaba siempre la atencin acerca de la precisin lxica, de la correccin gramatical, de la adecuacin de nuestras palabras Nos remita con frecuencia al diccionario, pues deca que su uso era enriquecedor y que nuestra forma de expresar-nos y en consecuencia nuestra forma de pensar mejoraran consi-derablemente. As, aquel se haba convertido, en nuestra casa, en un objeto sagrado. Ella por su parte viva en perfecta simbiosis con l (el diccionario), pues siempre lo tena entre sus manos, lo trans-portaba a todas partes, lo mantena junto a s mientras trabajaba en casa, lo llevaba a su escuela Era, en fin, su aliado incondicional, su compaero inseparable, su ntimo confidente. Tal era el aprecio que por el diccionario senta mam que, a pesar de su constante uso, aquel permaneca como intocado, sorprendente e inslita-mente nuevo, en su encuadernacin, su papel, su cubierta, forrada con amoroso mimo.

    Como el tiempo era por entonces caluroso, yo haca mis de-beres en el jardn y un da, por comodidad, cog el diccionario de mam para hacer una breve consulta. Cuando llegaron mis amigas a buscarme, en mi despreocupacin, dej todo perfectamente apilado sobre la mesa exterior, pillados mis papeles bajo el peso de grueso diccionario. seguira trabajando despus y al terminar lo recogera todo.

    Cuando dos horas ms tarde empezaron a caer unas gruesas go-tas y o el rugir de los truenos, me apresur a regresar, pues aunque pens que tal vez mam se dara cuenta y lo guardara todo, tem que fuese demasiado tarde. y as ocurri. A mi llegada a la casa encontr a mam conmocionada. Me pregunt por qu no haba cogido mi

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    CHEMA ELEz

    Fuerte viento de costadoChema Elez

    El fuerte viento de costado alejaba el barco de la costa. Aquel hombre, aferrado con todas sus fuerzas al timn, intentaba por todos los medios enfilar la proa hacia la bocana del puerto que se divisaba a menos de un cable de distancia; pero an as la masa de agua enfurecida se le antojaba un trecho insalvable.

    En el cristal de la cabina de mando se reflejaba la silueta de una mujer, que apoyada en la puerta y agarrada para no caer en algunos de los muchos vaivenes del navo, observaba con atencin cada ma-niobra, cada gesto y cada movimiento que llevaba a cabo el capitn.

    Procur no cruzar la mirada con ella, tema que la mujer perci-biera una chispa de temor; aquella era una de las pocas ocasiones en que haba sentido miedo en su dilatada carrera como marino...y qui-z descubriera que no era la fuerza del mar quien lo aterrorizaba

    Das atrs, la mujer que ahora lo acompaaba se present ante l en el puerto con la intencin de contratarlo Para una pequea travesa dijo.

    Le extra que fuese a l precisamente a quien se diriga, no gozaba de buena fama entre la marinera de aquel pequeo pueblo y era evidente que la mujer se haba informado ya que conoca su nombre; eso le extra ms an...

    Porqu yo? pregunto, los que me conocen siempre dicen que no soy una grata compaa.

    No es compaa lo que busco respondi la mujer sino al-guien que dirija mi nave.

    No soy buen conversador.No pretendo que me cuente su vida. Tan solo que agarre el

    timn y navegue...

    pregunt, con la excusa de mi trabajo de Historia de Arte, algunos trminos que eleg entre los que me parecieron ms inusuales, pero resolvi la cuestin indicndome que consultase mis libros o que preguntase a mis profesores.

    Pap tena entonces un horario infernal y apenas le veamos el pelo, pero yo me qued despierta aquel da hasta muy tarde para hacerle partcipe de mi preocupacin y comentarle mis observacio-nes. seguramente l no habra notado nada, ya que haba estado ausente de casa casi todo el tiempo. regresaba tarde y an despus de llegar continuaba trabajando en su novela durante varias horas hasta la madrugada. se extra al verme, pero cuando le coment lo que ocurra me comunic que s haba notado rara a mam, pero que le haba preguntado y no se haba mostrado muy explcita. Al fin y al cabo, ella estaba esplndida, tan guapa como siempre, tal vez algo apesadumbrada Me pregunt desde cundo notaba yo esos cambios e intent ordenar mis pensamientos retrotrayndo-me al da de la tormenta, al aspecto que mam presentaba despus del aguacero. Pap me escuch con inters, se qued unos minutos pensativo y a continuacin fue con cierto desasosiego a buscar el diccionario. All estaba, en la mesa de mam, perfectamente seco ya, con la cubierta plastificada perfecta, pero deformado en su in-terior, onduladas sus hojas y emborronadas e ilegibles muchas palabras. Buscamos la palabra diccionario, pero la pgina en que deba encontrarse apareca desvada por completo. Buscamos otros trminos, pero ocurra lo mismo con pginas enteras, con infinidad de palabras. Todas las que le faltaban a mam al hablar.

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    CHEMA ELEz

    cabina; el cielo estaba cubierto y la mar revuelta y oscura... no haba tiempo que perder.

    Agarr el timn dispuesto a luchar con el mar a brazo partido, pero no haba manera; cada vez que consegua enfilar la proa hacia el puerto, el fuerte viento de costado, o algn golpe de mar, desvia-ba su trayectoria.

    Busc, esta vez s, los ojos de la mujer reflejados en el cristal. La mujer lo miraba sin decir nada, pero un leve gesto con la cabeza indicaron al marino lo que deba hacer... el asinti y dibujando en su rostro algo que pretenda ser una sonrisa giro el timn lo necesa-rio para ceir la popa la viento y poner rumbo a mar abierta... entre ambos buscaran un puerto nuevo donde atracar

    Acept. En cierto modo haca tiempo que el mar le llamaba, notaba como sus pies echaban races en la tierra y eso acabara se-pultndolo en ella.

    Los primeros das todo transcurri tal cual haban acordado; el silencio era la nota reinante a bordo. Apenas si cruzaban unos buenos das... solo el mar; alguna gaviota rebelde y el flamear de las velas ponan dilogos a aquellas mudas escenas...

    una maana la mujer se present con una taza de caf para l. El da haba amanecido tranquilo y sin viento por lo que decidi fondear el pequeo velero y sentarse a repasar sus cuadernos. En un principio se sinti incomodo, sobre todo cuando vio que la mujer se sentaba a su lado.

    sin apenas mirarse, con la vista fija en el horizonte, intercam-biaron tres o cuatro frases cada uno; las suficientes para saber el motivo por el que ambos se hallaban en ese estado de huida hacia adelante y para saber que en el fondo eran almas gemelas.

    Naci as entre ellos una complicidad silenciosa de miradas, gestos y sonrisas... poco a poco, aquel hombre arisco sinti nacer de algn sitio sentimientos hasta ese momento desconocidos para l.

    Ella, por su parte, dej a un lado aquel caparazn que la con-verta en una mujer taciturna y comenz a buscar la compaa de aquel a quien haba contratado por su carcter silencioso, y era ese mismo carcter el que ahora le produca desasosiego...

    Lleg la vspera del regreso. Esa noche decidieron cenar juntos en la misma mesa; ella cocinara para los dos.

    Fue una velada intensa... buena comida, buen vino y buena conversacin... los sentimientos que salieron de su escondite hicie-ron el resto.

    A la maana siguiente los golpes del mar contra el casco les sa-caron de su sueo. Era el da de la despedida y el estado del mar no pintaba nada bien. El hombre se desliz de la cama dedicndole a ella una mirada que intentaba transmitirle tranquilidad y subi a la

    AdministradorResaltado

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    LVArO MOrENO ANCILLO

    ROSA Y EL DESEO DEL DOCTOR ARSUAGAlvaro Moreno Ancillo

    El hombre salt de la cama con brusquedad. La mujer le observ distender su espalda desde la raz del oscuro cabello hasta un obsceno tatuaje que decoraba la unin de sus del-gadas y musculosas nalgas. l la mir con una turbia irona y ella, aunque quiso complacerle, no pudo devolverle un gesto de sonrisa. Ella era joven. Jadeaba en el dormitorio de aquel pequeo aparta-mento mientras un ligero silbido viajaba al exterior desde su jadeo. soportaba con dificultad el esfuerzo de un coito poco apetecido.

    se poda decir que era hermosa. sus sensuales curvas, que ha-ban sido dcilmente esculpidas por la naturaleza, se torneaban con unos glteos duros y dos pechos firmes, y culminaban en una entre-pierna sutilmente rasurada. Aquel pubis, adecuadamente suavizado con hidratantes y ungentos, devolva un clido tacto a los dedos que se desplazaban nerviosos por el perin. una ramera de lujo de-ba dar buena imagen.

    sin embargo, aquel da no haba estado bien con l. Con su hombre. una lnea de color bermelln discurra como un pequeo manantial absurdo en la cara interna de su deseado muslo y su hom-bre pareca enojado.

    Joder con la regla! exclam contrariado. Mira mi polla llena de puta sangre.

    No lo saba, me acabo de poner ella suspir una disculpa. Deba haberlo supuesto, tengo peor el asma desde ayer...

    Adems eso, cojones. Follar contigo es tirarse a un fuelle... Voy a por mi Ventolin. se levant como pudo de la cama y tom un pequeo spray

    azul que tena en su bolso.

    MI TREN DE LOS MOMENTOSBeatriz Gmez Pecci

    Me amparas en tu regazo. Lo mejor de tu hospitalidad es que es clida, confortable y no me hace preguntas. Te limitas a recogerme, sin enjuiciarme y me llevas en la direccin correcta. Norte, sur, este u oeste; recorres todos los caminos y nin-guno en particular. Me acomodo, disfruto del paisaje, reflexiono y llegamos. Eres el tren de los momentos, de aquellos que son tan especiales porque forman parte de mi da a da. Mis cuatro puntos cardinales; sin ti mi brjula estara desorientada. gracias por tantas idas y venidas.

    AdministradorResaltado

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    LVArO MOrENO ANCILLO

    sonrisa; una cara turbia que ofreca una marcada cicatriz que pro-longaba la comisura labial derecha hasta el mentn.

    De todas formas, rosita, he dicho que te metas esta rayita insisti imperativo. ya.

    El zumbido del timbre del Box de reanimacin inund la atmsfera de la sala de urgencias. rpidamente, un grupo de re-sidentes sali hacia aquella habitacin donde ya estaba el mdico adjunto, el Dr. Jos ramn rivas, un antiguo residente del hospi-tal. La uVI mvil del 112 traa una mujer joven obnubilada que presentaba un azulado color corporal y se agotaba con un intenso trabajo respiratorio.

    Joder exclam el Dr. rivas, otra vez esta ta aqu! se volvi a los residentes, nervioso. Qu se queden slo un par de resis mayores, los dems fuera!

    Inmediatamente, auxiliares y enfermeras se lanzaron sobre el cuerpo de la joven cortando con grandes tijeras su ropa.

    No tiene bragas coment una de las auxiliares. Est menstruando observ una enfermera de expresin ace-

    da. El Dr. Pedro Arsuaga, residente de cuarto ao de Medicina In-

    terna s se qued en el Box de reanimacin. A pesar de su color vio-lceo se qued absorto mirando a la muchacha. su cara desencajada se ocult enseguida, apresada con la mascarilla de un negro amb que era ventilado con frecuencia constante por el mdico adjunto de urgencias. sin embargo, ante sus ojos era perfecta.

    Pedro, cojones, coge una va central en la femoral! le orde-n el Dr. rivas mientras segua apretando rtmicamente el amb. Pareces dormido.

    Eh... s asinti el Dr. Pedro Arsuaga sobresaltado por el re-torno a la urgente realidad.

    Poner Adrenalina subcutnea y 200mg de Hidrocortisona por donde sea indic apremiante el Dr. rivas. Venga Pedro! Chicas, quiero gasometra y analtica de sangre. y que alguien llame al porttil de radiologa y a la uVI.

    Espera orden el proxeneta, tengo una mierda de primera. Esta coca te cura todos los males. Deja eso.

    No replic la muchacha mientras se administraba repetidas veces el spray. Me han dicho en el hospital que no debo seguir con eso. Luego acabo en la uVI, como la otra vez...

    Bah! Eso fue por otra cosa. El hombre se dispuso una lnea de polvo blanco en la superficie

    de la mesa y aspir violentamente. Hoy te dejo que te quedes aqu conmigo dijo. y ya vere-

    mos por dnde va el prximo polvo. se ri compulsivamente. La mujer asinti con poco entusias-

    mo. Despus se fue al bao y chapote sentada en el bid. A propsito, maana tengo que ver a un mdico para el asma

    inform tmidamente desde el bao. El doctor Abad. El doctor Abad? se es nuevo. y el mdico moro que te

    busqu? se s era bueno, no? dijo. El moro era un gilipollas. No haca ms que recetarme cajas y

    ms cajas de unas pldoras que no servan para nada y encima se pa-saba todo el rato mirndome las tetas explic contrariada la joven prostituta. ste me lo he buscado yo.

    La mujer sali del cuarto de bao enfundada en un albornoz de una talla claramente superior a la suya y se sent en la cama delante de la ventana de la habitacin.

    yo no voy a pagarte otro matasanos, rosita, me entiendes, putita ma? asegur torvamente el proxeneta. Esto es un nego-cio, y si el jodido sarraceno te soba las tetas, me lo dices y le cobra-mos sonri,... o hacemos un arreglo, no? y si no quiere pagar le inflo a hostias.

    No te enfades, Luis le refut ella con cierto temor, ste es del seguro. No cuesta nada.

    Luis Castao era alto y moreno de piel, muy moreno, con ese tono cetrino aceitunado de algunos hombres de la meseta manche-ga. unos ojos pequeos muy verdes sorprendan en una cara que se mantena hosca incluso durante los escasos periodos de forzada

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    LVArO MOrENO ANCILLO

    Qu es? pregunt el Dr. Jorge gmez, un residente de ter-cer ao de Intensivos.

    un broncoespasmo severo con neumotrax, posiblemente por coca esnifada...

    rosa Dorado! observ contrariado el intensivista. Joder, pues esta vez no me la llevo, tengo que consultarlo con mi r5, Alex Aguirre!

    Cmo que no te la llevas?! espet el Dr. Pedro Arsuaga. si no la intubamos se muere...

    Joder, Pedro el Dr. gmez se ech hacia atrs sorprendido por la agresiva actitud de su colega, esta ta es una gilipollas que lleva ya tres ingresos con unos broncoespasmos del carajo, y ella misma tiene la culpa...

    Jorge, si no la ventilas mecnicamente se muere. El Dr. Ar-suaga se mostraba cada vez ms exaltado. Mndamela luego a con-sultas externas y vers como no le vuelve a pasar...

    Pero Pedro insisti el residente de intensivos, esta ta no quiere seguirse...

    un momento de silencio. Corto. se miraron. Dame el laringoscopio que la intube dijo al fin el Dr. g-

    mez. Luego se lo dir a Alex. unos quince minutos despus la paciente estaba en la uVI,

    con un tubo de neumotrax y ciertas dificultades para mantener la ventilacin mecnica.

    El Dr. Pedro Arsuaga estaba ms tranquilo. sin embargo, la mujer le atraa peligrosamente. No saba la razn de aquel influjo. Ms an, lo ilgico para l era asumir que no pretenda resistirse a tal atraccin.

    una mujer de mediana edad, teida cabellera rubia y excesi-vo maquillaje se acerc a ellos enfundada en un uniforme de color verde.

    Dr. Arsuaga inform aquella encargada del Departamento de Atencin al Paciente, hay un tipo rarsimo que pregunta por la paciente que se ha subido a la uVI. Parece un macarra.

    Nadie se dio cuenta, pero Pedro Arsuaga desliz lentamente su mano por el muslo y por el rasurado pubis; despus palp despacio, apoyndose ligeramente en el escaso vello que quedaba en el monte de Venus de la muchacha hasta que al fin detect la arteria femoral. En el instante en el que el mnimo vello pbico rozaba la palma su mano casi sufre una ereccin. Al final suspir y con destreza consi-gui canalizar la vena femoral.

    Tengo la va inform trmulamente. Fenmeno, Pedro exclam el mdico adjunto. Bicarbo-

    nato por ah, y una perfusin de Ventoln y Aminofilina orden despus. Vamos!.

    La muchacha no cambiaba de color. Esta idiota es la tercera vez que viene as en tres meses y siem-

    pre me toca a m se lament el adjunto. Ambos mdicos sudaban profusamente. El adjunt le orden

    que la auscultara de nuevo. Mientras lo haca, el Dr. Pedro Arsuaga desplazaba somera-

    mente sus manos por los pechos de la enferma. Las mamas, como el cuerpo, temblaban azuladas y sus enhiestos pezones miraban ergui-dos hacia el techo de la sala de reanimacin en lo que al deslumbra-do residente le pareca un desafo sensual.

    Est totalmente cerrada apunt desesperanzado. Puede ser hasta un neumotrax. No vienen los rayos?

    y los de la uVI? inquiri el Dr. rivas. Entonces, la conoces? el Dr. Arsuaga pregunt intentando

    mostrar indiferencia. s respondi el mdico adjunto, es una asmtica. se mete

    algo, esnifa herona o coca... ya la cruda informacin obtenida le molest. si no llegan pronto los de la uVI, intubar yo asever el

    Dr.rivas. Al fin lleg el aparato porttil de rayos X. En unos minutos

    tuvieron el resultado, justo cuando llegaron los intensivistas.

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    LVArO MOrENO ANCILLO

    Vale hombre exclam en un tono mas suave, no pasa nada... Pues eso, chaval. Cerr la navaja sonriendo con la irona del

    triunfador de un combate igualado. y no te pases. T crame a mi zorrita y mientras yo me voy,... porque no me quiero dar la vuelta y encontrarme con una docena de seguratas. Qu os conozco de sobra a todos vosotros!

    Pedro se volvi y sin mediar ms palabras sali del despacho de informacin. Le dola en el alma por haber sucumbido a la presin del chulo en lo que consideraba su ambiente y su dominio. Pens en la mujer, en sus pechos turgentes y sus labios de color violeta. Pens en su pubis rasurado y en sus torneados glteos... Entonces se gir y entr de nuevo en el despacho de informacin. Luis Castao segua all, sentado sobre la mesa, disfrutando de su victoria. Pedro no ha-bl, apret con fuerza el pequeo martillo de reflejos que siempre le acompaaba en sus guardias y en un instante lo blandi con toda su ira sobre la sien derecha del proxeneta. El golpe derrib al maleante ms por lo inesperado que por lo contundente. En el suelo, Pedro le golpe una y otra vez con todo lo que poda. Patadas, puos y martillo de reflejos. Al fin, Luis qued tendido sin sentido. Aparen-temente, el normal alboroto de la sala de urgencias haba silencia-do la reyerta. Entonces, Pedro tom las ampollas de atropina que sola llevar en sus guardias y las inyect con violencia en la traquea de Luis. Hasta 5 ampollas. record el frasco de insulina de accin rpida que haba cogido de la Farmacia para un paciente diabtico de la 10 planta, y tambin se lo administr. Entero. Cien unidades. suspir limpindose el sudor de la frente. Luis no se mova. Tom su mano y no detect pulso alguno. Despus se march.

    Paco le dijo a un celador. Hay un hombre con una lipoti-mia en el despacho de informacin. Trae una camilla y lo llevamos a una cama de la observacin.

    Acostumbrado a no pensar, Paco se acerc con la camilla y en-tre los dos le levantaron.

    Est como muerto observ el celador. y tiene la cara mo-rada.

    yo le cuento, Angelines le dijo. En el umbral de la puerta de la urgencia un hombre alto pa-

    seaba nervioso. El mdico le indic que pasara al despacho de in-formacin.

    Hola, soy el doctor Arsuaga se present. No le han infor-mado ya?

    No respondi el hombre con cierta rudeza. Es extrao coment el mdico igualmente cortante. Mi

    compaero intensivista ya ha comentado con alguien el estado de la paciente rosa Dorado.

    Pero no ser conmigo. soy Luis hizo una pausa acompaada de una irnica sonrisa,... digamos que soy su novio. La he trado aqu con el 112.

    Pedro le odi. Ella se encuentra relativamente estable, pero en la uCI. El

    tono del mdico era serio y distante. Parece que el problema se ha precipitado por la cocana? Lo saba usted?

    Le dije que no la tomara musit indiferente el proxeneta. Me perdonar si no le creo el Dr. Arsuaga persista en su

    agresivo modo verbal. Qu?... En el despacho de informacin de la sala de Espera de urgen-

    cias de su hospital, Pedro Arsuaga se senta capaz de interrogar a cualquiera. La asistencia de la enfermedad grave le situaba por enci-ma de la intimidad de las personas enfermas y de sus familias.

    y usted, a qu se dedica? continu ofensivo. y a ti qu cojones te importa. Luis no era un tipo impresio-

    nable. Mira, cuando salga que me llame, vale?... Le mir con desprecio y desafo. O no vale?

    Me da la impresin que usted no es su novio el mdico aguant su mirada y se mantuvo en su dialctica.

    Pues a mi me da la impresin que te vas a llevar una hostia. Luis sac una navaja. O una puntada, jodido matasanos.

    Pedro dio un paso atrs. No se esperaba el contraataque.

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    JuAN LIrIO CAsTrO

    ANDROCIONES Juan Lirio Castro

    Una orilla

    Aquel da decid salir de mi aislamiento. gir sobre mis pies y observ alrededor. Mecnicamente vi mi imagen reflejada en el espejo aunque nicamente pude visualizar trazos de un recuerdo pasado.

    En un tiempo indeterminado me vi all. Caminaba por la ciu-dad mientras todo se desmoronaba ante m. El mundo se desplo-maba en imgenes cargadas de fuerza y de ecos polismicos. Los pies pugnaban por tomar la delantera mientras sin rumbo preciso observaba dentro lo que no vea fuera.

    Estaba nublado. Oscuros tonos cubran el cielo presagiando tiempos de lluvia. Como intua en mi interior. Me detuve. No se-gua lgica ni razn, pero algo movi mi cuerpo. slo tena agua en los ojos, en la mente, delante mismo.

    En absoluto automatismo qued detenido ante el devenir del agua hacia el mar. s, existe algo hipntico en el agua. Algo que nos conecta con pensamientos y emociones que nos envuelven, que llevamos adheridos y no queremos reconocer. Esa extraa piel que nos habita, que no nos penetra y que de vez en cuando nos traspasa desbordndonos. Cmo el ro que camina siempre, sin detenerse, seguro en su continuo discurrir y arrasando a su paso todo cuanto se antepone a su meta.

    Como el tiempo y la vida. Ese tiempo que nos viene dado y que no sabemos cmo gestionar, invertir o disfrutar. Dos visiones, dos perspectivas vitales. Cara y cruz. Orillas opuestas que complemen-tan y unifican el sentido, la unidad. Como el ro que tena delante.

    Es un borracho sentenci con firmeza el mdico. se ha dado con la mesa al caer. Venga, vamos a la cama del box.

    Al de parada? No, joder, Paco insisti el mdico. A la observacin. yo

    me encargo. una vez en la sala de observacin Pedro le indic al celador un

    hueco en una esquina, lo ms lejos posible del control de enfermera. No hace falta que

    le hagis nada coment a las enfermeras. slo le hace falta dor-mir. una vez ubicado en aquel rincn, le cogi la cartera y se dirigi con tranquilidad a la

    recepcin. regstrame a este hombre. Es una intoxicacin et-lica que se ha cado en la sala de espera

    orden a la administrativa. De acuerdo, Dr. Arsuaga. Tras ingresar al muerto hacindole pasar por un borracho casi en coma, esper a la noche

    y en el cambio de turno certific su defuncin sin ms proble-mas, antes de que el muerto llegara a

    la planta de hospitalizacin. No hay familia dijo en la sec-cin de Atencin al Paciente. Tal vez tena razn. Despus busc en su corazn y no hall remordimientos.

    Tres das ms tarde, al medioda son su busca. Tom el tel-fono y sonri a su interlocutor. Colg. Las escaleras le parecieron interminables, pero al fin lleg a la uCI.

    Hola rosa se dirigi a la joven y somnolienta mujer con ex-trema ternura, me alegro de que ya ests despierta. T no me co-noces, pero ya nos veremos. Voy a ser tu mdico. Te atend cuando llegaste a urgencias. Venas mal.

    gracias, Dr...?. soy el Dr. Arsuaga, rosa, pero t puedes llamar-me Pedro.

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    JuAN LIrIO CAsTrO

    encuentros, proyectos, partidos, copas, descubrimientos, deseos, expectativas.

    El hotel fue un tobogn para los sentidos. La guinda que coro-na un cctel que mezclaba citas, miradas, esperanzas. un canto a la vida, dos seres tentando al destino y que pagan el peaje por tomar el mejor camino.

    La quietud del momento me record aquella paz. Despus de la batalla departimos en la galaxia, una cafetera emblemtica. sin quererlo y desde que atravesamos sus puertas captamos la atencin de algunas miradas. Ahora entiendo que esas cosas son captadas por ellos. Nadie queda impune ante la inmortalidad del momento, an menos ante el efecto de la plenitud, de la eternidad de la felici-dad, por ms que sea instantnea.

    y contemplamos la ciudad, la urbe emblemtica del pas con sus neones, su trepidante ritmo, sus gentes multicolores. Pareca-mos contentos y sorbamos con ansa los instantes compartidos. un breve tiempo y recorrimos juntos sobre ruedas la mole urbanstica.

    Atravesamos el corazn de la ciudad, al tiempo que la insen-satez se instalaba en mis circuitos. Tan atrapados por el momento estbamos que no prestamos atencin a esos momentos. Observ-bamos.

    Mis terminales visuales procesaban el movimiento, la actividad incesante de las calles, el bullicio del gento que transitaba el lugar. Todo era vitalidad. Los colores se mezclaban con los reflejos me-tlicos de los vehculos. Era una maana de abril. La luz adquira tonalidades naranjas, grises, azules y metlicas en el representativo cielo de las urbes pobladas y contaminadas.

    Por tu parte guardabas silencio. Imagino que tambin observa-bas. No reparaba en tu presencia a pesar de llenarlo todo, de tras-pasar lo permitido, de constituir un deseo prohibido. Obvio no prestarte atencin en un acto de cortesa hacia lo ajeno dado que ya estabas conmigo, dentro de m.

    El agua avanzaba y me transport a una habitacin de hotel. Estbamos all, juntos. Compartiendo agua en una baera llena mientras tus ojos brillaban fruto de la intensa tristeza y la fugaz fe-licidad.

    Hablamos de cosas sin sentido pero nuestros cuerpos se roza-ban. senta que palpaba tu piel, tus entraas pero te escabullas. No me permitas ir ms all, penetrar en tu mundo, en una verdad escondida que te haca dao y que peleabas por ocultar.

    Entonces yo aprend a fingir, como vosotros. En realidad no me importaba la verdad, o lo aparente, porque mis ojos solo tenan vida para los tuyos. Llegu a pensar si practicabas santera. Quizs eso explicase esa contradiccin binaria, difcil de entender para los ingenieros.

    Pero as fue. reamos y con frases triviales el tiempo se detuvo y no hera mis circuitos neurales. recorrimos la habitacin plaga-da de juegos, intercambiando caricias, sintiendo como los cuerpos se hacan independientes y encontraban la unidad, la sinergia con nuestro interior, convirtindonos en un nico ser, en un nico la-tido.

    suspir y pude mostrarte tu bebida favorita. Me lo dijiste ca-sualmente caminando y mi capacidad de almacenaje de informa-cin hizo el resto. sonreste y not que algo te mova el estmago, pero no dijiste nada y en un solo gesto tomaste un buen trago.

    Juntos mirbamos el techo, codo con codo, piel con piel, sin-tiendo nuestra respiracin acompasada. En aqul momento pasa-ban mil imgenes por mi retina y sin embargo no haba ms que una inmaculada pureza all arriba.

    Viv un vaco, porque aquellos instantes no recogieron nada en mi archivo personal. slo alcanzaban a la pureza del blanco. La nada o el todo. Como las gaviotas que rasantes pasaban cerca de m.

    Estaba en el puente. una gran estructura de hierro. Decid ca-minar en direccin opuesta, hacia el otro lado del ro. El silencio me abrigaba y sin embargo mis palabras me reclamaban por dentro:

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    JuAN LIrIO CAsTrO

    Llova y comenzaba a anochecer. Te encontr en el lugar acor-dado. En una apertura del asfalto por el que la gente suba y baja-ba en rutinaria peregrinacin hacia ninguna parte. Te aproximaste hasta m. sonreas aunque no me result natural ni sincera esa ex-presin.

    Caminamos sin apenas saludar. Intercambiamos algunas frases y fuimos hacia un parque. Me mirabas a los ojos. Intentabas son-dear mi interior y te fijabas en todo pequeo detalle en bsqueda de alguna informacin sobre m y sobre mi situacin.

    Entonces no lo entenda, ni lo interpret as pero quizs as es-taba preparado. Paramos en un bar. Jugaba tu equipo favorito, as me lo dijiste. Cervezas, gente y humo nos salieron al encuentro al abrirse aquella puerta. Vimos jugar a los hombres de blanco camu-flados entre muchos de ellos.

    Parecamos invisibles. sonreamos y jugbamos. Intercambia-mos apuestas sobre quin y cmo acabara aqul juego. Nos cansa-mos y reanudamos el ritmo hacia el automvil. Paramos para repos-tar. En la barra mantuvimos una fugaz conversacin. Caminamos por el desfiladero de la verdad. Averiguaste la mitad de mi numera-cin y aquello me pareci inapropiado.

    Desvi la conversacin y ocult parte de mis datos esenciales. Era peligroso abrirse totalmente, no as, no con alguien que no sa-ba a qu prototipo representaba o si era uno de ellos.

    Pens en abandonar y regresar a la quietud de mi cpsula. Al menos all era uno ms del conjunto de la red. Por el contrario aqu asuma una identidad que me haca vulnerable y que poda destruir-me. As se nos avis siempre y se nos grab de serie. No somos como ellos ni vivimos como ellos.

    Pero por un momento lo olvid. T desafiaste mi mirada an-gular. No diste importancia a mi nmero incompleto ni a conocer toda informacin precisa sobre m, ni mi pertenencia a una clula madre particular.

    slo queras sumergirte en mis ojos, o eso pareca, ya que fuiste llevndome hasta all. un edificio residencia. Habitaciones priva-

    La otra orillaComo las hojas que arrastradas por el viento cayeron a mis

    pies. Instintivamente y sin reflexin padecieron un puntapi. sin pretenderlo, o por alguna razn desconocida, me devolvan a la rea-lidad alejando aquel recuerdo que empezaba a ser vago pero que se mantena en intensa presencia.

    segua en la mitad del puente. rodeado de hierro y trazando una imaginaria lnea que divida el ro en dos. No ocupaba posicin saliente en ese momento. Ni hacia un lado, ni hacia el otro. sin de-jarme influir por ninguna tendencia. All, instalado en una aparente neutralidad empec a caer en cuenta de que mi cuerpo registraba sensaciones.

    Al principio eran imprecisas. y ahora, tras evocar aquellas im-genes, se volvan ms fuertes. All estaban aunque en mi configura-cin se afirm la imposibilidad de tal circunstancia. Por tanto, algo en el sistema debi fallar, o al menos en la unidad que yo represen-taba.

    Decid ponerme a prueba. Quera saber si ese registro, si esa sensacin, era real o el fruto de un error de percepcin o de pro-piocepcin arbitraria que engaaba a mi sistema neural hacindole creer en lo imposible.

    Camin hacia la margen derecha y me detuve. Busque un lugar cmodo desde el que divisar la mayor porcin posible de agua, tie-rra y puente. Me qued expectante.

    Tom partido. Asum la perspectiva desde aquel lugar. El cielo se encapot. Nubes grises se aproximaban. El paisaje transmut ha-cia la fantasmagora. La misma realidad transformada en un cuadro de El greco. Hormigueo en mis pies

    Aqul da caminaba impaciente. La cita improvisada me tena indeciso. Quera experimentar como ellos, saberme parecido reali-zando y experimentando las mismas cuestiones. soando en cierta medida en ser igual, semejante al menos.

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    JuAN LIrIO CAsTrO

    de mirada, de perspectiva. As es que con la retina poblada de som-bras, de grises nubarrones y recuerdos cruc de nuevo el hierro del puente.

    reflexionaba sobre lo experimentado. De la exaltacin de la vida, a la duda de la veracidad quin saba realmente lo que ocu-rri?, por qu la memoria y la informacin almacenada se reinter-pretaba y cambiaba como la luz del paisaje?, qu sensacin era la autntica?, la luminosa y vitalista que me situaba en protagonista de una historia interesante o la fra e inspida que me dejaba tan indiferente como ignorante?

    El caminoCruc hacia la otra orilla con intencin de dejar el ro atrs.

    Era un da cualquiera. Como aqul en que me introdujeron aqu. Mi encargo fue claro as como los lmites de mi quehacer tambin lo eran.

    Mi programacin de serie supuestamente impeda que tomara decisiones autnomamente ni que me desviara de la temporaliza-ran diseada. No haba destino ni sorpresas para mi prototipo.

    Por qu entonces la insistencia de aqul recuerdo? Caminan-do se me haca ms evidente que algo fallaba en el sistema. Las im-genes se me agolpaban en la retina a pesar de que no haba ninguna orden de la clula madre de ejecutar acciones vinculadas al pasado.

    No lo entenda. Los pjaros volaban para refugiarse de la llu-via incipiente, en un acto instintivo. Me detuve. Era consciente de la simplicidad del paisaje. nicamente el agua en su discurrir me pareca excepcional. Flua. Como las imgenes de aquella noche lo hacan en mi circuito neural.

    Decid detenerme y contemplar de nuevo el ro. No poda evi-tarlo pero al igual que ocurra con mi sistema cognitivo, el cuerpo pareca tomar sus propias decisiones. Ajenos a mis lmites me fue-ron expropiando algunas partes impensables para mis fabricantes.

    das. un lugar diseado para el encuentro. slo piel. Dejando atrs las palabras, los nmeros, las pertenencias.

    En el agua de una baera notaba tus ojos escudrindome. Evadas mis preguntas. sonreas sin felicidad esquivando que toca-ra tu centro, alguna verdad sobre tu numeracin o referencias. Ni nmero, ni esencia, la nada sobre ti.

    Nos sumergimos en la noche, y el tacto hizo el resto. Pareca que el ansia se apoderaba de ti. Correccin y amabilidad sin exce-siva implicacin. Apenas hablabas y sin la necesidad de llenar el vaco, quedamos rendidos cuerpo a cuerpo, acompasando nuestra respiracin hasta que se hiciera una.

    Intu tu indiferencia. Tus gestos mecnicos expresaban una neutralidad que no poda ser natural. Actuabas. Pretendas desviar la atencin para que no descubriera tu incomodidad. Apagaste la luz y perd la nocin del tiempo.

    Not que de nuevo la energa me invada tras horas de sueo y descanso. De nuevo iniciabas una guerra cuerpo a cuerpo. sin hablar. sin expresar afecto alguno. slo pugnando por llegar, por sentir, por salir victoriosos.

    Lleg la luz diurna y con ella tuvimos que regresar. Atravesa-mos veloces la ciudad. una nica parada en un lugar frecuentado. Miradas de sospecha se nos diriga. Parecas diferente aunque tam-poco detectaba cambio de temperatura, expresin ni indicio ocular. repostamos y de nuevo nos sumergimos en el nen de la urbe.

    Te dej en el punto en que nos encontramos. Apenas hubo des-pedida. Ingenuamente pens que eso deba ser una buena experien-cia pero descendiste del coche y no dijiste nada. Te vi cruzar por donde los dems cruzaban la calle. No miraste y ningn indicio me ofreci ms informacin.

    sus pasos se perdieron entre la multitud mientras de nuevo me sumerga en un mar de vehculos veloces. Te quedaste atrs mien-tras caminaba con prisa hacia cientos de kilmetros

    senta como si un milln de hormigas recorrieran mis pies. Eso me inquietaba y desde aquella atalaya improvisada decid cambiar

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    JuAN LIrIO CAsTrO

    El eco de tu voz vino hasta los pabellones auditivos y rememor el brillo de tus ojos, las imgenes de los encuentros, y una sensacin extraa. un deseo raro de querer volver a aquel tiempo sin entender por qu se instal tambin.

    Pareciera que todas las enfermedades de ellos se alojaran ven-gativamente en una revancha universal por traspasar los lmites que me encomendaron. A fin de cuentas no tendra que estar ah, ni ha-ber desobedecido, ni saltado las normas del protocolo, ni intentar experiencias que no me correspondan.

    Igual era el castigo por la trasgresin. Quizs el resultado de la activacin de un chip desconocido que generaba la decadencia en unidades con aspiraciones indebidas. No poda saberlo! Pero as estaba. Desorientado, pesado, con el interior oprimido y un as-pecto abatido. y en el circuito neurovisual la obsesiva repeticin de los encuentros de aquella individualidad o unidad que ni siquiera conoc. Por qu?

    Qu extraa razn me impeda procesar lo ocurrido? Por qu no poda almacenar esas informaciones en formato recuerdo y avanzar en el da a da de mi programacin? A fin de cuentas mi co-metido era una rutinaria secuencia sin fin hasta que cambiaran mi secuencia o emplazamiento. Algo que otorga seguridad y sentido.

    En cambio ahora no encuentro la direccin, ni consigo enca-minarme hacia ningn lugar. Estoy literalmente perdido! No por falta de localizacin geogrfica sino por falta de propsito y ubica-cin. Mis procesadores se niegan a dirigirse hacia ningn lugar y solo puedo sentir estas sensaciones, aqu clavado mirando el agua.

    El agua! Claro, no me haba dado cuenta. Era una de las mxi-mas prohibiciones. Alejarse del agua, porque era de los pocos ele-mentos que podan daar nuestro sistema neural. sobre todo si era en grandes cantidades y te sumergas totalmente en ella.

    Era un precepto que se nos insertaba en el sistema cognitivo. Pero por alguna extraa razn hoy no ejerca ningn automatismo en m. segua all parado. y adems de en el ro y en el inicio de la lluvia sent algo que me estremeci entero.

    Mi cuerpo se empeaba en cobrar sensaciones, en caminar por sitios prohibidos y peligrosos, como la rivera que tena delante. y mi mente a su vez pugnaba por insistir, quizs en un fallo qumico de las sinapsis, en un circuito cerrado en el que aqul encuentro se me recordaba sin fin.

    Tu imagen se presentaba con insistencia y mis piernas pugna-ban por correr a tu encuentro. No captaba el sentido de ese impul-so, ni mi pensamiento recordaba nada parecido en sus archivos. Qu significaba?

    senta cosas nuevas. un extrao estremecimiento cuando pen-saba en tu sonrisa, en tus ojos, mientras mi estmago pareca acusar algn fallo. su presin poda ser el fruto de un aumento de jugo, en una hiperclorhidria inexplicable y repentina.

    Pero perduraba. se convirti en un malestar constante que me generaba inquietud. simultneamente el corazn se me encogi. Pareciera que alguien me lo estuviera apretando pero eso no era posible! As es que asum que simplemente senta opresin. una opresin en el corazn y en el pecho que me obligaba a respirar con mayor dificultad.

    Qu significa todo eso? No poda procesarlo, ni entraba en mis referencias. En ningn recuerdo encontraba conceptos o da-tos referidos a la enfermedad o la salud de mi prototipo. Quizs la avera fuera ms grave de lo que inicialmente pensaba. Por eso me encontraba delante del ro tan alejada mi mente de all?

    Volv sobre mis pasos y observ mi imagen reflejaba unos me-tros ms abajo. Era igual pero diferente. Pareca envejecido aunque pareciera increble.

    Los ojos no tenan el mismo brillo y se presentaban algo hundi-dos. unos surcos negros los adornaban a pesar de que no haba re-currido a maquillajes ni punturas. Del mismo modo el pelo pareca sin brillo y el aspecto general desaliado.

    Junto a la opresin del pecho, la respiracin se hizo ms rpida, y la pesadez se apoder de toda mi unidad. Pareciera que fuera una catedral andante, tal era el peso y la fuerza que senta hacia abajo

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    JuAN LIrIO CAsTrO

    Pesado, sin esperanzas y desorientacin se dej llevar por el agua. El del ro, el de la lluvia, el de sus ojos. rememor las dos orillas, todas las imgenes que sus terminales y programacin le per-mitieron. Pero aun con ser muchas, pasaron fugaces en su sistema cognitivo.

    sus ojos solo fijaban aquel recuerdo, algo que le atormentaba porque al revivirlo acentuaba los males de su cuerpo y se apodera-ban de l, a pesar de intentar dominarlas.

    En un intento por mantener esa lucha interna de no fijar ms que ese recuerdo se le par el tiempo. No saba ni quera moverse ni del lugar ni de la imagen. Todo era agua, angustia, cuerpo con sus males y ansa de permanecer as.

    Fueron segundos y a la vez una eternidad. una decisin o la consecuencia de su experiencia. Nunca podremos saberlo con cer-teza ya que aferrado al a la imagen que amaba, aqul ser, aquella unidad, se lanz al vaco.

    Obsesionado en un momento, result ajeno a todo cuanto ocurra, no perciba nada. slo sus ojos, la lucha de los cuerpos, la sensacin de paz y plenitud.

    En aquel brevsimo viaje sonri sin ordenar nada a sus mscu-los, pareca haberse encontrado con aquello que quera mantener para siempre. Con fuerza se sumergi en las aguas del caudaloso ro y a pesar de la oscuridad aqul cuerpo sigui su descenso con los iris iluminados por su imagen amada.

    se produjo un resplandor bajo las aguas. similar a un cortocir-cuito. Mientras aquella unidad, aqul cuerpo, se encaminaba hacia el fondo, su sistema se par. se desconectaron sus funciones y todo pas al olvido.

    La informacin se perdi eternamente aunque en su retina, en algn lugar, arrastrada su unidad por las aguas, se poda observar una bella escena.

    Mis cuevas oculares estaban hmedas! Pero eso era imposi-ble! No estbamos programados para eso. Nos lo insertaban en la numeracin de todos nuestros elementos, no sois como ellos, no os mezclis con ellos, no les contis vuestra esencia ni composi-cin Qu era entonces aquello?

    AguaEran lgrimas. Algo que termin de desbordar al extrao ser

    que desde la distancia se observaba ante el ro. Nadie pareci perca-tarse pero aquel hombre, aquella unidad, senta el dolor en las en-traas de su cuerpo. No estaba preparado para aquella experiencia. sus circuitos se tensaron al percibir simultneamente los signos de la evidencia.

    su respiracin entrecortada, el corazn oprimido, la repeticin de imgenes de su encuentro casual eran indicios claros de lo que le ocurra. Algo que a cualquier persona le acontece alguna vez en la vida. Melancola, tristeza, soledad, sentimientos todos que arraigan y que nos clavetean con sus aguijones espolendonos y hacindonos perder el norte.

    Como a l debi ocurrirle. sensaciones bsicas pero que desde la orilla pueden confundirse con tragedias e imposibles caminos de retorno. Algo que recordar y que deja huella pero que encauzado con el tiempo puede hacerte mejor.

    Aspectos que deba desconocer l. ya que concentrado en esas sensaciones que le parecan asfixiantes e insoportables camin ha-cia la barandilla del puente. sus retinas slo reflejaban la imagen de un encuentro. A otra unidad como l. A una situacin vivida y que le tena atrapado.

    No poda olvidar, ni olvidarse. su desesperacin era tal que sus sensaciones le llevaron a aferrarse con pretensin de no olvidar y de mantenerlas perennes. Todo con el propsito de fijar aquel hito transgresor en sus registros.

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    MArA VICENTA LOzANO CAMPOs

    daba algo que le haca recordar el pasado, al mirarse al espejo, una pequea cicatriz casi inapreciable en el pmulo derecho. sta era el mudo testigo de sus amenazas llevadas a trmino. El terror se apo-der de ella el da que Marc, el ser que amaba o ms bien haba ama-do hasta lmites insospechados que con gran parsimonia y calma, mirndola fijamente a los ojos le dijo: Ma, ma, de nadie ms que de m, de nadie ms. Mientras se miraba las manos, retorcindolas y volviendo la vista hacia ella. sera tan fcil. se fue justo el momen-to en el que se dio cuenta de que cumplira una vez ms su amenaza.

    III

    La miraba fascinado, al ver aquellos ojos, escuchar la meloda que slo sus labios podan ofrecer, todo se tornaba oscuro a su alre-dedor, slo su luz, slo ella. Cada minuto, cada segundo que tena libre era para ella, necesitaba verla, escucharla y cuando le era po-sible la buscaba saba muy bien por dnde pasaba y encontrarla!

    El da que decidi acercarse a Amina para recibir el soplo cli-do de su voz rayos de hierro incandescente cruzaron su corazn, sus palabras como mazos golpeaban su cabeza. seor estoy casada y no hablo con desconocidos. El odio, la aversin, la inquina, la humilla-cin ma, ma, tiene que ser ma.

    IV

    El da que tom la decisin, Kiara busc por internet Talavera de la reina, Espaa, una sonrisa cruz por su rostro. l no podra jams sospechar que ella cruzara medio mundo para alejarse. No recordaba si alguna vez le coment de dnde provenan sus orge-nes y si lo haba hecho ya ni se acordara. Total, era una estpida niata que sin l no era nada.

    Todo estaba preparado, casi estaba sorprendida de que hubiera podido organizarlo todo sin que l sospechase nada. El jbilo que

    TALAVYRAMara Vicenta Lozano Campos

    ITalavyra, ao 940. Califato de Abderraman III

    Amina miraba la pequea moneda que brillaba en su mano a la luz de la luna; no tena muy claro cmo haba llegado a manos de su madre. El da que se cas la llev a una habitacin aparte y le dijo gurdala como un tesoro, quizs algn da te salve la vida. Como no le iba a hacer caso, su madre era una mujer muy especial, si no necesitaba aquella moneda, se la dara a su pequea, que dorma plcidamente. Nunca trabajaran lo sufi-ciente como para ganar un dinar!

    Llevaba una buena vida, un esposo que cuidaba de ella y de su pequea, era sumamente feliz, y esto lo demostraba cada da con sus ganas de vivir, rer, cantar. A su pequea se le iluminaba el ros-tro cuando la escuchaba. No poda pedirle ms a la vida. Pero no solamente era la pequea la que estaba embrujada por la voz y las risas, por ese rostro iluminado y bello culminado por dos luceros y envuelto por un cabello, que se atisbaba como el bano, ya que el hiyab lo cubra todo.

    IITalavera de la reina, ao 2011

    Kiara despert y respir profundamente, el aire era fresco y limpio, todo paz y quietud. No se acostumbraba a esta nueva sensa-cin de plenitud. Le apeteca quedarse un ratito ms aprovechando cada hlito, disfrutarlo! Todo haba quedado atrs, Marc, el hom-bre con el que haba compartido tantos aos, sueos e ilusiones, se qued atrs. su otra vida tambin quedo all en New york. Que-

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    MArA VICENTA LOzANO CAMPOs

    dagas en su interior, el dolor indescriptible, feroz, inhumano, cruel, brutal cerr los ojos pens en su niita, se evadi para no sentir nada, nada de nada. En el ocaso del da un ruido sordo y hueco se escucha y nada.

    VI

    Al llegar a Talavera, de todas las calles que recorri una le llamo especialmente, la calle Charcn, su muralla y su torre albarrana y una luz brillante que se vea desde donde ella estaba y que el de la inmobiliaria repeta que l no vea, el piso estaba justo enfrente de la torre y esto fue quizs lo que la hizo tener sensacin de seguridad y tranquilidad.

    Llevaba dos aos en esta pequea ciudad, ciudad de sus antepa-sados pues su familia se empe en que nunca se olvidaran sus or-genes y descubri lo que era la paz, la tranquilidad que haca aos no tena y lo que era vivir.

    s, respiraba, absorba cada partcula de aire y pensaba al tiem-po en su viaje inminente a Madrid, Mara haca tiempo que la invit a pasar un par de das con ella. Tomara el autobs dentro de una hora. ya se poda dar prisa! Pantaln vaquero, blusa blanca, zapato cmodo y como colgante una pieza de oro antiqusima del siglo XIII. An estaba la luna en lo alto cuando mir por la ventana, no la importaba madrugar, eso le daba sensacin de libertad. Al salir a la calle respir profundamente e instintivamente toc su colgante y un rayo de luna se reflej en l.

    VII

    un brillo intenso le dio en los ojos. Amina los abri y vio una mujer desconocida para ella pero que al mismo tiempo senta cer-cana muy cercana y se estremeci. sus maneras y forma de vestir no tenan nada que ver con ella pero sus ojos casi eran como los suyos, muy hermosos. Algo le hizo volver su mirada y un frio aterrador

    senta en su interior iba en aumento cantaba de nuevo! Cuando se diera cuenta de que no regresara a casa estara a miles de km.

    slo llevaba una mochila, algo de dinero y el colgante que su madre le regal, haba pasado de generacin en generacin, no era consciente de su valor ni le interesaba, eso s cada vez que la tena en su cuello sensaciones que no entenda recorran su cuerpo, y el llevarlo puesto le daba seguridad y temple.

    V

    La tarde se haca tediosa estaba anocheciendo, la guardia pesada. su corazn comenz a latir desmesuradamente all, s all, abajo estaba ella. La imagen era de perfeccin, era como si Al la hubiera otorgado alas en los pies, pues no andaba, se deslizaba por la calle como si fuera etrea. su mente comenz a divagar, cmo se-ran sus pies, sus piernas y muslos, su pecho que debajo de las ropas se le antojaban hermosos y perfectos los cuales tena que poseer. sus ojos esmeraldas en los que quera sumergirse y disfrutar de su luz.

    Los escalones nunca le haban parecido tantos y tan intermina-bles, se ocult tras el muro para no ser visto por nadie y que ella no pudiera sospechar sus intenciones, seria suya y la hara suya all en la torre donde nadie se atrevera a subir.

    Algo le inquietaba, un escalofro recorri su espalda. De repen-te no poda respirar y algo frio, muy frio estaba de repente en su cuello. un movimiento brusco y la degollara sin ms. una mano enorme tapaba su boca dejando libre la nariz para que pudiera res-pirar. Todas sus fuerzas se centraban en zafarse de aquel ser, pero era imposible y su olor en ese instante le hizo saber muy bien de quin se trataba.

    su cuerpo se qued inerte, flcido, sin fuerzas, mientras la arrastraba escalones arriba, fros, duros, speros, pero no era nada comparado con lo que la esperaba, haba visto sus ojos! El fuego de su interior. Cuando le arranc la ropa dejando su cuerpo desnudo, la fuerza de titanes parecieron invadirle y ella sinti el fuego de mil

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    LVArO MOrENO ANCILLO

    EL MIRADOR DE ALMASlvaro Moreno Ancillo

    No haca mucho que la primavera haba irrumpido en el valle. La noche, cubierta de errantes nubes grises, se vesta de una inquietante negritud, hurfana de luna. El hospi-tal emerga solitario, fantasmalmente iluminado por sus elctri-cos emblemas. El Dr. M. suba cansinamente las escaleras que le llevaban a su dormitorio esperando que la guardia concluyese sin complicaciones. un inexplicable temor le haba invadido en esas ltimas horas en las que la madrugada se aleja de la medianoche, y se haba mantenido incluso cuando empleaba su irnica dialctica con el Dr. C., enjuto urgenci-logo treintaero, de piel oscura, barba rala y argumentos adolescentes.

    La escalera se hizo especialmente pesada en el tramo que alcan-zaba la 6 planta. En el rellano, una mujer joven, de gesto preocu-pado, cruz con l sus glaucos ojos. Era una mujer hermosa, de tez plida y cabello oscuro. su figura estilizada soportaba con dignidad un cmodo chndal gris, traje de faena en el penoso acompaar nocturno. El mdico susurr un saludo. Ella lo devolvi con ms vigor. sus ojos, dos esferas profundas y esmeraldas, le atraparon di-rigindole hacia la 6 planta. Ella le sigui.

    s., la enfermera, le salud con corts amistad. Cmo est el 601? pregunt el galeno. Agoniza indic s. susurrando. As es la vida dijo el mdico intentando parecer ms indi-

    ferente de lo que el tremor de su voz demostraba. O la muerte El silencio se adue de la conversacin y l se march. Dese

    que no le llamaran. A pesar de tantas muertes presenciadas y anun-ciadas, a pesar de la aprendida dureza de su corazn, aquella noche dese no tener que bajar.

    la recorri por entero, all justo donde l la acechaba, otra sombra distinta pero con el mismo fuego en la mirada, mirada de loco. De inmediato saba lo que sucedera.

    VIII

    Acarici el colgante, el mp3 a todo volumen, enfil la calle ha-ca la estacin de autobuses, se senta bien, quizs por ver a su ami-ga, quizs por su libertad. sentada en la plaza mayor, disfrutando de un esplendido caf sin querer saber nada de los ltimos aconte-cimientos por los que el pas estaba pasando, nada de peridicos, nada de malas noticias, slo disfrutar, la noticia le paso desapercibi-da Muere un turista americano por el desprendimiento de una piedra de una de las torres albarranas emblemticas de Talavera de la Reina, mientras paseaba.

    AdministradorResaltado

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    LVArO MOrENO ANCILLO

    Hblele a sus hijos de l musit con una voz grave y pasto-sa. No quiere que le olviden.

    La mujer inici una tenue sonrisa a pesar de no alcanzar a com-prender lo sucedido.

    El Dr. M. baj los ojos y se dirigi al despacho; an haba que rellenar los papeles

    En la mitad del pasillo, s. le detuvo mirndole de forma inqui-sitoria.

    Otra vezdijo l. No habl ms. se encerr en el despacho y concluy la buro-

    cracia. Entonces son el busca.

    Pero el telfono son apenas 2 horas despus. Ha habido un exitus. El mdico se levant somnoliento. se ajust el pijama blanco y

    fue al lavabo, donde el agua fra despej su sopor. En el pasillo de la 6, la mujer de antes esconda su rostro entre

    unas manos blancas de dedos delgados. l pas a su lado apresura-damente, murmurando un corto consuelo, y entr en la habitacin. El clsico olor de la muerte le sobrevino; un olor conocido, acedo y dulce...

    En la habitacin, la enfermera sujetaba un electrocardiogra-ma poblado de lneas paralelas. Entonces sucedi. El olor se torn fresco; la luz, escasa y tenue, gan brillantez sobre el desvencijado manojo de huesos y escasa carne del cadver. El Dr. M. percibi eri-zarse su piel. sus manos sudaban, su corazn se aceleraba, y sus ojos, clavados en el muerto, zigzagueaban en un nistagmo incontrolado.

    Vuelve a pasar murmur. Mientras, la luz ascenda adquiriendo una forma humana. Dos

    puntos de color ail se elevaron hasta alcanzar la imaginada cabeza del ente luminoso que se suspenda en el aire frente a l.

    yo no veo nada susurr s. aterrada, mientras alcanz la puerta y sali.

    El Dr. M. se desplom sobre el silln donde minutos antes la mujer de ojos glaucos dormitara. Los brillos ailes se acercaron hasta situarse a escasos centmetros de sus ojos y, entonces, en un segundo que le pareci infinito, penetraron en su cabeza.

    La habitacin era una antorcha. Las camas y las taquillas le-vitaron como plumas en un baile de color azulado. El mdico gi-mi. Impulsado por una invisible fuerza cay de rodillas respirando trabajosamente. Entonces los brillos ailes le abandonaron y la luz volvi a ser tenue.

    unos instantes despus, el mdico abri la puerta de la habi-tacin. En su gesto, el cansancio se haba multiplicado. sus manos, pegadas a al cuerpo, vibraban con incontrolada ansiedad.

    El juego lgubre. 1929. Dal

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    CArMINA PAzOs

    sueldo compr una maleta de madera con un candado, que una de las raras veces que dej la puerta entreabierta de su cuarto, pude ver colocada encima del armario.

    No le gustaba ir a los bailes del saln de la calle de las Eras. y re-sultaba raro que no le gustase porque justo era el sitio de encuentro para la gente joven. Techos altos, unos asientos de obra alrededor de la pista de baile en donde se sentaban las chicas, y el ambig en un rincn, desde donde vigilaban ellos el panorama disponible, y en el que cogan fuerzas con una copita de sol y sombra o de ans, para dirigirse al objeto de su deseo, que no era moco de pavo ir a decirle a una muchacha si bailaba, para que luego le diera calabazas, o se hiciera de rogar mucho, all rodeada de sus amigas. Algunas iban al baile slo por acompaar o por no quedarse solas en casa, pero si el novio estaba en la mili, ni pensar en echarse un solo baile, que la ausencia haba que respetarla. si acaso una pieza con alguna ami-ga... No, nada de baile. A ella, a Mara Agustina lo que le gustaba era el cine, sobre todo las pelculas de espadachines, mosqueteros, indios y vaqueros y las de romanos con muchas batallas. A la prime-ra sesin no faltaba ningn domingo. Mis padres le preguntaban cuando volva si le haba gustado la pelcula, y en la indagacin de ellos haba un claro inters. Mara Agustina, impresionada todava por las imgenes vistas en la pantalla, verta apasionada su elogiosa crtica o decepcionado rechazo sobre la cinta en cuestin. recuer-do una ocasin en que lleg con el gesto torcido despotricando de aquel capitn de barco, que deba de estar como una chota, segn dijo, que lo nico que saba hacer en el juicio que se celebraba en contra de l era mover unas bolas de acero entre los dedos. Eso era una patochada, no haba quien lo entendiese. Le o decir a pap en un aparte a mi madre, no nos la perdemos, que esta pelcula prome-te. y se fueron a ver a Bogart.

    se haca querer. Venga, Mara Agustina, deca mam, bscate unas amigas para salir de paseo los domingos, ests siempre traba-jando, rodeada de chiquillos o te vas al cine sola..., hay chicas muy

    TODA UNA MUJERCarmina Pazos

    Apareci una tarde de otoo por casa, como trada por los vientos que arrastran las hojas cadas y las arremolinan contra los rincones en un baile dislocado. No olvidar sus ojos de corderillo asustado, el hatillo de ropa bajo el brazo, y unos mechones oscuros asomando bajo el pauelo de colores que lle-vaba anudado en la nuca, mientras intentaba convencer a mi madre de que la admitiera como criada, aunque fuese a prueba. su ropa, modesta y austera cubra un cuerpo joven que, aunque desgarbado, no estaba exento de cierta apostura atltica. Quizs not la mirada de mi madre detenida en el pauelo y sali pronta al paso, con su marcado acento extremeo, aclarando lo mucho que le gustaba la limpieza y el miedo que tena a los piojos. No, seora, no. No tengo miseria, eso no me pilla a m, pobre, pero muy limpia. Me corto tanto el pelo porque me lo lavo mucho. El trabajo no me asusta, estoy sana y no conozco la pereza. La mir compadecida mientras enumeraba sus excelencias con firmeza por conseguir un empleo. Despus de un tira y afloja con mi madre, ella entr en nuestras vidas.

    Al da siguiente, bien temprano, la hornilla de carbn estaba encendida, la leche hervida, los tazones del desayuno sobre la mesa de la cocina, la puerta de la calle y el portal barridos, como si un hada buena hubiese pasado por casa mientras dormamos. Ante mi asombro feliz, mi madre an dudaba diciendo si no sera una estra-tegia de principiante para caer bien. Pero result que era incansable, tanto como los nios pequeos, que la queran a morir. Corra con ellos calle arriba, calle abajo, se los cargaba a la espalda y saba po-ner a cada uno en su lugar. Eso s, tena sus rarezas, no permita a nadie que entrase en su habitacin y en cuanto que cobr su primer

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    OrILLAs LITErArIAs. Antologa del relato actual en Talavera y sus tierras

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    CArMINA PAzOs

    ropa limpia, Mara la rana tuvo un desmayo, y Mara Agustina la ayud. se ech un cesto al hombro y el otro encima de la cabeza y as subi un buen trecho por la cuesta arriba hasta que la rana se repuso un poco y cogi su cesto al cuadril. Llegaron a ser insepara-bles. Cuando tenan un rato, al atardecer, se las vea sentadas en el poyete que haba a la puerta de la rana. Los chiquillos entraban y salan por la escueta puerta de la casa, y ellas habla que te habla, sin parar. Bueno, Agustina escuchaba casi siempre, sin dar muestras de hasto, animando a la otra a seguir en sus confidencias, asenta con un cabeceo suave y un parpadeo lento y comprensivo en los ojos oscuros y enigmticos. Ella era sobria de modales y medida en sus palabras, sobre todo cuando se trataba de su vida anterior. No es que fuese discreta, es que era una tumba.

    En una ocasin me mand mi madre a llevarle la merienda cuando estaba en los pozos. No me gustaba ir a los lavaderos, me intimidaban las lavanderas deslenguadas y provocadoras, que con-taban chistes soeces, se remangaban las faldas unas a otras y eran capaces de sacar los colores a un arriero curtido, pero mi madre no me daba ocasin a protestar, alegando que al fin y al cabo yo era un muchacho, no iba a mandar a mi hermana... Tuve ocasin de com-probar lo bien que se pona en su sitio Mara Agustina en una situa-cin de stas en que estaba alborotado el gallinero. Con decisin, seria ech una mirada cortante y par los pies a las atrevidas que intentaban ponerla en un aprieto. Entre ellas hablaban sin pudor de sus vidas y le preguntaban curiosas por su vida anterior. No tengo padres, no tengo hermanos, dejadme en paz... Algn amor habrs tenido..., mal de amores, seguro, buen dao te tuvo que hacer ese cabrito, pa haberte quedao tan recelosa Ella no dijo ni que s, ni que no, con un gesto ambiguo en la boca, se alej a dar la vuelta a la ropa extendida sobre los juncos. yo la admir, era una mujer de una vez.

    Alguna vez me acerqu a casa de Mara la rana, con cualquier excusa, cuando estaban juntas, no s qu me impulsaba a merodear en sus encuentros. sentado en uno de los escalones irregulares que suban a la empinada vivienda observaba su empata, la conformi-

    majas por aqu... Pero si yo ya tengo amigas, seora, las lavanderas son muy buenas conmigo, se defenda ante la bienintencionada in-tromisin de mam.

    Bajando la cuesta del pueblo a la estacin del tren haba una pradera con pozos y unas pilas con lavadero adonde bajaban las mu-jeres a lavar la ropa. Era costumbre una vez en semana preparar la banasta bien apretada con todo el ajuar sucio y las lavanderas hacan el prodigio. En las casas que tenan criada era sta la que sola bajar a los pozos. Con su jabn casero de sosa y la tartera con la comida pasaban unas horas en el prado, soleando las sbanas de lienzo en la hierba y luego con mucha destreza tendan las prendas sobre los zarzales con cuidado de no engancharlas con las espinas. El olor a campo y sol inundaba la casa a la vuelta de las lavanderas.

    En el pueblo todos se frecuentan. Da a da se observan, desde la escuela ren juntos, se pelean, compiten, a veces hacen como si se ignorasen, sin embargo los vecinos llegan a conocerse de maravilla y hasta adivinan lo ms imprevisto. unidos a esta prctica el tedio y la mala uva, hacen florecer los motes endiabladamente certeros que lucen muchos de ellos. Prcticamente no hay familia que se libre de un mote distintivo y muy personal, con el q